sexta-feira, 15 de agosto de 2025

CARLOS EDUARDO PELÁEZ PÉREZ | José Lezama Lima y Carlos Obregón

 


1 José Lezama Lima y la erudición alemana

 

La universalidad de una obra de arte, de una teoría poética, no puede tener como baremo los errores, las falsedades, la ignorancia, los descuidos. Cuando un crítico se asoma a la obra de un autor y lo acompaña, no solo sus prejuicios culturales, académicos, sino un desconocimiento de lo fundamental en la crítica, sus ideas se convierten en algo ajeno a lo que se debe señalar. Las páginas como aplauso, como gestora de grupos, de amiguismo extremo, no pueden considerarse propiamente bajo el género de la crítica. Pero tampoco el que deja que el rigorismo académico seque las carnes salvíficas de la imaginación. La imaginación es el territorio propio donde la juventud señala la pasión, el atrevimiento, el descuido, la fuerza. No hablo de la juventud específica de éste o aquel autor, señalo la juventud de una cultura, de la fuerza como ésta penetra en las conversaciones con otras, realizando diferencias, apropiaciones de lo real, innovaciones históricas, maneras de asumir las tradiciones; en una palabra, la autenticidad de un pueblo que habla a través de los agujeros maravillosos de la obra de arte.

El Coloquio Internacional celebrado en el Centre de Recherches Latinoaméricaines en l’Université de Poitiers en 1982 [1] fue dedicado a la obra de José Lezama Lima. En él críticos literarios de universidades de Europa y América se dieron cita para esclarecer, situar, comprender la obra de un autor que ocupa los primeros espacios en el ámbito de la lengua española y se ha erigido como canon de la abundancia imaginativa de un continente, donde la juventud devora los frutos ajenos fingiendo hambre para no ser, a su vez, devorado por el infierno de la culpa y el señalamiento del juez con toga de nieve. El profesor Horst Rogman, de la Universität Bonn, expuso unas páginas que las llamó Anotaciones sobre la erudición en Lezama Lima.

En este papel quiero poner mi atención sobre algunas reflexiones anotadas por el profesor Rogman, que intenta aclarar por qué el autor latinoamericano no puede alcanzar al lector europeo, debido, anota el profesor, a la exigencia de altura erudita y conocedor de la ciencia literaria que cualquier europeo requiere para llenar sus momentos de soledad y sabiduría. Paralelamente deseo mirar algunas reflexiones de las raíces propias de la crítica literaria, esto es, el poco leído y mal traducido libro del Anónimo o Pseudo-Longino: Perí Hypsous. [2]

Este papel no tiene la virtud de la puntualidad, de ser una respuesta inmediata sobre lo anotado por el profesor Rogman; obedece a un infinito aprecio y agradecimiento a la obra de Lezama Lima, a su originalidad extrema, a su impecable moral como poeta y narrador. Ésta es una pequeña parte del pago que adeudo en forma copiosa a quien me permitió abrir agujeros por donde he podido ver la osteína de una tierra donde la irresolución de la sangre camina al unísono con las alegrías bondadosas del sol y la dulce agua de la pera.

Dice el profesor de Bonn: Pero Lezama, quien con primor cultiva la fórmula neobarroca, contribuye también a robustecer los prejuicios, no siempre injustificados, frente a la producción cultural de su continente, por ciertos rasgos de su escritura... Me refiero a las incorrecciones, algunas incorrecciones, de Lezama, que creo que no son tan irrelevantes como a veces se afirma.

El crítico se lanza en ristre contra el equipamiento cultural de Lezama y le atribuye la indeleble culpa de ser un generador de prejuicios que haría pensar a un culto lector europeo la razón por la cual la literatura latinoamericana debe reposar en su insularismo y poquedad. Podría argumentar (ese hipotético lector) que si el escritor dice con medios defectuosos lo que quiere decir, a lo mejor no es capaz de decirlo bien o no hay gran cosa que decir. Con lo que daría cabida al prejuicio de que la literatura latinoamericana no puede equiparse con la europea, y menos superarla, porque en este caso malogra la síntesis entre los elementos propios y los de fuera, ya que los de afuera se incorporan mal. Si este hipotético lector tiene ese tipo de conclusiones, intuimos que es un pedante hegeliano que no sabe lo que es incorporar sin producir esas insoportables síntesis. La incorporación se realiza dentro de una sustancia o cuerpo enigmático que elabora lo incorporado no con la precisión del rigor mortis, sino con los frutos que muestran la emoción extática del creador, que ante un abismo coloca una palabra. Las síntesis hacen parte de la teleología racional que distribuye una realidad tan lógicamente medida que hace imposible habitarla. La incorporación tiene que ver no solo con el diseño del lugar sino con la posibilidad de habitarlo.


Dice además el profesor: porque la palabra del autor se hace poco fiable… porque imita el discurso del científico, pero carece de rigor… sus transgresiones a la ortografía, sus falsas citas, no obedecen al artificio literario, sino que se deben al descuido o la ignorancia, pierden por lo menos su posible eficacia demoledora de códigos o hábitos culturales, y más su eficacia de fundamentación de ideas del propio autor. La fundamentación no la realiza la correcta ortografía de un idioma distinto al materno, las falsas citas y la mala ortografía se deben al descuido, al desprecio de tratar de aparentar, de ahondar la creación sin imposturas en el espacio imantado de lo poético. Veamos el texto del Pseudo-Longino para hallar una respuesta exigente a lo propuesto por el profesor:

 

¿Qué es mejor, en poesía y prosa, la grandeza acompañada de ciertos errores, o una correcta mediocridad, aunque enteramente irreprensible y sin fallo alguno?… La grandeza literaria ¿debe atribuirse, en justicia, a la cantidad o a la calidad de las virtudes?... Por lo que a mí respecta, yo sé muy bien que las naturalezas superiores no están en absoluto exentas de defectos; pues una perfecta precisión corre el riesgo de 149Efímera Palabra la trivialidad, y en todo gran talento, como en las enormes fortunas, debe haber lugar para un cierto desprecio, para alguna negligencia. Y acaso resulte del todo inevitable que los espíritus mezquinos y mediocres, al no exponerse jamás a riesgo alguno, al no aspirar nunca a las grandes cimas, los grandes espíritus en razón de su misma grandeza están expuestos a cualquier caída.

 

Resaltar los errores causa más huella que señalar los aciertos; esto es una fórmula proverbial que habita en todas las lenguas, en todos los seres humanos, como portadores de bajas pasiones. Pero esto no puede ser prurito para descalificar la creación de un pueblo entero y de uno de sus más grandes exponentes. Fijarse si el plural de un idioma o si el arcaísmo de otro o si la cita pertenece o no a tal o cual autor, o si el autor no estudió en los centros europeos o sus amistades no tenían el rigor del filólogo para criticar una fortaleza imaginativa, o si los fundamentos teórico – poéticos se realizan en una síntesis perfecta etc., es muestra clara de una vaciedad total de captatio benevolentiae, de ir en búsqueda de lo aparente, de un alejarse de la verdad, de no poseer un concepto del deber más estricto que la simple mirada del erudito. Este tipo de críticos son un ahogo, una muerte, no la fuerte asma que hace destrozar las palabras para que devengan en verdaderas señales, en hálitos de humo que orienten las vueltas del desierto, el naufragio, la incomprensión y dolor matutino, la suma de holoturias que encuentra cada hombre en cada incierto paso.

Lezama Lima hizo errores voluntarios o involuntarios de sintaxis, de ortografía, de fidelidad de citas, pero ese momento indica más abundancia que carencia, más sencillez que petulancia, más imaginación que razón. Lezama construyó un universo donde muchos encontramos la verdad, nos invita a realizar viajes, no por los vericuetos de la gramática sino por los pasillos de nuestra propia casa. Con Lezama no somos universales, somos nosotros mismos en conversación con elementos primordiales, no somos hijos de la erudición sino de la suave caricia del viento que se estira para dejarse acariciar.


Para concluir voy a referir una anécdota que contaba Eliseo Diego, creo que con ella damos claridad a tanto fuego hueco. Lezama era muy amante de viajes en coche preferiblemente en la noche. Una noche compartían un helado en el coche de Eliseo, éste, el padre Gaztelu y Lezama. Mientras lamía el helado les relataba sobre un teólogo de la edad media cuyo lugar de nacimiento, nombre y obras, él se inventó, para concluir que el teólogo afirmaba que santa Gertrudis descendió al infierno y lo encontró vacío. El padre Gaztelu, con información teológica, reprochó todo lo que narraba, arguyendo que era ficción, porque ni el teólogo ni las obras, existían. Lezama sin desprenderse del helado le respondió: ¿Qué mal hago yo al darle esperanza a todos los que mueren?

 

NOTAS

Publicación original: Punto Seguido # 54, 2011.

1. Coloquio Internacional sobre la obra de José Lezama Lima. Centre de Recherches Latino-américaines Université de Poitiers. Madrid, 1982.

2. Pseudo-Longino. Perí Hypsous. Barcelona, 1998. Trad. José Alsina Clota.

 

2 Los Paisajes Destruidos de Carlos Obregón

 

En la canción sopla el espíritu.

 

HÖLDERLIN

 

Umberto Eco recomienda que, si el autor es desconocido, se oriente al lector en un esbozo de su vida. Carlos Obregón Borrero nació en Bogotá en febrero de 1929 y murió en Ibiza, España, en el amanecer del primer día de 1963. Su obra yace quieta en pocos anaqueles de colecciones privadas. La biblioteca Luis Ángel Arango con sus filiales del Banco de la República, que suman quizás más de cinco docenas, solo tiene un leve comentario, un fugaz artículo de prensa. Algunas editoriales universitarias, bajo la tutela de poetas conocedores de la poesía colombiana, han rescatado para un reducido público una de las obras más demoledoras, precisas y hondas de la literatura nacional.

Su vicisitud poética se ha recogido, con la invaluable ayuda de Gilberto Abril Rojas y la desaparecida editorial de Procultura, en lo que podríamos llamar su obra poética: 102 poemas. La obra se divide en tres títulos: Distancia Destruida, Madrid 1957; Estuario, Palma de Mallorca, 1961; poesía inédita. Estamos a la espera de su correspondencia.

La poesía de Obregón es uno de los primeros arribos de la poesía colombiana al lenguaje universal poético, junto a la de Jorge Gaitán Durán (poeta con mayor difusión debido a su lenguaje erótico y su postura política), por las cuales nuestra poesía ha tomado mayor fuerza, un lenguaje más orbital, más humano. Si bien su poesía carga aún con cierto léxico que duerme en el cansancio clásico, su irrupción en una ruta de interioridad y exilio hacen de esta poesía un nuevo paisaje, un límite con las desgarraduras del ser, una oración que devora el silencio y el fuego, una soledad que se extiende más allá de las llanuras del alma.

Nuestra poesía se extendía en los ecos de la rememoración de paisajes de la naturaleza nativa, como una manera de exhibir, de recrear una tierra nueva que salía sangrante de su geografía y de su incipiente historia colmada de desalojos, matanzas y ausencia de los mínimos derechos. Pocos atisbos de una poesía a la ciudad se habían producido, entre los que debemos nombrar a Luis Vidales con su Suenan Timbres, 1924.

La poesía se recostaba en los sentimientos de nostalgia de una tierra que huía apenas se le aprisionaba y la palabra guardaba el sueño de los árboles, las bestias, los ríos y el profundo calor que despertaba el letargo más recóndito y fugaz. Obregón crea un país que se sumerge en la pérdida del pensamiento y hace brotar un ritmo nuevo, un tiempo que se derrumba, una noche que a tientas comienza a construir la ciudad de las estalactitas, del lugar donde se ausentan las palabras y una procesión de cipreses invade el espacio. Su mar es el remoto mar de los comienzos, del haz del abismo, donde el agua es la totalidad de las piedras y la lengua es el idioma vegetal que llega hasta los labios.

Su poesía se acerca al mandato de Bacon: la poesía como una doctrina. Su canto se desprende del silencio de los templos, de la fragilidad de los sentidos, del ardor inextinguible del espíritu que nos habita. Su fervor es hallar lo otro que golpea en la orilla que no vemos del todo, el instante ardiente que deja libres las criaturas con la liturgia silenciosa de la tierra.

El silencio es extático, el rezo infinito, la noche el lugar verdadero, el aliento donde se desperezan los abismos y los ángeles. El sí mismo, esa tautología tartamuda, habita en la sustancia del fuego; su poesía rescata los elementos de su condición paisajística y los coloca en las llanuras de la pregunta, de su consumirse y estar en el fondo del alma, de aquello que apenas rozamos con los dedos. Las cosas son el tacto, nos dice, el afuera que apaga las miradas y nos conduce a la atmósfera de dioses malditos y solo queda el recogimiento del cuerpo, el conocimiento del fuego, los ojos cerrados para mirar la hondura.


Su pregunta, ¿de dónde vienes?, lo lleva a descubrir el don, el brote incondicional de la gracia, el vocablo secreto nunca presentido, la palabra antigua que devuelve su misterio, y los elementos se convierten en santuarios que guardan el instante. Su geografía es el velo rasgado del ser; su historia, la liturgia de los astros, el despojo del cuerpo, la leyenda de las arenas.

Intuimos en esta palabra un cuerpo vencido y un alma que brota, única, originaria, sin nadie, desde los comienzos, sin precedentes, con orillas remotas que hablan del amor, del fuego que no se extingue y el cuerpo rodeado de un sueño de espuma, de un mirar sediento, de una carne palpitante que se devora a sí misma, envuelta en tiempo, en la distancia que se destruye para oír la voz lejana: aquella que habla la palabra angustia, la huida, la ausencia. El extremo viaje donde la plegaria erige sus columnas y el viento arrastra las cenizas.

Con su poesía asistimos a una madurez de la palabra, a una creación que ya no es la imagen del agua sobre las orillas, sino de la sed que hace brotar el alma rodeada de oscuridad y fuego. La palabra de Obregón no es la ciega intimidad de los amantes, sino el espacio original donde se eleva la huella mortal de la noche que habitamos. Su poesía es un espacio soberano que depone al rey para dejar entrar el devenir y a tientas rozar la eternidad contenida en los vocablos, en aquellas palabras guardadas en el fuego, en el ferviente rechazo de la crepitación del carbón y la insaciable hambre que devora la carne.

La pequeña obra de Obregón nos llena de alegría, del sobresalto de que aún todo no ha sido calcinado, no ha sido vendido en las ferias de la sangre, que aún no todo ha sido descubierto e invadido, que aún estamos rodeados de la gracia impar de la pregunta, que los golpes vienen de la oscuridad y que después de todo, en el fondo está Dios y basta.

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 57, 2014.




CARLOS EDUARDO PELÁEZ PÉREZ (Colombia, 1957). Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín); Profesor Universidad Tecnológica de Pereira. Cofundador de la revista Siglótica (Medellín). Ha publicado: El sistema poético de José Lezama Lima, Nuevo horizonte poético de la lengua española. La creación poética “Eunice Odio”, Los días de noviembre (Poesía). Y una serie de ensayos como: La creación poética Eunice Odio, Estuario de Carlos Obregón, El hombre planetario Jorge Carrera Andrade, Dulce María Loynaz, Platón y la educación: sobre el concepto de formación en la alegoría de la caverna, La amistad en Aristóteles un fundamento para los juicios éticos, El tiempo de Sirio, entre otros.




JUAN CARLOS JURADO REYNA (Ecuador, 1980). Artista plástico. Para él, la pintura es un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas cuyos significados solo el espectador podrá descifrar, pues toda obra de arte tiene dos creadores: el autor y quien la contempla con mirada crítica y reflexiva. Entre sus logros destaca la autoría del mural del oratorio del Seminario Mayor San José en Quito, realizado en 1998. En 2024, presentó la exposición Tiniebla Sagrada en la Galería Bastidas. Esta serie también fue exhibida en la Feria AQ Arte Quito 2024 y en la Casa de la Cultura Núcleo del Chimborazo, consolidando su propuesta artística. Ese mismo año, concluyó el mural en la pared central del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Posteriormente, desde febrero hasta marzo de 2025, su obra fue expuesta en el Museo Muñoz Mariño, ubicado en el tradicional barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito. En 2024, presentó el libro Tiniebla Sagrada, una obra que fusiona la poesía de Rocío Soria con sus reflexiones y pinturas, creando una profunda conexión entre palabra e imagen. Entre sus encargos más destacados de 2024 se encuentran dos retratos: uno en homenaje a la poeta Violeta Luna, organizado por el Fondo de Cultura Económica, y otro en honor a Hermann Schirmacher, uno de los fundadores del Hospital Vozandes. Ahora se encuentra con nosotros, como artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

CODINOME ABRAXAS # 05 – PUNTO SEGUIDO (COLOMBIA)

Artista convidado: Juan Carlos Jurado Reyna (Ecuador, 1980)

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