Es ahí, en esa
detallada expresión de resignación donde se localiza lo más perverso de la sociedad
actual. Porque nos han enseñado a callar, a ocultar, a no ver, a cerrar los ojos,
a ver hacia otro lado, a no afrontar. Sobretodo nos han enseñado a escondernos,
a quedarnos solitarios y a olvidar los abrazos tiernos de la empatía humana. Vivimos
en una sociedad que apremia al más fuerte, donde sufrir es una falta y por ende,
un martirio que nos toca vivir en absoluta soledad. Claro, todos somos cómplices
de un espectáculo público de dolor, en las noticias, en redes sociales, en medios
de comunicación. Pero es un dolor limitado a cifras, hechos y noticias que con el
tiempo quedan desplazadas, en un constante vaivén de sufrimiento, como si la historia
del ser humano fuera una cadena atemporal de tragedias.
La obra de Liza
nos invita a ser partícipes de un dolor más humano, a ver con detenimiento los rostros
que están en ese preciso momento de resistencia, en ese instante que muchas veces
se reserva a un episodio de olvido, o a momentos que pasarán a ser anécdotas incómodas,
o lo que preferimos callar. Los personajes no se esconden, no podemos ver hacia
otro lado, los vemos de frente, como retratos. En cierta medida es como vernos en
un espejo, ya que toda persona que se ha lanzado al acto de ver, sabe que al cerrar
los ojos hay un extenso horizonte de emociones, frágiles y complejas.
Los personajes
en la obra muestran estas emociones de una manera palpable, facilitando el instante
de traducción entre las emociones que existe únicamente en el ámbito de la psiquis
humana y materializándose en obra gráfica sobre papel. Esta exploración de los sentimientos
y emociones está muy presente en el trabajo literario de Liza, e incluso se puede
llegar a argumentar que esta relación entre obra visual y literaria es quizás la
cualidad que caracteriza su trabajo artístico. Una convergencia de palabras y líneas
que en conjunto, llevan hacia un espacio de creación onírico. De una manera, es
como si los personajes que se han materializado a través de tinta y plumilla fueran
extraídos directamente de los poemas de Liza, y estuvieran viviendo de manera presencial
todo lo que se ha vertido en palabras.
¿Por qué los cuerpos
en la obra presentan extremidades que se estrechan como en un sueño? Con manos,
pies y brazos con gestos muy expresivos, ¿qué tienen estos personajes que decirnos?
Quizás no exista una respuesta concreta a esta interrogante, ya que como en los
sueños las acciones de nuestras extremidades están a veces fuera de nuestro control,
como si tomaran vida propia, explorando superficies, sonidos, tocando otros cuerpos,
texturas, ojos, narices, ombligos, mariposas. Son manos y pies que no obedecen a
la rigidez con la que estamos habituados a convivir en la vida real, o bajo las
normas de conducta apropiadas, son manos que permiten expresar y sentir. Sin duda
alguna, existe una conexión a los cuerpos de Egon Schiele, el artista austriaco
que logró explorar con tanta precisión las posibilidades de expresión del cuerpo
humano. En algunas ocasiones jugando con la rigidez de las manos o pies, mostrándonos
que una gesticulación también puede ser una manifestación de las emociones humanas.
Retomando la frase
“Y una orquesta sonando día y noche, para callar el silencio”, nos podemos preguntar,
¿cuál es el silencio que estos personajes intentan callar? Será un silencio que
se encuentra únicamente en ese momento después de morir, o será el silencio que
experimentamos de manera gradual, poco a poco, día a día, mientras nuestros cuerpos
navegan el camino irrefutable del tiempo. Sea cual sea la respuesta, los personajes
de Liza no sólo existen bajo un sufrimiento perpetuo, nos muestran paralelamente
el lado más tierno de la vida, aquel donde los personajes bailan, ríen o tocan algún
instrumento. Por ejemplo, “el pianista” que ya hemos mencionado, una figura que
toca un piano con una mano extendida y su espalda erguida. No del todo en una pasividad
o en un júbilo absoluto, pero aun así, lleno de vida, de expresión y movimiento.
Todos existimos en ese espacio intermedio, entre tristeza y felicidad, es ahí donde
se extiende la complejidad de la obra, con cierto tinte de esperanza.
Es en ese espacio
ambiguo, como en una cuerda floja de emociones, que casi nos lleva a caernos a un
precipicio, pero de la que seguimos aferrándonos con nuestros dientes, es en ese
instante que los personajes en la obra de Liza nos hablan sobre la realidad de la
vida en Latinoamérica. Una cotidianeidad que se vive a una intensidad propia, un
tanto peligrosa. Una realidad llena de contradicciones, de enojos que se rozan con
alegrías, de ternura con violencia. Una violencia que también se expresa en la realidad
cotidiana de las mujeres, que luchan diariamente contra un sistema patriarcal de
opresión, y donde la sexualidad es sujeta a tabúes, violencia y censura, Liza muestra
cuerpos femeninos que buscan una emancipación y luchan en contra de esas voces opresoras,
cuerpos desnudos que cuestionan su sexo con genitales expuestos y en gestos de expresión
demandan notoriedad y emancipación.
Escribo estas
palabras desde lejos de Latinoamérica, después de haber partido de El Salvador desde
hace unos años, y debo confesar que en el trazo de Liza siempre encuentro una conexión
con la realidad salvadoreña. No de la manera más evidente o frontal, pero desde
un ángulo más sutil, como un recuerdo de aquella sensación exorbitante de soledad
que se experimenta únicamente en las tardes lluviosas del trópico, cuando la tempestad
de la lluvia nos obliga a quedarnos inmóviles, “a esperar que pase”, a sentarnos
y contemplar la lluvia, a hacer nada por algunos minutos. Recuerdo mi cuerpo inerte,
mis manos con cierto grado de rigidez y mi mente reflexionando sobre uno que otro
problema. En el tejado, el sonido de la lluvia es omnipresente. Espero, mientras
tanto, mi cuerpo siga muriendo. De pronto todo cesa y al terminar puedo continuar.
Fui por un instante, uno de los personajes de Liza.
Igual que los
personajes de Liza, yo también viví ese momento de vulnerabilidad. Probablemente
lo viví en soledad, pero debo recordar que esos momentos de quietud consisten en
la experiencia más universal del ser humano. Son instantes donde las líneas que
definen mi cara se pliegan, corren en contornos insólitos e inusuales, donde parezco
un monstruo, o donde mis gritos no son sonoros, pero son expresiones de mis manos
y mis pies. Donde mi cara expresa cierta tristeza y reposo, mientras toco algún
instrumento en un silencio certero. Soy simultáneamente una figura que existe llena
de vehemencia, pero que también calla una pasividad lánguida.
VÍCTOR ARTIGA RODRÍGUEZ (El Salvador,
1987) trabaja en la convergencia del cuerpo, la poesía y la tecnología. En su obra
utiliza el lenguaje y narraciones ficticias para generar performances donde explora
el cuerpo y su materialidad a través de obra audiovisual. Es licenciado en Bellas
Artes por el Art Center College of Design en California, y actualmente está terminando
su máster en la Hochschule für Künste Bremen.
LIZA ALAS
(El Salvador, 1982), artista plástica y poeta, ha participado en exposiciones colectivas e
individuales, también en Festivales internacionales de pintura y poesía. Cuenta
con un poemario publicado, Morir un poco menos, elaboró la portada y
dibujos del libro. Ha sido publicada en diferentes compilaciones colectivas. Ha
trabajado gestión cultural y ha impartido talleres de arteterapia y dibujo
creativo con mujeres y niños. Tiene su marca personal de ropa “Liza Alas” en la
que elabora ropa con alma.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 178 | agosto de 2021
Curadoria: Juana M. Ramos (El Salvador, 1970)
Artista convidada: Liza Alas (El Salvador, 1982)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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