quinta-feira, 22 de julho de 2021

BERTA LUCÍA ESTRADA | Hasta ahora te creo, de Maribel Abello Banfi

 


Tengo el privilegio de conocer, así sea virtualmente, a Linda Falquez, una mujer polifacética: poseedora de una inteligencia muy aguda, lectora disciplinada, conocedora de la obra de Federico García Lorca, poseedora de una importante biblioteca, cantante, con grandes dotes histriónicas, amable, excelente cocinera,  independiente, autónoma, rebelde por antonomasia, generosa, con gran sentido del humor, crítica, analítica, laica hasta la médula, culta, muy culta, excelente conversadora, y como si fuera poco dueña de una vitalidad sin límites; ni siquiera el confinamiento pudo menoscabarle ni un ápice la alegría de vivir y de hacer cosas diferentes todos los días; como seguir a la cabeza de su empresa y seguir conduciendo carro a una edad en que muchas personas ya no lo hacen. La edad del buen retiro no tiene sentido para ella.

Linda Falquez es una de las diez mujeres que dan su testimonio en este libro que lleva como título precisamente una frase que su marido le dijo un día: Hasta ahora te creo (Aguilar 2020 Penguin Random House Grupo Editorial). Un libro testimonial con la curaduría de la actriz, periodista y escritora Maribel Abello Banfi. Un libro necesario para internarse en la Barranquilla del siglo XX, en esa sociedad pacata, radicalmente religiosa, conservadora y a la vez extremadamente alegre y fiestera.

Por ahora volvamos al testimonio Hasta ahora te creo que da título a esta obra. Linda Falquez es la madre de mi compañera de universidad Flavia Falquez, gran poeta, lectora voraz, y posiblemente la persona que más conoce la vida y obra de Federico García Lorca, no solo en Colombia sino en España, país donde reside desde hace más de veinte años. Es gracias a mi amistad con Flavia que tuve el privilegio de acercarme a su madre Linda Falquez. Y cuando la conocí caí en cuenta que Flavia lleva su apellido, no me hice preguntas, tampoco me pareció extraño. Poco a poco, por frases sueltas que las dos, madre e hija, han ido tejiendo en sus muros de FB, pude ir comprendiendo el porqué de esta decisión. Es solo ahora que leo este duro testimonio que conocí todo lo que estaba detrás de bambalinas. Y digo detrás de bambalinas porque una parte de la familia, en este caso paterna, se opuso a la publicación de este testimonio puesto que desenmascara al progenitor de Flavia y primer marido de Linda Falquez. Y antes de continuar debo decir que Linda Falquez es prima segunda de Marvel Moreno, incluso crecieron juntas, y al igual que ella, Linda tuvo que soportar la protervia de la sociedad patriarcal; y lo que es peor aun, la infamia y el horror que significó la persecución de la que fue víctima de parte del clero; o sea, de la Iglesia católica. Yo diría que en cierta forma la pusieron en una pira y la quemaron viva, una y mil veces; y con ella a Flavia que tuvo que soportar el miedo que la alejaran de la casa de su abuela materna, ya que los curas no permitían que viviera con Linda, su madre, porque consideraban que vivía en “pecado”; incluso no dudaban en llamarla “adúltera”.

Creo que no hay nada peor que tener que soportar que la gente, incluyendo a la familia, se metan en la cama, en la vida privada, en la sexualidad de una persona. Y si bien esto puede sucederle a muchos hombres es verdad que en comparación con la mujer siguen y seguirán siendo una minoría. El control de la sexualidad de la mujer es una de los pilares con los que se sostiene la sociedad heteropatriarcal; ya sabemos que la columna principal es la religión; en este caso la católica; heredera de la tradición judeocristiana en la que la mujer es poco menos que un cero a la izquierda. El testimonio de Linda Falquez nos conduce a lo más profundo de su vida íntima; la pérdida de la virginidad. Las mujeres que crecimos en un ambiente donde hablar de sexo estaba prohibido, donde cogerse de la mano con el novio estaba mal visto, y ni qué decir si uno aceptaba un beso en la boca; en otras palabras, el despertar sexual y los descubrimientos que le son inherentes nos estaban prohibidos; de hacerlo nos consideraban putas. Esos novios una vez que salían de nuestras casas se iban a ver a las putas, a las verdaderas; no hacerlo era sinónimo de poca o nula hombría. Es con ellas que se iniciaban en la vida sexual; por eso, tal vez, la mayoría nunca aprendió que una mujer también tiene el derecho a gozar en la cama. En otras palabras, la mayoría  de los hombres del siglo XX se convirtieron en malos y/o pésimos amantes. 


Las mujeres, por su parte, y hablo de la generación inmediatamente anterior a la mía, llegaban al matrimonio a veces sin saber que era una relación sexual; muchas de ellas ni siquiera sabían que físicamente los hombres y las mujeres somos diferentes; así que ver a un hombre desnudo por primera vez debió haber sido un trauma difícil de soportar, máxime si después de verlo listo para la relación, que ella misma ignoraba que podría suceder, lo que seguía era una violación en el sentido literal de la palabra. Lastimosamente muchas mujeres siguen siendo violadas cada día por el marido que  se cree dueño y señor de su cuerpo; y eso, en todas las sociedades y en todo el orbe.

Este no fue el caso de Linda Falquez, y no por eso es menos doloroso. Lo que ella  nos relata es que el matrimonio no se consumó ni en la noche de bodas ni en los meses siguientes; incluso estuvo separada de su marido en una época en que una mujer que abandonaba al cónyuge era considerada poco menos que una meretriz. Y precisamente, como el matrimonio no se consumaba es que la familia, en este caso del marido, y la misma Iglesia entran en la intimidad de la pareja. No es el hombre el que está en entredicho, es la mujer. La misma cuñada la lleva al consultorio de una ginecóloga, la primera médica que existió en Barranquilla, la Dra. Liuba Schmulson, una judía alemana que se había instalado en la ciudad; imagino que fue una de las sobrevivientes de la Schoah (Holocausto nazi). Y si bien Linda Falquez la describe “sin prejuicios de ninguna clase, de mentalidad abierta”, yo veo que en su “ánimo de ayudar” a una cuasi adolescente en la vida sexual, lo que en verdad hizo fue violarla.

 

Llevábamos  cuatro meses largos (de matrimonio), donde no tuvimos ninguna clase de relación física.  Mi cuñada Cecilia me visitó un día y me dijo que me llevaría a una revisión donde su ginecóloga, la Dra. Liuba Schmulson…

Yo acepté esperanzada que la doctora me diera luces sobre mi situación. Fuimos con Cecilia, quien entró conmigo al consultorio. Hernando se quedó afuera, a la expectativa. La doctora me examinó:

No, no… aquí no hay nada especial, todo está perfecto. Sin embargo, le voy a hacer una “ayudita”.

Caigo en la cuenta ahora que la doctora no me hizo ninguna clase de consulta. Sin preámbulo alguno tomó su espéculo y ¡ras!, me desvirgó. ¡A palo seco! ¡A palo seco! Firmé un cheque por la suma de quince pesos moneda legal. Con mi propio dinero tuve que pagar la interrupción de mi virginidad. Me quedó un dolor terrible. Ahora sí, menos que menos quería yo que Hernando me tocara. (Maribel Abello, Hasta hoy te creo, pág, 118-119).

 

Puedo imaginar el dolor, la angustia, la rabia, la indignación que un acto como éste puede generar en una mujer joven que simplemente le tiene miedo a la intimidad. ¿Acaso las mujeres no éramos criadas con la idea fija que por nada del mundo podíamos perder la virginidad antes del matrimonio? ¿Acaso no nos enseñaron que el sexo era “pecado”? ¿Qué era algo pecaminoso y qué el modelo a tener en cuenta era la virgen María? Recuerdo que mi madre ni siquiera aceptaba que yo cruzara las piernas, menos que me sentara mal -mal quiere decir con las piernas abiertas-; algo que nunca le reprochó ni a mi padre ni a mis hermanos. Yo no entendía porqué yo tenía que sentarme de una forma diferente a ellos. Incluso alguien cercana a mi familia me contó que cuando se casó lo hizo sin saber qué pasaba en realidad entre dos personas que se acuestan juntas; estaba convencida que solo se dormía acompañada; su madre no le había explicado nada. Ella estaba supuestamente enamorada de un hombre galante pero que nunca la había tocado. En la noche de bodas, sentados los dos en la cama, él le explicó lo que es una relación sexual, ella se puso a llorar; y solo tres días después se consumó el matrimonio. Al menos él tuvo paciencia y supo llevarla durante esos tres días y con sus noches hasta que ella aceptó ser penetrada.

Así que puedo imaginar que para Linda Falquez esa cicatriz fue muy difícil de cerrar. Habrían de pasar varios años para que encontrase a otro hombre, el que sería su segundo marido, en realidad el hombre de su vida; para que ese miedo, que imagino atávico, desapareciera. A veces, se trata solo de eso, de encontrar la persona adecuada y con la que nos sentimos bien. Y a veces esa sensación va acompañada de amor y otras solo de una pasión pasajera.

Y por supuesto, en este libro testimonial desfilan otras mujeres, y sobre todo desfila la sociedad y la Barranquilla del siglo XX. Durante mucho tiempo Barranquilla fue un puerto muy importante, tanto marítimo como fluvial; y precisamente esa característica de puerto le daba a la ciudad un aire cosmopolita; no solo porque permanentemente llegaban marineros de todas partes del mundo si no porque muchas familias extranjeras venían a instalarse en una ciudad próspera, rica y multicultural. Hasta ahora te creo puede incluso ser leído como un manual de sociología que nos permite entender esa sociedad compleja en la que habitaban descendientes de libaneses, judíos, alemanes e italianos, con los descendientes de los pueblos esclavizados; y por supuesto, de españoles e indígenas. Colombia es un país multicultural y multiétnico; algo que una gran parte de la población rechaza al querer verse solo como “blanca y de origen hispánico”. Colombia es un país muy religioso lo cual no le impide ser clasista, racista e incluso, eso lo estamos viendo hoy en día, xenófobo.


Y precisamente la población alemana e italiana, así como los descendientes de judíos,  tuvo que hacerle frente a la política de persecución del Estado colombiano cuando EEUU decidió participar en la 2a Guerra Mundial. Cientos de alemanes e italianos, así como japoneses, fueron internados en campos de concentración, así hubiese sido en casas en cierta forma confortables, e incluso los despojaron de todo lo que tenían. Recuérdese que durante dos largos años el gobierno colombiano decidió aislar a las colonias japonesa, italiana y a la alemana; y aunque aparentemente el trato fue bueno la realidad es que estaban encerrados como criminales. Esto sin contar que se les prohibió toda posibilidad de trabajo digno y por ende la posibilidad de mejorar su economía familiar y grupal. Este episodio histórico fue llevado al cine por Carlos Palau, una pequeña joya del cine colombiano, así algunos digan que esta película pudo haber sido mejor, que le faltó dramatismo, que la fotografía le roba protagonismo a los actores que son demasiado estáticos, me refiero a Sueño en el Paraíso (2007). Cinta que me hizo pensar en Akira Kurosawa, no en vano Palau vivió varios años en Japón y es un gran admirador de la cultura nipona. También recordé el libro Cuando el emperador era un dios (2002) de Julie Otsuka (Premio Fémina Extranjero 2012, con la obra Algunas no habían visto nunca el mar), el cual narra la vida en el campo de concentración que Estados Unidos construyó para mantener prisionera a la colonia japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Es de anotar que la gran mayoría de hombres y mujeres llevaban años trabajando en dicho país y que sus hijos habían nacido en suelo estadounidense; ellos también tuvieron que vivir durante dos largos años en los campos de la ignominia. Al salir lo habían perdido todo. Clara Cortizos de Strauss y Gladys Rosana nos cuentan este terrible episodio, el que yo no dudo en llamar  extremadamente vergonzoso;  y por supuesto, criminal. Y aunque en el libro Hasta ahora te creo no se habla de la política de inmigración, a todas luces criminal, que ejerció Colombia al impedir otorgar asilo a los judíos que huían de la 2a Guerra y a los que lograron salir luego de los campos de concentración; es imperativo recordar este terrible y vergonzoso episodio liderado por el presidente Eduardo Santos, abuelo de Juan Manuel Santos. Otra vez la felonía de un país que se dice católico pero que no duda en ser cómplice del genocidio y de la exclusión.

Y por supuesto, está el Bogotazo, el eufemismo con el que se conoce el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán; el mismo que partió la historia de Colombia en dos; desde entonces vivimos en una espiral de horror y de ignominia. Me refiero a la guerra que nos azota desde hace más de sesenta años. Y aunque en esa época, 9 de abril de 1948, no existía Internet, y por lo tanto no habían las redes virtuales que hoy conocemos, el estallido social no se hizo esperar. Barranquilla fue una de las ciudades que vio arder sus negocios, el periódico El Heraldo fue vandalizado y las iglesias no escaparon a la furia de un pueblo al que le arrebataban las esperanzas. Este terrible episodio es recordado en el capítulo 4o, Solo quedaron cenizas, y es narrado por Maruja Abello de Gutiérrez de Piñeres y Cecilia Martínez Aparicio.

En Ahí está el muelle (capítulo 2), Matilde (no conocemos su apellido) nos hace partícipes del averno en el que miles, millones de mujeres colombianas han vivido. Una historia de violencia familiar y su caída en la prostitución. Su crudo relato me hizo pensar todo el tiempo en Emma Reyes, la pintora que se radicó en París, y que dejó una serie de cartas donde cuenta su infancia miserable en un país que se considera muy católico pero que deja morir a sus hijos de hambre, que los abandona en los caminos llenos de barro donde son explotados laboral y sexualmente. Sus cartas fueron publicadas hace algunos años de forma póstuma. Y aunque Emma Reyes no cayó en la prostitución sí vivió en carne propia la exclusión absoluta y radical en la que viven, o malviven, millones de niños colombianos.


Y como no todo puede ser horror, está el hermoso testimonio de Olga Chams, más conocida como Meira del Mar, nuestra insigne poeta; y en él nos cuenta como desde muy joven, siendo aun una adolescente, decide dar el paso que sería determinante en su vida; el envío de dos de sus poemas a la revista Vanidades. No solo fue publicada en el número siguiente si no que rápidamente encontró personas que financiaron un libro con sus poemas; lo demás es leyenda. Y en el capítulo 6, Dónde hay dos está el diablo, encontramos a una mujer contestataria, independiente y rebelde; me refiero a Olguita Emiliani Heilbron; la primera mujer en trabajar en El Heraldo; y que luego formó a periodistas como Mauricio Vargas y Alberto Salcedo Ramos. Y en el capítulo 7, La niña del barrio abajo, Rosa Peñaranda nos lleva de la mano por el Barrio Abajo, con ella recorremos sus calles, nos sentamos a escuchar a sus habitantes, nos divertimos con ellos; en otras palabras, es una especie de película y a la vez un pequeño tratado de sociología.

Y por último encontramos a la artífice de esta hermosa y significativa obra testimonial; me refiero a su autora Maribel Abello Banfi, con su capítulo De Barranquilla a Charlottesville. Un testimonio escrito con bastante desparpajo y gran sentido del humor; sin ocultar la violencia de género que vivió de la parte de uno de sus maridos. Igual que ella creo que el machismo, la misoginia, y la violencia, mal llamada doméstica, es una verdadera pandemia. A través de la figura de su abuela, descendiente de italianos, Maribel Abello hace una radiografía de las mujeres barranquilleras, las que crecieron en hogares dónde la doble moral era la única forma de vivir y comportarse en sociedad. Una abuela que no asistía a misa, al menos muy raramente, pero que no dudaba en decirle a su nieta que ser actriz es sinónimo de “puta”.

Para terminar con la reseña de este libro testimonial quisiera felicitar a la autora y a todas las mujeres que tuvieron la valentía y el arrojo de quitarle la máscara a una sociedad pacata y a una iglesia que solo busca la sumisión total de la mujer. Y cuando sigo sumisión pienso que lo que busca es borrarla, anularla, hacerla “pedazos”; como la amenaza proferida por el marido de Marisol Abello; y por supuesto, cuando un hombre amenaza a una mujer hay que creerle; por lo que hay que poner cinco universos de distancia entre él futuro feminicida y la mujer que podría ser su víctima fatal.

 


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Número 176 | julho de 2021

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Um comentário:

  1. CORRIJO ESTA FRASE: Barranquilla fue una de las ciudades que vio arder sus negocios, el periódico El Heraldo fue vandalizado y las iglesias no escaparon a la furia de un pueblo al que le arrebataban las esperanzas.
    NO ES EL HERALDO, ES LA PRENSA

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