Por mucho tiempo, los bailes
de las clases pobres estaban relacionados con el fandango, como queda establecido
en la obra de William Walton, publicada en 1810 y donde se explica que este era
“mucho más movido que el bolero y también se acompaña de voz y de guitarra. (…)”,
además de considerarlo de lascivos. [5]
Ciento ocho años después,
en 1918, Otto Schoenrich apuntó la preferencia de los dominicanos por las músicas
de la región del Caribe que en su proceso de integración y adaptación dio paso a
la bachata dominicana: “La música de vals es muy popular, pero la música de baile favorita es la hermosa “danza” puertorriqueña,
que es parienta de los aires mexicanos y de la “guaracha” cubana, y puede compararse
al fluir de un arroyo, deslizándose ora serenamente, ora corriendo en cascadas.”
[6]
Por
su parte, Julio Arzeno, posiblemente el primer estudioso de la música popular dominicana, aportó en 1927 una aproximación
a la definición del género musical de la bachata, que iba naciendo: “No cabe duda que el fundamento básico del canto
popular, fue el canto litúrgico, y la única manifestación artística que disfrutó
principalmente nuestra sociedad antigua, que, con los sentires musicales de inmigrantes
provenientes, bien de España, de las Antillas y Venezuela, se amalgamaron a los
sones rudimentarios criollos, influyendo suficientemente, hasta quedar completamente
naturalizados. Así, la forma más empleada por nuestro pueblo urbano para exteriorizar
pasiones y sentires por medio del canto, después del Bolero, fue el bello estilo
literario de la canción (…). Antaño, mientras en los círculos elegantes, bailaban
la ceremoniosa Cuadrilla, la Contradanza Francesa, el Schottisch, la Gaviota, la
Polca, la Mazurca y el Cotillón, introducidos por la fuerte masa extranjera de alemanes
y españoles, sobre todo, la juventud del pueblo se divertía a su modo, haciendo
sus fiestas bailables armados de morisca o española guitarra, la maraca y el pandero,
animada con jubilosa cordialidad, a veces acentuadas con utensilios ruidosos” [7]
Citando a Argeliers León,
Helio Orovio dice que el bolero surgió a mitad del siglo XIX en Santiago de Cuba,
se expandió rápidamente por el Caribe, heredero de la prosapia hispánica, sufrió
un proceso de cubanización que lo relacionó con la danza y la habanera, “surgiendo
en el siglo pasado un nuevo ritmo estilo en el acompañamiento guitarrístico, mezcla
de rasgueado y punteado que, a no dudarlo, nos llegaba nuevamente por el camino de renovados contractos con sones yucatecos.
Del bolero español sólo incorporó el nombre y su estructura es al compás de dos
por cuatro”. [8]
A ese bolero hace referencia
Enrique Deschamps en 1906, cuando dice que la danza es una “pieza musical antillana
de ritmos apacibles y cadenciosos gratamente los movimientos a compases pausados
y voluptuosos” de origen campesino y propia de “las tres grandes Antillas”, pero
que se definió en la isla de Puerto Rico como “Danza puertorriqueña” debido a su
hibridación con los “aires mejicanos y de guaracha y de danzón cubanos”. [9]
Posiblemente de ese entroncamiento musical caribeño fue que se contagió la música
de bachata dominicana, que sin dudas encuentra sus más tempranas raíces en la integración
del bolero, la guaracha, el son y el merengue con otros ritmos, pero con instrumentos
propios de las fiestas de barrios, como sucedió con el bolero cubano interpretado
por los septetos y tríos en los años veinte. [10]
El bolero dominicano, dice
Julio Alberto Hernández, muy distinto al baile español del mismo nombre, lleva letras
muchas veces amorosas, y es uno de los géneros más cultivados en todo el país. [11]
Ingresó al país junto a la guaracha por la ciudad de Puerto Plata, como lo explica
Julio Arzeno en 1927: “En nuestra bella
y querida región norteña, antes que nos invadiera el hilarante y vulgar Fox Trot,
se improvisaban y componían cantares de más gusto y entusiasmo, que los que ahora
oímos, especialmente Canciones, y sobre todo, Boleros, cuyo origen no intentaremos
ni es nuestro propósito en este tomo, averiguarlo; pero podemos decir, que los cubanos
inmigrados por los años 70 y 96, fueron los que aquí lo trajeron”. [12] Igual sucedió con la guaracha,
algunas de las cuales eran muy populares en Puerto Plata en 1874: en
las retretas de la ciudad de Puerto Plata la orquesta interpretaba las guarachas
cubanas conocidas como ”Los Mangos”, [13]
El Negro bueno”, La flor de la calabaza”, [14] y la guaracha “La Adela”.
En cierto modo, la música
caribeña insular, con variados matices, tenía las mismas raíces y en el caso de
Santo Domingo por muchos tiempos se entendió como propio lo que otros entendían
ajeno. Es tal vez por esta razón, que en 1927 Enrique de Marchena hijo destacó en
la revista Blanco y Negro, que el “folklore
dominicano se desarrollará porque sí y alejará las posibilidades de considerar como
composiciones típicas, estilos importados de Puerto Rico y Cuba, entre ellos la
Danza y la habanera”. [15]
En el triángulo hispano de la zona del Caribe,
la bachata era una realidad cubana, dominicana y puertorriqueña porque presentaron
en su origen prácticas culturales muy similares, como lo demuestra la décima del
puertorriqueño Virgilio Dávila, escrita durante el siglo XIX: “¡Disiembre! En la tierra mía/ el mes que me
sabe a gloria,/ el mes que gualda en su historia / la de María./ ¡Disiembre! Mes
de alegría/ en el llano y en la sierra./.../ Es que llegaron los días/ en que de
tiempo lejano/ selebra el mundo cristiano/ la nabidá del Mesia/ Y hasta la coyunta
mía,/ que tiene una gran dolama, / se ha tirao de la cama/ afaná pol dibeltilse,
y al jolgorio quiere dilse,/ porque y que el baile la ñama./ Un baile no que es
juguete/ tienen allí preparao/ con un cuatro bien templao/ y el tiple del ño Calmelo/
que es como dilse pa el sielo/ en alas del seis chorriao./ A figúrese que ya/ estamos
en la bachata/ Empuña usté su mulata, / y un sei biene y otro ba”. [16]
Ramón Emilio Jiménez refiriéndose al merengue
expone, sin entrar en detalles, cómo a finales del siglo XIX iba desapareciendo
el fandango “Y nacía un nuevo baile con la aparición del acordeón, resultado de
una evolución de los antiguos bailes.”
[17] Julio Arzeno explica en Folklore musical dominicano (1927), que el
“regocijo de nuestro campesino por el baile o “fandango”, -que entre nosotros no
es determinado genero bailables sino fiesta general campesina—se evidencia en la
diversidad de estilos que poseen, como el “Zapateo.” [18] Esas fiestas populares
llamadas fandangos dieron paso, décadas después, a las famosas bachatas que tenían
el mismo sentido que las anteriores: pasadías, fiestas, diversión donde se cantaba,
bailaba, y tomaba bebidas alcohólicas al ritmo de los instrumentos y las músicas
que estaban en boga para entonces, pero con la diferencia de que la primera era
diversión de los campesinos pobres, mientras la segunda lo era de la marginalidad
urbana.
La palabra bachata aparece
en la República Dominicana a finales del siglo XIX, pero emerge en varias obras
publicadas a principio del siglo XX. En 1924 Augusto Ortega (profesor santiaguero),
escribió un ensayo sobre las escuelas rudimentarias de Santo Domingo, dejando consignado
que la palabra bachata era de uso corriente entre los campesinos y que significaba
“baile popular, jarana y chanza”. [19] El dominicano Rafael Brito P.,
publicó en San Francisco de Macorís su “Diccionario
de Criollismos” (1930), en el que recoge el vocablo bachata y lo explica como
“Baile de barrios”. [20]
Por su parte, Patín Maceo
en “Americanismos en el lenguaje dominicano”,
trae el vocablo bachata relacionándolo con los bailes de barrios pobres: “En Cuba
y en Puerto Rico –dice él-, juerga. En el pueblo dominicano, baile de poco más o
menos: “Los domingos íbamos a las bachatas que había en los barrios pobres y en
las cuales nos divertíamos de lo lindo”.
[21] En 1938 Enrique Aguiar define
bachata, en el glosario de su obra “Eusebio
Sapote” (sic), como “Baile de guitarra, güiro y pandero con que se divierte
la gente del pueblo”.
Durante la época colonial,
con una sociedad extremadamente relacionada con el hato ganadero y su consecuencia
cotidiana que lo era la montería, el fandango fue la fiesta popular de los dominicanos
en contraposición a los bailes de salón de los reducidos núcleos de hateros, oligarquía
esclavista y funcionarios coloniales. Mientras esto sucedía en el ámbito de los
campesinos que se consideraban descendientes de los españoles, en el sector de los
esclavos y libertos cuyas raíces remontaban a África, las fiestas de palos o atabales
se extendieron constreñidas por legislaciones prohibitivas que intentaban desarraigar
de ese importante componente de la etnia dominicana las raíces ancestrales de una
cultura que sobrevivía no sólo en Santo Domingo, sino en toda la zona de las Antillas.
El vocablo fandango, para
nombrar la fiesta campesina, fue desapareciendo definitivamente durante los primeros
veinte y cinco años del siglo XX, y la bachata lo fue sustituyendo tanto en las
ciudades como en los campos dominicanos. En esto incidió mucho las transformaciones
económicas fruto del proceso de industrialización y la llegada de miles de inmigrantes
puertorriqueños y cubanos desde finales del siglo XIX. De todo modo, el campo resistió
y en muchos lugares del Cibao, como lo expone Eulogio Cabral, incluyendo zonas urbanas,
al fandango prefirieron llamarle jolgorio, término que incluía tanto la fiesta de
campos como las fiestas de barrios” [22]
En cuanto a la música de
atabales o de palos bailada por esclavos y libertos, ésta se encontraba limitada
y marginada desde los primeros tiempos de la colonia. Las prohibiciones a través
de la historia fueron constantes, pero como huella indeleble de la identidad compartida
y heredada la legislación y resoluciones no lograron desarticularla ni desvincularla
del pueblo dominicano. En las fiestas de atabales estaban contenidas las más tempranas
raíces del aporte africano a la música dominicana.
En “Cartas a Avelina” (1941), Francisco Moscoso Puello certifica lo extendido
del baile de palos entre los dominicanos: “Luego, en la noche, tampoco puedo a veces dormir (…). Los palos entran
a esa hora en actividad. (…). Y mi ensanche se puebla de música rara y extraña y
de cantos monótonos y tristes. Por todas partes palos. Y hasta de la montaña me
parece que vienen los cantos melancólicos de la Maboba o de la Maña. Y con los ojos
duros, como piedras, me imagino allá, en la sección de Santa María, donde es fama
que los atabales que trajo consigo el otro abuelito africano, se tocan como en ninguna
parte, a la luz de la jumeadoras o de algunos jachos de cuaba, se apura en demasía
el lavagallos y se baila hasta el más inverosímil descoyuntamiento.” [23]
Los bailes africanos no siempre fueron permitidos en Santo Domingo. Las sanciones
más severas se aplicaban a los que eran tocados con tambores, aunque fueran bailes
puramente recreativos. Disposiciones prohibitivas de 1862, 1874, 1878, 1881, 1924
y 1930 así lo atestiguan. Estos bailes eran perseguidos por ser considerados como
indeseables, desordenados y escandalosos. resultan edificante los siguientes ejemplos:
en 1924 el Ayuntamiento de Santo Domingo dispuso su prohibición en la zona urbana
del instrumento conocido como balsié, con el objetivo de preservar “ todo cuanto
convenga a la mayor prosperidad y cultura de la municipalidad, y de evitar la propagación
de costumbres nocivas” y debido a que “el uso de ese instrumento tenía efectos desmoralizantes,
“turba el reposo y molesta a los vecinos,” [24] y comenzando la
dictadura de Trujillo, en 1930, se prohibieron bailes como el sance y el voudou
por perniciosos, indeseables e inmorales y además, porque en las fiestas “se baila
de una manera inmoral”. La Conga cubana fue muy criticada en 1941, por entender
algún periodista de la época que esta “no es música de salón ni de círculos donde
debe imperar la estética, la cultura y los modales urbanos; sino música típica de
negros congoleses que jamás vieron brillar ni el sol de la belleza ni el de la civilización”. [25]
Volviendo
al proceso de formación de la bachata, que primero fue fiesta y diversión y después
devino en género musical del gusto de los marginados de zonas urbanas, Federico
García Godoy en “Rufinito” (1909), refiriéndose
a las diversiones de los dominicanos aporta el siguiente testimonio: “El capítulo de distracciones, como es de suponer,
era bastante reducido. Las concurridas riñas de gallos (…), excursiones a caballo
a campos cercanos (…), los nueve días de fiestas patronales, y uno que otro baile
que de higo a brevas llevaba a cabo la juventud y aún algunos que a ella no pertenecían;
con la música que se pedía oportunamente a la vecina ciudad de Santiago, formaban
el repertorio de expansiones del vecindario. No escaseaban, tampoco, las reuniones
de íntimos en que se hacían los honores a suculentos sancochos de gallina, se charlaba
hasta por los codos y resonaban a menudo las notas acompasadas del cuatro y la guitarra”.
[26]
En “Alma dominicana” (1911), García Godoy insiste
en describir las diversiones del pueblo y aprovecha, para referirse a las fiestas
utilizando los términos bachata, fandango y jolgorios como rusticas fiestas y de
paso insiste en la instrumentación utilizada en ellas, ignorando al típico acordeón:
“La orquesta, compuesta de un Tiple, cuatro, tambora y guira, desgranaba las suaves
notas de un cadencioso merengue (…).[27] Mientras que Tulio M. Cestero, en La Ciudad Romántica (1911), registra la presencia de la música que recuerda
a África en las fiestas de la parte marginal de la capital dominicana, diferenciándola
de las “fiestas de sociedad” que se celebraban en la zona colonial o intramuros,
donde: “la danza desgrana sus notas voluptuosas, las manos se oprimen, los cuerpos
se acercan, pero la honestidad femenil y el recato del caballero velan las brasas,
imprimiéndole a los giros cierta languidez graciosa. Mas el cuadro es otro en los
bailes públicos extramuros, donde se ayuntan parejas ebrias de licor y lujuria,
y los cuerpos se mueven con sabios ritmos de prostíbulo; y en la linde del monte,
en la colina de Galindo, el baile indígena es adulterado por maneras importadas,
y al son del cuatro, y del acordeón y de tambor hecho de un tronco hueco cubierto
de los extremos de una piel de chivo tensa, sobre la cual manos expertas golpean;
en atmósfera infame, cual en los claros de las selvas africanas, los movimientos,
las parejas se enlazan y separan, zapatean sobre el piso de hormigón, toman los
pechos de las hembras y remolineando los vientres se unen en sacudimientos
epilépticos” [28]
Esas guarachas, que a decir
de don Julio Alberto Hernández eran guarachas dominicanas, fueron indudablemente
los primeros balbuceos de las guarachitas, música de amargue o bachatas dominicanas,
que ya comenzaban a interpretarse en las fiestas de los barrios de Santo Domingo
y Puerto Plata: Eulogio C. Cabral en “Cachimbolas”
(1922), trae en un poema de su autoría una descripción de la fiesta de bachata en
tiempo de Lilís: “Por el año ochenta y
nueve,/ Yo era un potrico sin brida,/ Siendo mi goce mayor/ Mariposear con las chicas./
En unas fiestas de Barrio/ De las que entonces se hacían,/ Con sancochos y canciones/
Y ruidosas bebentinas. [30]
En “Eusebio Sapote: la historia y la novela de un
tarado”
publicada en 1938, su autor Enrique Aguiar relatas episodios de la vida extramuros
de la ciudad capital, y define lo que para él eran las bachatas celebradas en Ciudad
Nueva: “Las noches de calma, como se decía cuando no estaban en disposición de
guerrear, discurrían llenas del mayor entusiasmo: al entrar al barrio encontraba
usted, a uno y otro lado de la calle, grupos de gente parados en las puertas de
las casas donde se celebraban las denominadas bachatas esto es, un baile de guitarra,
güiro y, pandero en una sala pequeña donde escasamente cabían tres parejas; pero
era tal la cantidad de bachatas que todo el mundo podía bailar con la mayor comodidad.
[31]
Ramón Emilio Jiménez confirma
lo que hemos querido explicar en cuanto a que la bachata era música y baile de barrios
y destaca la instrumentación utilizada. Para él los instrumentos de la orquesta
típica son el acordeón, la güira y la tambora y a veces el saxofón y con ellos se
celebraban los bailes llamados merengue, yuca, chinche, zapateo y otros; pero cuando
la reunión es una bachata, entonces los instrumentos son guitarras, mongó, palitos
o cucharas y se baila bolero y guaracha.
[32]
La misma observación fue
hecha por José Medina P., [33] en su “Informe acerca
de la raza, carácter, costumbres, religión, de los habitantes Sabaneta y Monción”,
en 1922. Al referirse a las galleras, ofrece la siguiente definición de bachata:
En la gallera se “encuentran todo lo que puede halagar sus vicios
y apetitos mal contenidos: peleas de gallos, golosinas y ron, pero lo que más le
encanta y atrae es la fiesta (si es de acordeón), o la bachata si es de guitarras
y cantos o boleros.” [34] Por igual Porfirio Golibart rememora su
adolescencia y las fiestas de bachatas a principio del siglo XX. Al referirse a
los sancochos de patio, “la cena del callejón; la bachata con la guitarra, el güiro
y el bongó (…). Todo lo siento arraigado en mi vida de dominicano.” [35]
Existen innumerables datos
que comprueban nuestros planteamientos en relación con la bachata como un hecho
social y musical relacionado con la cultura marginal urbana, como aparece en los
autores que hemos citados y en otros que hemos recogido, pero que los hemos reservados
para otros escritos.
Quiero finalizar con dos
testimonios: el primero del musicólogo dominicano Américo Cruzado, tomada de su
obra musical “Cancionero de ayer y de hoy”
cuando explica que la generación de los años cincuenta no conocían un grupo
de canciones que se cantaban a principio del siglo XX y que él las aprendió estando
aún adolescente, pues eran canciones no sometidas a ritmos, sino que se interpretaban
a capricho del cantante, “con acompañamiento a base de arpegios; algunas con compás
de vals, de danza, de bolero, de criolla, y de la llamada guaracha de aquel entonces,
que era una especie de bolero de ritmo más acelerado que el de pausado y suave bolero
mexicano.” [36]
Eran las 10:45 de
la noche, cuando el grupo de jóvenes entraba en un Cafetín situado a una de las
márgenes del caudaloso río Ozama, en las inmediaciones del muelle. Refugio de chulos,
trabajadores del muelle, marinos y otros personajes de baja clase social, era aquel
asqueroso establecimiento, donde una juventud perdida se entregaba a los más desenfrenados
vicios.
Era larga y espaciosa,
dividida en varios apartamentos, donde sucias rameras tenían sus respectivos dormitorios.
Había allí gente joven equívoca, con la retina de los ojos demasiado roja, por exceso
del alcohol. Viejos marineros ingleses, que en esos días visitan la Ciudad en un
trasatlántico, permanecían estremecidos de alegría haciendo derroche de licor.
Otros, acodados
al mostrador, apuraban sendas copas de Brandy. En el primer salón unos muchachos
juegan billar, se oyen las voces, y el entrechocar de las bolas. En otro apartamento
interior, sentados en banquetas de madera; otros se veían entregados a toda clase
de juegos de azar.
Y más allá, al compás
de una música bachatera, unas mujeres casi desnudas, se veían abrazando descaradamente
a los hombres, entregadas a las más desenfrenadas orgías, mientras la orquesta que
se componía de guitarra, güiro y timbales, cantaban una canción parodiada en sucias
palabras obscenas.
Gente de fisonomía falsa, brutal, vengativa y criminosa,
se dejaba notar allí por su aspecto sospechoso y desagradable.
(…) Unos se dispersaron
en el Salón de Baile, disfrutando de la alegría ficticia de esa fiesta, entregados
en los traicioneros brazos de aquellas mujeres indignas, que venden sus caricias
al mejor postor. [37]
Como se puede apreciar en
estas breves notas, la bachata se constituyó en un género musical marginal en el
que se entroncan la música y la cultura de España y África; pero que además formó
parte, en el proceso de hibridación acontecido durante la época colonial y entrando
el siglo XX, de la identidad de los pueblos hispano parlantes de la región del Caribe,
siendo la parte de habla hispana de la isla de Santo Domingo el lugar en que tiene
su más contundente expresión en la zona urbana de las principales ciudades del país.
NOTAS
1.
Ramón Emilio Jiménez, et al. Música y folklor
en Santo Domingo, Barranquilla, edit. Barranquilla, 1955, pp.379-393. En: Antología de la Literatura Dominicana, Vol.
V, Santo Domingo, Intec, 1981, pág. 122.
2.
Marcio Veloz Maggiolo. Sobre cultura dominicana
y otras culturas. Santo Domingo, República Dominicana, Alfa y Omega, 1977, p.66.
3.
Carlos Andujar Personal. La presencia negra en Santo Domingo,
Santo Domingo, República Dominicana, Edit. Santo Domingo, 2003, pág. .40.
4. Federico García Godoy. Rufinito. Santo Domingo, República Dominicana,
La Cuna de América, 1909.
5. Véase: William
Walton, Present state of the spanish colonies;
a particular report of Hispaniola, or the Spanish part of Santo Domingo, London,
Printed for Longman, 1810, pp.158 y ss. Ver también El estado actual de las colonias españolas. Santo
Domingo, Editora Santo Domingo, 1976, p. 133 y ss..
6. Otto Schoenrich.
Santo Domingo, un país con
futuro. New York, The Macmillan Company, 1918. Véase edición de
Santo Domingo, Editora de Santo Domingo, República Dominicana , 1977, pág. 155 y
ss.
7. Julio Arzeno,
Del Folklore musical dominicano. Santo Domingo, República Dominicana , La Cuna
de América, 1927, pág. .52.
8.
Helio Orovio. Bolero cubano. Santiago
de Cuba, Ed. Oriente, 1994.
9. Enrique Deschamps. La República Dominicana: directorio y guía general.
Santiago de los Caballeros, República Dominicana , s.n., 1907, pp. 274-275. Igual
apreciación tiene Eugenio Deschamps en su folleto “Juan Morel Campos” (1899), donde
dice la danza puertorriqueña era “compuesto hueco de aires mejicanos, de guaracha
y de danzón cubanos” P. 7
10. Helio Orovio, Bolero.
Ob. cit.
11.
Julio Alberto Hernández. Música tradicional
dominicana, Santo Domingo, República Dominicana, Julio Postigo edit., 198\69, pág. 37.
12.
Julio Arzeno. Del folklore musical dominicano.
Santo Domingo, República Dominicana , La Cuna de América,
1927, pág. 81.
13. El Porvenir, 15 febrero 1874.
14. El Porvenir, 14 marzo 1875.
15. Enrique de
Marchena hijo. “El desarrollo del folklore musical dominicano”, Blanco y Negro, Santo Domingo, República
Dominicana, Año VII, núm. 371, 9 abril de 1927.
16.
Virgilio Dávila. Poeta puertorriqueño, nació
en 1869.
17. Ramón E.
Jiménez, Ob.cit., pág. 127.
18. Julio Arzeno.
Ob. cit., pág.
33.
19. Augusto Ortega.
La escuela rudimentaria en Santo Domingo.
En: Los juegos florales de La Vega Real, República Dominicana , 1924, pp. 83-84.
20. Rafael Brito
P. Diccionario de Criollismos, San Francisco
de Macorís, República
Dominicana, Imprenta
ABC, 1930.
21. Patín Maceo.
Americanismo en el lenguaje dominicano.
Publicadas décadas después en Obras Lexicográficas,
Santo Domingo, República Dominicana, Sociedad Dominicana
de Bibliófilos, 1989.
22.
Eulogio C. Cabral. Cachimbolas, vol. 1,
Santo Domingo, República Dominicana, Renacimiento, 1921, p.30.
23.
Francisco Moscoso Puello. Cartas a Evelina.
1941. Véase la edición 2000. Santo Domingo, República Dominicana, Editora Cole,
2000. p.136-137.
24.
Resolución del Ayuntamiento de Santo Domingo,
prohibiendo el Balsié. 2 de junio de 1924, firmada por José María Pichardo y
Alfredo Ricart Olives.
25. Revista HIL,
Santo Domingo, República Dominicana, núms. 14 y 15, octubre y noviembre
de 1941.
26.
Federico Gracia Godoy. Rufinito, Santo
Domingo, República Dominicana, La Cuna de América, 1909. Véase la segunda edición
de 1912, pp.94-95).
27.
Federico García Godoy. Alma dominicana, Santo
Domingo, La Cuna de América, 1911, pp.37-42.
28.
Tulio M. Cestero. Ciudad romántica. Paris,
Ediciones literarias, 1911. pp.92-93.
29. Jaime Colson.
El General Babieca y Patricio Flaquenco, Puerto
Plata, República Dominicana, s.p.i, 1916, vol. 2, p.226 y ss.
30. Eulogio C. Cabral. Cachimbolas. Santo Domingo, Tip. El Progreso Qurico y Sanabia,
1922.
31.
Enrique Aguiar, ob. cit...
32. Ramón E.
Jiménez. Ob. cit.
33. De acuerdo
con la revista Variedades número 12, de mayo de 1950, entre los más antiguos bachateros
dominicanos e encontraban Chita, Troncoso, Emilio Mojica, el Dueto González-Vizcaino,
y Casilla.
34.
José Medina P. “Informe acerca de la raza,
carácter, costumbres, religión, etc. De los habitantes del 34 Distrito Escolar comunes
de Sabaneta y Monción. Sabaneta, 12 de abril de 1922”. En Emilio Rodríguez Demorizi,
Lengua y folklore en Santo Domingo. Santiago, UCMM, 1975, pág. 240. (Nota: Julio Alberto Hernández, en”Música tradicional dominicana” al referirse a la fiesta de bachata dice, “En
la fiestas o “bachatas” los conjuntos típicos tocaban continuamente, sin hacer intermedios
de descanso; así los bailadores sólo descansaban un poco cuando se ejecutaba la
parte llamada “paseo”, que suponemos adquirió el merengue de la Danza, género este que se cultivó ampliamente en todo el
país, desde la proclamación de la República”. Julio Alberto Hernández. Música tradicional dominicana, Santo Domingo,
República Dominicana, Julio D. Postigo, 1969, p.64.
35.
Porfirio Golibart González. Ob. cit.,
pág. 31.
36. Dice Américo Cruzado que ninguna de esas canciones
de autores dominicanos fue llevada al pentagrama, ya que ninguno de sus autores
sabía música, sino que “los compositores populares a que hace referencia se encuentran
Alberto Vásquez, Valentín Contreras, José Celito García, Donaciano Olegario,
Piloló Ramírez, Raudo Saldaña y Alfredo Sánchez. Américo Cruzado, Cancionero romántico de ayer y de hoy, Santo
Domingo, Montalvo, 195-¿?
37.
Víctor M. Coradín, Novela: El baile azul.
La Romana, Imprenta Romana, 1928, Pp. 38-41.
*****
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Número 191 | dezembro de 2021
Curadoria: Soledad Alvarez (República Dominicana, 1950)
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