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EDITORIAL
Agulha
Revista de Cultura retoma
este ano a sua periodicidade mensal, interrompida durante 2019, quando passou a
ser quinzenal, em face das comemorações do centenário do Surrealismo. O presente
editorial compartilhamos com duas vozes notáveis da crítica literária e de
artes. A primeira parte assina o sociólogo José Luis Talancón, diretor da
Universidad Nacional Autónoma de México. O texto apresenta a obra do peruano
Daniel Cotrina (1966), artista convidado desta nossa edição. Já a segunda
parte, reproduz resenha recentemente publicada no jornal mexicano La Jornada, assinada pelo poeta, editor,
narrador e jornalista Hermann Bellinghausen – prêmio Nacional de Jornalismo, um
dos nomes de realce na cultura de seu país –, leitura crítica da edição da revista
Blanco Móvil, dirigida por Eduardo Mosches,
dedicada ao centenário do Surrealismo, edição preparada e prologada por Floriano
Martins.
1. JOSÉ LUIS
TALANCÓN | Sinfonía mágica continental
El tiempo y el universo de la obra del pintor peruano
Daniel Cotrina (1966) es mítico, pertenece al origen, a la sopa cósmica
primigenia, está en la raíz misma de la conciencia antediluviana andina, evoca
al canto de los primeros pobladores de montañas, nubes, sueños y ríos. Es un
creador de imágenes con aura, redondas y abiertas, como ideogramas
cuestionantes, pero que más bien nos sugieren perfiles y formas serenas,
actitudes espirituales soberanas de su tiempo y de su espacio, dilatados vuelos
de aves sin prisa, jardines bucólicos que refrescan y nos devuelven la mirada
para estar mejor en el mundo.
En ese sentido no
nos cansamos de mirar sus lienzos, porque expresan terapéuticamente un tiempo
onírico, de paz interior, anterior a la mañana de los dioses o al atardecer de
los ángeles. De ahí sus límpidas turquesas, o sus frescos y optimistas rojos
terracotas, azules montañas transparentes , centinelas inmemorables que nos ven
volar de manera sublime y ligera, como el alma en realidades de altos vuelos, lanzada
por vientos que si no se escucharan serían casi irreales por invisibles, como
soplos emitidos por divinidades arcaicas, que nos llenan de gracia con segundos
eternos… flotamos y no sabemos si son percepciones o recuerdos, sueños o
premoniciones, fuera de toda geometría espacial…
Los que tratan de
descodificarlo o explicarlo se topan con lo sagrado, aquello que está en el
sedimento del mito y el ansia de la búsqueda de absolutos religiosos. Su arte
es como un llanto que se escucha allá en las profundidades de la bóveda celeste
cuando los muertos no encuentran a Dios, inciertos en su errancia más allá del
tiempo. Itinerario de creaciones temporales que enamoran a una eternidad frágil
y nostálgica que quiere bajar a los minutos de la cotidianidad del caminar
indígena en la montaña, como dioses envidiosos de la frágil felicidad terrena
de los hombres que se saben mortales.
Su arte es sagrado
y colectivo, indígena y americano, prístino y colorido, sus personajes son
ángeles, y querubines, mamás y vacas, paisajes del Machu Picchu, geografías
audaces y amazónicas, acantilados silenciosos, donde las piedras respiran la
temporalidad alejada del tiempo histórico de los hombres… Geologías profundas y
oscuras, alturas celestiales desde donde miran las divinidades del Olimpo,
músicos y coros polifónicos de sinfonías detenidas en la emoción compartida de
un eterno atardecer, contemplar sus oleos generan la misma emoción que los
coros y cantos de miles de niños que traen consuelo y esperanza a una humanidad
doliente. Su arte es consuelo y reposo íntimo a los ojos y al espíritu…
Lejos de
intenciones clasificatorias, habría que señalar que sus telas son una alegoría
de la obra de grandes pintores continentales como Leonora Carrington, Francisco
Toledo o Juan Manuel de la Rosa, aquel hombre del desierto zacatecano que supo
plasmar el desierto en su obra.
Asimismo, como
artista y ciudadano, tiene un sendero andado de compromiso con la niñez, la
juventud y el medio ambiente de Cajamarca y América Latina. Su sonrisa es un manantial
de generosidad intensa que hace reír a la naturaleza del paisaje cuando se ve
reflejada en las pinceladas de ocres, rojos, turquesas, morados y terracotas de
Daniel, a quien ve como un cómplice defensor de su causa. Larga vida a este
creador de sueños tangibles…
2. HERMANN
BELLINGHAUSEN | Surrealismo para después del virus
Aludir al surrealismo poético ahora puede no ser un ejercicio
de nostalgia sino un itinerario inagotable para el viaje al porvenir en crisis,
incierto, peligroso, que espera al mundo después de la pandemia en curso. Algo que
se antoja más que mera coyuntura ha cambiado el cristal con el que miramos las cosas.
Hasta hace unos meses, cuando la revista Blanco
Móvil presentaba un número doble (145-146): Poesía: 100 años de surrealismo, nuestra óptica daba por sentado que
el movimiento que dispararon Breton, Aragon, Eluard, Jacob y toda aquella punta
de aventados, la vanguardia definitiva para bien y para mal del arte, era hija de
la guerra y las primeras revoluciones del siglo XX, incluyendo la sicoanalítica
y la soviética. Pero no quedaba tan claro que también era hija de la pandemia.
Los surrealistas fundadores
sobrevivieron la gripe española tanto o más que la guerra. Uno de sus santones más
amados, Guillaume Apollinaire, había fallecido en 1918 a causa de la devastadora
pandemia que liquidó a más de 40 millones de personas (entre ellos Klimt y Schiele).
Su cuota no fue tan gruesa como la guerra misma que, entre muchos, segó una generación
de poetas británicos, además de Trakl. El buen Apollinaire había librado la guerra
con una dosis de plomo en la cabeza. Sobrevivió a la guerra, no a las fiebres.
Al presentar el número
citado de Blanco Móvil, el poeta brasileño
Floriano Martins, autor de la amplia y sorprendente compilación de 111 páginas,
adelanta: En un librito mágico que es uno
de los marcos de entrada en escena del surrealismo, ya en 1919, André Breton y Phillipe
Souplat reclaman que la inmensa sonrisa de la Tierra no nos es suficiente: necesitamos
mayores desiertos, las ciudades sin arrabal y los mares muertos. Por ahí empezamos
nuestro viaje, por el imperativo de descubrir otras dimensiones de nuestro paso
por la Tierra.
La década de 1920 comienza
ruda y riesgosa. Los rugientes veintes dan pie a la caótica simultaneidad del arte
en Berlín, a un paso de la revolución, pero también del fascismo. París sueña ser
alma del mundo. La mafia determina la economía y es gobierno paralelo en Estados
Unidos, y el jazz crea un mundo nuevo para la música. Despegan las revoluciones
de México y la Unión Soviética; sobre todo la segunda abona la imaginación de los
surrealistas de primera hora.
Tan azarosamente como
se debe, o puede, la revista que dirige Eduardo Mosches reúne 53 autores, de Hans
Arp (nacido en 1886) a Fernanda Boaventura (1998). Su mapa, muy latinoamericano
con Villaurrutia, Moro, Molina, Varela, Orozco y esa suerte de bête noire para el
establishment que es Max Rojas, se suma al trazo del ineludible Dalí, Césaire, Schehadé,
Rahon, Peret y Katue, hasta llegar a un puñado de contemporáneos y novísimos. La
hebra conductora es una libertad que sobrevivió a los desastres del siglo. Los surrealistas
salieron maltrechos de la noche hitleriana y de su entusiasmo por el estalinismo
que con vergüenza, locura y traiciones abollaron su prestigio europeo. Lo salvarían
los exilios y su impacto global, particularmente en América Latina. México se convirtió
en una de sus sedes más ricas y exquisitas. Tanto, que papá Breton sólo vino a ponerse
nervioso y salir corriendo para nunca más volver. En cambio, permanecieron escritores,
artistas plásticos y Buñuel, el supremo, entremezclados con la activa fauna local.
En el buen sentido,
el surrealismo fue una pandemia, al modo marxista de un fantasma recorre Europa
y luego el mundo. En su veleidad y su desorden resultó más resistente que las ideologías
y las utopías. A lo ancho del mundo se encuentra tan presente (con su gran dosis
de indisciplina, comercialismo, improvisación y daño irreparable a los modales de
la forma) que no parece próximo su fin.
Pero el punto no es
hablar del pasado, ni siquiera intuir profecías con bibliografía, sino de pensar
que, un siglo después de la gran ruptura liberadora del surrealismo, apto para las
tecnologías y la velocidad de aquellos tiempos modernos, podría encontrar herederos
tan virginales y entusiastas como lo fueron de los románticos más febriles el club
del Cabaret Voltaire y sus mil estelas. Y que pasadas la pandemia y la guerra que
tenemos los humanos contra nosotros mismos y contra el mundo, darán un grito así
de recio para abrir otros 100 años de rebelión con la imaginación en movimiento.
Os
Editores
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ÍNDICE
JAYRO SCHMIDT | Péricles Prade,
um livro que fala
BERTA LUCÍA ESTRADA | El efecto mariposa o el
abismo en Lulú, de Mircea Cartarescu
CARLOS DE LOS RÍOS | Psiquiatría & Surrealismo
CARLOS RUVALCABA | Introducción a la obra de Susana Wald
ENRIQUE MOLINA | Aimé Césaire
EUNICE ODIO | Algo sobre la pintora Margarita Bertheau
JORGE BOCCANERA | María Meleck Vivanco, exploradora del enigma
LILIAN PESTRE DE ALMEIDA | Isabel Meyrelles e a invenção de Ítaca
MARIA LUISA FALCÃO MURTA | Poemas
infinitos. A mulher na poesia de Juan Eduardo Cirlot
VLADIMIR KOLOSOV | Surrealism as
an instrument of knowledge
UMA
AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 150 |
Fevereiro de 2020
Artista convidado:
Daniel Cotrina Rowe (Peru, 1966)
editor geral
| FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente
| MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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| FLORIANO MARTINS
revisão de textos
& difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições ©
2020
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