terça-feira, 17 de agosto de 2021

JULIO EDGARDO ZEPEDA VARGAS | Sobre el fenómeno de la religión en El Salvador: breves apuntes sobre el “Conflicto Social” y su impacto en el contexto de cuarentena por covid-19 en la celebración de la cuaresma y la semana santa en la Parroquia Santiago Apóstol, en Chalchuapa, Santa Ana, durante el año 2021



Introducción

Pocas veces nos tomamos el tiempo de ponderar el significado que tienen las cosas que van desapareciendo, cómo es que estas se van transformando y el impacto que tienen esas transformaciones. En el caso de los fenómenos socioculturales, esas transformaciones resultan de suma importancia, puesto que en la mayoría de las veces son producto de complejos conflictos cuyo resultado es esa transformación. No importa quién resulte “ganador” de esos conflictos, puesto que el mero desarrollo del mismo es lo que dinamiza el fenómeno sociocultural. De tal manera que el Conflicto Social, resulta ser un componente indiscutible para el desarrollo de una cultura.

El Conflicto Social siempre ha sido una preocupación para las Ciencias Sociales, de ello da fe una larga, y urgente, bibliografía, entre cuyos autores es posible mencionar a Max Gluckman, con Costumbre y Conflicto en África (1956); Randall Collins y su Sociología del Conflicto (1975); y principalmente el libro Función Social del Conflicto (1956), de Lewis Carroll, entre otros.

Por supuesto, el Conflicto Social es algo a lo que nos podemos asomar desde distintas ciencias sociales, la antropología no es una excepción. Sin duda, detalles puntales como la etnografía de este tipo de fenómenos es algo que merece un libro completo en el que podamos ofrecer los insumos mínimos para que toda persona que se disponga este tipo de enfoque en cualquier tema, no deba enfrentarse a los retos con los que otros investigadores han debido bregar.

Pese a estas palabras introductorias sobre el texto que aquí ofrezco, este documento tiene por motivación ofrecer un par de reflexiones acerca de un tema que me ocupó en abril de 2018 y 2019, en la parroquia Santiago Apóstol de la ciudad de Chalchuapa, 80 kilómetros al occidente de San Salvador, capital de El Salvador. Ahí me propuse investigar la relación entre el Conflicto Social y la Religión, específicamente en lo tocante a la celebración de la Cuaresma y Semana Santa de aquellos días. Dos años después, y bajo las medidas tomadas por pandemia, ofrezco estas reflexiones sobre el devenir de lo observado, y su desenvolvimiento a la fecha. De tal manera que ofrezco en un apartado siguiente, una breve introducción acerca de la importancia de observar una expresión de Religiosidad Popular como lo es Cuaresma y Semana Santa en El Salvador, así como sus actores principales, a razón de entender cuál es el papel que juegan en el Conflicto Social y cuál es su relación con la Religión. Por último, me daré a la tarea de ofrecer unos apuntes sobre la celebración en contexto de cuarentena para 2020 y 2021.

 

La procesión de los descalzos: cofradías, cuaresma y semana santa en Chalchuapa

Hablar de Religiosidad Popular en una parte de Latinoamérica implica, inevitablemente, hablar de grupos particulares que desarrollan año con año estas celebraciones, y que en los siglos pasados estuvieron íntimamente relacionados con la organización necesaria para el proceso de dominación socio-política en estos países, las “Cofradías”. Como señala Jesús Delgado Acevedo: “en las provincias de San Salvador, Sonsonate, y San Miguel, las cofradías de los santos tuvieron mucho más éxito que en la misma arquidiócesis de México.” (Delgado, 2013: 123). En la misma obra, el autor cataloga a la “Cofradía” como una tradición de origen español, que los criollos ocuparan para defender su identidad frente a influencias ajenas. Sin embargo, la jerarquía de esta organización encontraría correlación con los modos de organización indígena, hecho que sirviera como el asidero perfecto para su funcionamiento. En “El poder eclesiástico en El Salvador” Rodolfo Cardenal, nos muestra que estas detentaban una importancia considerable con un impacto que excedía aquello que suscribía el plano meramente religioso, para trascender al plano autoritario, incluso: “Las comunidades de El Salvador, como muchas otras de Meso-América, estaban organizadas en una jerarquía político-religiosa integrada por una serie de cargos desempeñados por los miembros masculinos durante un año. Las actividades de estas comunidades pueden caracterizarse desde dos puntos de vista, como una serie de servicios ordenados jerárquicamente y como un sistema de poder en el cual la autoridad, tendió a concentrarse en los niveles más elevados” (Cardenal, 1980: 147).

Dadas las propiedades que tenían la mayoría de cofradías, estas gozaban de una autonomía que reñía abiertamente con la autoridad inmediata: los curas locales, y por extensión, la Iglesia. Las expresiones de esa autonomía eran variadas y no sólo suscribían a lo meramente económico, sino también a la moralidad religiosa. Las costumbres de las cofradías incluían alcoholismo y fiestas “con mucho desorden” hechos que reñían directamente con la moral que promovía a ultranza la Iglesia en general. Esto llevó a exteriorizar reclamos por parte de muchas iglesias, dentro de las cuales, se encuentran reclamos hechos por el párroco de Chalchuapa, en donde cita Cardenal Chamorro nuevamente: “El párroco de Chalchuapa enfrentó la misma situación común a las otras parroquias. Dijo que en sus explicaciones hacía ver frecuentemente ‘el gran mal que causa a las almas el pecado, no hablo claro sobre esta materia porque a la verdad me da pena ser franco, pero indirectamente si lo hago, y lo hago directamente en conversaciones particulares, lo mismo que en el confesionario’” (Cardenal, 1980: 47).

Como un ejemplo más a lo anteriormente citado por Cardenal, este investigador nos brinda el siguiente texto extraído de la visita a la parroquia de Chalchuapa, el 7 de abril de 1897. En esta nos arroja luces sobre las costumbres y participación de la Cofradía que nos disponemos a estudiar: “En la vecina parroquia de Chalchuapa los indígenas continuaban con sus inveteradas costumbres. La principal fuente de dificultades seguía siendo la cofradía de la cruz a la cual pertenecía casi toda la población. Los cofrades, guardando en todo un gran orden, continuaban fieles a sus

 

“antiguas e inveteradas costumbres” sin reconocer ni autoridad ni legislación eclesiástica. Los trabajos del párroco eran inútiles y arriesgados porque “al momento se alborotan i veces ha habido que han apelado al recurso de armarse y promover escándalos de alguna consideración.” Los cofrades recogían dinero entre ellos para la celebración de sus solemnidades durante la semana santa; el 3 de mayo, día de la cruz, y el 14 de septiembre. Pérez aprobó canónicamente la cofradía pero con la condición de que se ajustase al reglamento general sobre cofradías en el sínodo de 1892. (Cardenal, 1982: 231-232).

 


Aprietos como estos sólo son un par de ejemplos de los que se quejaba el clero, pero desde entonces debían ser respetados puesto que la más mínima insinuación de suprimir la libertad de hacerlos, muy probablemente hubiera implicado un levantamiento local de la feligresía. Una localidad nada menor si tomamos en cuenta que, para el siglo XVII, David Browning (1998 [1975]) ubica a Chalchuapa, como el pueblo occidental donde más de la mitad de la población era indígena, lo suficiente para poder regular el asentamiento ladino (Browning, 1975: 217); de la misma forma que si tomamos en cuenta los datos que nos brinda el cura Phelipe Azeytuno, fechada para mil setecientos sesenta y nueve, en donde da fe de unas 26 cofradías, cada una en disposición de cierto número de cabezas de vacas, entre otras propiedades. A su vez, en la misma carta, Azeytuno nos brinda otro valioso aporte:

 

que el idioma que se habla en este Pueblo es el que llaman Pocoman, del usan los Indios entre si, y muy poco. No se les administran los Sacramentos, ni se les predica en su Idioma: ni hay en este Pueblo Ladino alguno que la sepa, habiendo nacido en este Pueblo, y criado con ellos. (Montes, Santiago: 203).

 

Es decir que a lo largo de la historia de esta comunidad nos encontramos con grupos étnicos portadores de una fuerte autonomía que se vieron obligados a desarrollar prácticas que les permitieran conllevar nuevas y viejas costumbres, una estrategia que bien puede ser registrada como “Sincretismo” o lo que algunos autores han llamado “Transcodificaciones o resignificaciones” es decir que “desde esta perspectiva, la necesidad de conservar ciertos saberes y condiciones básicas de interacción con el mundo condujo a los pueblos indígenas colonizados a crear medios híbridos de relación. Mecanismos de resistencia cultural que se observan en la periferia de la comunicación. Esta forma de reacomodar condiciones sociales, rituales y culturales consolidó indirectamente el colectivo y facilitó la permanencia de aquellos aspectos más relevantes de la identidad local” (González, 2015: 158).

Así, sobreponiéndose en el tiempo al desarrollo de levantamientos armados populares, dictaduras o el mismo conflicto armado que tuviera su fin en 1992, la tradición pudo sobrevivir con una estructura que no variaba mucho y que seguía conservando la mayoría de características hasta que tuve la suerte de observarla para 2018. En donde la celebración, grosso modo, consta de cierto desarrollo que me atrevo a puntualizar aquí, y en el cual pasaré a detenerme en los puntos álgidos del conflicto social observados para aquellos años.

En mi investigación “Conflicto Social Y Religión: Análisis Antropológico Sobre Semana Santa En La Parroquia Santiago Apóstol, Chalchuapa, Santa Ana (2018)”, y a partir de Otto Maduro, identifico a los productores de la celebración en tres grupos de interés a partir de su acercamiento con los intereses que los reúnen: un primer grupo es la feligresía en general, con la que me refiero a todas aquellas personas que se acercan para disfrutar del desarrollo de la celebración, pero que no tiene ninguna incidencia en cuanto a la toma de decisión de las mismas; los representantes locales de la Iglesia católica, quienes a su vez buscan y encuentran eco en ciertos feligreses o grupos particulares; y por último el complejo sistema de cofradías.

El complejo de cofradías de la parroquia Santiago Apóstol en Chalchuapa, está compuesto por la Hermandad de Jesús Nazareno, el grupo de Cargadores del Santo Entierro (o Cofradía de la Cruz, como prefieren ser llamados); y la Cofradía de Nuestra Señora de Dolores, o Cofradía de Dolores, en términos prácticos. La Hermandad de Jesús Nazareno y la Cofradía de Dolores son dos grupos que procuran un apego a la vida religiosa convencional y en el caso de la Hermandad, una que ha demostrado gozar de autonomía, ya sea por el alto componente de hombres jóvenes o por su historia (en algún momento estuvo unida al grupo de Cargadores del Santo Entierro, una investigación histórica que merece ser reconstruida), para 2018 distaba mucho de las otras dos agrupaciones. La Cofradía de Dolores, por el contrario, ante la imposibilidad de encontrar una postura autónoma, encontró estrategias para sobrellevar las diferencias con la curia local, y para el caso particular de 2018, el grupo de Cargadores del Santo Entierro fue el que buscó las estrategias más disimiles para sobreponerse a los mismos embates que las otras.

Los conflictos a los que hago mención tuvieron lugar en el año de 2018, durante el desarrollo de mi investigación. Dada la extensión de los mismos, intentaré puntualizarlos con el fin de destacar los puntos que pretendo demostrar. Estos pueden ser resumidos de la siguiente manera:

Para la celebración de 2018, una de las preocupaciones de una parte de la feligresía era el rumor de que sería removida la escalinata que era colocada en el altar mayor durante la Semana Santa, misma que servía para distintos actos, pero principalmente para colocar la imagen del Cristo Yacente durante los actos del Viernes Santo. Esta imagen es tutelar para la Cofradía de la Cruz, su quehacer se mueve alrededor de la misma. Dado que este rumor empezaba a ser incómodo, el cura párroco, en la homilía del Jueves Santo, previo al uso de la escalinata del día siguiente, argumentó seguir la voluntad del obispo por lo que él entendía la voluntad de Dios. Aquí podemos observar una resolución del conflicto que favorecía totalmente la postura del padre, puesto que en su argumentación apelaba a una carta fechada para el viernes 13 de octubre de 2017 que el mismo obispo había respondido, a propósito de una solicitud que hiciera la Cofradía de la Cruz, para ponerle nombre de la imagen, en cuyo tercer numeral podemos leer:

 


Evitar confusión y desorden en el interior de los templos, por lo que los grupos, movimientos, cofradías o asociaciones, mostrarán el máximo respeto al Espacio Sagrado. En este sentido, en el ejercicio de todo acto de piedad popular velarán escrupulosamente para que no se contravengan las normas litúrgicas de la Iglesia Universal, especialmente en lo referente a los espacios litúrgicos privilegiados en el presbiterio: El Altar, que requiere el máximo respeto por cuanto en él se hace presente el sacrificio de la Cruz bajo los signos sacramentales y que por lo mismo representa más clara y permanentemente a Cristo Jesús que cualquier otro objeto en el templo (Cfr. Instrucción General del Misal Romano, No. 296-298); el Ambón, lugar donde se proclama dignamente la Palabra de Dios, la Sede, silla desde donde el sacerdote celebrante preside la asamblea litúrgica. (Negritas, cursivas y subrayados son parte de la carta original)

 

No hace falta decir lo bien que le venía al párroco una carta y una orden como esta. Cabe preguntarse, ¿dónde queda la antigua autonomía que en este texto he puntuado brevemente, pero de la que gozaban ampliamente las cofradías? Sin embargo, es notorio que las intenciones por imponer un cambio estético, el nombre de la imagen, a un bien mayor, la escalinata, hubieron de poner la primera por sobre la segunda.

Contrario a esto fue el comportamiento del mismo año por parte de la Hermandad de Jesús Nazareno, quien siempre estuvo dispuesta al diálogo pero que no estaba dispuesta a negociar puntos clave en la celebración. Puntualmente ofrecería un ejemplo modélico del punto al que llegaron estas confrontaciones: se pidió que la Procesión del Silencio, una de las más emblemáticas y simbólicas de la semana santa en Chalchuapa, entrara a la media noche del miércoles, luego de un recorrido de cuatro horas en donde los cargadores van descalzos y llevando en hombros la imagen por toda la ciudad. Una petición descomunal, cuando esta procesión ya ha entrado a las siete de la mañana del jueves. La Hermandad no aceptó, pero convino entrarla un poco más temprano, a la una y media de la madrugada, gesto que fue respondido con las puertas cerradas del templo, que fueron abiertas luego de media hora.

Un último apartado a esto, pudiera ser la opinión que tiene acerca de la misma el cura párroco, a nivel personal. Al ser increpado acerca de la celebración de la Semana Santa, expuso que ella consistía en la celebración del Domingo de Ramos y el Santo Triduo Pascual, por lo que la Iglesia Católica entiende la noche del jueves, el viernes y el sábado; todo lo que excede esos días y esas celebraciones es totalmente prescindible para ellos y aun las celebraciones llevadas en ese marco temporal, no precisan todo el contenido de religiosidad popular que sustenta este tipo de celebraciones. Es decir que nos encontramos ante el ya viejo enfrentamiento entre las expresiones de Religiosidad Popular y las expresiones de la Religión Oficial o la Iglesia en tanto institución.

Por supuesto que dentro de la feligresía, o dentro de las mismas cofradías, hay quienes se suman a uno u otro bando, hay quienes expresan su inclinación por la celebración Litúrgica, es decir, la que representa Religión Oficial, algunos llamando incluso “La más espiritual” y aquella parte de la feligresía que defiende la tradición, es decir las expresiones de Religiosidad Popular. Los argumentos a favor o en contra de una u otra posición merecen una revisión; pese a ello, es pertinente revisar los efectos que un cisma de esta magnitud puede tener a posteriori.

En un asomo etnográfico que pude llevar a cabo en cuanto a estas celebraciones para el año 2020, [1] ya es palpable el efecto que aquellas maniobras tuvieron, todo a la sazón de una nueva normalidad en donde, si tomamos en cuenta la falta de autonomía que ya mostraban algunos grupos, no hace falta mucho para imaginar lo que pudo haber ocurrido. Sin embargo, el 2020 bien puede ser interpretado como un breve cese de estos conflictos, puesto que la celebración se llevó a cabo con un gran protagonismo de los medios de comunicación locales y digitales, llevando las celebraciones a la mayoría de pantallas de los habitantes de la ciudad que viven dentro y fuera de la misma.

Pese a lo anterior, habrá que anotar que las estrategias para sobreponerse a esta situación debían ser muy creativas, pese a que suscribieran a las medidas tomadas a propósito del covid-19. Eventos como la bendición de palmas el Domingo de Ramos, fueron los más acompañados por la iglesia local, aunque minutos después de la celebración, los miembros de la Hermandad de Jesús Nazareno se dieran a la tarea de extenderse a repartir palmas por el pueblo, convocando así, a que la gente saliera a recogerlos. Una de las celebraciones emblemáticas para los chalchuapanecos, la Lavada de Ropas, llevada a cabo todos los lunes de la Semana Santa, se vio radicalmente modificada: ella se remitió a la mera celebración de una misa en donde se llevaran las batellas simbólicas de la celebración, al altar mayor.

Para el caso de procesiones significativas, como la Procesión del Silencio, el Vía Crucis Mayor o el Santo Entierro, se remitieron al cambio de túnicas blancas para el miércoles, la mera exposición de las imágenes en el atrio de la iglesia con el rezo del vía crucis por el párroco, y un breve paseo de la Urna del Santo Entierro por la nave central de la Parroquia Santiago Apóstol luego del descendimiento por la tarde del viernes.


En suma, para 2020 nos encontramos con que las medidas golpearon abiertamente las celebraciones propias de la Religiosidad Popular chalchuapaneca, o como ya había señalado en otro documento: [2] que ya nos encontramos ante un giro significativo y probablemente irreversible que están teniendo muchas de nuestras prácticas socioculturales. Estos giros probablemente no están teniendo la atención que merecen dado que tenemos puesta la mira en el impacto que el covid-19 y sus medidas tuvieron en la economía y la política, pero hechos tan determinantes como aquellas prácticas identitarias también se han visto afectados y habrá que detenerse a revisar quién sale vencedor de las mismas.

Por último, las implicaciones para 2021 resultaron todavía más complejas que aquellas que empezamos por anotar en 2018 y 2019. Los representantes locales de la Iglesia Católica, conformados por sus colaboradores y colaboradoras más cercanos, se tomaron por completo la celebración. Bajo los intereses de llevar a cabo una celebración que le dé la espalda a una religiosidad popular centenaria, realizando una celebración meramente eclesiástica, los eventos que llevaron a cabo las mismas estuvieron cubiertos de una violenta segmentación de la población que podía asistir o no a las mismas. Se creó un perímetro de seguridad que cubría rejas las cuadras que circundan la Parroquia y el Parque José Matías Delgado.

La segmentación de la feligresía que era invitada a participar, regulaba también la cantidad de miembros de cada hermandad o cofradía que podían llegar; es decir, que lo que alguna vez fue una celebración dominada por un complejo sistema de cofradías, ahora fue desplazada a ser una celebración llevada a cabo por una pequeña élite eclesiástica y poco conocedora de la tradición.

¿Cómo se hizo expresa esa segmentación?, a través de un sistema computarizado de invitaciones que eran verificados por códigos QR a la entrada de cada celebración. De tal manera que si algún miembro iba a participar en dos celebraciones el mismo día, debía entrar a la primera, registrarse, ser sanitizado, realizar la celebración y luego salir del templo para realizar todo este proceso una vez más. Por supuesto que en cada vez se sanitizaban bancas y demás mobiliario de la parroquia, pero no dejaba de ser una mecánica impuesta por esta pequeña élite que se poco o nada tomó en cuenta a los Especialistas Religiosos por excelencia: los miembros de la cofradía.

A su vez, hay una variable más a tomar en cuenta, y que resulta ajena a cualquier voluntad: la muerte de los principales mayordomos de la Cofradía de la Cruz: Roberto Hernández y Manuel Asensio, y la de la Capitana de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, todas en 2020, así como la remoción del presidente de la junta directiva de la Hermandad de Jesús Nazareno, dejaron acéfalas en cuanto a la práctica, estos grupos.

 

Reflexiones, posibles enfoques de investigación a futuro y demás

Pese a la rapidez con la que hemos revisado el desarrollo de esta celebración a lo largo de cuatro años, podemos notar los cambios que existen desde aquella celebración que se llevara a cabo en 2018 y lo que nos encontramos en 2021. Por supuesto, nadie podría haber atisbado siquiera la aparición del covid-19 y los efectos que estas tuvieran en cada esfera de la vida socio-cultural. Lo que ahora llamamos nueva-normalidad es, en buena medida, la aceleración profunda de ciertos cambios que ya venían ocurriendo, hubiéramos sido conscientes de ellos o no. Lo cierto es que nos atañen a todos por igual.

Previo a la cuarentena por covid-19, ya me preguntaba ¿qué había motivado a la Cofradía de la Cruz a querer ponerle un nombre a su imagen tutelar, el Cristo Yacente? Algunas hipótesis que había logrado barajar era la del impacto que tenía la participación de una buena parte de sus miembros en las celebraciones de la Semana Santa en Antigua Guatemala. Muchos de estos miembros iban regularmente al hermano país para cargar allá, un hecho que bien podría merecer toda una investigación. Mi hipótesis no era gratuita: el anda de 42 cargadores en la cual se procesionaba cada Viernes Santo la urna del Santo Entierro, fue elaborada en Antigua Guatemala y fue traída a principios de los años 80. Ello implicó que la lógica a través de la cual se puede participar en la cofradía, sea muy similar a la de la participación en Antigua Guatemala: se paga una módica cantidad por llegar a cargar, el concepto que figura en el recibo es el de Donación, y ello no cubre, ni puede ser entendido, de ninguna manera, como “pago por cargar”. No se trata de una mera transacción económica.

Ante la nueva dificultad de cruzar fronteras, y siendo la Cofradía de la Cruz uno de los grupos que era sustentado por gente que viajaba al pueblo en esas fechas sólo para cargar, ¿cuál fue el impacto que tuvo?, evidentemente tuvo que verse aminorado. ¿Cómo sigue el contacto de los miembros de esta cofradía que viajan a Guatemala para cargar las imágenes de allá? ¿A quién se debe su pertenencia, su identidad? Porque resulta necesario señalar la distancia que guarda esta celebración con las demás celebraciones que son llevadas a cabo por cofradías en todo el territorio nacional.

Otro punto importante es la continuidad que tendrán estos conflictos, sus resoluciones y el desarrollo de las mismas. Ya hemos señalado al principio de este texto la importancia que nos merecen los conflictos, y cómo estos convienen a la dinámica sociocultural. Habrá que seguir observando el desarrollo de las mismas y el efecto que estas tienen en la feligresía, en especial cuando nos encontramos ante una realidad latinoamericana en donde ciertas prácticas van en desuso y en abierta desescalada.

 

NOTAS

1. Ello se podrá leer en un documento de próxima aparición titulado: “Protégenos de todo mal: registro de la celebración de la cuaresma y semana santa en contexto de cuarentena por Covid-19 en la Parroquia Santiago Apóstol. Chalchuapa, Santa Ana, 2020”. En donde expongo detalladamente lo ocurrido con la celebración.

2. Parte de estas reflexiones se pueden leer en Cubrebocas morados: Cuaresma y Semana Santa en tiempos de COVID-19”, que generosamente publicó la revista El Escarabajo de El Salvador.

 

Bibliografía

Browning, David. 1998. El Salvador, la tierra y el hombre, San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, cuarta edición.

Delgado Acevedo, Jesús. 2015: Historia de la Iglesia en El Salvador. Primera edición. San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.

Diario Oficial, San Salvador, Martes 27 de noviembre, tomo No 377, número 221. 2007.

Lara-Martínez, Carlos Benjamín, «Tradicionalismo y modernidad: El sistema de cofradías de Santo Domingo de Guzmán». Anales 10, Museo de América, Madrid. 2002.

Leiva-Cea, Carlos: El pueblo de Santiago Chalchuapa, su templo y la cofradía de la Santa Cruz: Algunos datos para su historia colonial. s/e. 2014.

Montes, Santiago. Etnohistoria de El Salvador, Cofradías, Hermandades y Guachivales, Tomo II. Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación. San Salvador, 1977.

Turner, Víctor, La selva de los símbolos. Siglo XXI, Madrid. 1980.

Zepeda Vargas, Julio Edgardo. «Conflicto Social y Religión: interpretación antropológica sobre cuaresma y semana santa en la parroquia Santiago Apóstol, Chalchuapa (2018)», tesis para optar al grado de Licenciatura en Antropología Sociocultural por la Universidad de El Salvador (2021)

 Zepeda Vargas, Julio Edgardo “Cubrebocas morados: Cuaresma y Semana Santa en tiempos de COVID-19”. Rescatado de https://elescarabajo.com.sv/academia/ensayo/cubrebocas-morados-cuaresma-y-semana-santa-en-tiempos-de-covid-19/

 

JULIO EDGARDO ZEPEDA VARGAS (El Salvador, 1990). Licenciado en Antropología Sociocultural. Ha publicado “Oficio de pájaros” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2015), “Para que la muerte no te encuentre” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), “Esta Manera de olvidar” (S/E, 2016), “Los Nadantes” (POE, 2019), “Laura.com y otros links” (Editorial EquizZero, 2019), “Poemas con barba” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2019). Aparece en la antología “Torre de Babel. Antología de poesía joven salvadoreña de antaño: “Los apócrifos salmón; volumen XV”, así como en revistas nacionales e internacionales, como el número 11 de la revista Cultura, o el Suplemento Cultural 3000 (Co-Latino), Vecindario (Nueva York, 2013). Tercer lugar en el primer certamen nacional de poesía “José Rutilio Quesada” (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2015), Premio Único de Poesía en el Certamen Universitario “Ítalo López Vallecillos” (SAC-UES, 2016), VIII Premio Centroamericano de Poesía IPSO FACTO 2018 (Editorial EquizZero), Tercer Lugar de Poesía en el Primer Certamen de Poesía Universitaria (SAC-UES, 2018), por “Llanto de la infancia extraterrestre y otros poemas” (Inédito). Algunos poemas traducidos al inglés y al francés.

 


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