terça-feira, 28 de setembro de 2021

SUSANA WALD | Sobre la necesidad del surrealismo, [seguido de] La revolución

 


Aunque es difícil que pueda aseverar con certeza la extensión y las características particulares de un río cuando ando nadando en él, puedo hablar de cómo me afecta el agua, sabré cómo me hace sentirme, cómo afecta a quienes están nadando conmigo, cómo me arrastra, si es caudalosa, cómo debo actuar para poder llegar a su otra orilla cuando quiero atravesarlo.

Lo mismo me sucede cuando me piden que hable del “surrealismo actual”. Yo vivo en el surrealismo, he mantenido la misma actitud de vida, pensamiento y de trabajo que abracé desde mi juventud. Estas circunstancias me han hecho ser más creativa y me han mantenido equilibrada en mi fondo. Es decir, el surrealismo como modo de vida me es necesario.

Esto mismo creo que sucede para todos los que, como yo, no persiguen cosas de conveniencia o presiones de poder, sino que siguen ese algo que desde el interior de la psique les va acicalando para que actúen de la manera en que se manifiesta la libertad del flujo creador, enfrentada a la necesidad de resistir presiones y conveniencias. Desde que Apollinaire definiera la actividad poética, es decir, creadora, de los jóvenes que lo rodeaban, los que participan en el surrealismo y los que están inmersos en él, saben cómo navegar en sus vericuetos y saben cómo afecta sus vidas. Quien está nadando, sabe que está mojado. Quien es surrealista conoce sus postulados y participa en sus principios básicos. Esto se da a sabiendas o no, sea que la persona es aceptada o no como tal. Y al ser surrealista puede gozar de la aparición de lo maravilloso, así como quien va nadando, puede apreciar las temperaturas y corrientes del agua.

Ya el primer grupo surrealista había contemplado antecedentes suyos en tiempos que le precedieron, incluso a la distancia de centurias. Eso porque hay en la especie humana un estado de conciencia en que se puede ser surrealista en cualquiera época. Ejemplo de ello es el trabajo de Hieronymus Bosch, al que los españoles llamaban El Bosco.

Desde mi óptica a principios del siglo veintiuno, el surrealismo lo veo como un componente del ánimo que surge en la juventud, en las épocas en que se busca el espacio de libertad para la expresión de los ya mencionados impulsos interiores, incluso antes de tener una conciencia del origen de éstos. La búsqueda de la libertad en el amor y en la creatividad, la búsqueda de la expresión de la idea de lo absoluto, de lo vasto, de lo que lleva a la sensación del misterio y lo maravilloso, se manifiesta, a mi parecer, en todos los seres humanos. Está presente en la infancia y en la adolescencia de todos.

Hay sociedades en que estos impulsos florecen y fructifican con mayor energía. Y el surrealismo surge notoriamente en contra de sociedades que intentan apaciguar sus impulsos e incluso asfixiarlos. Hay también situaciones en que, al no estar tolerados, los impulsos de estas índoles quedan soterrados. Pero siguen existiendo.


Cuando una sociedad es más tolerante de ideas que son variadas y a veces contrarias entre sí, aparecen más abundantemente los impulsos para explorar lo onírico, lo oculto, lo misterioso. Eso es aparente, por ejemplo, en el Canadá de hoy donde se multiplican actividades en grupos o en individuos que se sienten atraídos por los ideales de los surrealistas. Y en esas sociedades también se dan ecos en otros seres, quizás no tan comprometidos con los postulados surrealistas, pero que sin embargo logran gozar de la expresión de lo que los que son surrealistas definen como lo maravilloso.

Veo también en las generaciones de personas jóvenes que me toca conocer en Chile y en México que se da un genuino interés en el trabajo de los surrealistas. Veo que hay personas que asumen el compromiso por seguir su trabajo y mantener sus ideales. Y veo que no son pocos y que despierta su actividad la de otros, ampliando el círculo y aumentando sus efectos.

Es decir, yo concibo un surrealismo instintivo y otro que puede manifestarse en actitudes más conscientes, más razonadas, mejor expresadas en definiciones y exclusiones. En el aspecto instintivo creo que se puede incluir manifestaciones que se dan universalmente como una expresión de lo humano. Y en el aspecto consciente y razonado están los postulados y manifiestos de surrealistas cuyos textos y creaciones se celebran en los cien años desde el fin de la Primera Guerra Mundial cuando en Francia jóvenes poetas que sobreviven las atrocidades comienzan a articular sus ideas.

La presión que se forma en la olla en que hierve el agua va a levantar su tapa. La opresión de guerras y autoritarismos de los gobiernos va a producir que se dé más actividad como la de los surrealistas. Los seres nacen libres. Creo esto de todos los seres vivos. A mayor opresión, mayor resistencia. Si los seres son oprimidos y restringidos en su naturaleza van a reaccionar contra la opresión, mientras siguen vivos. Y si mueren o son asesinados, otros seguirán su impulso. Esa reacción será oculta, subterránea, pero va a seguir actuado y florecerá en creaciones y en manifestaciones en cuanto se dé cualquiera grieta en el sistema social. Y la grieta se va a dar, ineludiblemente, porque la búsqueda innata de la libertad va a producir la presión necesaria.


En un mundo en que reina el consumismo y la falta de interioridad, de todas formas sigue la actividad surrealista porque su rechazo a vender sus ideales, de rendirse a lo comercial, de entregarse a lo que no surge de lo soñado, lo que no permite la libre expresión de lo que trasciende a lo así llamado “real”, es siempre actual. Porque la actividad surreal siempre lleva a lo vital, a lo que mantiene fresco el aire y sigue batiendo los tambores de la protesta y la resistencia. Ejemplo de ello son los libros como Ce qui n’a pas de prix, de Annie Le Brun [1] quien denuncia la vacuidad y falta de interés genuino de obras producidas como “arte” que se hacen tan sólo por lucro, para favorecer a mercados y multiplicar fortunas. Esas son llamaradas que se apagan. ¿Quién conoce hoy en día qué autores o artistas que fueron los mejor cotizados en siglos como el diecinueve? ¿Cuáles obras hechas para satisfacer a un dictador u otro pueden haber sobrevivido el paso, digamos, de tres siglos?

Aquí no se trata de inmortalidad de dogmas y reglamentos, no se trata de eternidades de sistemas y modos de operar, sino de la veracidad del hecho de que existe un cambio constante que se da en la naturaleza y en lo humano que paradójicamente tiene cimientos firmes, pero flexibles. Lo que no dura es la rigidez, la imposición de las conveniencias dictadas por el poder. Lo que perece es lo que no se ajusta a lo interior, que nos mantiene y que nos alimenta. La búsqueda de la libertad es esencia de la vida misma. Es irrenunciable.

Quizás se piense que soy una optimista ilusa, irracional. O quizás veo con mayor claridad que no importa cuánto se descalifique el surrealismo, cuántas veces se lo declare caduco y muerto, sigue surgiendo, sigue mofándose, sigue creando el cadáver exquisito y la resistencia que su ánimo lúdico hizo brotar desde un principio. El surrealismo sigue siendo necesario.

 

NOTA

1. Annie Le Brun, Ce qui n’a pas de prix, Éditions Stock, París, 2018.

 

 

LA REVOLUCIÓN

 

Compartimos muchas cosas con otros seres, vertebrados como nosotros. Una de ellas es que ante un peligro reaccionamos de dos maneras: huída o ataque. Estamos ante algo que nos amenaza y huimos. O al presenciar una amenaza nos hacemos de ánimo, juntamos fuerzas y atacamos. Lo que nos amenaza podrá agarrarnos, si no huimos lo rápidamente que sea necesario o podremos vencerlo si lo hacemos sabiamente. Ante peligros grandes los humanos han encontrado que juntar fuerzas, actuar gregariamente, es decir en grupo, unidos por un propósito, se puede sobrevivir.

El mayor problema que nos amenaza es la extinción de la vida en nuestro planeta debido al deterioro del medio ambiente. Esto no es un chiste. Muchos seres vivos están desapareciendo diariamente, aunque no prestemos atención a ello. Especies enteras han desaparecido muy recientemente de forma irrecuperable. Especies de vegetales, de animales, de tierra y de mar. Si ellos desaparecen, puede que a nosotros también nos llegue nuestro turno. En todo caso hay indicios de ello. Por ejemplo, se producen sequías y erosión en lugares donde antes había vegetación o bosques y los seres humanos que ahí viven perecen de hambre.

Ante este tipo de amenaza se puede recurrir a la huida. Una forma de ello es el que proponen los que piensan que yendo a algún otro planeta podremos establecer formas de vida que nos salven. Las dificultades para ello son enormes, pero hay incluso millonarios que ya juegan con la idea practicando el turismo espacial. Menos costoso como huida es la migración, que también causa grandes problemas.


Más interesante es el otro modo de enfrentar la amenaza: Atacar el problema. Sabemos que gran parte del deterioro del ambiente en que vivimos lo causamos nosotros mismos, los seres humanos. Y porque los seres humanos somos capaces de pensar, de meditar, podemos también cambiar de actitud, podemos decidirnos a cambiar nuestro proceder y podemos salvar el medio ambiente de nuestro planeta. De que vale la pena, no cabe duda, no hay otro planeta en el que podamos vivir, aunque lo soñemos, aunque vayamos en excursiones a la Luna, aunque busquemos lugares de repuesto en el espacio sideral. Mejor entonces es quedarnos, enfrentar el problema en casa y resolverlo.

No hay que hacerse de ilusiones. La cosa no es fácil. Salvar el medio ambiente de nuestro planeta requiere la mayor revolución que ha conocido la humanidad. Nunca ha habido tanta urgencia en cambiar de pensamiento, pero tampoco ha habido nunca tanta energía disponible para hacerlo. Somos muchos, muchísimos millones de seres humanos en un planeta que de hecho hemos invadido en todos sus rincones. Pero como somos seres pensantes, y porque somos gregarios, podemos llegar a producir la revolución que necesitamos. Una revolución en nuestro pensamiento mismo, en la totalidad de nuestra conducta.

Está al alcance de nuestra mano la información de lo que sucede en todos los aspectos de la vida, la multiplicación de nuestra especie, la contaminación producida por nuestras actividades, el deterioro de los suelos y del agua por el manejo indebido y la sobreexplotación. Nuestras actividades, es evidente, están produciendo el cambio climático debido a que se sobrecalientan el aire y los mares. Nuestras actividades, es evidente, están produciendo la falta de agua para uso diario y para nuestra sed.

La información que tenemos también nos indica qué remedios podemos aplicar para detener la catástrofe. Pero la revolución que ello implica lo podremos producir sólo si una parte muy importante de la humanidad se da a la tarea de ello. Las costumbres que tenemos y que gobiernan nuestros actos tendrán que cambiar. Las preferencias que tenemos tendrán que ser abandonadas para adoptar otras que puedan sustentar el cambio en bien de todos. Creo que todo lo que forma nuestras culturas, nuestra civilización misma estará cambiado a muy breve plazo. Si no, no vamos a sobrevivir. Los niños, los jóvenes que vienen en las generaciones que siguen a la nuestra ya reclaman, ya actúan.

Si nosotros logramos cambiar a tiempo, no estaremos enfrentando el odio y el desprecio de los que heredan una Tierra enferma por nuestros caprichos. No hay tiempo que perder, debemos actuar en todos los niveles. Podemos empezar por examinar nuestra vida diaria y ver qué podemos modificar para dar ímpetu a la revolución que buscamos producir. Podemos formar grupos para fortalecer nuestra determinación, para obtener consensos, para buscar una vida que favorezca la vida y que evite la muerte de más especies en nuestra Tierra y evitar la muerte de nuestra propia especie. ¡Sí, se puede!



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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 182 | outubro de 2021

Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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