Indudablemente,
los juegos que afloran en este libro remite a un tiempo
nunca sepultado, dejando ver nuestra silueta reflejada en ese gran espejo de la
escritura. Verso tras verso cada poema pregunta quién nos invita a dar vueltas y
vueltas, acompasadas, girando como trompos eréctiles, en busca de nuestro centro
existencial. Una danza que no tiene fin, que
nos obliga al equilibrio permanente del espíritu. La búsqueda alucinada del ser
supremo. El intento de encontrar al otro en uno mismo. La iluminación que nos conduce
a descubrir el misterio universal. De una forma o de otra, habrá que cruzar el límite,
dejarse llevar por el éxtasis, sucumbir ante la belleza. Es una prueba de subsistencia,
como la vida lo es en todo momento, desde que nacemos hasta que morimos.
La infancia
siempre ha sido un misterio que nunca podremos revelar, aunque sospechemos que ya
hemos desentrañado todos sus escondrijos y velos. En la literatura universal, poetas
y narradores nos han colmado de versos y relatos dedicados a mostrar ese mundo tan
fascinante y enigmático. Poetizar la infancia no es cosa sencilla. Poco tiene que
ver con el hechizo que nos provocaron los cuentos clásicos de los hermanos Grimm,
Charles Perrault o Hans Christian Andersen, narraciones extraordinarias que nos
dejaron su marca siniestra. O tiempo después, la imaginación en llamas de Lewis
Carroll en su Alicia en el país de las maravillas; la ternura de Juan Ramón
Jiménez en su Platero y yo; o la melancolía de Mauro de Vasconcelos en su
Planta de naranja lima. Y la mágica
aventura de Peter Pan, por James Matthew Barrie. Y la fascinante Edad
de Oro, de José Martí. Y la tortuosa vida de Oliver Twist en la atormentada
pluma de Charles Dickens. Y, para cerrar el círculo virtuoso, la sensibilidad y
destreza poética de María Elena Walsh, en El reino del revés. Estos textos
inolvidables poblaron nuestro asombro, como tantos otros. Pero, cuando nos asomamos
desde el altar de los grandes poetas, aparecen aquellos que transformaron la infancia
en un escenario diferente, donde las imágenes, las metáforas, las revelaciones y
los estremecimientos se construyen a través de un lenguaje excepcional. Y entre
tanta poesía leída y absorbida, quiero destacar a tres poetas que me deslumbraron:
Jorge Teillier, quien transita con la palabra un vasto territorio emocional para
describir el dolor de la inocencia; Antonio Machado, dueño de una lírica entrañable
que emerge desde una niñez de grises olivares y de almas quietas; y Cesare Pavese,
cultor de una estética muy bella que revela de manera recurrente ese lugar mítico
y nostálgico que representó la infancia. Hay muchos más creadores, también imprescindibles,
pero aquí me detengo.
Todavía,
mientras leo poemas relacionados con esa época inolvidable, sueño. En el sueño todo
regreso es posible. También es cierto que nadie retorna a la infancia como un forastero.
Siempre supimos permanecer en ella de alguna manera, porque está anclada a la orilla
del río de la memoria, como un muelle inexpugnable, donde todos los barcos que transitaron
las aguas turbias de la existencia recuperan su esplendor cuando se arriman a ese
lugar inmaculado.
La infancia
equivale a un cúmulo de semillas dulces y amargas, que fuimos desparramado a lo
largo de ese tempo luminoso, quizás buscando un sendero que resuelva nuestro destino,
pero a la vez dejando rastros bien notorios, para no perder la huella original.
Y cuando hablo de huella original me refiero a la identidad que incorporamos y que
fuimos reafirmando a través de nuestras propias decisiones, impulsadas por el apetito
de llenar el plato vacío que la vida nos brinda cada día. Miedo, angustia, culpabilidad,
se confunden con intrepidez, picardía, capricho. Sentimientos y rituales. El contraste
entre ángeles y demonios flotando en la atmósfera de nuestra imaginación como si
fueran una vía láctea de luces y sombras adosados al cielo raso del dormitorio.
En síntesis: un tibio argumento de la metafísica para explicar lo inasible. O mejor
dicho, lo que sólo el poeta ve.
Es innegable
que la infancia jamás se quiere ir de nuestros cuerpos y de nuestra mente. Nos nutre
de placentera nostalgia, pero también nos estremece con recuerdos que duelen. Afloran
sensaciones lejanas y cercanas a la vez, que nos impide alejarnos de los sentimientos
más profundos. Es ir y volver por la certeza de lo irreal, de acorazarnos entre
las raíces del país de nunca jamás. Pero, por suerte, el país de la infancia no
es un espacio de tiempo que permanece estático, sino que se va fortaleciendo a medida
que descubrimos cómo revalorizamos nuestras vivencias y nuestras creencias. Por
eso escribimos sobre algo que ha pasado, no como nostalgia
del futuro, sino como algo que debiera atravesarnos siempre, a todos por igual.
Y nuestro compromiso, desde la poesía, es decir, siempre decir; no dejarse vencer
por el olvido. Así, intentamos regresar a nuestro propio país de allá lejos, seguramente
distinto o similar al de los demás, que seguirá siendo “el único país” mientras
creamos en él como niños. Tal vez un ser, racionalmente
adulto, lo considere imposible, pero la poesía aún nos otorga ciertos privilegios
a quienes consideramos que la palabra transfiere lo surreal en un hecho vívido,
tangible.
No puedo
evitar preguntarme por qué todo lo relacionado con la infancia pone en evidencia
un sentimiento de solidaridad colectiva. La premisa esencial de “lo mío es tuyo”
(aunque no siempre se cumpla) se evidencia en cada poeta que ingresa poéticamente
a la infancia como una suerte de talismán, de un deber ser, de un estar allí, siempre
presente. Se esfuerza por transferir emociones, de celebrar la vida en los gestos,
en las buenas intenciones, en las ocurrencias compartidas. Es una marca de tiza
en el pizarrón de las ilusiones. Se transforma en niño, con algo de vergüenza y
una mezcla de dolor y sensualidad. Y, desde allí, da lugar a lo mágico, a lo inverosímil,
a lo indescifrable. Un niño ausente de lo convencional, lo determinado, lo institucionalmente
reglado. Lo mismo sucede con el lenguaje poético, que no necesita de normas ni preceptos
para expresarse sobre una página en blanco. El objetivo del poeta es dilucidar cuál
es la mejor manera de tratar al lenguaje y conmover al lector desde un contexto
creativo impulsado por la inspiración y la sensibilidad.
El esplendor
de la escritura puede ser misteriosa y genuina. Ella nos enseña que las cosas suceden,
que la infancia puede ser recuperada por la voz poética y que el río no regresa,
como vaticinó el padre del creacionismo. Así, esa primera invención de la vida queda
flotando sobre la espuma de un gran río de aguas marrones, que ahora navega sin
tregua entre márgenes definidas por barrancas de barro, desde la primera luz del
día hasta la última sombra de la noche. Un río anchuroso y febril, donde flota la
imaginación del poeta.
Tal es así,
que la infancia también ha sido una temática recurrente
en mi poesía. Escribí varios poemas referidos a ella desde diversos puntos
de vista y con variados matices. He publicado libros que describen percepciones
y alucinaciones de ese período no vedado en mi querido Coronda. Uno de los poemas
pregunta: “¿Quién encendió el fuego de la angustia y el asombro?”. Y sí, creo que
la infancia es un lugar que nos asombra y un tiempo que nos angustia. Pero nadie,
absolutamente nadie, quiere que se apague el fuego de la doncellez.
Cada poema juega a ser poema en sí mismo. He
vuelto la mirada sobre la infancia cuando descubrí la poesía
de Teillier (“Los niños juegan en sillas diminutas, / los grandes no tienen nada
con qué jugar”); de Machado (“Pasan las horas de hastío / por la estancia familiar,
/ el amplio cuarto sombrío / donde yo empecé a soñar); de Pavese (“Era un juego
voluble pensar que alguna vez / la caricia del aire podría resurgir / como súbito
recuerdo en la nada”), y tantas otras escrituras que pasaron frente a mis ojos.
Refiero a sensaciones, no a estilos o formas de abarcar una temática hondamente
personal. Tampoco es necesario desentrañar el alma y el cuerpo de los textos de
cada poeta, más allá de disfrutar la iluminación interior de cada uno de ellos,
a sabiendas que toda escritura sabe lo que dice por sí misma y desde cada poema
nos expone al misterio de lo inesperado.
Deseamos que todo libro que escriba
nuestra infancia sea conceptualmente creíble, transparente, auténtico. Discursivamente
emotivo y de profundo valor simbólico. Que siempre incite a leerlo y releerlo, del
primer al último poema, como un viaje circular, para renovarnos como lectores. Y,
entre tanto repaso por sus páginas, tal vez la nostalgia haga un enroque existencial
con nuestra condición humana y nos permita reconocer como adultos lo pequeño y débil
que somos en medio del universo. Entonces llegará el momento de fortalecernos a
través de fragilidades, como Ana Russo menciona en uno de sus bellos poemas.
En definitiva, entre la realidad y fantasía, la escritura coexiste de manera
pendular: por un lado, en busca de la verdad que nos contiene; por otro, en busca
de la belleza que nos subvierte. La infancia ha sido un aprendizaje ayer y, por
añadidura, un desafío poético hoy. “Sólo podemos escribir de lo que ya no está.
Es un intento de preservar algo en medio de todo lo que se va y se destruye todos
los días”, expresó José Emilio Pacheco. A caballo de una sociedad sobreactuada y
sobresaturada, los destellos del ayer emergen como la posibilidad de ver hoy lo
que fuimos durante un momento esencial de la vida. Admitamos que la vida ha sido
una suma de momentos complejos. Pero, ¿cuánto hemos aprehendido sobre lo que ya
se sabe para no volver a repetirlo una y otra vez?, ¿aún necesitamos recurrir al instinto, a simulaciones de la verdad,
a distintas maneras de actuar y reflexionar sobre nosotros mismos, para asumir lo
que pasó y lo que puede suceder? Nadie tiene respuestas certeras. Sería un acto
de hipocresía. Porque el poeta puede olvidar el presente, no el pasado. Siempre
regresa al pasado, porque allí reside el lugar de la memoria.
Aquellos
juegos que se expandieron por nuestro universo creativo quizá nos ofrezcan otra
vez la oportunidad de resignificarnos, de encontrar un camino de salida, una ventana
para comprender el mundo real y pensar que el país de nunca jamás no vivirá
dentro de nosotros para siempre. O tal vez lleguemos a convencernos que, inevitablemente,
la infancia es el auténtico motor de la eternidad.
CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); Andares; La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe.
BRIANDA ZARETH HUITRÓN (México, 1990). Originaria de Temascalcingo de José María Velasco, México. Artista plástica y pintora surrealista. Realizó sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos en Ciudad de México. Sus múltiples facetas artísticas y personalidad curiosa la llevaron a descubrir el surrealismo, corriente en la que encontraría una manera de comunicarse con el mundo. Plasma interpretaciones poéticas donde lo cotidiano es transformado en una realidad fantástica y onírica. Pinturas mágicas que señalan los deseos de la vida por salir en un cuadro. Ha expuesto individualmente y de manera colectiva en México y en el extranjero. Exposiciones individuales: Museo Leonora Carrington de Xilitla, ENCUENTROS ONÍRICOS en el año 2025. Museo de la Mujer, REVELACIONES ONÍRICAS, en el año 2022. PAISAJES ONÍRICOS para el Festival Temascalcingo Honra a Velasco, en el Año 2021. VENTANA A MUNDOS ONÍRICOS, en el Centro Cultural Futurama, Ciudad de México, en el año 2020. Exposiciones Colectivas Col-art en la Galería Oscar Román año 2025 Muestra pictórica EL OFICIO DEL PINTOR, de la Academia de San Carlos, Año 2019. DIMENSIONS, Festival Wave Gotik Treffen, celebrado en Leipzig, Alemania, en el año 2018. Ha participado en la Cátedra por los 100 años del surrealismo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, impartiendo conferencia sobre surrealismo femenino. Recientemente su obra ha sido publicada en el libro Mujeres Mexicanas en el Arte, de la editorial Agueda y en THE ROOM SURREALIST MAGAZINE, revista de surrealismo internacional. Brianda Zareth Huitrón es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 263 | dezembro de 2025
Artista convidada: Brianda Zareth Huitrón (México, 1990)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com







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