El libro abandona la composición cerrada de
los clásicos “sonetos” modernistas y se abre a la brevedad líquida de cantigas,
romances, madrigales y canções. Su estructura no es épica sino mareal: poemas
que van y vienen, replicando en miniatura el ritmo de la marea que el título
adelanta. Este gesto formal anuncia la preocupación central por la fugacidad:
“la precariedad de la existencia” y “la velocidad del tiempo” son, según la
crítica brasileña, sus hilos conductores.
En el poema “Canción del camino”, Cecília
Meireles inscribe su voz en una tradición lírica que explora la errancia como
única forma posible de tránsito vital para quien ha amado sin destino. El
sujeto poético, sin itinerario, se desplaza acompañada por una canción interior
que sustituye el abrazo del otro: “Si fuese, / en vez de la canción, tu
abrazo!”. Aquí, la música, más que consuelo, aparece como sustitución, como
ficción necesaria ante la ausencia, y el lenguaje se convierte en un artilugio
que sustenta una experiencia precaria de sentido: “Estas son cosas que digo,
/ que invento, / para hacer buena la vida…”.
Meireles opera una poética del desplazamiento
afectivo, del desvío del deseo, que recuerda a la Gabriela Mistral de Tala
y Desolación, donde el trayecto —ya sea geográfico o emocional— se
vuelve figura del duelo y de la aceptación de lo imposible. Así como en Mistral
el viaje es a menudo el eco de una maternidad fallida o una pérdida amorosa
sublimada (“Lo que el alma hace cuando ama no es amar sino esperar”
[Mistral, Ternura, 1924]), en Meireles la caminata sin rumbo afirma la
imposibilidad de coincidir con el otro amado, proponiendo una modalidad de
andar con la ausencia, una elegía sin lamento.
En este punto, es posible pensar también en
Alejandra Pizarnik —más radical en su desposesión—, para quien el canto no es
sustitución sino grieta. Donde Meireles aún encuentra en la melodía interior un
instrumento de supervivencia, Pizarnik constata la erosión del lenguaje mismo.
Sin embargo, ambas comparten una conciencia aguda del fracaso del deseo y de la
palabra que lo nombra.
Por último, el verso “se acaba la tierra
bella” introduce la conciencia del límite, de lo finito, que no se
dramatiza, sino que se acepta como parte del trayecto. La belleza, dice
Meireles, es un instante —y por eso, más que un espacio, el viaje se convierte
en un estado del alma, una condición lírica de quien no busca destino, sino
compañía en la voz que canta.
Otro poema que deseo resaltar es “El Resucitante”,
dedicado por Cecília Meireles a la poeta uruguaya Esther de Cáceres, se
inscribe dentro de una poética de la transfiguración espiritual que recorre
buena parte de Vaga música (1942), pero que en esta pieza alcanza un
grado singular de concentración simbólica y despojamiento verbal. El yo poético
atraviesa aquí una experiencia de muerte y resurrección no en clave cristiana
literal, sino como un tránsito hacia una forma de existencia sutil, aérea, casi
inmaterial, donde el cuerpo ha dejado de ser cárcel para volverse “transparente”.
El poema se abre con una antítesis luminosa:
Mis pies, mis manos, /
mi rostro, mi flanco — / ¡fuego de amapolas! / Y hoy, lirio blanco!
La imagen de la amapola, flor asociada tanto
a la sensualidad como al sopor (por su conexión con el opio), sugiere un pasado
ardiente, carnal, encendido por el deseo o el dolor. La transición hacia el
“lirio blanco” introduce no sólo una metamorfosis estética, sino también
espiritual: el lirio ha sido históricamente símbolo de pureza, de renacimiento,
de inocencia restaurada —tal como aparece en la iconografía mariana, pero
también en la lírica mística de San Juan de la Cruz o Sor Juana.
La transformación no es solamente física. El
“fuego de amapolas” no ha sido destruido sino transmutado en claridad. Los “arroyos
partidos” que salían de los ojos y la boca (símbolos del sufrimiento emocional
y la palabra fragmentada) se convierten ahora en “albas enteras”: la noche ha
cedido a una mañana definitiva, blanca y total.
Una de las estrofas más significativas del poema
es:
Vi pudrirse, / con
dolor, sin lamento, / mi cuerpo, mi sueño / y mi pensamiento.
Este verso propone una descomposición sin
resistencia, una aceptación de la muerte del cuerpo, pero también del sueño y
del pensamiento: el yo ha renunciado no solo a su carne, sino también a su
proyecto y a su intelecto. Esta triple renuncia remite a un ascetismo que
recuerda al nada, nada, nada teresiano, o al todo lo que no es Dios
es nada de los místicos. Meireles se sitúa en la frontera entre la palabra
que nombra y el silencio que redime.
La última estrofa introduce un toque de
tragedia colectiva, apenas insinuada:
Y de cada lado /
lloran doloridas / manos de antigua gente.
Las “manos” evocan lo humano que queda atrás:
el duelo de los otros, la continuidad del sufrimiento de la historia, la
comunidad de los que permanecen. El yo resucitado se ha elevado por encima de
ese dolor, pero no lo ignora; su transparencia no es indiferencia, sino
liberación.
La dedicación a Esther de Cáceres no es
arbitraria. Esta poeta uruguaya —médica y mística— elaboró en libros como Canción
(1931) o Los cielos (1935) una lírica de gran interioridad, en la que la
muerte, el alma y la soledad eran ejes fundamentales. Ambas comparten una
sensibilidad afín: la del ser que busca en la palabra un tránsito hacia la
ligereza, la elevación, el desasimiento.
Así, El resucitante puede leerse
también como un homenaje entre dos mujeres-poetas que, desde márgenes
diferentes del continente, supieron encontrar en la poesía una forma de
levitación ética y estética. En ellas, la poesía no salva, sino que disuelve:
no sana, pero sí aligera el peso del ser.
Aunque evita el acento confesional directo,
la obra despliega una subjetividad femenina que problematiza su propia
encarnación (“Romance”: “¿Por qué me disteis un cuerpo…?”) y sitúa la
soledad como espacio de libertad (“Despedida”: “Quiero soledad”). Se
trata de una reflexión rara en la poesía modernista, dominada por voces
masculinas, lo que llevó a Carlos Drummond de Andrade a leerla como experiencia
radical de intemperie espiritual.
Vaga música
representa una maduración del modernismo lírico: demuestra que la
experimentación formal no exige la estridencia rupturista de 1922, sino que
puede alcanzar un minimalismo musical y filosófico de altísima precisión.
Meireles refina la ruptura modernista al fundir mitología griega, mística
oriental e imaginería cristiana con cadencias de “modinha” y “chorinho”,
revelando que la poesía brasileña puede dialogar de igual a igual con la
tradición occidental sin abdicar de su ritmo propio. Desde ese cruce universalista,
la autora consolida la centralidad de la mujer poeta en la lírica nacional: su
yo lírico nos muestra una vida que nombra, interroga y se retira cuando la
palabra culmina.
El tono metafísico
y la elaboración formal del libro lo sitúan como puente hacia la generación de
1945: anticipa la depuración neoescolástica y existencial de João Cabral de
Melo Neto o Lêdo Ivo y confirma su función de bisagra entre el primer
modernismo y la poesía de posguerra. Convertida la experiencia humana en
partitura de ausencias—niebla, agua, música, soledad, un corazón que “cae en la
vida como estrella herida”—esta obra otorga a la literatura brasileña una de
sus cumbres: ochenta y tres años después, sus versos siguen fluyendo como
“lento río de esplendor”, recordándonos que, ante la fugacidad, la única música
que perdura es la que naufraga y renace en la palabra.
GLADYS
MENDÍA (Venezuela, 1975) é escritora e editora. Tradutora do português para o
castelhano, contando entre seus trabalhos de tradução a antologia poética de
Roberto Piva intitulada A catedral da
desordem (2017). Foi bolsista da Fundação Neruda (2003 e 2017) e participou
do Workshop de Criação Poética com Raúl Zurita (2006). Publicou em diversas
revistas literárias, assim como em antologias, sendo a mais recente Temporary Archives, Poems by women of Latin
America, ed. Juana Adcock e Jèssica Pujol Duran, ARC Publications, 2022,
Reino Unido. Seus livros são: O tempo é a
ferida que goteja (2009); O álcool
dos estados intermediários (2009); A
silenciosa desesperação do sonho (2010); A grita. Reescrita de As Moradas, de Teresa de Ávila (2011); Inquietantes deslocações do pulso
(2012); O canto dos manguezais
(2018); Telemática. Reflexões de uma
adicta digital (2021); LUCES ALTAS
luces de peligro (2022) e seus mais recentes livros cocriados com
Inteligência Artificial: Fosforescência
tigra, Aire e Memorias de árvores (2023). Ela é
editora fundadora da Revista de
Literatura y Artes LP5.cl e LP5 Editora, desde o ano de 2004. É cofundadora
da Furia del Libro (Feira de editoras independentes, Chile). Como editora,
desenvolveu mais de vinte e cinco coleções de poesia, narrativa, ensaio e
audiovisuais, publicando mais de 500 autores.
RUBEM GRILO
(Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino
(1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte,
passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em
contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo
(1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia
curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir
Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe
lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque
Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da
década de 1970, ilustra jornais como Opinião,
Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para
os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo
Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998,
participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no
ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados
em revistas especializadas como Graphis
e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz
pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 262 | setembro de 2025
Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com








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