sexta-feira, 20 de novembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Alejandra Pizarnik

 OMAR CASTILLO | La presencia de Alejandra Pizarnik

 


I. Mi primer contacto con la poesía de Alejandra Pizarnik fue en el tercer tomo de los tres que componen la Antología de la poesía Argentina seleccionada y presentada por el poeta Raúl Gustavo Aguirre y publicada por Ediciones Librerías Fausto de Buenos Aires, en abril de 1979. Son once los poemas que de la Pizarnik se incluyen en ese tomo, más una breve bibliografía.

Después de ese primer contacto ocurrido a finales de 1979, pude leer otros de sus poemas, más algunos de sus textos en prosa. Así en abril de 1984, en el número 2 de la revista otras palabras, publiqué varios capítulos de su libro La condesa sangrienta, seleccionados por el poeta Raúl Henao. La primera edición de este libro fue publicada en 1971.

 

II. Para quienes buscan conocer, estudiar o hacer antologías de la poesía escrita en Hispanoamérica en el siglo XX, les es necesario acudir también a la fuerte y lograda presencia de las mujeres poetas que con sus experiencias y con las formas de sus escrituras asumen la realidad, la otredad y los imaginarios correlatos de su momento histórico, contribuyendo para el desenvolvimiento de sus interrogantes y desvelamientos, tanto en la región como en cada uno de sus países.

Algunas de estas poetas, nacidas casi todas en las primeras décadas del siglo XX, son: Gabriela Mistral (1889-1957), Dulce María Loynaz (1902-1997), Eunice Odio (1919-1974), Idea Vilariño (1920-2009), Olga Orozco (1920-1999), Meira Delmar (1922-2009), Ida Vitale (1923), Rosario Castellanos (1925-1974), Blanca Varela (1926-2009), Marosa di Giorgio (1932-2004), Ulalume González de León (1932-2009), Olga Elena Mattei (1933).

Y entre ellas la mortificada y candente voz de Alejandra Pizarnik, quien nació y murió en Buenos Aires y cuya vida sucedió entre el 29 de abril de 1936 y el 25 de septiembre de 1972.

Algunos de los libros publicados en vida por Alejandra Pizarnik fueron: Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968), Nombres y figuras (1969), El infierno musical (1971), La condesa sangrienta (1971). Después de su muerte se han hecho distintas ediciones y antologías de sus poemas. Más recientes son las ediciones preparadas por la editorial Lumen de su Prosa completa (2003), su Poesía completa (2005) y la edición de sus Diarios (2013)

Así nos quedan sus palabras, las mismas que nos convocan desde una escritura donde se reflejan sus preguntas, las ansiedades y los desasosiegos que la mantenían en ascuas en un mundo cuyas realidades le resultaban propias y extrañas, aprehensibles y fugaces. Las contrariedades visibles en sus poemas y en su prosa, son las mismas que consumieron los instantes de su existencia, los vacíos y la plenitud de su vida.

Los poemas de Alejandra Pizarnik, se caracterizan por la fuerza que impulsan a través de la nítida y oscura transparencia de sus versos, en palabras que parecen piedras pulidas en el asombro, vueltas raíces pétreas y carnosas abriendo sus significados en las manos de arúspices que intentan revelar lo incógnito. Las suyas son palabras uniéndose en imágenes de espiral nerviosa y donde la realidad se refleja, se penetra y expone en enjambres de metáforas solo posibles de aprehender en la libido analógica que las entraña en su magnitud, en su desasosiego y en su sensualidad, en la miel de su silencio, en su piel alfabética curtida por el delirio y entregada como don para ser consumido durante la alabanza y la locura, en el tránsito entre la vida y la muerte donde es posible extraer el instante único que es todo poema, como en éste tomado de su libro Árbol de Diana:

 

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor

dice que tiene miedo de la muerte del amor

dice que el amor es muerte es miedo

dice que la muerte es miedo es amor

dice que no sabe

 

Su insistencia en la poesía fue una experiencia abrasante, al punto que en sus brasas arde el alfabeto de su vida. El mismo que podemos leer en sus poemas, en su prosa, en su diario. Alfabeto con el cual aprehendió las palabras donde permanecen sus visiones de la realidad, lo inesperado e incógnito de su dolor, la fascinación por el onírico sentido de la otredad. Sí, el suyo es un alfabeto que resurge con cada lectura que de él emprendemos, de ahí la sensación mítica que nos deja y nos conecta con su escritura.

En el itinerario de su obra poética podemos leer cada poema como un escenario donde se revelan instantes de la realidad íntima y común, tal como la poeta la percibe y comparte en sus realizaciones y en sus carencias. El suyo parece un mundo fragmentado y en fuga hacia el desvelamiento de los interrogantes que la asedian, ante todo los de su soledad cuando impacta contra los ecos del amor que no se realiza, que no termina de suceder, de colmar las ansias de su cuerpo, menos las de su ser. El otro como cercanía, como lejanía, visión de un deseo vuelto imagen esquiva, casi imposible, dada solo en el desenlace de la escritura del poema donde, más que la presencia, termina por suceder el desconcierto. Asunto arduo y conmovedor en toda la escritura de esta poeta.

En los poemas de Alejandra Pizarnik se concitan lo coloquial y lo extraño, la cotidianidad y la surrealidad más exasperantes, al punto de terminar propiciando tensiones y diálogos que amplifican las capacidades de su dibujo poético, tanto en lo sensorial como en su disposición enunciativa, en lo concreto de sus fragmentos como también en las fisuras de su unidad argumental, dando a su obrar poético atmósferas e intensidades, penumbras y luminosidades únicas.

Como lector la escritura de Alejandra Pizarnik recuerda la imagen que me han producido muchos de los poemas escritos en Occidente y en otras regiones del mundo en los recientes doscientos años, y es la de una persistente gota cayendo sobre una superficie que permanece ajena a esa búsqueda de realidad y de otredad.

Empero, queda la escritura del poema impresa por la presencia, por la insistencia de quienes no rehuimos participar de este juego abracadabrante que es cada día abriéndose igual a una flor ofrendante y devoradora que se extingue y resurge una y otra vez, una flor infatigable que persiste en la nitidez de su vuelo verbal. Una flor que es caos y aurora. Silencio y origen.

La poesía, la literatura, cuando responden a las necesidades y pasiones que las impulsan, permanecen y convocan, así la obra de Alejandra Pizarnik.

 


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§ Conexão Hispânica §

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