Si José Asunción Silva
hubiera muerto de muerte natural, anciano y próspero, prolífico padre, esposo amante,
¿Existiría la Casa de Poesía Silva? ¿Estuviera su rostro en los billetes de $50.000?
Si Andrés Caicedo se hubiera salvado de ese lamentable accidente con pastillas,
de esa sobredosis brutal, y anduviera por ahí, en cuanto festival de cine se hace
en el mundo, ¿los textos que escribió hasta los 25 años recibirían la atención,
difusión e importancia mediática y editorial de que gozan en estos momentos? ¿O
estarían donde deberían estar, como los pilares (no la cumbre) de una obra literaria
que no se cristalizó, desgraciadamente, a causa de su temprana muerte?
Estas preguntas y otras,
me hacía mientras leía el libro Arde Raúl: La terrible y asombrosa historia del
poeta Raúl Gómez Jattin, de Heriberto Fiorillo, cuyo ejemplar recibí generosamente
autografiado de manos del autor en Cartagena a principios de año (la húmeda, la
lúbrica Cartagena, refugio de amantes, botín de políticos infames). Hermosa edición,
pasta dura, papel fino, una cinta roja que hace de separador de páginas como en
un misal de arzobispo, y el extraño detalle de un broche que lo cierra pudorosamente
como diario de quinceañera.
¿Terrible la historia
de Raúl? Sí, pero por lo digno de lástima que era ese pobre hombre, torturado por
la locura y la droga, y esquilmado además, aún en vida, por la corte de parásitos
obsequiosos que conocían la fecha aproximada en la que recibiría regalías por sus
libros o por cualquier otro concepto (Raúl es el más importante “betseller” poético
de la industria editorial colombiana) para pegarse a él y sacarle droga y dinero
a cambio de un poco de sexo y compañía.
¿Asombrosa? Temo que
no. En la historia, incluso en la actualidad, existen en el mundo cientos de artistas
como él, geniales e innovadores, destruidos por el vicio y la indisciplina. Al momento
de su muerte, poco (nada) quedaba del genial autor de Tríptico Cereteano, de Los
Hijos del Tiempo y de ese inmortal poema titulado “El Dios que Adora”. La conciencia
del reconocimiento de que era objeto, con justicia “Soy el mejor aunque fueran otros
los que salieran en televisión”, hizo que Raúl perdiera rigurosidad en su trabajo,
cualquier imagen interesante o ingeniosa que se le ocurría la entregaba a sus amigos
con la equivocada certeza de que estaba legando a la posteridad una obra de arte.
Hace años, Maria Mercedes Carranza realizó una reseña para su columna en la Revista
Semana, del texto de Vladimir Marinovich sobre Raúl, que mereció un importante estímulo
económico del ministerio de cultura. Vladimir conoció a Raúl, lo acompañó, le ayudó
a pasar sus últimos poemas y, tras su muerte, utilizó sus recuerdos y otros datos
para ganarse unos millones que no le caen mal a nadie en el país del Sagrado Corazón.
Ella se preguntaba si era válido utilizar los recuerdos de un amigo para hacer eso,
y terminaba la columna con un “No sé, no sé”.
Confieso mi prevención,
no hacia Fiorillo, laureado periodista, excelente director audiovisual, buen escritor
e investigador, documentado y riguroso, quien realizó una pesquisa interesante para
la realización de este libro —“La investigación ha sido prolongada, constante, exhaustiva,
incansable, heterogénea”—, sino hacia aquellos y aquellas que utilizan y manipulan
la memoria de Gómez Jattin en provecho propio para aparecer reiterativamente en
libros, revistas, documentales y periódicos. Muchos sostienen que Raúl lo supo muy
bien, que su lucidez le permitió entrever lo que ocurría, y que conscientemente
alimentó el fenómeno: —“Quiero ser tan famoso como Celia Cruz”.
Es muy fácil caer en
la trampa. Por ejemplo, yo, que viviendo en Cartagena no fui amiga de Raúl (a diferencia,
por lo que parece, del 90% de la ciudad), que no le admiro especialmente, que no
le amo ni le odio, que no fui su víctima, que no moví un dedo por ayudarlo, que
le fui completamente indiferente, puedo alimentar el anecdotario: La vez que conocí
a Raúl fue inolvidable para mí (con esta frase el lector queda atrapado a la espera
de una historia truculenta), estaba él en los pasillos de la Escuela de Bellas Artes
de Cartagena (entidad destruida por un infame gobernador conservador de cuyo nombre
no quiero acordarme), y sin conocerme me abordó, me mostró la última edición de
El Esplendor de la Mariposa y se dolió de la portada (formas cilíndricas en colores
opacos).—Qué nombre tan bonito le puse a mi libro, para que le pusieran una portada
tan fea —me dijo. Yo, con esta manía que tengo de decir lo primero que se me ocurre,
asentí: —Es verdad, parecen supositorios.
Él puso cara de no
entender, pero poco a poco su rostro se transformó en furia, y dos cosas hay peligrosas
en la vida, tirar sin preservativo y suscitar la rabia de un loco furioso, así que
puse pies en polvorosa. La última vez que le vi con vida, cerca de la estatua de
la India Catalina, iba vestido solo por largos calzones hasta los tobillos, descalzo
y descamisado, corriendo azorado entre dos hileras de vendedores de comidas y jugos,
quienes le arrojaban basura, en medio de burlas y rechiflas. El día del accidente
que puso fin a su sufrimiento y apuntaló su leyenda, un amigo pasó por mí y me pidió
que lo acompañara al Hospital Universitario, que Raúl había muerto y estaba en ese
sitio. Llegamos y mientras mi amigo averiguaba en recepción, yo me escabullí por
el parqueadero y ahí estaba, primorosamente depositado en una bandeja metálica,
en la cabina trasera de una camioneta de medicina legal, nunca más hombre, nunca
más niño, nunca más fauno ni bestia, solo un cuerpo sangrante y patético de loco
atropellado, que periodistas y serviles, amigos y lagartos se reparten desde entonces.
¿Arde Paris? No, Arde Raúl. ¿En
dónde? ¿En el infierno? ¿A la diestra de
Dios padre? ¿O en la leyenda que
sus áulicos, los editores y los medios
alimentan cada día a la medida
de su propio morbo y vanidad?
El libro comienza con elogios a
Raúl, desde diversos testimonios de poetas, escritores, periodistas, dramaturgos,
críticos y un medio hermano. Fiorillo hizo un collage de fragmentos de artículos,
ensayos, conversaciones, etc. No sé a ustedes, pero a mí personalmente esa parte
me resulta aburridísima. Debió dejarlo para el final, o no incluirlo. A menos que
Heriberto haya decidido hacer como las mamás chantajistas (primero el remedio y
después el helado). No ocurre así con la entrevista de Martha Kornblith que es muy
a propósito, muy lúcida y amena. La segunda parte es un collage adaptado de múltiples
testimonios y entrevistas dados por Raúl a diversos periodistas y escritores de
1987 a 1995, un monólogo realmente vital y de lectura fluida. En ella se ve cómo
Raúl oscilaba entre el desamparo y el egoísmo, la bondad y la crueldad; y hablamos
de un egoísmo y de una crueldad que muchas veces ejercía con lucidez, que no podían
justificarse por sus cíclicos accesos de locura. En Raúl se cumple a cabalidad la
máxima que leí en alguna parte de que “la historia solo se acuerda de los exagerados”,
pero mi preocupación va más allá, va a que pienso que todo este énfasis reiterado
en escudriñar los detalles de su dolor y su desamparo, de su excentricidad, sus
anécdotas violentas, estrambóticas y enfermizas, es una peligrosa apología (si bien
inconsciente no menos dañina) de la droga y todas sus brutales consecuencias.
“Los habitantes de
mi aldea/ Dicen que soy un hombre/ despreciable y peligroso/ Y no andan muy equivocados/
Despreciable y peligroso/ Eso han hecho de mi la poesía y el amor…” No, mi querido
poeta, ni la poesía ni el amor vuelven despreciable y peligroso a nadie, ese par
de dones potencializan lo que tú eres, pero en tu caso, te sirvieron para justificarte,
para joder, para utilizar y manipular y casi destruir a todo aquel que tuvo la intención
de hacer algo bueno por ti, en tu provecho. Cuando se leen las páginas de la segunda
parte del libro, no se puede menos que sentir ternura hacia el Raúl niño, leyendo
Las mil y una noches escondido bajo la cama y declamando versos para las visitas;
creciendo en un Cereté plácido y bucólico, nadando en el río Sinú, jugando a la
peregrina (o rayuela), iniciándose en la zoofilia (práctica extendida y muy común
en las zonas rurales de la costa atlántica colombiana consistente en que los chicos
en edad púber y adolescente se inician sexualmente utilizando a burras de vagina
complaciente); observando a Lola Jattin (su madre) frente al espejo ponerse bella
para atender a su marido; jugando al papá y a la mamá con amiguitas de ojos de gata
y aprendiendo el noble arte de la siembra de la mano de su padre Joaquín. La niñez
salvo a Raúl, y algo me dice que la única posibilidad real de salvación que tuvo,
residía ahí, en esa parte de sí mismo que permaneció incólume en medio de toda la
mierda en la que se revolcó hasta la saciedad en su vida adulta. Se siente también
una inmensa ternura, pero también un dolor infinito hacia sus padres, aterrados
por ese hijo hermoso y precoz que se les parecía morir de asma, que gritaba ¡Me
muero, mamá! ¡Me falta el aire! ¡No me dejes morir!; que educaron con esmero y con
profunda fe y sacrificio (para sostenerlo en Bogotá vendieron poco a poco tierras
y propiedades) y que terminó siendo la vergüenza más grande de sus vidas. A su madre
Lola, ya anciana y enferma, terminó golpeando y agrediendo. Ella dijo al final:
“Ojalá tuviera el valor de mandar a matarlo y ahorrarme así la angustia de no saber
qué suerte nefasta correrá cuando yo muera” (Pág. 335). Pobre Lola Jattin, calumniada
en su juventud por las lenguas venenosas de esos pueblos malvados y retrógrados;
despojada de hijos, familia y fortuna por un primer marido egoísta y codicioso,
para al final de su vida, tener que huir de su propia casa y esconderse porque su
adorado y consentido hijo menor (—“Tú vas a ser mi orgullo, quien saque la cara
por mí” —le decía cuando niño) literalmente amenaza con matarla. Cuando piensen
en Raúl, eleven una oración por ella, por la niña Lola, la primera y más inocente
de sus víctimas.
III
Como metáfora de Los Hijos del
Tiempo, descrito por Gómez Jattin como un libro dedicado a la muerte, en la que
todos los personajes han matado, van a matar o van a morir, el libro de Fiorillo
es la descripción detallada, metódica, reiterativa de una larga, angustiante agonía
que se consuma con el cuerpo de Gómez Jattin reventado en el segundo carril de la
Avenida Santander en Cartagena, desangrándose durante una hora en el asfalto, agonía
que comenzó treinta años antes, cuando entra a la Universidad Externado y se inicia
en el consumo compulsivo de marihuana, cocaína, bazuco y hongos. En el interregno,
se nos muestra la potencia, el indiscutible talento de Raúl, tanto histriónico como
literario, su creatividad, su inmensa cultura y sólida formación humanística, moldeada
por su padre Joaquín; personalmente me identifico plenamente con su desparpajo,
con la valentía y libertad de su palabra:
UN PROBABLE CONSTANTINO
CAVAFIS A LOS 19
Esta noche asistirá a tres
ceremonias peligrosas
El amor entre hombres
Fumar marihuana
Y escribir poemas
Mañana se levantará pasado
el mediodía
Tendrá rotos los labios
Rojos los ojos
Y otro papel enemigo
Le dolerán los labios de
haber besado tanto
Y le arderán los ojos como
colillas encendidas
Y ese poema tampoco
Expresará su llanto
Prueba de la calidad de su histrionismo
es la forma como engañaba a los médicos para que le dejaran salir de las clínicas,
fingiéndose cuerdo. Es la forma como el público enloquecía con sus interpretaciones
teatrales, incluso estuvo invitado a Europa con el grupo de teatro de Carlos José
Reyes, pero una crisis generada por su drogadicción impidió que el viaje se concretara.
Prueba de la calidad de su histrionismo es que siendo marica, enamoró a una enfermera
cuarentona y la convenció de que lo ayudara a fugarse del manicomio. La droga no
solo destruyó a un gran poeta, también a un extraordinario actor que le habría ofrecido
grandes triunfos a este país, tan falto de cosas buenas.
IV
En la página 64 encontramos la publicación en primicia
de un manuscrito inédito de Raúl llamado “Sobre las letras de Córdoba”, escrito
en 1987 y entregado a una amiga que pidió a Fiorillo la reserva de su nombre. Hasta
ahí todo bien, pero sigue que la donante pide la reserva de los nombres de los escritores
analizados por Raúl, y Fiorillo aceptó publicar el texto mutilándolo. Por un lado,
da grima que Raúl haya tenido tan poco criterio, al confiar un texto así en manos
de una mujer tan cobarde y con tan poca personalidad, pero más grima da que un periodista
de los kilates de Fiorillo se haya prestado para ese juego grosero y tan común en
nuestro medio de no pisarle la manguera a nadie influyente, incluso a los mediocres
y culpables; con el agravante de que es una falta grave a los derechos de autor
de Raúl. Se acepta eso cuando el autor está vivo y se le pide autorización, pero
no si está muerto y no puede defender la integralidad de lo que ha escrito. El asunto
me afecta especialmente pues soy de Cartagena, una ciudad en la que una agusanada,
parásita e inútil aristocracia vive y se sostiene desde hace trescientos años, entre
otras cosas, con la práctica reiterada del amiguismo, la mentira, el chantaje, la
manipulación y el “protégeme que yo te protegeré”. La excusa que ofrece Fiorillo
de que el valor conceptual de su contenido justificaba la publicación no es válida.
Esto es un irrespeto para el lector. Nos queda la kafkiana tarea de dilucidar quiénes
son “S”, “G”, “M” y “EP”. Y bueno, en últimas, ¿Cuál es el temor de saber la opinión
de Gómez Jattin sobre sus contemporáneos? ¿Es que acaso él es el Papa grande e irrefutable
de la crítica literaria? ¿Qué validez tiene la opinión de alguien que califica de
mediocre a Juan Carlos Onetti y de inteligente la literatura de Judith Porto de
González (pág. 298)? ¡Por Dios! ¡Dejemos de lado ese güevón parroquianismo!
V
“Soy un aristócrata y los aristócratas comen y beben
mejor”. Estas palabras definen muy bien el arribismo de Raúl, un hombre que no laboraba
(podemos en justicia, señalar tres brevísimos periodos: el tiempo que dictó clases
en un colegio secundario de Cereté, el que dedicó al teatro y el breve tiempo que
invirtió en escribir), que no fue responsable de sí mismo ni de nadie. Conservo
la grabación de una entrevista realizada al poeta Pedro Blas en Cartagena poco después
del accidente de Raúl, en la que denuncia el irrespeto de Raúl hacia todo el trabajo
consistente y continuado de toda una generación de artistas cartageneros que venían
gestando una obra responsable. Pedro sostiene que Raúl llegó como emperador a menospreciar
e intratar a los artistas de clase media y baja de la ciudad, pero que se arrodillaba
y lamboneaba y se dejaba lambonear por el “seudo señorío local” hambriento a su
vez de codearse con un poeta. Recuerdo así mismo la conversación que sostuve con
el poeta e investigador Jorge García Usta por los días en que a Raúl, un grupo de
damas cartageneras le celebraron los cincuenta años con una fiesta de piñata en
el Parque de Bellas Artes. Jorge me decía: “He estado en reuniones muy elegantes
con Raúl, con gente muy bien de Cartagena, y nunca, nunca, lo vi enloquecerse en
esas reuniones, nunca lo vi ofender ni agredir a nadie ¿Por qué no hace ahí lo que
hace con los transeúntes que ataca impunemente en la calle? ¿O lo que hace con sus
amigos y familiares? Esa celebración es una gran hipocresía”. En este mismo sentido,
el semiólogo e investigador Jorge Nieves apuntó en una conversación informal: “Dizque
está loco, sí, cómo no, y todos los días lo veo comprando en Magali Paris, paga
lo que tiene que pagar y no se deja brincar las vueltas, para eso sí está lúcido
y vivo”. Esto le da la razón a los miembros del personal médico del hospital San
Pablo cuando se negaron a atenderlo al final, pues entendían que lo suyo era “medio
buscado”. Buscado, afirmo yo, hazte el loco y todos te mantienen, te consienten
y te dan plata. Que era loco de verdad verdad por etapas, es cierto, innegable,
indiscutible; decir lo contrario es un exabrupto, pero que también se hizo el loco
para joder y manipular por pura “malditidad”, también es innegable. Él mismo lo
admite: “En cambio a mí me toca hacerme el loco. Cuando estoy en la mala, me hago
el loco, me arrebato, y los amigos me llevan a una clínica, me dan comida, me pagan
un tratamiento, los médicos me regalan dinero, escribo un libro, me lo publican
y lo vendo”. Así, cualquiera.
VI
En la página 97, párrafo 5, se dice que Raúl “fue
trasgresor, liberador, provocador y didáctico”. Las tres primeras cosas son ciertas,
pero... ¿Didáctico? Debe ser que yo soy corta de entendimiento, pero juro que he
leído el libro cinco veces y no le encuentro lo didáctico a Raúl por ninguna parte.
No enseñó a hacer buenos poemas porque eso no se enseña, se tiene el don o no se
tiene y punto. ¿Qué pudo haber enseñado Raúl? ¿A combatir el machismo? ¿Es Raúl
el Florence Thomas de los maricas? Se dice que Raúl era un espíritu de mujer atrapado
en el cuerpo de un hombre. “Mi homosexualismo es una búsqueda. No tiene nada que
ver con el afeminamiento. Lo cual no niega que dentro de todo homosexual inteligente
pueda haber una gran mujer”.
En el mundo jattiniano, sin embargo,
la mujer no es un ser amado, amante ni digno de amor, respeto o consideración; es
un objeto fetiche, desechable, que está por debajo de las burras y las mulas que
tanto placer le dan:
Claro que la burra es lo máximo
del sexo femenino, pero la mula lo chupa y la yegua es de lo mejor a ver, las mujeres,
¿qué opinan de esto? Ese silencio es lo más parecido a la complicidad, el que calla
otorga. Dice más adelante:
Todo ese sexo limpio y puro como el amor entre el
mundo y sí mismo. Ese culear con todo lo hermosamente penetrable, ese metérselo
hasta a una mata de plátano, lo hace a uno Gran culeador del universo todo culeado,
Recordando a Walt Whitman.
Hasta que termina uno por dárselo
a otro varón Por amor, Uno que lo tiene mas chiquito que el palomo. Ese fragmento,
por el contrario, es de una absoluta limpieza, de una sabiduría y de una belleza
muy grandes, nos remite al maestro hindú Osho, cuando nos enseña que el sexo es
absolutamente libre y natural, que en él no caben reglas, culpas, edades, normas,
intereses, circunstancias, razones; que todo cuanto existe en el universo no es
más que un dulce llamado a la cópula, En el cielo profundo de mis masturbaciones
ocupas ese ámbito de deseo irrefrenable y voraz inagotable y tierno que te devora
el sexo aunque tú no lo sepas.
VII
El libro cuenta la siguiente anécdota, ocurrida en
un Hospital psiquiátrico: a la hora del desayuno, Raúl no quiere probar bocado.
Trujillo (el doctor encargado de su tratamiento) ordena que le pongan una camisa
de fuerza. Dos enfermeros lo hacen. El psiquiatra les pide que tomen entonces los
huevos, el pan, el café con leche, los revuelvan en una licuadora y le introduzcan
el potaje resultante a Raúl, ano arriba, mediante una sonda. En este punto, el autor
de la investigación debió haberse detenido a analizar y cuestionar lo atroz de la
situación descrita. El potaje que le mandaron ano arriba a Raúl no lo alimentó.
¿Por qué torturarle de esa manera si ya estaba atado y sometido? ¿No era más humano,
menos indigno, menos humillante, introducirle la sonda por la boca y alimentarlo
como debe ser? ¿Será —y esta es una suposición malvada— que el psiquiatra con este
acto de tortura castigó (subconscientemente, claro) la mariconería de Raúl? Esta
reflexión trae a mi cabeza a la afamada y veterana actriz colombiana Margalida Castro,
quien durante años estuvo en hospitales psiquiátricos, donde —según sus propias
palabras— fue sometida a inhumanos, crueles tratamientos. Escapó en compañía de
quien posteriormente sería su marido y escribió el libro Camisa de fuerza, que en
sus palabras, es una bomba contra los métodos de la psiquiatría en el país. Raúl
era un paciente violento, difícil, astuto, traicionero, pero eso no justifica la
crueldad del psiquiatra hacia él.
Sin embargo, es en el aspecto psiquiátrico
donde, en mi punto de vista, se sitúa el principal aporte de la investigación, ya
que esta perspectiva no había sido abordada por ningún autor más allá de la mera
anécdota. Fiorillo realiza en compañía de los médicos de Raúl un análisis concienzudo
de su drama, su enfermedad, su Edipo, llevado a extremos patológicos:
“Erotismo es recordar las perfectas
piernas y los senos erectos de mi madre, que me amamantaron, de mi madre, hasta
su última vejez”. Raúl hace una sobre-identidad de su mamá Lola Jattin. Cuando él
entraba en confianza y se daba algunas libertades entre los amigos, imitaba a una
mujer, molestaba y hacía mímicas parecidas a las de Lola”.
Salía de mujer a la calle, y cuando
se vestía de mujer se presentaba a sí mismo como Lola Jattin. Se reconciliaba, en
cuerpo e imagen, con su madre. “Mi mamá era bonita. Yo saque sus piernas” y las
mostraba. ¿No les recuerda a la película Psicosis, de Hitchcock? Nada más le hizo
falta el hacha. Otro mérito plausible del libro tiene que ver con los dos capítulos
finales, en francés e inglés, con lo que se busca difundir el trabajo de Raúl en
esos idiomas. En su libro anterior, La Cueva, Fiorillo reservó para el final una
traducción resumida del contenido del libro, lo que considero un acierto y algo
que otros autores e investigadores deberían emular.
VIII
Pese a los puntos señalados sobre lo que a mi juicio
son desaciertos, me gusta del libro el que está hecho con buena fe y con admiración
sincera hacia Raúl y hacia su obra. Le escuché a alguien decir que el libro no es
más que un anecdotario ilustrado de chismes y consejas de comadres. Esa es una visión
simplista, pues Fiorillo utilizó profusamente los testimonios de amigos y enemigos
de Raúl (que los tuvo, solo que mágicamente cambiaron de bando tras su muerte),
pero también echó mano de toda la información que tuvo a su alcance, por todos los
medios disponibles. Este libro es el primer trabajo investigativo de gran envergadura
publicado sobre la vida y obra de Gómez Jattin, lo que lo convierte en un material
de consulta permanente. A la larga, cada quien vive y asume cada autor a su manera
y este trabajo permite esas múltiples lecturas.
Al final queda la poesía. Me remito
al poeta Jhon Junieles cuando dice: la farándula se va, la vida social se va, la
fama se va, el trabajo queda. Y de Raúl, más que su vida miserable, quedaron, en
mi opinión, quince poemas hermosos, perfectos e iluminados. Invito a amar lo bueno
que nos dejó y a colocar en su justa posición al personaje, invito a no seguir alimentando
(y de esta manera invitar a imitar) el mito de su pesadillesca existencia. Invito
a hacerle caso a él mismo cuando pide: “Los poetas amor mío son para leerlos/ Léelos
mas no hagas caso a lo que hagan con sus vidas”.
The End
Descansa en paz Raúl, gracias por la buena poesía
que nos legaste; “construiste —como lo más valioso después de ella— un fracaso a
la medida de tu orgullo, de tus versos, de tu locura”, descansa de ti mismo y de
nosotros, así como nosotros descansamos (con inmenso alivio) de ti, donde quiera
que estés.
EVA DURÁN (Colombia, 1976). Poeta y periodista. Trabaja en los medios de comunicación desde la tierna edad de diecisiete años. Es autora de varios ensayos, guiones televisivos y obras de teatro, así como de combativas columnas políticas publicadas en periódicos y revistas como El Tiempo y El Universal. Como productora de televisión ha trabajado para varias emisoras públicas y privadas, por ejemplo, el Canal Señal en Colombia y una emisora local en Cádiz, España. En 1997, Durán recibió una beca para el Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 2003 ganó el Premio Ciudad de Cartagena y una beca de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Latinoamericano, y en 2007 el Premio Internacional Morada al Sur al Mejor Libro Publicado. Eva Durán viajó a Alemania en 2005 con una beca Heinrich Böll y, de 2006 a 2008, recibió una beca de residencia en Colonia de la Organización Mundial de Escritores. Ha actuado en París, Madrid, Salzburgo, Hamburgo, Colonia, Fráncfort, Jurlich y Troisdort, y sus poemas han sido traducidos al alemán, portugués, italiano y francés.
ALICE MASSÉNAT (Francia, 1966). Residente en París, donde trabaja como correctora. En el dibujo, ha realizado algunos trabajos con Willem den Broeder (1951). Sus libros de poesía incluyen: Le Catafalque aux miroirs (2005), Ci-gît l’armoise (2008), À bras-le-corps (2012), La Vouivre encéphale (2013), Glossolalia des ongles (2019), La Balafre au minois (2020) y L’Ombre à cœur (2021). Alice busca una libertad que siempre pueda llevar más allá de todas sus expectativas. En 1983-1984, tuvo dos encuentros que resultarían decisivos: Jimmy Gladiator (presentador de las revistas Le Mélog, La Crécelle noire, Camouflage etc.), que la introdujo en un mundo poético habitado por el surrealismo y donde la imaginación ocupa el primer lugar; Pierre Peuchmaurd, cuya inspirada escucha le permitió elegir sus propias palabras, incluso para dar rienda suelta a su ira. Más tarde, frecuentó el grupo surrealista de París. Desde entonces, ha publicado sus textos poéticos en revistas y en forma de folletos o antologías. Alice Massénat es la artista invitada de la presente edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 07 – ARQUITRAVE (COLOMBIA)
Artista convidada: Alice Massénat (Francia, 1966)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com






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