domingo, 20 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | César Dávila Andrade

ALEYDA QUEVEDO ROJAS | Las iluminaciones de César Dávila Andrade

 


Luz, reposo, calma, Nada…

Caos, confusión, angustia, Nada…

 

Ambos caminos intersubjetivos (acordados, consensuados), nos conducen por una zona poco estudiada de la magnífica poesía y ensayística de César Dávila Andrade, quien el 5 de octubre de 2020 cumplió 102 años de nacimiento.

Varios de los ensayos que el cuencano universal escribió, para que sus lectores intentemos penetrar en la intensidad de la luz magnética y el secreto del caos armónico que plasmó en su obra, desde o a la luz de sus reflexiones, hacen parte de mis principales preocupaciones.

Magia, Yoga y Poesía, es uno de estos, del que he inferido que su tránsito por la poesía, corto, eficaz, silencioso y plagado de sufrimiento, estuvo revestido de autoconocimiento y amplio repertorio cultural sobre las religiones, disciplinas y filosofías de Oriente, y que, a sus 48 años, desembocaría en la muerte necesaria, por mano propia, para alcanzar la virtud o los bosques del Zen; o quizá: luz, reposo, calma, nada...

La ardua búsqueda de Dios y de la preparación para llegar a la muerte, planteadas como una idea necesaria para alcanzar al principio a Dios y a la Nada, pero sin llegar a separar la interioridad de la exterioridad del arte de escribir y del arte de vivir, considero que fueron las obsesiones creativas del poeta y del ser humano.

Quiero pensar que Dávila Andrade tomó la frase de la antigua Grecia difundida por Sócrates, como una de sus motivaciones primordiales: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”. Dávila colocó esa frase en el interior de su corazón y de sus versos para hurgar en el tiempo y enumerar en relatos y poemas sus asombros.

En un momento histórico, en el que sus contemporáneos devoraban libros de marxismo leninismo, él, engullía esos “libros raros” de esoterismo, budismo, Zen, magia, yoga y pensamiento Rosacruz. Desde ahí, sostengo que, para el poeta, estaba claro que el camino al principio, es decir, a Dios, debía iniciar con la muerte. La poesía entonces, fue el túnel que caminó intensamente hasta lograr conocer el templo de su propia alma. O quizá, hasta ese momento, en una modesta habitación de un hotel cualquiera en Caracas, que le permitió encontrarse con la muerte. Y en ese tránsito por la vida, Dávila Andrade experimentó el desapego de lo material y el alejamiento del deseo. Porque solo se sufre por lo que se desea y no se tiene, según algunas enseñanzas budistas. Dante Alighieri lo escribió muy bien: “Quien sabe de dolor, todo lo sabe”.

La poesía transita por las regiones de la magia: primera certeza luego de releer su ensayo Magia, yoga y poesía. Nuestro poeta conecta así con el surrealismo, con Baudelaire, Rimbaud, Basho y Khayyam. El alma exige llegar a un lugar de confinamiento y a la belleza total del silencio, y esa es la recompensa: el silencio del poema o la muerte por mano propia; segunda certeza. Otra vez, dos caminos marcados por profundas indagaciones en las religiones de Oriente, en ritos mágicos y alquimias ancestrales andinas, shamánicas, o de limpias espirituales; a continuación, traigo algunos de sus versos como revelaciones y confirmaciones de ese transitar:

 

Oh Pachacamac, infinita es tu voluntad de sueño / sobre nosotros, tus eternos soñados. /

Vosotros, Todos, / no sabréis nunca, / entrar en las batallas del Silencio.

Cuando Basho el Poeta-Zen llegó a la edad del cordero /―siglo X d. de C.― y escribía Las Sendas del Oku / supo que debía experimentar la entrada de las cosas / una a una / a través de la Puerta sin Abertura, / manteniéndose despierto bajo los párpados de la segunda visión.

 

Sospecho que Dávila Andrade comienza, desde muy joven, en el silencio de su andina ciudad, a prepararse para un estado de elevación, de conciencia superior del ser, de un ir hacia el estado puro, la nada, al encuentro con el Todopoderoso arquitecto del universo, aquel de las manos gaseosas; y lo hace desde sus poemas “esotéricos”, que como rezos alcanzan magnetismo y vuelo, desde sus versos cábalas que nos hablan que siempre el bien y el mal viven armónicamente en un solo cuerpo, que al interior del espíritu es capaz de hablar muchas lenguas.

Su poesía nos revela sed de conocimiento y de insaciable necesidad de encontrar la luz; nos convoca a practicar el desapego de todo lo material y elevarnos al Amor; la luz pura de su poesía penetra en el camino de Damasco y a orillas del Tomebamba, nos propone capturar el agua, más allá del ruido y del movimiento del agua y volvernos agua, “penetrar en el alma de las cosas” o ser:

 

Fuego,
Éter,
Agua,
Tierra

 

El poeta venezolano Juan Liscano, amigo personal de César Dávila Andrade, sostiene en algunas reflexiones:

 

el poeta buscaba desesperadamente y desde su más temprana edad una trascendencia tal, que nada de la materia, que le rodeaba y a la que tanto llegó a amar, podía llenar su corazón ansioso como el de los místicos de un amor que escapaba a todo lo conocido, de una fuerza que era la de ese gran ordenador del Universo, del Arquitecto, que una noche cualquiera nos respira el alma.

 

En Magia, yoga y poesía queda claro que la experiencia de escribir poesía, fue para César Dávila Andrade un acto místico y de comunión con antiguas alquimias, que empezaba por el riguroso ejercicio de recobrar la fe, alcanzar la paciencia y saber embrujar al poema.

 

Embrujar el Poema de modo que todas sus palabras
girando de la circunstancia al centro
por el soplo del mar entre las columnas,
se conviertan en la

PALABRA

 

En Magia, yoga y poesía sostiene:

 

La emoción que desencadena su aparición exige un reconocimiento caluroso del sentimiento y la mente entre fundidos: esta co-vibración constituye el modo más eficaz de conocer el mundo de que dispone el poeta. Puede ser oscuro o enigmático al principio y puede, muchas veces ignorarse, a sí mismo este conocer, sin que deje de ser conocimiento, aunque sea diametralmente opuesto al modo conceptual ejercido por el espíritu en su plano. Su tonalidad emocional y su vibración en las capas más profundas del sentimiento, enturbian su intelección y sus resonancias; pero, conforme ocurre al despertamiento del espíritu, sus mensajes primarios, teñidos de euforia visceral y oscuridad subjetiva, decrecen o se clarifican; y en las cimas, el universo se entrega al contemplador, en la más alquitarada visión. Eliot señala lúcidamente este dominio cuando afirma que el fin del goce de la poesía es una pura contemplación de la que quedan eliminados todos los accidentes de la emoción personal. Sin embargo, la emoción personal subsiste sutilmente trasmutada, y la trasmutación tiene lugar en contacto con el fuego de la emoción creadora universal, fuente y receptáculo de la primera. Pero, en estas difíciles alturas, irradian solo los más acendrados diagramas de la intuición poética y los destellos del ser espiritual. Para encontrar las relaciones con la magia en poesía, no debemos abandonar el clima en que estas se dan, correspondiendo en el poeta a sus más secretas uniones con el plástico limo de las emociones primarias y sus vínculos con la materia hechizada, las tendencias viscerales y las voces telúricas. No sin razón, en piedra, arcilla y hueso, fueron modeladas las primeras figuras de uso mágico que conoce la historia.

 

Gran parte de los poemas davilianos que conocemos, revelan el poder mágico en el que creyó desde honda fe. Defendió y analizó, practicó e intuyó, que todo poeta es un mago que embruja la palabra porque todo momento de creación es búsqueda constante de ese fuego. Su obra lírica está grabada por su misticismo real y profundo.

Talismanes-poemas, imágenes-imaginación, brujos-chamanes-poetas estarían, para Dávila Andrade, situados en una misma línea cósmica ancestral y estelar, como lo argumenta en su notable Magia, yoga y poesía, sobre el que me he concentrado-obsesionado; quizá porque siguiendo a George Perec, la literatura es memoria y selección y al seleccionar el ensayo de César Dávila Andrade estoy bordando mi propia poética.

En ese altísimo nivel de poetas-magos vestidos de autenticidad, Dávila Andrade colocó a: Eliot, Rimbaud, Lautremont, Neruda, Vicente Gerbasi, Basho, Baudelaire, Omar Khayyam.

En su breve y revelador ensayo titulado: El humanismo Zen, Dávila Andrade señala:

 

Visto así, el Zen, no es una nueva “vagamundería” psicológica, ni una delicuescencia más para sensibilidades mórbidas; no se emparenta con el imbécil prurito de los devotos del crucigrama cotidiano, ni se asesora en los humeantes bajos fondos del llamado subconsciente. Es una radical experiencia del espíritu en la línea de la más pura libertad humana. Y un enriquecimiento de la conciencia de la humanidad conseguido por unos pocos, capaces de abstenerse de toda forma de codicia.

 

***

 

Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.

Llevo mi origen de profunda altura

bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.

Dejo en el fondo de los bellos días

mis sienes con sus rosas de delirio,

mi lengua de escorpiones sumergidos,

mis ojos hechos para ver la nada.

 

Los ojos del poeta son los únicos que ven la nada ya despojada del cuerpo; como los poderes del mago son los que hacen que los otros vean objetos que no existen en una determinada dimensión. El prestigio del poeta y del mago en sociedades de distintas épocas históricas, tanto en Occidente como en Oriente, es indiscutible para Dávila Andrade. Poeta y mago son: creadores. Y ambos requieren de íntimas ceremonias espirituales. Poetas-magos-brujos se moverían en las mismas aguas torrentosas de la intuición, el constante hallazgo y el sufrimiento como esencia de la alquimia que crean.

De sus profundos estudios Dávila Andrade deduce que Rimbaud al gritar:

 

“Yo es otro”, “se abrió a una suerte de posesión de su yo, de su propio ser invadido y habitado por todas las cosas, por todos los misteriosos poderes errantes del mundo, por el ánima mundi”. Y que cuando Lautremont escribió en su paroxismo ateo ese verso: “Si existo no soy otro”, declaró el terror y la rebelión de todo su ser ante tal invasión, y echó la culpa en Dios, “su viejo y personal enemigo.

 

Dávila se confiesa como un profundo admirador y conocedor de la colección de poemas titulado: Las iluminaciones, de Arthur Rimbaud publicadas en 1886, quizá porque sospechaba que, a los dos, lo que realmente les interesaba del paso por la vida era la búsqueda del alma. Vuelve a acercarse al surrealismo fascinado por las iluminaciones y alucinaciones del poeta-brujo-mago-maldito.

Poemas de enorme potencia sensorial, de imágenes sobre la creación y la destrucción, la naturaleza y el éxtasis, que seguramente influenciaron al cuencano universal. Rimbaud y Dávila Andrade se alejaron de la materialidad, la racionalidad y la intelectualidad y es su poesía quien lo colige. Ambos emprendieron viajes geográficos y viajes interiores…

En Magia, yoga y poesía, el cuencano escribe:

 

Lo que pretendía el autor de Las iluminaciones era forzar las puertas del conocimiento superior con armas tenebrosas. Su obsesión por la evidencia y el conocimiento mágico le condujeron a la tragedia, a la desesperación y la fuga. Ahora quería solo llenarse los ojos y los sentidos con la “rugosa realidad” de la tierra y partió hacia África.

 

La poesía como búsqueda del conocimiento, practicando el arte de la poesía desde los principios del Zen: serenidad, libertad absoluta, austeridad, sutilidad, simplicidad… pero para Dávila, la práctica del arte de la poesía, estaba cruzada, también, por el sufrimiento, la angustia, el dolor, el ayuno, y el Amor, esa caricia inalcanzable por siempre…

Coincido con el poeta Jorge Enrique Adoum en que la poesía de Dávila Andrade era alquímica, solo así sería posible explicarse la fuerza telúrica del Ecuador hermoso y doloroso que expresa con absoluta densidad conceptual en “Catedral salvaje”, o el delicado erotismo que condensa y vierte en “Muchacha en bicicleta”. Me atrevo a lanzar la hipótesis de que Dávila era un profundo conocedor de los mapas del universo y del alma, algo así como una especie de astrónomo como lo fue Stephen Hawking, quien dejó este verso: “Dios: no es necesario invocar a Dios para encender la mecha y darle inicio al Universo”.

Dávila Andrade tenía un aura que brillaba y oscilaba entre la luz y el caos, la nada y la poesía. Decía: “el cielo es un estado de alma, y a pesar de no tener espacio, alberga habitantes de inasible anatomía” pero, parecería que quien habla es el británico físico y astrónomo Hawking. Lo que sé o quiero creer, es que, para Dávila, Dios o Buda, Alá o Cristo, todos indivisibles, todos como un solo Dios para “alisar con las palmas de sus manos las llanuras inmensurables” del Universo.

 


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§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

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