sexta-feira, 15 de agosto de 2025

PEDRO ARTURO ESTRADA | El surrealismo como parte fundamental de la existencia

 


1 Poesía y surrealidad en Medellín

 

No podemos desconocer la poesía vivida y escrita en Medellín en los últimos años (1974-1994), a la luz vacilante de ciertos criterios tradicionales que preferirían el conformismo definitivo no sólo en el orden existencial sino, por supuesto, en la poesía, que es precisamente enemiga de ese conformismo. Por el contrario, creo que desde la desaparición del Nadaísmo irrumpió en la ciudad una auténtica preocupación por la poesía entendida como disrupción, como fuente reveladora y revolucionaria del espíritu, liberadora del ser en relación con las cosas, los hechos del mundo. Así, no es gratuito, como puede comprobarse, ese despertar de la juventud alrededor de la poesía, tanto a mediados del setenta, como ahora, casi al término de un siglo, un milenio ya legendario, ad portas de ese otro tiempo en que pareciera que al fin, tendremos que asumir los problemas esenciales o desaparecer.

Si bien es cierto que hace falta todavía un análisis profundo, una investigación seria, avalada en los libros, las revistas y otras publicaciones realizadas a partir desde la década del setenta a esta parte para comprobar hasta dónde tuvimos y tenemos realmente una poesía auténtica, nos atrevemos a creer que sí y que podrían citarse incluso muchos nombres como garantía de su presencia entre nosotros. Pero lo que importa ahora es señalar cómo durante estos años hemos sido tocados, perdidos o salvados en la intimidad por un proceso espiritual indudable, propiciado desde dentro y alrededor del fenómeno poético en una ciudad difícil, atravesada de incertidumbre, violencia y desesperanza, para llegar a convertirse en parte fundamental de su realidad más profunda, amándola, odiándola, reinventándola o soñándola desde orillas distintas a través del tiempo.

Porque, al decir de muchos, sólo el crudo tránsito de la ambición materialista a la violencia, al resentimiento y la alineación, ha signado por siempre esta tierra, inhabilitándola para la esperanza, el futuro y, por ende, para la poesía. Tierra de paganos en el sentido cristiano, pero no en la visión pessoana que descubría en el paganismo una legítima vía religiosa del hombre. No obstante, cuando más que nunca se volvía a la pregunta de¿Para qué poetas en tiempos de penuria?, la respuesta estuvo allí, implícita en el sólo hecho de resistir, respirar el aire fatídico, ejercer en medio de la noche, al tanto de su terror y su muerte, el derecho a soñar, amar pese a todo, reír como locos o niños extraviados en el bosque de los ahorcados. El poema de este tiempo, este tiempo oscuro, de una u otra manera fue escrito por todos, desde distintos ángulos, visiones, pasiones, limitaciones, alegrías y sufrimientos de quienes se negaron a entregarse, feriar su espíritu y su libertad a cambio de oros fugaces y abalorios; escrito, como lo pedía Lautréamont, en la intuición iluminadora de todos aquellos que hasta hoy mantienen viva su fe en el poder de las mejores palabras, imágenes, músicas y pensamientos portadores de lo esencial humano.

Dentro del amplísimo y abigarrado panorama de la última poesía hecha en esta Medellín largamente vilipendiada, habría que identificar matices, estilos, formas y tendencias; a la hora de la verdad, empero, sólo se salvará lo que ha sido escrito en conexión directa con la vida, la realidad integral externa e interna que se afrontó, más allá de los condicionantes formales y técnicos del instante, pero, por lo demás, algo bien importante va de reproducir mecánicamente los aspectos visibles, inmediatos de esa vida, de esos hechos, de esa realidad, a acceder a una verdadera síntesis, un encuentro efectivo con el ser y la dimensión última de todo ello a través del poema o la obra de creación, pues, como alguien lo dijo: De buenas intenciones está empedrado el infierno de la literatura.

Con todo, es posible decir que también aquí se ha suscitado un fenómeno muy especial, bastante significativo: dadas las circunstancias en las que la vida de la ciudad se ha desarrollado en las últimas dos décadas, surgió casi por generación espontánea, aunque con antecedentes y vinculaciones muy altos, identificables, una constelación subterránea de poetas jóvenes que desde el principio asumió los riesgos, la impopularidad intelectual que representaba (aún lo representa) retomar el hilo perdido, disgregado, oculto, de los planteamientos y propuestas surrealistas, algo que de suyo implicaba ya un desafío frontal al orden y el previsible espacio en el que ciertas maneras de abordar la poesía, el pensamiento, el arte y la vida se consagraban. Así que, desde el lado menos esperado se dio entre nosotros, para enriquecer el caleidoscopio de voces y posibilidades, una poesía que iba más allá de la anécdota fácil y trataba de aclimatar en cambio, en un medio tan refractario y difícil, la frescura de las palabras y las imágenes en libertad, todo aquello que seguía siendo desconocido, ambiguo, sibilino para muchos, pero que restauraba un vacío, una necesidad, una sed esencial en este espacio-tiempo donde en apariencia sólo era admisible una poesía pretendidamente clara, accesible al entendimiento promedio que le diera carta de ciudadanía; opuesta totalmente a esa concepción. Esta camada de poetas adictos a la imagen, al partido del diablo, ha permanecido casi proscrita en medio de todos y, sin embargo, son acaso ellos los portadores legítimos del fuego sagrado que todavía alcanzará para mostrarnos la otra cara de las cosas, el fondo, la surrealidad de una ciudad aún no dicha del todo, aquella que en las horas más vertiginosas, estos poetas han mirado con otros ojos, desde la perspectiva encantada en la que Calvino adivinó sus ciudades invisibles, proyectándola al rango de otras ciudades de la imaginación como aquella París de Rayuela, esa Praga Kafkiana o la Lisboa siempre revisitada por el desasosiego pessoano; poetas que desde su atalaya alucinada sobre el valle de la muerte, realizaban en cada entrega de sus poemas una especie de conjuro cósmico, señalando desde el interior de sus espíritus desdoblados en signos, señales y pases mágicos el rostro detrás de la máscara diurna, el envés, a veces maravilloso o maldito de esos sueños, sentimientos, ideas y aconteceres del alma de la Medellín que en algún momento prefirieron denominar Med-yin como para reconciliarla con lo mejor y más puro del espíritu poético.

Sin embargo, no deja de ser, a la larga, saludable el hecho de encontrar en este aquí y este ahora un paisaje abigarrado de poetas de todas las condiciones enhebrando cada cual a su modo el tejido del futuro que quizá se anuncie menos turbio en adelante, sabiendo que los senderos del jardín siempre se bifurcarán en el infinito del misterio.

Surrealistas, realistas, cultistas, racionalistas, iluminados o idealistas, todos al final serán necesarios viviendo la ciudad que todavía esperamos, más nuestra, más viva, más libre; la ciudad en la que aún podremos, con todas las palabras recuperadas, oscuras o claras, construir, reinventar nuevos espacios.

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 23, 1994.

 

2 Presencia y secreto de Valentine Penrose

               

He comprendido que el rostro de la mujer sólo se muestra en el sueño. Se halla en el deslumbramiento, entre las hierbas comunes de los cielos.

 

PAUL ELUARD / ANDRÉ BRETÓN, La Inmaculada Concepción

 


Transitamos entonces, el siglo –tal vez el milenio–, de la mujer. Ella es la atmósfera vital en la que nos movemos, quiéranlo o no los viejos patriarcas. No en vano los poetas vuelven a rendir culto a la Diosa después de ese terrible trasiego por los limbos sodomitas. Oímos el canto de las antiguas y nuevas voces, desde Safo hasta Pizarnik con la atención que merecen. Resurgen aquí y allá las imágenes extraviadas de aquellas hermanas nuestras cuyos rostros y palabras fueron sistemáticamente excluidos, desdeñados entre velos y sombras mientras se afirmaba y consolidaba el reino de los guerreros y los políticos. Hoy, por virtud de una cada vez más abierta y festiva manifestación de su sensibilidad y su conciencia, la mujer parece retomar el puesto de honor que en tiempos remotos ocupó.

Una de las mujeres más enigmáticas en la poesía del siglo XX, Valentine Penrose, nacida en Gascoña en 1898, tuvo la ocasión de compartir –de manera tangencial– la experiencia surrealista. Paul Eluard prologó sus poemas en términos muy elogiosos, y en 1962 fue editada su obra más conocida: La Condesa Sangrienta, libro gótico entre el horror y la magia que tanto cautivó a Alejandra Pizarnik e influyó en su poesía. Por la obra de Pizarnik, el texto que escribió sobre el tema, comenzamos a adivinar la presencia y el secreto de esta poeta que aún hoy permanece desconocida puesto que ha sido publicada muy poco y menos, traducida a nuestra lengua. No obstante, hace tres años se editó en Venezuela una edición bilingüe de su poética en versión y prólogo de María Negroni, –Colección Angría Ediciones–, bajo el título de Hierba a la luna y otros poemas que nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en una poesía realmente distinta en tono, forma y temática, no sólo desde el ámbito de lo femenino como podría pensarse. Un lector tradicional choca inmediatamente con la singularidad hermética en la que Valentine ha articulado su canto sonambúlico desde el primer momento, pero tendrá que reconocer la intimidad, la intensidad de la poesía en sus pliegues más ocultos y extraños: Existe el fuego arde y yo me ahogo soy el agua / Oh niña fría. / La tierra es mi amiga / también la luna su criada (…)/ Tengo las flores más bellas / la quimera más bella el espejo más bello / yo soy el agua que se canta. [1]

La atmósfera de estos poemas participa quizá del mismo espíritu siniestro asociado a la imagen ya popular del legendario castillo de Cestzje –en los supersticiosos Cárpatos– y su mítica condesa. Allí presentimos moverse el alma no menos misteriosa de Valentine hablándonos desde la noche y la fascinación de su delirio: Si hay una piedra de tristeza yo estoy sentada allí / Ahí donde las vendas caen oblicuas sobre el llano / Blancos velos. Esto es leve ./ Donde la diosa de los grandes ojos sumerge al niño ajeno / en el fuego.// El árbol se niega a orientarse. La esmeralda / crispa el puño. Si hay / una piedra de tristeza yo estoy sentada allí. [~2] Más adelante, hallamos que Penrose, además, se aventuraría también por los azarosos y ardientes territorios del amor. En algún momento, en un viaje por España conoció los deliquios propios del amante, el abismo y la verdad de esa noche del deseo: Rubia hueles a los bojedales de España / al hierro enmohecido donde los enamorados han llorado / a las celosías enrejadas de los pueblos de España; / claveles de ceniza que hablan de amor cuando no de celos. [3] –todo lo cual confirma la naturaleza de una mujer poseída de la fuerza sagrada suficiente para fundar soberanía donde le place. Por eso, vuelve a sí misma después de abrazarse en otra Ella: Si soy lo que el amor dice de sí mismo a quien quiera oír / Quien lo grita a los cuatro vientos (...) / Oh mi corazón esta noche tan leve (...)¡ Donde no haces más que embellecerte para siempre! [4]

¿Qué dice aún esta mujer al lector de nuestro tiempo atravesado por la ferocidad y la incertidumbre? ¿Le recuerda esa belleza de lo terrible que todavía es posible comprender? ¿Mantiene para él abiertas las puertas de la extrañeza a fin de que pueda asumirla en su ser y transfigurarla en nuevos fuegos, nuevas visiones? Tal vez sí, y por ello su obsesión evocadora de seres a contrapelo, nimbados por la muerte, de presencias poseídas de la ira de Dios y de la desesperación infernal como la Báthory o Gilles de Rais: Gilles de Rais y Dios airean allí sus mangas / Colgajos repudiados por uno y por otro ./ En algún torbellino de luchas y de lunas / Van asesinándose interminablemente / Frente contra frente lloran bajo el reloj artero / Por ahí bajo las frondas / Detenido en el viento.// ¿Qué vas que vas a hacer/ Rey de garfios y de hiedra?/ Hacer sufrir el tiempo. [5]

En esa dicción sesgada, elusiva a veces, ese aire escaso, esa voz huidiza Penrose nos evoca los viejos conjuros de la Sibila. Hay en sus poemas alusiones mediúmnicas, raros ecos de vidas ocluidas, sueños negados, amores despojados y crueles, como si de una antigua herencia de exilios, prohibiciones, exclusiones cantara al fin esta mujer. Pero antes y después de Penrose muchas otras poetas malditas comenzaron a manifestarse bajo esa señal de rebelión, esa secreta y hermosa palabra de liberación. Así, Valentine: No regreses oscura / al naranjo amargo. / (...) A las Antillas iremos / Insensata Isis / (...) La guayaba el mango / Se incrustan en la casa / Enmohecida. Cucaracha y luciérnaga / Horadan con veneno / Tu dilatado cuerpo en la recámara. // Las enaguas y el velo / Terco lujo te llevan / A la certera pérdida / Del viaje. Adiós. / Pronto pronto. [6]

 

NOTAS

Publicación original: Punto Seguido # 30, 2004.

1. De, Hierba a la Luna (1935), pág 15.

2. Demeter, de Las Magias (1972), pág 65.

3. De, Dones de las Femeninas (1951), pág 37.

4. De, Dones de las Femeninas (1951), pág 43.

5. Gilles de Rais (II), de Las Magias (1972), pág 79.

6. La Loca de los Sargazos, de Las Magias (1972), pág 91.

       

 

3 Clarividencia del poema en Ana María Bustamante

 


En ella la rigurosa conciencia del lenguaje y al mismo tiempo la claridad de una visión, hacen del poema, todavía hoy, un espacio real de revelación y asombro. Un lugar en el que es posible ver algo más que lo ya dicho, un campo de tensiones entre lo vivido y lo soñado, la experiencia de un mundo venido a menos y una realidad mayor. Esta palabra siempre al borde de lo inefable no cae, sin embargo, en el abismo de lo incomunicable.

Son tan diversos como bellos algunos de sus motivos poéticos: desde el silencio mismo, el propio lenguaje, el cuerpo, la soledad, el fuego, la lluvia o la nieve, casi símbolos arquetípicos. Así, por ejemplo, la blancura ardiente de la nieve nos sugiere un desolado paisaje de relaciones muy sensibles, donde el silencio también es resistencia, lucidez, contemplación y aun, delectación erótica. Aquí la imagen se hace sensación viva, inmediata, extensión de la mano que escribe. La imagen que –en el sentido lezamiano–, desnuda una verdad oculta, olvidada. La extraña belleza de lo real. En ella, se hila la voz, conjuro secreto, de la hechicera sagrada en el bosque de símbolos. Misterio y revelación que desvela al lector la sombra de la maga, su clarividencia y también, el vacío de la muerte, el frío y la ceniza. Allí, en esa extensión sin nombre nace y permanece el poema, voz de ese silencio, donde se abrazan la noche / la llama / el frío // las cosas que no tienen cuerpo / pero lanzan su oscura flecha / al centro del cosmos / donde estamos.

En esta voz, este lenguaje, hay un eco milenario, por momentos sibilino que vuelve a pronunciar el misterio, una visión inquietante en la que alienta una poética de iniciación, un saber intuitivo y puro, una poderosa sensibilidad que indaga por lo esencial, por lo que aún aguarda una luz, un fuego, una epifanía frente a la opacidad y la desposesión de la vida en estos tiempos de penuria.

Ana María Bustamante es, ante todo, una artista en el sentido pleno de la palabra, poseedora de un decir propio, un tono ya reconocible y hondo. Una poeta de mirada siempre atenta al mundo, a la vida, al ser de los otros y de ella misma en comunión constante con el asombro, la belleza, el prodigio de las cosas más cercanas en su aparente sencillez; los espacios, los lugares deshabitados, las ciudades imaginadas, la bruma de los bosques que en ella respiran; el agua, los animales que sueña y ama, la soledad poblada de reminiscencias seculares, la memoria del cuerpo y la conciencia sensible de lo humano precisamente cuando transitamos ya –parece que definitivamente– una era de deshumanización total..


Sus poemas no son, sin embargo, admonitorios, ni abordan el fácil correlato de una cotidianidad dada. Por el contrario, hay en ellos una tensión límite que los mantiene en vilo por encima de esa desolada conciencia de lo crepuscular, de la muerte. En esa atmósfera brumosa donde se borran los rostros, los contornos, la noción de lo real, solo queda el aliento que asciende sobre el vacío como expresión última, como indagación constante del sentido y de la vida, el amor y su destrucción, la belleza y el olvido, la trascendencia y la ruina de lo que fuimos.

En esa fría y ardiente blancura en la que se enmarcan sus palabras ella aborda la realidad del sueño y el mundo interior, pero también el afuera, la extrañeza, el vago país de la incertidumbre, el dolor y la muerte que sólo la poesía como resistencia y verdad, insiste en nombrar.

A la grisura sin fondo de un mundo pre apocalíptico, ella opone la belleza y la melancolía de un paisaje interior donde aún canta la lluvia junto a la voz de los árboles y los pequeños seres de la tierra. Ante la indiferencia de la guerra y la crueldad rutinaria de todas las violencias, ella señala la extensión de ese paisaje, ese cielo fluyendo en el sueño de la vida que Rimbaud buscó hallar en otra parte y, no obstante, siempre estuvo aquí, entre nosotros.

De ese sueño, esa extrañeza y esa indagación interior y exterior nos hablan estos poemas.

 

NOTA

Publicación original: Punto Seguido # 65, 2023.




PEDRO ARTURO ESTRADA
(Girardota, Antioquia, 1956). Ha publicado Poemas en blanco y negro (1994); Fatum (2000); Oscura edad y otros poemas (2006); Suma del tiempo (2009); Des/historias (2012); Poemas de Otra/parte (2012); Locus Solus (2013); Monodia y otros poemas (2015), entre otros. Textos suyos aparecen en diversas antologías nacionales y del exterior, como Un país que sueña, cien años de poesía colombiana (Lisboa); Colombia en la poesía colombiana: Los poemas cuentan la historia; Historia de la poesía colombiana; Antología de la poesía Colombiana; Poetry International Rotterdam; entre otras. Ha sido invitado en diversos certámenes nacionales, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, y del exterior, como Rizoma (Instituto Cervantes de Nueva York) y The America’s Poetry Festival of New York (2014). Fue coordinador de talleres literarios con el Ministerio de Cultura y algunas instituciones culturales y educativas del país entre los años 2003 y 2012. De igual manera ha sido jurado de los premios nacionales de poesía Porfirio Barba Jacob, José Manuel Arango, Ciro Mendía, Universidad Externado de Colombia y Universidad de Antioquia.




JUAN CARLOS JURADO REYNA (Ecuador, 1980). Artista plástico. Para él, la pintura es un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas cuyos significados solo el espectador podrá descifrar, pues toda obra de arte tiene dos creadores: el autor y quien la contempla con mirada crítica y reflexiva. Entre sus logros destaca la autoría del mural del oratorio del Seminario Mayor San José en Quito, realizado en 1998. En 2024, presentó la exposición Tiniebla Sagrada en la Galería Bastidas. Esta serie también fue exhibida en la Feria AQ Arte Quito 2024 y en la Casa de la Cultura Núcleo del Chimborazo, consolidando su propuesta artística. Ese mismo año, concluyó el mural en la pared central del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Posteriormente, desde febrero hasta marzo de 2025, su obra fue expuesta en el Museo Muñoz Mariño, ubicado en el tradicional barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito. En 2024, presentó el libro Tiniebla Sagrada, una obra que fusiona la poesía de Rocío Soria con sus reflexiones y pinturas, creando una profunda conexión entre palabra e imagen. Entre sus encargos más destacados de 2024 se encuentran dos retratos: uno en homenaje a la poeta Violeta Luna, organizado por el Fondo de Cultura Económica, y otro en honor a Hermann Schirmacher, uno de los fundadores del Hospital Vozandes. Ahora se encuentra con nosotros, como artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

CODINOME ABRAXAS # 05 – PUNTO SEGUIDO (COLOMBIA)

Artista convidado: Juan Carlos Jurado Reyna (Ecuador, 1980)

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