Hablando de poesía verdadera
o auténtica, tengo en cuenta por un lado la teoría poética
del andaluz universal
y, por otro, las ideas de Martin Heidegger y de José Ortega y Gasset acerca de lo auténtico y lo no auténtico
en el arte y en la poesía.
Por esta razón, tomando como principio estas tesis, pretendo
un planteamiento diferente de este espinoso tema (que se repite
constantemente dentro del campo epistemológico de las demandas sobre la misión de la poesía en la época de la globalización).
Antes, pues, de convenir
con Yorgos Seferis –el primer premio Nobel
griego– en que desde la época de los rapsodas
antiguos se atribuía a la poesía un papel social, consciente, predeterminado, pensemos en la distinción entre las funciones generales y especiales de la poesía que él mismo admite. En la Edad Media y a comienzos de la Moderna,
en España, pero también
en Grecia, el papel social de la poesía era
más fácil de distinguir.
Pongamos el ejemplo de las canciones
tradicionales griegas y españolas en las que se inspiraron los grandes poetas andaluces
y griegos del siglo XX (Lorca, Jiménez, Seferis y Ritsos). Ya sabemos que todos estos consoladores
del mundo vivieron sus años infantiles oyendo de sus abuelas o
de sus nodrizas antiguos versos y sortilegios que tenían fines mágicos prácticos,
como liberar al niño aojado de la influencia
negativa del mal de ojo o aplacar a los
demonios que lo habían rodeado, es decir, las fuerzas subterráneas que en la antigüedad
se denominaban Ceres y Harpías.
También sabemos que la poesía
utilizaba una serie de ceremonias religiosas en la España medieval y nos sentimos
encantados incluso en la actualidad cuando oímos a los andaluces cantar una saeta
–himno piadoso– sin pensar que utilizan la poesía con un fin religioso específico
que expresa una necesidad humana:
la de la comunicación con Dios.
Sabemos que las formas antiguas de la epopeya de Digenís,
la Canción del hermano muerto en Grecia, y del
Cantar de Mío Cid en España servían como
medio de transmisión de sucesos, de información, de ideas y de creencias colectivas,
es decir, de acontecimientos y de opiniones que tenían un carácter histórico determinado,
antes de «salvarse» en los siglos posteriores como tesoros literarios, como obras
de arte para el deleite estético y la
formación cultural de la comunidad correspondiente.
En las ciudades-estado de la Grecia
antigua más desarrolladas culturalmente, los papeles y
las funciones sociales de la poesía más ampliamente admitidos eran variados
y significativos. Las tragedias de Esquilo, Sófocles
y Eurípides compartían como principio los ritos religiosos y su papel social se refería a una típica ceremonia
pública relacionada con fiestas populares, que no obstante
tenía base religiosa.
Si leemos las Odas de Píndaro e inmediatamente después
el ensayo de Ortega y Gasset El origen deportivo del Estado, podríamos convenir en que la oda
de Píndaro es creada por (y para)
una circunstancia social y deportiva
que se ordena hacia una determinada función cívica y cultural de la ciudad antigua: la organización de los
Juegos Olímpicos. Algunas de estas antiguas formas de poesía sobrevivieron, como
ya sabemos, también en la poesía italiana del Renacimiento, así como en la gran poesía española
de Quevedo y de sus herederos.
La importancia del sentido de la poesía didáctico-alusiva desde
la época de Quevedo hasta la de Kavafis ha cambiado indudablemente de forma notable.
El término poesía
didáctico-social en la época de Quevedo
significaba la lírica de la que se deducían enseñanzas morales acerca de actitudes
y comportamientos humanos, que transmitía
de una forma crítico-irónica y satírica información sobre situaciones sociales encubiertas
e inaccesibles al sentido común, o en el fondo una poesía que hundía el bisturí
de la crítica partiendo de un marco de personajes heroicos y caballerescos. El traductor,
el investigador de Quevedo se impresiona no sólo por la rica gama de sus metáforas,
sino también por las técnicas que utiliza para expresar su odio hacia los médicos
y los tacaños de su época, así como su
admiración por los considerados héroes o
modelos sociales, como el Duque de Osuna. No obstante, en la actualidad, muy poco nos interesan sus manías por los impostores profesionales de su tiempo,
y sin embargo muchísimo su método alusivo, que utilizaron también Eliot, Kavafis y Seferis.
La poesía didáctico-política
cerró su ciclo mucho antes de la caída
del socialismo existente en 1989. Yo mismo escribía poesía comprometida en la década
de los 70 y la dejé después,
cultivando una poesía de temática
existencialista y mitológica influenciado por las teorías de Ezra Pound. Como especie museística la poesía comprometida de Yannis Ritsos y de sus epígonos,
como Manolis Anagnostakis y Titos Patikios, se limita en la actualidad a consejos
y opiniones ético-críticas acerca de la alienación social en el capitalismo ulterior, que, aunque se refieren
a una realidad social aparentemente multifragmentada, no pueden reorganizarse
en un esquema y medio ideológico concretos para la radicalización de las masas populares.
Ya ningún poema político
moviliza a las masas o a los radicales como en la época de Miguel Hernández
y Rafael Albeti. Ya no podemos
escribir poesía como la
que escribían en 1940 Bertold
Brecht o Steven Spender y después los poetas griegos Yannis Ritsos
y Tasos Livaditis, incluso aunque los acontecimientos de la época de
los 40, 50 y 60 pesen decisivamente en nuestro estado «post-moderno». Por lo que respecta al drama poético
y a la generalmente denominada
poesía dramática, este género tuvo una evidente función social en la época de Tomas
Stern Eliot. Hoy en día se confirman las opiniones teóricas de Jiménez y Seferis, pues la mayor parte de
los poemas tienen como receptor no a un público lector determinado, sino al lector
solitario «suficiente» y de buena fe, quien, viviendo en una época eminentemente
dramática, conserva sin duda un creciente interés por el lenguaje dramatizado, por la prosa poética, que tiene como objetivo
expresar una realidad social poliédrica.
Si en la actualidad admiramos a Juan Ramón Jiménez en España, en Grecia
y en todo el mundo,
es no sólo por su alta calidad lírica,
sino por el hecho de que se negara
a apoyar dos comportamientos sociales
e ideologías concretas (el franquismo-fascismo y el comunismo
utópico) que se podrían considerar como los dos culpables básicos del atraso general de España hasta 1970, y
de Grecia por supuesto. Para el poeta andaluz, lo mismo que para su colega griego, el tema de la poesía deberá
plantearse más allá de los partidos políticos,
en una zona de lo humano que es común para todo el espectro de la vida. La poesía
tiene una misión, digamos, ética que, sin embargo, no deberá estar relacionada con los planes de uno u otro
grupo social. Se dirige a una generalmente bien entendida sensibilidad y conciencia colectiva, pero no así a la conciencia bélica de
una u otra clase.
Refiriéndonos a Juan Ramón Jiménez,
debemos subrayar que su poesía lírica auténtica sobrevivió más allá de la conocida
disputa entre fascistas y comunistas y continúa encantándonos –a pesar de los múltiples
cambios de la opinión pública intelectual española– con
su vivacidad. El poeta, pues, aunque no indiferente respecto a los problemas de su época, según el propio Jiménez, deberá mantener
una postura neutral, pacifista, especialmente en períodos de divisiones políticas
intestinas. Así, quizá podría preservar
su obra y no someterse a soluciones extremas. En relación con su caso, escribe el
poeta de Moguer: Escribir poesía comunista
o fascista, o lo que sea, y como programa o proclama, no lo encuentro necesario
ni conveniente […], que yo soy libre y
envolvente, y que estoy por encima, por debajo
y por los costados de todas las izquierdas y todas
las derechas. Resulta claro, pues, que el poeta moderno que vive conscientemente
«retirado» dentro de una sociedad precisa puede
y debe [hacer] una crítica exijente, dura, si es preciso, pero en clara prosa y lógica.
Aunque la poesía en Jiménez mira
sobre todo hacia lo eterno y en Seferis hacia lo histórico y lo social, si les planteáramos la misma cuestión
acerca del papel social de la poesía
en el siglo XX, creo que estarían
de acuerdo en lo siguiente: que la primera
misión, el primer papel de la poesía es proporcionarnos placer. Pero,
¿qué tipo de placer?, preguntaríamos. Evidentemente estético, nos responderían muy
vagamente. ¿Sería suficiente, sin embargo, tal
respuesta si no escucháramos sus argumentaciones sobre la cuestión
del placer estético?
Por supuesto que no. Pero al final estaríamos de acuerdo con ellos
en que todo poeta auténtico moderno que haya comprendido el valioso poder del lenguaje
poético se interesará en darnos algo más que placer. Más allá de cualquier fin específico
que pueda tener cada poesía, lo que en general determina su papel social es la firme ambición de su creador de transmitirnos
algunas experiencias nuevas, haciendo revivir nuestra percepción cotidiana de las
cosas de este mundo, o expresando otro punto de vista sobre
las mismas.
Otra cuestión que según Juan
Ramón Jiménez tiene relación con el papel social de la poesía moderna se refiere
tanto al beneficio individual de su lector como a la calidad de su deleite estético personal. Leyendo y
analizando el poema Espacio, comprendí
que el tipo de placer que nos puede dar la alta poesía y el tipo de transformación
que puede suscitar en nuestro espíritu
es prácticamente igual a
la especie de profunda conmoción que nos provoca la lectura de los Cuatro Cuartetos
de Tomas Stern Eliot.
Leyendo la poesía de Juan Ramón
en el original, el investigador extranjero se abre de repente al tumulto de una extraña aventura que siempre tiene como
fondo un horizonte metafísico parecido al de algunas de las obras de El Greco. Inmediatamente se percibe que el
fin más lejano de este significativo lenguaje
poético, por un lado, tiene relación con una intensa disposición para la expresión
de los sentimientos, las emociones y las pasiones humanas y, por otro, con
una fuerte estimulación interior para la comunicación con lo divino. Si queremos
ser fieles al espíritu teórico de Juan Ramón Jiménez,
deberemos convenir con él en que el arte de la poesía, a pesar de su dimensión internacional y humanista,
es el arte nacional por excelencia, el arte que se nutre ante todo de determinadas raíces y tradiciones nacionales.
Como señala Ángel González −estudiando la cuestión de las relaciones de la poesía popular española y la poesía de Juan Ramón Jiménez−, la emoción y el sentimiento,
en poetas relacionados con la tradición popular
de su país, como el poeta de Moguer, se expresan mejor en la lengua cotidiana, es decir, en la lengua
que es común a todos
los estratos y las clases del pueblo español.
El poeta defiende su papel intelectual y social únicamente
cuando su poesía puede ayudar a los hombres a adquirir un conocimiento
más profundo de sí mismos y de las cosas que los rodean. Resultan imperceptibles las diferencias de sentimiento que existen entre los pueblos griego y español
–diferencias que como lectores
de la poesía de Jiménez
y de Seferis hemos visto ratificarse dentro de los campos de las dos lenguas correspondientes que utilizan–. Los hombres, sin embargo –nos susurra volviendo de Moguer,
una tarde de abril, el amigo de Juan Ramón Jiménez, el gran escritor Nikos Kazantzakis–, ¿no sienten
el pulso de la vida de
manera diferente en diferentes lugares?
En diferentes estaciones y en
diferentes períodos de tiempo también sienten diferente. En realidad, al tiempo
que el mundo cambia rápidamente a nuestro alrededor, cambia también nuestra sensibilidad
individual y colectiva. Lo que en el fondo nos preocupa
hoy es que si no continuamos
dando al mundo grandes poetas como Jiménez,
Lorca, Kavafis
o Seferis –por no citar otros gloriosos nombres de las generaciones del 27 y del 30 respectivamente– nuestras lenguas
degenerarán, nuestras culturas nacionales declinarán y es posible que sean asimiladas
por una más poderosa, la angloamericana,
confirmando a los más cínicos partidarios del
mito de la globalización cultural. Ya he sostenido en otras
conferencias en las universidades griegas
que si en el presente histórico en que vivimos no tenemos una poesía viva de la época, comenzaremos a sentirnos cada vez
más ajenos a la gran poesía de nuestro pasado literario,
incapaces de comprender el mensaje cultural de Jiménez y Seferis, y de los vanguardistas de su época.
Si no sujetamos el hilo de Ariadna
que nos une con nuestra
brillante tradición modernista, nos alejaremos aún más de nosotros mismos, hasta que nos resulte ajena nuestra
gran literatura reciente, tan ajena como
la literatura de un pueblo remoto. Ya
que tanto la lengua española como la griega cambian continuamente, lo mismo que el modo de vida,
a causa de la poderosa influencia de los diferentes
estados de nuestra situación común supranacional europea,
si no contamos con vigorosos poetas nacionales que combinen una inusual
sensibilidad con una original expresividad poética –como los poetas que he citado anteriormente–, nuestra capacidad colectiva
de expresar y de sentir nuevas y profundas
emociones desaparecerá. Poco nos interesa en la actualidad si el andaluz
universal tenía en su época
un gran público lector. Lo que tiene importancia para
cada época es que sus poetas representativos tengan un pequeño público dentro de
los márgenes de su propia generación. Indudablemente los grandes modelos de
la poesía moderna no nos servirían de nada si supiéramos que en Madrid, en Granada
o en Atenas nuevos y prometedores poetas ya no tienen público, si se encuentran solos
en su aislamiento poético y en medio
de la soledad de la multitud.
Ciertamente, si un poeta granadino
o sevillano que respete su tradición poética
trata de aprender
cómo utilizar la imponente sátira y la ironía poética
quevediana o las técnicas
del soneto, debe en primer lugar estudiar
la obra de los poetas que brillaron en estos géneros, es decir, Quevedo,
Garcilaso de la Vega, Jiménez, Lorca, etc. Así, indirectamente, se familiarizará no sólo con las técnicas más difíciles de la poesía, sino también
con las formas poéticas más generales de expresión de la lengua española, enriqueciéndola
con su manera única. Hasta ahora, teniendo como guía las opiniones de Jiménez y
de Seferis acerca del papel social de la lírica moderna, he mostrado únicamente los límites más extremos
hasta los cuales se puede decir
que se extiende la influencia de una gran poesía.
Así podríamos seguir la huella actual de la poesía de Juan Ramón Jiménez comenzando por sus fieles
lectores e imitadores, poetas contemporáneos como, por ejemplo,
Ángel González, que fueron influidos hasta un grado importante
por la misma, y terminar
después en los poetas recientes de Granada y de Sevilla que ahora imitan
las técnicas de sus
sonetos. De esta manera veremos
que, a pesar de las dudas de algunos, su poesía es vitalmente omnipresente –y no sólo en España–.
Es, pues, imposible
no encontrar su poesía, o algunas muestras
suficientes o ecos de su presencia
en Grecia, en Turquía, o en Polonia, si al menos la cultura de estas naciones
continúa presentando indicios
de vitalidad y de movilidad; porque en un mundo multicultural
y globalizado siempre
existe una pequeña
sociedad en continua comunicación e interdependencia con las demás. Exactamente bajo esta perspectiva cultural
internacional Jiménez y Seferis
(como investigadores de la poesía)
ven por un lado su papel social y, por otro, el trabajo interpretativo y
científico de la literatura comparada. Confrontando de forma crítica y en diálogo
fértil sus rupturistas obras, pienso que podemos demostrar que su vigor y su perfección
son análogos a su continua
influencia, no sólo en el habla
y en la sensibilidad vital
de todo un pueblo, sino también
en una comunidad supranacional que continúa interesándose por el universo resplandeciente
de la poesía moderna auténtica. Pero no podemos
admitir que la lengua que se
habla en la actualidad en España o en Grecia se haya visto influida exclusivamente por los poetas y los
escritores. Al contrario. La estructura de las culturas
nacionales hoy en día
en Europa, que se enfrenta a los desafíos de la globalización, es mucho más compleja
de lo que lo era en la época de Jiménez y de Seferis.
Desesperadamente cierto es el
hecho de que en la actualidad la calidad de nuestras poesías nacionales dependa
del modo en que los hombres que están junto a nosotros utilizan su lengua materna.
Si el poeta, según Seferis, debe utilizar como material la lengua cotidiana de su
país, ¡qué lucha tendría que realizar su aterrado epígono
en la era de la información y de la afasia lingüística para no traicionar el consejo de su padre espiritual,
enriqueciendo con sus versos unos materiales envenenados por intervenciones vulgares
y desprovistos de sus elementos vitales! Utilizo aquí las nociones de los padres y epígonos teniendo en cuenta
la teoría de Harold Bloom. La cuestión,
por tanto, es si
en la era de la llamada globalización nuestras respectivas lenguas mejoran como
lo hacían en la época en la que escribían los dos poetas, o si degeneran. Si convenimos
en que nuestras lenguas nacionales mejoran, concluiremos que los poetas en nuestros
dos países se beneficiarán (así como los lectores de su poesía). Si por el contrario
finalmente nuestras lenguas se contraen y sufren, en contraposición
con una lengua reconocida como universal, como la inglesa (que, sin embargo, se expresa con un léxico más pobre en
la mayor parte de los países en los que se habla), ¿qué vamos a pensar?
La
poesía, en rigor, no es el lenguaje. Usa de éste, como mero material, para trascenderlo
y se propone expresar lo que el lenguaje
sensu stricto no puede decir. Empieza la poesía donde la eficacia de hablar termina.
Surge, pues, como una nueva potencia de la palabra
irreductible a lo que
ésta propiamente es.
Teniendo en cuenta esta opinión juanramoniana,
cabe preguntar si podría aplicarse a la propia obra lírica del poeta de Moguer. Personalmente
pienso que sí. La poesía, según
Juan Ramón, no es lenguaje, a fuerza de ser más que
lenguaje, en su intento de ir más allá de sus límites para fundar una expresión auténticamente personal y originaria. En la poesía las palabras deben usarse como vehículos de la idea o del sentimiento con el sentido
que ya tienen, y no debemos analizarlas cuando vayamos a emplearlas. Porque el análisis es siempre una contradicción
de épocas y formas de la palabra
destrucción.
La poesía de La soledad
sonora es elegíaca, pesimista e intimista, conmovedora y musical, y muestra una sensibilidad refinada
e impregnada de recuerdos del paraíso
perdido de la infancia del poeta. Expresa
la melancolía del sujeto lírico y la nostalgia
de un alma desterrada. Por eso
acude al paisaje
andaluz como consolador testigo de un ser solitario.
La naturaleza andaluza se convierte en un símbolo
eterno de las vivencias espirituales del sujeto lírico, aunque es un mundo
misterioso, casi desconocido e insuficiente, un mundo insfatisfactorio y efímero. El alma del
poeta lamenta que no pueda
capturar y frasear
lo inefable a través de una variedad
de imágenes que reflejan la magia del instante y dejan en su interior
una delicada vibración El éxtasis en la poesía juanramóniana
es un estado de gracia que se resiste a todo análisis. El sujeto lírico en
los poemas de La soledad sonora se coloca en estado de
desposesión y vaciamiento interior para recibir tranquilamente los signos del ideal que emanan de la naturaleza a través del silencio,
del crepúsculo o de la noche. Se trata
de una preparación ascética para conseguir el éxtasis del conocimiento
trascendente. En Ideolojía lírica Juan
Ramón habla de éxtasis sereno, entendido
a la manera de San Juan de la Cruz y los místicos españoles. Dice: El gozo,
la comprensión de la belleza
por sí misma, en sí sola y en su expresión, pueden ser tan profundos o más que los
del pensamiento o el sentimiento. La contemplación, sí, más
el verdadero éxtasis sereno. Y
ese éxtasis sereno es
para mí la eternidad. Porque ¿qué otra cosa puede ser la eternidad si no es contemplación?
En otras ocasiones hablará de dinamismo de espíritu y de éxtasis dinámico; sin embargo este dinamismo debe ser principalmente del espíritu, de la idea,
debe ser éxtasis dinámico moral: dinámico en cuanto a sucesión; estático en cuanto
a permanencia […]. El espíritu ha fijado siempre
lo superior y la vida es bella y buena cuando lo superior
queda fijo en movimiento permanente… La unidad deseada se recupera en los momentos
del éxtasis poético. El silencio –dice Juan Ramón– es la unidad con lo absoluto. Se entiende
por absoluto el espíritu y la naturaleza, que se consideran por la crítica
como unas de las principales categorías de la estética
y ética poéticas juanramonianas.
El canto errante del moguereño
se compone de sed de viaje y eternidad, de deseo de irse y de angustia de estar solo y unirse con lo divino.
La soledad sonora, a pesar de todo, ofrece al yo lírico cierto consuelo; la presencia
del otro se hace algunas
veces en la soledad más real que en
su compañía. La tristeza del poeta es producto
de su mirada hacia su propio interior,… el resultado de la sensación de horror o de vacío que el yo poético experimenta ante su propio abismo. En Primeros
libros de poesía
leemos:
He sentido
que la vida se ha apagado.
Sólo viven los latidos de mi pecho:
es que el mundo
está en mi alma;
las ciudades son ensueños…
Nacida del silencio y en lucha
contra la soledad, la palabra poética del epígono de Homero inaugura
el sentido erótico del mundo. En la soledad sonora de San Juan de la
Cruz, desde el fondo del alma del poeta de Moguer, brota la voz de la verdad. Es la realidad,
la voz de las cosas, la que se expresa a través de la palabra
poética que inagura un mundo nuevo. Cuando el hombre se queda solo consigo en radical soledad,
por tanto, sin nada, ni siquiera sí mismo (…), entonces, la soledad se convierte
en lo que bellamente llama San Juan de la Cruz la soledad sonora. En la sociedad,
en la compañía, en las ocupaciones habituales
tenemos las cosas, usamos de ellas o ellas de nosotros, pero no tenemos
su ser, su verdad. Las cosas
por sí no pueden revelar al poeta su propio ser: éste se manifiesta en el decir, en la palabra; no tienen voz, son máscaras
mudas o, si se quiere, tienen una voz silente, una voz taciturna que sólo puede oír el hombre que se retira
del mundo y renuncia a sí mismo. Entonces ese mundo
de las cosas pone su silente voz en el solitario –que es el profeta, el poeta, el
pensador, el filósofo, en suma, el intelectual–, pone en él su voz taciturna como
el ventrílocuo la sitúa
en la figura de cartón
que muestra al público. No es propiamente el pensador quien piensa
y quien dice –son las cosas quienes
en él se piensan y dicen a sí mismas–. La soledad no puede impedir al poeta su apertura hacia el mundo, hacia la vida. Hay una intercomunicación, en los trasfondos, entre el poeta y su circunstancia. El poeta moderno no se anuncia
a sí mismo, sino que comparece
para dar testimonio de la voz de los otros y de lo otro.
Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, señala que no tenemos ninguna razón para desconfiar de nuestro
mundo, pues no está con nosotros. Son nuestros espantos; si tiene abismos,
esos abismos nos pertenecen;
si hay peligros, debemos intentar amarlos». La tarea creadora constituye para
los auténticos poetas y pensadores la más alta afirmación de estar en el mundo.
Para escribir y conseguir poner en práctica un proyecto tan irrealizable como la
poesía, el poeta necesita el aislamiento; hay que aislarse de todas las demás consideraciones.
Crear y recrear poesía fue una
tarea continua solo para los grandes poetas.
Eso sucedió a lo largo de la vida de Goethe, de Góngora, de Quevedo, de Lope de Vega, de Juan Ramón Jiménez, de Kavafis. Para
Juan Ramón Jiménez la poesía no fue solo un oficio sino una urgencia, una vivificación. En un fragmento de su poética
leemos: la poesía no es una copia,
es la naturaleza que se vuelve a crear a sí misma. La poesía es toda su vida.
Lo confirma éste en sus aforismos explícitamente:
he sido en mi poesía niño, mujer, hombre,
dios.
La identificación de la vida
con la poesía es en Juan Ramón Jiménez el rasgo más característico de su actitud ante el fenómeno de la creación. En Eternidades define la poesía como la pasión de su vida. No obstante, la poesía
no es solo una pasión fuerte, es primero una tarea difícil: escribir no es hacer frases,
amigo. Es copiarse
el alma. Si cada auténtica
poesía es una revelación, pensamos que cada revelación presupone necesariamente
un ámbito silencioso, un aislamiento voluntarioso, una soledad obligatoria. El poeta,
cuando escribe, escribe en la soledad y está solo con sus papeles o con Dios. Para
escribir tiene la necesidad del aislamiento, del ensimismamiento. No hay revelación, no hay creación
en el ruido, en las muchedumbres. Como la soledad es imprescindible para elaborar una teoría científica o un objeto
estético, la tarea más complicada
de la poesía es la de la soledad. Para los auténticos poetas como Hölderlin,
Novalis, Juan Ramón Jiménez, el ansia de la
soledad no es un síntoma nosológico sino una urgencia del creador que desea llevar a cabo una obra tan difícil, una obra eterna.
Agradezco vivamente a la Academia
de Buenas Letras de
Granada el honor que me concede al acogerme en esta noble y prestigiosa institución
de una ciudad que llevo siempre en la memoria del corazón, y a la que Juan Ramón
Jiménez dedicó sus tan hermosos como imperecederos Olvidos de Granada.
STYLIANÓS KARAGIÁNNIS (Grecia, 1956). Doctor en Filosofía Moderna por la Universidad de Ioánnina (Grecia) y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. En la actualidad es coordinador de los asesores de la Educación Secundaria griega. Desde 2005 imparte clases de escritura creativa y literatura española moderna en la Greek Open University (Universidad Helénica a Distancia) y fue profesor en la Escuela Superior de Educación Tecnológica de Atenas. Licenciado en Pedagogía por la Universidad Kapokistrias de Atenas, ha realizado estudios de Tercer Ciclo de Filosofía en la Universidad de Ioánnina antes de defender su tesis doctoral, en la misma institución académica, con el título de La crisis de la Modernidad: cultura, tecnología y razón histórica en José Ortega y Gasset. También ha obtenido el doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Granada (2002) con la calificación de sobresaliente cum laude por su estudio titulado La evasión de Dédalo: teoría y usos poéticos de la metáfora en José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez y Yorgos Seferis. Miembro fundador de la Asociación de Hispanistas Griegos, pertenece la Asociación Étnica de Escritores Griegos, al Pen Club de Escritores Griegos y a la Asociación de Traductores Griegos. Como hispanista y traductor de literatura española fue becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España en el año 1998, trabajando un semestre en el Instituto Universitario “José Ortega y Gasset” de Madrid.
RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 262 | setembro de 2025
Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com










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