sábado, 19 de junho de 2021

DANIELA SOL | La Poesía (también) es nuestra

 


Advertencia: Este texto no posee mayor novedad. Pretende, más bien, ser un recordatorio de la intervención poética de mujeres antecesoras al fenómeno actual de reivindicación feminista. Poetas que a principios del siglo XX denunciaron y propusieron posturas políticas en torno a la equidad de género y a la libertad de la mujer en un continente colonizado por la iglesia católica y estructurado por idiosincrasias tradicionalistas y machistas.

Comienza marzo y con él, la violeta oleada de manifestaciones feministas. Organizamos la impostergable marcha del 8M y el paro de mujeres para el día siguiente. La causa se ha masificado con las décadas, al punto de abarcar casi todo el territorio occidental.

Desde el ámbito literario, algunos rituales que conmemoran este mes es leernos entre mujeres que hemos puesto en la retina las demandas feministas, así como también crear círculos de escrituras, debates, tertulias, lecturas poéticas, performances, etc. Sin ir más lejos, se me ha pedido escribir algunas líneas en torno a lo que por años nos ha movido a las poetas, y me ha parecido una buena oportunidad hablarles de algunas mujeres que poetizaron mucho antes que nosotras, sin redes sociales, contra todo un sistema patriarcal y desde Latinoamérica (el continente que ha normalizado las cifras de femicidios, la región del reggaetón, cuyas letras dejan en evidencia la presencia de una violencia simbólica latente).

Quisiera aclarar, no obstante, que las mujeres que a continuación presento no son más que una muestra de botón de un universo mucho más amplio; la punta del iceberg de tantas que escribieron y nunca fueron visibilizadas, o fueron tachadas de locas; o algunas cuyos escritos terminaron quemados por las dictaduras latinoamericanas.

A pesar de tener el antecedente de Sor Juana Inés de la Cruz, Latinoamérica calló por siglos los versos de muchas mujeres, convirtiéndose en tierra fértil de poetas (hombres) que observaron el mundo con una sensibilidad operante y ah doc a la época.

A principios del siglo XX, en Chile -el país más austral del continente- una joven Teresa Wilms Montt, incomprendida y tachada de loca, a quien quitaron la tuición de sus hijas y enviada a un convento, escribía alrededor de 1920, el poema Autodefinición:

 

Soy Teresa Wilms Montt

y aunque nací cien años antes que tú,

 

mi vida no fue tan distinta a la tuya.

Yo también tuve el privilegio de ser mujer.

Es difícil ser mujer en este mundo.

Tú lo sabes mejor que nadie.

Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.

Destilé mujer.

Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.

Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.

Cuando me dejaron sola, di compañía.

Cuando quisieron matarme, di vida.

Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.

Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.

Cuando trataron de callarme, grité.

Cuando me golpearon, contesté.

Fui crucificada, muerta y sepultada,

por mi familia y la sociedad.

 

Nací cien años antes que tú

sin embargo te veo igual a mí.

Soy Teresa Wilms Montt,

y no soy apta para señoritas

 


Este revelador poema nos sitúa ante el desnudo de quien poetiza desde la rebeldía y la honestidad, para realizar un ejercicio mayor de empatía hacia la futura lectora, con la que comparte las mismas inquietudes y desasosiegos. Wilms Montt comprende que hay percepciones y esbozos de violencia que traspasan las épocas. A su vez, la poeta deja ver aspectos verídicos de su experiencia ante los intentos de represión social que sufrió, y cómo ella actuó desde la antítesis (“Cuando trataron de callarme, grité”). Aunque sus versos son sencillos y no exagera la retórica, Teresa Wilms Montt escribe desde las entrañas para confesarnos su catarsis.

En 1922, allá por esas mismas coordenadas geográficas, Gabriela Mistral (la primera mujer en obtener un Nobel de Literatura; latinoamericana, tosca, lesbiana) publica Desolación. Esta magnífica obra comprende varias secciones, entre ellas la que la autora llamó Dolor. Dentro de la misma, el poema titulado Íntima:

 

Tú no oprimas mis manos.

Llegará el duradero

tiempo de reposar con mucho polvo

y sombra en los entretejidos dedos.

(…)

Tú no beses mi boca.

Vendrá el instante lleno

de luz menguada, en que estaré sin labios

sobre un mojado suelo.

(…)

No me toques, por tanto. Mentiría

al decir que te entrego

mi amor en estos brazos extendidos,

en mi boca, en mi cuello,

y tú, al creer que lo bebiste todo,

te engañarías como un niño ciego.

 

Porque mi amor no es sólo esta gavilla

reacia y fatigada de mi cuerpo,

que tiembla entera al roce del cilicio

y que se me rezaga en todo vuelo.

 

Es lo que está en el beso, y no es el labio;

lo que rompe la voz, y no es el pecho:

¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome

el gajo de las carnes, volandero!

 


La Mistral, a quien la historia le ha dado el lugar de la poeta de los niños y la educación, fue mucho más allá. Su intelecto la llevó a parajes de escritura que se introducen en aspectos disidentes, a veces sexuales o que dejan entrever la necesidad de abandonar todo hilo que ata a las mujeres a cumplir con un rol de sumisión y obediencia hacia el hombre y las costumbres (ver también el poema La Bailarina). Comprende que el cuerpo como un elemento político y autónomo y va más allá de él. Lo deconstruye para dar a entender que, a pesar de su libertad, su ser mujer abarca motores mayores (“Porque mi amor… es lo que está en el beso, y no es el labio).

 

Otra incomprendida de la época, adelantada en sus tiempos e infra valorada por una estructura patriarcal y tradicionalista es Stella Corvalán. Mucho más conocida en círculos intelectuales de Europa, Stella provenía de Talca, una ciudad al sur de Chile famosa por ser territorio de oligarcas y terratenientes, bajo una sociedad diez veces más cerrada que la de Santiago, donde las buenas costumbres operaban casi como un dogma.

En 1943, Stella publica su poemario Palabras, en el que incluye el bellísimo poema Novia del Viento:

 

Ni yugos pesados, ni muro al acecho:

he buscado esposo que me avive el paso:

soy novia del viento.

Iré como brújula,

peregrina eterna de nuevos senderos;

no hay nada que me ate,

ni palabra airada, ni beso travieso.

Ya elegí destino... soy novia del viento,

trazará mis rutas con aliento fresco,

me dirá la estrofa borracha de cielos

y estaré a resguardo con su helado beso;

siempre el rostro claro, dorado a sol nuevo.

Ni yugos pesados, ni muro al acecho;

soy libre y ligera, mi novio es el viento.

 

       Stella Corvalán nos ofrece una escritura que no pierde su belleza a pesar del rupturismo promovida en ella. La utilización precisa de la metáfora nos permite ver un manifiesto que contiene principios primordiales del pensamiento feminista: el despojo del yugo, la peregrinación en una soledad elegida libremente, la frescura de la libertad. Sin duda, una propuesta tan vigente en nuestros días.

       Por último y caminando algunas décadas más, podemos encontrar a Julia de Burgos, que desde Puerto Rico publica una escritura sincera y personal, aludiendo también a aquella independencia interior que para nuestra época pudiera ser evidente, sin embargo, pensada por pocos durante los tiempos en que estas mujeres vivieron. En 1964, Julia de Burgos publica, entre varios poemas, Yo misma fui mi ruta:


Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:

un intento de vida;

un juego al escondite con mi ser.

Pero yo estaba hecha de presentes,

y mis pies planos sobre la tierra promisoria

no resistían caminar hacia atrás,

y seguían adelante, adelante,

burlando las cenizas para alcanzar el beso

de los senderos nuevos.

 


El desnudo revelador, los límites ante nuestro cuerpo, la autonomía de ser y pensar, la ruta como una elección libre de ataduras, etc., parecen ser los lugares comunes entre estas cuatro poetas que nadaron contra la corriente, solas, probablemente sin sororidad ni redes de apoyo. Difícil era también el acceso a las lecturas de otras mujeres, por lo que sus versos nos dejan clara la necesidad común de expresión de la mujer frente un mundo literario bastante excluyente y reservado para los escritores y las editoriales e imprentas dirigidas por hombres.

Cuántas otras escritoras nos quedan por descubrir y leer. Afortunadamente, subsiste la memoria colectiva y sus versos, que hoy cobran un sentido vital, pues reclaman demandas y reivindicaciones que el feminismo como movimiento social revive a diario, sin descanso y con la esperanza de que cada día lleguen a todo rincón del territorio universal para demostrar y vociferar que la poesía (también) es nuestra.

 

DANIELA SOL, poeta e investigadora latinoamericana. Ha publicado más de seis poemarios y una serie de libros que abarca los estudios de género, la escritura creativa y la memoria colectiva. En 2018 publicó “Ixquic, Antología Internacional de Poesía Feminista” (Verbum, Madrid), un compendio de 60 poetas contemporáneas que escriben desde las demandas feministas en ejes como el cuerpo, la memoria, la comunidad y la introspección. Pertenece a la Sociedad Chilena de Estudios Literarios. www.danielasol.com




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