terça-feira, 15 de abril de 2025

BERTA LUCÍA ESTRADA | La memoria de los vientos, de Hernán González

 



En diciembre pasado tuve la gran fortuna de escuchar la presentación del libro de cuentos del chileno Hernán González publicado bajo el sello editorial AKÉN, La luz de lo invisible, bajo la dirección de la gestora cultural y literaria Ángeles Barrera Jofré.

En dicha presentación el autor, que también es realizador audiovisual, leyó Las argollas de un perdedor, el último cuento de esta selección a la que hago mención. Cuando terminé de escuchar la entrevista le escribí a la editora lo siguiente:

Hace un rato estuve sentada a tu lado y al lado de Hernán González; debo decirte que fue una hora en la que disfruté cada minuto y cada palabra. Me encantó el cuento que leyó; me hizo pensar mucho en el trabajo de Antonio Tabucchi; y éso por varios factores: el mundo sórdido y violento de los personajes, el peso de la opresión política que puedo imaginar en el personaje creado por González, o en el juego de luces y sombras que se desarrolla a todo lo largo de este descenso al averno.

Y es precisamente ese juego de luces y sombras lo que me llevó a pensar en ese hermoso ensayo que es El elogio de la sombra, de Junichiro Tanisaki.

Además, tal y como lo anota el autor, es un elogio al lenguaje cinematográfico, puesto que es un cuento muy visual. Un relato excelente, me gustó mucho.

Felicitaciones a los dos por este trabajo, cuidado en todos los detalles, desde la estética literaria hasta la estética de la carátula. Un trabajo hermoso.

También le dije que me gustaría leer todo el libro; así que esta fue mi primera lectura de este año 2025.

Lo leí con calma, en realidad me demoré tres tardes para leerlo completo, porque a medida que lo leía iba anotando ideas y subrayando párrafos o frases que se instalaban en mi cerebro o que despertaban imágenes de autores que admiro y respeto desde mi adolescencia, como son Gabriel García Márquez y Juan Rulfo.

Comencemos esta reseña analizando el título La memoria de los vientos.

Umberto Eco confesó en una entrevista que cuando dictaba talleres de creación literaria lo primero que le exigía a cada alumno era el título del libro que iba a escribir en su curso. Y eso lo entiendo muy bien, ya que el título debe ser la brújula que guíe la pluma; debe ser también un compendio y un resumen del trabajo que se va a desarrollar; y ésto no sólo para que el autor no se pierda en su periplo creativo sino para orientar al futuro lector y animarlo a ir al encuentro de esa nueva aventura literaria. Y La memoria de los vientos cumple a cabalidad con esta definición que hago sobre la importancia de un buen título. Es más, el título de una obra narrativa, ensayística o incluso poética, debe contener el ethos, el pathos y el logos del que hablaba Aristóteles.

El ethos nos enuncia muy bien la selección de trece relatos que conforman el libro de González. Es su forma de mostrarnos el camino por el que vamos a avanzar; eso no quiere decir que sea un camino llano y sin altibajos. Por el contrario, gracias al título sabemos que la memoria es frágil, selectiva y que puede desaparecer en un solo y único soplido.

Recordemos que el pathos es el discurso con el que el autor espera acaparar, cautivar la atención del lector; es una forma de subyugar, de seducir; incluso es una forma de tender una red que lo atrapa, y no lo suelta hasta que no haya llegado a la última página de esa aventura en lo que lo ha sumido durante horas, días o semanas. González sabe muy bien cómo cautivar al lector.

Y el logos desarrolla el discurso del averno que González preparó con cuidado y paciencia. Un tártaro en el que pululan las figuras fantosmagóricas, sombras diablezcas concebidas por nuestras propias pesadillas; aunque la mayoría de las veces nos negamos a mirarlas de frente o bien nos negamos a recordarlas cuando nos despertamos sudando frío y temblando en medio de la noche.

Estos tres conceptos, ethos, pathos y logos, conforman una verdadera poiesis en la pluma del autor. En este caso preciso entiendo la poiesis desde el punto de vista aristótelico; me refiero al acto mismo de la creación de un texto, de una narración. Un concepto muy claro en los cuentos que crean el universo de La memoria de los vientos.

Y si utilizo la palabra “universo” no es por una mera coincidencia, sino que es el resultado cognitivo que se creó en mi cerebro al terminar de leer el libro. Hago esta afirmación porque cada cuento, cada personaje, cada argumento, hace referencia a personajes, lugares y circunstancias sociales y geográficas que pueden ubicarse en cualquier parte del mundo. No en vano Enrique de Santiago inicia su prólogo con un epígrafe de William Bourroughs:

 

Este es un universo de guerra. Guerra todo el tiempo. Esa es su naturaleza. Este es un universo de guerra. Guerra todo el tiempo. Esa es su naturaleza.

 


Aunque la mayoría de los cuentos se desarrollan en México, e incluso, varios de sus protagonistas vienen del bajo mundo de la mafia y de la prostitución, son, en realidad, personajes que podemos encontrar en toda la América Latina. El mundo gris, violento, sin esperanza, sin mañana. Su pasado es turbio y sin posibilidad de redención; además, los personajes ni la buscan ni parecen necesitarla puesto que se saben condenados de antemano. Saben que el Estado ignora su existencia y que nunca, por ningún motivo, vendrá a socorrerlos; y si lo hace, será de la mano de un policía corrupto hasta los tuétanos. Cada escenario está concebido por fuera de la geografía de las élites; son escenarios carcomidos por la canícula, el polvo y el hedor que llega con el viento que sopla a cada instante (una geografía muy rulfiana). Y cuando no es el calor insoportable es la lluvia que moja hasta la médula y que deja tras su paso accesos de tos que minan la existencia triste y derrotada de cada uno de los protagonistas de La memoria de los vientos.

La memoria de los vientos es no sólo una clara alusión a Comala sino también a La caída, de Albert Camus y a El túnel, de Ernesto Sábato; en otras palabras, rememora el infierno judeo-cristiano al que estamos condenados desde siempre.

Los personajes de González son fracasados, son marionetas de un destino violento, gris y sin mañana; son retazos de antiguas tragedias griegas donde los dioses juegan con ellos como si fuesen muñecos que se mueven en los campos de batalla con el único fin de dejar la tierra arrasada. Todos son víctimas. No hay vencedores. Son antihéroes de tragedias anunciadas una y otra vez. Son hombres derrotados, vencidos aún antes de dar la batalla. Son tragedias que se repiten ad infinitum; cambia el escenario, cambian los nombres y cambian las circunstancias; sin embargo, el final siempre es el mismo: el no mañana, la desesperanza, el agobio, la derrota, la caída, el abismo, la nada. La presencia detrás de bambalinas de la sombra de un diablo representa a un agelaste –es decir, a un dios que nunca ríe–; lo que no le impide mover los lazos con los que nos gobierna con sus dedos alargados y raquíticos. Esa sombra siniestra no es otra que la violencia de las calles oscuras y malolientes de las ciudades latinoamericanas. Los personajes son eternos Sísifos que cargan el orco de sus existencias como una pesada roca de la cual es imposible desasirse. Los finales de cada cuento tienen un final inesperado en el que está inmersa la violencia; una violencia implícita en todos los cuentos.

Por ejemplo, en El viaje de Laysa observamos que sus personajes no viven, sino que sobreviven en un mundo en el que fueron lanzados como se lanza un misil.

Las mujeres de González pueden ser sumisas durante un cierto período de tiempo; como Hilaria, protagonista de Habláme de amor, Hipólito. No obstante, son mujeres que no conocen la compasión ni el arrepentimiento y que saben que, para poder sobrevivir en ese mundo oscuro y hostil, en el que las han lanzado como se lanza un proyectil, hay que saber defenderse con todas las armas que están a su alcance.

Por otra parte, debo decir que este cuento me hizo pensar en La Paloma, la novela corta de Patrick Süskind.

Ya hemos hablado del universo rulfiano, hablemos ahora del lenguaje garcíamarquiano:

 

El juez que los casó les hizo jurar que el matrimonio era un compromiso para toda la vida y así lo asumió Hilaria, aunque no había un día en la vida en que no se arrepintiera de haberse entregado con tanta devoción a un hombre que le había demostrado tanto desprecio desde la misma noche de bodas, en que por estar menstruando, recibió la primera paliza de la vida, siendo advertida que, si no estaba dispuesta para la siguiente noche, le iría peor.

 

Un universo rulfiano y un lenguaje garcíamarquiano.

Un final inesperado, de una violencia que corresponde muy bien a la violencia ímplícita a todo lo largo del cuento.

Volvamos de nuevo al lenguaje garcíamarquiano:

 

Con el pasar de los días, el mal humor se instaló en sus venas. De nada le ayudaba la energía de las tempestades ni la potencia de los truenos que retumbaban y cruzaban los cielos de la ciudad. Lo único que rondaba por su cerebro era que se detuviera la lluvia torrencial para así poder salir un rato de la casa okupa en la que pernoctaba junto a unos amigos que le habían tendido la mano, lejos de las calles en donde la muerte parecía ser una fiel compañera.

 

Y en Alas rotas ese lenguaje hipérbolico se acentúa aún más:

 

Corrían los tiempos en que las esperanzas parecían oxidarse en el baúl de los olvidos. Muchos vientos habían soplado desde que aquella revolución bañada en sangre pretendiera devolver la tierra al que la trabajaba y que vista desde el espejo retrovisor de la historia, hizo que los grandes terratenientes recuperaran lo perdido y cabalgaran en la ignominia, pisoteando cerros de ilusión. Los años que siguieron a la recomposición de la vida cotidiana dieron claras muestras de que el proceso revolucionario no había logrado extirpar los parásitos adheridos al enjambre institucional; un tejido tan grande como las infinitas promesas de revertir la suerte de un pueblo condenado por la eterna traición de quienes nunca dejaron de gozar de privilegios inimaginables.

 

En este cuento, y en otros, se respira el aire de Macondo; me refiero sobre todo a la exageración; a ese universo que navega entre la realidad onírica del Caribe y la magia que lo caracteriza.

En este cuento los personajes son huérfanos; el padre sólo es esa figura del patriarca que es omnipresente pero que jamás está presente en el seno del hogar. Esa presencia éterea, no corpórea, deja en los hijos (léase el pueblo) la sensación de pérdida y de fatalidad (En Encorvado era frecuente que los jóvenes al ver nublado el horizonte, optaran por irse a trabajar de mojados a California). La orfandad también se siente en la madre que poco a poco comienza a mirar a sus vástagos como huepédes encombrants voluminosos, molestos y espera con ansias que se vayan del hogar; o lo que ella considera como tal.

En Vientos de una resaca leemos:

 

La gaviota se dio un banquete que le hizo recordar aquellos días en que su madre la alimentaba en el sector de los muelles porteños, días que le parecían lejanos, porque fueron el comienzo de una vida que con el paso de los años se fue desmoronando y que, según sus propios sentimientos, la fueron sacudiendo de un lado para otro, dejándola a la deriva.

 

Un relato muy surrealista y sobre todo muy visual. Parece un documental.

Para terminar, quisiera recordar que La memoria de los vientos tuvo el apoyo del Ministerio de la Cultura, de las Artes y el Patrimonio de Chile; un proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura; convocatoria correspondiente al año 2024.

También quisiera resaltar el cuidado editorial de AKÉN La Luz de lo invisible que hace que cada libro sea un pequeño objeto de arte. El cuidado va desde la selección del papel y de la letra utilizada, pasando por las fotografías que lo acompañan hasta llegar a una estética muy bien lograda a la hora de concebir el trabajo de impresión.

Chapeau, Hernán González! Estaré atenta a los libros que vendrán luego.



BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (Editions du Cygne, Francia, 2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en medios nacionales e internacionales; entre ellos las revistas Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura (Brasil), Esteros (Uruguay), blog Crear en Salamanca y Aleph (Colombia), dirigidas por Estela Guedes, Floriano Martins, Carolina Zamudio, Alfredo Pérez Alencart y Carlos-Enrique Ruiz, respectivamente; y gracias a la invitación del profesor Antonio Donizeti Da Cruz varios de sus artículos han sido publicados por UNIOESTE (Universidade Estadual Do Oeste Do Paraná, Cascavel-Brasil). Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego e inglés.




ANA MARIA PACHECO (Brasil, 1943). Escultora, pintora e gravadora. Sua obra possui um acento impressionante estabelecido no centro das relações entre sexualidade e magia, sem descuidar da tensão inevitável entre Eros e Tanatos. A personificação de sua escultura encontra amparo vertiginoso nas lendas, mitos e em sua própria biografia. Tendo sido inicialmente atraída pela música, nos anos 1960 foi exímia concertista, porém o piano iria encontrar melhor abrigo, com sua força rítmica sugestiva na narrativa que acabou aprendendo a compor, a partir de sua fascinação pela escultura barroca policromada e o ideário ritualístico das máscaras africanas. Nos anos 1970 viajou para estudar na Slade School of Art em Londres e ali mesmo resolveu mudar definitivamente de endereço. Com o tempo foi desenvolvendo uma maestria singular, a criação de conjunto escultórico que se destacava como a representação tridimensional de uma narrativa. Embora tenha igualmente se dedicado à pintura, com seus trípticos fascinantes, é na escultura que esta imensa artista brasileira se destaca, com o uso de recursos teatrais e a mescla de elementos constitutivos de diversas culturas. É também uma valiosa marca sua a montagem de cenas emprestadas da literatura ou de evidências do cotidiano. Agradecimentos a Pratt Contemporary, Dictionnaire Universel des Créatrices, AWARE – Archives of Women Artists, Research & Exhibitions. Graças a quem Ana Maria Pacheco se encontra entre nós como artista convidada da presente edição de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 260 | abril de 2025

Artista convidado: Ana Maria Pacheco (Brasil, 1943)

Editores:

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