como en una ciudad extranjera.
ALESSIO BRANDOLINI
¿Qué relación establecemos con el hablante poético
cuando leemos un poema? ¿Qué nos provoca caminar dentro de su mundo? En el caso
de Alessio Brandolini observamos que su mundo está impregnado de evocaciones y memorias
del tiempo. Todo lo humano, todo lo que rodea su vida lo siente como reflexión de
un mundo herido por la agobiante realidad. A través de la memoria se revela su profunda
sensibilidad en la travesía de un paisaje físico y espiritual de múltiples vivencias.
Mientras leemos queremos comprender qué se yergue más allá de la mirada, de las
faenas de la vida y las luchas diarias, del camino de la infancia y adultez, de
la casa familiar y la noble figura del padre, y de paisajes que aparecen para recordarnos
que la vida está llena de memorias.
Abrimos el reciente libro de Alessio Brandolini, Tu corazón es un bombo,
para sentir el fluir del tiempo, un fluir que marca las cosas que conmocionan
el espíritu. Por eso, lo intuido y reflejado del mundo poético acaba por contagiarnos
y hacernos sentir una profunda emoción. En este sentido, uno de los frutos del estilo
del poeta es ese modo de situarse frente al tiempo. En otras palabras, esa manera
personal de moverse por los distintos escenarios del pasado como quien recorre un
paisaje nunca olvidado. Este sentir lo ha subrayado el crítico mexicano Carlos Rutilo
en su ensayo sobre la poesía de Brandolini: “No todo está destinado a permanecer
tal y como lo presenciamos la primera vez, pero aquello que se evoque siempre encontrará
la manera de emocionarnos. Explorar el tiempo y a la memoria es volver a explorarnos
a nosotros mismos, es volver a colocarnos delante de un espejo de agua y encontrarnos
ante un entrañable hallazgo poético”.
Lo que el tiempo presenta como conciencia del pasado, acontece como fugacidad
de la vida. Quizás por eso la primera sección, “Diario de la ceniza”, no trata de
argüir si el pasado fue mejor o más puro, lo que nos presenta es una sensación que
responde a las realidades del hablante. Por eso, lo que fue hermoso y duradero se
convertirá en una nostálgica expresión del mundo. La vida con todo su esplendor,
la vida fugaz y ordinaria de todos los días se convierte en un camino de evocaciones.
Y en efecto, para el poeta, la vida es un acontecer en el tiempo. Ciertamente los
versos de Joseph Brodsky dan esa impresión (¿Qué sentido tiene el olvido / si
después viene la muerte?) y los de Osip Mandel’štam captan igualmente esa esencia
pasajera: tiniebla, humo, ceniza. Son claves que tienden un puente hacia
esta poesía y establecen un modo de exploración de la vida. Todo lo que sucede alrededor
del poeta se convierte aquí en una referencia del mundo. A veces, lo que dice va
más allá de lo que intentamos comprender como intensidad de la vida en el tiempo.
Lo que sucede en concreto habrá que intuirlo a través de los distintos planos de
la escritura:
Durante horas caminamos
y todo este espacio
ensancha la vista, limpia
mi interior. El pasado
fluye con el río y deja
trazos de un día
que nunca nacerá pues
huye de un puñado
de estrellas. Puedo
asirme a tu mirada
y de un lago de cenizas
extraer el azul.
Entre nosotros un muro de sombras para cruzar
a nado y en soledad, una brazada tras otra.
Escribo un diario para no desmayar
y desaparecer. De ningún modo quieres hablarlo
y frente al volcán en erupción avanzamos
(encerrados en casa) como si nada ocurriera.
A continuación, percibimos la relación de una naturaleza cuya dimensión sensorial
contribuye a enfatizar el sentimiento de nostalgia:
Escampa y es bello rendirse
ante la sonrisa del sol.
Una chispa de júbilo
es nuestra para plantar
árboles y verlos florecer.
Gorjea el petirrojo
en su desafío, ¿quién
presiona contra el cercado?
Espera: palabra difícil de pronunciar. Hace
años sabemos que nunca
veremos el final.
Todo esto: el sol después de la lluvia, los árboles y el cántico del petirrojo
son evocaciones de realidades concretas de profunda armonía y belleza. Todo acontece
en función del impacto que estos elementos producen en el corazón del hablante.
Sin duda, todo llega a través de esa relación con el entorno y las experiencias
que nacen de la vida cotidiana. No de ideas imaginarias del pasado, sino de realidades
y circunstancias que al pasar el tiempo se manifiestan en la escritura. El poeta
no pretende ocultar nada, su corazón se deja llevar por el río caudaloso del tiempo
recogiendo el súbito esplendor de cada cosa en la nostalgia de cada acontecer, y
cada brizna de luz. Las vivencias de la niñez y de la juventud son recuerdos conmovedores
que surgen silenciosamente. Escuchamos la voz del poeta, sentimos su presencia llegando
del pasado, vemos su vida fluyendo en el tiempo. Así la poesía se convierte en una
evocación poderosa de la vida en el tiempo.
La sección “El lado oscuro de la pureza” se compone de poemas cuyos versos
siguen un curso libre en la organización de las estrofas. Los recuerdos, la relación
con el pasado, la vida familiar, el entorno urbano y el del campo siguen sosteniendo
el mundo del poeta en la naturalidad de un léxico provocador y nostálgico. Y es
que en la poesía de Brandolini nada ocurre por azar. Todo sucede dentro de un orden
que marca los acontecimientos del pasado como evocaciones y replanteamientos de
la existencia.
El primer poema de esta sección está dedicado a
la madre. Su tema responde a la evocación del recuerdo del padre. En realidad, es
la presencia del padre la que surge de esa experiencia evocada al paso del tiempo
y de la que participa el hablante en la plaza de Belvedere:
EL HUMO DE LOS BOSQUES
El perfil joven de mi
padre
vislumbrado en un sueño
y su triste
sonrisa, su camisa blanca,
pulcra,
los ojos entreabiertos
esparcen
al viento opacas chispas
desafiando
la cimitarra de la luz,
vetustos encinos
en torno a la plaza
del Belvedere.
Intento abrazarlo y
se aleja.
La fuerza de la impotencia
es eso:
permanecer callado ante
el bullicio.
Sentirse más vivos a
pesar de que no somos
tan afines a uno de
ellos, al rostro
joven del padre en la
plaza
con el ángel de bronce,
la camisa blanca
impecable. Respiro recuerdos,
arrugas y cicatrices,
quemo ortigas y espinas,
rumio la angustia
en la mirada de los
seis hijos frente a los ojos
cerrados de su madre
en la gran casa de la calle
Artisti. Cautivado por
la muerte, por el humo
que lento llega de los
bosques en torno al pueblo.
En el poema “Se nos escapan mil cosas” reaparece la casa de la calle Artisti
y las imágenes de ese mundo de recuerdos. Más allá de las palabras se proyecta la
connotación del mundo familiar y lo que significa esa añoranza. Lo que quedó atrás
retumba en el corazón del yo lírico proyectando esa dimensión temporal de la vida.
Nunca comprenderemos la total profundidad. El poeta es el único testigo de su mundo.
Un mundo de emociones que regresan a través del tiempo y que mirado desde el presente
ha cambiado, pero el pasado sigue igual. La memoria sitúa al hablante en el ámbito
de cada experiencia y relación humana, como acertadamente subraya el crítico Francesco
Tarquini: “El motivo de la memoria se desarrolla a lo largo de las cuatro secciones
que integran el libro”. El pasado se presenta como un paisaje que va ampliándose
significativamente para que todo continúe su curso y los recuerdos operen sobre
el hablante en secreta complejidad con el ambiente. Así los distintos planos de
esas experiencias reservan un espacio para que lo significativo de aquella lejana
realidad sea una parte integral del presente:
En los rostros leo historias
que se aferran
a otras y otras más:
todas tienen
que ver con hombres
mujeres niños
que vivieron en la casa
de la calle Artisti.
Apaleado por los efectos
que arden
al alba cuando a la
luz le cuesta entrar.
Espectros descalzos
deambulas por los cuartos:
¿Por qué me imploran?
¿Qué hago aquí?
Cantan las estrellas
pero no puedo escucharlas.
Mantengo el calor con
tu sonrisa, con tu mirada
y si atrapo por azar
algún fragmento
es por casualidad. Suelto
la mordaza: reminiscencias
bajo la luna caen en el pozo.
Mil cosas huyen. Cavo
entre los restos
y encuentro una gruta:
¿quién se oculta allí abajo?
Nunca obtuve respuestas
detalladas. Soldados
y padres en una selva
de cruces, días
incendiados pues las
manos no tienen más
la fuerza del padre
y el hijo permanece a la espera:
la cabeza al revés,
el corazón que retumba.
Sin duda, entre un poema y otro hay un mundo de significaciones. La misma
naturaleza del poema establece niveles de percepciones, de realidades y situaciones
diferentes. El poeta Alessio Brandolini no busca confrontar el presente, más bien
crea un camino por donde la densidad de los recuerdos emerge con la imagen del padre.
Por ello, cada texto intensifica una nueva revelación que pone al descubierto la
imagen esencial de aquel pasado:
La algarabía de los
recuerdos: ¿por qué
olvidarlos si al final
todo es muerte?
Escucho el grito del
viento,
el zumbido que viene
de los montes
y nos ayuda a respirar,
un apoyo
para el cuerpo: veloz
avanza hacia
el valle bordeando ese
riachuelo
que nutre los vórtices
de la mente.
El agua arrastra la
hormiga
que avanza a pasos pequeños,
agito
el verano que aguanta
en las hojas,
en los relámpagos de
nuestro lindo verano.
Puntapiés destruyen
el espejo
por las noches ahora
sus partículas exploran
las estrellas. Completamente
fuera de lugar
te pregunto por qué
hace meses que no llamas.
El viento atraviesa
la piel, el mismo que luego
musita mensajes en el
lenguaje de los ángeles.
Te escribo y reflexiono
acerca del mar de Salento
que los cuerpos acaricia
susurrando palabras azules.
Las cosas que llenan la vida, es decir, la realidad que despierta en el hablante
la conciencia del pasado nunca ha desaparecido. Los recuerdos surgen sutilmente
como arrancados del corazón para vivir otra vez la dimensión temporal de aquel estado
denso de emociones. Esto es lo que ocurre en el poema anterior. Son muchos los recuerdos
que se desprenden de la memoria para convertirse en una vía de reflexión: “Te escribo
y reflexiono”, dice el poeta. Ciertamente la reflexión despierta a
la vida ese mundo traspasado también por la nostalgia. Todo lo que fue plenitud
de vida se intensifica para que lo esencial persista como un recuerdo inviolable
y para que el pasado siga haciendo posible cada situación real o imaginaria. Por
eso, cada instante de reflexión evoca la continuidad de una y otra visión. Para
el lector, no es cuestión de detener su mirada en un solo lugar y mirar el asunto
poemático que queda atrás. Nada en verdad queda al margen de la vida, por el contrario,
en esta poesía todo sigue iluminando el pasado como un sol en el camino recorrido
por el hablante:
REGRESO DE UN LARGO VIAJE
sin haberme movido de
aquí, hago
preguntas para escuchar
mi voz.
En la montaña la luna
cubierta de moretones
siempre la misma y sin
embargo extraña porque
esta noche su rostro
muestra otras
tragedias, ha recibido
nuevos golpes.
Sus ojos están abatidos
y sin embargo sigue allí
y observa serena, habla
para guiarme
fuera del pozo. Las
puertas se cierran
se derrumban los muros
de piedra que demarcan
fronteras. Es difícil
permanecer indiferentes
lo que sucede, cada
día luchamos
para obtener una pizca
de felicidad.
Busco una manera segura
para sacudirme
los recuerdos y emprender
el vuelo fuera
de todo lo que daña,
del odio resguardado
en nuestros corazones.
Le sonrío a los ángeles
que nos observan: ¿estatuas o guardianes?
Regreso de un largo viaje, he visto cosas atroces
y las pesadillas me atormentan por mucho tiempo.
Como sugiere el poema anterior, los recuerdos suelen traer nuevas impresiones.
Arrastran una inquietud difícil de explicar. Volver a reencontrarse con los recuerdos
de ese viaje simbólico o real significa otra perspectiva de vida. En
este poema el yo poético no se ha movido de lugar para que el paisaje y la luna
se conviertan en evocación del tiempo: “sin haberme movido de aquí, hago / preguntas
para escuchar mi voz”. ¿Qué es lo que permanece escondido creando esa sensación
de angustia? No lo sabremos. Con el paso del tiempo la conciencia despierta profundas
emociones, pero no podemos exigir que el sentido de las cosas nos declare su total
enigma. En mi caso, como lector, basta imaginar lo que sugiere la poesía, aunque
comprendemos lo que advierte el hablante: “Es difícil permanecer indiferentes a
lo que sucede, cada día luchamos / para obtener una pizca de felicidad”. Ciertamente
esta realidad confirma el contexto central del poema. La clave está en la existencia
misma del ser y en la indagación de un mundo cuya realidad nunca ha desaparecido.
Y es que la poesía de Brandolini está habitada por recuerdos difíciles de ignorar
y de una naturaleza que camina con el poeta por un sendero mágico y doloroso a la
vez. Por ello, entramos y salimos por su mundo como si estuviésemos caminando por
un paisaje de sorprendentes acontecimientos. He aquí, por ejemplo, “Perro con voz
ronca”, un poema cuyo título nos coloca frente a esa realidad personal de profundas
emociones:
Nada olvido y avanzo
lento más allá
del estanque, después
daré un largo paseo por el bosque.
El aire se satura de
palabras francas que afilan
mis pensamientos, el
río me regresa a una angustia
que huele a ralentizaciones
y carreras abrumadoras.
Echo mi cabeza hacia
atrás y la veo
esfumarse en el horizonte.
Los pasos resuenan
y sufro al verme tan
maltrecho:
me evitan incluso los
gatos del Foro Romano
enseguida me invade
una ansiedad que todo lo devora.
Ladra un perro con voz
ronca pero aquí están
los recuerdos más bellos:
calles de agua y fuego. ¿Muy
tarde para rehacer la
casa? Tan fatigado
como para absorber las
frases que matan, entonces me
desvanezco y caigo al
suelo. La lluvia lava los tejados, el cerezo
que ha dado pocos frutos.
Nadie abre y pienso:
¿alguien se esconde?
Las sombras benévolas
del bosque ahuyentan
el miedo, me muerdo
un brazo, hundo el cuchillo
en mi mano. Ahora
nuestra sangre fluye
sobre la corteza de la haya.
Todo lo que fue hermoso y tuvo una presencia resurge de súbito al ladrido
lastimero de un perro. ¿Qué clase de emoción es ésta cuando un perro deja su ronca
voz temblando en la quietud del ambiente? Avanzamos y todo está ocurriendo a un
mismo tiempo: el bosque, el aire, las palabras, la cabeza del hablante esfumándose,
el Foro Romano, la lluvia, los frutos, las sombras, la sangre que fluye sobre la
corteza de la haya. Todo ocurre simultáneamente. Todo confluye en un mismo centro,
todo se convierte en un sorprendente acontecimiento. Así es la grata poesía, nos
lleva por las profundidades del yo para que la vida siga su curso.
Pasamos como de un puente a otra orilla del apartado “Camino dentro de mí”.
En sentido figurado, la vida es el camino y la poesía una vía exploratoria del ser
humano. Ya sea en el plano mental o el físico, todo irá incorporándose a través
de las imágenes al camino interior que fija las coordenadas. Entramos en
una estructura poética cuyas estrofas, anudadas por siete versos, marcan la organización
de los textos. El título es a primera vista una señal de la complejidad de la escritura.
¿Qué intenta decirnos el autor? ¿De qué trata cada asunto poético? El crítico Francesco
Tarquini nos ha dado la señal que hemos venido siguiendo: “El motivo de la memoria
se desarrolla a lo largo de las cuatro secciones que integran el libro”. Es decir,
la memoria ha venido estableciendo este discurso lírico, este viaje al interior
del hablante para poner en perspectiva los valores de la vida y el acontecer de
las cosas. El epígrafe de esta tercera sección, Camino dentro de mí / como en
una ciudad extranjera / donde no conozco a nadie, de la poeta Ana Blandiana,
sugiere también las tonalidades de este lenguaje. Caminar representa ese movimiento
y relación con la vida, y una correspondencia entre el pasado y el presente que
ordena paralelamente las vivencias de un yo en constante reflexión de sí
mismo y del entorno:
Te busco hace meses:
¿dónde estuviste todo este
tiempo? Sentado en el
bosque -sangra su nariz-
sobre un viejo castaño
tumbado por el viento.
Sonríe, me acerco a
él, las hojas
crujen bajo mis pies.
Me observa con ojos
desolados, irritados,
su mano derecha presiona
el pañuelo para taponar
la pérdida, la herida.
¿Dónde estuviste todo
este tiempo? Hace días
te espero a la entrada
de nuestro terreno.
Mi padre levanta la
cabeza y sonríe como si se le hubiera
revelado una historia
extraña, como el verano cuando
lo acompañaba a rociar
el sulfato de cobre sobre las parras
y destripaba el tiempo
lanzando lejos,
más allá de los olivos,
cañas afiladas con una navaja.
En cierto modo, la presencia del padre determinará el proceso de la evocación
de su vida en el tiempo. En retrospectiva, todo se da en secuencia de una memoria
que se expande hasta el presente. Entonces, el pasado se presenta como la continuidad
de un tiempo que se vive intensamente. Ese estar en el tiempo es un modo
de sentir la presencia del padre, aunque físicamente no acompañe al hablante por
el mundo real, pero viajar a través de la memoria es un modo de hacer posible que
la imagen del padre continúe presente.
En el poema “La ciudad extranjera” el único extraño parece ser el sujeto
del poema. Por un momento desaparece la alegría cuando el hablante indaga su realidad
inmediata. Dice el siguiente verso: “Un hombre encerrado en sí mismo / en busca
de frases, de un saludable despertar”. Sin embargo, aunque en una ciudad extranjera
la vida pueda parecer extraña, uno también puede sobreponerse a lo que ocurre
a su alrededor. Quizás sea éste el sentido de extrañeza que deja también en el lector
el poema titulado “Un mundo más luminoso”. En este poema las formas del pasado,
después de crear una visión dolorosa, terminan dejando atrás la angustia y reconciliando
el presente con un sentido más llevadero de la vida:
Una cuerda deshilachada
sostiene los cuerpos
que dan de patadas en
el vacío. La mirada
sobre la carrera, luego
en la meta que parte
en dos. ¿Vamos a tomar algo?
Te sugiero que tengas
cuidado
que amarres tu lengua
a un palo, hablamos
de hechos importantes
ocurridos hace décadas.
También yo entre las
nubes y el sueño
se desnuda. Deja a un
lado el pasado si quieres
vivir el presente. ¿Una
hoguera de recuerdos?
Educar el alma, dejarla
descansar en la orilla
de un lago. Quizás el
cielo pueda hospedar otros
agujeros negros, pero
hace falta un mundo más luminoso
porque la alegría reclama
la armonía corazón/mente.
Estar “entre las nubes” o dejar descansar el alma “en la orilla de un lago”
evidencia, de algún modo, una metáfora sutil para quienes buscan la armonía de la
vida. La vida es dura pero la poesía reserva un sendero para que el camino sea menos
fatigoso. Posiblemente no sabremos a ciencia cierta las connotaciones profundas
que yacen al fondo de un poema o si el sentido de la lectura que hacemos sea más
asertivo de lo que el poema quiere decirnos. Sabemos ciertamente que un poema se
abre a la mirada sin exigir nada a cambio. La poesía es como es, y en el caso de
Brandolini es producto de meditación y de trabajo. En el poema a continuación, fundiendo
el amor y la escritura, el poeta habla de la tarea a la que ha consagrado su vida.
Por eso su modo de vivir y contemplar el mundo son signos inconfundibles
de su realidad literaria:
Apago la luz, los cuartos
están hechos
de hielo y luego es
una hazaña
volver al inicio, para
amarnos o
decirnos adiós. Temprano/tarde
al mismo
tiempo, cercado por
muros: agotador
volver a casa con una
reputación
inmaculada, hospedar o ser acogidos.
Intento no molestar,
sólo frases
banales, inofensivas:
un aplauso el silencio
y medito sobre estas
suspensiones.
Al viento castillos
de ira. ¿Qué tiene de especial?
Nada, pero disfruto
del prodigio: estoy aquí
y camino dentro de mí
como en una ciudad
extranjera. Desde el
Belvedere se puede ver el mar.
La última sección, “Tu corazón es un bombo”, se compone de poemas en prosa.
Es interesante notar aquí cómo se intensifican las relaciones y cómo la referencia
central del título sugiere mucho más de lo que expresa. La palabra bombo, por
ejemplo, equivale a la suma total de la imagen del padre, su trascendencia
y memoria de su temporalidad. En este sentido, cada imagen se anexa a otra impregnándola
de múltiples connotaciones. Ya de entrada, el título nos advertía de un significado
mucho más amplio de lo que corrientemente entendemos por la palabra bombo.
Hay en “Tú corazón es un bombo” un modo de articular el mundo personal del hablante
desde un plano puramente lírico donde la fragilidad humana supone algo de mayor
complejidad. De hecho, el epígrafe del poeta peruano Jorge Eduardo Eielson evoca
la dimensión cósmica de ese corazón compungido: nada en los bolsillos / ni el
pensamiento / sino mi corazón sonando alto alto / entre las nubes / como un cañonazo”.
Para el poeta, lo que ha quedado atrás aún permanece vigente. Se evoca el pasado
desde la distancia, como quien contiene la respiración queriendo retroceder y regresar
otra vez a aquella realidad:
Gateando entras en la
luz, las estrellas nos envuelven en el silencio y revisitas los años salvados por
seres invisibles que curan las heridas. La pradera se alimenta de la luz de las
estrellas y los pájaros planean lentos, acopian semillas, bayas. El yo ruidoso aparece
por momentos tras el opulento vientre que danza en el escenario iluminado por el
día. Inclinado, goteando sangre de su nariz, lo miras y piensas que la ausencia
del padre nunca será un capítulo cerrado. Calles llenas de trampas se enrollan en
las piernas, se convierten en bosque, lobo, caperucita roja. El título permanece
lapidario, tallado en los muros de las casas. Dices, con un pañuelo presionado en
la nariz que sangra: te he estado buscando hace días. Él sonríe como en el verano aquel cuando ustedes rociaban
sulfato de cobre, contento del pequeño viñedo que resiste a la intemperie. Lanzabas
altas cañas lo más lejos posible soñando con partir para luego volver y aliviar
las fatigas del padre. Lo abrazas fuerte y le dices: ¡vamos a casa, debes descansar!
Arrugado por el tiempo, por el frío, ahora el padre se quiebra y desmorona,
transformado en polvillo dorado.
El poema transcrito presenta una dimensión cósmica en imágenes que se entrelazan
revelando el esplendoroso “polvillo dorado” del padre. Las palabras crean
un escenario tierno y nostálgico. El padre sigue presente en la luz, en el vuelo
de los pájaros y la mirada escudriñadora. ¿Qué nos cuenta el hablante? Es preciso
situarse en un viñedo imaginario para ver las cosas no distinguibles a simple
vista, cosas imposibles de olvidar. El poema registra una situación en donde los
actos cotidianos adquieren un matiz casi místico.
Entramos en el poema “Golondrinas”. La avecilla
funge como un subterfugio. Su vuelo nos conecta con un orden de acontecimientos
que va más allá de lo que acontece en el mundo real:
La poesía es un martillo
neumático: cava buscando la palabra precisa y luego corre sobre un césped de nubes.
La noche despeja ruinas, se desliza con el viento que sopla en la cabeza. Los besos
no tienen nada de la ceniza y sueldan los cuerpos al agua que fluye bajo Castel
Sant’Angelo. Llama si quieres, tienes mi número. Rastrillas hojas y tus manos están
lívidas: ¿Arrojaron piedras? Encima de nuestras cabezas revolotea el sable de los
días. Te pregunto sobre una mujer que conocimos juntos: cada quien recuerda lo que
puede. Un sendero pasa por tus ojos y superas de milagro la ladera en la sombra
cubierta de nieve. Antes de bajar a Roma pasaste años observando el revoloteo de
las golondrinas. Pronto oscurecerá y no habrá nadie esperándonos. Todo se vuelve
pequeño, se precisaría de una lupa para ver los detalles. Basta un rayo de sol y
el hielo es agua que fluye hacia el valle. Encerrado en una casa en miniatura, invisible,
como las que construías con tus hijos y alcanzabas la armonía. Con un empujón de
hombros derribas la cerca y con paso veloz te encaminas rumbo al pueblo.
La poesía es esa invisible llama que refleja lo más recóndito del ser. Ella
es el camino que evoca lo vivido. Todo en ella adquiere profundas dimensiones. En
este poema la figura del padre asoma en el vuelo de las golondrinas y en la remembranza
del pasado: “Antes de bajar a Roma pasaste años / observando el revoloteo de las
golondrinas.” Es pues el sencillo vuelo lo que confiere una especie de bienestar
emocional al hablante. Esto lo notamos al contraponer la imagen de la ciudad a la
naturaleza y el sol, y a la del agua que fluye hacia el valle. En este cuadro poético
el hablante hace factible la visión que acontece como homenaje al padre. Por último,
pasemos a otro instante poético, un poema cuyo título representa un sentido superior
de la vida. En él entrevemos la figura del padre en el horizonte:
Aquí el aire es limpio
y en la montaña hay un bosque que te reconoce y que te habla, sabe que existes y
el sol reseca la ira. La nostalgia es un desierto que riegas por las mañanas, nadie
rema contra ti sino tú mismo. ¿El sueño recurrente? Pataleas en el agua y los peces
escapan del anzuelo, de la muerte. ¿Quieres echarme de la cama? Y pensar que nos
conocemos bien, que de niños jugábamos juntos. ¡Para mí eres un hermano! Te paras
en el umbral de la puerta y no me dejas pasar: ¿cuánto tiempo ha pasado? Deberíamos cubrirnos de luz, hacer frente
a los fantasmas. Sentado frente a la Fontana di Trevi contemplas en el agua a las
mujeres que amaste y a aquellas que distingues entre la multitud por su continua
transformación. Tu corazón es un bombo que sin cesar resuena en las alturas, entre
nubes como un cañonazo, y amas aún más a quien yace a tu lado: con escasas palabras
se ha sostenido el trayecto y cerca han crecido hijos, árboles y flores, perros
y gatos.
Estamos dentro de un paisaje imaginario. Las imágenes se superponen evocando
un conjunto de emociones. Nos transferimos por última vez al pasado. Lo abstracto,
lo que no habíamos notado renace como si fuera “un sueño recurrente”. Ahora el poeta
es un niño que juega con su padre. Ahora el amor triunfa contra el olvido. Ahora
el pasado se hace real. Ahora el corazón sigue volando en el amoroso sonido de un
bombo sobre el horizonte.
DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta y ensayista. Reside en Nueva York, Estados Unidos. Ha publicado los poemarios Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (con prólogo de Ramón Palomares y Eugenio Montejo, 2004), Islas (2011) y Lugar sin fin (2017), así como el ensayo Visión poética en tres libros de Alfredo Pérez Alencart (2017).
RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 262 | setembro de 2025
Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com







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