1 Feliza Burtszyn: cómo construir una escultura
Admiraré sin reservas a los escultores.
Que nos hagan las estatuas con carbón.
LOUIS ARAGON
De la escultura como escritura
Toda vez que la escritura, el drama de la escritura es provocado por la realidad
del sueño, la hélice del sueño que hacer mover lo inconsciente, la escultura, sobre
todo la escultura de Feliza Burtszyn (Bogotá, 1933 - París, 1980) lleva de inmediato
a establecer una relación con la construcción coherente de una forma, que no es
arbitraria ni es razonable, pero que sí se mantiene en movimiento –odia la inmovilidad–
como la prueba ideal de un deseo. La escultura de Feliza Burtszyn necesita de la
máscara de hierro, ella es la forma de su escritura. Un escultor también hace escritura
como un escritor hace escultura: la contención, la condensación les hace coincidir.
De modo que si como decía Paul Valery la realidad
es incomunicable, [1] podemos decir
que la escultura moderna no comunica, que la escultura de Burtszyn no comunica,
porque es inconsumible. Una escultura es interesante porque su realidad, su realización,
su construcción se debe a las estructuras del consumo, no a la estructura escultórica.
Nada menos irreverente que aquello que no se consume, o que si se consume –la risa
también se consume, se combustiona– se hace con la convicción de su irremediable
extinción. Inclusive podemos hallar, sin necesidad de ocultarlo, que consumimos
trascendencia, trascendentalidad, como un nuevo estilo. El texto de la escultura,
una escritura escultórica, una escritura musical, una escultura como la música.
No podemos medir la realidad; ¿por qué medir lo irreal, la cantidad de irrealidad?
Feliza Burtszyn leída aquí desde la melancolía de su fascinante rebeldía, desde
los sobresaltos de su revolución escultórica.
De las manos
Feliza Burtszyn lo dice todo de una vez. Todo lo tiene que decir, porque la
intensidad de invención –ars invenandi–
no le da un momento, la llena en toda su dimensión, le instaura un orden, un sentido,
que no puede deshacer, un nudo gordiano que no puede destruir por medio de una matemática
racional. La mano inventa porque es el hilo conductor del sentido, de lo verosímil
y lo inverosímil. Nada las puede contener en la teatralidad sutil de su gesto. Feliza
Burtszyn lo sabe, con ellas el ideal de la escultura es la maduración inconsciente,
violenta, fanática de la escultura; no es la obstinación constructivista de Pevsner,
no es la estética del hierro de Ramírez Villamizar o del mismo Chillida. De las
manos es del azar, de la danza interminable de lo intuitivo, del humor que hace
evaporar la superpoblación de la kantiana belleza, de los principios irrevocables
de la estética del orden, de la superstición de lo bello. La mano no es una ciencia
cuando halla el hierro -la idea escultórica-, es el principio de la invención. La
mano no es estética, es el símbolo de lo que excede a la estética misma. La mano
de Burtszyn es barroca, por ello podemos decir es moderna, nada más moderno que
lo barroco, nada más futurista que lo barroco; el barroco de Burtszyn es la mezcla
indisoluble de lo interior y lo exterior, porque ella necesita del Todo y en ese
Todo no hay ni exterior ni interior –no es el cinetismo, la velocidad–, es el drama
de lo inmóvil, del vacío. Todo eso, la inmutabilidad del artesano contra la movilidad
exhibicionista del artista, es lo que hace de su escultura un exorcismo hacia la
libertad del artista, como queda corroborado en Histéricas, 1968 o en Clitemnestra,
1963. No se burla, ironiza. Como dice Hans Georg Gadamer: El artista de la actualidad, sea cual sea su arte, tiene que luchar contra
una manera que embota toda sensibilidad. Precisamente por esto el artista actual
tiene que ofrecer excentricidades para que la fuerza persuasiva de su obra resulte
efectiva y la excentricidad se convierta en una nueva familiaridad. [2]
De la forma
La escultura clásica –¿no es clásico lo romántico? –, mencionemos a Brancusi,
Archipenko o a Lipschitz, para no invocar a Rodin, se inclina obsesivamente por
la forma; la forma es la que comunica el estilo, que se instala en un orden establecido,
en el que el volumen o la forma son determinantes. Para Feliza Burtszyn lo esencial
es la escultura poseída, poseedora, en el teatro, el teatro de la realidad, la ciudad,
mas no el espacio de la exposición. ¿Cómo posar una escultura allí? El teatro para
la escultura, no el parque, no la sala. El teatro de la forma, que no es solamente
del dominio de los que hacen el teatro, de los que saben hacerlo, de la construcción
teatral, sino del dominio del teatro en todos los sentidos. La escultura de Feliza
Burtszyn se halla en el teatro; la escultura en la misma intención, no se halla
en la escena, porque no la tiene; como el teatro moderno no tiene escenario es la
decadente estética del escenario. La escultura es la destrucción de un orden o no
es. El ideal escultórico de Giacometti, de Julio González o de Germaine Richier,
es la forma, el volumen, el vacío, pero llevados a la exterioridad, a lo exterior,
para hallar su dialéctica, su comunicabilidad. La escultura no está en el mundo
mientras que no la veamos, como una medusa no se halla en el mar mientras el mar
no la vea. El movimiento FLUXUS proponía
insistentemente una combinación irrevocable de la música, la danza, el arte, el
teatro etc.; ¿por qué no construir la realidad desde ahí, toda la realidad? Tenemos
una crítica, crítica del escultor demasiado imitativa de la ciencia escultórica
–de lo que se ha hecho–, ¿por qué no hacer una crítica artesanal, inspirada? Los
medios de comunicación no la consumen, como no consume el lector la obra de Burtszyn,
la invención de una forma, el drama de la forma, no el débil intento de una estilística.
¿No hace escultura la naturaleza?
Del orden de la tempestad
La gestualidad
Todo lo que se forma hace gesto. De la escultura al misterio hay un gesto, un
teatro. Lo inmóvil es la escultura pero lo inmóvil es también el teatro, el cine.
Toda medusa más que el narciso es escultórica. La medusa inmoviliza, el narciso
se mueve, pero locamente, pero se extravía, es el impresionismo no la impresión.
No a la balsa de Medea, sino a la balsa de Medusa. Los nombres, el nombrar
proviene de la inmolación de decir, de construir lo inconstruible; por ello Feliza
Burtszyn no se adhiere a esa intención escultórica de hacer una historia sino de
inventar los símbolos de una tradición; los símbolos desencadenan la realidad pero
no la encadenan. No puede haber nombre mientras exista la noche quemando, para hallar
su renacimiento, lo interminable. ¿Por qué no decir que el escultor es el arquitecto
de lo divino, o sea, de lo que posee el principio y el fin? Feliza Burtszyn conduce
la luz, no por una instalación, sino porque ella misma es la que nunca se instala.
Toda escultura muere porque es como nosotros.
NOTAS
Publicación original: Punto Seguido
# 32, 1993
1. Mi Fausto, Paul Valéry; Editorial
Losada, 1956. Buenos Aires, Argentina.
2. La herencia de Europa, Hans Georg-Gadamer.
Ediciones Península, 1990. Barcelona, España.
2 Hans Bellmer
En medio del total y más absurdo llamado a la evidencia, instalada como prueba
absoluta de lo real, no le quedaba más a Hans Bellmer (1902-1975) que hacerse a
una evidencia nueva. Esta sería llevada de manera irrevocable hacia la tensión esencial
de la obsesión, coincidiendo con la construcción intensamente irracional, de lo
que podríamos llamar una estética de lo maravilloso en la perversión; que no ha
sido más que la insistencia en la rebelión. Rebelión ante lo masculino en su relación
con lo femenino, que habría entonces de hallarse sometido no a las condiciones de
dominio oscuro de la evidencia sino de las tensiones que en cada instante son necesarias,
y que incluso es necesario incitarlas y provocarlas para que nunca sean lo mismo,
de modo que nunca sean prueba sino exhibición total de lo nuevo. Goce del instante
y perturbación inquietante sobre el sentido del destino.
Entonces lo que Bellmer intenta en todo momento es
provocar las revelaciones de lo oculto que hay en la tensión entre lo femenino y
lo masculino, como medio para poseer la conciencia y el conocimiento de sí mismo
y el sentido que tienen para él la provocación intencional e intensa. En la medida
en que no nos podemos hallar inmersos en la realidad, dada que ella ha sido escindida
de su totalidad, entonces no queda más que vivirla en esas tensiones que uno mismo
tiene que provocar. Ya la provocación y el escándalo no están en esa realidad sino
en uno mismo, y desde allí se hacen los movimientos necesarios, sutilmente se diseminan
construcciones nuevas en las tensiones y se buscan iluminaciones en la estructura
indecible de lo incidental.
Es lo que sería para Bellmer, el mismo que incita a
la revelación de estos incidentes de rebelión metódica y sin condiciones, pues se
inició y tuvo conocimiento concreto y fascinado de toda la revolución dadaísta,
lo mismo que el proyecto artístico de G. Grosz y su intervención decidida en el
movimiento de la Nueva Realidad, y se
relacionó en lo esencial con Heartfield y Schlichter, artistas de una considerable
sensibilidad irritada y crítica. Bellmer sabe entonces que la crítica a la realidad
ha de hacerse desde la mayor contención e irradiación de la irritación provocada.
Por eso es de una trascendencia incandescente transcribir
en su totalidad lo que dice en un hermoso ensayo André Pieyre de Mandiargues sobre
Bellmer:
(…)
las obras en las que pensamos enseguida son las poupées, las
muñecas; desde la primera berlinesa de 1934, hasta llegar a sus hermanas más recientes.
Las muñecas de Bellmer no son esculturas, son objetos en el sentido más estrecho
de la palabra y, curiosamente, es a ellas a quienes vemos inspirar y dirigir los
más impactantes dibujos y grabados del artista. Por medio de sus elementos intercambiables,
estas muñecas se prestan a esa suerte de perversión intelectual que es el juego
de anagramas con el cuerpo femenino, el cuerpo de la muñeca considerado como una
palabra o como una frase cuyas letras constitutivas son móviles partes carnales.
El humor y la crueldad son los dos polos de este juego, que está organizado como
una filosofía de aguda meticulosidad. Esta virtud humorística de la que ya hemos
hablado, y a propósito de lo cual es oportuno recordar que fue revelada por Breton
al comienzo de la última guerra mundial, adquiere una tendencia netamente sádica
en Bellmer, mientras que en Giacometti es más bien masoquista. [1]
Ellas se teatralizan con él. Este teatro, o el que
más se nos hace coincidencial con el de Bellmer, es el de T. Kantor, porque él decía:
En mi teatro un maniquí debe convertirse en
un modelo que encarne y transmita un profundo
sentimiento de la muerte y de la condición de los muertos: un modelo para el Actor
Vivo. Es la combinación de los sentidos y los músculos lo que hace sentir. El teatro
es poseer el ideal pero transformado y no cambiado por una necesidad racionalizada
y determinista de escandalizar. Teatro hace pues Bellmer y perturba, sin intencionalidad,
sino por lo mismo que hemos dicho, la medida de lo que hace en él, resultado de
su tensión. Tensión de uno mismo, eso es el teatro.
Nada puede hacerse para que eso se dé y para que cause
el incidente de la provocación, es lo que queda por hacer cuando la realidad ha
sido llevada a la nada. Y quieren que también la relación inescindible entre lo
femenino y lo masculino no sea el hilo intuicional para hallar lo nuevo en medio
de la muerte y el condicionamiento de los sentidos en su mayor momento del decirse
en su teatralización. Queremos decir: que la vida y la vida de los sentidos no se
puedan exhibir teatralmente. Dominio de la obscenidad contra la que está Bellmer.
Ella puede decirse que es insultada para que podamos decir el por qué y el para
qué, en el hilado de esas tensiones que los sentidos proyectan sobre la masa de
oscuro que quiere establecer como verdad del instinto, que no cede sino a la tentación
de la exuberancia. Verdad sin la exuberancia de la intensidad, no existe para Bellmer
y su intuición del arte de la instalación, como se observa en cada una de las que
realizó, en donde lo súbito hace tumulto.
Dice Bellmer en 1964, al serle solicitadas unas indicaciones
sobre su libro Pequeña anatomía del inconsciente o la anatomía de la imagen: en la combinación de partes de muñecas o partes
más o menos completas de la Muñeca, he
encontrado que no tenía sentido, y no provocan la sensación de lo probable, de lo deseado – no comunicaban absolutamente nada. ¿Nada de qué o de la nada misma,
o lo absurdo? Diremos nosotros, la revelación de que al hacerlo lo suscitaba todo,
lo incitaba a todo.
Ella es también Única Zürn con quien vivirá hasta la
muerte de ella en 1970, la muerte provocada y deseada. Y es Ella la que dice en
uno de sus relatos: Por la actitud de su cuerpo
(en el momento del orgasmo), esta mujer se parece a uno de aquellos asombrosos cefalópodos
que solía dibujar Bellmer: la mujer toda cabeza y vientre. Los brazos son sustituidos
por las patas. O sea, que no tiene brazos. A esta enferma no le falta ni la repulsiva
lengua de los cefalópodos de Bellmer. Y en medio de todo eso, en el mismo relato,
ella se decía a sí misma: El ser masculino
me resulta incomprensible, como el femenino. [2] De esa tensión es de la cual, sin duda, deviene Ella en Bellmer y
él en Ella.
Es en el orden y en el caos de la obsesión y de las
tensiones del inconsciente de donde Bellmer observa la realidad y su teatro y eso
entonces es lo que lo hace comunicable con artistas como Kokoschka, [3] A. Saura, P. Moliner y Marta Kuhn-Weber.
O en la Sakti de la tradición oriental, como él mismo lo dice. Ese mismo hilo se
puede llevar también hacia libros como la Eva del futuro de Villiers de L’Isle Adam,
que trata de la ciencia simbólica y del sueño, concentrada y concretada en hallar
más realidad de lo femenino en lo femenino, de lo sensible y lo insensible en la
construcción de la Andreida; lo mismo que en la de Shelley, Russell etc.
No nos queda nada por decir ya que todo está dicho,
pero habría sí que indicar que son maravillosas por la tentadora provocación que
tienen las ilustraciones que hizo Bellmer de libros y no todos los libros, sino
esencialmente el libro de Bataille Historia de l’oeil en la que se exhibe fanáticamente
y sin prevenciones la historia de las relaciones turbulentas entre lo femenino y
lo masculino, y de lo hermosamente absurdas que son en la medida en que lo que intenta
es la exaltación de la perversión, liberada y hermosa.
NOTAS
Publicación original: Punto Seguido
# 44, 2002
1. Objetos surrealistas. La Jornada Semanal, André Pieyre de Mandiargues.
31 de agosto de 1977, p.24. Madrid
2. Primavera sombría. El hombre jazmín,
Única Zürn. Seix Barral, 1986, p. 137. Barcelona
3. El pacto de la serpiente, María
Praz. Fondo de Cultura Económica, 1972. México.
3 Iluminaciones,
de Jorge Camacho
La anatomía de la Medusa
Nunca nadie había intuido la realización de Camacho como lo hizo José Lezama
Lima, al decir que él era un buscador de la médula del saúco. Todo el contenido,
concentrado de la realidad del mundo sobrenatural, de una visión surreal, sin llamarse
vidente, de la necesidad absoluta de formar su símbolo, su simbolismo, la de una
obediencia libre, consciente de la orden del misterio, la inquietante accesis a
lo inacabado, a lo innombrable. Toda la ciencia poseída por el secreto, por lo indecible;
nada en ella como irresoluble si no como insoluble en su verdad, en su esencia.
Ya en Camacho la ciencia no es lo que determina lo esencial, sino que lo esencial
hace consistente a la ciencia, porque ella se realiza en la dimensión de lo invisible,
es la ciencia de los números. La intuición es la ciencia por medio de la que Camacho
se involucra con el conocimiento del secreto, ella es la que le lleva hasta la noche
iluminada, son sus iluminaciones. Y son, más que nada, la de una realidad que se
resuelve en la ciencia hermética. La intuición como el principio del conocimiento,
del saber. Camacho como Remedios Varo, como Rahon Paalen, invoca lo desconocido,
dándole realidad por medio de la revelación; la revelación de ese mundo surreal
en el que los símbolos son los que provienen del movimiento de la hélice en el sueño;
nada más real que el símbolo, pues si él halla en la anatomía de la Medusa una realidad
inasible, más hermosa, más fascinante, más sutilmente ordenada, más en el misterio,
es porque desde ahí comienza el renacimiento de lo que llamaremos una ciencia de
la visión. Lo visionario no es solamente del vidente. Del inconsciente provienen
los elementos incandescentes de esa no realidad, en la que Camacho intenta no consumirse,
sino hacérnosla visible. Una anatomía de lo invisible, en la misma medida quizá
lo contiene el maravilloso libro de Roger Caillois, La Medusa y Cía. [1]
Del barroco hermético
De lo invisible relacionable
Nada llevaría más a la luz iluminante de lo hermético que la necesidad de revelar
como lo ha hecho, como lo hará Camacho, esa concreción en la realidad, de lo sobrenatural.
Nada más fascinante que esa irrevocable decisión que se inicia con la intervención
del escultor Agustín Cárdenas, que lo pone en contacto con André Breton en 1961.
Ya había establecido comunicación con José Luis Cuevas en México, con él se interesa
por la tradición de los Mayas. Hilos invisibles que se hallan en él, esos mismos
que se hacen visibles cuando es el momento, se revelan como el resultado de una
transmutación en Camacho. Nada se sabe cuando no se da una, llamémosla iniciación
inconsciente para ello. Como lo corrobora, como lo hace evidente una lectura del
libro de E. Canseliet, La alquimia explicada sobre sus textos clásicos. [2] Todo en Camacho es nombrado, nada queda
sin nombre, ni siquiera lo que se ha considerado en él como insinuado, diremos al
contrario que es lo intuido, lo visionado. Desde el surrealismo, del movimiento
en sí, hasta lo que ha hecho visible no verosímil en su Danza de la muerte (1976)
hasta su Lezama Lima.
De los libros que ha ilustrado obtenemos una realización
absolutamente moderna, al considerarla no como una ilustración por la ilustración,
sino que nos revela el texto en los innumerables sentidos que lo estructuran, que
lo forman; las imágenes le dan más sentido, lo iluminan más, son el resultado de
una visión concentrada, no racionalizada, de la lectura que él hace. Toda lectura
en Camacho es en el libro, el libro mudo, o sea, el libro habla, dándole sentido
a la realidad que se ha incrementado en su visibilidad. La ilustración es ella en
sí misma un símbolo más de esa lectura, la combinación del texto con la lectura,
del texto con lo irreal que se nombra. El libro a ilustrar no se lee para Camacho
solamente con los sentidos, sino que lee sin ellos, ellos quedan inmovilizados,
los inventa, inventa los sentidos, lo que hace que la ilustración necesite otra
lectura; determina lo indeterminable. Ilustrar pues en el orden en que Gilbert Lecomte
lo dice de Max Hunziker. [3] Todos los
cuadros de Camacho llevan inevitablemente a un lector, a un historiador de arte,
no a un crítico de arte, a decirse que ese mundo visible para él es más o menos
el de los Meidosems de Henri Michaux. Y es aquí donde hallamos una doctrina de las
denominaciones correctas, de lo desconocido.
NOTAS
Publicación original:
Punto Seguido # 33, 1994.
1. Medusa y Cía, Roger Caillois, Seix Barral, 1962. Barcelona, España.
2. La alquimia explicada sobre sus textos clásicos, Eugene Canseliet, Luis
Cárcamo Editor, 1981. Madrid,
España.
3. Poèmes et Chroniques Retrouvées, Roger Gilbert Lecomte, Editorial Rougerie,
1982. París, Francia.
OSCAR JAIRO GONZÁLEZ (Colombia, 1957). Ensayista, poeta y conferenciante. Profesor e investigador. Estudios de Filosofía y Letras, Universidad Santo Tomás; Diplomado en Problemas y perspectivas en filosofía en el Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia. Fundó y coordino, en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia los proyectos radiales: La Mecánica Celeste y La Trompeta de Mercurio. Creó y coordinó el programa radial Cabaret Voltaire, en Acústica, Universidad EAFIT. Exfundador y Excoordinador la revista digital de arte, literatura y filosofía: Rinoceronte 14. Cofundador del periódico cultural Mecánica Celeste (Impreso). Coordina el programa Los Anillos de Saturno Frecuencia U. y Excoordinador del Taller Los Campos Magnéticos (Observar, leer y escribir) de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Medellín. Miembro de la Planta de Creación de la revista Punto Seguido. Asesor literario de varios grupos teatrales. Ha publicado: La Ciudad Soñada (1999); Pincel de hierba (2001); La Trompeta de Mercurio (2000); Conversación y silencio (entrevistas, 2008); El libro del tratado de la melancolía (2014); Las Metamorfosis de Kafka (2017); Isósceles: Invenciones y Trayectos (entrevistas, 2017); Intersticios e intersecciones (Ars Inveniendi) (2021)… Coordina en este momento el proyecto de TV: Los vasos comunicantes (2025) en IFM.
JUAN CARLOS JURADO REYNA (Ecuador, 1980). Artista plástico. Para él, la pintura es un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas cuyos significados solo el espectador podrá descifrar, pues toda obra de arte tiene dos creadores: el autor y quien la contempla con mirada crítica y reflexiva. Entre sus logros destaca la autoría del mural del oratorio del Seminario Mayor San José en Quito, realizado en 1998. En 2024, presentó la exposición Tiniebla Sagrada en la Galería Bastidas. Esta serie también fue exhibida en la Feria AQ Arte Quito 2024 y en la Casa de la Cultura Núcleo del Chimborazo, consolidando su propuesta artística. Ese mismo año, concluyó el mural en la pared central del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Posteriormente, desde febrero hasta marzo de 2025, su obra fue expuesta en el Museo Muñoz Mariño, ubicado en el tradicional barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito. En 2024, presentó el libro Tiniebla Sagrada, una obra que fusiona la poesía de Rocío Soria con sus reflexiones y pinturas, creando una profunda conexión entre palabra e imagen. Entre sus encargos más destacados de 2024 se encuentran dos retratos: uno en homenaje a la poeta Violeta Luna, organizado por el Fondo de Cultura Económica, y otro en honor a Hermann Schirmacher, uno de los fundadores del Hospital Vozandes. Ahora se encuentra con nosotros, como artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 05 – PUNTO SEGUIDO (COLOMBIA)
Artista convidado: Juan Carlos Jurado Reyna (Ecuador, 1980)
Editores:
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