AMÉRICO FERRARI | Sobre Emilio Adolfo Westphalen
Inútil insistir
sobre la excelencia de la poesía de Westphalen de la que nos va a hablar Claude
Couffon; hay que leerlo u oirlo leer que es también lo que vamos a hacer esta noche.
Quiero simplemente hacer hincapié en que, además de gran poeta Westphalen es un
excelente poetista, crítico y comentador de poesía. Sus ensayos sobre poesía y arte
han sido reunidos en 1997 por la editorial Fondo de Cultura Económica en un volumen
de 430 páginas donde hay trabajos memorables sobre poesía y literatura peruana,
norteamericana y europea; sobre poesía hispanoamericana curiosamente no hay nada,
salvo cuatro líneas elogiosas dedicadas a Macedonio Fernández y a Borges: parece
como si las fronteras entre nuestros países estuvieran sobre todo ahí para cortarle
el paso a la cultura de un país a otro: estos chiles, perúes y ecuadores / que miro y aborrezco,
ha escrito Carlos Germán Belli. Aborrece naturalmente las fronteras, no los países
y sus poetas. Una vez le hablaba a Emilio del gran poeta venezolano José Antonio
Ramos Sucre, contemporáneo de Vallejo y Girondo: Westphalen no conocía ni su obra
ni su nombre.
Los principales
trabajos de Emilio sobre poetas y poesía fuera del Perú versan sobre Walt Whitman,
William Carlos Williams, Marianne Moore, Ezra Pound, Eliot, Herman Melville, Gerardo
de Nerval (así lo escribe él), Lautréamont, Kafka, y el movimiento Dadá; pero prácticamente
nada sobre poetas españoles, italianos o alemanes, salvo en un trabajo sobre Dadá,
un comentario sobre Hugo Ball, director y poeta expresionista alemán refugiado en
Suiza en la guerra del 14 que fundó en Zurich precisamente el movimento Dadá del
que después se apoderó Tristan Tzara, y es curioso que no haya escrito, ni dicho
en las conversaciones que ha tenido conmigo sobre poesía, una palabra sobre los
grandes poetas expresionistas alemanes y austríacos, cuando el expresionismo alemán
es uno de los movimientos artísticos y poéticos más importantes del siglo XX, y
Emilio conocía perfectamente el alemán.
En cuanto a los
poetas peruanos sobre los que ha escrito y que él admiraba más hay que mencionar
a Eguren, César Moro, Martín Adán y José María Arguedas; escribió también un excelente
ensayo sobre la obra poética de Sebastián Salazar Bondy, uno de los grandes poetas
peruanos menos divulgados en el Perú, en América y en el resto del mundo, y quiero
recalcar que también redactó una nota sobre un gran poeta casi totalmente olvidado
o relegado en el Perú: Luis Valle Goicochea, nacido en 1911, el mismo año que Westphalen,
y muerto en 1953: su “translúcido y desolado lirismo no ha obtenido aún (...) ¾
ni el reconocimiento debido ni la asignación del lugar que bien merece en las letras
peruanas”, dice Emilio Adolfo en esa nota que data de 1978: el desconocimiento de
Valle Goicochea no se ha movido, pero se puede abrigar la esperanza de que quizá
lo descubran en el Perú hacia el 2050... Vuelvo a los cuatro que más quería y admiraba
Westphalen: Eguren, Moro, Martín Adán y Arguedas, pero hay que decir que su en relación
con Martín Adán había un rasgo particular y es la complicidad entre los dos en el
culto y la devoción a la obra de Eguren y que Martín Adán ha expresado en su libro
De lo
barroco en el Perú. En 1985 en Lima fui a visitar un día a a Emilio:
lo encontré demudado y consternado: Martín Adán estaba entonces entre la vida y
la muerte y murió pocas semanas después. Westphalen me dijo: -Acabo de ir a visitar
a Martín Adán: no me reconoció; al cabo de un rato me reconoció; hablamos de poesía
y de pronto me dijo: -Sabes, yo no creo que Eguren haya sido un gran poeta. Este
vuelco en los sentimientos de Martín Adán por Eguren visiblemente lo impresionó
tanto que años después en una conferencia sobre poesía peruana que Westphalen dio
en el Congreso de la República en Lima, repitió prácticamente con las mismas palabras
lo que me contó a mí aquel día de 1985. Está en un volumen que reúne las conferencias
dictadas en el Congreso.
He dejado para
el fin la relación de Westphalen con Vallejo. Profesaba una admiración sin límites
por Trilce,
admiración que expresa sin reservas en su importante trabajo Poetas en la Lima
de los años treinta. Para el resto de la obra tenía muchas reservas
que proceden probablemente de la incompatibilidad entre la tendencia surrealizante
de Westphalen donde dominan los raudales de imágenes e innegables coincidencias
con la visión que tenían de la vida y la poesía los mejores poetas surrealistas,
César Moro entre ellos, el ultraamigo de Emilio. Vallejo en cambio abonimaba de
Breton y su grupo surrealista, a juzgar por una nota demoledora sobre los surrealistas
y su jefe que publicó en 1930 en la revista Amauta y que se titula, si mal no me
acuerdo, “Un cadáver”, o sea Breton. Visiblemente lo que menos tragaba Westphalen
en Vallejo era su patetismo humanitario y el aspecto religioso, podemos decir incluso
católico, de su poesía. Discutimos sobre eso más de una vez, hasta que me mandó
una carta en la que hablando de Vallejo, me decía: “No me podrás negar que no se
puede ser impunemente nieto de dos curas españoles”. Impunemente, desde luego, no.
Y Vallejo efectivamente era nieto de dos curas españoles y de dos indias chimú,
aparentemente “sobrinas” de esos curas: su punición por parte de abuelos...
Termino con unas
palabras sobre la mudez o silencio empecinado que se solía achacar al poeta presentado
como una persona que no despegara los labios ni para conversar, lo que es totalmente
falso. Recuerdo haber leído un comentario tonto de Unamuno sobre las Hurdes, ese
pueblo español conocido por su pobreza sobre el que Buñuel hizo una película. Dice
Unamuno: “Dicen que los habitantes de las Hurdes no comen. No es verdad: yo los
he visto comer”; sobre Westphalen yo podría decir lo mismo: Dicen que no hablaba:
es falso, yo lo he oído hablar... Era simplente una persona lacónica y reservada
que evitaba abrir la boca para decir cualquier tontería, especialmente, pienso,
en reuniones de amigos tontos o donde hubiera un tonto hablador: -¡Y cuánta reunión
de amigos tontos / Y qué nido de tigres el tabaco! – dice Vallejo en uno de sus
poemas de París. Ernesto More en su libro César Vallejo en la encrucijada del drama peruano
cuenta que una vez Víctor Raúl Haya de la Torre visitó París y sus amigos peruanos
le ofrecieron una cena. Haya de la Torre se levantó para un brindis y se lanzó en
un discurso inacabable; en una pausa Vallejo le dio una palmada en el hombro y le
dijo – Hermano, toma tu vino y cállate. Vallejo y Westphalen: dos lacónicos.
Para terminar,
y sobre el mismo tema, dos anécdotas de Emilio: una vez lo invité a cenar en Ginebra
con un argentino que quería conocerlo y que era un hablador impenitente y no paró
de hablar durante toda la comida. Westphalen no despegó los labios y cuando el argentino
se fue, los despegó y dijo: -Américo, este hombre es peligroso. Y la segunda que
me contó, creo, Lucho Loayza u otro amigo peruano: cuando Emilio trabajaba en la
ONU en Nueva York compartía la oficina con un español fornido y desenfadado que
cada mañana, cuando entraba en la oficina, saludaba a Westphalen dándole una enérgica
palmada en el hombro: -Hola Emilio. Hasta que un día al acercarse el español levantando
la mano, Emilio se levantó, pálido y rígido, y le dijo: -Si usted me toca, lo mato.
Y ahora me callo
yo.
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