terça-feira, 17 de agosto de 2021

VÍCTOR ARTIGA RODRÍGUEZ | Miradas en refugio. El interior visto con desmesura. Sobre la obra de Liza Alas

 


¿Será en realidad posible llevar nuestros momentos de introspección, frecuentemente cautelosos, sosegados, tímidos, tomarlos de la mano y llevarlos hacia una hoja de papel? ¿Será peligroso buscar lo más preciado en cada uno de nosotros, es decir, aquellos secretos que no logramos recordar o que quizás todavía desconocemos y presentarlos al desnudo? Quizás lo más liberador sea la acción de trazar con palabras aquellas historias que nos reservamos para los momentos de soledad, cuando nadie puede interferir o cuestionarnos nuestra vulnerabilidad. Es aquí donde logro encontrar refugio en la obra de Liza, entre palabras que se materializan en personajes que viven a plenitud su dolor. Están sentados, llorando, riendo, quizás esperando “morir un poco menos”. Lo logran, mueren, pero mueren lentamente, como si el tiempo les absolviera y les regalara momentos de quietud, con miradas pausadas en expresiones de contemplación, nostalgia y cierta resignación.

Es ahí, en esa detallada expresión de resignación donde se localiza lo más perverso de la sociedad actual. Porque nos han enseñado a callar, a ocultar, a no ver, a cerrar los ojos, a ver hacia otro lado, a no afrontar. Sobretodo nos han enseñado a escondernos, a quedarnos solitarios y a olvidar los abrazos tiernos de la empatía humana. Vivimos en una sociedad que apremia al más fuerte, donde sufrir es una falta y por ende, un martirio que nos toca vivir en absoluta soledad. Claro, todos somos cómplices de un espectáculo público de dolor, en las noticias, en redes sociales, en medios de comunicación. Pero es un dolor limitado a cifras, hechos y noticias que con el tiempo quedan desplazadas, en un constante vaivén de sufrimiento, como si la historia del ser humano fuera una cadena atemporal de tragedias.

La obra de Liza nos invita a ser partícipes de un dolor más humano, a ver con detenimiento los rostros que están en ese preciso momento de resistencia, en ese instante que muchas veces se reserva a un episodio de olvido, o a momentos que pasarán a ser anécdotas incómodas, o lo que preferimos callar. Los personajes no se esconden, no podemos ver hacia otro lado, los vemos de frente, como retratos. En cierta medida es como vernos en un espejo, ya que toda persona que se ha lanzado al acto de ver, sabe que al cerrar los ojos hay un extenso horizonte de emociones, frágiles y complejas.

Los personajes en la obra muestran estas emociones de una manera palpable, facilitando el instante de traducción entre las emociones que existe únicamente en el ámbito de la psiquis humana y materializándose en obra gráfica sobre papel. Esta exploración de los sentimientos y emociones está muy presente en el trabajo literario de Liza, e incluso se puede llegar a argumentar que esta relación entre obra visual y literaria es quizás la cualidad que caracteriza su trabajo artístico. Una convergencia de palabras y líneas que en conjunto, llevan hacia un espacio de creación onírico. De una manera, es como si los personajes que se han materializado a través de tinta y plumilla fueran extraídos directamente de los poemas de Liza, y estuvieran viviendo de manera presencial todo lo que se ha vertido en palabras.


Por ello, tomo prestada las palabras del poemario de Liza con intención de buscar paralelos en su obra gráfica. En concreto tomo las frases “Yo he muerto tres veces por cada uno, Y tuve caballos imaginarios que también morían, Y una orquesta sonando día y noche, para callar el silencio”. Quiero partir de estas palabras para ahondar en la reflexión sobre sus personajes. En la obra “El Pianista”, podemos observar un músico que toca un piano, con un cuerpo que tiene características de una figura alargada y erguida de una manera un poco inusual, nos hace preguntarnos el porqué de la insistencia en la figura humana un tanto desfigurada, un elemento que se repite constantemente en la obra plástica.

¿Por qué los cuerpos en la obra presentan extremidades que se estrechan como en un sueño? Con manos, pies y brazos con gestos muy expresivos, ¿qué tienen estos personajes que decirnos? Quizás no exista una respuesta concreta a esta interrogante, ya que como en los sueños las acciones de nuestras extremidades están a veces fuera de nuestro control, como si tomaran vida propia, explorando superficies, sonidos, tocando otros cuerpos, texturas, ojos, narices, ombligos, mariposas. Son manos y pies que no obedecen a la rigidez con la que estamos habituados a convivir en la vida real, o bajo las normas de conducta apropiadas, son manos que permiten expresar y sentir. Sin duda alguna, existe una conexión a los cuerpos de Egon Schiele, el artista austriaco que logró explorar con tanta precisión las posibilidades de expresión del cuerpo humano. En algunas ocasiones jugando con la rigidez de las manos o pies, mostrándonos que una gesticulación también puede ser una manifestación de las emociones humanas.

Retomando la frase “Y una orquesta sonando día y noche, para callar el silencio”, nos podemos preguntar, ¿cuál es el silencio que estos personajes intentan callar? Será un silencio que se encuentra únicamente en ese momento después de morir, o será el silencio que experimentamos de manera gradual, poco a poco, día a día, mientras nuestros cuerpos navegan el camino irrefutable del tiempo. Sea cual sea la respuesta, los personajes de Liza no sólo existen bajo un sufrimiento perpetuo, nos muestran paralelamente el lado más tierno de la vida, aquel donde los personajes bailan, ríen o tocan algún instrumento. Por ejemplo, “el pianista” que ya hemos mencionado, una figura que toca un piano con una mano extendida y su espalda erguida. No del todo en una pasividad o en un júbilo absoluto, pero aun así, lleno de vida, de expresión y movimiento. Todos existimos en ese espacio intermedio, entre tristeza y felicidad, es ahí donde se extiende la complejidad de la obra, con cierto tinte de esperanza.

Es en ese espacio ambiguo, como en una cuerda floja de emociones, que casi nos lleva a caernos a un precipicio, pero de la que seguimos aferrándonos con nuestros dientes, es en ese instante que los personajes en la obra de Liza nos hablan sobre la realidad de la vida en Latinoamérica. Una cotidianeidad que se vive a una intensidad propia, un tanto peligrosa. Una realidad llena de contradicciones, de enojos que se rozan con alegrías, de ternura con violencia. Una violencia que también se expresa en la realidad cotidiana de las mujeres, que luchan diariamente contra un sistema patriarcal de opresión, y donde la sexualidad es sujeta a tabúes, violencia y censura, Liza muestra cuerpos femeninos que buscan una emancipación y luchan en contra de esas voces opresoras, cuerpos desnudos que cuestionan su sexo con genitales expuestos y en gestos de expresión demandan notoriedad y emancipación.


Es complejo descifrar la relación de los personajes a un entorno social más extenso, es decir, la realidad actual de El Salvador, ya que por lo general los dibujos existen en espacios internos o únicamente rodeados del blanco del papel. Pero existen pautas, que nos llevan a imaginar un entorno un tanto caótico o turbulento. Personajes que quizás han decidido existir únicamente en el amparo de los espacios interiores, como en un café o en un bar, tocando un piano o leyendo un libro. Estas no son maneras de escapar de una realidad, son quizás métodos para afrontar la vida en una sociedad pestilente y árida. Una realidad que al final del día, se expresa en los rostros y en las miradas de las figuras.

Escribo estas palabras desde lejos de Latinoamérica, después de haber partido de El Salvador desde hace unos años, y debo confesar que en el trazo de Liza siempre encuentro una conexión con la realidad salvadoreña. No de la manera más evidente o frontal, pero desde un ángulo más sutil, como un recuerdo de aquella sensación exorbitante de soledad que se experimenta únicamente en las tardes lluviosas del trópico, cuando la tempestad de la lluvia nos obliga a quedarnos inmóviles, “a esperar que pase”, a sentarnos y contemplar la lluvia, a hacer nada por algunos minutos. Recuerdo mi cuerpo inerte, mis manos con cierto grado de rigidez y mi mente reflexionando sobre uno que otro problema. En el tejado, el sonido de la lluvia es omnipresente. Espero, mientras tanto, mi cuerpo siga muriendo. De pronto todo cesa y al terminar puedo continuar. Fui por un instante, uno de los personajes de Liza.

Igual que los personajes de Liza, yo también viví ese momento de vulnerabilidad. Probablemente lo viví en soledad, pero debo recordar que esos momentos de quietud consisten en la experiencia más universal del ser humano. Son instantes donde las líneas que definen mi cara se pliegan, corren en contornos insólitos e inusuales, donde parezco un monstruo, o donde mis gritos no son sonoros, pero son expresiones de mis manos y mis pies. Donde mi cara expresa cierta tristeza y reposo, mientras toco algún instrumento en un silencio certero. Soy simultáneamente una figura que existe llena de vehemencia, pero que también calla una pasividad lánguida.


Quiero terminar este texto con un cuestionamiento del título del poemario de Liza “morir un poco menos”, la frase como la ha escrito no lleva coma, no es “morir, un poco menos”. ¿Será el título solo otra manera de decir “vivir”? Se nos olvida, pero vivir es estar en ese estado de constante contienda entre el deseo de soledad y de convivencia, de no saber dejar olvidar nuestros recuerdos, de vivir en fantasías y ensueños. Es que a veces al tener pesadillas deseamos dejar de soñar y otras veces al afrontar la realidad queremos solamente dormir y soñar. En lo personal, no sé exactamente dónde existirá la obra de Liza, pero existe en algún espacio liminal entre todo este conflicto, la encuentro y pienso en la importancia de poder liberar nuestros sentimientos.

 

VÍCTOR ARTIGA RODRÍGUEZ (El Salvador, 1987) trabaja en la convergencia del cuerpo, la poesía y la tecnología. En su obra utiliza el lenguaje y narraciones ficticias para generar performances donde explora el cuerpo y su materialidad a través de obra audiovisual. Es licenciado en Bellas Artes por el Art Center College of Design en California, y actualmente está terminando su máster en la Hochschule für Künste Bremen.

 

LIZA ALAS (El Salvador, 1982), artista plástica y poeta, ha participado en exposiciones colectivas e individuales, también en Festivales internacionales de pintura y poesía. Cuenta con un poemario publicado, Morir un poco menos, elaboró la portada y dibujos del libro. Ha sido publicada en diferentes compilaciones colectivas. Ha trabajado gestión cultural y ha impartido talleres de arteterapia y dibujo creativo con mujeres y niños. Tiene su marca personal de ropa “Liza Alas” en la que elabora ropa con alma.

 


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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 178 | agosto de 2021

Curadoria: Juana M. Ramos (El Salvador, 1970)

Artista convidada: Liza Alas (El Salvador, 1982)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

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