Los
espacios síquicos de los personajes, están plagados de complejidades propias del
hombre postmoderno, como, por ejemplo, la permanente sensación de vacío, incomodidad
y frustración que no logran saciar de ninguna manera. Se aprecia que el protagonista
(poeta) se ve poseído por una constante desazón: “pensaba en el desastre que era
mi vida” (Bolaño), la que es propia de un hombre desadaptado frente al medio que
le ha tocado vivir: “Todo aquello no tenía sentido, pensaba, pero en el fondo sabía
que tenía sentido y ese sentido era el que me desgarraba (…) (Bolaño). Ello representa
el estado emocional de los personajes que padecen una sensación de abandono, vacío
y permanente intolerancia frente a una realidad, que en el fondo no ofrece nada
novedoso, ni auspicioso, sino que en el relato se percibe como un continuo desasosiego:
“Me levantaba continuamente e iba al baño a llenarme el vaso. Ya que estaba levantado
aprovechaba para comprobar una vez más si había cerrado bien las puertas y las ventanas”
(Bolaño). El hecho que el protagonista se levante muchas veces refiere a un constante
sentimiento de temor frente a lo desconocido, es decir, temor compulsivo a que
“algo externo” pueda entrar en su habitación y lo ataque. En este punto, es cuando
lo ominoso cobra mayor presencia en ese “algo” que continuamente está aflorando,
que el lector intuye como un aviso de peligro. Esto se debe principalmente a la
forma en que Bolaño construye la historia; ya que esta sensación en el lector, es
una especie de continua molestia, lo cual se equipara con lo sentido por el poeta,
por ello su calidad magistral al traspasar este sentimiento.
Asimismo,
se debe tomar en cuenta el rasgo de bestialidad que se vincula con lo ominoso en
esta historia. Lo salvaje es una muestra evidente del concepto mencionado, ya que
ubica al hombre al borde de la inseguridad latente en un marco dónde nada es lo
que parece ser, sino que se aproxima a mundos que no tienen explicación y por lo
tanto, hacen que el protagonista constantemente esté dudando y se encierre dentro
de sí mismo, temeroso de dar el próximo paso. Esto se hace presente en la referencia
de Bolaño a los “ojos saltones” de la directora del Bellas Artes. Esta referencia
va in crescendo a lo largo del transcurso del relato, ya que primero solo se menciona:
“La directora, una mujer de ojos saltones, regordeta (…)” (Bolaño) se insinúa este
aspecto de forma débil, lo que solo es una sugerencia para el lector. Luego, “Con
prudencia me encaminé hacia donde estaba la directora. Ella bajó la ventanilla y
preguntó qué había pasado. Tenía los ojos más saltones que nunca” (Bolaño), “La
directora me miró: sus ojos saltones brillaban como seguramente brillan los ojos
de los animales pequeños del estado de Durango, de los alrededores inhóspitos de
Gómez Palacio” (Bolaño). La fisonomía de la mujer es parte de un espacio exterior,
caracterizada por su evidente semejanza con los animales de un lugar específico
de México y por ello, constituye una otredad siniestra porque se liga con rasgos
de animalidad y de lo ominoso. Esto último se produce porque el poeta tiene una
relación de cercanía con esta mujer, pero de igual manera ella constituye un tipo
de extrañamiento; ya que ignoramos qué representa finalmente, solo se insinúa este
rasgo aniquilante que deja una sensación de duda y de incerteza en el lector, porque
no sabe a qué exactamente se está enfrentando, lo cual nos lleva a la pregunta:
¿Quién es la directora?
De acuerdo a ello, Molina señala que “las relaciones contradictorias
entre personajes con sus contextos en los cuentos analizados expresan relaciones
dinámicas, la conformación de contradicciones nunca estáticas, constantemente reelaboradas,
pero también condicionadas por la perspectiva del trabajo literario y de la materia
narrable. La necesidad de la lucha por lo dinámico, de lo dialógico, contra lo estático
o monológico en la definición de valores no sólo estéticos, sino también culturales”.
Además,
otro punto importante es la construcción del elemento divagación como un recurso
que cruza el relato e inserta al lector dentro de un terreno poco certero y difícil
de asimilar. Ello implica un camino sinuoso que este debe recorrer por el territorio
de la lectura. En relación a ello, Molina señala que es fundamental: “la vaguedad
con que se manifiestan en la escritura estos espacios entre lo real, imaginario
y simbólico, a través, por ejemplo, del sueño. Se construye una proyección, una
imagen que tiene en la contra utopía un referente constante. Queda la destrucción
de un referente utópico, la crítica a lo que la generó y no le permitió avanzar.
El contexto actual entonces está marcado por fuerzas ominosas que son observadas
en los cuentos, abordadas sobre todo desde lo urbano”.
La
relación entre el hombre con lo externo es vital, porque plantea cuáles son los
roles de cada uno de estos espacios (interno y externo). En este sentido, se aprecian
relaciones entre ambos, porque la interioridad de los personajes manifiesta el reflejo
del exterior, como una muestra de “cómo es adentro es afuera”. Asimismo, se produce
una contraposición de estos, que privilegia la desconexión de los dos, así como
también la permanente lucha del hombre por querer adaptarse dentro de este entorno,
pero con resultados desfavorables.
Esto
implica además el reconocimiento de la identidad propia del sujeto latinoamericano,
el cual dentro de la historia se observa como un ser marginal que lucha constantemente
por condiciones de vida mejores y de esta forma se puede afirmar que siempre se
conserva en un lugar intermedio, ya que aspira a otras condiciones políticas, socio-económicas,
pero no lo logra. Es decir, este sujeto permanece en esta zona intermedia, lo que
en la historia se ve reflejado mediante el mismo poeta que no está conforme con
su propia existencia y continúa inserto dentro de un lugar del desacomodo. Asimismo,
se muestra la visión realista de este protagonista (poeta) acerca de uno de sus
alumnos (que adopta la poesía como un medio para alcanzar la libertad): “Detrás
de esa respuesta, sin embargo, vi al obrero del jabón, no como era ahora sino como
había sido cuando tenía quince años o tal vez doce, lo vi corriendo o caminando
por calles suburbiales de Gómez Palacio bajo un cielo que se asemejaba a un alud
de piedras. Y también vi a sus compañeros: me pareció imposible que sobrevivieran.
Eso era, pese a todo, lo más natural” (Bolaño).
Referencias bibliográficas
Bolaño, Roberto. “Gómez Palacio” en Putas asesinas (2001).
Freud, Sigmund. Lo siniestro (1919).
Molina, Mario. “Otra Latinoamérica: la crítica
de la utopía en Roberto Bolaño” (2011). Proyecto
de investigación Diccionario de Autores de
la Literatura Chilena del siglo XIX al XX.
Ostria, R, Olga. “La escritura desterritorializada:
dos insufribles discursos de Roberto Bolaño”. Kipus: revista andina de letras. 31 (2012): 97-109.
CLAUDIA
VILA (Chile, 1969) es escritora nacida en Viña
del Mar. Profesora de lenguaje y comunicación (PUCV), poeta, editora, correctora
de textos y crítica literaria. Publicaciones: Los ojos invisibles del viento (poesía, 2012); Componiendo la ilusión (antología poética surrealista, 2017); Reseña crítica a Doce Noturnos Da Holanda (1952)
de la poeta brasileña Cecilia Meireles (2018). Ixquic (antología poética feminista, 2018); Luna llena (antología poética surrealista, 2018); Reseña crítica a Barajar la poesía (panorama
artístico, cultural y surrealista en Latinoamérica) de Alfonso Peña (2020).
Antología de la luz (poesía, 2020); y
120 noches de Eros – Mujeres surrealistas,
de Floriano Martins (2020).
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 174 | junho de 2021
Artista convidado: Miguel Ángel Huerta Zuñiga (Chile, 1964)
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