Pero éste
no es un libro cualquiera: es un libro de poemas en prosa. Y conviene detenerse
un instante en esta forma singular, tan fascinante como incomprendida. Lo decía
Octavio Paz: el poema en prosa es “la invención moderna por excelencia”.
Invención, sí, pero también paradoja. ¿Cómo puede la prosa —que suele asociarse
con lo utilitario— elevarse al rango de poema? El nombre mismo (poema en prosa)
es una especie de oxímoron, y en esa tensión reside gran parte de su potencia.
Muchos
han tratado de responder qué hace poética a una prosa. Jakobson habló de
paralelismos y repeticiones. Pero Baudelaire —el gran Baudelaire de los Pequeños
poemas en prosa— demostró que la poesía puede prescindir de todo eso. La
poeticidad no se mide: se reconoce, como un relámpago, con la certeza
inexplicable de la intuición.
Alex
Aillón lo sabe. Sus textos no fingen ser versos disfrazados: asumen la
impureza, la hibridación, el riesgo. Porque el poema en prosa —como decía
Gustavo Valle— es “un monstruo discursivo”, un híbrido que no busca la pureza
lírica, sino solo la libertad. Un género que es lugar de profanaciones, espacio
abierto donde se cruzan la memoria, el relato, el pensamiento y la música
moderna.
El mundo
perdido es, en efecto, un libro que se levanta sobre esas
ruinas, armado con los materiales de la historia, la ironía, la cultura pop, la
memoria política y la sensualidad del lenguaje. Un libro dividido en cinco
partes, cada una con su tono, su respiración propia, pero todas unidas por una
pregunta que late, explícita o velada: ¿qué queda después del derrumbe?
Escuchen
el comienzo, del poema titulado “La odisea atómica”:
Canta ¡oh, musa! la furia de la bomba de hidrógeno
que posibilitó el restablecimiento del orden en la
galaxia.
Las palabras se extinguieron, las malas, las buenas,
las mediocres palabras.
Sólo quedó el silencio…
Aillón
convoca a Homero y lo arroja a un futuro devastado, donde la épica es
reemplazada por la ironía: no hay héroes, sino autómatas; no hay dioses, sino
bombas. Y en medio de esa destrucción, la poesía —esa voz que sobrevive a todo—
intenta decir lo indecible: el fracaso de una civilización que creyó en la
inmortalidad y terminó pulverizada.
Aquí la prosa
se vuelve torrencial, casi profética, pero siempre con un filo satírico. Porque
en Aillón la tragedia convive con la risa. Lo vemos también en “Fracasar
mejor”, donde la derrota se asume como victoria:
En nuestro fracaso está nuestra victoria.
Un poeta chileno nos anunció la buena nueva:
‘Para fracasar, han fracasado’…
Luego nos dieron una paliza en Moscú, La Habana,
New York y México…
No luchamos toda la vida para hacernos criticar
de esta manera.
Este
tono, que oscila entre el lamento y la carcajada, marca el pulso de la primera
parte: un ajuste de cuentas con el siglo XX, con sus revoluciones inconclusas,
sus utopías rotas, sus héroes venidos a menos. Pero también con nuestra propia
ingenuidad: la ilusión de cambiar el mundo que terminó en karaoke, pollerías
por doquier, marketing y discursos políticos vacíos.
Si la
primera parte dialoga con la historia y la política, la segunda se adentra en
el territorio íntimo: la identidad, el deseo, el amor. Poemas como “No soy un
negro de verdad” combinan confesión y reflexión, humor y ternura:
Para ser un negro de verdad no sólo tienes que tener la piel oscura.
Tienes que sufrir en la vida para ser un negro de verdad…
Pero el universo es negro y nadie puede hacer nada al respecto.
Nada puede brillar a plenitud en la claridad.
Todo lo que conmueve entrega su belleza a la oscuridad.
En otros
textos, como “Escuela”, el amor se vuelve aprendizaje interminable, ironía
contra la norma:
Nunca tuve mis cuadernos en orden.
Venía la vida y me rayaba las hojas en blanco…
En el amor como en la vida nunca es tarde para aprender
y nunca se aprende del todo.
Hay
humor, sí, pero también un temblor de verdad en cada línea: la certeza de que
el amor desordena todas las gramáticas.
En el
poema “A tu sexo”, la voz se vuelve carnal y desbordada, celebrando el cuerpo
amado como universo y batalla:
Este poema está dedicado a tu sexo,
al olor que dio inicio al tiempo de los tiempos,
a la cueva donde anidan los dragones, las sirenas,
las flores carnívoras…
Un poema
que asume el deseo sin pudores, con la furia y la ternura de quien sabe que
escribir es otra forma de tocar.
En la cuarta
parte, “Apuntes para un diccionario boliviano”, el tono cambia otra vez. Aillón
juega con el humor, la cultura popular, la oralidad. Define, reinventa,
parodia. Así en “La camotera boliviana”:
El boliviano no se enamora, se encamota…
El camote no ve, no escucha, no entiende…
Mientras estás camote estás en diálogo directo con Dios.
Eres el filósofo esencial de las estrellas.
El amor
como camote: delirio, trance, lucidez extrema. O en “El coso”, esa palabra
mágica que nos salva del olvido o la ignorancia:
El coso es el coso, no tiene género,
es una palabra post/genérica que puede ser a la vez
generativa y degenerativa…
Aillón
convierte el habla cotidiana en materia poética, como si dijera: también aquí
—en el humor, en lo local, en lo mínimo— reside la poesía.
El
“Epílogo” abandona el tono previo para abrazar la modestia y la gratitud:
asumir la vida desde lo simple, hallar belleza en la fugacidad y resistirse a
la estridencia. Más que cerrar, abre: es una invitación a vivir y escribir con
serenidad, sabiendo que incluso la pérdida puede transformarse en luz.
¿Qué une
todas estas partes?
Un hilo
secreto: la voluntad de nombrar lo perdido sin nostalgia y, a la vez, celebrar
lo que queda. Porque este libro no es un museo de ruinas, sino un laboratorio
de futuro. Cada poema es una tentativa —a veces grave, a veces lúdica— de
responder a la pregunta: ¿qué hacemos con la pérdida? Y tal vez la respuesta sea:
insistir en la vida y la creación, incluso cuando duele.
El poema
en prosa, esa criatura híbrida, nos recuerda que la poesía no es un formato,
sino un fuego vivo. Y El mundo perdido, de Alex Aillón, es una de esas
llamas obstinadas que arden en medio del derrumbe, iluminando con humor, rabia
y belleza los escombros de nuestra época.
Les
invito a leer este libro con la misma disposición con que uno entra en
territorio desconocido: sin mapa, sin certezas, con los sentidos abiertos.
Porque la poesía no está hecha para confirmar lo que ya sabemos, sino para
devolvernos el asombro.
GUILLERMO RUIZ PLAZA (Bolivia, 1982) es un escritor boliviano, ganador del Premio Nacional de Novela. Ruiz Plaza reside en Albi, Francia, a donde llegó originalmente para cursar estudios superiores. Es autor de poesía, cuento, ensayo, crónica y novela. Sus personajes, de distintos orígenes y horizontes diversos, se mueven en un terreno fronterizo entre la razón y la locura, lo banal y lo extraordinario.
BRIANDA ZARETH HUITRÓN (México, 1990). Originaria de Temascalcingo de José María Velasco, México. Artista plástica y pintora surrealista. Realizó sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos en Ciudad de México. Sus múltiples facetas artísticas y personalidad curiosa la llevaron a descubrir el surrealismo, corriente en la que encontraría una manera de comunicarse con el mundo. Plasma interpretaciones poéticas donde lo cotidiano es transformado en una realidad fantástica y onírica. Pinturas mágicas que señalan los deseos de la vida por salir en un cuadro. Ha expuesto individualmente y de manera colectiva en México y en el extranjero. Exposiciones individuales: Museo Leonora Carrington de Xilitla, ENCUENTROS ONÍRICOS en el año 2025. Museo de la Mujer, REVELACIONES ONÍRICAS, en el año 2022. PAISAJES ONÍRICOS para el Festival Temascalcingo Honra a Velasco, en el Año 2021. VENTANA A MUNDOS ONÍRICOS, en el Centro Cultural Futurama, Ciudad de México, en el año 2020. Exposiciones Colectivas Col-art en la Galería Oscar Román año 2025 Muestra pictórica EL OFICIO DEL PINTOR, de la Academia de San Carlos, Año 2019. DIMENSIONS, Festival Wave Gotik Treffen, celebrado en Leipzig, Alemania, en el año 2018. Ha participado en la Cátedra por los 100 años del surrealismo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, impartiendo conferencia sobre surrealismo femenino. Recientemente su obra ha sido publicada en el libro Mujeres Mexicanas en el Arte, de la editorial Agueda y en THE ROOM SURREALIST MAGAZINE, revista de surrealismo internacional. Brianda Zareth Huitrón es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 263 | dezembro de 2025
Artista convidada: Brianda Zareth Huitrón (México, 1990)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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