sexta-feira, 27 de agosto de 2021

CATHY FOUREZ | El silencio de los cuerpos: una literatura de urgencia

 


La antología, El silencio de los cuerpos, [1] se compone de nueve historias que no están aquí para deleitar y tranquilizar. No están aquí para que ustedes la pasen bien y sigan, al cerrar el libro, caminando, viendo, oyendo como antes. No están aquí para que ustedes extravíen a los personajes en el fondo de su biblioteca como si fueran sólo de tinta y papel. Están aquí para que ustedes se sientan muy mal hasta la náusea; para que entiendan que la crueldad narrada no es hipérbole ni ficción sino cuerpos –incontables–, dolores –inconsolables–, vergüenzas     –escandalosas; para que se pregunten cómo México es capaz de fabricar, quietamente, vidas violentadas hasta su demolición, en particular todas aquellas existencias que llevan, cargan, aguantan, sufren muchas “viejas”, “pinches madres”, “chamaquitas pendejas”, “putitas”, porque así las llaman unos, así las “aman”.

¿Cuántos desastres se ocultan en esas palabras odiosas? Palabras ventiladas y adiestradas afuera o adentro de la casa, soltadas con naturalidad para, eso sí, insultar y rebajar, pero también, fíjense, para cachondear y glorificar… Palabras heredadas, según se dice, del albur, marca lingüística de la identidad mexicana, con su deje “irónico”, su toque “humorístico”, su final “coquetón” – pero, que delatan, en el manejo y uso del retruécano, una prepotencia varonil que inculca el desprecio al sexo opuesto. Son hábitos idiomáticos tan arraigados en el habla común y corriente que apenas indignan mientras degradan terriblemente a la mujer y la remiten a su supuesta esencia: ser pura hembra. Si bien son nuestras palabras y las de los otros las cuales nos construyen y nos identifican, ¿qué hacen de las personas las palabras que desvalorizan, someten y deterioran? ¿Cómo penetran, se instalan, controlan y brutalizan los cuerpos?

Con el aporte narrativo de nueve escritoras mexicanas, oriundas de diferentes partes de la República, autoras de una obra ya confirmada para algunas, en construcción para otras, El silencio de los cuerpos se abisma en la violencia de género, verdadero problema de salud pública en el país. Los textos reunidos nos entregan no sólo una especie de bitácora del naufragio del cuerpo de la mujer en el México de hoy sino que establecen desde la intimidad de casos singulares un registro nómada y plural de los maltratos sicológicos, verbales, físicos vividos. Generalmente articulados como monólogos, testimonios, confidencias, las narraciones privilegian la voz en primera persona, la de mujeres que escriben sobre las mujeres y “se escriben a sí mismas” para que “sus cuerpos”, como lo preconizó Hélène Cixous en La Risa de la Medusa (1974), “se hagan oír”, [2] sobre todo cuando la escucha política es negligente e indiferente frente a hábitos que marginan, subordinan, atentan a la mujer, y naturalizan el monopolio del hombre.

Como objeto literario, cada relato –dotado de una musicalidad personal que nos suena familiar e impulsa así todo el potencial creativo de las escritoras convocadas para la realización de este libro– expone, desarrolla y cierra su universo a partir de las exigencias estructurales de la micro-ficción. En unas páginas, se describen y se auscultan escenas de vidas, enmarcadas en atmósferas ordinarias hasta banales, ritmadas y moldeadas cotidianamente por la brutalidad; una brutalidad examinada y desnudada desde múltiples ángulos. Para eso, las narraciones siguen el recorrido de una protagonista o de una familia a través de las que van cobrando forma las caras y las acciones polifacéticas de la violencia de las que el cuerpo de la mujer es el trágico receptáculo.


El silencio de los cuerpos inicia con un texto de Cristina Rivera Garza (“Sin nombre”), ambientado en la soledad urbana y la decrepitud de la edad. Éste destapa de manera subliminal cómo a las mujeres asesinadas salvajemente las sepultan en notas rojas; cómo resuenan sus cuerpos fragmentados en los de las vivas, cómo se callan las calles frente a unos tacones perseguidos y raptados, condenando a otros muchos a no caminar dónde quieran.

Luego, mediante el retrato de dos media-hermanas, cuya masculinización de parte de una es fuente de burla, rechazo y hostigamiento, Orfa Alarcón (“Bato”) observa de qué manera el medio hogareño y el escolar reproducen y consolidan lo que debe ser y hacer una chica de unos quince años. El tono confesional de la voz de su adolescente autodenuncia también la opresión y el apocamiento, hasta el drama, que padece la “otra”, la que no corresponde a los cánones femeninos establecidos.

La narradora de Abril Posas (“Réflex”), en cuanto a ella, revisita la biografía de su madre, luego de su inesperada e inexplicada desaparición. A partir de la cadencia de una pesquisa y de una inmersión en el álbum fotográfico de sus padres, la hija va descubriendo la estrategia –artística– que la figura materna se había inventado para escaparse de la agobiante disciplina doméstica y conyugal, y así gozar de su ser y hacer sin ser “la mujer de”.

Los cuentos de terror no salen de leyendas caseras sino de las espeluznantes cosechas necrológicas que a diario alimentan las tierras de Nayarit y de Sinaloa; es lo que sobrentiende el viaje turístico por estos rumbos de tres defeños en el relato de Ivonne Reyes Chiquete (“Estación Cora”). Más allá de mostrar que la libre circulación de las personas y el derecho a la vida no son una garantía en todo el territorio mexicano, las supuestas vacaciones de una pareja junto a una niña destacan sutilmente la omnipresencia, en dichos estados, de gestos machistas y de glosarios sexistas, primicias de una caza a la mujer.

Al rendir homenaje a la poetisa y defensora de los derechos humanos, Susana Chávez, asesinada en 2011 y cuyo crimen relacionado con su activismo sigue impune, Tania Tagle (“Lepidosirena”) despliega el diario íntimo y el cuaderno de apuntes de su protagonista heterosexual. Ésta, a la luz del nacimiento de su amor lésbico, relee el feminicidio en Ciudad Juárez, desde una urbe olvidadiza de sus “muertas” más preocupada por la campaña de rehabilitación de su imagen salpicada de huesos y de sangre que por el aullido de las sirenas de las patrullas, insignia de la seguridad imperante.

La historia de Iris García Cuevas (“Consuelo de tontos”), jalonada por los preceptos del suspenso, la protagoniza, en una de las ciudades más inseguras y corruptas del país –Acapulco–, una taxista. El oficio móvil que ella ocupa, ejercido tradicionalmente por hombres, quebranta el papel materno y sedentario que el imaginario colectivo le pega al cuerpo de la mujer. Además, refleja los riesgos de la profesión (cuya vulnerabilidad incrementa de modo exponencial si una es mujer), la cual por ser un panóptico de los movimientos de la ciudad, se vuelve un socio o un blanco tanto de las redes criminales como de las autoridades corruptas.

Gabriela Damián Miravete (“Soñarán en el jardín”), entre la ucronía y el relato de prospección, radiografía los discursos discriminatorios que posibilitan el asesinato diario de muchachas en el Edomex. Al mismo tiempo, hace visibles los focos de resistencia entretejidos por mujeres que aprovechan su experiencia o sus estudios superiores, para reivindicarse como sujetos de la memoria del feminicidio y no como objetos de su amnesia.

Raquel Castro (“Viva”), desde el soporte de la novela de enigma, desmenuza el lugar tóxico y sórdido que puede ser la casa, primer lugar de violencia. Si muestra que sus principales presas son niñas, chavas, madres, desmantela la relación binaria “dominación/sumisión” entre el sexo masculino y el sexo femenino. Desenmascara a las mujeres que participan en el mantenimiento de esta asimetría y llama la atención sobre aquellas que rompen esta dicotomía, ya sea por el bienestar o por el malestar de las mujeres, lo que indica que la violencia no es un problema estrictamente masculino sino una construcción humana.


El libro concluye con el texto de Susana Iglesias (“Las gallas”), quien urde su intriga en el sector de la prostitución de donde brotan relatos corales de pedófilos, sicarios, proxenetas en el centro histórico de la Ciudad de México. La pasión criminal entre un delincuente y una prostituta –cuyo cuerpo es percibido como disponible por todos y para todo y, visto como tal, desprovisto de dignidad y de derechos– sirve de plataforma para reflexionar sobre las fronteras turbias y permeables entre víctima y victimario/a, sobre todo cuando el único recurso para sobrevivir es la Ley de Talión.

Con el tacto del matiz y del contraste, estos nueve relatos, al contar las coacciones, restricciones y abusos que pueden cumular las mujeres por “ser mujer”, hacen, por una parte, el inventario de los fracasos institucionales para concretamente modificar los comportamientos patriarcales y misóginos. Por otra parte, hacen estallar el credo de espacios localizados de desposesiones del cuerpo de la mujer al dibujar una cartografía que se desplaza por todo México, pasando sin transición de los cuartos cerrados a los lugares públicos, indicadores elocuentes de la expansión de la desprotección de la mujer y de su aterradora gravedad. Semejante gravedad tiene réplica en el tiempo optado por las escritoras, inscrito en lo inmediato y lo inacabado: primero, con el objetivo de insistir, otra vez, en una


sociedad actual huérfana de una Justicia práctica, asequible, íntegra y eficiente, capaz de trabajar por la reparación de los daños y la reintegración de quien cometió el delito; segundo, a fin de defender la generalización de programas educativos sobre la equidad de género; tercero, para recordar que están hablando del presente, un deshumanizador presente que arde, que desintegra los valores de la vida, y aquí la de las mujeres.

Prologado por Sergio González Rodríguez, cuya obra ensayística y narrativa es un veredicto inapelable sobre los proteicos fenómenos de violencia que devastan México, El silencio de los cuerpos confirma que la Literatura surge porque las realidades soportadas sufren carencias alarmantes; carencias que convierten este libro en una literatura de urgencia. [3]

 

NOTAS

Una primera versión de este texto fue publicado en el periódico Milenio. “El abismo de la violencia contra las mujeres”, en Milenio, Ciudad de México, el 18 de septiembre del 2016.

1. Alarcón, Orfa, Castro, Raquel, Damián Miravete, Gabriela, García Cuevas, Iris, Iglesias, Susana, Posas, Abril, Reyes Chiquete, Ana Ivonne, Rivera Garza, Cristina y Tagle, Tania, El silencio de los cuerpos. Relatos sobre feminicidios, Prólogo de Sergio González Rodríguez, Ediciones B, México, 2015.

2. Hélène Cixous, Le rire de la Méduse (1974), Editorial Galilée, París, 2010, p. 37.

3. Expresión creada por la investigadora Emanuela Borzacchiello para hablar del “periodismo de urgencia”.

 


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Número 179 | setembro de 2021

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