Pensar en una imagen sonora circular me
llevó a establecer un esqueleto temporal estable, donde los sonidos son absorbidos
y dominados por constantes temporales. Cada ciclo responde a su propia estructura
auto-semejante y, a partir de sí mismos, forman relaciones. De ahí llegué a la idea
de que la obra sería la exposición sonora de varios ciclos temporales superpuestos,
y sus consecuencias en el devenir.
Esta estructura general –y el proceso sonoro
en el que se extiende– pretende ser imagen de un narcisismo sonoro primario, unas
regularidades ensimismadas, encerradas en su propia inercia temporal que se corresponden
con la imagen rectora del poema de Lezama. Cada una por sí sola no narra nada más
que su propia obstinación: desde esta obstinación se vacían a sí mismas de interés
y, podemos decir, de discurso. Sin embargo, el hecho de que compartan un mismo espacio
temporal genera una apertura, un discurso grupal hasta cierto punto complejo e indeterminado.
Entre todos estos ciclos congelados en sí mismos se propicia un discurso abierto,
un proceso musical que transcurre y que nos invita a desplegar nuestra atención.
Esta obra la considero un ejemplo cercano
a lo que el compositor Steve Reich llama “la obra como proceso sonoro”. Digo cercano,
porque no es exactamente el procedimiento al que recurre Reich en muchas de sus
obras, sino un eco parcial de esta estética, que generalmente es denominada como
minimalismo. Esta cercanía se da por el proceso mismo de evolución de los materiales
musicales, mientras que la lejanía está dada por la imposibilidad de escuchar y
determinar con claridad el proceso general de la obra. En el pensamiento estético
de Reich, la escucha transparente del proceso sonoro es una condición para introducirse
en una escucha impersonal. En el caso de Era el círculo en nieve que se abría, los
procesos no son totalmente transparentes, aunque, como se verá en el análisis, ellos
son expuestos y subrayados por distintos parámetros musicales.
El ensamble de cámara está dividido en
tres grupos musicales diferenciados espacialmente. Primero, se encuentran dos violines
situados muy cerca de los oyentes, uno en cada extremo del escenario (en dependencia
de la sala; como lo que se busca es que estén lo más cerca posible del público,
incluso cabe la posibilidad de que estén situados en medio del público siempre y
cuando estén separados entre sí y en contacto con el resto del ensamble porque tienen
que tener el mismo tempo); en segundo lugar, otro grupo formado por cuatro violines
colocados, juntos, más atrás, de tal forma que queden de frente a los oyentes (es
decir, en el centro del escenario); y, finalmente, el resto del ensamble, aún más
atrás y separado del cuarteto de violines (lo más atrás posible en el escenario),
formado por un grupo de violines, de violas, de violonchelos y contrabajos. Queda,
en suma, como un cuarteto orquestal con una sola línea de violines. Esta división
espacial por grupos tiene la intención de ayudar a diferenciar los procesos sonoros
y propiciar la relación con las fuentes instrumentales aisladas.
La obra está compuesta sobre el llamado
Modo II de transposición limitada creado por Olivier Messiaen. Este segundo modo,
que es una escala octatónica, nos interesa por la homogeneidad de su estructura,
formada por la alternancia binaria de semitonos y tonos. Y porque tiene dos acordes
disminuidos (formados por terceras menores) como base estructural. La homogeneidad
que resulta de la transposición de un pequeño grupo de alturas es una de las decisiones
técnicas generales para acentuar la idea de círculo cerrado. Y a su vez la original
estructura de este modo nos abre la experiencia, acostumbrada por lo general a las
escalas mayores y menores del sistema tonal.
El dúo de violines solistas (que están
distanciados en cada extremo, y muy cerca del público) toca un continuum en corcheas
durante toda la obra. Este material sonoro permanece en un mismo registro (el más
grave del instrumento). A pesar de que su material musical los separa espacialmente,
su clara homogeneidad los une. Por otro lado, construyen distintos ciclos temporales
que resultan de la superposición de dos duraciones contiguas. En la primera se superponen
cuatro unidades a cinco unidades (de negra), dando un total de veinte unidades por
ciclo común, y así se va ampliando siempre manteniendo uno común (5-6; 6-7; 7-8;
8-9; 9-10; 10-11).
A su vez, cada comienzo de nuevo ciclo
implica un contraste con el anterior en cuanto a lo que se muestra del continuum.
Para poner un ejemplo: en el primer ciclo correspondiente a las unidades superpuestas
(4-5), los dos violines tocan todas las notas, y en el próximo ciclo, correspondiente
a las unidades (5-6), sólo tocan las notas comunes en unísono.
Los dos primeros pentagramas muestran los
dos ciclos completos y los dos pentagramas siguientes muestran sólo los unísonos
entre los dos ostinatos, y, en este segundo ciclo, como contraste con el anterior
en que tocaban todas las notas, sólo tocan los unísonos. Esto sirve como ejemplo
general de cómo se desenvuelve el proceso sonoro expuesto por estos dos violines
solistas. Este material atraviesa homogéneamente toda la obra.
A diferencia de este proceso, el cuarteto
de violines que están situados juntos frente al público se mantiene durante toda
la obra sobre ciclos-duraciones fijos. El primer violín va en cuatro unidades (de
negras), el segundo en cinco, el tercero en seis y el cuarto en siete. Sin embargo,
los materiales sonoros internos van cambiando a lo largo de varias secciones. Y
al interior de estas se introducen pequeñas zonas contrastantes.
En la primera sección, los cuatro violines
tocan una nota ja que solamente evoluciona por aumentaciones de la intensidad y
disminuciones de la intensidad. Los ciclos se pueden constatar levemente desde estas
evoluciones de intensidad, pero sólo levemente, debido a que la intensidad es un
parámetro muy ambiguo en conjunto. Por lo tanto, la resultante es borrosa y muy
homogénea, y dentro de esta sección comienzan a aparecer breves escalas en negras
acentuadas como gesto contrastante.
Más adelante aparece este mismo elemento
apoyado por un trino del cuarto violín, y, más adelante aún, aparece el tercer violín,
apoyando la línea del primer violín, pero en unidades de negras con puntillos.
Estas zonas contrastantes con el continuo
gestual de la sección tienen el objetivo de dinamizar la evolución del discurso,
de dar, quizás, una ilusión de progreso, una tendencia de salir del continuum, un
conflicto. Estas zonas contrastantes se van cargando cada vez de mayor presencia
dentro del acontecer sonoro, y, cuando llegamos a la sección final, nos encontramos
con un despliegue muy complejo de regularidades y frases contrapuntísticas internas,
aunque siempre dentro del marco temporal fijo de cada instrumento.
Desde el comienzo, su intervención es bastante
discreta. Clasificaría como el típico acompañamiento, pero en la medida en que avanza
la obra van aproximándose cada vez más y emergiendo de ese fondo, algo que se acentúa
por la disposición espacial (recordemos que están detrás del cuarteto de violines).
A pesar de que la obra no es estrictamente
divisible en secciones, dado que el continuum del dúo de violines se mantiene muy
similar durante toda la obra, se pueden encontrar cuatro secciones contrastantes
en relación con los materiales gestuales del cuarteto de violines y el ensamble.
Estas cuatro secciones aparecen dentro de cuatro ciclos temporales grandes y estables
que miden 105 tiempos de negra. Esta duración es el producto de la multiplicación
de tres valores numéricos (3x5x7), y esto, multiplicado por cuatro, da el total
temporal de la obra (420 unidades de negras). Estos ciclos grandes son acentuados
principalmente por los cambios gestuales en el cuarteto de violines y en el ensamble
de cuerdas.
Es importante acentuar que, a pesar de
que es acentuada por los cambios de gestualidades del cuarteto de violines y del
ensamble orquestal, hay tres factores que vuelven un tanto ambigua la distinción
general en cuatro secciones: en primer lugar, la intervención del dúo de violines,
que se mantiene en su mismo material durante toda la obra; en segundo, las unidades
temporales internas del cuarteto de violines, que son levemente diferentes –puesto
que, en vez de un ciclo de tres unidades (3-4-5-7), se optó por uno de seis, de
modo que contamos con un continuum de ciclos (4-5-6-7)–; por último, está la ausencia
de pausas generales o respiraciones musicales que impliquen al conjunto completo
de músicos.
La ambigüedad general de la estructura
formal, que surge de la imposibilidad de poder separar por secciones, potencia la
percepción de un conjunto de materiales sonoros superpuestos, encerrados en sí mismos
y, por otro lado, un continuum general que transcurre y descubre distintas zonas
de gestos comunes.
Digamos que la obra tiene final dada la
continua densificación de materiales sonoros y tiene principio porque constatamos
esta evolución general, pero, siendo rigurosos, carece de ambos.
Es como si abriéramos una puerta y nos encontráramos con algo que no sabemos bien de dónde viene pero que nos permite introducirnos y seguir su curso. Cuando acaba podemos quedarnos igual de perplejos que al principio, si intentamos indagar en lo que sucedió. Quizás es un intento de adentrarnos en esa perplejidad de quien queda, como Narciso, atrapado por su propia belleza, jugando el terrible y mortífero enredo de su propia soberbia. Aquel que rechaza todo porque aspira a algo más elevado (para sí mismo), pero queda atrapado en un juego de ilusiones y, en ellas, encuentra su muerte. O, quizás, es necesario matar la imagen de sí mismo, recorrer la muerte, sufrirla como un distanciamiento.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 177 | agosto de 2021
Curadoria: Reina María Rodríguez (Cuba, 1952)
Artista convidado: Ángel Ramírez (Cuba, 1954)
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