FRANCISCO VÉJAR | Jorge Teillier íntimo
Un mundo que Teillier jamás olvidó. El universo
poético al cual se adhirió siempre está transido de fantasmas, duendes, viejas cajas
de música, estaciones de trenes y por supuesto, el sur real e imaginario que vivieron
sus antepasados y cuyos sueños, ya muertos, lo acompañaban en el retorno a la provincia.
¿Influencias o afinidades? En algún momento: Mary Webb la novelista de Gales, vecina
y folletinista de Dylan Thomas, Knut Hamsum, Selma Lagerloff y Francis Jammes. Los
tiempos cambian pero yo no cambio, solía decir en otro lugar, cuyo nombre era El
Molino del Ingenio, campo ubicado entre La Ligua y Cabildo (IV Región de nuestro
territorio).
Ahí se radicó, a lo menos en los últimos 10 años
de su vida. En esos predios tenía una pequeña casa de madera que fuera de un molinero
muerto. En su pieza rodeada de una enorme y selecta biblioteca, había puesto en
los muros: postales, el equipo de fútbol de Polonia (con un autógrafo del entrenador),
el equipo de Francia (sin autógrafo), unos dibujos a pastel hechos por su nieto
y una foto de su abuelo francés. A veces estaba gran parte del día, en el escritorio
leyendo a sus preferidos, Novalis y Holderlin, ambos románticos alemanes. Cuando
estaba en El Molino del Ingenio, sus días se repartían entre los pueblos más cercanos.
En una oportunidad, nos pusimos chaquetas de cuero y sombreros y nos fuimos a recorrer
los bares de Cabildo. Le decía a la gente que yo era una persona rica y que había
comprado unos terrenos y que iba a organizar unos tijerales a los que invitaríamos
a todo el mundo. Entonces nos regalaban whiskies. En la Ligua en cambio, el bar
preferido era el de Don Rocha. Curioso lugar, habitado por espejos y vieja clientela.
Sobre una de esas mesas de roble, Teillier escribió: "Estoy donde Don Rocha
frente a un vaso de whisky. / Sí, nostalgias del Far West, nostalgia de rebaños
y trigales infinitos, de lunas azules y de un tiempo sin tiempo".
Al describir el campo, donde habitaba, nos dice:
"Estoy viviendo frente a un molino y una higuera, como René Char, el último
de los grandes surrealistas, el lugar se llama El Molino del Ingenio y fue fundado
por Gonzalo de los Ríos, capitán de Pedro de Valdivia, abuelo de la Quintrala, nuestra
Marquesa de Sade chilena, que fuera dueña en el siglo XVII de estos dominios, situados
hoy día entre La Ligua y Cabildo. La Ligua es un pueblo que vive de los dulces y
los tejidos. Existe la mayor cantidad de automóviles per cápita del país, y también
la mayor cantidad proporcional de diabéticos. Sólo he encontrado a dos poetas en
muchos años. Cabildo es un pueblo de mineros y prostíbulos, con mucho carácter,
las carnicerías se llaman "El suspiro", "El pequeñito" y "La
caricia". Estoy viviendo frente a un molino, en una casa de madera -como el
molino- que es ahora propiedad del Ejército". La casa de campo era silenciosa,
conversábamos alrededor de dos grandes chimeneas hasta altas horas de la madrugada.
Me leía ediciones hechas por él mismo. Recuerdo una en homenaje a René Char, otra
en homenaje a Elvis Presley, que según Teillier pertenecía como él a un "Club
de los corazones solitarios". Recuerdo poemas inéditos que leía con voz catarrosa,
interrumpido a penas, por el incesante ruido de una cascada. Lo recuerdo haciendo
traducciones de Pink Floyd y observando ensimismado a su gato Pedro: "Sabio
budista Zen / que mira la lluvia / porque sabe que la lluvia existe". Creo
que era una persona atípica en cualquier lugar del mundo. En el prólogo al libro
Muertes y maravillas, sostiene: "no importa ser buen o mal poeta, escribir
buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano,
luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos,
seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre. De qué le vale
escribir versos a tanto personaje resentido, encerrado en una oscuridad sin puerta
de escape, que vemos deambular por el mundo literario". Muchos de sus textos
los escribía al reverso de sobres de cartas, en servilletas y hasta en carátulas
de viejos discos. Desgraciadamente gran parte de esos textos se perdieron para siempre.
En la ciudad de Santiago frecuentaba el bar de la
Unión Chica. Durante años ese lugar se transformó en punto de encuentro de numerosos
poetas que buscaban refugio al interior de sus puertas. Le gustaba La Unión Chica,
porque era uno de los pocos bares que había sobrevivido a los años de la dictadura
militar en nuestro país.. De esa experiencia nació la antología Nueva York 11 que
reunía a los asistentes a las tertulias literarias de ese bar. "Somos privilegiados
-decía-. Son veinte para las seis de la tarde y estamos aquí en un bar conversando
hace tres horas. Sin prisa, sin necesitar nada más que un pequeño estímulo intelectual.
No va a haber otros como nosotros en unos años más en Chile (...). Esto es una "aristocracia".
Además de estos testimonios, quedó un legajo de actas, con poemas, cartas, dibujos
y solicitudes de ingreso de nuevos asistentes a las tertulias. Otro de los sitios
visitados en Santiago, era "El refugio López Velarde" en la Sociedad de
Escritores de Chile, ahí lo conocí junto a Poli Délano. Esa noche nos bebimos varias
botellas de vino y se habló del escritor británico, Malcolm Lowry, en Bajo el Volcán.
En el "Refugio López Velarde", se juntaba con Rolando Cárdenas, Armando
Rubio, Yolanda Lagos Garay y otros poetas.
En una de sus cartas hace alusión al conocimiento
enciclopédico que tenía acerca del deporte y además habla de la ciudades que echa
de menos: "No es raro echar de menos Madrid, Calafell, el Escorial. Aquí me
consuelo leyendo revistas deportivas (1945: Argentina Campeón de S.A. De la Matta,
Mendez, Pedernera, Labruna y Loustau en la delantera). Escribo algunos poemas como
quien lanza botellas al mar. ¿Seremos los últimos sobrevivientes que recojan las
palabras de la tribu de Eddy, Milocz, Dylan, René Guy Cadou, Rojas Giménez (¡Vivan
las arbitrarias mescolanzas!), Cendrars, los tripulantes de Stevenson. Aquí estoy
con los niños de Dikens sometido a los padrastros que aman sólo la prosa. Bueno,
un abrazo a ti y a los muchachos. No seas grasa y escríbeme. Y no silbes demasiado
por las calles". (Santiago del Penúltimo Extremo, 29-VI-1976 (San Pedro y San
Pablo. Temperatura máxima 14 grados.
Mínima; 2, 5 bajo cero a las 2.30 AM).
Su opción de vida se adehería a la de poetas como:
Serguei Esenin y Dylan Thomas. En ese sentido era incorregible. El poema que mejor
refleja esa situación es Pequeña confesión: "Sí, es cierto, gasté mis codos
en todos los mesones. / Me amaron las doncellas y preferí a las putas. / tal vez
nunca debiera haber dejado / El país de techos de zinc y cercos de madera. / En
medio del camino de la vida / Vago por las afueras del pueblo / Y ni siquiera aquí
se oyen las carretas / Cuya música he amado desde niño. / Desperté con ganas de
hacer un testamento / -ese deseo que le viene a todo el mundo- / Pero preferí mirar
una pistola / La única amiga que no nos abandona. / Todo lo que se diga de mí es
verdadero / Y la verdad es que no me importa mucho. / Me importa soñar con caminos
de barro / Y gastar mis codos en todos los mesones. / "Es mejor morir de vino
que de tedio" / Sin pensar que puedan haber nuevas cosechas. / Da lo mismo
que las amadas vayan de mano en mano / Cuando se gastan los codos en todos los mesones.
/ Tal vez nunca debí salir del pueblo / Donde cualquiera puede ser mi amigo. / Donde
crecen mis iniciales grabadas / En el árbol de la tumba de mi hermana" ("Para
un pueblo fantasma", 1978).
Fue por excelencia el guardián del mito, hasta que
lleguen tiempos mejores. Fiel a sí mismo hasta el último día de su existencia -afirma-
: "Mi mundo poético era el mismo donde ahora suelo habitar, y que tal vez deba
destruir para que se conserve: aquel atravesado, por la locomotora 245, por las
nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos
que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel mundo poblado por espejos que
no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra
época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y
donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo. La poesía es para mí
una manera de ser y actuar, aún cuando tampoco pueda desarticularla del fenómeno
que le es propio: el utilizar para su fin el lenguaje justo para este objeto. Mi
instrumento contra el mundo es otra visión del mundo. Para mí la poesía es la lucha
contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte".
Otra de las formas didácticas de enfrentar su trabajo poético, era la de hacer nuevas
versiones de obras de otros poetas. Dylan Thomas hizo algo similar al ensayar infinitas
imitaciones de autores afines a su universo. Recordemos que el poeta norteamericano
Robert Lowell, publicó un libro de poemas títulado: Imitation, y según algunos críticos
es su mejor poemario. Jorge Teillier, no estuvo ajeno a ideas semejantes. Un ejemplo
sería la versión que hace a partir de un poema de Czeslaw Milosz, llamado: Canción
del fin del mundo. "El día del fin del mundo / La abeja ronda sobre los geranios,
/ El pescador teje una red luminosa, / En el mar juegan los alegres delfines, /
Los tiernos gorriones saltan en el alero / Y luce dorada la piel de la serpiente,
/ Como debe ser". Teillier después de leer este de texto de Milosz, escribe
su poema: Fin del mundo. "El día del fin del mundo / será limpio y ordenado
/ como el cuaderno / del mejor alumno del curso. / El borracho del pueblo / dormirá
en una zanja, / el tren expreso pasará / sin detenerse en la estación / y la banda
del regimiento / ensayará infinitamente / la marcha que toca hace veinte años en
la plaza. / Sólo que algunos niños / dejarán sus volantines enredados / en los alambres
telefónicos / para volver llorando a sus casas / sin saber qué decir a sus madres,
/ y yo grabaré mis iniciales / en la corteza de un tilo / sabiendo que eso no sirve
para nada. / Los amigos jugarán fútbol / en el potrero de las afueras. / Los evangélicos
saldrán a cantar a las esquinas. / La anciana loca paseará con quitasol. / Y yo
diré para mí mismo: "El mundo no puede terminar. / porque las palomas y los
gorriones / siguen peleando por la avena en el patio". (Poemas del país de
nunca jamás, 1963).
Además de los trabajos antes señalados, escribía
a lo menos diez versiones de cada uno de sus poemas. En varias oportunidades, encontré
versos suyos al reverso de ediciones, como: Alicia en el país de las maravillas.
Ahí se leía de su puño y letra: "Nieva / y todos en la ciudad / quisieran cambiar
de nombre". "Si el mismo camino que sube / es el que baja / lo mejor es
mirarlo desde esta ventana". (Le Monde) "Nada que agregar / a la siesta
de la silla de paja / junto a la piedra redonda".
Era un solitario como Rilke. Esperaba ver de nuevo
un ovni, como el que vio al mediodía del mes de enero de 1958. Jugaba ajedrez y
apostaba con muy mala suerte a los juegos de azar. Le hubiese gustado estar con
Baudelaire, si hubiese dado muerte a su padrastro, el General Aupick, también haber
hecho un viaje en velero hacia Chiloé (isla del sur de Chile), y uno en el ferrocarril
de Temuco a Carahue, la Ciudad que fue. En el prólogo del libro de Teillier Para
un pueblo fantasma (1978), Lafourcade, describe la atmósfera que rodeaba la casa
natal del poeta: "Jorge Teillier jugaba al extranjero. No había dudas. -Aquí
estuvo el molino -me decía, señalándome unas ruinas- ¡fue el mejor incendio del
pueblo, en muchos años....! Jugaba al extranjero cuando todos le iban reconociendo
y el: ¡Hola Jorge! se multiplicaba. Lautaro, unos tilos, unos olmos, la plaza, el
Kiosco de la banda del regimiento, la novia, el camino circular de las novias, el
círculo de tiza de las amadas. Como si acabara de mandarla a hacer, allí estaba
otra, la niña blanca, de rasgos aymaraes, y ojos febriles, y boca de pez con sabor
a manzanas ácidas.
Frío, humedad. El salón de la casa tenía su chimenea
apagada. Allí hubo bautizos, santos, cumpleaños, despedidas, llegadas, horas de
alegría, los hijos en el colegio, horas de inquietud, alguien enfermo, alguien que
no había ido, alguien que no escribía, es Jorge, mamá, que juega a irse, él lo leyó
en alguna parte, leyó que no era de este mundo, y, mucho menos de Lautaro. La idea
le atrajo y comenzó a desaparecer. Juego peligroso, el de los niños terribles de
Cocteau, y mucho antes, ya descrito por el niño poeta de Charleville". Yo acompañé
a Teillier al pueblo de Lautaro. Corría el invierno de 1994. Estábamos en Temuco,
en un encuentro de escritores Chileno-Mapuche. Un día temprano, pasamos al Bar el
tren y nos desayunamos dos whiskyes dobles. Después de escuchar varias canciones
en el Wurlitzer e incluso de apostar a un tema con las manos atrás y decir: "la
máquina no nos vencerá", partimos a la ciudad sagrada. El almuerzo fue en el
Hotel de France. Luego la inevitable visita al cementerio donde yace su hermana:
"Vivo en la apariencia de un mundo / Tú no sabes ni puedes saberlo / Tú no
puedes conocer a mi hermana. / Yo mismo apenas la conozco / Porque murió antes de
que yo naciera / Y esa llaga adelantó mi llegada. / Por eso crecí antes de lo debido
/ Y la primavera es una rápida hojarasca / Y el verano un congelado reloj de arena.
/ Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermana muerta. / El vacío de mi hermana
me sigue cada día. / Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte": ("Hermana"
del libro de poemas Cartas para reinas de otras primaveras, 1985).
Poco antes que muriera, en 1996 trabajábamos en su libro de poemas que se llamó: En el mudo corazón del bosque. Además preparaba la Antología de poesía universal, traducida por poetas chilenos. Su vida, como siempre, fluctuaba entre la ciudad y el campo. Lo vi a una semana de su muerte. Pensaba viajar a la feria del libro de Buenos Aires. Con Krupskaia (mi mujer), lo acompañamos a elegir una maleta para el viaje. Nos despedimos en el metro de Santiago. Supe que a pocos días de partir para siempre, fue a visitar a la que fuera su segunda esposa, Beatriz Ortiz de Zárate. Llevó Champagne como en los viejos tiempos. Recuerdo que una vez me dijo: "No fue el helado viento / quien marchitó las ramas. / Quien marchitó las ramas / fui yo, que les conté mis sueños". No nos vimos nunca más.
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§ Conexão Hispânica §
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