Un
personaje que incidió profundamente en la evolución de las artes en nuestro país
fue Mathias Goeritz, quien llegó una década después de los surrealistas tras su
expulsión de España, debido a la declaración pública de ideas reaccionarias contra
el sistema educativo de esa república. Con su ascendente artístico en la Bauhaus, Goeritz implementó en México invaluables
cursos de educación visual que expandieron la percepción de sus discípulos hacia
las corrientes artísticas en boga en el mundo occidental. Además de una fuerte dosis
de geometrismo dentro del lenguaje abstracto pictórico y escultórico, Goeritz introdujo
una interesante teoría a la que llamó arquitectura
emocional que, en oposición a la entonces pujante arquitectura funcionalista,
reflexionaba sobre el espacio y sus ambientes con relación a las emociones humanas.
A partir de esta introducción queremos encontrar la filiación artística de Saúl
Kaminer, quien fuera discípulo de Goeritz en la UNAM en la carrera de arquitectura,
donde germinó su arte dentro de la educación formal.
Desde
luego, Kaminer es un artista que abreva paralelamente de otros estímulos sensoriales,
como el arte popular mexicano, las tradiciones y las artes de culturas antiguas (incluida la iconografía ancestral precortesiana),
donde hasta la fecha finca su estilo y su manera de “hacer”. Kaminer posee además
un legado epistémico que proviene de su amplia trayectoria educativa que ha sido
enriquecida por la travesía que con espíritu trashumante ha trazado en la ruta de
su vida más allá de nuestras fronteras —no sólo geográficas, sino principalmente
culturales, intelectuales, sensoriales y emotivas— que, lejos de distanciarlo del
medio artístico nacional, lo incorpora a éste, y evidentemente Kaminer se expresa
acumulando en su ideología personal muchas de las manifestaciones estilísticas y
prácticas vigentes en nuestra nación.
A
lo largo de su producción, Kaminer ha incursionado en la figuración, originalmente
bajo un esquema surrealista, que paulatina y progresivamente ha mutado en una suerte
de abstracción rica en elementos orgánicos; cuya esencia metafísica sigue latente.
Este tránsito no le ha condicionado a abandonar definitivamente las propuestas desarrolladas,
ya que siempre ha estado abierto para revisitar anteriores formas y prácticas propias
de hacer arte. Sin importar la solución estilística y formal, su obra siempre se
enriquece con un ítem simbólico que recorre
y alberga sus prácticas espirituales e ideológicas, y sobre todo, explora las referencias
del pasado, de su historia personal y de la cultura universal; sin desestimar el
vínculo de orden natural que halla en los objetos del presente. Su obra es la traducción
de todos estos símbolos a un lenguaje visual.
A
Kaminer le distingue —de otros artistas de su generación— este factor de interculturalidad
[3] que se manifiesta, quizás muy sutilmente
en sus obras, como el plus que recoge
y devuelve al observador atento y sensible.
Si
analizamos la amplia trayectoria de Saúl Kaminer, encontraremos que la obra sobre
la que discurre esta exposición se inserta en un momento específico de su carrera.
En términos formales, difícilmente hay un parangón con la representación realista
de sus inicios, o se asoma esa raigambre surrealista vigente hasta hace apenas una
década, cuyo discurso visual estaba objetivado en sus experiencias oníricas y psicoanalíticas.
La producción más reciente de Kaminer revela una búsqueda apremiante por la desconfiguración
o deconstrucción de la forma, hay en ella investigación de la subjetividad a partir
de la fragmentación y reconstrucción, de las posibilidades y efectos que la línea
y su intrínseca y paradójica volumetría tiene, al plasmarlas en entramados y laberintos
para los que la incidencia de la luz, color y sombra juegan un papel vital sin distanciar
el manejo espacial —bidimensional o tridimensional— de la obra.
En
Kaminer vemos una suerte de mixtura entre su obra pictórica y su escultura. Hay
riqueza y dinamismo dimensional en cada una de sus obras, que parecen contener en
sí mismas dimensiones espaciales múltiples. En el caso de la pintura es más evidente,
ya que con el manejo de luces y gamas nos ofrece esa sensación de corporeidad que
se administra compositivamente en mulplicidad de planos. Cuando observamos obras
como Oestrus, es posible distinguir el
complejo entramado de líneas que cambian no sólo de color en sí mismas, sino el
efecto esfumado que ofrece a nuestra percepción la versatilidad de lecturas en términos
de composición. Hay fondos que pueden verse como figuras, y figuras que con una
sutil transición cromática se convierten en fondo. Estas obras nos remiten al retrato
de universos perplejos, interpretados desde posibles dimensiones macro o microcósmicas,
en sistemas de gran complejidad.
Las
obras realizadas en papel recortado son enigmáticas. Las oquedades y recortes que
permiten la reproducción de sombras, también cohabitan con la expresión espacial.
Son obras que nos permiten viajar a través de las líneas y sus fondos. No obstante
la simplicidad aparente de su diseño y de su ejecución, hay en ellas gran multiplicidad
de efectos, que paradójicamente no son resultado del azar. La incidencia de luz
y la proyección de sombras son parte medular en algunas de sus obras, meditadas
acuciosamente por el artista en el momento de la ejecución de éstas.
Las
esculturas de Kaminer tienen también esa vena evolutiva y transitiva que dialoga
entre el plano y el volumen. Las obras en hierro utilizan el recurso de recorte
que está perfilado desde su posición en el espacio para integrar las sombras como
parte objetiva de la pieza; lo mismo sucede con las moldeadas en cerámica, que aun
siendo más orgánicas, con formas suavemente redondeadas contienen incisiones que
reconfiguran la composición. Las tallas en mármoles negros y blancos conservan una
sutileza lineal, presentan redondeces más suaves y carecen de aristas rectilíneas;
son menos geométricas y más dinámicas. Las líneas que cortan su propio horizonte
son virtuales, pues la circularidad de sus formas invita a recorrerlas visualmente
desde diferentes ángulos, sorprendiéndonos la resultante versatilidad de la forma.
Una
obra inspirada en la cosmovisión hindú es Migración
de alma, que hace referencia al momento del desprendimiento
del alma, de la transmigración del espíritu de
un cuerpo a otro; es una obra inspirada en el concepto de reencarnación o en el
de resurrección.
Hay
algunas obras de Saúl Kaminer en las que su relación con la figuración es más evidente,
como sucede con La casa en el lago blanco,
en donde efectivamente se vislumbra una casa; sin embargo en sus obras más recientes
son pocos los ejemplos en los que la correspondencia entre el título y la obra muestre
cierta literalidad figurativa.
Kaminer
aborda de manera recurrente el problema de los opuestos, de las dualidades, de lo
femenino y lo masculino en conflicto o en convivencia. Quizás es, como diría Mier
(2007), [5] “[…] una exigencia tácita
de sentido que emerge de la iconicidad trunca […] y su ineludible impulso a apuntar
a un orden de existencias más allá de sus propios márgenes”.
NOTAS
2. Corriente multidisciplinaria introducida
a nuestro país a partir de la Exposición
Internacional del Surrealismo que tuvo
lugar en la Galería de Arte Mexicano en 1940, que bajo la dirección de Inés Amor
fuera organizada por Diego Rivera, Frida Kahlo,
y los europeos André Breton, Wolfang Paalen y otros artistas que militaban en
sus filas, y cuya sede se estableció en París.
3. Una circunstancia que llama la atención
es el significado del apellido Kaminer, que resulta una feliz coincidencia y metáfora
de su oficio. A decir del artista, la raíz “kamin” tiene orígenes en el idioma polaco
o en el ruso, y significa “piedra”; y el sufijo -ner proviene del hebreo —de cuya
tradición él viene, significa “vela” o “luz”; de ahí el título de este texto.
4. En la tradición prehispánica, las cuevas,
los túneles y las oquedades que provienen de la tierra se asocian a mitos de origen,
de fertilidad, y representan el inframundo. La Luna y el Sol nacen de las entrañas
del inframundo; como el agua brota de los manantiales, o como los montes emergen
de una entidad oscura y oculta bajo el manto tectónico.
5. Mier, Raymundo, “Figuraciones inaprehensibles.
Benjamin y Freud, las catástrofes de la mirada”, en Semántica de las imágenes, figuración, fantasía e iconicidad, Diego
Lizarazo Arias (coord.), UAM / Siglo XXI Editores, México, 2007.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 179 | setembro de 2021
Artista convidado: Saúl Kaminer (México, 1952)
Curador convidado: José Ángel Leyva (México, 1958)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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