domingo, 4 de julho de 2021

SERGIO RAMÍREZ | Palabras para Daisy Zamora

 


Por allí de los años sesenta del siglo pasado, la poesía nicaragüense dio un vuelco sorpresivo y sorprendente, y las mujeres aparecen dominando el paisaje que antes había pertenecido casi de manera exclusiva a los hombres. Pero no es una poesía para adornar ese paisaje desde un ámbito doméstico y sumiso a las reglas de la sociedad patriarcal, como si además de bordar, coser y cocinar, las mujeres hubiesen aprendido también a escribir bonito, con mano aplicada y buena letra. Se trata de toda una rebelión que altera ese paisaje, remueve montes antes imperturbables, y rompe cauces donde antes nunca corría el agua insolentada. Ya aquella geografía nunca volverá a ser la misma.

Nuestra Daisy Zamora, a la que celebramos esta noche, lo dice con palabras cabales: “Fue durante las décadas de los sesenta y setenta que la mujer, a la vez que se descubría a sí misma, irrumpía en la literatura nicaragüense con una obra novedosa y definida, dotando a nuestra literatura de la voz de la mujer que le faltaba. Los nombres de la poesía nicaragüense hasta entonces habían sido todos nombres de varón; ahora lo serían de mujeres”.


Ella misma surge de esta generación de finales de los sesenta, que es una generación fundacional, cuando a los 17 años publica en La Prensa Literaria su primer poema, y diez años después, en 1977, gana el premio Mariano Fiallos Gil con su colección de poesías Sendario. Desde entonces se abriría camino, con su voz nueva y desafiante, con libros que vienen a ser fundamentales en su carrera literaria, y en la propia literatura nicaragüense: La violenta espuma, de 1981; En limpio se escribe la vida, de 1988; A cada quién la vida, de 1998; y Fiel al corazón, del 2005; además de sus libros bilingües, en inglés y español, publicados en Estados Unidos.

Desde su poesía, la mujer desafía la sumisión y el recato, y habla desde su mente y desde su cuerpo. El sexo deja de ser un tabú, y las voces empiezan a desnudarse de ataduras y prejuicios. Y el matrimonio, visto como asunto de sumisión, explota en las palabras. La familia como reproductora de un modelo arcaico destinado a repetirse y hacer de las esposas seres marginales y silenciosos, sufre severas embestidas. Quizás el ars poética de Daisy pueda condensarse en este poema, Cuando las veo pasar, del que cito la primea estrofa:

 

Cuando las veo pasar alguna vez me digo: qué sentirán

ellas, las que decidieron ser perfectas conservar a toda costa

sus matrimonios no importa cómo les haya resultado el marido

(parrandero mujeriego jugador pendenciero

gritón violento penqueador lunático raro algo anormal

neurótico temático de plano insoportable

dundeco mortalmente aburrido bruto insensible desaseado

ególatra ambicioso desleal politiquero ladrón traidor mentiroso

violador de las hijas verdugo de los hijos emperador de la casa

tirano en todas partes) pero ellas se aguantaron

y sólo Dios que está allá arriba sabe lo que sufrieron…

 

Según Estrella Ogden, salta de por medio en la poesía de Daisy, y en las de las mujeres de su generación, “la cuestión femenina”, que comprende la familia, el matrimonio, la maternidad, el erotismo y la sensualidad, la experiencia amorosa amenazada por el desamor y la rebeldía política. Ogden agrega que esta poesía abarca la realidad nicaragüense durante “una época violenta” y se fundamenta en la posición de mujer en todas sus experiencias. Pero son experiencias que por primera vez vienen a expresarse de una manera crítica, y lúcida; por eso se trata de una revelación.


Y este fenómeno, que fermenta en la literatura durante los años de la dictadura del último de los Somoza, vendrá a explotar con la revolución, que multiplica las voces de las mujeres que se declaran en rebelión desde la poesía; y no pocas de ellas harán que las palabras se apareen a la acción, y entran en la sublevación como combatientes, igual que la propia Daisy, y hacen vida de clandestinidad, vida de catacumbas. Una nueva experiencia que trastoca el tradicional rol de los géneros, las mujeres en su casa, los hombres en la calle, y que también irá a dar a la poesía.

Estoy hablando de un fenómeno literario provocado por mujeres que no fingían un motín dentro de la sociedad heredada, sino que querían cambiarla, empezando por las relaciones de pareja y las viejas estructurales familiares de obediencia al dominio masculino. La revolución, que sometía a la sociedad a cambios políticos y culturales, era el mejor espacio para que esa poesía de rebelión tuviera su ámbito de expresión. Y lo tuvo.

Pero la revolución no alteró las relaciones patriarcales, y esa continuidad de un modelo ya caduco lo seguimos viviendo décadas después, como lo enseña la epidemia, o pandemia, de la violencia que se ensaña contra las mujeres, agredidas y asesinadas cada día de manera creciente. La poesía se ha rebelado, pero la sociedad no, y el patrón de conducta sigue siendo el mismo; el hombre es dueño no solo del cuerpo de la mujer, sino también de su alma, y de su vida.

Por lo tanto, las voces de las mujeres siguen en rebeldía. Este poema de Daisy, habla por sí mismo con precisa majestad de expresión, y propiedad, como todo buen epigrama:

 

Hagamos de cuenta

que el pasado no existe.

 

Hagamos de cuenta

que lo que fue no fue.

 

Y que vos me querés

y yo ya no te temo.

 

Esta ruptura, o desafío permanente, nos ayuda a responder esa vieja pregunta de ¿para qué sirve la poesía? Para no conformarse, para desafiar los valores estéticos y los valores sociales arcaicos, para convertir a las palabras en instrumentos de búsqueda, para revelar, descubriendo lo oculto, y para rebelarse, y hacer que esas palabra no sean para mentir, sino para que reflejen lo que quieren decir, que calcen con sus verdaderos significados, que se conviertan de verdad en palabras transparentes, palabras con filo. Si me pidieran definir lo que es la poesía de Daisy Zamora, yo diría que es todo eso, y, además, que es una búsqueda constante por hallarse a sí misma en las palabras.

Hay una frase suya que me recuerda el valor didáctico que siempre tiene la poesía cuando se propone algo, más allá de hacer que las palabras se organicen de manera que suenen bien a los oídos: “Para encontrar al príncipe, la doncella se pasa toda la vida besando sapos”, dice. Y yo diría que esta frase, o este verso, es el leitmotiv de su poesía.

Daisy es una retratista. En la pintura, los verdaderos retratistas no son aquellos que copian bien los rasgos de un personaje, sino aquellos que son capaces de sacarle el alma a ese personaje; hacer que hable por los ojos, por los gestos, que quien contemple el retrato pueda verle lo cínico, lo ruin, ver su ignorancia y su fatuidad. La soberbia. Esos son sus retratos de hombre. Y sus retratos de mujeres los pinta con estilete. Puede llegar con el filo de las palabras hasta el fondo de esas almas perturbadas por la miseria moral a la que han sido sometidas sin atreverse nunca a la rebeldía. Mujeres de la penumbra a las que Daisy saca a luz, y les presta su voz, para que hablen aunque sea una sola vez en la vida.


Y están sus estupendos retratos de familia, esa galería a la que se asoman los ancestros entre el humo del tiempo, con pasos sosegados; el retrato de los abuelos y los tíos que pueblan salas y corredores ya olvidados, las abuelas en su incansable majestad, las tías que se salen del lienzo con inquieta vida propia, personajes que sólo surgen del recuerdo porque hay una mano delicada que los vuelve a la vida, y viven de nuevo gracias al milagro de la poesía, la poesía que los narra, y que los describe.

La lírica de la narración. Siempre que se describe el pasado, hay necesariamente un tono lírico en la tesitura de la escritura, porque la evocación necesita de magia, y entonces hay que poner en sordina las palabras. Es la manera en que la infancia regresa siempre a la poesía de Daisy. El verde prado de la niñez que se halla en el pasado de arenas movedizas en el que nos hundimos paso a paso, lo recordamos o lo inventamos, ese pasado “que es como un país extranjero porque allí hacen las cosas de manera diferente”, según L. P. Hartley en su novela The Go Between.

Desde esa propiedad para escribir poemas que narran, no es nada extraño, y más bien necesario, que un escritor se traslade a ese otro verde prado de la novela. Ahora tenemos que celebrar a la Daisy Zamora novelista. He tenido la oportunidad de leer el manuscrito de su novela La pérdida del reino, una saga familiar que va desde adentro hacia afuera, desde las historias sumadas de una numerosa familia, en muchos sentidos la suya, hacia el país patriarcal y la Managua provinciana, el país moldeado bajo la dictadura y su cultura de atropello, de silencio, y de desprecio a la cultura, el reinado de la mediocridad que tantas veces repite la historia de Nicaragua, pero por encima los heroísmos cotidianos, a veces tan íntimos, y que sólo la literatura alcanza a revelar.

Dejo entonces con ustedes a nuestra Daisy Zamora, y le doy las gracias por el privilegio de haberme elegido para decir antes ustedes estas palabras de presentación.


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Número 175 | julho de 2021

Artista convidado: José Duarte Julio (Chile, 1968)

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Um comentário:

  1. Cordial saludo desde Buga, Colombia. Acaba de descubrirles. Un abrazo literario les dejo.

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