Linda Falquez es una de las diez
mujeres que dan su testimonio en este libro que lleva como título precisamente
una frase que su marido le dijo un día: Hasta ahora te
creo (Aguilar 2020 Penguin Random House Grupo
Editorial). Un libro testimonial con la
curaduría de la actriz, periodista y escritora Maribel Abello Banfi. Un libro necesario para internarse en la Barranquilla
del siglo XX, en esa sociedad pacata, radicalmente religiosa, conservadora y a
la vez extremadamente alegre y fiestera.
Por ahora volvamos al testimonio Hasta ahora te creo que da título a esta obra.
Linda Falquez es la madre de mi compañera de universidad Flavia Falquez, gran
poeta, lectora voraz, y posiblemente la persona que más conoce la vida y obra
de Federico García Lorca, no solo en Colombia sino en España, país donde reside
desde hace más de veinte años. Es gracias a mi amistad con Flavia que tuve el
privilegio de acercarme a su madre Linda Falquez. Y cuando la conocí caí en
cuenta que Flavia lleva su apellido, no me hice preguntas, tampoco me pareció
extraño. Poco a poco, por frases sueltas que las dos, madre e hija, han ido
tejiendo en sus muros de FB, pude ir comprendiendo el porqué de esta decisión.
Es solo ahora que leo este duro testimonio que conocí todo lo que estaba detrás
de bambalinas. Y digo detrás de bambalinas porque una parte de la familia, en
este caso paterna, se opuso a la publicación de este testimonio puesto que
desenmascara al progenitor de Flavia y primer marido de Linda Falquez. Y antes
de continuar debo decir que Linda Falquez es prima segunda de Marvel Moreno,
incluso crecieron juntas, y al igual que ella, Linda tuvo que soportar la
protervia de la sociedad patriarcal; y lo que es peor aun, la infamia y el
horror que significó la persecución de la que fue víctima de parte del clero; o
sea, de la Iglesia católica. Yo diría que en cierta forma la pusieron en una
pira y la quemaron viva, una y mil veces; y con ella a Flavia que tuvo que
soportar el miedo que la alejaran de la casa de su abuela materna, ya que los
curas no permitían que viviera con Linda, su madre, porque consideraban que
vivía en “pecado”; incluso no dudaban en llamarla “adúltera”.
Creo que no hay nada peor que tener
que soportar que la gente, incluyendo a la familia, se metan en la cama, en la
vida privada, en la sexualidad de una persona. Y si bien esto puede sucederle a
muchos hombres es verdad que en comparación con la mujer siguen y seguirán
siendo una minoría. El control de la sexualidad de la mujer es una de los
pilares con los que se sostiene la sociedad heteropatriarcal; ya sabemos que la
columna principal es la religión; en este caso la católica; heredera de la
tradición judeocristiana en la que la mujer es poco menos que un cero a la
izquierda. El testimonio de Linda Falquez nos conduce a lo más profundo de su
vida íntima; la pérdida de la virginidad. Las mujeres que crecimos en un
ambiente donde hablar de sexo estaba prohibido, donde cogerse de la mano con el
novio estaba mal visto, y ni qué decir si uno aceptaba un beso en la boca; en
otras palabras, el despertar sexual y los descubrimientos que le son inherentes
nos estaban prohibidos; de hacerlo nos consideraban putas. Esos novios una vez
que salían de nuestras casas se iban a ver a las putas, a las verdaderas; no
hacerlo era sinónimo de poca o nula hombría. Es con ellas que se iniciaban en
la vida sexual; por eso, tal vez, la mayoría nunca aprendió que una mujer
también tiene el derecho a gozar en la cama. En otras palabras, la mayoría de los hombres del siglo XX se convirtieron
en malos y/o pésimos amantes.
Este no fue el caso de Linda Falquez,
y no por eso es menos doloroso. Lo que ella
nos relata es que el matrimonio no se consumó ni en la noche de bodas ni
en los meses siguientes; incluso estuvo separada de su marido en una época en
que una mujer que abandonaba al cónyuge era considerada poco menos que una
meretriz. Y precisamente, como el matrimonio no se consumaba es que la familia,
en este caso del marido, y la misma Iglesia entran en la intimidad de la
pareja. No es el hombre el que está en entredicho, es la mujer. La misma cuñada
la lleva al consultorio de una ginecóloga, la primera médica que existió en
Barranquilla, la Dra. Liuba Schmulson, una judía alemana que se había instalado
en la ciudad; imagino que fue una de las sobrevivientes de la Schoah
(Holocausto nazi). Y si bien Linda Falquez la describe “sin
prejuicios de ninguna clase, de mentalidad abierta”, yo veo que en
su “ánimo de ayudar” a una cuasi adolescente en la vida sexual, lo que en
verdad hizo fue violarla.
Llevábamos cuatro meses
largos (de
matrimonio), donde no tuvimos ninguna clase de relación física. Mi cuñada Cecilia me visitó un día y me dijo
que me llevaría a una revisión donde su ginecóloga, la Dra. Liuba Schmulson…
Yo acepté esperanzada que la doctora
me diera luces sobre mi situación. Fuimos con Cecilia, quien entró conmigo al
consultorio. Hernando se quedó afuera, a la expectativa. La doctora me examinó:
– No, no… aquí no hay nada
especial, todo está perfecto. Sin embargo, le voy a hacer una “ayudita”.
– Caigo en la
cuenta ahora que la doctora no me hizo ninguna clase de consulta. Sin preámbulo
alguno tomó su espéculo y ¡ras!, me desvirgó. ¡A palo seco! ¡A palo seco! Firmé un cheque por la suma de quince pesos moneda legal. Con
mi propio dinero tuve que pagar la interrupción de mi virginidad. Me quedó un
dolor terrible. Ahora sí, menos que menos quería yo que Hernando me tocara. (Maribel Abello, Hasta hoy te
creo, pág, 118-119).
Puedo imaginar el dolor, la angustia,
la rabia, la indignación que un acto como éste puede generar en una mujer joven
que simplemente le tiene miedo a la intimidad. ¿Acaso las mujeres no éramos
criadas con la idea fija que por nada del mundo podíamos perder la virginidad
antes del matrimonio? ¿Acaso no nos enseñaron que el sexo era “pecado”? ¿Qué
era algo pecaminoso y qué el modelo a tener en cuenta era la virgen María?
Recuerdo que mi madre ni siquiera aceptaba que yo cruzara las piernas, menos
que me sentara mal -mal quiere decir con las piernas abiertas-; algo que nunca
le reprochó ni a mi padre ni a mis hermanos. Yo no entendía porqué yo tenía que
sentarme de una forma diferente a ellos. Incluso alguien cercana a mi familia
me contó que cuando se casó lo hizo sin saber qué pasaba en realidad entre dos
personas que se acuestan juntas; estaba convencida que solo se dormía
acompañada; su madre no le había explicado nada. Ella estaba supuestamente
enamorada de un hombre galante pero que nunca la había tocado. En la noche de
bodas, sentados los dos en la cama, él le explicó lo que es una relación
sexual, ella se puso a llorar; y solo tres días después se consumó el
matrimonio. Al menos él tuvo paciencia y supo llevarla durante esos tres días y
con sus noches hasta que ella aceptó ser penetrada.
Así que puedo imaginar que para Linda
Falquez esa cicatriz fue muy difícil de cerrar. Habrían de pasar varios años
para que encontrase a otro hombre, el que sería su segundo marido, en realidad
el hombre de su vida; para que ese miedo, que imagino atávico, desapareciera. A
veces, se trata solo de eso, de encontrar la persona adecuada y con la que nos
sentimos bien. Y a veces esa sensación va acompañada de amor y otras solo de
una pasión pasajera.
Y por supuesto, en este libro
testimonial desfilan otras mujeres, y sobre todo desfila la sociedad y la Barranquilla
del siglo XX. Durante mucho tiempo Barranquilla fue un puerto muy importante,
tanto marítimo como fluvial; y precisamente esa característica de puerto le
daba a la ciudad un aire cosmopolita; no solo porque permanentemente llegaban
marineros de todas partes del mundo si no porque muchas familias extranjeras
venían a instalarse en una ciudad próspera, rica y multicultural. Hasta ahora te creo puede incluso ser leído como un
manual de sociología que nos permite entender esa sociedad compleja en la que
habitaban descendientes de libaneses, judíos, alemanes e italianos, con los
descendientes de los pueblos esclavizados; y por supuesto, de españoles e
indígenas. Colombia es un país multicultural y multiétnico; algo que una gran
parte de la población rechaza al querer verse solo como “blanca y de origen
hispánico”. Colombia es un país muy religioso lo cual no le impide ser
clasista, racista e incluso, eso lo estamos viendo hoy en día, xenófobo.
Y por supuesto, está el Bogotazo, el
eufemismo con el que se conoce el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán; el mismo
que partió la historia de Colombia en dos; desde entonces vivimos en una
espiral de horror y de ignominia. Me refiero a la guerra que nos azota desde
hace más de sesenta años. Y aunque en esa época, 9 de abril de 1948, no existía
Internet, y por lo tanto no habían las redes virtuales que hoy conocemos, el
estallido social no se hizo esperar. Barranquilla fue una de las ciudades que
vio arder sus negocios, el periódico El Heraldo fue vandalizado y las iglesias
no escaparon a la furia de un pueblo al que le arrebataban las esperanzas. Este
terrible episodio es recordado en el capítulo 4o, Solo
quedaron cenizas, y es narrado por Maruja Abello de Gutiérrez de
Piñeres y Cecilia Martínez Aparicio.
En Ahí está el muelle (capítulo 2), Matilde (no conocemos su apellido)
nos hace partícipes del averno en el que miles, millones de mujeres colombianas
han vivido. Una historia de violencia familiar y su caída en la prostitución.
Su crudo relato me hizo pensar todo el tiempo en Emma
Reyes, la pintora que se radicó en París,
y que dejó una serie de cartas donde cuenta su infancia miserable en un país
que se considera muy católico pero que deja morir a sus hijos de hambre, que
los abandona en los caminos llenos de barro donde son explotados laboral y
sexualmente. Sus cartas fueron publicadas hace algunos años de forma póstuma. Y aunque Emma Reyes no cayó en la prostitución sí vivió
en carne propia la exclusión absoluta y radical en la que viven, o malviven,
millones de niños colombianos.
Y por último encontramos a la
artífice de esta hermosa y significativa obra testimonial; me refiero a su
autora Maribel Abello Banfi, con su capítulo De Barranquilla a
Charlottesville. Un testimonio escrito con bastante desparpajo y gran
sentido del humor; sin ocultar la violencia de género que vivió de la parte de
uno de sus maridos. Igual que ella creo que el machismo, la misoginia, y la
violencia, mal llamada doméstica, es una verdadera pandemia. A través de la
figura de su abuela, descendiente de italianos, Maribel Abello hace una radiografía
de las mujeres barranquilleras, las que crecieron en hogares dónde la doble
moral era la única forma de vivir y comportarse en sociedad. Una abuela que no
asistía a misa, al menos muy raramente, pero que no dudaba en decirle a su
nieta que ser actriz es sinónimo de “puta”.
Para terminar con la reseña de
este libro testimonial quisiera felicitar a la autora y a todas las mujeres que
tuvieron la valentía y el arrojo de quitarle la máscara a una sociedad pacata y
a una iglesia que solo busca la sumisión total de la mujer. Y cuando sigo
sumisión pienso que lo que busca es borrarla, anularla, hacerla “pedazos”; como
la amenaza proferida por el marido de Marisol Abello; y por supuesto, cuando un
hombre amenaza a una mujer hay que creerle; por lo que hay que poner cinco
universos de distancia entre él futuro feminicida y la mujer que podría ser su
víctima fatal.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 176 | julho de 2021
Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)
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CORRIJO ESTA FRASE: Barranquilla fue una de las ciudades que vio arder sus negocios, el periódico El Heraldo fue vandalizado y las iglesias no escaparon a la furia de un pueblo al que le arrebataban las esperanzas.
ResponderExcluirNO ES EL HERALDO, ES LA PRENSA