1 El efecto mariposa o el abismo en Lulu, de Mircea Cartarescu
Antes de hablar sobre Lulu
es bueno recordar que Rumania posee una larga tradición literaria así no sea muy
reconocida en Colombia. Por otra parte, algunos de sus grandes escritores son identificados
como si fuesen franceses; me refiero a Cioran, o al historiador de las religiones
Mircea Eliade, o al padre del teatro del absurdo, Ionesco; y así hayan escrito sus
obras en Francia y escrito en francés, su cultura, al menos el sustrato de la misma,
es la cultura rumana, de eso no hay la menor duda; y así hay que entenderlo para
poder aproximarse a su obra, para poder entender la complejidad que engendra su
universalidad.
Después de
haber hecho esta breve introducción pasemos a otro gran autor, Mircea Cartarescu
(Bucarest, 1956), varias veces nominado al Premio Nobel de Literatura; es de anotar
que ninguno de sus colegas ha recibido este galardón, así que de ganarlo él sería
el primer rumano que tendría ese honor. También es cierto que lo del honor es bastante
dudoso, puesto que muchos de los premiados lo han sido simple y llanamente por sus
posiciones políticas, y otros que lo merecían por la alta calidad estética de sus
obras, pero considerados políticamente incorrectos, no lo recibieron nunca. Me refiero
por supuesto a Borges, a Philip Roth o a Marguerite Yourcenar. Otra autora que considero
que la Academia sueca está en deuda con ella es la rusa Ludmila Oulitzkaïa; así
que a veces creo que es mejor ser ignorado por la Academia y saber que esos grandes
autores pueden sentarse juntos a contemplar la eternidad, mientras que muchos otros
solo son recordados por tener el Nobel, aunque su obra carezca de la calidad literaria
necesaria para que sus nombres pasen a ser escritos en lajas de mármol. Así que
si Mircea Cartarescu sigue siendo invisible en Estocolmo eso a lo mejor es un reconocimiento
a su trabajo literario.
Ahora bien,
pasemos a la obra que nos ocupa, Lulu (título original: Travesti),
Editorial Impedimenta (2º edición marzo 2018, 156 páginas), una hermosa y cuidada
edición que tuve el privilegio de comprar en el Parque del Retiro, donde se realiza
cada año la Feria del Libro de Madrid.
Y para hablar
de esta obra inquietante, sombría, cenagosa, debo antes recordar el Efecto Mariposa;
un concepto de la Teoría del Caos que sostiene que un simple aleteo de una mariposa
puede generar un huracán al otro lado del planeta. Y ese es precisamente el efecto
que Lulu, la mariposa soñada y evocada por Víctor, el escritor que la rememora a
todo lo largo del libro que nos ocupa, va a desencadenar en la vida de este hombre
gris y atormentado para quien la vida nunca será igual después del breve y a la
vez eterno aleteo de Lulu.
Víctor, un
adolescente de diez y siete años, con baja autoestima, ya que considera que su rostro
es feo y asimétrico, asiste a una excursión con sus compañeros de aula para celebrar
el fin de la secundaria; y la última noche, en una fiesta de disfraces, aparece
Lulu, para no dejarlo nunca más, para poseerlo noche tras noche detrás de las tinieblas
de su propia angustia. Los afeites, el perfume de Lulu, y sobre todo el aleteo de
sus pestañas postizas, lo perseguirán durante los siguientes diez y siete años cuando
finalmente se encierre en una vieja casona de los Cárpatos para exorcizar los dolores
de la ausencia y traer a su olfato el olor de animal en celo de Lulu; el compañero
de clase que con su parpadeo incesante y provocador lo lanzó al centro del ojo del
huracán y del cual Víctor ya no supo -léase no quiso- abandonar nunca más.
Con esto puede
intuirse que, si bien el relato nos sumerge en una pesadilla, que el libro es onírico,
surrealista, donde la realidad se mimetiza con el delirio, con los fantasmas y las
voces que aturden los oídos de Víctor y del lector, que como un voyeur, sigue uno
a uno sus pasos así sienta que cada uno de ellos lo amenaza a cada instante con
lanzarlo al vacío; y que aunque es un relato ficcional también es un relato matemático.
Como matemático es El Sur de Borges. No en vano Borges dice: “A la realidad
le gustan las simetrías y los leves anacronismos”.
Recuérdese
al bibliotecario Juan Dahlmann que un día cualquiera busca un viejo ejemplar de
Las Mil y una Noches y al llegar a su edificio sube rápidamente las escaleras
sumidas en una semi-penumbra que anuncia la noche, por lo que él no ve el postigo
abierto en uno de sus tramos, ¿o eran las alas de un murciélago?; [1] el resto ya
lo sabemos. Algunos días después despierta en un hospital, [2] luego vendrá el viaje
al sur y el encuentro con los cuchilleros de una estación de tren perdida en La
Pampa y su salida a ese terreno infinito con un cuchillo que alguien le ha puesto
en las manos, pero que él, bibliotecario de Buenos Aires, no sabe utilizar, y al
frente, dándole la espalda al horizonte, un cuchillero avezado en su uso. Y por
supuesto que este final puede ser real o puede ser una imagen dantesca, igual que
la máscara de Lulu que aparece y desaparece en cada puerta, en cada recodo de la
casa, al final de cada tramo de las escaleras, y eso durante diez y siete años,
sin dar pie a un respiro, una máscara que podría ser como el puñal que le pusieron
en la mano a Dahlmann.
¿Cómo salir
indemne después del horror?
¿Cómo salir
indemnes después de leer esta obra magna de Cartarescu?
Lo pregunto
porque esta lectura es un descenso más allá de los círculos dantescos, puesto que
cada uno de ellos forma parte de una espiral que succiona al lector-voyeur hasta
el siguiente círculo; sin tocar fondo jamás y sin poder ascender de nuevo.
Víctor crea
infiernos que se suceden los unos a los otros y omite perversamente crear salidas,
puertas de escape, ventanas donde mirar entornos menos sórdidos, más acogedores.
Y es que Víctor es un exiliado en sí mismo. Entiende que, aunque crease otros mundos
más afables, su tortura –la tortura de Lulu– lo precedería siempre, hasta más allá
de la eternidad.
Lulu es una obra
alucinante y sin lugar a dudas es un homenaje a Aurelia, de Gérard de Nerval,
y a La Metamorfosis, de Kafka; y aunque el autor no nombra en ningún momento
Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, estoy segura que Víctor sigue uno
a uno los pasos de Fernando Vidal Olmos. Lulu es una obra laberíntica que
invita a un viaje donde Ariadna no ha sido convocada. Es un relato perturbador y
el lector-voyeur se pasea por escenarios oníricos, grises, turbulentos, en los que
camina por terrenos poblados de arenas movedizas que amenazan con succionarlo; y
cuando logra ver un poco más allá de lo que le permite el ojo de una cerradura,
es para ponerlo al frente de sus propios demonios. Y es que Cartarescu lo que en
realidad hace es crear un escenario de desafíos permanentes para desestabilizar
a ese lector-voyeur que busca encontrar el meollo de la tragedia; así que le pone
trampas, juega con él como el gato con el ratón, borra los límites de su propia
imaginación y lo amenaza con lanzarlo al más profundo de los abismos; y lo que es
aún más inquietante, sin que el lector-voyeur olvide que una vez que esa caída ha
comenzado el regreso es imposible.
La grieta
por la que atraviesa Víctor, grieta que arrastra a su vez al lector-voyeur que lo
sigue y que respira su oxigeno envenenado, se cierra a medida que ellos avanzan
por el laberinto de su propio desvarío. Y mientras avanzan, guiados por la pluma
de Cartarescu, van recreando una galería de espejos donde se ven multiplicados hasta
el infinito; así que ¿cómo reconocerse a sí mismos? ¿cómo identificar la imagen
que no es repetida ni soñada sino la verdadera?; por lo que habría que preguntarse
¿existe una imagen verdadera? ¿acaso no son todas efímeras, imaginadas y tramposas?
Tal vez por ello Víctor había llevado consigo el poema Soledad de Rilke para
que fuera su compañía en esa excursión donde perdería el rumbo de su vida. Lo que
nos lleva a pensar que el paraíso no existe, que la adolescencia es una puerta al
infierno y que una vez cruzado su umbral ya no hay marcha atrás, solo espera el
juego de espejos que van a arrebatarle la cordura, y a demostrarle, una y otra vez,
que él solo es una pequeña e ínfima pieza de un gran puzzle donde la tragedia es
el gran titiritero que controla cada movimiento y por lo tanto es el único personaje
que conoce cada milímetro del espacio donde han sido lanzados; aunque a veces imaginen
que han caído por su propia voluntad.
Antes de terminar
habría que recordar que en la tragedia griega no existen ni el azar ni los hechos
fortuitos, simple y llanamente el hombre obedece a designios previamente trazados;
y en el caso específico de Víctor, y del lector-voyeur que lo sigue, sus pasos han
sido ya esculpidos por las tres Erinias, las Furias hijas de la noche; no en vano
vigilan la entrada al inframundo; incluso a veces salen para perseguir a los que
huyen de sí mismos.
Por último,
diría que Lulu es una obra de ficción enorme; pocas veces tengo el placer
estético de sumergirme en una narración que me lleva al límite de mi propia imaginación
y que amenaza con lanzarme al más profundo de los abismos.
NOTAS
1. Dahlmann había conseguido, esa tarde,
un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor
y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago,
un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror,
y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente
recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida.
“El Sur”, de Jorge Luis Borges.
2. …en una celda que tenía algo de
pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas
había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. Idem.
2 Inventario íntimo de las cosas, de Ivonne Gordon
Un poema nuevo es la sumatoria
de los versos ya escritos. Escribir es un hilo infinito atado a la misma rueca.
Al tirar de él nos adentramos cada vez más en el tejido que unas manos sabias y
pacientes entrelazan en una trama. Un tejido es un texto. Eso lo sabía muy bien
Penélope. El acto de tejer y destejer su vestido de novia le permitía contar los
días que la separaban del regreso de Ulises. La espera y la paciencia se convirtieron
en sus amigas. Eso también lo sabía Amaranta puesto que cada noche tejía una parte
de su propia mortaja. Ella había decidido que moriría el día en que la terminara.
Otra forma de contar su propia existencia y su paso por Macondo. Ulises regresó
a Ítaca, una forma de regresar al útero de Penélope; mientras que Amaranta se dejó
caer en el gran útero del vacío que nos espera a todos los exiliados en este mundo
que llamamos existencia. Ellas dos son
la metáfora del comienzo y el fin. Son la aurora y el crepúsculo. Son la primavera
y el invierno. Son la luna llena y la luna nueva. Porque todo comienzo tiene un
fin.
Y eso lo intuye
muy bien Ivonne Gordon cuando evoca la figura de sus abuelas tejedoras en el Inventario
Íntimo de las Cosas (Accésit del X Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández
Labrador, 2023; con un hermoso prólogo de la académica Carmen Ruiz Barrionuevo).
Ivonne Gordon sabe que viene de sus vientres y que el hilo que estira seguirá estirándose
así pase por infinitos huecos en los que se hace un nudo como si fuese una tijera
que lo corta. El hilo pasará de una historia a otra; al final será siempre la misma
historia, la misma evocación.
Qué fácil
es ignorar lo que somos,
y qué difícil
es llegar a conocernos
porque la
aguja sigue el hilo de la puntada
en la tela
profeta con que falseamos la duda.
Volvamos a
Ítaca y al regreso de Ulises después de veinte años de ausencia. Antes de que nadie
lo reconozca, recordemos que se había disfrazado de mendigo, Argos, su perro, lo
olfatea, menea la cola, ladra y muere. Tal y como lo dice Pascal Quignard, en Mourir
de penser, es el primer perro en la historia de la literatura que piensa;
y por ende, se convierte en un personaje literario muy importante. Así que Ivonne
Gordon recoge el cuerpo de Argos y lo pone en el umbral de la casa de la abuela
para que con sus ladridos evite que las cosas se pierdan por el rasguño del tiempo.
afuera de
la casa de la abuela / un perro callejero ladra a la luna, mientras
las cosas /
se pierden
por el rasguño del tiempo.
Y en esta
filatura, que caracteriza su trabajo poético, Ivonne Gordon recoge los hilos del
agua de su poemario precedente titulado Casa de Agua (ganador del I Premio
Poeta Nueva York, Ediciones Valparaíso-USA, 2021) en el que ella evoca a su abuela
hilandera que huyó de la guerra; y al hacerlo, dejó como única herencia el exilio;
del que la poeta no puede ni quiere escapar.
la guerra
destruyó la patria de mis abuelos, … /sin desear me fui ocultando/
y aprendí
a callar en la arcilla de los husos, /
… aprendí
a deshilar e hilar al mismo tiempo, y sin darme cuenta / se convirtió en un ritual
diario donde la paz ocupa el espacio primario y crece la bondad sin palabras”.
Las lenguas
antiguas, desaparecidas en calles de piedras negras, se bifurcan en la desmemoria
de un hilván descosido. Sin embargo, el tiempo, esa enorme aguja que teje
y teje sin parar, sabe que toda costura rota / se puede coser. Se cose en
el exilio, a veces real y a veces imaginario, con hilos apolillados, cosidos
en una máquina singer / con pedal ajeno y peregrino.
Las ciudades
de agua se hilvanan una a una con un viejo hilo; todas pasan a través del ojo atento
de una aguja. Y entre una enhebrada y otra vuelve el exilio. El padre debe huir
del ruido / de la desconsolación inundada; para no desaparecer en la bruma debe
esconderse nuevamente en el destierro. Es así como la soledad crece en las ranuras
del agua y la inocencia trasciende las heridas del espejo. Recordemos
que el espejo es otra de las formas del agua. Al atravesarlas la poeta siente que
pende de un hilo, que debajo de sus pies está el vacío ineluctable de la vida. No
es una funámbula, ya que no camina sobre el hilo, es el hilo el que rodea su garganta;
y si en ese eterno zarandeo el hilo aprieta demasiado sus costuras frágiles se
rompen porque nada es perenne y la dejan atrapada en la oblea del tiempo;
otra forma de regresar al hilván –léase refugio– que ya había nombrado.
Para no caer
del todo, y poder quedar eternamente suspendida en el tiempo, hace abluciones
en hebreo, en latín, / en castellano y a veces en alemán. La migración es eterna,
se hereda como si fuese una tara o una maldición o como se hereda una virtud. Nada
nos es ajeno; sin embargo, todo nos es extraño. Por eso recuerda la cocina de la
abuela donde ella repetía, como si enlazase eternamente una aguja que
(somos agua
en una vasija de barro eterna,
somos agua
de lo justo y de lo bello).
la abuela
sin saberlo era una grieta en el tiempo,
la abuela
buscaba la dignidad de los inconformes
lo que éramos antes de que los pájaros se fueran.
Este último
verso me lleva a pensar en Jorge Semprún cuando recuerda que en Birkinau el humo
de los hornos crematorios había hecho huir a los pájaros. El vuelo y el canto de
los pájaros representan la libertad y la alegría; sin ellos el miedo se instala
y queda ancorado en los hilos con los que se tejerán otras existencias; así a veces
se destrencen los tejidos de las manos que pasan por el agua desnuda. También
pienso en Clara Schoenborn y en su potente poemario Los oficios de Atenea (Premio
Nacional Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2011). Las dos poetas son descendientes
de sobrevivientes de la Shoah. En el caso de Clara Schoenborn una gran parte de
su familia paterna murió en los campos de concentración de la Alemania nazi. Por
eso no es raro que las dos sean poetas; en cierta forma son guerreras de las palabras,
amazonas de las imágenes y vencedoras del odio. En otras palabras, son letristas
de los antiguos cánticos griegos llamados peános –o peán (Παιάν)–. Por eso
son sobrevivientes de la infamia e Ivonne Gordon nos lo recuerda así:
ellas ya habían
previsto mi nacimiento,
nacer del
vientre de mis abuelas,
es una extensa
geografía húmeda,
es una emigración
continua de embarcar
y desembarcar,
de volver y no regresar nunca
una travesía
infinita en el árbol familiar
Y ese árbol
familiar creció, sus raíces se hicieron profundas, se entrelazaron con las raíces
de otros árboles, se hicieron rizomas sin importar si hay un nodo central; como
en la teoría filosófica de Georges Deleuze y de Félix Guattari.
aprendiste
a rezar por otros, en lenguas que no eran tuyas, / aprendiste a pedir por otros, a pedir
que se levanten / y que vuelvan al altar en el periplo de la bondad /aprendiste
a hacer un inventario íntimo de las cosas / a pedir por
otros,
(pedir es otra forma de abrazar la dignidad).
Este breve
ensayo que hago sobre el Inventario Íntimo de las Cosas, de Ivonne Gordon,
es sólo una ligera aproximación a las lecturas diversas que pueden hacerse de su
libro; no obstante, aquí está el nódulo central: la guerra y la migración. Aún así
se podría hablar sobre una imagen recurrente que atraviesa su obra; me refiero a
los peces que saltan de un poema a otro y en los que la poeta encuentra una especie
de refugio para no ahogarse cuando es lanzada al fondo de las aguas. También hubiese
podido hablar, única y exclusivamente, sobre los títulos de cada poema puesto que
ellos son el logos en toda su dimensión. Los títulos están tan bien concebidos que
evitan que el lector se pierda en la lectura de cada poema, son un resumen, un compendio,
una bitácora o un astrolabio que acompaña la lectura solitaria y que en cierta forma
la ilumina.
3 Clitóris Clítoris, de Maria Estela Guedes
Maria Estela Guedes (Portugal,
1947) es una intelectual de primer orden. Es poeta, ensayista, crítica literaria
y de arte, dramaturga, gestora cultural. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos
Literarios y de la Sociedad Portuguesa de Escritores; y sobre todo, es una investigadora
y gran conocedora de la obra de Heberto Helder, el poeta oscuro portugués. Hoy en
día dirige la prestigiosa Revista literaria y cultural Triplov.
Tuve el privilegio
de conocer a esta gran poeta y gran ser humano en julio de 2017 cuando fuimos invitadas
por Carolina Ilica y Dumitru Ion, directores del Festival Internacional de Poesía
de Curtea de Argès (Rumania); y luego, en el 2018, asistí a dos de los Encuentros
de Poesía Triplov que ella realiza en la ciudad de Lisboa. Y ahora he tenido el
honor de traducir su último libro, Clítoris Clítoris (Ediciones Uratao –
Portugal y Brasil, 2019).
Y la presente
edición de este ensayo poético es dirigida por el poeta, ensayista, traductor y
editor de Agulha Revista de Cultura, Floriano Martins. Martins es un investigador
de la literatura hispanoamericana y del Surrealismo y su influencia en la poesía
y la pintura latinoamericana.
Es de anotar
que esta publicación es trilingüe, portugués, francés y español. En el mes de octubre
2019 Estela Guedes me envió su libro recién publicado, lo leí con verdadero placer
estético y sobre todo intelectual. Es un libro que me sorprendió desde todo punto
de vista; y eso es precisamente lo que yo espero de la literatura. Me gustan los
libros que me dejan perpleja, me gustan las obras originales, diferentes, las que
bucean en mundos inexplorados, y que al mismo tiempo son polémicas.
Y nada más
polémico que Clítoris Clítoris; yo diría incluso que es disruptivo. Lo leí
inicialmente en portugués, y debo aclarar que, aunque no hablo esa hermosa lengua
la entiendo y puedo leerla; y por supuesto eso no me habilita para traducir un poema.
Se preguntarán entonces como me convertí en su traductora al castellano. Pues bien,
la respuesta es simple, Estela Guedes y yo nos comunicamos en francés; una lengua
que las dos conocemos muy bien, que amamos y admiramos. Así que le propuse que tradujera
este magnífico libro al francés y que yo lo haría luego a mi lengua materna, el
castellano. Ya para entonces le había traducido tres poemas que fueron publicados
en la Antología del Festival Internacional de Poesía de Curtea de Argès (versión
2019). El reto era enorme y Estela Guedes lo aceptó.
Su traducción
no sólo es muy hermosa sino muy bien lograda; lo que habla de su enorme conocimiento
de la lengua francesa; así que traducirlo al español no representaba mayor dificultad.
Por supuesto, queda la parte estética; así que espero que les guste. La traducción
de poesía conlleva riesgos y a menudo es una recreación.
Ahora bien,
después de esta pequeña, pero necesaria introducción, pasaré a hablar un poco del
poemario Clítoris Clítoris. Cada poema, cada estrofa, cada verso, es como
un dardo lanzado al ojo del huracán. Ningún lector (entiéndase hombre o mujer) saldrá
indemne de esta lectura. Inevitablemente el libro lo conducirá por terrenos prohibidos
por la cultura patriarcal; y por supuesto por la religión, Axis Mundi de dicha cultura.
Su sólo título,
como lo anotaba anteriormente, es asaz polémico. Alguna vez leí que en los talleres
de creación literaria que impartía Umberto Eco lo primero que le exigía a los alumnos
era el título; y casualmente eso es algo que yo he hecho prácticamente siempre.
¿Por qué? Porque el título es el abrebocas, debe ser representativo del contenido
que le permita al lector informarse desde un principio sobre la lectura que va a
realizar. En otras palabras, debe ser un resumen escueto y claro de toda la obra,
o al menos de una parte de ella; esto último es válido en el caso de un poemario
o de una antología de cuentos. El título debe ser, en la medida de lo posible, una
bitácora, una aguja náutica, que le permita al capitán del navío navegar por mares
ignotos y hacer frente a vendavales y olas gigantescas sin naufragar.
En el caso
del poemario-ensayo Clítoris Clítoris habría que precisar que su título es
el Logos y al mismo tiempo es el Pathos. Recuérdese que el Logos
significa razonamiento, discurso, argumentación, también es persuasión. Y evidentemente
la palabra Clítoris –además repetida– nos atrae como si fuese un poderoso
imán; en cierta forma nos atrapa e invita a su lectura –una forma de escapar a esa
fuerza poderosa que es el imán–. El título también es el Pathos; otra de
las formas de persuasión a las que hace alusión Aristóteles en su Retórica.
El Pathos es una herramienta que utiliza el autor para cautivar, para maravillar,
para sorprender; una especie de gancho con la que se atrapa al lector o al interlocutor.
Y Estela Guedes utiliza este mecanismo de una forma verdaderamente sorprendente.
En su libro no hay espacio para ocultar las verdades; y sin embargo, nos las trasmite de una forma donde prima la poética. Es decir, Estela Guedes nos recuerda la importancia de la Poiesis; entendida como creación; por lo tanto, capaz de transformar la realidad.
Y si hablo
de Poiesis, y de su poder de transformación –en la obra que nos ocupa–, es
porque si el lector lee todos los poemas, si es capaz de luchar contra sus propios
prejuicios y tabúes, sobre todo si es capaz de vencerlos, al final sentirá que de
una u otra forma él ha nacido de nuevo; que es otra persona. Es decir, se
ha cambiado de máscara. Y si afirmo esto es porque hay que tener en cuenta
la etimología de la palabra Persona, del griego Prósopon. O sea, la
máscara que los actores se ponían para hacer énfasis en los diversos sentimientos
que querían mostrarle al espectador. Además, la máscara tenía una abertura a la
altura de los labios por lo que las palabras salían con fuerza de la boca del actor
y podían ser fácilmente escuchadas por el auditorio. Y las palabras –léase texto–
incidían directamente en el estado anímico de los espectadores, podían pasar de
la hilaridad a la tristeza y al llanto.
Clítoris Clítoris, el poemario
de Estela Guedes, no nos produce ni hilaridad ni llanto; en cambio si nos produce
tristeza, rabia, cólera, indignación; queremos aullar de dolor ante la terrible
condición de la mujer en la sociedad patriarcal. Es un libro que explora, denuncia,
hurga en la condición de la mujer, en su sexualidad y en el sitio infame que ocupa en el patriarcado.
El Clítoris,
ese pequeño órgano, cuya función principal es el placer sexual de la mujer, es ignorado
y convertido en algo vergonzoso. Tan vergonzoso
que ni siquiera lo nombramos; y lo que no se nombra no se conoce, no existe. O bien
se mutila; como es la circuncisión femenina –más conocida como ablación–;
una práctica aberrante que se lleva a cabo en muchas comunidades musulmanas, en
algunas tribus animistas del África negra, incluso en algunas comunidades cristianas
y judías. La mutilación genital femenina es una práctica atroz practicada también
por la comunidad Embera Chamí (Colombia) a las bebés recién nacidas.
Por supuesto
Estela Guedes se pregunta cómo es posible que esto ocurra en comunidades tan disímiles
y tan lejanas las unas de las otras.
¿Por qué se
repiten gestos antiguos
en diferentes
partes del mundo que no se relacionan entre sí?
¿Sin conexión
geográfica?
¿Acaso es
un mandato divino?
¿Sólo por
el deseo de penetración?
O bien, en
un momento dado,
¿Era el mejor
remedio? (Poema Clítoris)
De la denuncia
pasa luego a hablar sobre el placer, el goce sexual, sobre la importancia de conocer
nuestro propio cuerpo, de aventurarnos en él, de tocarnos, de penetrarnos con nuestros
dedos:
Usted sabe
o no sabe
Es cero o
uno
El discurso
digital no admite errores
Y el discurso
genital tampoco.
Saber o no
saber
En la mejor
o en la peor
De las hipótesis
–escoja–
No habrá hijos.
Sin embargo,
los dedos analógicos
Pueden cometer
errores enormes
Como navegar
felices
En la brisa
de terabytes
Y así y todo,
llegar a buen puerto. (Poema Códigos)
Si la ciencia
no sabe que ese capullo,
que sirvió
a Orson Welles
para crear
su Rosebud,
es el órgano
del placer femenino
Yo, y mi privado
conocimiento de mujer,
Garantizo
que el clítoris es el órgano
Gracias al
cual la hembra escoge al macho.
Es más: como
suele ocurrir
En algunas
especies animales
Y cuando su
población carece de hembras
Permite que
los machos se transformen
Y pongan huevos
que perpetúen la especie
De la misma
forma el capullo del clítoris
dará lugar
a dicho prodigio. (Poema Clítoris)
Clítoris Clítoris es un libro
soberbio, nunca había leído un poemario con una carga feminista tan importante y
tan contundente. Estela Guedes se aleja de los discursos repetitivos de muchos grupos
feministas que son incapaces de ir más allá de las teorías de sumisión y vasallaje
que tan bien conocemos. Teorías incontestables, no dudo de ellas; sin embargo, la
mayoría evita hurgar en ese espacio recóndito, oculto que es el clítoris, la vulva,
los ovarios; entre otros órganos de la anatomía de la mujer:
Muchos dirán
que debería darme vergüenza
De escribir
estas palabras
Vulva, clítoris,
vagina, himen, pene
Y algunas
otras.
Y sin embargo,
¿a ustedes no les da vergüenza
La xenofobia,
la pedofilia
Flagrante
en la nave central de las catedrales
Más imponentes?
¿No les da
vergüenza la discriminación
Social y la
de la mujer?
¿Y ustedes
que reaccionan
En contra
de un váyase a la mierda
No tienen
vergüenza de pegarle a los hijos
Y de beber
hasta caer podridos/as?
¿Esas mujeres
con las manos atadas, heridas
adentro o
afuera
torturadas,
reducidas a la esclavitud
violadas en
los huecos de calles oscuras
y en el espacio
burgués de una cama doble
por sus propios
esposos?
¿No les da
vergüenza? (Poema Vulva)
Lo que me
hace recordar un escándalo que hubo en Colombia en agosto de 2014 por una exposición
precisamente sobre la Vagina: Mujer en custodia, de María Clara Castillo;
bajo la curaduría de Constanza Toquica que programó el Museo Santa Clara (Bogotá).
Pues bien, dos senadoras del partido Centro Democrático (en realidad un partido
de extrema derecha –fascista es la palabra adecuada–) pusieron una tutela para evitar
que la exposición fuese inaugurada; por fortuna perdieron y Mujer en custodia
pudo abrirse al público. Y como sucede siempre con la mojigatería y las posiciones
pacatas de los fundamentalistas religiosos, la exposición tuvo muchos más visitantes
que en tiempos normales; en otras palabras, al desear a toda costa prohibir la exposición
lo que hicieron fue hacerle publicidad y por lo tanto la gente tuvo una gran curiosidad
por ver con sus propios ojos que era lo que esas dos senadoras consideraban pecado e incluso herejía. En esa época escribí
lo siguiente:
¿Y cuál es el problema de ilustrar o representar
una vagina? ¿Acaso las mujeres, portadoras de este spelaion magnífico, no vienen
desnudas al mundo? ¿Y los hombres? ¿Acaso nacen con una hoja de parra que les cubre
su miembro?
El miedo al
desnudo femenino, léase a la vagina, comenzó a ser una verdadera pandemia con la
llegada del cristianismo. Pero sobre todo cuando la misma Iglesia se encargó de
prohibir que hombres y mujeres posasen desnudos.
Esto último
es muy importante tenerlo en cuenta puesto que la mayoría de las religiones manipulan
a la mujer a través del control perverso de su sexualidad. Y es ese control el que
denuncia Estela Guedes en este maravilloso e inédito poemario-ensayo. La imposición
de la sumisión absoluta al hombre, el olvidarse por completo de sus propias necesidades
y de sus propios anhelos, el desconocer su propio cuerpo y por ende su sexualidad
y el placer que una práctica consensuada puede dar, han reducido a la mujer durante
centurias al gineceo y a la eterna figura de reproductora. Y cuando se ha salido
de ese canon entonces se la ha vilipendiado, humillado, pisoteado. Es cuando se
la trata de puta, sinvergüenza, guarra, callejera e infinidad de otros epítetos
que solo buscan degradarla o incluso negarle el estatus de ser humano como cuando
la llaman perra.
Espero que
este poemario-ensayo se convierta en una lectura necesaria en el interior de la
familia, de los grupos feministas, de las asociaciones masculinas; espero que sea
una lectura que se haga en colegios y universidades. Espero, incluso, que a algunos
poemas se les ponga música y que no sólo sean leídos en voz alta o recitados sino
cantados a capella o con el acompañamiento
de un instrumento musical. ¿Qué tal si algunos poemas fuesen convertidos en fado?
En momentos
históricos como Me Too, o el de Las Tésis en Chile, es imperativo que las mujeres
levantemos nuestra voz y clamemos por el derecho inalienable que tiene todo ser
vivo a gozar de una sexualidad plena, satisfactoria; donde la palabra orgasmo no sea prescrita; donde hombres y
mujeres sepan que el clítoris existe y que es un órgano de placer y satisfacción
física y mental. La mutilación genital femenina no sólo se hace con una burda y
terrorífica cuchilla de afeitar sino con los tabúes religiosos y socioculturales.
Por eso Clítoris Clítoris, de Estela Guedes, nos abre nuevas sendas de libertad,
nos invita a ser insumisas, rebeldes, autónomas; y sobre todo nos invita a conocer
la dicha que otorga el placer sexual. En otras palabras, nos invita a SER, a EXISTIR
y a ocupar un verdadero lugar en el mundo.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955) realizó estudios de literatura en la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá), un Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura en la Universidad de la Sorbona (París-Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas. Publicaciones: Un regalo para la abuelita y Léeme una poesía con la luz apagada (literatura infantil), …de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos (manual de literatura infantil y juvenil), Las cuatro estaciones, Féminas o el dulce aroma de las feromonas, seguido de Voces del silencio y un ensayo ¡Cuidado! Escritoras a la vista… Ganadora del Premio Especial, fuera de concurso, Ediciones Embalaje del Museo Rayo 2010. Se desempeñó como docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas. Durante 10 años trabajó en la Unidad de Cultura de la Alcaldía de Manizales.
JORGE DE LIMA (Brasil, 1893-1953). Poeta, ensaísta bissexto, artista plástico. Sua obra está ligada à segunda geração do modernismo brasileiro, apresentando traços do surrealismo e símbolos religiosos e pagãos da cultura negra. Misticismo mágico que melhor o situa como um mestiço lírico, e ele próprio um dia diria: O lirismo perdeu a sua liturgia. Esta liturgia era exatamente o que sempre buscou recuperar, tendo se aventurado por diversos modos de composição, do soneto ao poema branco e a poesia épica. Em uma dessas vertentes criativas enveredou pelo recorte fascinante da colagem surrealista, seu grande poema plástico, que o traz à nossa edição como artista convidado.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 04 – TRIPLOV (PORTUGAL)
Artista convidado: Jorge de Lima (Brasil, 1893-1953)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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