terça-feira, 28 de setembro de 2021

SUSANA WALD | Pensamiento espermático, [seguido de] Materia y energía

 


A mi parecer la psique depende de la materia y se origina en ella; a esta idea, que siento verídica, se suma otra: que la energía es algo intrínseco a lo femenino, que es algo que transforma interiormente. Esta conjunción, de poder probarse, exige una revisión total de los otros conceptos que hasta ahora han regulado la conducta de mujeres y varones condicionadas por la experiencia social en que se han formado. Hasta ahora muchas mujeres tuvieron la impresión de que el impulso, el estímulo, la dirección para la acción venía de los varones, y que ellas debía seguir, acatar, respetar y promulgar la preponderancia del pensamiento, primero, de su padre y luego de sus compañeros varones; las mujeres, para hacer todo lo que hacían se veían en la situación en que la opinión y apoyo de los varones eran imprescindibles para establecer si sus actos eran justos o si sus creaciones tenían valor; la imagen que muchas mujeres tenían de sí mismas dependía de los juicios de los varones.

En el caso del poema “Inana y Eibe” de Enjeduana, se presenta, hace cuatro mil trescientos años este esquema, cuando Inana va donde An, su padre, y le pide apoyo para poder oponerse a la insolencia de Eibe; Enjeduana nos presenta entonces el evento en que Inana se alza contra su padre y repentinamente consciente de su energía intrínseca toma en su mano elementos femeninos y masculinos, ataca y destruye a Eibe, aunque sabe que éste tiene el apoyo de An, es decir, aunque sabe que An decide no apoyarla a ella. Ese poema tuvo mucho éxito; podemos leerlo hoy porque se han excavado las tablillas de barro en que durante mil quinientos años se copió una y otra vez; luego vinieron tres mil años de olvido, tres mil años en que las tablillas yacían bajo las arenas de Ur; ahora, al haberlas encontrado, volvemos a poder leer el poema y a enfrentarnos nuevamente con este dilema: dónde está la energía, la fuerza que mueve los átomos, y, por ende, toda la materia.

Asocio esto con el recuerdo del espectáculo cuando mi hijo, intentaba caminar; los seres humanos estamos programados para ser bípedos y yo observaba cómo el niño luchaba por erguirse y luego caía repetidamente; se erguía, se daba el momento de tensión en que tendría que haber tomado ese primer paso, yo lo alentaba, pero él volvía a la posición segura cerca del suelo; hasta que en cierto instante se levantó y poniendo sus manos en sus pantalones, y con la sensación de algo a que aferrarse, dio ese primer paso y triunfalmente caminó por su cuenta los pasos cruciales del inicio de su propio destino.

Hombres y mujeres tenemos algo enorme a que aferrarnos. Las mujeres nos hemos olvidado de esto y también olvidamos que los hombres siempre se han aferrado a nosotras, y nosotras hemos dejado durmiendo el concepto de este algo que llevamos dentro, algo con que nos podemos armar y podemos pararnos y tomar en manos nuestro propio destino. Nuestra formación social nos ha desviado de tomar consciencia de ello; ahora esa misma sociedad y su cultura nos dan los elementos para ver que la solución está dentro. La conciencia de que se puede apoyar un ser en su propia fuerza, de que se puede agarrar de su propio pantalón para dar ese primer paso crucial, nos pertenece a todos.

Lo que se transparenta de lo que precede es que pienso que porque somos seres biológicos nuestras estructuras funcionan desde el espejo de los bioesquemas; cae de maduro que nuestro cuerpo y sus funciones también están bajo la férula de esos esquemas; lo que no es tan fácil de comentar es que yo creo que los esquemas psicológicos también pueden estar influidos por la biología que los sustenta; sabemos que nuestra conducta gregaria se parece a la conducta gregaria animal de muchas especies; sabemos que nuestra composición física y química es semejante, si no completamente igual, a la de otros seres vivos; y como éste hay muchos ejemplos que mencionar; por eso pienso que es casi imposible concebir que nuestra psique no estuviera condicionada por nuestra estructura biológica básica.

Todos los seres sexuados procedemos de un elemento masculino y uno femenino; los seres humanos, así como los mamíferos todos procedemos de un esperma y un óvulo; la vida surge de la unión de estos dos elementos; faltando uno, fallando uno, estando alguno de los dos en algún problema, no se puede dar la vida. Es pueril repetir esto, pero es importante recalcarlo, porque en el patriarcado que hemos heredado gran parte de nuestra vida se desarrolla dentro de lo que yo llamo “pensamiento espermático,” un modo de actuar, de proceder en que prima el elemento masculino y se tiende a olvidar el elemento femenino. Podemos extrapolar estas ideas a la conducta humana toda y decir que faltando uno de los elementos constituyentes no se puede dar la vida; si en el pensamiento que rige nuestra conducta predomina el elemento masculino, ya sea porque el elemento femenino está ausente o porque está asfixiado, se dan todos los eventos que nos llevan a la masacre. Hablo de masacre de los seres humanos mismos, así como la masacre del entorno de vida en que estamos insertos; sabemos que todo está conectado, que no se puede masacrar algo vivo sin que ello afecte la vida de todo el resto de lo que constituye la vida en nuestro planeta; sostener la vida y los procesos naturales de muerte es la tarea conjunta de todas las especies y de todos los sistemas biológicos que están inevitablemente ligados y entrecruzados.

Si, como me parece, por ser seres biológicos, nuestro pensamiento mismo se origina en esta condición, eso nos permite hablar de nuestro modo de pensar en términos que se ajustan a lo biológico en sí; de ahí surge la imagen que quiero llamar “pensamiento espermático” que me nace de la visión de los muchísimos espermas que durante el coito parten en su viaje dentro del útero de una mujer, en busca del óvulo que puedan fecundar; esta carrera comparte muchas características con conductas humanas; se dan muchos casos en que se compite, se deshace del semejante que está obstruyendo el paso, se le quita incluso su territorio, para impedir su subsistencia y apoyar la propia; de hecho gran parte de la cultura occidental es competitiva; es lo que evoca incluso la palabra “carrera” de significados múltiples, uno de los cuales es descripción de las tareas que se realizan en alguna profesión; al usar la palabra “carrera” no se evoca tan sólo el hecho de que la profesión en sí es un fin bueno —o malo si es el caso—, sino que se la ve como una competencia con otros profesionistas semejantes.


Visto de otro modo: Cuando se encuentra el diminuto y esforzadísimo esperma con el óvulo, su energía está gastada y todo lo que la primera célula necesita para poder multiplicarse se encuentra en el enorme óvulo; la parte femenina del encuentro da la energía para la vida incluso en ese primerísimo instante crucial; esto influencia nuestra existencia toda, permea incluso nuestro pensar, porque el pensamiento mismo depende de células que proceden de esa primera multiplicación, de ese primer impulso de energía biológica.

Nuestra cultura ha sido llevado por un pensamiento espermático durante milenios, un pensamiento en que prima la imagen del esfuerzo del esperma que lucha contra sus semejantes, millones de otros espermas, que compite, que echa a un lado a sus contrincantes, todos contra todos, y que finalmente triunfal, llega, primero y único, donde el enorme, inmenso óvulo y lo penetra para formar parte de ella, sumirse en ella, realizarse en ella y producir con ella, con la energía de ella y la fuerza de ella, el milagro de una nueva criatura.

El pensamiento que se parece al óvulo enorme y poderoso del que procedemos, el óvulo que espera el momento en que llega el esperma y si no llega se muere, se desvaneció durante mucho tiempo; ese pensamiento primó antes en nuestras culturas, durante muchísimos milenios, y fue remplazado por el pensamiento espermático. Ahora que por fin podremos llegar a aprehender y contemplar el encuentro de los elementos masculino y femenino, ahora es el momento en que podemos llegar a entender el milagro de la vida; eso es para mí el resultado de la percepción de que la energía está en el fondo femenino del que procedemos todos y que esta energía todo lo alimenta y es nuestro impulso, así como es el impulso del cosmos y de la materia toda.

La trascendencia del elemento masculino en nuestra cultura se ha establecido con firmeza; sucedió sin embargo que la trascendencia del elemento femenino se ha vuelto opaca o ha desaparecido por completo; se recurre a la idea de lo femenino cuando se precisa de apoyo, pero se la concibe, en occidente por lo menos, sólo como cosa acólita, adjunta, pero no como algo que es trascendente y sagrado en sí; en la vida biológica los elementos, masculino y femenino tienen equilibrio; es en nuestras civilizaciones patriarcales en las que se ha perdido ese equilibrio; volver a establecerlo es la tarea más urgente que tenemos delante de nosotros, porque es la clave de nuestra supervivencia y también de la supervivencia del planeta que habitamos.

Existe una tendencia de pensamiento de salir del planeta Tierra, de buscar otro lugar en el cosmos que podamos habitar; es la misma conciencia del desecho de lo que no nos sirve, de botar a la basura lo que no nos place o conviene y buscarle un remplazo. Resulta que en el plano macrocósmico esto no funciona; no hay otros planetas que estén a mano como para poder asegurarnos que las condiciones de vida que tenemos en esta Tierra se puedan dar; en cambio las condiciones de lo que ya tenemos las conocemos en gran porcentaje (¡y eso que aún nos falta mucho que aprender!!), por lo que la apuesta es que es aquí, la solución está en la Tierra. El desequilibrio en que estamos la produce en gran porcentaje la humanidad que puebla el planeta; el remedio entonces está en las manos de esta misma humanidad; es desde dentro de nosotros que va a surgir la solución al impasse en que nos encontramos.


Tras muchos siglos de pensamiento abstracto, muchos discursos sobre el alma, el espíritu y otros símbolos de dioses celestiales, es muy difícil admitir que podamos ser lodo, barro y agua como algún gusano o zarigüeya; es muy grande el prejuicio contra la materia, que ha perdido su sacralidad y ha sido denigrada durante muchos siglos, y muy grande el prestigio del “espíritu” que tanto tiempo ha sido enaltecido. Pero bien puede suceder que nuestro concepto del espíritu se tenga que modificar, así como se modificó todo lo que sabíamos del aire que nos rodea: ahora ya nadie habla del “éter,” cuya existencia se tomaba por sentado dos y medio siglos atrás y que ahora ya se sabe que sirvió como idea, como símbolo, pero que no representaba lo comprobable. Así que yo no puedo sino intuir: que estamos condicionados por lo biológico mucho más allá de lo que suponemos; vale la pena considerarlo y tratar de investigar, no vaya ser que fuera posible. Y nada tendría de malo; nuestra sensación de sacralidad simplemente cambiaría de fulcro, la materia podríamos considerarla trascendente y podríamos trascender a través de ella y de la energía que la alienta, junto con nuestro trascender a través del espíritu.

Debo mencionar en este punto que cuando digo “lo femenino” no hablo la mujer, y cuando digo “lo masculino” no hablo del varón, sino de seres que tenemos componentes femeninos y masculinos como complemento de nuestra tendencia específica de base; estos componentes son necesarios; no podemos prescindir de lo masculino, pero tampoco de lo femenino. Que se haya prescindido de la sacralidad de lo femenino ha producido un desequilibrio que ahora tenemos que considerar y examinar y lo que es más, debemos recordar que en psicología profunda se constata que la parte creativa de los varones es femenina, mientras que la parte creativa de las mujeres es masculina. Durante un periodo de muchos siglos se ha preferido la búsqueda de la trascendencia a través de lo “espiritual” y a través de la negación del cuerpo y de lo que se consideraba “material;” las niñas que nos criamos dentro del catolicismo aprendimos que se debía mortificar el cuerpo, renunciar a todo lo sexual, sensual y toda materialidad de la mujer para poder acceder a un nivel de espiritualidad. Si se enfatiza este tipo de conceptos durante un periodo tan largo como fue el caso —mil setecientos años por lo menos—, se llega a que mujeres y varones quedan convencidas de que desear trascender sus impulsos naturales expresados a través de lo corpóreo, a través del cultivo del cuerpo, es nefasto, y que deben dominar esos impulsos a toda costa; es lo que las mujeres hemos oído como prédica desde Pablo de Tarso (en el caso del cristianismo) y que también se predica en los grupos fundamentalistas que se adhieren a los preceptos del Islam, o del Antiguo Testamento. Es imprescindible abarcar tanto al cuerpo como al espíritu en un solo abrazo, es imprescindible y urgente llegar a cohesionar lo perdido, lo femenino, con lo conquistado, lo masculino; estamos en una nueva etapa, buscando nuevas formas, nuevos métodos y lo estamos haciendo con los instrumentos que ha conquistado nuestra parte masculina; esto es importante recordar y es importante también recordar que hay que tratar de profundizar nuestras experiencias y no quedarnos en esquemas superficiales.

 

 

MATERIA Y ENERGÍA

 

Me ha nacido la idea, no sé exactamente de dónde, de que para Enjeduana, la poeta de Ur de hace cuarenta y cuatro siglos, la figura de la diosa Inana representa la energía que existe en toda la materia. Esta idea la tengo hace bastante tiempo y hace un año, cuando vi un programa que trataba de explicar la Teoría de la Relatividad a personas sin instrucción científica (entre las que me incluyo), asocié la ecuación de Einstein a mi intuición.

Para mí es claro que Inana, un arquetipo femenino, representa la materia. La materia no es poca cosa, es todo lo que hay en lo que hasta ahora concebimos como universo.

Enjeduana, la poeta akadia de 2300 a.C., en el poema que escribe en sumerio sobre la lucha de la diosa Inana contra Eibe, y en el poema Señora de gran corazón, la presenta como superior a todos los dioses, incluso a An, su padre.


Si Inana es superior a todos ellos —según ya se menciona hace cuatro mil cuatrocientos años—, entonces en la ecuación de Einstein me parece que lo que la representa es la parte de la relatividad que es la “E” que el físico usa para hablar de la energía. Esta energía, ahora sabemos, está en toda la materia y que cuando es liberada puede manifestarse como fuerza destructora (que es el aspecto que Inana adquiere en el poema lnana y Eibe —aspecto negativo y destructor como mil bombas de hidrógeno—, o como fuerza benévola que es la que percibimos cuando producimos electricidad con la energía atómica (eso, si no consideramos los residuos).

Al ser Inana un símbolo de lo femenino, creo que Enjeduana nos sugiere que la energía misma es un elemento femenino. Se puede considerar que las mujeres somos portadoras de esa energía en el sentido simbólico del arquetipo. Esta idea puede que sea una estructura a la que le falta la firmeza del logos, pero concebirla me ha dado un impulso extraordinario y una confianza total en la forma en que vislumbro el arquetipo para el cual no tengo nombre, y que podría mencionarse como deidad, que es la única manera en que puedo mentalmente dirigirme a Ella.

Como digo, no sé de dónde me viene la idea, es posible que haya alguna mención de esta energía en algún libro que he leído y que me haya llevado a divagar.

Desde que tengo esta noción, la palabra energía me inyecta adrenalina. Hace algunas semanas en un programa de difusión científica había mención de la teoría de que la cantidad de energía en el universo es constante.

Vengo de la generación que aprendió el dictum de Lavoisier de que en una reacción química “Nada se pierde, todo se transforma”. Esto lo he repetido alguna vez y entonces alguien que me escuchaba me dijo: sí, se pierde la energía que produce la reacción. No sé si la energía esa pueda perderse. Han pasado cincuenta años o más desde que yo era estudiante. Quizás ahora nuestros conocimientos sean más refinados y se pueda medir cantidades de energía muy pequeños. En todo caso, en la ecuación de Einstein la energía es una constante. Y si Einstein se equivocara, ¿adónde se iría la energía que “se pierde”?

Volviendo a lo mío: si la energía en el universo es lo que representa el arquetipo de Inana según nos la presenta Enjeduana, estamos hablando de algo muy, muy grande que todo lo penetra, a lo que nada escapa y sería el caso de algo que tenemos que considerar como parte de nuestra conciencia femenina —seamos varones o mujeres—, porque nosotros también somos materia.

Ya mencioné que a mi parecer la psique depende de la materia y se origina en ella. A esta idea que siento verídica se suma otra: que la energía es algo intrínseco a lo femenino, que es algo que transforma interiormente. Esta conjunción, de poder probarse, exige una revisión total de los otros conceptos que hasta ahora han regulado la conducta de las mujeres condicionadas por la experiencia social en que se han formado.

Habemos muchas mujeres que crecimos con la impresión de que el impulso, el estímulo, la dirección para la acción viene de los varones. Asociado a eso aprendimos que se debe seguir, acatar, respetar y promulgar la preponderancia del pensamiento, primero, del padre y luego de los compañeros varones. En muchas de nuestras sociedades, las mujeres, para hacer todo lo que hacen, se ven en la situación en que la opinión y apoyo de los varones son imprescindibles para establecer si sus actos son justos o si sus creaciones tienen valor. La imagen que muchas mujeres tenemos de nosotras mismas es que nuestro valor depende de los juicios de los varones.

En el caso del poema lnana y Eibe de Enjeduana, se presenta, hace cuatro mil cuatrocientos años el siguiente esquema: Inana va donde An, su padre, y le pide apoyo para poder oponerse a la insolencia de Eibe. El padre la trata “paternalmente”, y no la apoya. Enjeduana nos presenta entonces el evento en que Inana se alza contra su padre y, repentinamente consciente de su energía intrínseca, toma en su mano elementos femeninos y masculinos, y ataca y destruye a Eibe, aunque sabe que éste tiene el apoyo de An. Es decir, procede así en cuanto sabe que An decide no apoyarla a ella.

Ese poema tuvo mucho éxito. Podemos leerlo hoy porque se han excavado las tablillas de barro en que durante mil quinientos años se copió una y otra vez. Luego pasaron tres mil años de olvido, tres mil años en que las tablillas yacían bajo las arenas de Ur. Ahora, al haberlas encontrado, nuevamente se puede leer el poema y nos enfrentamos con este dilema: dónde está la energía, la fuerza que mueve los átomos, y, por ende, toda la materia.

Hombres y mujeres tenemos ahora algo enorme a que aferrarnos. Las mujeres nos hemos olvidado de los símbolos del poder de lo femenino y también olvidamos que los varones siempre se han aferrado a nosotras, mientras nosotras hemos dejado durmiendo el concepto de este algo que llevamos dentro, algo con que nos podemos armar y podemos pararnos y tomar en manos nuestro propio destino. Los varones tienden a olvidar que su parte creadora es femenina. Nuestra formación social nos ha desviado de tomar consciencia de la energía que tenemos. Ahora esa misma sociedad y su cultura nos dan los elementos para ver que la solución está adentro.

La conciencia de que se puede apoyar un ser en su propia fuerza, de que se puede anclar en su propia alma, es crucial, y nos pertenece a todos y todas.


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Número 182 | outubro de 2021

Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)

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