En estas notas no intentamos el completo
análisis que una novela de tal magnitud requiere, pero sí proponemos delimitar dos
aspectos que logran un verdadero acierto en ella. El primero, y más sobresaliente,
se halla en la sintaxis narrativa empleada por Soler Puig, de un insólito y quizá
inédito alcance formal. El segundo radica en la conversión en metáfora social de
la época y nación cubanas de mundos narrados con extraordinaria minuciosidad y delicadeza
vivencial.
La lectura de El pan dormido descubre, casi de golpe, que la función narrativa y sus
recursos toman primer orden y requieren tanto o más espacio introductorio que el
mero acontecer de la anécdota. En las primeras secciones de la novela no parece
ocurrir nada. [3] El lector acude, por
necesidad, al encuentro de las costuras del tejido narrativo desde el inicio: como
si fuera un reto, ahí se encuentra para que nos apropiemos de ellas y asistamos
al resto de su narración armados de los secretos de esta escritura.
Ante nada, se interpone el uso de la oposición
semántica que abre todo el mundo sugestivo de la negación, con el cual Soler Puig
introduce la mayoría de los personajes, episodios, situaciones y elementos narrativos.
Desde la primera página surgen avisos como los siguientes: “En el taburete de Felipe
no está sentado Felipe, pero es como si se le viera en su taburete y hasta es le
oye hablar” … “Y pasan los cuatro gatos de La Llave, en fila de a uno, por encima
del mostrador y no se sabe si es de verdad que los gatos están pasando o solo se
están viendo pasar.”
Muy vinculado a este recurso se encuentra
el de objetivar a los personajes en algo característico de si mismos, ya sea una
voz, una mesa, un uniforme, u otras formas, de tal modo que cobren una función narrativa
propia, capaz de generar imágenes, símiles y metáforas: “Angelito dice que el parecido
entre Felipe y su mesa no se debe a la forma parecida de las patas de la mesa y
las piernas de Felipe, sino a algo que no puede cogerse y que hay que ver para saberlo,
aunque no se pueda saber de qué se trata”.
Esta relación se ilustra particularmente
en el uso del diálogo como elemento de múltiples funciones en la obra. Soler Puig
suele detenerlo, crear intriga o suspenso y sugerir información adicional mediante
un sector narrativo intercalado que traduce e interpreta lo dialogado. Esta sería
la función metafórica de los episodios como la génesis y el mono Quien lo Hizo.
Cuando se entrecruza otro diálogo al original – como en los casos en que el médico
Tintoré y la criada Tita discuten la enfermedad de los Perdomo – la lectura exige
un baraje correcto para obtener su debido mensaje.
Opera, además, una especie de monólogo
interjectivo, que se introduce en la obra mediante el signo formal de guión, pero
no es más que una evocada o imaginada interjección del último personaje aludido
por el narrador. De este modo se hace posible la intervención verbal de cualquier
personaje sin necesidad de su presencia física, y se crea el mecanismo necesario
para que acudan las múltiples voces del mundo narrado al espacio lingüístico de
la panadería con tal naturalidad. La novela adquiere así su conciencia narrativa,
al convertirse en un constante decir, como en un mágico mundo de sonidos. Los trozos
narrados en tercera persona fluyen siempre en torno al verbo decir, reportando lo
visto, dicho, sentido etc., por alguien, que no es el autor, ni un personaje primordial.
Cabe, por lo visto, indagar sobre la identidad
del narrador de esta novela, cuya tercera persona se percibe con eco colectivo y
omnipresente debido al complejo y compuesto tejido de opiniones, impresiones y voces.
Para mayor pluralidad de ópticas se halla un personaje anónimo, hijo del dueño de
la panadería, conocido con su hermano Angelito como “los varones”. [5] Solo se identifica por la vía de oposición
semántica: cuando habla uno de ellos y se hace explícito que no es Angelito. Nunca
se incorpora formalmente como narrador en primera persona, sin embargo, su voz anónima
logra individualizarse en ciertos diálogos, particularmente después que se inicia
en un prostíbulo. Mediante este personaje, Soler Puig instala un recurso esencial,
que le presta la posibilidad de sugerir la tonalidad y en ciertos momentos el enfoque
vivencial de un personaje, sin abordar la narrativa en primera persona.
Cronológicamente se hace patente la circunscripción
de la obra en el machadato, pero en forma externa, ya que hasta el último episodio
no hay pautas históricas de ese período que ordenen la temporalidad interna de la
obra. Aún el mero final, que comprende la huelga nacional que causa la derrota de
Machado, surge como un posible sueño anónimo, de cualquiera de los personajes (p.
535).
Con mucho más realce se percibe otro empleo
de la cronología verdaderamente vigente en la obra, que comprende una continua y
primorosa yuxtaposición de tiempos conjugada por el autor: “Piadoso no lo dijo cuando
Tintoré le estaba haciendo las últimas visitas al tifus de Angelito, sino después,
ahora: ahora que viene con Tita del mercado libre, que es en la plaza de Marte,
dos veces a la semana, los martes y los jueves, y hoy es jueves”. Con este recurso
se logran varios efectos relacionados: el sistema de negación se incorpora al campo
semántico de la cronología, se relativiza aun más la secuencia lineal de la trama
y se reitera en la narración la práctica de evocar, con mágica naturalidad, in numerables
combinaciones de tiempo y acción.
Todo el acontecer de la novela ocurre en
la panadería o es filtrado por la óptica de este espacio que le da organicidad a
la narración, y que Soler Puig, característicamente, conjuga en múltiples formas
que tienden a resaltar la materialidad del mundo que trabajan los panaderos. Una
de ellas establece un irónico contraste entre la panadería propia – zona dinámica
del obrero portador del devenir histórico – y la casa de los Per domo, situada en
los altos de la panadería – zona de inacción y enfermedades por donde fluye mayormente
la energía psíquica de sueños, obsesiones y crónicas peleas familiares. Del elemento
espacial también se desprende la función expresiva de la materialidad de la panadería,
capaz de activar todos los sentidos, engendrar episodios en torno a la confección
de un pastel, explorar los procesos químicos de la materia ardiente y emplear el
volumen del freír de un huevo como mecanismo de defensa para un personaje.
En su particularidad más significativa,
el recurso espacial logra recoger la milagrosa naturalidad del mundo material al
contrastarla – lo cual equivale a oponerla semánticamente – a la supuesta condición
milagrosa del mundo sobrenatural:
– Miau
Y no paró hasta el techo. Y el Haitiano le dio un cocotazo al Pinto y le dijo:
– Mentecato.
La compleja gestación de esta novela se
apoya también en diversos episodios claves, los cuales nutren el desarrollo narrativo
en su doble eje: como formación lingüística vuelta material episódico y como matización
múltiple de la metáfora social subyacente. Esto se comprueba con las narraciones
sobre la herida de Arturo en la planta del pie, la cual puede ser producto de una
bala que se lo atravesó mientras huía durante la guerra de independencia o de un
accidental balazo mientras descansaba en una hamaca. Ambas versiones apuntan, con
singular y aguda sinonimia hacia la cobarde e inactiva personalidad política de
este personaje. Otro ejemplo se halla en la muerte de Felipe que no ocurrió, ya
que por confusión otro individuo muere por él. En efecto, sin embargo, equivale
a su muerte, ya que desde ese momento su imagen y su voz pierden vigencia como función
narrativa en la panadería. Un tercer ejemplo de mayor elaboración aún, sería el
trozo sobre la castración de Pedro Chiquito, desformado personaje descrito por varios
médicos como “híbrido de mono y jutía”. El autor nos da cuatro versiones en total:
dos completamente distintas – autocastrado y mordido por su perro Fakir – y dos
modificaciones de éstas según lo hecho por el perro con el órgano desmembrado. En
el caso de estos últimos personajes, Felipe y Pedro Chiquito, Soler Puig no sólo
los convierte en constante materia episódica, sino que los hace portadores de simpatía
folklórica e ideológica, por su picaresco criollismo y por su actitud antimachadista.
La sección central de la novela comprende
la misteriosa enfermedad de los Perdomo-Portuondo (dueños de la panadería), entrecruzada
por la historia familiar desde la época colonial, e intercalada por un largo trozo
narrativo que parodia la génesis judeocristiana. Aunque el último elemento de este
núcleo tripartito sin secuencia lineal parece carecer de relación, se capta aquí
un movimiento que va del plano privado (enfermedad) al plano social (orígenes de
clase de la familia) hasta desembocar en una alegoría mítica que registra las formas
de apropiación lingüísticas e ideológicas de los Perdomo-Portuondo como tipificaciones.
La enfermedad canaliza el material histórico-familiar, en el cual se encuentra la
mezquindad de esta pequeña burguesía hábilmente establecida: sus conflictos y recursos
obtienen un nítido resumen al notarse que en su trayectoria de clase han dependido
de la herencia de un premio de lotería.
Mediante esta elaboración, la lectura de
la génesis surge como una posible mitificación del mismo material histórico, estructurada
por la conocida narración bíblica, pero con marcadas diferencias, entre las cuales
se encuentra que los Perdomo-Portuondo surgen protagonistas de la procreación; y
no sólo de la humana, ya que por medio de la necesidad de protegerse de los fenómenos
naturales (tormentas, animales, soledad comunitaria) crean una deidad (ella se enamora
de la estatua creada por ?l, llora de entusiasmo al ver su belleza física, y su
amor le da vida espiritual a la estatua) y luego, a causa de la costumbre de decir
“Dios Mío” se establece una teogonía para la posteridad de Perdomos y Portuondos.
[6]
No cabe duda que el autor explora la capacidad
creativa del acto expresivo, al igual que las relaciones entre la operación cognoscitiva
del ser y su determinación resultante al ser enunciada por un lenguaje estructurado.
En un episodio anterior a la génesis se encuentra la queja de Felipe, de haber dejado
sus estudios por la frustración de tener que usar el mismo lenguaje encontrado en
sus lecturas para expresar otras ideas. Luego de abandonarlos como preludio a un
aparente proyecto de ser escritor se dedicó a “gurrupié” (equivalente al repartidor
de naipes en una mesa de juego), intuyendo, quizá, que la baraja le prestaba más
libertad de expresión, pero con un resultado igualmente frustrante ya que los jugadores
no entendían su mensaje a través de ellas. En otra sección se encuentra un aparente
análisis del metalenguaje necesario para el acto de confesión católica, ya que resultaría
ofensivo emplear la palabra más cercana al acto, la cual, como tabú – al igual que
en la mención de lo sagrado – puede equivaler al acto en sí.
Conviene destacar, por lo tanto, la coherencia
de la génesis con las normas narrativas que engendran la novela. El autor hace uso
de la función ritual de la religión como material narrativo repleto de símbolos
e imágenes forjados a través del acto lingüístico repetitivo. Mediante esta génesis
explora la base psicolingüística de la concepción mítico-sagrada, no solo como forjadora
de teogonías, sino también de modos literarios y estructuras que tienden a encerrar
en sí la propiedad del objeto enunciado. Por otra parte, conviene notar que Soler
Puig no mistifica este proceso, ya que la sección de la génesis constituye también
una lúcida e irónica demostración de la base racional que puede tener lo mítico
si es visto con perspectiva histórica. De ahí que su versión apropia la estructura
de la literatura bíblica, engendra sus correspondientes formas de ex presión y cognición,
pero las parodia, ironiza y desmitifica al mismo tiempo con sutil eficacia.
La organicidad interna de la obra prevalece
aún ante las frecuentes referencias concretas que hace Soler Puig del período machadista,
sin perder por ello la agudeza de su visión histórica. La explicitez de estas referencias
queda orgánicamente integrada del siguiente modo: el anarquista antimachadista se
refugia en la panadería y se convierte en un panadero de pan dulce que posee la
mágica destreza de ser el único conocedor del misterio encerrado en ese exquisito
pan; el cesante trabajador de la carretera central construida por la compa??a Warner
durante el machadato se vuelve ladrón de pan que acude a La Llave [7] la influencia del partido liberal, al
igual que la intervención militar norteamericana durante el gobierno precedente
a Machado quedan integradas mediante alusiones a la famosa conga La Chambelona;
la recalcitrante y tradicional actitud colonialista de la burguesía catalana hacia
Cuba es caricaturizada cuando el personaje Macías desplaza a los Perdomo del control
económico de la panadería y luego pacta con el gobierno machadista para contratar
rompehuelgas; [8] y la histórica huelga
nacional que destituye al machadato engendra un episodio muy af?n al sistema narrativo
de la obra: permanece en los confines de la panadería y sus zonas adyacentes, incorpora
a Pedro Chiquito (personaje de mayor simpatía ideológica) como hostil interrogante
de los rompehuelgas primero y luego como especie de jinete montado sobre Macías
mientras el pueblo arrastra brutalmente el cuerpo del avaro apoderado de la panadería,
y toda la experiencia queda expuesta como una posible experiencia onírica, del anónimo
e invisible pueblo hambriento.
En esta delimitación hay otro contraste,
que remite en esta instancia al plano histórico. El ascenso-descenso de esta familia
pequeño-burguesa se hace tan inexplicable, al parecer, como el endeudamiento nacional
cubano durante la época del machadato, que tantas manifestaciones de riqueza ostentó
a su inicio. Sin embargo, en 1902 se establece en Cuba el primer experimento de
dominación cuya fórmula consistía en la formación de una burguesía azucarera, la
agrupación de grandes latifundistas nativos y la aglutinación de un alto comercio
importador. [10] Dos décadas después
se recrudecía irónicamente esta fórmula con la hipertrofia del sector primario (azúcar)
y la competencia entre las demás colonias monoproductoras. A Machado le correspondió
supervisar esta desnacionalización de la economía cubana e implantar la frustración
de las posibilidades de un desarrollo industrial diversificado. La estratificación
de clases requiso una burguesía atada a intereses financieros en vez de ser inversionista
en la industria, particularmente después del desastre de la bolsa en 1929. Ya para
la conclusión de la tercera década de este siglo, las posibilidades de ascenso hacia
el sector pequeño burgués se convirtieron en una azarosa y precaria realidad. Ni
las ostentaciones presidenciales, ni la creación de un amplio sector medio entre
la burguesía azucarera y la masa trabajadora o cesante se hacían viables ante las
condiciones de esta fórmula de subdesarrollo económico.
La familia Perdomo-Portuondo encarna precisamente
este imposible proyecto de clase. Pero Soler Puig no se detiene meramente ante sus
contradicciones primarias, sino que busca y logra concebirla con sus propios recursos
de apropiación mítica y lingüísticas. La depurada síntesis de estas vivencias provee
una lectura de extraordinaria sensibilidad y agudo impacto ideológico. [11]
NOTAS
1. Para un resumen crítico
de toda la obra de este autor, ver “En los sesenta años de José Soler Puig” de Ricardo
Repilado, Revista Unión, Año XVI, No. 1 (1977).
2. Nótese, por ejemplo,
el entusiasmo de la crítica cubana en el prólogo de José A. Portuondo a la edición
Huracán de El pan dormido, 1977, La Habana,
y en el cuidadoso trabajo de ubicación de la forma novelesca de la misma obra por
Antonio Benítez Rojo, “El pan dormido:
hacia una nueva preceptiva”, Casa de la Américas, No. 112 (1979).
3. Conviene ver la observación
de este aspecto que hace Ricardo Repilado en su ensayo “Algunos caminos para llegar
a El pan dormido”, Revista Santiago, No. 20 (1975). Concordamos con
ella, pero acentuamos la presencia de la gestación formal.
4. Citamos de la edición
Huracán, 1977.
5. R. Repilado (nota
No. 3) sugiere al hermano anónimo como narrador. Nuestra lectura lo ubica como elemento
sugestivo de primer orden, y dominante en partes, al igual que la voz de Felipe,
la psicología de Pedro Chiquito y la expresiva calidad de la materia en la panadería.
6. A. Benítez Rojo y
R. Repilado consideran desechable la sección de la génesis. Mi lectura, obviamente,
sugiere casi lo opuesto. Será muy útil que la crítica internacional aborde esta
novela. Especialmente debe notarse el prevaleciente desconocimiento de éste y otros
nuevos narradores cubanos en Estados Unidos.
7. Sobre la Warner,
la carretera central y otros aspectos relacionados, ver la reconocida obra de Oscar
Pino Santos, El asalto a Cuba por la oligarquía
financiera yanqui, La Habana, Casa de las Américas, 1973.
8. Sobre este tema ver
“La burguesía catalana y la esclavitud en Cuba: Política y producción”, Revista
de la Biblioteca Nacional José Martí, No. 2 (1976), de Jordi Maluquer de Motes.
9. Sobre el predominio
del capital y la producción extranjeros en Cuba, ver Cuba: Capitalismo dependiente y subdesarrollo (1510-1959) de Francisco
Lopez Segrera. México, Diógenes, 1973.
10. Jorge Ibarra, Ideología Mambisa, La Habana, Instituto del
Libro, 1967.
11. Este trabajo constituye una versión ampliada de la conferencia leída en Yale University en la primavera de 1979 con motivo del congreso allí celebrado por la visita de Alejo Carpentier.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 177 | agosto de 2021
Curadoria: Reina María Rodríguez (Cuba, 1952)
Artista convidado: Ángel Ramírez (Cuba, 1954)
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