Sin embargo,
el cuento escrito en México ya con una intención no meramente legendaria o anecdótica
nace en el siglo XIX en autores costumbristas y románticos como José María Roa Bárcena
y Vicente Riva Palacios, quienes sin descuidar el propósito de lo que cuentan, descubren
un estilo que los define.
Otros cuentistas
notables de aquel tiempo son el neoclásico Ignacio Manuel Altamirano, Pedro Castera
y sus cuentos mineros, el romanticismo de Justo Sierra hijo y el modernismo de Carlos
Díaz Dufoo padre —quien publica su cuentística en el siglo XX, lo mismo que Federico
Gamboa, Luis G. Urbina, Amado Nervo, Heriberto Frías y Rubén M. Campos.
El siglo XX
inicia en lo político y en lo social con la dictadura de Porfirio Díaz. Luis Leal,
en su Breve historia del cuento mexicano (UNAM, 2010), señala que tal régimen
“coincide con el predominio, en la vida cultural, de las ideas positivistas y científicas
que había implantado Gabino Barreda”. Agrega: “un grupo de jóvenes no conformes
con el positivismo en la filosofía ni con el modernismo en la literatura se reúnen
en torno a la revista Savia moderna (...) para dar expresión a sus ideas
antipositivistas. De este grupo (...) surgió el Ateneo de la Juventud”, en el que
se pueden encontrar escritores como Alfonso Reyes, quien publica un puñado de cuentos
que combinan su erudición personal con mundos oníricos —“La cena” es el ejemplo
más claro de ello; José Vasconcelos que, en su escasa cuentística, mezcla lo autobiográfico
y la búsqueda del sentido de la vida; Mariano Silva y Aceves, uno de los abuelos
del cuento contemporáneo que, en palabras de Beatriz Espejo —la gran maestra del
cuento de las últimas y primeras décadas de los siglos XX y XXI—, “sabía que un
narrador precisa encontrar la frase inicial para introducir el tema sin mayores
preámbulos, buscaba la sintaxis bien construida y esmerada, el adjetivo justo, introdujo
el final abierto, y se destacó como espléndido creador de atmósferas” (Mariano
Silva y Aceves, UNAM, Material de lectura No. 40, 2008); caso parecido al de
Julio Torri que es considerado una voz mayor entre los microcuentistas de habla
española.
Pero si bien
estos dos últimos ateneístas son los abuelos de la cuentística contemporánea, con
la Revolución mexicana, valga la expresión, se revolucionaría
el cuento en el país, dándole paternidad, pues se trata de una narrativa que por
primera vez se afirma a sí misma, crea su propio modelo popular en el habla y desarrolla
temas en torno a la guerra fratricida, características que dan por resultado una
literatura más rica en cuanto la comprensión de la condición humana, ruptura que
prevalecerá hasta mediados del siglo XX, y sus recursos darán la base a la literatura
de la otra mitad.
Cuentistas
revolucionarios son, en ambas acepciones del término, Mariano Azuela, Ramón Rubín,
José Rubén Romero, Rafael F. Múñoz —el mejor cuentista de la Revolución—, Carmen
Baez —una cuentista espléndida hoy casi olvidada—, el pintor y vulcanólogo doctor
Atl, Celestino Herrera, José Alvarado y la balletista Nellie Campobello, entre otros.
Mención
aparte merece
Edmundo
Valadés, quien al nacer a la mitad de la lucha armada también es cuentista y antólogo
de la Revolución. Él mismo y el periodista Horacio Quiñones publican en 1939 el
primer número de la revista El Cuento,
que lleva como subtítulo Los Grandes Cuentistas
Contemporáneos, en la que se comprometen en dar a conocer la cuentística más
notable de aquella época, sobre todo la que se escribe fuera de México.
Aquellas citas
hoy se conocen como cuentos jíbaros, bonsái, mínimos, ultracortos, fictimínimos,
microrrelatos, etcétera, y se suelen confundir con otro tipo de literatura fragmentaria
como la sentencia, el aforismo, la greguería, etcétera, son la semilla para que,
a partir de 1969, la revista abriera el Concurso del Cuento Brevísimo, en el que
pueden participar escritores aficionados o profesionales con un texto que no excediera
una cuartilla —tres cuartos de una cuartilla, recomienda Valadés— a doble espacio
y 65 golpes de máquina de escribir.
Tal certamen
se convierte en un taller abierto entre quienes buscan publicar sus minificciones
y el consejo de redacción de la revista, conformado en sus distintas épocas por
Andrés Zaplana, Juan Rulfo, Juan Antonio Ascencio, Agustín Monsreal, José de la
Colina y Eraclio Zepeda, un sexteto de cuentistas que pocos países pueden presumir.
De dicho grupo,
Rulfo escribe el libro de cuentos más importante de México, El llano en llamas
(1953); “La tumba india” de José de la Colina es un cuento que merece estar en cualquier
antología del género; Eraclio Zepeda es un cuentista para cuentistas mientras que
Agustín Monsreal se destaca como una leyenda viva de la literatura yucateca.
Las décadas
de los setenta y los ochenta fueron de plena consolidación para El Cuento que pronto cobra fama en Hispanoamérica,
convirtiéndose en un referente tanto para conocer a escritores de otros idiomas
—que son traducidos al español por los colaboradores de Valadés— como de autores
cuyo lengua es el español.
En esos años,
por otra parte, Juan José Arreola, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuentes, José Revueltas
y Salvador Elizondo, escriben por encima de su poética, ensayística o novelística,
al menos un libro de cuentos ya considerado obra maestra: Confabulario (1952)
de Arreola —"El guardagujas" es lectura indispensable para quien quiera
ser escritor—; Dormir en tierra (1961) de Revueltas; Cantar de ciegos
(1964) de Fuentes; La ley de Herodes (1967) de Ibargüengoitia y
El grafógrafo (1972) de Elizondo.
Otros cuentistas que trascienden la segunda mitad
del XX son Inés Arredondo, Rosario Castellanos, Guadalupe Dueñas, Juan García Ponce,
Elena Garro, Ricardo Garibay, Sergio Galindo, Severino Salazar, José Emilio Pacheco,
Eusebio Ruvalcaba, Guillermo Samperio, Sergio Pitol, Amparo Dávila, Jorge López
Páez, Rafael Ramírez Heredia —más allá de su famoso "Rayo Macoy", su cuento
"El faraón" es fascinante dentro de su temática taurina.
Entre los autores vivos que forman la cuentística
contemporánea, José Agustín sigue siendo una influencia determinante en las nuevas
generaciones y su mejor libro del género es Inventando que sueño (1968);
la ya mencionada Beatriz Espejo; Felipe Garrido, otro maestro del cuento; Óscar
de la Borbolla, cuya escritura lúdica y filosófica cuenta con muchos lectores; Francisco
Hinojosa, un contador de historias inteligente y divertido; Mónica Lavín —en su
libro Uno no sabe (2004) tiene dos textos excepcionales: el que le
da título a la obra y "Los diarios de un cazador"—; Hernán Lara Zavala,
Francisco Prieto, Emiliano Pérez Cruz, Bernardo Ruiz y Alberto Ruy Sánchez, los
cinco con estilos y temáticas que hablan de las gran pluralidad y riqueza imaginativa
del género; Enrique Serna —El orgasmógrafo (2001) es una delicia—; Ignacio
Trejo Fuentes —"Vestido de novia" es el ejemplo más claro de cómo se puede
transformar una circunstancia patética y cruel en una obra de arte—; Eduardo Langagne
—“Veinte años” relata una historia de amor sexual mágica, hoy día posiblemente incorrecta,
lo que la convierte en correctísima.
En 1994 fallece
Edmundo Valadés, pero El Cuento se sigue
publicando hasta 1999, año que nace Ficticia como un portal en Internet que, con
las herramientas que da la nueva tecnología, busca mantener la tradición y el canon
iniciado por el maestro seis décadas atrás, abriendo espacios tanto para cuentistas
aficionados como profesionales, talleres escriturales, espacios de reflexión y difusión
de la literatura breve, contemporánea y escrita en español. Para el 2000 Ficticia
Editorial empieza a publicar libros y en su catálogo se pueden leer más de ciento
cincuenta cuentistas, en su mayoría mexicanos.
Entre quienes
más títulos ha editado esa editorial —además de haber publicado en su momento a
Salvador Elizondo, José de la Colina, Severino Salazar y Eusebio Ruvalcaba, entre
otros— se encuentran Agustín Monsreal y su prosa laberíntica en la que es un placer
perderse; Gerardo de la Torre, dueño de una narrativa impecable que mira la realidad
con una tenacidad también impecable; Mauricio Carrera, autor prolífico que en México
ha ganado más de una veintena de premios; Javier García-Galiano, erudito dueño de
un sarcasmo inconfundible; Carlos Martín Briceño, cuentista pura sangre que le gusta
adentrarse en los bajos instintos del ser humano en ambientes tropicales; Gustavo
Marcovich, quien con un humor negro finísimo siempre sorprende al lector, y Luis
Bernardo Pérez, cuya maestría técnica e imaginativa lo convierten en un cuentista
casi perfecto.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 179 | setembro de 2021
Artista convidado: Saúl Kaminer (México, 1952)
Curador convidado: José Ángel Leyva (México, 1958)
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