Nuestra
Daisy Zamora, a la que celebramos esta noche, lo dice con palabras cabales: “Fue
durante las décadas de los sesenta y setenta que la mujer, a la vez que se descubría
a sí misma, irrumpía en la literatura nicaragüense con una obra novedosa y definida,
dotando a nuestra literatura de la voz de la mujer que le faltaba. Los nombres de
la poesía nicaragüense hasta entonces habían sido todos nombres de varón; ahora
lo serían de mujeres”.
Desde su poesía, la mujer desafía la sumisión
y el recato, y habla desde su mente y desde su cuerpo. El sexo deja de ser un tabú,
y las voces empiezan a desnudarse de ataduras y prejuicios. Y el matrimonio, visto
como asunto de sumisión, explota en las palabras. La familia como reproductora de
un modelo arcaico destinado a repetirse y hacer de las esposas seres marginales
y silenciosos, sufre severas embestidas. Quizás el ars poética de Daisy pueda condensarse
en este poema, Cuando las veo pasar, del
que cito la primea estrofa:
Cuando las veo pasar
alguna vez me digo: qué sentirán
ellas, las que decidieron
ser perfectas conservar a toda costa
sus matrimonios
no importa cómo les haya resultado el marido
(parrandero mujeriego
jugador pendenciero
gritón violento
penqueador lunático raro algo anormal
neurótico temático
de plano insoportable
dundeco mortalmente
aburrido bruto insensible desaseado
ególatra ambicioso
desleal politiquero ladrón traidor mentiroso
violador de las
hijas verdugo de los hijos emperador de la casa
tirano en todas
partes) pero ellas se aguantaron
y sólo Dios que
está allá arriba sabe lo que sufrieron…
Según Estrella Ogden, salta de por medio
en la poesía de Daisy, y en las de las mujeres de su generación, “la cuestión femenina”,
que comprende la familia, el matrimonio, la maternidad, el erotismo y la sensualidad,
la experiencia amorosa amenazada por el desamor y la rebeldía política. Ogden agrega
que esta poesía abarca la realidad nicaragüense durante “una época violenta” y se
fundamenta en la posición de mujer en todas sus experiencias. Pero son experiencias
que por primera vez vienen a expresarse de una manera crítica, y lúcida; por eso
se trata de una revelación.
Estoy hablando de un fenómeno literario provocado
por mujeres que no fingían un motín dentro de la sociedad heredada, sino que querían
cambiarla, empezando por las relaciones de pareja y las viejas estructurales familiares
de obediencia al dominio masculino. La revolución, que sometía a la sociedad a cambios
políticos y culturales, era el mejor espacio para que esa poesía de rebelión tuviera
su ámbito de expresión. Y lo tuvo.
Pero la revolución no alteró las relaciones
patriarcales, y esa continuidad de un modelo ya caduco lo seguimos viviendo décadas
después, como lo enseña la epidemia, o pandemia, de la violencia que se ensaña contra
las mujeres, agredidas y asesinadas cada día de manera creciente. La poesía se ha
rebelado, pero la sociedad no, y el patrón de conducta sigue siendo el mismo; el
hombre es dueño no solo del cuerpo de la mujer, sino también de su alma, y de su
vida.
Por lo tanto, las voces de las mujeres siguen
en rebeldía. Este poema de Daisy, habla por sí mismo con precisa majestad de expresión,
y propiedad, como todo buen epigrama:
Hagamos de cuenta
que el pasado no
existe.
Hagamos de cuenta
que lo que fue no
fue.
Y que vos me querés
y yo ya no te temo.
Esta ruptura, o desafío permanente, nos ayuda
a responder esa vieja pregunta de ¿para qué sirve la poesía? Para no conformarse,
para desafiar los valores estéticos y los valores sociales arcaicos, para convertir
a las palabras en instrumentos de búsqueda, para revelar, descubriendo lo oculto,
y para rebelarse, y hacer que esas palabra no sean para mentir, sino para que reflejen
lo que quieren decir, que calcen con sus verdaderos significados, que se conviertan
de verdad en palabras transparentes, palabras con filo. Si me pidieran definir lo
que es la poesía de Daisy Zamora, yo diría que es todo eso, y, además, que es una
búsqueda constante por hallarse a sí misma en las palabras.
Hay una frase suya que me recuerda el valor
didáctico que siempre tiene la poesía cuando se propone algo, más allá de hacer
que las palabras se organicen de manera que suenen bien a los oídos: “Para encontrar al príncipe, la doncella se pasa toda
la vida besando sapos”, dice. Y yo diría que esta frase, o este verso, es el leitmotiv
de su poesía.
Daisy es una retratista. En la pintura, los verdaderos retratistas no son
aquellos que copian bien los rasgos de un personaje, sino aquellos que son capaces
de sacarle el alma a ese personaje; hacer que hable por los ojos, por los gestos,
que quien contemple el retrato pueda verle lo cínico, lo ruin, ver su ignorancia
y su fatuidad. La soberbia. Esos son sus retratos de hombre. Y sus retratos de mujeres
los pinta con estilete. Puede llegar con el filo de las palabras hasta el fondo
de esas almas perturbadas por la miseria moral a la que han sido sometidas sin atreverse
nunca a la rebeldía. Mujeres de la penumbra a las que Daisy saca a luz, y les presta
su voz, para que hablen aunque sea una sola vez en la vida.
La lírica de la narración. Siempre que se describe el pasado, hay necesariamente
un tono lírico en la tesitura de la escritura, porque la evocación necesita de magia,
y entonces hay que poner en sordina las palabras. Es la manera en que la infancia
regresa siempre a la poesía de Daisy. El verde prado de la niñez que se halla en el pasado de arenas
movedizas en el que nos hundimos paso a paso, lo recordamos o lo inventamos, ese
pasado “que es como un país extranjero porque allí hacen las cosas
de manera diferente”, según L. P. Hartley en su novela The Go Between.
Desde esa
propiedad para escribir poemas que narran, no es nada extraño, y más bien necesario,
que un escritor se traslade a ese otro verde prado de la novela. Ahora tenemos que
celebrar a la Daisy Zamora novelista. He tenido la oportunidad de leer el manuscrito
de su novela La pérdida del reino, una
saga familiar que va desde adentro hacia afuera, desde las historias sumadas de
una numerosa familia, en muchos sentidos la suya, hacia el país patriarcal y la
Managua provinciana, el país moldeado bajo la dictadura y su cultura de atropello,
de silencio, y de desprecio a la cultura, el reinado de la mediocridad que tantas
veces repite la historia de Nicaragua, pero por encima los heroísmos cotidianos,
a veces tan íntimos, y que sólo la literatura alcanza a revelar.
Dejo entonces con ustedes a nuestra Daisy Zamora, y le doy las gracias por el privilegio de haberme elegido para decir antes ustedes estas palabras de presentación.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 175 | julho de 2021
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Cordial saludo desde Buga, Colombia. Acaba de descubrirles. Un abrazo literario les dejo.
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