terça-feira, 16 de setembro de 2025

ANA ARZOUMANIAN | Una ética de lo sensible. Sobre Frikinosis, de Martín Palacio Gamboa

 


Todos tienen un fin del mundo. Lo saben los que rezan y los que no. Lo saben los amantes anudados hasta el borde de los cuerpos cuando terminan adhiriéndose a su propia carne. Lo saben las lenguas que bajo la escansión del tiempo definen un pasado, un presente y un futuro alineando el espacio del habla por acciones que concluyen. Lo saben los que sobreviven a los muertos cuando piensan que serán los próximos. Y lo sabe el yo poético de Frikinosis, que, entre “gárgolas salidas de algún bar” y molinos “con su blancura de leucemia radioactiva”, reconoce que “la nada ya suena a lujo” y funda exoplanetas a partir de desechos. ¿Pero qué es el fin del mundo para un poeta? Sean éstos visionarios, malditos, barrocos o coloquiales, todos trabajan la materia del sueño, u otro modo de decir el deseo. Durante siglos, si queríamos conocer los anhelos de un pueblo, sus miedos, sus vergüenzas y goces, nos dirigíamos a los poetas. Ellos nos relataban ese más allá de los hechos. Iban hasta aniquilar el idioma, aniquilar los nombres para que hubiera gracia de nuevo. Iban hasta la espesura, eso impenetrable. La nostalgia del corazón y del pensamiento en cada palabra elegida. Entonces, el consuelo de la voz, la fuerza de ley de la palabra, el renacimiento del verbo que decía hágase la luz y la luz se hacía. Una liturgia pagana: descifraban un pedazo de mundo en la gramática de las cosas. Desfiguraban los vocablos, los frotaban hasta su demolición. Iban al hueco de cada palabra para atisbar dónde latía. Desterrados en esa distancia entre ellos mismos y el mundo, iban.


Frikinosis también va. En su deambular nocturno por la ciudad captada por “cámaras que congelan la imagen de un mundo paralelo”, el poemario de Martín Palacio Gamboa sostiene esa pulsión de pérdida, ese lenguaje lanzado hacia lo que no se recupera. Hoy, una temporalidad gobernada por la tecnopolítica predeterminada por los algoritmos del capital introduce un proceso perpetuo de cálculo. Un sin afueras del capitalismo donde las tecnologías del consumo no sólo condicionan los deseos en el presente, sino que anticipan los intereses futuros, con ese gran potencial totalitario. En la urgencia de una economía de la atención alterada, el mercado identifica a un consumidor antes de haber comprado, porque los algoritmos saben del ansia antes que el sujeto mismo. La datavigilancia no sólo sabe gustos, también conoce, o cree conocer, tendencias. Entonces, el precrimen, en una violencia “preventiva” apunta hacia el presente precedido por ese futuro calculado: el delito antes del delito. Totalitarismo y terror:“…queda preguntarse cuándo/ el fin del arte o de la historia/ - da igual-/ si en este sótano se siente/ el olor de los neumáticos,/ atrincheramientos/ liceos ocupados,/ criminalizaciones”. Y a todo eso, agrega Gamboa: “El sol/ es un disco grave de apocalipsis”. Allí, en la conjunción entre el derrumbe histórico y la cronología del cuerpo desgastado, se abre un espacio poético donde el presente es residual, latencia más que acto. El fin del mundo. No hay posibilidad de disgregar. El poeta que escribe cuando se pierde, que escribe porque pierde: sin luz, sin norma, sin lazo, sin ese sí mismo porque lo pierde, porque debe perderlo para escribir, no tiene nada para malgastar, ninguna sintaxis para destruir. Los ingenieros ya lo han hecho todo; en el diseño del nuevo código se han apropiado de ese desapego sin el cual el poeta no hubiera podido nunca decir. Y sin embargo dice: “Palabra extraña,/ catábasis. O sea,/ un viaje al inframundo/ y su noche”. Ese viaje está en Frikinosis, que se atreve a nombrarlo en voz alta. Frikinosis: un miedo impensado, una caricatura del miedo. No un fin del mundo efervescente con fuegos estrepitosos (“el círculo del buitre- todo horror/ y toda gloria- se cierne/ y no te alcanza”) sino con las palabras todas intactas puestas allí, pero vaciadas ya; todas juntas y en abundancia, pero transparentes. Detrás de ellas no se ve el apetito, porque ya está calculado, medido, militarizado.

Y para qué poetas en tiempos de penuria se pregunta Hölderlin, respondiéndose: para prestar atención al rastro de los dioses huidos porque es él quien dice lo sagrado en la época de la noche del mundo. Pero la fe laica en la palabra escrita (y sus sucedáneos: ley, democracia, autoridad, soberanía) ha abandonado toda su fuerza. El tiempo es de penuria, agrega Heidegger, porque carece del desocultamiento de la esencia del dolor, la muerte y el amor. “Violencia/ no es mentir. Violencia/ es no aceptar nuestra violencia,/ nuestro trago de kerosén y cardo”: claramente en Frikinosis se observa la tenacidad de nuestra época en ese ocultamiento. En esta instancia, a diferencia de las teodiceas y los relatos salvíficos del fin donde el dios monológico daba sentido, surge, espasmódica, aluvional e imperiosa, discontinua e inacabada, la secuencia lógica y operativa del número. Frente al atropello de la tanatopolítica y sus contraseñas queda una ética de lo sensible. No la grandilocuencia del concepto de resistencia, ni su denuncia, ni su protesta: el hackeo. Romper el código será estar donde no se espera. Galopar, dice Martín Palacio Gamboa, el poeta. No enuncia: escribe. Declara: “A galopar,/ pequeño ceniciento, bizcochito tibio,/ que acaban de anunciar la larva/ y el golpe último del martillo antes de que se diga dónde”.




ANA ARZOUMANIAN (Argentina, 1962). Se ha desempeñado como profesora de Filosofía del Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas del Salvador y como profesora en la Maestría de Escrituras Creativas de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, actualmente profesora de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Tres de Febrero. Es, además, profesora invitada a la cátedra Descolonia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: LabiosDebajo de la piedraEl ahogaderoCuando todo acabe todo acabaráKáukasos, La Jesenská; las novelas La mujer de ellos, Mar Negro; los relatos La granadaMíaJuana I, Infieles; y los ensayos El depósito humano: una geografía de la desaparición; Hacer violencia. El régimen insurrecto en el arte.




RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 262 | setembro de 2025

Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2025


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