BERTA LUCÍA ESTRADA | La shoah en clave de atena de Clara Schoenborn
El presente ensayo, La Shoah en clave de Atenea (Ediciones Apidama, 2013)
de la poeta colombiana Clara Schoenborn, fue presentado en el Congreso ¿La voz dormida?
que se llevó a cabo en abril de 2014 en la Universidad de Varsovia, donde compartí
mesa con la Académica y Escritora Carme Riera y este año será publicado por la Maestría
de Literatura de UNIOESTE (CASCABEL-BRASIL). También puedo contarles que a raíz
de la presentación de Clara Schoenborn en la U de Varsovia una alumna que estaba
haciendo la tesis sobre Primo Levi decidió incluirla y hacer una tesis de literatura
comparada.
Introducción
El exorcismo es algo sano. Cauterizar, quemar con el objetivo de sanar.
Es como cortar las ramas de los árboles. He aquí mi talento.
Louise Bourgeois
He leído el libro Los oficios en clave
de Atenea varias veces sin que me canse, y lo que es más importante aún, siempre
que hago una nueva lectura es como si fuese la primera vez. Eso es lo que sucede
con la buena literatura, no se agota sino que sorprende una y otra vez; siempre
hay nuevos descubrimientos, metáforas que pasaron desapercibidas porque estábamos
ensimismados en otras que nos habían colmado el intelecto y la emoción; y con la
particularidad que todas son igualmente hermosas y llenas de sentido. Y con cada
lectura me convenzo más que se trata de un libro excelente; máxime que en poesía,
al menos en la poesía colombiana, no se ha tocado ese tema que sólo nos llena de
oprobio, como es el holocausto judío, pero también podría ser la imagen de muchos
otros holocaustos, incluyendo al colombiano, así nadie lo haya llamado con ese nombre.
Al analizar el libro hice dos lecturas, pero hay muchas otras, eso es lo
que hace de este libro una obra universal. Hay múltiples miradas, es inagotable,
es una eterna caja de Pandora. Los candados no son tan herméticos como la poeta
creyó haberlos concebido, y eso se lo agradezco; ya que de otra forma no hubiese
podido hacer el viaje al centro del huracán que hoy comparto con ustedes.
Clara Schoenborn me escribió una vez, aludiendo a una alusión que yo había
hecho sobre la Shoah en su libro, que la literatura navega por océanos insondables
y la mayoría de las veces desconocidos por el autor; a lo que yo agrego: -He ahí
la magia de la lectura. Un libro nunca está terminado, siempre es una obra inconclusa,
ya que cada lector, y con cada lectura que hace de un mismo libro, realiza su propio
viaje y saca sus propias conclusiones. La literatura no tiene verdades reveladas,
ni esa es su misión; al menos en lo que se refiere a la gran literatura, a la literatura
que sobrevivirá en el tiempo, más allá de todas nuestras expectativas como seres
terrenales y finitos. Es ella la que puede otorgarnos la inmortalidad, pero también
puede negárnosla. Y digo inmortalidad más allá de escribir nuestros nombres en las
nubes que habrán de recorrer las centurias que le esperan a la especie humana.
Es de anotar que es muy raro que un libro de poemas me produzca un impacto
tan absoluto y brutal. Los poemas de Clara Schoenborn me sumergieron en un mundo
doloroso, oscuro, turbio; fue el descenso a las tinieblas de un pasado agobiante
y lacerante. No en vano la autora es descendiente de un sobreviviente de la Shoah,
y gran parte de su familia pereció en los campos de concentración nazis. Supongo
que yo no soy la única lectora en confesar su confusión. Al escribir este ensayo
no pude dejar de pensar en una de las frases de Louise Bourgeois: “Mis obras son
una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al
mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para
revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”. O bien: “Todos los días uno tiene
que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace
escultor.” A lo que yo le replicaría: o escritora; y en el caso preciso de Clara
Schoenborn, POETA, así con mayúscula sostenida.
El libro Los oficios en clave de Atenea es un parto permanente, que no
termina, un parto agónico, doloroso, pero que se niega a dejar la existencia. ¿Acaso
la vida no es un eterno alumbramiento?
Al leer la poesía de Clara Schoenborn siempre hay una doble, triple o cuádruple
lectura. Podemos leer cada poema separadamente, también podemos leerlos armando
un inteligente rompecabezas, o bien es una nueva cábala que nos invita a descifrar
sus más recónditos secretos. En Los oficios en lave de Atenea encontramos poemas
esparcidos en versos a todo lo largo del libro. Es el caso del tema recurrente de
la muerte; y se podría decir lo mismo de los espejos.
En el poema que abre el libro, Preámbulo – Regreso de Atenea, encontramos
a la eterna Eva transformada en Atenea o en Loba, elementos que veremos a lo largo
de la exposición. Su lectura nos sumerge en la recuperación de la memoria:
he regresado
con mis números de fuego,
a borrar el tiempo
que olvidó la sal.
La sal que todo lo carcome no pudo hacer nada contra el tiempo, el tiempo
de la diosa virgen y guerrera, la diosa que nació de la cabeza de Zeus, su hija
preferida, su bien amada. La diosa que no bajó la cabeza ante ningún hombre, que
no se arrodilló ni pidió perdón. Por eso somos sus hijas, nos hemos caído millones
de veces y siempre nos volvemos a levantar. Si hemos sido prostitutas o reas, despertamos
como ingenieras o poetas. Nos levantamos “seduciendo los candados”, rompiendo grilletes,
gritando hasta el delirio para luego recuperar la cordura.
Los versos a los que acabo de hacer alusión, “he regresado/con mis números
de fuego, /a borrar el tiempo/que olvidó la sal”, tienen también otra connotación,
otra lectura, nos remontan a La Biblia, más exactamente al Antiguo Testamento; me
refiero a la esposa de Lot, la que no tiene nombre, ¿para qué -se preguntarán algunos-
si de todas formas pertenece a su marido? Es la mujer olvidada luego de ser convertida
en estatua de sal, por haber querido saber y ver lo prohibido. Una clara alusión
al conocimiento que desde siempre nos ha sido negado. No obstante, a pesar de la
sal que todo lo carcome, seguimos ¡Firme(s) como semilla/florezco (florecemos) en
las municiones”, porque ni la guerra puede borrarnos de la faz de la tierra. Por
eso dice: “Búscame justo ahí/en tu costado izquierdo”, somos eternas Evas condenadas
a errar por siempre lejos del paraíso, en un “espejismo” con “las manos estirándose/para
revivir los muertos… donde no cesan los faros”. El libro es una permanente hoguera,
fuego que consume todo, pero también purifica e ilumina. Y luego dice: “He regresado/
Mírame/Estoy/detrás de todos los espejos/refractada entre infinitos, /ven/que juntas
como serpientes/somos mucho más/que una mitad”. Ya no somos el costado de Adán,
existimos por nosotras mismas, y gracias al espejo nuestra imagen se vuelve infinita,
imperecedera. En otras palabras, este libro recoge la historia del pueblo judío,
y sobre todo es la historia de la humanidad –de todos los pueblos y de todos los
tiempos- o bien ha sido un grupo migrante o desplazado; siempre ha estado en pos
de la tierra prometida, buscando un lugar donde cultivar, echar raíces, criar una
familia en situación digna, una tierra que aleje el hambre y el miedo.
I parte – Oficios
en caída libre
Las mujeres somos dadoras de vida,
y además de poseer un útero podemos parir palabras, somos doblemente escritoras,
damos a luz otras vidas y damos a luz la historia y la poesía.
En el poema Escritora, que abre el primer capítulo Oficios en caída libre,
somos testigos del regreso de Atenea la virgen, la guerrera, vestida de escritora.
No en vano en griego se le dice grafiti, del vocablo grafito, ya que su voz imprime
“los vuelos entre abecedarios” y las “alas se empapan en los partos”, y luego salen
convertidas en barcos hacia la luz, hacia la libertad, hacia la independencia que
rompe los candados y las cadenas que la sociedad patriarcal ha sembrado a todo lo
largo de nuestra eterna errancia, sin saber que siempre encontraremos una “desembocadura”.
En Adolescente habla de la niña que todas llevamos dentro: “desempaco mis
maletas/todos los días/ todos”; recordándonos que somos migrantes perpetuas, que
no poseemos nada porque nada nos han dado. Poseemos lo que nos hemos ganado con
nuestras propias manos; por eso en Hechicera vemos la “fascinación/por hundir mis
dedos/ en la abotonadura de la realidad”. Y nuevamente en Adolescente “ante cada
una/ de mis sucesivas muertes” y luego “en el centro de mi tierra/crece un herbolario”,
desarrolla los dos temas que son el eje de su creación poética: el alumbramiento
y la muerte. Este eje es, en realidad, una serpiente que se muerde la cola, es el
mito del eterno retorno. Con esos versos Clara Schoenborn nos remite al herbolario
secreto de nuestros úteros y ovarios.
Y en Revolucionaria vemos a la mujer que pare la muerte: “Tanto puño contenido/
en tu cementerio de embriones”. La muerte nos pone trabas, edifica murallas, pone
cerraduras, cierra candados: “¡Pero mira esa sangre en las puertas!/¡Esos vuelos
tan inútiles!”. Y nos remite nuevamente a la loba que nombraba en su primer poema:
“son placenta de colmillos/que gritan por ácido”.
En Hechicera encontramos a la escritora transmutada en este nuevo oficio.
Entre las dos “abotonan la realidad”. Entre las dos construyen el mundo, el cosmos,
el universo; nada existiría sin ellas, sin ELLA, escritora-hechicera, hechicera-escritora,
inventora de palabras, inventora de potajes mágicos. Por eso dice: “No estaré ahí/
cuando mires/ pero sí/cuando creas”.
E inmediatamente, en Lesbiana, “Al fin he decidido/ la libertad de las
fisuras”, puesto que los dedos que desabotonan la realidad también abren las fisuras;
así la grieta amenace el cosmos; no importa, ella sabe como repararlo. De ahí que
en Bruja leamos: “Voy a recolectar/ todos los ojos con grietas” y “en los techos/se
reconstruyen/mis vísceras. La escritora-hechicera-bruja, conocida también como la
saga, de sage, la sabia. No en vano la partera se llama en francés sage-femme: “Ninguna
hoguera logrará nunca/apartar el diagnóstico del fuego/-tan justo en su ley”. La
mujer alumbra la verdad en el universo, gracias a ella la tierra sigue girando y
los astros no se consumen y siguen alumbrando. Y en Sacerdotisa: “Comprendes que
el incienso/alcanza siempre la claridad”.
En Amante, “internaré mi ombligo/un mapa de saliva”, nos recuerda al cosmos
atado con un hilo invisible, un enorme cordón umbilical convertido en senda sagrada,
en guía. Luego: “Todo aquí es principio/y también retorno,/en los jugos de esta
muerte/ voy a revivir”: Vemos a Grethel retornando a la casa paterna, en este caso
al hogar materno -no en vano en francés se dice foyer, de feu, fuego-, y el foyer
es también la chimenea; lugar sagrado que nos calienta en las frías y largas noches
hibernales. No hay que olvidar que anteriormente era también el lugar donde se preparaban
los alimentos y que en ninguna otra parte de la casa había fuego y mucho menos calefacción.
En las regiones campesinas e indígenas sigue siendo la habitación donde se reúne
la familia; al menos en la regiones de clima frío. Es la casa que cada una de nosotras
ha construido, así haya vendavales que de cuando en cuando la derriben. También
puede ser un refugio al revés, una trampa ladina que nos engulle. No en vano Louise
Bourgeois decía: “Cuando se experimenta el dolor, uno se puede enclaustrar con el
fin de protegerse. Pero la seguridad de la guarida puede también ser una trampa”.
Y Primo Levi, en su libro Si esto es un hombre, dice: “En esta Ka-Be, paréntesis
de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad es frágil, que está mucho
más en peligro que nuestra vida; y que los sabios antiguos, en lugar de advertirnos
“acordaos de que tenéis que morir” mejor habrían hecho en recordarnos este peligro
mayor que nos amenaza”.
Y luego, en el poema Adúltera, Clara Schoenborn nos recuerda:
1. “Cuánto duele el lodo/ cuando lo retiene una cadena”; haciendo alusión
al peso del pasado, que nos hace eternas exiliadas en nosotras mismas.
2. “Al buscar en mi destierro/con las lágrimas de un arenal”. Al igual
que las mujeres-casa de Louise Bourgeois llevamos nuestra casa a cuestas; así transitemos
por senderos áridos, desolados, sombríos, ajados, llenos de ranuras, estériles;
y luego, en un acertado verso, “Esta sed/ que ansía reflejar inundaciones”. La lectura
de estos poemas nos enfrenta a un mundo sensible del cual no se habla, pero que
está allí: el hogar. Dicho en otras palabras el territorio que cualquier especie
animal protege y defiende. En él se abriga, en él ama y en él sufre. La casa puede
ser vista, o vivida, como un remanso o como una prisión. Recuérdese que durante
milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad, recluida en un gineceo, sin permitírsele
espacios para la expresión estética.
3. Para finalmente tirar amarras en un “nido verde”, donde podemos volver
a alumbrarnos a nosotras mismas. Lo que me lleva nuevamente a pensar en Louise Bourgeois
y en sus arañas. La araña teje y teje incansablemente, si su tela se rompe, ella
vuelve y la teje. Eso es lo que hace Clara Schoenborn con su poesía, teje y teje
la historia de su pueblo, de su familia; e incluso teje la historia reciente de
Colombia. La historia de los más de tres millones de desplazados que van con su
casa a cuestas, reparando y olvidando, reparando y recordando, reparando para no
morir, reparando para sobrevivir. Todos necesitamos de nuestros recuerdos, como
decía Louise Bourgeois: “ellos son nuestros documentos”. Y si traigo a colación
esta frase es porque Clara Schoenborn hurga en el pasado. Un pasado desconocido
para ella. Es un libro que trata de buscar respuestas a las pesadillas y a los miedos
que acecharon las noches de millones de judíos encerrados en oscuras barracas. Bucea
en los recuerdos de su pueblo, se interroga y busca respuestas; aunque sepa que
ellas apenas si existen. Es como si se penetrara en terrenos pantanosos, en arenas
movedizas, y se temiera a cada instante que la tierra termine por tragarnos. El
pasado regresa una y otra vez, como una pesadilla que nos impide respirar. Tal vez
por eso Primo Levi decía: “Cuando se está trabajando se sufre y no queda tiempo
para pensar: nuestros hogares son menos que un recuerdo. Pero aquí (aludiendo a
los campos de concentración) tenemos todo el tiempo para nosotros: de litera a litera,
a pesar de la prohibición, nos visitamos, y hablamos y hablamos. El barracón de
madera, cargado de humanidad doliente, está lleno de palabras, de recuerdos y de
otro dolor. Heimweh, se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y quiere
decir “dolor de hogar””.
En Menopáusica, la edad dorada, temida e incomprendida, nos damos cuenta
que “el espejo tenía fronteras” y que si bien ya no parimos otros seres, si nos
damos a luz a nosotras mismas: “Tendré que cuidar a esta recién nacida/ y la inventaré
grande,/ahora que soy diosa”. Una nueva alusión a Atenea,y por supuesto a la Dama
del Lago, diosas dormidas y acurrucadas en el fondo de nuestros úteros; por lo que
sentimos como sus dátiles desgranan uno a uno los óvulos infecundos, hasta agotarlos,
con lo que nos otorgan la libertad.
Y en los versos “me zambullí en otros tejidos/…/y me hice a su imagen y
semejanza/aún cuando ignoraba/el motivo de las migraciones”. Es la capacidad que
tenemos las mujeres de reinventarnos a nosotras mismas, somos una y todas, un espejo
y mil espejos; una galería de lunas donde se refleja la misma figura y al mismo
tiempo muta en otras miles y nos hace eternas, por lo que nos sorprendemos ante
nosotras mismas una vez hemos logrado la libertad, “en estas mañanas fugadas de
ciclos”.
En Inmigrante leemos: “Ha sido este silencio/la sustancia de mi viaje”.
Por eso en el poema que lleva ese título, Guerrera, leo algunos apartes
que me permiten construir otro poema con versos ya leídos. Es el rompecabezas del
que hablaba al principio; es el libro que da lugar a muchos otros libros, a muchas
otras lecturas. Es como si Los oficios en clave de Atenea fueran un infinito patchwork
que nos permite crear, crear y recrear; donde no hay nada terminado. Leamos el poema
que he recreado teniendo en cuenta únicamente los versos de Clara Schoenborn:
Sólo yo conozco
esa antigua fundición de cadáveres
(Poema Guerrera)
Es mi arco un prisionero
obligado a ser verdugo
a esparcir su metalurgia
entre golpes de muerte (Poema Cazadora)
Tanto puño contenido
en tu cementerio de embriones (Poema
Revolucionaria)
En los jugos de esta muerte voy a
revivir (Poema Amante)
Para exorcizar en ellos (ellas)
mi propia muerte (Poema Guerrera)
y por ello se hace más denso
el silencio del mundo (Poema Cazadora)
Recreando este poema pienso, inevitablemente, en Los Esclavos de Miguel
Ángel, las soberbias esculturas en las que el artista se sumió por espacio de cuarenta
años, y que habían sido encargadas para el mausoleo de Julio II. Miguel Ángel imprimió
una de las características de su estilo, al menos del estilo que adoptó en su etapa
de madurez, el estilo de non finito; lo que les da un aura de terribilità, que nace
de la desmesura física, descomunal, de esos hombres que aunque apenas están emergiendo
de la piedra ya poseen una fuerza emocional que avasalla a cualquier espectador;
lo que ha llevado a muchos críticos del arte a hablar de “la tragedia de la escultura”.
Por lo que yo retomo esas palabras y hablo de la tragedia de la poesía de Clara
Schoenborn.
Por eso estoy convencida que aunque Clara aún no había nacido cuando en
los campos de exterminio nazi murieron alrededor de siete millones de judíos, sin
contar los tres millones de zíngaros y los varios miles de homosexuales, su libro,
Los oficios en clave de Atenea, bien podría formar parte de la compilación de recuerdos
de muchos de los sobrevivientes de Auschwitz, me refiero a “Excavaciones: supervivientes-recuerdos-transformaciones”,
el libro que hace poco fue publicado bajo la dirección de Susanne Urban y que recoge
las respuestas que muchos de los sobrevivientes dejaron inscritas en un formulario
que debieron llenar a comienzos de la década de los cincuenta; lo que demuestra
que a pesar del horror recién vivido las víctimas ya habían comenzado a bucear en
los recuerdos para no perder la memoria ni caer en el abismo de la locura. Este
libro y El oficio en Clave de Atenea tienen en común el rescate de la memoria colectiva;
al mismo tiempo que es una forma de contar la historia de otro modo, la historia
personal y la colectiva, a los nietos y bisnietos; y por supuesto, al resto de la
humanidad. Primo Levi lo resumió así: “Sabemos de dónde venimos: los recuerdos del
mundo pueblan nuestros sueños y nuestra vigilia, nos damos cuenta con estupor de
que no hemos olvidado nada, cada recuerdo evocado surge ante nosotros dolorosamente
nítido”.
II parte – Oficios
en el libro del agua
En el poema Esposa, la fundición de
los cadáveres se convierte en “el holocausto del tiempo”. ¿Porqué qué otro elemento,
o idea abstracta, desapareció en los hornos crematorios que no fuera el tiempo de
todo un pueblo, de una cultura, de una historia, de un pasado, de una tradición?
Por eso “los balcones se caen del silencio” y “la caricia” de la esposa “humedece
cicatrices”. No las borra, al contrario, las humecta para recordar, per sécula seculórum,
a esa enorme cicatriz que lleva la especie humana grabada en su piel: la Shoah judía.
El holocausto que ni el silencio ha logrado borrar.
Los oficios en clave de Atenea es la historia del pueblo judío, de eso
no me cabe la menor duda; al menos de una parte de su historia. En este caso preciso
la diáspora, el desarraigo, el exilio permanente, la huida en la oscuridad, el miedo
ancorado en la memoria colectiva, ya que no se sabe que habrá al final del túnel;
a lo mejor “la antigua fundición de cadáveres” o el “verdugo” obligado a “esparcir
su metalurgia /entre golpes de muerte”; o bien encerrados en “el vértice exacto/donde
los alambres/organizan una luna en traslación,/gesto de raíces/en el holocausto
del tiempo”. Y Levi decía: “hemos viajado hasta aquí en vagones sellados; hemos
visto partir hacia la nada a nuestras mujeres y a nuestros hijos; convertidos en
esclavos hemos desfilado cien veces ida y vuelta al trabajo mudo, extinguida el
alma antes de la muerte anónima. No volveremos. Nadie puede salir de aquí para llevar
al mundo, junto con la señal impresa en su carne, las malas noticias de cuanto en
Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre”.
Y es que la historia es una mujer con cara de fuego que se pierde en las
colinas o detrás de los árboles, es esquiva, a veces amante, y en general violenta.
Es una trashumante en un paisaje sedentario. Cree partir cuando en realidad es el
camino el que avanza. La historia que podría describir el techo de la casa como
una tumba, un sepulcro, una laja, un hueco olvidado y enterrado por la luz. Tal
vez por eso Levi decía que “sucumbir es lo más sencillo… su vida es breve pero su
número es desmesurado; son ellos (ella, la historia), los Muselmänner, los hundidos,
los cimientos del campo, ellos (ella, la Historia), la masa anónima, continuamente
renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada
en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda
en llamarlos vivos (pienso en los miles de desaparecidos de las dictaduras del Cono
Sur): se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado
cansados para comprenderla”.
Luego el poema Campesina nos remite a nuestros orígenes, nos recuerda a
la saga a la que hacía referencia anteriormente, a la que con sus sabias manos hace
parir la tierra y deja su “eco en la semilla”. O bien a la Pastora que canta “toda
yo soy una casa”, y que como un caracol lleva su hogar a cuestas, refugiándose de
“la sombra de los lobos”. En Madre y sus “ligaduras de cuarzo”, “orfebre de nanas
y ríos”, “hada de embriones”, donde las “aguas de su útero son inmortales”, remite
inmediatamente a los versos de Gobernante: “sabiduría de tu hogar/acostumbrado a
los partos”.
Este poema nos muestra la otra cara de la mujer sabia que pare en la intimidad
de su hogar. Es la mujer que toca el arsenal y se pierde en los “cantos de niebla”.
Sólo tiene ases para jugar la partida, al menos eso es lo que cree. ¿Qué riqueza
cree que hay en los hornos crematorios, “desolladores del llanto”? Ella sabe que
la corriente la espera para seguir las migraciones de los pájaros. Tal vez por eso
en Estudiante no olvida su secreto, su “nuevo combate/contra los fosos”.
Y en el poema Obrera, como en una obra de teatro, “explora el sueño/tras
los telones profundos” de “sus pupilas maltrechas”. Ella, y las otras sombras que
la acompañan, son “espectros” que se “acoplan/en el olvido y las cadenas”. No hay
peor olvido que las cadenas que atan los tobillos.
La Amiga -léase madre, hermana, vecina, prima, hija, nieta- limpia los
cuerpos ennegrecidos por el horno, “desdibuja el hollín”, los saca “de las ruinas”
del campo de concentración. Y sobre todo limpia el aire, lo vuelve transparente;
por eso descubrimos las ruinas ocultas en el tizne. Por eso pienso nuevamente en
Primo Levi cuando leo: “Pero Lorenzo (léase Ana) era un hombre (mujer); su humanidad
era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias
a Lorenzo (y a las mujeres que han tejido redes) no me olvidé de que era un hombre
(no me he olvidado que soy mujer y que pertenezco a la especie humana”.
Luego reencontramos al pueblo nómade, itinerante, que vaga de desierto
en desierto; reencarnado en la abuela que colecciona lapislázulis. En eso eterno
vagabundaje escuchamos los acordes de un viejo violín que nos narra la travesía.
Y en Pastora leemos la continuación del poema de la abuela: “Toda yo soy una casa,
/una consigna del sol/ contra la sombra de los lobos”. Ellas representan a todo
un pueblo que busca la sombra, el refugio, la cueva donde ocultar el miedo que atenaza
su garganta.
La Abuela, transformada en Feminista, recupera la esencia, se mira en un
espejo, y ve su “imagen dislocada” por las mil batallas en las que dejó su cabellera
y por las que se cortó un seno, como las Amazonas, y luego renace “liberada de las
tumbas”, para encontrar que aún tiene un largo sendero por recorrer.
La Campesina no olvida que su hermana, “mordaza milenaria”, aún vive “en
la cárcel del silencio” y que su “cadalso… no admite ruptura”. Su hermana es nuestra
hermana, la hermana de todas; pienso en las hermanas ocultas en una burka o encerradas
en el silencio, humilladas y violadas por sus propios padres.
La Ingeniera nos recuerda que en las ruinas siempre hay piedras para levantar
otro hogar; y si no las hubiese la mujer primigenia, que habita en nuestras entrañas,
nos cosería de nuevo el útero “para engendrar artilugios/acorazados” y recopilar
en él “las memorias” que “deambulan en las calles”.
En los versos “Soy su aliada,/desde el momento/en que aprendí/ a multiplicar
la sal/en las venas”, del poema Médica, vemos una nueva alusión a la mujer de Lot,
convertida en estatua de sal por haberse atrevido a indagar lo oculto, por haberse
atrevido a desentrañar el conocimiento guardado en arcanos secretos.
III parte – Oficios
de Luciérnaga
Oficios de luciérnaga, tercera parte,
es un oasis entre tanta tragedia, es el sol que sale en cada amanecer o cuando termina
la tormenta. Es un sándalo que hace huir el hedor de los hornos crematorios y que
le permite a esa voz colectiva respirar y seguir perpetuándose sin ser ahogada en
el lodo del olvido.
En Gitana reaparece nuevamente la viajera que somos, allí “todos los caminos
rezan/ en la longitud de su falda”. En ella lleva oculto el “libro de agua (donde)
tiemblan los paisajes” y en él escribe uno a uno los secretos de su pueblo milenario,
y en él imprime “letras en la sombra” y su lengua llama al “génesis”. Tal vez por
eso en Hada, Clara Schoenborn dice: “qué fácil es descifrar/el reflejo de un horizonte”.
Y en el de Artista, “su idioma está hecho/de caleidoscopios”. Y la Maestra “anula
el vacío de los interrogantes/y transforma esos vidrios en ventanas”. Y luego se
transmuta en Poeta, “sé que el horizonte/también es enigma,/pero quiero/-irremediablemente-/mirar/y
mirar”. Por eso tal vez en Bella la poeta nos habla nuevamente de “las ventanas/las
que miran por tus ojos”, y su “atuendo/es un coro de tulipanes”. Y la Pintora se
enfrentó a “la noche” y “ni la niebla/(pudo)ganarle al puntal de los reflejos”.
En Musa: “De todas las mujeres estoy hecha,/como las capas de la tierra/de
donde brota el milagro. // Nada más búscame en tu memoria/-en ese punto de fosforescencia-y
yo te prestaré mi canto de fertilidad/….//…. “en mí cantan en voz alta/todas las
hembras/centrifugando los sentidos,/entretejiendo corales,/que luego acomodo en
tu cuello,/una/y otra vez”.
La voz colectiva, a la que hacía alusión anteriormente, se convierte en
una sola voz, la voz de todas, la voz de la memoria, el “canto de la fertilidad”.
IV parte – Oficios
bajo el árbol de invierno
Oficios bajo el árbol de invierno,
es el capítulo del exilio, del desarraigo, de la pérdida de identidad, es la brújula
extraviada para siempre, el camino sin norte y sin sur, el deambular perpetuo, sin
rumbo fijo, ni meta determinada.
La Mendiga nos recuerda que “No hay hambre/más hambrienta/que el silencio”,
y yo añadiría, más hambrienta que la indiferencia. La incomprensión es otra forma
de hambruna, la incomprensión que nace de la indiferencia y de la ignorancia.
La hambruna es vista en el poema Vieja como una profunda cicatriz, símbolo
de la debacle humana, de la aridez de la tierra que hemos sembrado como especie
que todo devora. Este poema es un enorme espejo de aumento que nos muestra “esa
cicatriz que cuelga/ de su última arruga” y hace metástasis en Lapidada:
“¡Silencio!/Silencio en el silencio/Silencio antes del silencio/Silencio
después del silencio/¡silencio! // para ella el silencio, con su silencio de piedra,/antes
de la muerte,/antes de la vida/ // Mujer,/piedra,/muerte/ y silencio/ // Silenciamiento
// Silenciada / Silencio.”
Este poema bien podría acompañar a la Adúltera. Recordemos como en La Biblia
se condena la infidelidad femenina con la lapidación, práctica que aún se lleva
a cabo en algunos países del África de confesión musulmana; sin que el hombre sea
nunca castigado. Para los musulmanes incluso la violación a una mujer es considerada
adulterio, por lo que la condena oscila entre la cárcel o su vida; eso depende del
país donde la víctima resida.
La Prostituta se conduele en el “sótano donde atrapó la niebla”.
En Mutilada la diáspora es vista como una mutilación. ¿Qué es sino la migración
obligada una mutilación de nosotras mismas? Cuando se cercenan los orígenes, se
cercena lo que más amamos; o sea, la esencia que nos hace seres humanos:
“En dónde queda/la huella del esqueleto/ si ni siquiera hay cenizas/ en
esta demolición?”
Otra diáspora humana, e invisible, como todas las diásporas la escondemos
detrás de los espejos para no contemplar nuestras propias cicatrices. Y si hablo
de mutilación es porque pienso en la pérdida de la identidad, de la lengua, de la
cultura, en el alejamiento obligado de nuestros orígenes, familia, poblado, casa;
es decir, todos los aspectos que nos hacen seres humanos.
Es el caso de Divorciada, otra forma de exilio, de exclusión, del dolor
de ser y no ser, la negación del espejo que rechaza nuestra propia imagen para devolvernos
la máscara que no tiene astrolabio, ni bitácora; por eso leemos:
“No sé como desaprender/el retroceso de los labios/… //… siempre supe/que
la suerte no tiene identidad”.
Por eso en Fea “apela a la oscilación del reloj/la misma que carcome/las
campanillas en los espejos”. Y en Discriminada levanta la cara y dice: “Camina entre
ese mal olor omnipotente/… // … Confía en los párpados abiertos/y en el giro de
la mareas”.
En los dos últimos poemas, Ciega y Esclava, vemos la condenación eterna
que le fue imputada a Eva:
Ciega:
“En esta caja me he vuelto compañera/de mis monólogos:/Con ellos descifro/el
vuelo del águila, le arrebato/sus tatuajes negros”. No tenemos a nadie, apenas si
somos compañeras de nosotras mismas.
Y en Esclava:
“¿Qué vives de la sed/ y qué no tienes espejos?”
El espejo, que antes deformaba, se torna en este poema en una sed ancestral,
y la carencia del agua impide el reflejo del rostro que desea mirarse a sí mismo;
evita, por lo tanto, el reconocimiento como especie y nos condena al ostracismo
perpetuo:
“No vigiles más/ a esos soles siempre esquivos,/recuerda el collar de ágatas
que te arrebataron. // El futuro está hecho/de mucho más que tiempo/ y es por algo
que tu roca/suda hoy el estaño”.
Estos versos, de contenido altamente metafísico, nos recuerdan que como
especie que hemos creado Leonardos y Miguel Ángeles o Sor Juanas o Yourcenares,
también hemos creado el horno crematorio, la Shoah, pozo oscuro que nos aniquila
como especie.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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