¿A qué, a quién?
No sé, solo esperar.
El género ha gozado
en los últimos cien años de una salud muy buena en México. Nombres como Alfonso
reyes, Julio Torri, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Octavio Paz, Antonio Alatorre,
Tomás Segovia, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis son referentes
bien conocidos. Sin embargo, a partir de los años setenta el ambiente se enrarece
un poco, y si bien autores como Jorge Aguilar Mora, Federico Campbell, Roger Bartra,
Héctor Manjarrez o Marco Antonio Campos son brillantes practicantes del género,
se produce una deriva hacia, o bien la crítica e historia literaria –Guillermo Sheridan,
Evodio Escalante-, o bien hacia la investigación académica, y se abandona su lado
más específicamente ensayístico e imaginativo. En las notas siguientes voy a esbozar
un posible recorrido por la práctica del ensayo en las últimas décadas y a proponer
un listado de los 10 libros esenciales en el género de la generación su8rgida a
mediados de los años setenta.
Entre los escritores cronológicamente vinculados se da un caso curioso y tal
vez inherente al género: su fragmentación, su condición de piélago: Hugo Hiriart
es el mejor ejemplo: conocido como narrador o dramaturgo, sus ensayos son sin embargo
fascinantes, hondamente i8maginativos y literarios. Libros como Sobre la naturaleza de los
sueños (1995) y El arte de
perdurar (2010) son brillantes ejemplos de reflexión creativa entregada al azar
y a la libre asociación de ideas, con humor, conocimiento y rigor. En 1980 publicó
Disertación sobre las telarañas, que es
casi un manifiesto de cómo ensayar en sentido literario (pero también teatral o
químico). Extraordinario escritor no es, sin embargo, de los que crean escuela ni
fomenta epígonos. Lamentablemente en los últimos años ha publicado muy poco.
Los ensayos suelen tener un espacio privilegiado de comunicación con los lectores
a través de las revistas, suplementos y periódicos. Por eso un libro clave para
el ensayo mexicano es El centauro en el paisaje.
Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950-2017) su autor, gana con ese texto
el Premio de Ensayo Anagrama en 2008 y es un destacado periodista, editor y cronista
del entre siglo. En el libro, desde el título mismo, que juega con la definición
de Reyes del ensayo como el centauro de los géneros, y se traza una reflexión sobre
su práctica, su presente y su porvenir. De nuevo su autor fue más conocido por sus
libros de investigación periodística –Huesos en el desierto, por ejemplo- o por
sus narraciones y crónicas que por sus ensayos. Lo caracterizaba una curiosa y paradójica
mezcla de gran agudeza reflexiva y cierto rechazo de las temáticas abstractas e
intelectuales y derivó hacia un ensayo más de índole social y política en Campo de guerra (2014).
Pura López Colomé (1952) es una reconocida poeta y brillante traductora que
ha desarrollado, precisamente a partir de su trabajo como traductora, una labor
reflexiva notable. Pensar sobre la traducción es una constante en algunos autores
de su generación (Pedro Serrano, Francisco Segovia) como muestra en su libro Imperfecta
semejanza. También se ha ocupado de otros temas y autores en Afluentes. La mirada
e esta escritora es muy precisa y puntual y suele partir de hechos concretos a los
que les da un alcance reflexivo sobre el oficio –de poeta o de traductor- o del
alcance de la creación en otras disciplinas. Ella, como varios de los escritores
de su generación, se caracteriza por ocuparse más del sentido universal del acto
creativo que de su historia y su realidad específica en un momento concreto. En
ella, sin embargo, la traducción no se convierte en un tópico sino en un hecho si
bien cotidiano siempre renovado. Así, por ejemplo, en su trabajo como traductora
de Seamus Heaney “ensaya” tres maneras de traducir para cada texto: en prosa, versión
libre, y versión medida. Toda escritura es reescritura y toda reescritura traducción.
El oficio lleva inevitable y naturalmente a cuestionarse las ideas convencionales
sobre autor y autoría.
Si hasta aquí los dos ejemplos puestos –Sergio González Rodríguez y Pura López
Colomé- vienen de contextos alejados –la poesía y el periodismo- el puente lo traza
un narrador que ha cultivado con singular fortuna el periodismo y la traducción,
Juan Villoro (1956). Conocido como cronista y novelista su labor reflexiva es sin
embargo notable y tiene un papel central en el ensayo mexicano de las últimas décadas.
En alguna ocasión, hace ya mucho tiempo, al menos 25 años, dije que el mejor texto
del narrador Juan Villoro era un ensayo: su prólogo a los aforismos de Lichtemberg
publicados por el FCE.Y ahora sigo pensando que libros como Efectos personales, De eso se trata o La utilidad
del deseo son libros notables, representantes de la buena salud del género ensayístico
en México. Villoro, es natural, concibe la práctica ensayística con una estructura
narrativa, retrato de un escritor o descripción de la lectura de un libro, que transforma
en personaje o en anécdota llena de ideas e intuiciones. Su talento de cronista
le permite tener sentido del humor sin renunciar a la profundidad reflexiva ni al
cuestionamiento crítico. Su fama va más allá de nuestras fronteras y es uno de los
escritores de su generación más conocido fuera de las fronteras mexicanas.
Autores como Reyes o como Paz son a la vez una piedra de toque y un tópico del
ensayismo. La bibliografía sobre ellos es abundante (véase mi texto “Lecturas de
Octavio Paz” en Para una política del texto) y agrupa una serie de historiadores
y críticos literarios que han documentado su vida y fijado la historia de sus obras
la mayoría de las veces, sin embargo, de una manera más bien convencional y distante
de los textos y distantes también de la llamada critica genética. Vale la pena mencionar
algunos de ello, a veces muy diferentes entre sí: Adolfo Castañón, Guillermo Sheridan,
Evodio Escalante, Víctor Manuel Mendiola, Pedro serrano y Cristopher Domínguez Michael.
Este último un caso excepcional, fuertemente crítico, no pocas veces polémico, intenta
una exhaustiva revisión de la literatura mexicana a lo largo de su historia. Otro
crítico literario de carácter historicista, que tuvo un inicio muy brillante, fue
José Joaquín Blanco con su Crónica de la poesía
mexicana (1977), que ha tenido varias reediciones.
Domínguez Michael (1962) inicio como reseñista justo a principios de los años
ochenta y mostró un enorme talento como ensayista literario que con el tiempo se
fue decantando a su trabajo como historiador de la cultura mexicana. Y como biógrafo,
con dos libros muy brillantes, sobre Fray Servando Teresa de Mier y sobre Octavio
Paz. Ha conservado, sin embargo, su interés en otras lenguas, y entre sus libros
en esta dirección hay que destacar el reciente Ateos, esnobs y otras ruinas y por dar a conocer figuras heterodoxas,
raros o fuera de la tradición, y con un dilatado viraje de sus posiciones juveniles
de izquierda a su actual concepción, claramente de derechas. No es el único y es
un buen representante de la marcada tendencia historicista de la crítica literaria
predominante entre nosotros. La otra tendencia, la que se ocupa menos de la causalidad
y más de la casualidad, y a la que no le cuadra del todo el término impresionista,
tiene una presencia más secreta.
Uno de los casos más llamativos es el narrador, poeta y cineasta Daniel González
Duelas, que ha desarrollado una extensa obra ensayística con estudios monográficos
sobre los cineastas Georges Melies y Luis Buñuel, o muy puntuales, como sus estudios
sobre Julio Cortázar, y también ensayos de gran libertad asociativa como Las visiones
del hombre invisible (1988) y sobre todo El libro de nadie, que mereció el Premio
Iberoamericano de Ensayo Casa de América-Fondo de Cultura Económica (España). Lamentablemente
el libro tuvo poca circulación tanto en México como en España y no se conoció en
otros ámbitos de nuestra lengua y es hoy día muy difícil de encontrar. La curiosa
mezcla que hace entre sus principales vocaciones, la literatura y el cine, le da
una personalidad muy propia y perfectamente reconocible. Ha trabajado también interesantes
entrevistas-ensayo con diferentes autores y ha sido editor entre otros textos de
la obra reunida de Antonio Porchia. Si bien el ensayo es un género de solitarios
requiere de un contexto colectivo y un margen de diálogo. González Dueñas es un
caso extremo de trabajo en soledad, pero no en aislamiento, y su obra a pesar de
sus características casi secretas tiene lectores.
Otro practicante del ensayo literario es Francisco Segovia. Conocido como poetas
cuenta también con una notable obra narrativa, y varios libros de ensayos que cuentan
entre lo mejor del género: Retrato hablado, SobreEscribir, Detrás de las palabras
y Jorge Cuesta, la cicatriz en el espejo. El autor de Canto a un Dios mineral es
un referente para los escritores de su generación. Sobre él han escrito libros y
estudios, Evodio Escalante, Verónica Volkow y Jesús Martínez Malo. Segovia, sin
embargo, no se interesa –o no solo- en la biografía de la persona, aunque la conozca,
sino en lo que habla en el texto, o en la pintura, o en el hecho antropológico,
o en la puesta en escena o en la traducción. Su paleta temática es muy amplia y
su manera de ensayar sobre los temas muy libre y atractiva. Es curioso que, si bien
se puedan asociar a veces ciertos elementos estilísticos y preocupaciones temáticas
entre algunos ensayistas de la generación, no hay ni de lejos una “escuela” ni métodos
comunes entre ellos más allá de la libre asociación. Esa es en cierta forma la mejor
herencia de una tradición que viene de El
arco y la lira, Poética y profética
y Disertación sobre las telarañas.
Desde la academia, pero con una perspectiva más libre, hay que destacar la labor
de Liliana Wienberger y de Carlos Pereda, nacida la primera en Argentina, el segundo
en Uruguay, pero ambos ya pertenecientes a nuestro contexto reflexivo desde hace
muchos años. Ambos ganaron el Premio de ensayo convocado por la editorial Siglo
XXI, hoy ya cancelado. Y en el caso de Weinberger no sólo es una notable practicante
del ensayo, sino que ha hecho del género un motivo de reflexión y mapas históricos
evolutivos con textos como El ensayo, entre
el paraíso y el infierno y Pensar el ensayo.
En este último se traza una genealogía de sus usos y prácticas en México, aunque
no llega a tocar a las generaciones más recientes. Quien quiera ubicarse en el desarrollo
ensayístico de México y Latinoamérica debe recurrir a estos libros.
La convergencia de pensamiento literario y prácticas conceptuales de origen
filosófico va a marcar la evolución de autores más jóvenes, como Salvador Gallardo
Cabrera (1963), quien deliberadamente borra las fronteras entre ambos campos y se
avoca a una escritura ensayística que podríamos calificar, aunque el calificativo
sea demasiado manido, como experimental. Destacado poeta, en sus textos se puede
ver la huella de las lecturas de pensadores como Gilles Deleuze o Paul Virilio.
En su libro Sobre la tierra no hay medida
(2008) situaría yo un punto de inflexión del ensayo más reciente. El texto allí
no sólo es un vehículo del pensamiento, una transcripción, sino que piensa desde
su misma textualidad, su forma y causalidad azarosa, a manera de afinidades electivas,
entre pensadores de diferentes épocas o intereses.
Ernesto Lumbreras (1966) ha frecuentado un género curioso: las monografías sobre
autores –como José Clemente Orozco, Ramón López Velarde o Malcom Lowry, las tres
premiadas (y no tiene las características de un escritor para concursos)- disfrazadas
de estudio académico, pero profundamente penetradas por la libertad del ensayo.
Por ejemplo, desde el título de su libro sobre el muralista La mano siniestra de José Clemente Orozco hará sonreír al
lector, no sólo por la condición siniestra de su pintura sino por el íncipit del
libro –“Orozco era zurdo”, precisamente la mano que pierde en un accidente de juventud.
Su método, más cercano al del historiador, por ello mucho más lineal que el de Daniel
González Dueñas, le permite sin embargo una condición narrativa adecuada y se leen
con fluidez. Su sentido del humor ayuda mientras que a veces su voluntad de documentar
los datos se vuelve farragosa y la rescata el lirismo poético de otros pasajes.
Escritores que han llamado la atención como poetas han publicados libros de
ensayos muy atractivos. Es una tendencia histórica que los poetas cultiven más –y
mejor- el ensayo que los narradores. Entre ellos vale la peno destacar a dos mujeres:
Tedy López Mills, con una curiosa y muy personal reflexión sobre Mallarme, La noche en blanco y Silvia Eugenia Castilleros,
con Entre dos silencios, por cierto su
primer libro, brillante ejemplo de escritura fragmentaria. A su vez, aunque más
cerca de la crónica, son notables algunos libros de Ana García Bergua, más conocida
como novelista. Si insisto tanto en que la mayoría de las veces el ensayo es una
práctica deliberadamente marginal y a la sombra de otro género, más visible ante
los lectores, es porque eso refuerza su condición excéntrica
Un par de autores diez años más jóvenes, Luigi Amara (1971) y Gabriel Bernal
Granados (1973) y hoy cada uno con más de diez libros en su haber –de poesía, narrativa,
ensayo y escritura fragmentaria, son hoy por hoy los más brillantes y visibles de
una nueva generación de ensayistas mexicanos. Bernal, en una obra amparada bajo
la protección de Paul Valery y marcadamente interesada en las artes plásticas -recientemente
(2021) ha publicado una fascinante monografía sobre Leonardo da Vinci, en donde
el gran creador renacentista le sirve para articular una meditación sobre una tentación
plenamente moderna: la de lo inacabado. La obra –maestra, diría Balzac- inconclusa,
borrada o destruida, abandonada en términos de Valery, que representa una angustia
peculiar de una sociedad de la que los dioses se han marchado y nos han dejado en
la orfandad del sentido.
En ese rango de edad, nacidos a fines de los 60, principios de los 70, destacan
también autores que practican el ensayo de forma muy personal, a veces tienden a
la crónica o incluso al panfleto, en otras al apunte de lectura. Entre ellos, sin
que pueda ocuparme con mayor detenimiento de ellos, hay que mencionar a León Plascencia
Ñol (1968) Julián Herbert (1971), Luis Jorge Boone (1977 y Heriberto Yépez (1974).
Termino con una escritora de la siguiente década: Marina Azahua, nacida en 1983
y una de las voces más visibles actualmente, con dos libros publicados, Treinta ensayos mínimos ante el vacío (2013) y Retrato involuntario. El acto fotográfico
como forma de violencia (2014).Probablemente
nos enfrentemos, además, a dos vías de difusión del ensayo de imaginación. Por un
lado aquellos que escribe aun o todavía para el soporte del papel, y aquellos otros
que lo hacen para las redes. Cambia todo aunque, al menos por un tiempo, puedan
convivir y darse en ambos soportes e incluso de una manera mixta. Lo curioso es
que ambas tendencias crean cofradías. Por ejemplo, en el terreno de la web, los
cada vez más frecuentes grupos colectivos en los que autores comparten sus textos
con lectores interesados (algo similar a lo que eran las revistas académicas). En
otros lugares he reflexionado sobre lo que se pierde, sobre todo el funcionamiento
colectivo de las revistas en papel como espacio de reflexión a medio camino entre
el cuarto propio y la plaza pública: la mesa de redacción.
Casi ni sería necesario decirlo: este
rápido mapa se traza desde una práctica de lectura que considera al ensayo un género
literario. No se le lee para aprender o educarse, encontrar argumentos para defender
una idea o su contraria, sino para vivir entre ellas su diálogo o su mutua ignorancia.
Se leen los ensayos, pues, como se lee un libro de poemas o una novela, como se
ve un cuadro o se escucha una sinfonía, se trata de una disposición ante ellos.
Habrá quien pueda trazar un mapa totalmente distinto: con otros libros y otros autores
en el mismo tiempo y geografía. Pero tal vez la conclusión no sería tan distinta:
el ensayo mexicano vive un buen momento, aunque tenga pocos lectores. Es esta condición
de lectura lo que determina la lista que se tuvo como objetivo desde el principio:
doce libros de ensayos recomendados al lector:
Por orden cronológico
SobrEescribir, Francisco Segovia, 2002.
El libro de nadie, Daniel González Dueñas, 2003.
Pensar el ensayo, Liliana Weinberg, 2007.
De eso se trata, Juan Villoro, 2008.
Los disidentes del
universo, Luigi Amara, 2013.
Sobre la tierra no
hay medida, Salvador Gallardo
Cabrera, 2008.
El planisferio de Morgius
Cancri, Ignacio Díaz de la
Serna, 2014.
Retrato involuntario.
El acto fotográfico como forma de violencia, Marina Azahua, 2014.
Imperfecta semejanza.
Meditaciones y diálogos en torno a la traducción poética, Pura López Colomé, 2015.
La mano siniestra de
José Clemente Orozco, Ernesto Lumbreras,
2016.
Anotaciones para una
teoría del fracaso, Gabriel Bernal Granados,
2016.
Retrato, personaje
y fantasma, Christopher Domínguez
Michael, 2017.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 179 | setembro de 2021
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Curador convidado: José Ángel Leyva (México, 1958)
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