quarta-feira, 10 de dezembro de 2025

RICARDO ECHÁVARRI | Antonin Artaud: arte y locura en van |Gogh

 


En 1947, en el Museo de L’Orangerie, se exhiben los cuadros de Van Gogh. Antonin Artaud asiste a la exposición, en cuyo Catálogo se incluyen fragmentos de El Demonio de Van Gogh, donde el psiquiatra Francois-Joachim Beer etiqueta como “pintor loco” al genio pelirrojo.

F. J. Beer no hace sino seguir la tradición del Siglo XIX, que intenta explicar la obra artística a partir de la vida del autor y reduce su singular genio a perturbaciones psíquicas. Así, ya tuvimos un Gérard de Nerval “alucinado” (A. Houssaye), un Baudelaire “bipolar”, un Rimbaud “desequilibrado” (J. L. Delattre), un Lautréamont “locamente enfurecido” (León Bloy). En su lectura, los alienistas persisten en su confusión de la biografía con la obra y condenan la estética rupturista como propia de espíritus enajenados.”

Lo dicho por F. J. Beer indigna a Artaud, quien había pasado 9 años de su vida internado en manicomios, de donde lo rescatan sus amigos poco tiempo antes de su muerte. F. J. Beer habla de la “extraña psicosis” y “la mano esquizofrénica de sus pinceladas”. Recuerda que, en 1886, Van Gogh tomó lecciones de música, donde “comparó todo el tiempo los tonos del piano con el azul cadmio”. Este interés por la cinestesia (que lo hermana con el Rimbaud de las Vocales en la búsqueda de un lenguaje poético absoluto) a Beer le parece “otra señal de esquizofrenia”. Sus colores violáceos o su pasión por el amarillo, los toma como “manías” o “signos psicóticos”. Sus pinceladas, gruesas y pastosas, le parecen un rotundo “garabateo de alienado”. Se horroriza que los girasoles se transmuten en “soles de catástrofe”.

Artaud se rebela contra esa manera de explicar la obra del artista, no desde su propio universo sígnico, sino desde el manual del médico alienista. Para él, Van Gogh “no estaba loco”, era sí un pintor pleno de pasión, en constante aprendizaje por el color. Su ruptura es esencialmente estética. En ese sentido, sus telas son singulares y se oponen al status quo artístico. Van Gogh “perturba el conformismo larvario de la burguesía del II Imperio… de los esbirros de Napoleón III”. El tinglado médico opera una reactiva empresa de castigo, en su afán de retornar al orden a su víctima: “la sociedad se apresta a castigarlo por habérsele separado, le suicida”. El papel del doctor Gachet, “psiquiatra improvisado”, refuerza el prejuicio de la locura de Van Gogh, acelerando su caos. “Quiere”, dice, Artaud, “enderezar” su pintura y proyecta todo su odio sobre el pintor, al que “detestaba como pintor, pero sobre todo como genio”. El rechazo de Artaud a la psiquiatría tradicional anticipa la crítica que hará, entrado el siglo XX, Foucault, quien historia la locura con algunas de sus páginas más absurdas: la nave de los locos o la extracción de la piedra de la locura renacentistas (pintadas respectivamente por El Bosco y Bruegel, el Viejo), hasta la lobotomía moderna. La puesta en crisis de la noción Occidental de locura, que está en la base del alegato del poeta surrealista, sin duda influye en la Antipsiquiatría, de R. D. Laing y David Cooper, que abiertamente llama a liberar a los locos y clausurar los manicomios.

La “pintura lineal” es hecha añicos por Van Gogh quien, en cada pincelada de amarillo, de negro, de azul ocre, de verde tiza explora, casi como un vidente, la alquimia del color, una magia que le revela la propia naturaleza. Cuando Van Gogh sale a pintar de noche, con un sombrero lleno de velas, no es que sea un loco (aunque así lo parezca a ojos de los aldeanos), es un pintor explorando la luz, la explosiva noche nuclear, el brillo de los astros que estallan en fuegos circulares.

De la estirpe de Edgar Poe, “Van Gogh era una de esas naturalezas de lucidez superior que les permite, en cualquier circunstancia, ver más allá, infinita y peligrosamente más allá de la realidad”.


Van Gogh o el suicidado de la sociedad es un texto giratorio también, dictado una o dos veces y vuelto a empezar. El lenguaje de Artaud está tejido en una superficie que anuda las dos caras del entramado: la lógica y la locura. Se trata en el fondo de un relato de una lógica tan estricta que linda en lo irracional. Así, la sintaxis de Van Gogh va avanzando entre rupturas, saltos, silencios e inesperadas conexiones. Si Breton, en Pez soluble, ensayó la escritura surrealista a partir de frases oníricas y asociaciones libres, el automatismo de Artaud amplifica la catacresis: giros o relación de palabras puestas en inesperadas conexiones. No es el lenguaje de un loco, se trata de un opúsculo de excepcional lógica argumentativa, de una lucidez poética rayando en la locura. ¿Acaso no llamaba Platón “locura poética” a la inspiración, esa “magia” verbal que toma forma al escribir desde la médula del lenguaje y del ser? Y es que Artaud escribe desde lo más profundo de ese ser hecho verbo, herido o angustiado como todo hombre de posguerra, que no tiene, indefenso como está ante la fuerza brutal de Arimán, más que la palabra poética como legítima defensa y atisbo de libertad: “Nadie jamás ha escrito, pintado, esculpido, modelado, construido ni inventado, salvo para escapar del infierno”. Quien lee locura en la máxima lucidez del espíritu es quien sólo puede recorrer la textura, la epidermis del texto. Es el crítico (alienista) quien, encerrado en un racionalismo verbal, etiqueta de “locura” un lenguaje polisémico, cifrado, casi simbólico, es decir estético, que obviamente escapa a su comprensión. Así este crítico alienado no es capaz de reconocer los pasadizos secretos, la savia que corre por los invisibles vasos comunicantes entre la razón y la locura.

Su amigo Pierre Loeb, dueño de la famosa Galería Pierre, de París, fue quien animó a Antonín Artaud a escribir sobre la obra de Van Gogh. Sólo un artista como Artaud, que vivió la experiencia de ser recluido en el manicomio de Rodez y pasado por el tormento de la “cura” de medio centenar de bestiales sesiones de electroshok, podría dar cuenta del costo a pagar, en términos humanos, del artista al explorar a fondo y fuera de las convenciones, su propio universo creativo. Nadie como Artaud para hablar de su hermano Van Gogh, de la plenitud de su arte cósmico, su apasionada emoción pictórica, más allá de la reductora mirada locura-razón con la que el binario racionalismo se había propuesto encasillar la obra única del pintor.”

Artaud le dicta a Paul Thévenin su Van Gogh o el suicidado de la sociedad, entre el 8 de febrero al 3 de marzo de 1947. A finales de ese mismo año aparece publicado en K editor. Es uno de sus últimos escritos, previo apenas a dos poemas taras: Tutuguri, recordando el viaje que once años antes había hecho a la Sierra Tarahumara, donde los Rarámuris lo iniciaron en una “cura” de la Otredad, el sagrado rito del peyote (o cíguli).”

 

 


VAN GOGH O EL SUICIDADO DE LA SOCIEDAD

(fragmentos)

 

Es así que una sociedad tarada inventó la psiquiatría para defenderse de la investigación de cierta lucidez superior cuyas facultades de adivinación la incomodaba.

Gérard de Nerval no estaba loco, mas fue acusado de estarlo a fin de desacreditar ciertas revelaciones capitales que estaba a punto de hacer.

[…]

No, Van Gogh no estaba loco, pero sus cuadros eran fuegos gregarios, bombas atómicas, cuyo ángulo de visión, al lado de todos los demás cuadros que proliferaban en aquella época, eran capaces de perturbar seriamente el conformismo larvario de la burguesía del Segundo Imperio y de los esbirros de Thiers, Gambetta, Félix Fauré, así como de Napoleón III.

[…]

Porque no es un cierto conformismo moral lo que la pintura de Van Gogh ataca, sino las propias instituciones. E, incluso, la naturaleza exterior, con sus climas, sus mareas y sus tormentas equinocciales, que no pueden más, tras el paso de Van Gogh por la tierra, sostener la misma gravitación.

[…]

la conciencia general de la sociedad se aprestaba a castigarlo por haberse separado de ella,

le suicida.

[…]

Una exposición de los cuadros de Van Gogh es siempre un acontecimiento en la historia,

no en la historia de las cosas pintadas, sino en la historia misma condensada.

[…]

Esos cuervos pintados dos días antes de su muerte no le abrieron, como tampoco sus otros cuadros, la puerta a una cierta gloria póstuma, pero sí abren a la pintura pintada, o mejor aún, a la naturaleza no pintada, la puerta oculta a un más allá posible, a una posible realidad permanente, a través de la puerta abierta por Van Gogh a un enigmático y siniestro más allá.

[…]

Ningún pintor, salvo Van Gogh, habría sido capaz de encontrar, para pintar sus cuervos, ese negro de trufa, ese negro excrementoso de las alas de los cuervos sorprendidas por el resplandor descendente del sol.

¿Y cómo abajo se compadece la tierra bajo las alas de los fastuosos cuervos, fastuosos solo para Van Gogh, sin duda y, por otro lado, glorioso presagio de un mal que nunca más lo tocará?

[…]

Esto es lo que más me conmueve de Van Gogh, el más pintor de todos los pintores, quien, sin ir más allá de lo que se nombra y es pintura, sin recurrir jamás a la anécdota, al relato, al drama, a la acción imaginada, a la belleza intrínseca del sujeto o del objeto, llegó a apasionarse por la naturaleza y los objetos de tal manera que un cuento fabuloso de Edgar Allan Poe, Herman Melville, Nathaniel Hawthorne, Gerard de Nerval, Achim Arnim o Hoffman no dicen más, a nivel psicológico y dramático, que sus lienzos de cuatro centavos,

casi todos sus lienzos, además, como si fuera a propósito, son de mediocres dimensiones.


[…]

Creo que Gauguin pensaba que los artistas buscan el símbolo, el mito, ampliar las cosas de la vida hasta el mito,

mientras que Van Gogh pensaba que hay que saber deducir el mito de las cosas más terrenales de la vida.

Y creo que tenía tremendamente razón.

Porque la realidad es terriblemente superior a toda historia, a toda fábula, a toda divinidad, a toda surrealidad.

[…]

Los olivos de Saint-Rémy.

El ciprés solar.

El dormitorio.

La cosecha de aceitunas.

Los alicantos.

El café de Arlés.

El puente donde se desea sumergir el dedo en el agua, en un movimiento de violenta regresión a un estado infantil bajo la presión del puño faraónico de Van Gogh.

El agua es azul,

no un azul de agua,

un azul de pintura líquida.

El loco suicidado es pasado por allí y regresa el agua de la pintura a la naturaleza.

¿Pero quién se la devolverá?




NOTA

Las traducciones son de Ricardo Echávarri.




RICARDO ECHÁVARRI. Poeta y ensayista mexicano. Doctor en Letras. Ha enseñado Literatura en varias universidades y fue instructor de Lenguas Romances en Harvard. Dirige el Centro de Estudios Surrealistas en la Ciudad de México y ha escrito César Moro en México, los versos de un voluntario inadaptado (tesis en El Colegio de México) y Surrealismo / México. En la editorial Pleno Margen ha difundido la poesía de Antonin Artaud, Leonora Carrington, Arthur Cravan, Edward James, Wolfgan Paalen, autores de raigambre surrealista.





BRIANDA ZARETH HUITRÓN (México, 1990). Originaria de Temascalcingo de José María Velasco, México. Artista plástica y pintora surrealista. Realizó sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos en Ciudad de México. Sus múltiples facetas artísticas y personalidad curiosa la llevaron a descubrir el surrealismo, corriente en la que encontraría una manera de comunicarse con el mundo. Plasma interpretaciones poéticas donde lo cotidiano es transformado en una realidad fantástica y onírica. Pinturas mágicas que señalan los deseos de la vida por salir en un cuadro. Ha expuesto individualmente y de manera colectiva en México y en el extranjero. Exposiciones individuales: Museo Leonora Carrington de Xilitla, ENCUENTROS ONÍRICOS en el año 2025. Museo de la Mujer, REVELACIONES ONÍRICAS, en el año 2022. PAISAJES ONÍRICOS para el Festival Temascalcingo Honra a Velasco, en el Año 2021. VENTANA A MUNDOS ONÍRICOS, en el Centro Cultural Futurama, Ciudad de México, en el año 2020. Exposiciones Colectivas Col-art en la Galería Oscar Román año 2025 Muestra pictórica EL OFICIO DEL PINTOR, de la Academia de San Carlos, Año 2019. DIMENSIONS, Festival Wave Gotik Treffen, celebrado en Leipzig, Alemania, en el año 2018. Ha participado en la Cátedra por los 100 años del surrealismo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, impartiendo conferencia sobre surrealismo femenino. Recientemente su obra ha sido publicada en el libro Mujeres Mexicanas en el Arte, de la editorial Agueda y en THE ROOM SURREALIST MAGAZINE, revista de surrealismo internacional. Brianda Zareth Huitrón es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 263 | dezembro de 2025

Artista convidada: Brianda Zareth Huitrón (México, 1990)

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