sexta-feira, 15 de agosto de 2025

CARLOS BEDOYA | Punto seguido en tres recuerdos

 


1 El amado

 

Mi Amado, las montañas,

los valles solitarios, numerosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos.

 

SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual

 

1. El sol ausente. La vida bulle bajo sus labios. Vamos en la oscuridad, caminando a tientas en busca de lo imposible, el sueño del Amado, aquel que es todas las cosas y ninguna, aquello que es los valles y los ríos que circundan el encuentro, los seres que habitamos para suscitar las fuerzas propicias al dios que brota como un girasol sobre la hierba. Buscamos, de algún modo, sin buscar. Si en un sitio se produjera un encuentro definitivo. Pero la muerte sabe bien de lo definitivos que pueden resultar esos encuentros, siempre escalas fugaces, momentos donde el tiempo se detiene y cuelga del alambre en el patio luminoso poblado de azaleas. Mujeres de miradas vacías sirven el vino a los exploradores del cáñamo que descansan por un instante junto al claro del bosque. Lo inesperado surge como un fulgor en la noche haciéndonos caer al río. La vida es entonces el amor; el amor, la entrega a la devoción del Amado, el Amado imposible que la imagen persigue en una infinita cacería.

Abrimos las ventanas en la noche insomne y de súbito la habitación se ilumina. Los petirrojos cantan en el jardín encendido. Algo como un venado hace latir el corazón de esta noche misteriosa. Sin palabras, tampoco el grito alcanza nuestra garganta. Sentimos miedo, pero sufrimos con alegría; una angustia nos conduce, pero nuevas fuerzas brotan y se unen y separan, y vamos a la deriva con la risa de los labios amados. Corre el agua rumorosa en el lejano lavadero. Cae el agua en la espera del furtivo.

Nubes rojas, púrpuras, doradas, visitan el cielo próximo al santuario. Morada de dioses desconocidos este cielo recubre otra habitación de la fortaleza. Extraño lugar donde me experimento como sombra atada a cables de alta tensión, caminando sobre el muro que bloquea el umbral. Gris. Amanece. No soy más que las cosas que me rodean, consumiéndome.

 

2. La dicha, la alegría, el éxtasis, la risa, la música, el baile, son estados que rodean la experiencia de lo divino. Esta apertura a los dioses es una fiesta, una celebración. Lo divino, lo deseado, es amado, poseído por un momento y su encuentro produce la exaltación de la danza y el canto. La palabra acude como otro sonido, eco de un acontecimiento del universo, al festín de la vida que se embriaga, perdiéndose, sumiéndose en las formas y el vacío. Lo sagrado, lo erótico y lo poético nos abandonan a un cosmos de relaciones con poderes ocultos sobre los que la racionalidad dominante despliega el signo del mal. Experiencias ajenas al hombre de la moral, hombre al cual su debilidad le impide acceder al movimiento devorador de la muerte. Experiencia interior que involucra al todo. Totalidad por la que accedemos al vacío de lo informe y lo maravilloso.

 

3. La relación entre la poesía y la mística se manifiesta estrechamente a través de la historia de ambas experiencias. Si bien la experiencia griega no es exactamente mística hay allí una relación con los dioses que la modernidad (a partir de los románticos y Hölderlin) ha pretendido recobrar. Nexo entre el poetizar y el trance místico que la Edad Media también afirmó, aunque fuese solo en relación a un dios personal:

 

Ve lengua y canta las glorias

del cuerpo misterioso.

 

SANTO TOMÁS DE AQUINO

 

En la unión mística el poeta ha sabido reconocer el encuentro que acontece en el lenguaje. El misterio, el enigma, la paciencia, la espera, el olvido de sí, la memoria de algo originario, la soledad esencial, el sentimiento del tiempo y del hombre como ser para la muerte, ligan al místico y al poeta. Dimensión del ser, dimensión de lo sagrado; el poeta, según Heidegger, instaura al ser en la palabra. Modernamente el poeta vuelve a ser un médium, un entre a través del cual se produce la forma y en donde el rayo de los dioses y el ser del poema se confunden en uno solo.


Hoffman, Novalis, Schiller, Hölderlin, Blake, Nerval, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Breton, entre muchos otros, experimentaron la poesía como contacto con un fuego sagrado y la vida como un consumirse en ese fuego. Escribir es entonces un movimiento análogo al de la creación. Cuando los dioses se han ido y el día se ha ocultado para nosotros, solo nos queda el desamparo de la noche sagrada, la eterna errancia por los países nocturnos, gracias a la cual nos es posible recobrar el sentido de la tierra. Gracias a este sentido la naturaleza sobrevive como imagen en el poema. El poeta ve las cosas, no las observa para dominarlas. Se convierte así en un trabajador a quien nadie ve trabajar. Concebido de manera distinta del orden práctico el trabajo es juego, creación. Se satisface no en realizar un fin sino en algo desprovisto de propósitos, un acto por el cual las criaturas que duermen en la naturaleza se iluminan. Pero el poeta moderno permanece muchas veces inconsciente del poder que por medio suyo ejerce lo desconocido. Como escribe Georges Bataille, un artista, lo más a menudo, no quiere ver que el arte le propone crear un mundo semejante al de los dioses, o, en nuestros días, semejante a Dios (El Culpable).

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 46, 2004.

 

 

2 El olvido del ser

 

Los dioses se acercaban vestidos de seda, por eso pudimos reconocerlos.

 

JOSÉ LEZAMA LIMA

 

En la tradición del pensamiento occidental se ha tomado el decir por un enunciar y el pensar como un percibir dentro de los límites de una razón. Eso se hace patente en la traducción usual del aforismo de Parménides: Se requiere el decir, así como el pensar que el ente es. Tal traducción es discutida por Martin Heidegger en ¿Qué significa pensar?, y su cuestionamiento implica a la vez la pregunta por la forma tradicional del pensar hasta nuestros días.

La traducción propuesta es la siguiente: Se requiere el dejar subyacer, así como el tomar en consideración: ente siendo. El pensar no se toma aquí como un apresar para poner enfrente de un sujeto, movimiento propio de la representación. El pensar representativo se produce mediante una negación de las cosas, a través de la separación entre lo sensible y lo suprasensible y el privilegio que esto último recibe como verdad en tanto es abstracción o concepto. La representación prohíbe el subyacer de las cosas, lo aniquila. Esto se relaciona con el hecho de que no se deja ser al ser, puesto que este es violentado por una voluntad de venganza, la cual apresaría las cosas por medio de un alejamiento del instinto considerado algo bajo. Este punto nos remite a la existencia de la moral y específicamente de una moral nihilista. Este nihilismo respecto de lo sensible (empezando por el cuerpo) se da al tiempo que se concibe la razón como lo supremo y el conocer como una forma de apaciguamiento.

Es decir, pensando como un dejar subyacer, como un poner, como un dejar entrar previo al pensamiento, o sea, al tomar en consideración, trae a cuento el problema del olvido del ser. Olvido que se vincula con la pregunta por lo qué es el ente y con la actitud ante la nada. Esta actitud ante lo que aún no es, se proyecta en la negación del devenir y va acompañada de un sentimiento culpable. El olvido del ser corresponde al cierre de la dimensión de lo sagrado.

Acontecimientos que se manifiestan en la palabra. Es esto lo que liga el pensar y la poesía como formas de un decir esencial en tanto pone de presente lo que es. El pensar dice el ser, la poesía nombra lo sagrado. Abismos, cortes de aire. El salto, la caída. El tigre y el águila son (para Zaratustra) lo característico del poeta. Sobrevolar abismos, saltar sobre las visiones en el momento exacto, o sea, de improviso.

Aquí el ser se toma en cuanto presencia, el ente es lo presente, el ser se afirma como un alegre asistir a lo presente. El tiempo del mundo se rompe, ya que no se trata del presente como una categoría temporal. No hay pasado ni futuro, existe el devenir del instante que siempre dice comienzo. Por eso el poner, el hacer presente, no es un acto de los hombres, porque en la dimensión del lenguaje acontece la identidad infinita, es decir la explosión del nombre propio, la disolución de la identidad personal.


Puesto que el tiempo del mundo se destruye, igual cosa debe ocurrir con sus correlatos: Dios y el Yo. El hombre no existe en tanto ente privilegiado, existe su identidad de sujeto disperso en las cosas. La obra de arte muestra y disimula lo indecible, lo no dicho. El pensar poemático busca experimentar lo no dicho, lo impensado. La dimensión de lo sagrado es la de los dioses a donde asisten los mortales, habitantes del cielo y la tierra. El cielo es el lugar de medida, de la claridad, es el sitio del fuego divino. La tierra encierra lo caótico, lo desmesurado, lo oscuro. Lo sagrado se experimenta como ausente, como innombrable. Nuestro tiempo es el de la ausencia de los dioses, es un tiempo de penuria. El desamparo nos sitúa en la noche sagrada en la cual la tierra deja de ser lo extraño. Esta noche nos envuelve en una red de laberintos sin salida, la existencia se hace al riesgo de asumir la noche y el arte un poder de iluminación de lo nocturno. Lo sagrado es el poema, el fuego divino es robado por el poeta. Lo divino es aquello inhumano, que está por encima del hombre, es lo que no muere. Lo sagrado abre el tiempo de lo eterno, lo suprahistórico, un tiempo que no transcurre. Acontece en este camino la aparición de lo divino, lo enigmático, lo musical. Al dejar subyacer, al dejar estar presentes a las cosas nos abrimos al problema de lo Otro, campo de la convención significante donde (entre líneas) ello adviene a nosotros. Es decir que lo sagrado es el lenguaje mítico, un área de oscuras luces donde hogueras se levantan sobre troncos de árboles. Esto nos lleva a plantear el problema de la prohibición y el deseo. La pregunta por el ser se extiende a la totalidad de las cosas y los hechos. La represión de la angustia en la cual la nada se hace visible, es síntoma de una ley y exige indagar respecto a las ataduras que generan el olvido del ser. Porque al igual que la clausura de lo sagrado, esta interrogación se mueve junto con la del olvido del juego y la separación de la naturaleza. Al definir al hombre como animal racional se ha llegado a tomarlo como no-naturaleza, cosa posible mediante la enajenación del cuerpo vía la estructura social. Esta enajenación constituye el bloque esencial de las fuerzas deseantes y es productora de un cuerpo orgánico, quizás por paradoja simultánea y completamente castrado.

Pensar la existencia como insistencia en el ser conlleva el análisis y la necesidad de transformación de una cultura fundamentada en la mutilación del deseo, que es el origen no representable de la representación. Tajos de rodilla caen desde la lámpara. Un sueño apagado extiende su humo en esta penumbra de mesa sobre la que alguien escribe.

La luminosidad del ser (que permite la pregunta por el ente) es inseparable de lo sagrado en el poema. Ambos requieren una disposición esencial: la de escuchar, la de asistir: …se trata de poder oír la atribución del ser, Beda Allemann, Hölderlin y Heidegger.

El sonido de las plumas roe la quietud anhelante de una jaula abierta. Para oír es necesario callar. En el silencio nos abrimos a la existencia porque empezamos a oír música. En el oír adviene lo impensado, por eso se dice que no llamamos a los pensamientos, ellos nos llegan, somos pensados. ¿Qué nos significa que pensemos? ¿Qué nos convoca a pensar? Esto que nos incita tiene el carácter de un designio, de un requerir. Cuando estamos en el desierto algo nos mueve a insistir en el asombro por el ser que se sustrae. Para dejar atrás este olvido es necesario el recuerdo visto no como rememorar sino como una gratitud, un recogimiento en torno a aquello digno de ser pensado. Es esto lo que debe ser tomado en consideración al permitir el advenimiento de lo subyacente en el campo del lenguaje. Pasado el silencio la palabra repercute distinto.

Alguien decía que el proceso de pensar se despliega en una búsqueda creadora del cuerpo. Tomar en consideración al ente siendo, trastorna toda la sensibilidad de una cultura racionalista. La clausura del pensar representativo nos convoca a las figuras de la alegría, a los desgarramientos del fuego recuperado. Por eso todas esas palabras son ceniza en tanto que se deja de nombrar la exigencia que nos une a la tarea de pensar.

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 52, 2009.

 

3 Entre los quehaceres del sueño: la revista

 

Ajenos, usualmente, a los avatares de la mera actualidad y a las astucias de una cotidianidad sin nexo alguno con los rigores del placer; el pensamiento y la sensibilidad reclaman, por tiempos, un medio de expresión que, sin llegar a la exhaustiva determinación implicada por el libro, permita una cierta permanencia, de algún modo una fijeza, una duración distinta, simultáneamente a la efímera vida del periódico, el cual cuando mucho, logra anclarse en el tiempo de manera momentánea, bajo la forma de una separata: el suplemento literario. Sin embargo, y por lo general, el suplemento o magazine no suele ir más allá de una revista de revistas, una combinación, más o menos coherente, de temas, géneros, cartas del lector, crucigramas y reseñas bibliográficas.


Considerada en sí misma y en la mejor acepción, la revista reúne o concilia cierta divergencia y permite que se lance una segunda mirada (no un segundo vistazo, como dirían algunos). Es una materia múltiple y viva que en razón de su movimiento interno tiende a escapar, a ocultarse, cuando tan solo es enfocada de paso. De ahí que en la revista pueda encontrarse, sin lugar a dudas, un tipo peculiar de literatura que en ella tiene su vehículo más apropiado, según reza en las enciclopedias. Obvia referencia a esta especie de fascinante miscelánea de relatos, poemas, ensayos, traducciones o reportajes, diagramada con una variedad de ilustraciones dispuestas con un amplio espíritu de goce, poniendo en marcha una manera de exaltar tanto su contenido como la imaginación.

Y cuando aludimos al ver y al mirar resulta inevitable referirse al pensar y al sentir en tanto que estas dos formas de la subjetividad suscitan, paralelamente, vías de acceso para la comprensión de los diferentes niveles de realidad, dentro de los cuales se enmarca nuestra experiencia. Niveles que al confundirse oscurecen la visión tornándose cada vez más intrincados, hasta convertirse en un laberinto donde –hoy más que nunca– es necesario aguzar el ojo, situar la vista en una perspectiva inalcanzable para quien no ha educado el mirar hasta el punto de transformarlo en un haz de luz, un punto de apoyo siempre perdido y, no obstante, recuperado gracias al trabajo, habitualmente tortuoso, de aprender a ver, retornar a lo visto y observarlo, decantarlo y escanciarlo de nuevo, hasta sorberlo como un largo trago de cielo rojo tras una burbuja de cristal meticulosamente cortada.

Llegamos así a pensar el modo propio de estructurar y poner en funcionamiento una revista, incluso más allá de sus recónditas raíces históricas, el Bureau d’Adresse, por ejemplo, fundado en París en 1633 por Teofrasto Renaudot.

Desde dicha óptica, la revista (definida, seamos claros, en términos abstractos) adquiere varios perfiles: creativo, crítico, plural, universal y lúdico, antes que nada. Requiriendo además de cierta audacia, de una voluntad innovadora y abierta a la diferencia antes que a la monótona repetición de lo mismo. Y decimos esto, dado que muchas veces –y en aras del facilismo– se cae en un malentendido: el de concebir la revista a imagen y semejanza de un cuaderno de recortes. O sea, en lugar de estimular la epifanía de nuevas vertientes, la apertura de nuevos caminos, se prefiere recopilar y mezclar sin escrúpulos textos tomados de aquí y de allá, sin cohesión alguna, sin molestarse los advenedizos que hacen esto en dar al menos el crédito correspondiente a las fuentes de las cuales beben, eludiendo, por decir poco, hasta mencionar el nombre de los traductores del material que se apropian para su lucro personal, por ejemplo.

En resumen, la revista deviene, en el mejor sentido, una condición de posibilidad para los quehaceres del sueño, un campo fértil donde tenemos la oportunidad de ahondar, remover y abonar para que brote como una flor ártica el luminoso pensamiento de Jean Arthur Rimbaud en Una temporada en el Infierno: la mano que maneja la pluma, vale tanto como la que conduce el arado.

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 52, 2009.




CARLOS BEDOYA (Colombia, 1951). Poeta, ensayista, traductor y programador musical. Filósofo y licenciado en Letras de la Pontificia Bolivariana de Medellín. Dirigió y coordinó la revista Escritos en su primera época. Ha sido también director de distintos programas de jazz y rock en emisoras culturales de la ciudad. Colaborador permanente de revistas como Punto Seguido, de la cual es miembro y de periódicos como El Mundo de Medellín. Su poesía inaugura un tono diferente en su dicción y sus temáticas ligadas a la experiencia con la música, las visiones sicotrópicas, el erotismo y el sueño. Igualmente, como ensayista, realiza una labor importante y lúcida. En 2002 se publicó en Londres, Inglaterra, su traducción de La Escultura, del poeta hindú Aminur Rahman. Distintos trabajos suyos han aparecido en antologías realizadas dentro y fuera de Colombia. 
Crédito de la fotografía: Jairo Ruiz Sanabria.




JUAN CARLOS JURADO REYNA (Ecuador, 1980). Artista plástico. Para él, la pintura es un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas cuyos significados solo el espectador podrá descifrar, pues toda obra de arte tiene dos creadores: el autor y quien la contempla con mirada crítica y reflexiva. Entre sus logros destaca la autoría del mural del oratorio del Seminario Mayor San José en Quito, realizado en 1998. En 2024, presentó la exposición Tiniebla Sagrada en la Galería Bastidas. Esta serie también fue exhibida en la Feria AQ Arte Quito 2024 y en la Casa de la Cultura Núcleo del Chimborazo, consolidando su propuesta artística. Ese mismo año, concluyó el mural en la pared central del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Posteriormente, desde febrero hasta marzo de 2025, su obra fue expuesta en el Museo Muñoz Mariño, ubicado en el tradicional barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito. En 2024, presentó el libro Tiniebla Sagrada, una obra que fusiona la poesía de Rocío Soria con sus reflexiones y pinturas, creando una profunda conexión entre palabra e imagen. Entre sus encargos más destacados de 2024 se encuentran dos retratos: uno en homenaje a la poeta Violeta Luna, organizado por el Fondo de Cultura Económica, y otro en honor a Hermann Schirmacher, uno de los fundadores del Hospital Vozandes. Ahora se encuentra con nosotros, como artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

CODINOME ABRAXAS # 05 – PUNTO SEGUIDO (COLOMBIA)

Artista convidado: Juan Carlos Jurado Reyna (Ecuador, 1980)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2025




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