quarta-feira, 6 de maio de 2020

AGULHA REVISTA DE CULTURA # 150 | Fevereiro de 2020


• EDITORIAL

Agulha Revista de Cultura retoma este ano a sua periodicidade mensal, interrompida durante 2019, quando passou a ser quinzenal, em face das comemorações do centenário do Surrealismo. O presente editorial compartilhamos com duas vozes notáveis da crítica literária e de artes. A primeira parte assina o sociólogo José Luis Talancón, diretor da Universidad Nacional Autónoma de México. O texto apresenta a obra do peruano Daniel Cotrina (1966), artista convidado desta nossa edição. Já a segunda parte, reproduz resenha recentemente publicada no jornal mexicano La Jornada, assinada pelo poeta, editor, narrador e jornalista Hermann Bellinghausen – prêmio Nacional de Jornalismo, um dos nomes de realce na cultura de seu país –, leitura crítica da edição da revista Blanco Móvil, dirigida por Eduardo Mosches, dedicada ao centenário do Surrealismo, edição preparada e prologada por Floriano Martins.

1. JOSÉ LUIS TALANCÓN | Sinfonía mágica continental

El tiempo y el universo de la obra del pintor peruano Daniel Cotrina (1966) es mítico, pertenece al origen, a la sopa cósmica primigenia, está en la raíz misma de la conciencia antediluviana andina, evoca al canto de los primeros pobladores de montañas, nubes, sueños y ríos. Es un creador de imágenes con aura, redondas y abiertas, como ideogramas cuestionantes, pero que más bien nos sugieren perfiles y formas serenas, actitudes espirituales soberanas de su tiempo y de su espacio, dilatados vuelos de aves sin prisa, jardines bucólicos que refrescan y nos devuelven la mirada para estar mejor en el mundo.
En ese sentido no nos cansamos de mirar sus lienzos, porque expresan terapéuticamente un tiempo onírico, de paz interior, anterior a la mañana de los dioses o al atardecer de los ángeles. De ahí sus límpidas turquesas, o sus frescos y optimistas rojos terracotas, azules montañas transparentes , centinelas inmemorables que nos ven volar de manera sublime y ligera, como el alma en realidades de altos vuelos, lanzada por vientos que si no se escucharan serían casi irreales por invisibles, como soplos emitidos por divinidades arcaicas, que nos llenan de gracia con segundos eternos… flotamos y no sabemos si son percepciones o recuerdos, sueños o premoniciones, fuera de toda geometría espacial…
Los que tratan de descodificarlo o explicarlo se topan con lo sagrado, aquello que está en el sedimento del mito y el ansia de la búsqueda de absolutos religiosos. Su arte es como un llanto que se escucha allá en las profundidades de la bóveda celeste cuando los muertos no encuentran a Dios, inciertos en su errancia más allá del tiempo. Itinerario de creaciones temporales que enamoran a una eternidad frágil y nostálgica que quiere bajar a los minutos de la cotidianidad del caminar indígena en la montaña, como dioses envidiosos de la frágil felicidad terrena de los hombres que se saben mortales.
Su arte es sagrado y colectivo, indígena y americano, prístino y colorido, sus personajes son ángeles, y querubines, mamás y vacas, paisajes del Machu Picchu, geografías audaces y amazónicas, acantilados silenciosos, donde las piedras respiran la temporalidad alejada del tiempo histórico de los hombres… Geologías profundas y oscuras, alturas celestiales desde donde miran las divinidades del Olimpo, músicos y coros polifónicos de sinfonías detenidas en la emoción compartida de un eterno atardecer, contemplar sus oleos generan la misma emoción que los coros y cantos de miles de niños que traen consuelo y esperanza a una humanidad doliente. Su arte es consuelo y reposo íntimo a los ojos y al espíritu…
Lejos de intenciones clasificatorias, habría que señalar que sus telas son una alegoría de la obra de grandes pintores continentales como Leonora Carrington, Francisco Toledo o Juan Manuel de la Rosa, aquel hombre del desierto zacatecano que supo plasmar el desierto en su obra.
Asimismo, como artista y ciudadano, tiene un sendero andado de compromiso con la niñez, la juventud y el medio ambiente de Cajamarca y América Latina. Su sonrisa es un manantial de generosidad intensa que hace reír a la naturaleza del paisaje cuando se ve reflejada en las pinceladas de ocres, rojos, turquesas, morados y terracotas de Daniel, a quien ve como un cómplice defensor de su causa. Larga vida a este creador de sueños tangibles…


2. HERMANN BELLINGHAUSEN | Surrealismo para después del virus

Aludir al surrealismo poético ahora puede no ser un ejercicio de nostalgia sino un itinerario inagotable para el viaje al porvenir en crisis, incierto, peligroso, que espera al mundo después de la pandemia en curso. Algo que se antoja más que mera coyuntura ha cambiado el cristal con el que miramos las cosas. Hasta hace unos meses, cuando la revista Blanco Móvil presentaba un número doble (145-146): Poesía: 100 años de surrealismo, nuestra óptica daba por sentado que el movimiento que dispararon Breton, Aragon, Eluard, Jacob y toda aquella punta de aventados, la vanguardia definitiva para bien y para mal del arte, era hija de la guerra y las primeras revoluciones del siglo XX, incluyendo la sicoanalítica y la soviética. Pero no quedaba tan claro que también era hija de la pandemia.
Los surrealistas fundadores sobrevivieron la gripe española tanto o más que la guerra. Uno de sus santones más amados, Guillaume Apollinaire, había fallecido en 1918 a causa de la devastadora pandemia que liquidó a más de 40 millones de personas (entre ellos Klimt y Schiele). Su cuota no fue tan gruesa como la guerra misma que, entre muchos, segó una generación de poetas británicos, además de Trakl. El buen Apollinaire había librado la guerra con una dosis de plomo en la cabeza. Sobrevivió a la guerra, no a las fiebres.
Al presentar el número citado de Blanco Móvil, el poeta brasileño Floriano Martins, autor de la amplia y sorprendente compilación de 111 páginas, adelanta: En un librito mágico que es uno de los marcos de entrada en escena del surrealismo, ya en 1919, André Breton y Phillipe Souplat reclaman que la inmensa sonrisa de la Tierra no nos es suficiente: necesitamos mayores desiertos, las ciudades sin arrabal y los mares muertos. Por ahí empezamos nuestro viaje, por el imperativo de descubrir otras dimensiones de nuestro paso por la Tierra.
La década de 1920 comienza ruda y riesgosa. Los rugientes veintes dan pie a la caótica simultaneidad del arte en Berlín, a un paso de la revolución, pero también del fascismo. París sueña ser alma del mundo. La mafia determina la economía y es gobierno paralelo en Estados Unidos, y el jazz crea un mundo nuevo para la música. Despegan las revoluciones de México y la Unión Soviética; sobre todo la segunda abona la imaginación de los surrealistas de primera hora.
Tan azarosamente como se debe, o puede, la revista que dirige Eduardo Mosches reúne 53 autores, de Hans Arp (nacido en 1886) a Fernanda Boaventura (1998). Su mapa, muy latinoamericano con Villaurrutia, Moro, Molina, Varela, Orozco y esa suerte de bête noire para el establishment que es Max Rojas, se suma al trazo del ineludible Dalí, Césaire, Schehadé, Rahon, Peret y Katue, hasta llegar a un puñado de contemporáneos y novísimos. La hebra conductora es una libertad que sobrevivió a los desastres del siglo. Los surrealistas salieron maltrechos de la noche hitleriana y de su entusiasmo por el estalinismo que con vergüenza, locura y traiciones abollaron su prestigio europeo. Lo salvarían los exilios y su impacto global, particularmente en América Latina. México se convirtió en una de sus sedes más ricas y exquisitas. Tanto, que papá Breton sólo vino a ponerse nervioso y salir corriendo para nunca más volver. En cambio, permanecieron escritores, artistas plásticos y Buñuel, el supremo, entremezclados con la activa fauna local.
En el buen sentido, el surrealismo fue una pandemia, al modo marxista de un fantasma recorre Europa y luego el mundo. En su veleidad y su desorden resultó más resistente que las ideologías y las utopías. A lo ancho del mundo se encuentra tan presente (con su gran dosis de indisciplina, comercialismo, improvisación y daño irreparable a los modales de la forma) que no parece próximo su fin.
Pero el punto no es hablar del pasado, ni siquiera intuir profecías con bibliografía, sino de pensar que, un siglo después de la gran ruptura liberadora del surrealismo, apto para las tecnologías y la velocidad de aquellos tiempos modernos, podría encontrar herederos tan virginales y entusiastas como lo fueron de los románticos más febriles el club del Cabaret Voltaire y sus mil estelas. Y que pasadas la pandemia y la guerra que tenemos los humanos contra nosotros mismos y contra el mundo, darán un grito así de recio para abrir otros 100 años de rebelión con la imaginación en movimiento.

Os Editores




Daniel Cotrina



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• ÍNDICE

JAYRO SCHMIDT | Péricles Prade, um livro que fala

BERTA LUCÍA ESTRADA | El efecto mariposa o el abismo en Lulú, de Mircea Cartarescu

CARLOS DE LOS RÍOS | Psiquiatría & Surrealismo

CARLOS RUVALCABA | Introducción a la obra de Susana Wald

ENRIQUE MOLINA | Aimé Césaire

EUNICE ODIO | Algo sobre la pintora Margarita Bertheau

JORGE BOCCANERA | María Meleck Vivanco, exploradora del enigma

LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | Isabel Meyrelles e a invenção de Ítaca

MARIA LUISA FALCÃO MURTA | Poemas infinitos. A mulher na poesia de Juan Eduardo Cirlot

VLADIMIR KOLOSOV | Surrealism as an instrument of knowledge




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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 150 | Fevereiro de 2020
Artista convidado: Daniel Cotrina Rowe (Peru, 1966)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2020

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