terça-feira, 17 de agosto de 2021

ELENA SALAMANCA | Nacer antes que la nación. Un acercamiento a Guirnalda salvadoreña. Colección de poesías de los bardos del Salvador (1884) como dispositivo de formación de la nación



A modo de introducción

Después de la disolución de la Federación Centroamericana en 1839, las nacientes repúblicas que compusieron Centroamérica comenzaron un proceso de consolidación de estados nacionales, en los cuales el nacionalismo se activó como elemento de doble operación: cohesión y separación. Si la primera nacionalidad era ístmica, los gobiernos nacionales tuvieron el reto de disolver los lazos hacia esa primera entidad política y cultural para asumir la unicidad de la nación. Narrar a la nación se convirtió en la tarea intelectual y política que en Centroamérica intentó consolidarse la última mitad del siglo XIX, pero mantuvo una discusión, tensa, con la narración primigenia, la centroamericana, que fue potenciada por grupos de unionistas a través de la poesía y otros proyectos políticos como las asociaciones universitarias o los partidos. [1] Una de las artes más difundidas en Centroamérica era la literatura. Los hombres de letras fueron también hombres de armas, y muchos de ellos contribuyeron a construir el lenguaje del Estado. La discusión sobre el Estado nacional era también una pregunta para las artes, y sobre todo la literatura. Los hombres del XIX se deslizaban entre el hombre de Estado y el de las Artes; las figuras, como las instituciones, no estaban consolidadas, no eran líticas, y las élites políticas compartían intersecciones con las élites culturales. [2] Por supuesto, como sostiene Altamirano, [3] esta situación varió en los países de Hispanoamérica (p.10). En el caso de Centroamérica, el siglo XIX atravesó varios estratos de Modernidad, que buscaron la consolidación de un modelo liberal, en la política y la cultura, y con ello se fundaron bibliotecas, asociaciones juveniles de lectura, imprentas. La Modernidad en Centroamérica no fue líticamente moderna, en el sentido de encajar con exactitud en un modelo. Ante medidas entusiastas como la enseñanza de Filosofía “en todos los pueblos donde fuera posible… o hubiera maestros que no cobrasen”, como decretó la Asamblea General en 1824, [4] los matices arreciaban: no toda la población era letrada y, sobre todo, no toda la población hablaba castellano. El proyecto de homogeneización de la lengua castellana propuesto por Mariano Gálvez en Guatemala fue un optimista, pero a la vez excluyente, modelo de progreso. [5] Precisamente, la Modernidad en el contexto centroamericano permitió que los debates de lo político y lo nacional arrojaran luces y sombras recogidas por el periodismo y la literatura, y en la literatura sobre todo en la poesía.

Entre 1884 y 1886, el nicaragüense Román Mayorga Rivas (1862-1925) publicó en San Salvador Guirnalda salvadoreña, colección de poemas de los bardos de El Salvador, un conjunto de tres tomos que vieron luz en la Imprenta Nacional del Doctor F. Sagrini y fueron dedicadas al presidente de la República Rafael Zaldívar (1834-1903). La publicación reunía autores nacidos antes de la independencia de la Capitanía General de Guatemala del Gobierno de la Monarquía Hispánica, en 1821, y presentaba también a los más jóvenes escritores que publicaban en prensa o recitaban en actos públicos. La recopilación de Mayorga Rivas fue acuciosa, y con ella logró crear el parnaso salvadoreño. La colección de poesías ha sido abordada como fuente para una historia de la literatura en El Salvador. Sin embargo, en este acercamiento es posible hacer una lectura política de Guirnalda salvadoreña como fuente para la escritura de la historia de la nación. La fuente literaria, como fuente histórica en sí misma, se convierte en un dispositivo de formación de la nación, y mi objetivo es abordar la manera en la que el dispositivo fue activado en una década en la que la discusión por la reunificación de Centroamérica era un tema crucial. Entre 1885 y 1889 se proyectaron dos nuevos pactos de unión, que rescataban precisamente el modelo federal; en 1885, los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador propusieron la unificación; sin embargo, el proyecto se transformó más bien en invasión, cuando Guatemala y Honduras se unieron contra El Salvador; en 1889 se firmó en San Salvador el pacto de la Unión Provisional de los Estados de Centroamérica. Los intentos de unificación ístmica fueron frecuentes en el siglo XIX y poco efectivos. La nacionalidad estaba, entonces, ahí, convertida en un campo en tensión en la que los actores entraban en disputa. En este contexto, la publicación de Mayorga Rivas potenció a la nación como una comunidad imaginada, [6] al realizar la operación de reunir en un libro a los autores salvadoreños nacidos hasta la década de 1870 en el Estado del Salvador y dotarlos, sobre todo, de la nacionalidad. De esta manera, la poesía nacional se funda al mismo tiempo que la nación y lo salvadoreño se consolida al mismo tiempo que el Estado del Salvador.

En este texto presento a la nación como una comunidad, con la finalidad de poner en diálogo las categorías de Benedict Anderson, “comunidad imaginada” y de Anthony D. Smith, [7] como “comunidad étnica” en relación a la selección y propuesta que Mayorga Rivas hizo en la década de 1880, pues al poner en discusión las categorías a través de la formación de una colección literaria permite abordar una construcción de la nación desde los otros papeles, no la Constitución o los códigos, sino los papeles literarios, de una construcción narrativa; es decir, lo que se pretende es mostrar una fundación lírica de la nación escrita por los ciudadanos y no por las instituciones del Estado, una construcción desde lo subjetivo, desde la experiencia. Mi propuesta consiste en romper con la vinculación de la nación únicamente con la institucionalidad de un Estado, en este caso en formación, pues priva de estudiar las fuentes que se quedan fuera de la institucionalidad y son las que en la cotidianidad funcionaron como constructores de la identidad nacional, más allá de la religión cívica y la consolidación institucional. En este sentido, Guirnalda salvadoreña se aborda como una fuente que permite realizar un ejercicio de distinción de la formación de la nación salvadoreña, desde el uso del gentilicio, elemento distintivo de nacionalidad o pertenencia territorial que se asume como obvio pero que fue fundamental en la obra de Mayorga Rivas. Frente a la colectividad que comparte un pasado común, la operación de Mayorga Rivas dota a los autores de gentilicio-nacionalidad y al hacerlo los dota de origen, de manera que la comunidad salvadoreña se convierte en una comunidad imaginada, en un primer momento, que se va construyendo a partir de elementos culturales desde la palabra. Desde una lectura de Smith, el entonces Estado del Salvador puede ser leído como una comunidad étnica, porque, en palabras de Smith, “es un tipo de colectividad cultural que hace hincapié en el papel de los mitos, el linaje, de los recuerdos históricos”. [8] Las poesías incluidas en Guirnalda salvadoreña, que remiten al pasado (la federación) y al futuro (el progreso de la república) forman una mitología que se enuncia para construir el presente. Esta es una de las bases que permiten construir a la comunidad étnica salvadoreña, con mito y linaje.

La escritura impresa y el libro como elementos del capitalismo impreso (Anderson) permitirán fundar una comunidad de letrados que reunirá a autores nacidos en distintos momentos históricos, incluso antes de que la nación fuera fundada, incluso antes de la independencia, que no se conocieron nunca. Únicamente compartieron un territorio común. Mayorga Rivas los une en una especie de fraternidad escritural, una relación, que, sostiene Anderson, es horizontal. En este sentido es importante recordar el concepto que Anderson desarrolla para la comunidad imaginada: “aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. [9] Será una proeza intelectual y política publicar el libro, pues en la década de 1880, el Estado del Salvador transita en un perpetuo ir y venir entre proyectos unionistas, y la necesidad de la búsqueda de la identidad de lo local frente a esa Centroamérica que no puede volver a ser una pero persiste en el imaginario. Ese Estado del Salvador imaginado se debate en un ansia reunificadora y un dolor por el fracaso federal y busca en los valores liberales (progreso, unión, libertad, fraternidad, trabajo) la cohesión, la unidad propia, hacia adentro.


Es en la literatura en la que se registran antes que en los papeles de la nación los anhelos y las discusiones sobre una consolidación identitaria. Como en este caso, la literatura sitúa los temas políticos de su momento en el espacio público, en la construcción de lo que será la opinión pública de la época; los temas que atañen a la poesía son los temas que atañen a la nación en esta primera etapa de la literatura salvadoreña. En su estudio sobre los impresos en El Salvador en la primera década del siglo XIX, María Tenorio sostiene que en la esfera pública la nacionalidad era un tema de constante debate: “Los periódicos de Centroamérica siguieron siendo federalistas incluso cuando ya no había federación”. [10] Otra preocupación de la prensa estaba relacionada con la literatura. En su primer número, el 15 de junio de 1849, el periódico La unión dedicaba una sección a la literatura: “por manifestar la literatura que hay ó que se desea que haya en el país”. [11] Precisamente, la difusión de esta poesía, antes que su reunión en Guirnalda salvadoreña, se realizó a través de periódicos, dinámica que obedece al capitalismo impreso, señalado por Anderson, en el que la relación entre libro y mercado permitió la “presentación de la clase de la comunidad imaginada”; [12] este fue un proceso común para la identificación de los miembros de las nuevas naciones hispanoamericanas, en las que la imaginación nacional dependió de la difusión de las novelas y periódicos. En el caso del naciente Estado del Salvador, el proceso de identificación se realizó a través de la poesía, y consolidó esa identidad que quería romper cualquier relación con el pasado, en este caso, con la Monarquía Hispánica antes de 1821. Fue el capitalismo impreso el que permitió que los ciudadanos –según la Constitución de 1864, leer y escribir era requisito para la ciudadanía en El Salvador- se identificaran como una comunidad y se convirtieran en salvadoreños.

Los trabajos de Anderson y Smith se inscriben en una corriente de investigación sobre nación y nacionalismo que tuvo una potente presencia académica en las décadas de 1980 y 1990, junto a las obras Nación y nacionalismo de Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo desde de 1780, de Eric Hobsbawm y La invención de la tradición de Hobsbawm y Terence Ranger. La mayoría de estos trabajos situó su enfoque sobre la producción simbólica y cultural, y aunque ha sido tema de debate en las esferas académicas, situar a la literatura en la perspectiva de la formación de la nación, a través de estas teorías, es todavía pertinente en el caso centroamericano, y especialmente salvadoreño. Guirnalda salvadoreña coloca la mirada en los debates que tuvieron lugar en el proceso de reconfiguración de la identidad centroamericana tras el fracaso federal, en el que los estados de la región intentaron fundar identidades locales que fueron atravesadas por otros elementos, como conflictos bélicos y rivalidades de ciudades (las capitales modernas contra las principales ciudades coloniales). Las guerras centroamericanas aparecieron constantemente como tema en la poesía, pues son ellas, desde las categorías de frontera y trinchera las que muestran las pugnas de la identidad local y la regional, pues precisamente ser salvadoreño, guatemalteco, nicaragüense, costarricense u hondureño era lo que se discutía desde los distintos papeles que escribían la historia de la nación.

 

Presentación de la fuente

Guirnalda salvadoreña como libro, artefacto cultural, es una muestra de los procesos de imaginación de los que parte una nación que se piensa a sí misma y trata de enunciarse, caracterizarse. La Literatura toma el papel de la Historia y narra, forma, responde o pregunta. El primer tomo de la obra fue publicado en 1884 y auspiciado por el Tesoro Nacional. Román Mayorga Rivas, nicaragüense, escritor y periodista, [13] presentó una obra literaria como un proyecto nacional. La obra fue dedicada al presidente de la república, Rafael Zaldívar, quien junto con los gobernantes de los estados de Honduras y Guatemala buscaba el renacimiento de un proyecto unionista. A casi medio siglo de la disolución federal, la obra responde o pregunta –es posible- sobre lo salvadoreño, cómo son o cómo piensan a El Salvador los hombres de letras. Fue publicada en tres tomos, que Mayorga Rivas consolidó entre 1879 y 1885. Se trató de un proyecto nacional, en tanto cubierto por el Estado, que confirmaba, quizá como el elemento cultural más simbólico, un proceso de modernización en El Salvador, signado por cambios culturales y tecnológicos –avances en telecomunicaciones, apogeo del monocultivo del café- que rompían finalmente la relación con el Antiguo Régimen. [14] En su introducción, el sabio Tomás Ayón, escribía desde León, Nicaragua:

 

Pero el señor Mayorga Rivas no se proponía dar a luz sus pensamientos, sino condensar en una obra la cultura salvadoreña [15] y señalar el camino que ha traído, haciéndola descender desde sus alturas hasta el ameno campo de las nuevas ideas y más atrevidas formas con que viene engalanándola el progreso de los tiempos. No contaba, pues, con los elementos que le diera su clara inteligencia; tenía que buscarlos en lugares desconocidos y recoger de una en una, ímprobo con trabajo, las composiciones de los poetas contemporáneos y de los que ya no existen. [16]

 

La obra es monumental, con más de 400 páginas por tomo, presenta la obra comentada de autores nacidos entre 1796 y 1856, en su mayoría hombres. A pesar de la discusión abordada por Toruño [17] y Gallegos Valdés [18] sobre el estilo o las influencias de los autores seleccionados por Mayorga Rivas, lo que se discute aquí es más bien el tránsito de vida y obra de un autor y la manera en que se empalma con el trayecto de la conformación de la nación; es decir, se discute lo político y no lo estético.

Los poetas publicados en el primer tomo resumen los dilemas de la nacionalidad: nacen antes que la nación, luchan por consolidar la nación, primero la centroamericana y luego la salvadoreña; la mayoría es masculina, entre los cuales muchos se desempeñaron como funcionarios o militares. Entre sus participaciones fundacionales, está la de presidir o formar parte de instituciones nuevas, como el Ejército o la Universidad de El Salvador, fundada en 1841. Se trata de poesía mayormente épica, en el sentido de ser atravesada por una veta cívica –no importa si es bajo la influencia francesa o española, temas que atañen a Toruño y Valdés- y narra mayormente acontecimientos nacionales o regionales, como las guerras morazánicas. Los poetas reunidos en el tercer tomo viven ya en una ciudad que camina poco a poco a la Modernidad. La capital del Estado del Salvador es definitivamente San Salvador, [19] lugar que fue también la capital federal desde la presidencia de Francisco Morazán, en 1829; la capital no solo es sede de las instituciones del estado, es decir del poder político, sino también del poder simbólico, el cultural, en el que se han fundado otras instituciones, como la Universidad, la Biblioteca Nacional (1870), el Colegio Nacional y las Escuelas Normales. En esas instituciones, y en la diplomacia, estos poetas han desarrollado sus carreras. Al lado del progreso -el vocablo clave de la época- material, el progreso simbólico avanza y se refleja en la literatura: su obra presenta una mayor experimentación escritural o perfeccionamiento de estilo, lo cual implica mayores lecturas, más circulación de ideas y libros. [20] Aparecen también nuevas figuras dentro de la cultura: las mujeres escriben, recitan en cenáculos, como Antonia Galindo (1858-1893), quien fue fundadora de la sociedad literaria “El Porvenir”, de Guatemala; publican en prensa o son personajes reconocidos en sus pueblos natales, como Ana Dolores Arias (1856-1888), poeta romántica de la ciudad de Cojutequepe y Jesús López (1848-¿?) conocida por su poesía “íntima” en San Vicente. Se convierten en sujetos en el campo intelectual. La poesía de las mujeres ocupa un espacio individual que Mayorga Rivas llama “íntimo”. Las mujeres reunidas en Guirnalda salvadoreña, Jesús López, Luz Arrué de Miranda (1852-1932) (tomo II), y Ana Dolores Arias y Antonia Galindo (tomo III), permanecen, sin embargo, por la condición de su sexo, entre las dos esferas: la pública y la privada. Este cruce de espacios estaba relacionado a la mirada que el liberalismo en Centroamérica hacía sobre la mujer. La década de 1880 consolidó el avance del modelo liberal en Centroamérica; la educación laica se propagó en la región y las esferas de poder, Estado e Iglesia, se separaron a través de varias reformas de ley, como la ley del matrimonio civil y divorcio. Y aunque la educación laica y el divorcio eran temas que atañían a las mujeres como agentes políticas, la mirada conservadora prevalecía a la hora de dirigirse a las mujeres. En efecto, aunque Galindo haya sido una fundadora de “El Porvenir” de Guatemala, Mayorga Rivas destacaba otros atributos suyos: “Antonia Galindo se dedica desde entonces a los cuidados del hogar paterno; pero su corazón de poetisa le pide alguna vez que escriba sus impresiones, y entonces brotan de su pluma sentimentales versos, fáciles y tiernos como arrullos de un ave que gime de melancolía”. [21]


En el trabajo de Mayorga Rivas no hay periodizaciones que pretendan reunir a los poetas a partir de movimientos estéticos a los que la obra pudiera adscribirse, pero hay claramente tres momentos marcados por el nacimiento de los autores: antes de la Independencia de la Monarquía Hispánica; durante la Federación Centroamericana y en el Estado del Salvador. Es por ello que los poetas se encaminan del problema nacional (las guerras morazánicas, la unidad), a lo que se debate en el espacio público (la caracterización de lo hispanoamericano, la guerra de Cuba, la infalibilidad del Papa,) y al proyecto individual, privado, en sus escrituras. Las vertientes desde las que los autores reunidos escribieron su obra los sitúan precisamente en procesos de formación de una comunidad imaginada, pues su poesía imaginó lo que sería la literatura nacional: fue romántica, en imitación del canon español; fue patriótica o épica, a través de una búsqueda de la de un pasado glorioso, en ocasiones una “tradición inventada”; [22] y bucólica, en la búsqueda de la creación del paisaje como el escenario de la nación, en la que significan, reescriben la geografía. Vale la pena señalar que, en diálogo con los comentarios de Mayorga Rivas sobre la obra seleccionada, Toruño en su Desarrollo literario de El Salvador (1958) y Gallegos Valdés en Panorama literario de El Salvador (1962) distinguen entre autores románticos y clásicos. Lo planteado por Toruño y Gallegos Valdés, en su valor literario, puede ser ampliado en posteriores investigaciones sobre la literatura.

Como fuente para la escritura de la historia de la literatura en El Salvador, Guirnalda salvadoreña ha sido la base sobre la que se edificaron antologías y colecciones de poesía posteriores, como Parnaso salvadoreño (1910), de Salvador L. Erazo; Parnaso migueleño (1942), de Juan Romero; las mencionadas obras de Gallegos Valdés y Toruño, y otras piezas de comentarios críticos como el Índice antológico de la Poesía Salvadoreña (1982), de David Escobar Galindo; y Perdidos y delirantes (2012) de Vladimir Amaya, entre otros.

 

Nacer antes que la nación

La principal operación de Mayorga Rivas en Guirnalda salvadoreña es dotar a los autores de una nacionalidad. El gentilicio salvadoreño ha aparecido en el lenguaje jurídico y en la prensa desde la formación de la Federación, e incluso antes, vinculada a la Intendencia de San Salvador. Sin embargo, la apropiación de la nacionalidad de Mayorga Rivas se plantea en una dinámica diferente al lenguaje jurídico o político anterior. Entonces, los salvadoreños eran quienes vivían en la Intendencia de San Salvador o el Estado del Salvador, fundado en 1824 a través de su primera Constitución. En el libro, Mayorga Rivas no nombra a los que viven, sino a los que han muerto, a quienes nacieron antes que la nación.

El primer tomo de Guirnalda salvadoreña incluye a seis poetas salvadoreños que nacen antes que el Estado del Salvador: Miguel Álvarez Castro (1796-1856), Enrique Hoyos (1810-1859), Francisco Díaz (1812, 1845), Ignacio Gómez (1813-1879), Julián Ruiz (1817-1877) y Rafael Pino (1820-1864). Siendo la nacionalidad una invención pero también un instrumento jurídico que se adquiere al nacer, la operación de Mayorga Rivas es transgresora porque la nacionalidad se adquiere con la muerte. Ninguno de los seis poetas salvadoreños que fundan la poesía nacional seleccionados por Mayorga Rivas nacieron en el Estado del Salvador; nacieron antes de que el Estado, en una jurisdicción colonial; vivieron la Federación y por ello en su escritura cívica (en consonancia con la comunidad cívica de Smith) la identidad será centroamericana y no salvadoreña. Es decir que, a pesar de la operación que dota de salvadoreñidad, la poesía demuestra que la nación imaginada por estos poetas era la centroamericana.

Lo salvadoreño en Guirnalda salvadoreña puede nacer de este axioma: es salvadoreño el que ha nacido en el territorio de El Salvador incluso antes de que El Salvador exista como Estado. Pero el territorio tampoco es tierra firme. Los límites del territorio y la frontera no definen hasta cierto punto el verdadero origen de una comunidad política. En ella, el territorio compartido es un elemento definitorio de identidad, sin embargo, el Estado del Salvador se ha unificado apenas medio siglo antes de la publicación. El país es móvil, como los mojones que marcan las fronteras. Hasta 1824, la alcaldía mayor de Sonsonate, jurisdicción de la Capitanía General de Guatemala, pasó a ser territorio salvadoreño, entre otros ejemplos. Estas operaciones de la geografía y la política serán las que formen el territorio que se reconoce como salvadoreño a finales del siglo XIX. [23]

La operación de dotación de nacionalidad va a repetirse con los poetas nacidos durante la Federación y que morirán finalmente en el Estado del Salvador, como Juan José Cañas, nacido en 1826, Francisco Iraheta y otros, quienes tendrían que haber nacido centroamericanos. La reflexión que requiere la publicación final de Mayorga Rivas está vinculada a las preocupaciones por la nación en Occidente, una discusión importante que se dio en ambas orillas, entre Europa y la recién independizada Hispanoamérica, a lo largo del siglo XIX. La nación, además de una preocupación política, es una preocupación cultural. No es posible estimar una lectura de Ernest Renan en Mayorga Rivas, pero sus preguntas se sitúan en la misma discusión sobre la nación y la nacionalidad que Renan sostiene en Europa en 1882, en el contexto de la guerra francoprusiana y el ser francés. En su discurso, se señalan los valores que Mayorga Rivas confiere a la salvadoreñidad de estos poetas: el territorio común, la historia compartida, la lengua y la religión, pero, a la vez, cuestiona también estos elementos como indicadores monolíticos. Renan concluye que una nación es “una gran solidaridad construida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y por los que aún se está dispuesto a hacer”. [24] La operación de Mayorga Rivas a través de la literatura es una nación en consonancia con la discusión del momento. 

Antes, ser salvadoreño se definía desde otros papeles, como la Constitución. En efecto, la primera Constitución del Estado del Salvador, de 1824, define como salvadoreños a los nacidos en el territorio –territorio aún inestable, fronterizo, cartografía imaginada, sin mapa oficial-. Después de la disolución de la Federación, el uso político de la categoría se complejiza. Existe la posibilidad de nacionalizarse y a pesar de ser salvadoreño de nacimiento la atribución del ciudadano depende de otras calidades, como la instrucción. La fundación literaria de la nacionalidad salvadoreña en un campo de tensión con la centroamericana es además crucial para el momento, pues la década de 1880 será escenario de nuevos intentos unionistas y guerras regionales. Lo que esta publicación activa es la discusión de quién es -o se considera- salvadoreño a través de lo que Smith llama geografía moral de la nación. La salvadoreñidad, como hecho y como tema, aparece poco en el primer tomo de Guirnalda. Hay, sin embargo, y esto es muy importante, una noción de capitalidad en San Salvador, además de una mirada hacia Cuscatlán, la fundación mítica del territorio, el reino perdido antes que la nación. En el devenir de San Salvador y su capitalidad hay mucho de consolidación identitaria. La Federación presidida por Francisco Morazán confirió a San Salvador el peso político de la capitalidad frente al papel histórico de Guatemala, que disputaba la sede. La Federación situó el poder político en distrito federal de San Salvador hasta 1839; disuelta esta, San Salvador se convirtió en la capital de un nuevo Estado. En relación a la cultura cívica en los poemas de los primeros salvadoreños, destaca la figura de Francisco Morazán, encarnación de los valores liberales, a través de la exploración de la oda y la elegía. Y con respecto al sitio de la historia, la poesía de Isaac Ruiz sobre Cuscatlán, la fundación mítica del territorio luego nombrado salvadoreño, y la de Octaviano González sobre la capital San Salvador. Entre fundación y territorio, paisaje y nación, los poetas seleccionados por Mayorga Rivas dibujan la geografía moral de una nación. En ese sentido, sobre Cuscatlán, Ruiz escribirá:

 

Las turbias ondas correr miraba,

Sintiendo el pecho secreto afán:

Dulces canciones de amor soñaba

Para mi hermosa de Cuscatlán.

Hay en la patria querida

Donde se meció mi cuna

Bellezas como ninguna

Las ostentó otra ciudad:

Solo á la orilla del Rímac

Las simpáticas limefias

Parecen salvadoreñas (sic).

 


Después del terremoto de 1873, San Salvador volverá a aparecer como un lugar de peligro telúrico, que merman en mucho sentido los avances del progreso y la tecnología. Pero San Salvador es símbolo: de intendencia pasó a Estado; y en una federación dejó de ser ciudad cualquiera para ser capital, fundación de poder, espacio de una nueva identidad. Octaviano González escribió así a la capital:

 

Les dice . . . la esperanza.

Sus esfuerzos

Coronaron:

Ya lograron

tu salud; y tendrá:

“Ciudad querida,

Tu perdida

Juventud.

En tus torres,

Altanera

La bandera tricolor,

Tus esfuerzos

Acrecienta,

y se aumenta” (sic) [25]

 

La inestabilidad política de la capital y su consecuente movilidad pudo permitir, también, descentralizar la actividad de creación literaria. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, los gobiernos de Zacatecoluca y Cojutepeque, vinculadas a la antigua capitalidad y escenarios del poder agrario, adquieren imprentas, también se desarrolla en la zona oriental del país una considerable actividad periodística. De hecho, buena parte de los autores reunidos por Mayorga Rivas nacieron en la zona oriental del Estado del Salvador. Si la república de las Letras, como plantea Rama (2004) depende del desarrollo de la ciudad, y este desarrollo permite pensar en la capital como eje centralizador del desarrollo, el paradigma se rompe con la producción literaria del Estado del Salvador, hecho que debería considerarse para estudios posteriores sobre la literatura en el siglo XIX. Una de las razones por las que se rompe con el paradigma de la ciudad es que en Centroamérica la frontera del campo-ciudad en el siglo XIX no había sido estrictamente trazada. Aunque los servicios de la modernidad se situaran en la capital, las ciudades centroamericanas del siglo XIX poseían pasajes tan rurales como las campiñas.

 

Poetas funcionarios, poetas periodistas

La mayoría de los poetas reunidos por Mayorga Rivas escribieron a la nación desde todos sus papeles, los públicos y los privados. Un balance entre la consolidación de una nación y sus instituciones culturales y las trayectorias de los poetas citados por Mayorga Rivas se traducen en una relación paralela: la imprenta se introduce en El Salvador en 1824; [26] la Universidad de El Salvador será fundada hasta 1841, y la Biblioteca Nacional, 30 años después. Las instituciones salvadoreñas se consolidan al mismo tiempo que las vidas o las carreras literarias y políticas de los poetas. Como se dijo arriba, muchos de ellos fundaron o dirigieron estos organismos.

Aún no podría trazarse una distinción de las esferas cultural-literaria y política; la carrera pública puede ser, a la vez, carrera literaria, como indica el perfil del hombre letrado planteado por Rama en La ciudad letrada. El hombre de letras es también el hombre de leyes, el funcionario. Porque en el Estado del Salvador, la escritura y la lectura dotan de la ciudadanía como privilegio, desde la Constitución de 1861 hasta la de 1883. Así, pues, los hombres letrados seleccionados por Mayorga Rivas están fundando dos repúblicas: la de las letras y la de la política. La mayoría de estos hombres letrados desempeñó cargos públicos, pero fueron más destacados quienes escribieron textos patrios, como Francisco E. Galindo (1850-1896), autor de la Cartilla del ciudadano de 1874; Isaac Ruiz Araujo (1850-1881), escritor del Himno salvadoreño; y Francisco Díaz (1812-1845), autor de Himno patriótico incluido en el primer tomo. Díaz fue además militar, de doctrina unionista, murió en batalla contra el ejército hondureño en 1845. Díaz entregó a la literatura la pieza generacional del lamento federal, la tragedia “Morazánida”, presentada póstumamente en 1848.

Así como la mayoría de los poetas del primer volumen tuvo una carrera militar, la mayoría de los poetas del segundo y tercer volumen tuvo una carrera política, entre las instituciones locales y la diplomacia. En el segundo tomo, destaca que los poetas son además periodistas; este crecimiento de una comunidad lectora que se encamina a la esfera de la opinión pública los coloca como garantes de ciertos valores liberales, como la libertad de expresión o la difusión de la información. Desde periódicos como El Cometa, El amigo del Pueblo, El Faro, El observador, La linterna mágica, El Faro, La tribuna, El fénix, El universo, La América Central, El álbum, La Prensa, El boletín municipal, entre otros, los poetas- periodistas publicaron su poesía o discutieron los temas que atañían a la nación y formaron, a través de esta dinámica, un espacio para la opinión pública. Detrás de la generación de los poetas militares, como Álvarez Castro, Hoyos, Díaz o Eliseo Miranda, otros poetas se movieron en las nuevas instituciones del Estado, como Antonio Guevara Valdez (1845-1882), quien fundó la Universidad de Occidente; Ignacio Gómez (1813-1879), que gozó de una carrera diplomática de amplia movilidad en Hispanoamérica; Isaac Ruiz Araujo se desempeñó como funcionario de la Suprema Corte de Justicia; Rafael Pino ( 1820-1864) fue rector de la Universidad de El Salvador; Manuel Delgado (1823-1923) fue también rector de la Universidad de El Salvador, durante la administración de Zaldívar. Otros poetas coetáneos desempeñaron cargos menores en el Estado, como Jeremías Guandique Eugenio Solís, Adolfo Rodríguez; Antonio Naranjo, Manuel J. Barriere, Mariano Cáceres, Belisario, entre otros. Como ha apuntado Doris Sommer en Ficciones fundacionales, [27] los hombres de letras son los mismos padres de la patria. Y aunque ninguno de los poetas desempeñó la presidencia de la República, como sucedió con escritores en América del Sur, muchos de ellos participaron en la construcción de la nación, como Julián Ruiz (1817-1877), quien tuvo varios cargos públicos entre 1837 y 1857, entre Federación y Estado nacional, pero cuya participación más importante fue la participación en la Asamblea Constituyente de 1872.

Las redes políticas y culturales se tejían con un mismo hilo en El Salvador del siglo XIX; muchas veces también fueron redes familiares. Así, Antonia Galindo fue hermana de Francisco E. Galindo y Julián Ruiz fue el padre de Isaac Ruiz, uno de los poetas decimonónicos más ponderados por la crítica literaria del siglo XX, sobre todo por Gallegos Valdés y Toruño. Ninguna de las mujeres incluidas en Guirnalda salvadoreña participó de cargos políticos o públicos; sin embargo, Antonia Galindo fue reconocida como socia honoraria de la Sociedad Científica de Guatemala “El Porvenir”. [28]

Este ejercicio de narración de la nación desde papeles poéticos escritos por funcionarios permite acotar lo que sostiene Migdal: [29] son en realidad los funcionarios los que hacen al Estado. Migdal y otros autores sostienen que son los funcionarios los que crean el Estado y la supraestructura, pues el funcionario se cuela –a partir de la cultura de la burocracia- en los intersticios que relacionan instituciones y ciudadanía. Entre Migdal y Rama podemos anotar sobre los poetas funcionarios de la Guirnalda salvadoreña: funcionarios que rompen la escritura del Antiguo Régimen –netamente burocrática- y que a través de su escritura individual se sitúan ante los problemas de la individualidad, tan importante dentro del espíritu liberal.

 

A modo de conclusión

Un acercamiento a Guirnalda salvadoreña como dispositivo político permite plantear otras preguntas para la historia política salvadoreña, que apuntan a la creación de la nación desde un artefacto cultural. Esa comunidad imaginada donde los hombres de letras tendrán el papel preponderante, casi decisivo, de la consolidación de la identidad continuará hasta contextos donde la pregunta por la nacionalidad, la fundación y el territorio sean medulares para la formación de las políticas culturales, como sucedió en El Salvador con respecto a la generación de la década de 1930 del siglo XX. El libro es una fuente para investigar la formación del campo intelectual salvadoreño.

El trabajo de Mayorga Rivas tiene implícita una pregunta por el pasado. Guirnalda salvadoreña, en su selección de “bardos del Salvador”, busca a la historia literaria y con ello política de El Salvador. La respuesta no está explícita tampoco, pero muestra los trayectos a través de los cuales poetas nacidos antes que la nación, durante la Federación o con la República misma se han imaginado y escrito y han mirado precisamente hacia un pasado compartido. Esa comunidad voltea la escritura hacia un pasado inmediato, basado en el trauma federal, donde comienza la memoria de la nación y la nación misma, y no hacia el Antiguo Régimen. Mirar hacia Centroamérica homogeniza en tanto que plantea una identidad criolla épica compartida donde lo indígena y no mestizo aún no operan como cuestión o problema nacional. También permite mirar cómo los primeros poetas salvadoreños se fueron acercando hasta la creación de un mito fundador que será desarrollado después por Francisco Gavidia cuando escriba Historia Moderna de El Salvador (1917) y con los elementos propios de la ficción escriba la historia, a través de la batalla de Atlacatl, la creación de un héroe glorioso pretérito. Aunque hay preguntas hacia ese pasado étnico en algunos escritores, como Joaquín Aragón y sus escritos sobre Tecún Umán o Sihuatehuacán, no hay una inquietud aún por lo indígena y lo mestizo de la manera en que estos temas inquietarán a las generaciones de medio siglo por venir. Los poemas reunidos en los tres tomos de Guirnalda salvadoreña fueron escritos desde una nación criolla, y, en ese sentido, homogénea.

La nación salvadoreña de Guirnalda, en tanto homogénea, tiene un pasado común que deriva en esa fraternidad señalada por Anderson: “se concibe como un compañerismo profundo, horizontal”. [30] Y es moderna porque su publicación está vinculada a una serie de reformas culturales llevadas a cabo por el gobierno de Zaldívar.

En la poesía publicada no hay una mirada hacia el Antiguo Régimen, el paradigma está roto ya -¿y dónde están las escrituras coloniales de lo que en ese momento se consideraba el actual Estado del Salvador sino vinculadas a lo religioso como las confesiones de Ana Guerra de Jesús?- y el pasado casi puede tocarse con las manos porque hasta el momento de publicación de los libros hay en El Salvador un único monumento al pasado, esa historia de bronce está precisamente anclada en Francisco Morazán, una escultura colocada por la administración de Zaldívar en una de las cuadras principales del centro de San Salvador y que fue inaugurada precisamente con un poema de Joaquín Aragón:

 

¡Oh, tú, sombra querida

del mártir dela Unión, permite ahora

que en nombre de la patria agradecida

me atreva á saludarte y ofrecerte

el corazón de un pueblo que te adora. [31]

 

En ruptura con el Antiguo Régimen, la historia se inaugura evidentemente con la independencia, y el 15 de septiembre recorrerá como sitio de memoria [32] los tres tomos de Guirnalda salvadoreña, desde Miguel Álvarez Castro, en el tomo I, hasta Joaquín Méndez, en el tomo III. Como sitio de la memoria, la efeméride representa gloria y tragedia; y con un poema escrito en 1881, Méndez evoca el magnicidio de Morazán.

Pero volviendo a la pregunta por el pasado, Guirnalda salvadoreña inaugura la relación del Estado del Salvador con el futuro. En su concepción de nación obedece a un proceso sobre el olvido -y no hay fundación, no hay memoria sin olvido-, pues con su publicación se establece un re-comienzo, en palabras de Marc Augué. [33] En la operación, aparece la pregunta de una nación que busca hacia atrás antes del nacimiento de la nación y se funda en una sociedad secular y moderna como un acto radical que inaugura el futuro. No hay necesariamente un olvido del pasado, como se cumple a cabalidad en la figura propuesta por Augué, pero existe una acción inaugural del futuro, hacia una nación moderna y hacia una literatura nacional, como escribe Mayorga Rivas en su prólogo: “El movimiento literario en El Salvador es nuevo”. [34] Pues como sostiene Augué: “todos los tiempos son tiempos de presente y el futuro no hace más que insinuarse en él”. [35] Guirnalda salvadoreña es una operación inaugural y es por tanto presente, precisamente porque “el futuro que se ha de recuperar no tiene aún forma”. [36]

A pesar de la añoranza federal, la convulsa trayectoria de la Federación y su relación sobre todo con San Salvador no habría permitido la creación de una literatura nacional, ni de la literatura misma como arte; por lo que la República, aunque no alentó consolidadamente la identidad local, logró alentar la producción intelectual local que a través de la operación de Mayorga Rivas apelaría al sentido de identidad nacional. En el pasado común también reside la diferencia, y de esta diferencia se trata para situar a El Salvador frente a Centroamérica. Para narrar la nación, Anderson propone periódicos y novelas como instrumentos del unificador “capitalismo impreso”, sin embargo su mirada no llega hasta la poesía, siendo esta la que primó en El Salvador sobre todas las artes escritas. La respuesta no corresponde a este trabajo pero sin duda abre una interrogante para los estudiosos de la literatura y de la nación: ¿Por qué en el naciente Estado del Salvador se asiste a una fundación lírica de la nación?

 

NOTAS

Este texto apareció en la Revista Cultura 118 de El Salvador.

1. En Silva Hernández, Margarita, “El unionismo científico”, El Colegio de México, México 2005.

2. Esto también tiene una relación con los consumos del libro y la literatura, que ahora podríamos caracterizar como histórica, científica o de ficción. En su investigación “Leer libros importados…”, sobre el consumo de impresos en la República de El Salvador la primera mitad del siglo XIX, María Tenorio apunta: “Habrían coexistido en el istmo esas dos vías de acceso a libros importados: los objetos traídos por comerciantes y los traídos por particulares en sus viajes al extranjero. En los dos casos señalados, sin embargo, se trata de hombres involucrados en actividades políticas”.

3. Altamirano, Carlos. Historia de los intelectuales en América Latina, Katz editores, Buenos Aires, 2008.

4. Lascaris, Constantino, Historia de las ideas en Centroamérica, 1970, p. 397.

5. Williford, 1969.

6. Anderson, Comunidades imaginadas, 1993.

7. Smith, La identidad nacional, (1997)

8. Smith, p.18.

9. Anderson, 1993, p. 23.

10. Tenorio, 2008, p. 130.

11. Tenorio, p. 136.

12. Anderson, 1993, p. 47.

13. En el momento de la publicación del primer tomo, Román Mayorga Rivas tenía 18 años; posteriormente fundaría el Diario del Salvador, y sería activo participante de los sucesos culturales salvadoreños.

14. López Bernal, Tradiciones inventadas y discursos nacionalistas, 2007.

15. El resaltado es mío.

16. Mayorga Rivas, Román, Guirnalda salvadoreña, 1884, I-II.

17. Toruño, 1958.

18. Valdés, 1962.

19. En 1854, un terremoto destruyó San Salvador, lo cual dio inicio a una serie de acciones para mover la capital a otro territorio. La propuesta fue fundar una nueva ciudad, la Nueva San Salvador, conocida posteriormente como Santa Tecla. Sin embargo, el interés por la capitalidad fue una disputa entre varias ciudades, y finalmente la capital, sede de los tres poderes del Estado, se trasladó a Cojutepeque.

20. Tenorio (2006) señala que entre 1824 y 1850 destacan los autores franceses. Ayón, en la introducción al primer tomo destaca la presencia de Espronceda. Ya para 1880 también se puede distinguir una lectura de obras inglesas.

21. En Guirnalda Salvadoreña, tomo III, 1886, p. 50.

22. Hobsbawm, La invención de la tradición, 1983, p. 7.

23. Quizá una operación irónica en estas adquisiciones de la nacionalidad sea que los poetas nacidos en este periodo no sean ni salvadoreños ni guatemaltecos, sino guanacos. Guanaco era un gentilicio que se daba a todos los habitantes de la capitanía general que nacieran fuera de su capital, Santiago de los caballeros de Guatemala. Es decir que, quienes luego sean hondureños o salvadoreños fueron antes guanacos. La discusión es más que provocadora para nuestros tiempos.

24. Renan, 1998, p. 65.

25. En Guirnalda salvadoreña, tomo I, 1884, pp. 333-334.

26. López Vallecillos, 1987 p. 29.

27. Sommers, Ficciones fundacionales, (1991).

28. En Guirnalda salvadoreña, 1886, p. 50.

29. En Estados fuertes, estados débiles, 2011.

30. En Comunidades imaginadas, p. 25.

31. En Guirnalda salvadoreña, tomo III, 1886, p. 307.

32. Nora, Pierre, “La aventura de los sitios de la memoria”, 1998.

33. En Augé, Marc, Las formas del olvido, 1996, p. 67.

34. En Guirnalda salvadoreña, tomo I, 1884, p. IV.

35. En Augué, p. 68.

36. En Augué, p. 68.

 

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ELENA SALAMANCA. Escritora e historiadora.
Es candidata al Doctorado en Historia en el Colegio de México y en sus tesis investiga las relaciones entre unionismo centroamericano, ciudadanía y exilio en México en las décadas de 1930 a 1950. Es Maestra en Historia por El Colegio de México (2016) y Máster en Historia Iberoamericana Comparada por la Universidad de Huelva, España (2013). Como académica, ha recibido las becas de estancia de investigación académicas de los programas Llilas Benson, Instituto Teresa Lozano Long de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin, en 2016, y el Programa de Movilidad Académica de la Secretaría General del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), en 2017. Como escritora, recibió la Beca del Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) y la Agencia de Cooperación Española (AECID), en 2009. Ha publicado los libros de poesía y ficción Claudia Lars. La niña que vio una salamandra (El Salvador, 2020); La familia o el olvido (El Salvador, 2017 y 2018); Peces en la boca (México, 2013 y El Salvador, 2011); Landsmoder (El Salvador, 2012) y Último viernes (El Salvador, 2008 y Suecia, 2010). Su literatura ha sido traducida al inglés, francés, alemán y sueco y ha sido publicada en antologías en Hispanoamérica, Estados Unidos, Francia e Inglaterra. En 2012, fundó, junto al artista Nadie, la Fiesta Ecléctica de las Artes, FEA, que durante cinco años reunió el trabajo de artistas salvadoreños y centroamericanos con voces y procesos peculiares. Su obra vincula literatura, performance, memoria y política en el espacio público. Entre sus obras están Solo los que olvidan tienen recuerdos (México 2009; El Salvador 2012 y 2018); Landsmoder (2011); El descanso del guerrero. Un duelo amoroso para Roque Dalton (2017); Hiato (2017) y Letanías para Mélida Anaya Montes (2018).

 


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