
Todos
tienen un fin del mundo. Lo saben los que rezan y los que no. Lo saben los
amantes anudados hasta el borde de los cuerpos cuando terminan adhiriéndose a
su propia carne. Lo saben las lenguas que bajo la escansión del tiempo definen
un pasado, un presente y un futuro alineando el espacio del habla por acciones
que concluyen. Lo saben los que sobreviven a los muertos cuando piensan que
serán los próximos. Y lo sabe el yo poético de Frikinosis, que, entre “gárgolas salidas de algún bar” y molinos “con su blancura de leucemia radioactiva”, reconoce que “la nada ya suena a lujo” y funda
exoplanetas a partir de desechos. ¿Pero qué es el fin del mundo para un poeta?
Sean éstos visionarios, malditos, barrocos o coloquiales, todos trabajan la
materia del sueño, u otro modo de decir el deseo. Durante siglos, si queríamos
conocer los anhelos de un pueblo, sus miedos, sus vergüenzas y goces, nos
dirigíamos a los poetas. Ellos nos relataban ese más allá de los hechos. Iban
hasta aniquilar el idioma, aniquilar los nombres para que hubiera gracia de
nuevo. Iban hasta la espesura, eso impenetrable. La nostalgia del corazón y del
pensamiento en cada palabra elegida. Entonces, el consuelo de la voz, la fuerza
de ley de la palabra, el renacimiento del verbo que decía hágase la luz y la
luz se hacía. Una liturgia pagana: descifraban un pedazo de mundo en la
gramática de las cosas. Desfiguraban los vocablos, los frotaban hasta su
demolición. Iban al hueco de cada palabra para atisbar dónde latía. Desterrados
en esa distancia entre ellos mismos y el mundo, iban.

Frikinosis
también va. En su deambular nocturno
por la ciudad captada por “cámaras que
congelan la imagen de un mundo paralelo”, el poemario de Martín Palacio
Gamboa sostiene esa pulsión de pérdida, ese lenguaje lanzado hacia lo que no se
recupera. Hoy, una temporalidad gobernada por la tecnopolítica predeterminada
por los algoritmos del capital introduce un proceso perpetuo de cálculo. Un sin
afueras del capitalismo donde las tecnologías del consumo no sólo condicionan los
deseos en el presente, sino que anticipan los intereses futuros, con ese gran
potencial totalitario. En la urgencia de una economía de la atención alterada,
el mercado identifica a un consumidor antes de haber comprado, porque los
algoritmos saben del ansia antes que el sujeto mismo. La datavigilancia no sólo
sabe gustos, también conoce, o cree conocer, tendencias. Entonces, el
precrimen, en una violencia “preventiva” apunta hacia el presente precedido por
ese futuro calculado: el delito antes del delito. Totalitarismo y terror:“…queda preguntarse cuándo/ el fin del arte
o de la historia/ - da igual-/ si en este sótano se siente/ el olor de los
neumáticos,/ atrincheramientos/ liceos ocupados,/ criminalizaciones”. Y a
todo eso, agrega Gamboa: “El sol/ es un
disco grave de apocalipsis”. Allí, en la conjunción entre el derrumbe
histórico y la cronología del cuerpo desgastado, se abre un espacio poético
donde el presente es residual, latencia más que acto. El fin del mundo. No hay
posibilidad de disgregar. El poeta que escribe cuando se pierde, que escribe
porque pierde: sin luz, sin norma, sin lazo, sin ese sí mismo porque lo pierde,
porque debe perderlo para escribir, no tiene nada para malgastar, ninguna
sintaxis para destruir. Los ingenieros ya lo han hecho todo; en el diseño del
nuevo código se han apropiado de ese desapego sin el cual el poeta no hubiera
podido nunca decir. Y sin embargo dice: “Palabra
extraña,/ catábasis. O sea,/ un viaje al inframundo/ y su noche”. Ese viaje
está en Frikinosis, que se atreve a nombrarlo
en voz alta. Frikinosis: un miedo
impensado, una caricatura del miedo. No un fin del mundo efervescente con
fuegos estrepitosos (“el círculo del
buitre- todo horror/ y toda gloria- se cierne/ y no te alcanza”) sino con
las palabras todas intactas puestas allí, pero vaciadas ya; todas juntas y en
abundancia, pero transparentes. Detrás de ellas no se ve el apetito, porque ya
está calculado, medido, militarizado.
Y
para qué poetas en tiempos de penuria se pregunta Hölderlin, respondiéndose:
para prestar atención al rastro de los dioses huidos porque es él quien dice lo
sagrado en la época de la noche del mundo. Pero la fe laica en la palabra
escrita (y sus sucedáneos: ley, democracia, autoridad, soberanía) ha abandonado
toda su fuerza. El tiempo es de penuria, agrega Heidegger, porque carece del
desocultamiento de la esencia del dolor, la muerte y el amor. “Violencia/ no es mentir. Violencia/ es no
aceptar nuestra violencia,/ nuestro trago de kerosén y cardo”: claramente
en Frikinosis
se observa la tenacidad de nuestra época en ese ocultamiento. En esta
instancia, a diferencia de las teodiceas y los relatos salvíficos del fin donde
el dios monológico daba sentido, surge, espasmódica, aluvional e imperiosa,
discontinua e inacabada, la secuencia lógica y operativa del número. Frente al
atropello de la tanatopolítica y sus contraseñas queda una ética de lo
sensible. No la grandilocuencia del concepto de resistencia, ni su denuncia, ni
su protesta: el hackeo. Romper el código será estar donde no se espera.
Galopar, dice Martín Palacio Gamboa, el poeta. No enuncia: escribe. Declara: “A galopar,/ pequeño ceniciento, bizcochito
tibio,/ que acaban de anunciar la larva/ y el golpe último del martillo antes
de que se diga dónde”.

ANA ARZOUMANIAN
(Argentina, 1962). Se
ha desempeñado como profesora de Filosofía del Derecho en la Facultad de
Ciencias Jurídicas del Salvador y como profesora en la Maestría de Escrituras
Creativas de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, actualmente
profesora de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Tres de
Febrero. Es, además, profesora invitada a la cátedra Descolonia de la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros de
poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando
todo acabe todo acabará, Káukasos, La Jesenská; las
novelas La mujer de ellos, Mar Negro; los relatos La
granada, Mía, Juana I, Infieles; y los
ensayos El depósito humano: una geografía de la desaparición; Hacer
violencia. El
régimen insurrecto en el arte.

RUBEM GRILO
(Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na
Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a
frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com
as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo
Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na
Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas
ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na
Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com
Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de
S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do
Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo:
Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon
Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal
Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio
Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print
(Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de
Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.

Agulha Revista de Cultura
Número 262 | setembro de 2025
Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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