David, que ha dedicado su vida a la
defensa de los derechos humanos, camino que lo llevó a ser Procurador de esta institución
gubernamental, es un magnífico poeta. Incursionó a la vida cultural del país junto
a sus compañeros del Taller Literario Xibalbá, a mitad de la década de los ochenta,
en plena guerra, siendo uno de los poetas más sobresalientes por su temprana lucidez
y la fineza de su poesía, emparentada al inicio con una vertiente más clásica que
luego desembocaría en formas definitivamente vanguardistas, descarnadamente viscerales.
Esta primera etapa bien podría tomarse como un desolado cementerio
si uno sólo la contempla desde su literalidad sin asumir el coraje para escudriñar
dentro de sus luminosas tumbas: ahí descubriremos corazones pulsantes movilizando
aún la sangre, respirando profundo. De esa fosa común puede uno desenterrar esta
sentencia, dolorosa y fértil en su certidumbre:
No sé cómo hablarte de la muerte
porque el amor crecerá desde ese fango
—Versos de Alba—
Lapidario. La frase que dedica a su amada se convierte en profecía
infeliz para su pueblo. Habrá amor, y habrá paz, incluso, pero estarán maculados
por una historia desgarradora, por un pasado de muerte y desamparo, tal la historia
del poeta, que, al sepultar a su madre también pone término a esa vida donde los
juegos son posibles porque están coronados por la inocencia y el amor desmesurado,
y de esa manera iniciar una marcha donde por siempre sus hombros asombrados rechinarán
bajo el peso de un copioso ataúd.
Será la presencia de la muerte la
que lo acompañará inclemente, cuando ejerza su oficio de justicia y el tenor de
su voz sea menos melodioso:
Nacimiento de esta muerte
que iré regando
por el resto de los días.
—Al final—
La presencia devastadora de la madre muerta copará hasta sus
pocas palabras de esperanza. Las más sensuales también correrán por esa vertiente,
ese túnel inútil para dialogar, bueno ya sólo para el adiós y un luto sin final
previsible. Casi naturalmente, sucederá la dura experiencia de procurar justicia
para los martirizados, que en El Salvador constituyen legión, y que se encarnan
ferozmente en el martirio de Monseñor Romero y en el sacrificio de niños y mujeres
en diversas masacres; ese romper de nuevo la caricia protectora que nos unifica
en la cotidianidad, pero también en el devenir. David asumió la responsabilidad
tanto en el caso de El Mozote como en el de Romero, devenido en santo de los pobres.
el vientre con una tumba
metida por la fuerza.
—Rufina Amaya—
Se rompe el ciclo natural de la vida al parir un cadáver, al
ser los padres los que entierren a sus
hijos. Ya no sólo debemos cargar con la pesada carga de ser huérfanos, sino que
dejamos de ser, o si logramos ser es ya desbaratados y pervertidos
por el dolor, y nos limitamos a hablar con satisfacción de la túnica que llevaremos
el último día, como señalara Roque Dalton en su poema «El Hijo pródigo».
Los primeros poemas de David datan de más de 30 años atrás. Fueron
publicados con el nombre de «A la hora de las sombras» en la Revista Ars,
que tan sabiamente dirigió el poeta Ricardo Lindo. Luego podremos leer de él un
natural tono demencial en «Verdor de sangres», donde el poeta se expone con las
venas vaciadas y le comparte a Dios que ya no asusta por ser Dios sino por no
ser: Ante el rostro divino hierven los corazones arrancados por la jauría, ante
su rostro impotente fluye un río muerto. Ya no hay nada que pedirle, ni por la
muerte de los verdugos del pan, ni por la venganza del pobre y del bombardeado,
ni por el odio del grito y del torturado, ni por la libertad de la luz y de la tierra
desolada. Nada que esperar ni del hombre ni de Dios. Pero esta controversial
desesperanza acuna un fuego íntimo que nos permite, todavía, vislumbrar un hueco
de luz:
¡Ay, Dios, Dolor,
Centuria Maldita!
¿te amo? ¿te destruyo?
—Sin sangre—
Amar o destruir, ¿acaso son opciones en este paraje infernal?
¿Qué fue la lucha armada popular de los setenta y ochenta sino una destrucción
fundamentada en el amor a los prójimos? ¿Qué fue esa guerra sino la reacción
lógica ante el abrazo ensordecedor del
exterminio? Todos los movimientos emancipatorios de la maldita centuria vigésima, ¿acaso no
fueron la natural respuesta de un pueblo colapsado por el dolor, la opresión y la
impunidad?
Finalmente, en la lúcida y visceral escritura de David Morales,
la lucha por el amor exige desterrar todo miedo, toda claudicación, todo inútil
afán victimizante, y es además la conclusión que conquista cuando en el poema «Muerte
detenida» exclama:
...estoy aquí para recoger
las luces que cayeron de tu boca.
...no quiero ni una sola lágrima para mis sombras.
Pero amor, sin ojos para estas horas solitarias,
desde las sombras cada paso es un encontrarte
y vengo, voy, viajo siempre, labrador que busca tu vientre...
Y a pesar de que el tiempo es demasiado malo para seguir jugando,
dentro de estas tumbas todavía palpitan muchos secretos para quienes logren
sobreponerse al horror de las muertes y hagan de este particular cementerio su más
cara sementera.
HIJOS DE LA TUMBA
Nacimos a la luz de la muerte,
al filo del rostro podrido que dejaría
la mesa vacía para siempre.
Para vivir sembramos nuestros huesos
sobre la tumba amarilla de los montes,
lavamos las heridas y la agonía
con el agua sepultada de la sangre,
cargamos con la noche como con un
cementerio.
Hijos de la cruz y la tiniebla,
hijos perseguidos del horror,
perdiendo carne por carne
hora por hora los segundos del corazón.
Cementerio mío te odio, cementerio
mío
me debes tantos muertos.
Cementerio mío eres mi madre,
vientre profundo, patria moribunda.
Cementerio mío, todavía con hambre
hemos venido,
a sembrar por última vez
el hacha que te dé la sangre de la
vida,
abono para el nacimiento de tu corazón:
por nuestros muertos,
sólo por nuestros muertos.
A la memoria del
poeta Alfonso Hernández,
16 de diciembre
de 1998.
VERSOS DE ALBA
I
Sabes, de la tormenta oscura desde
donde vengo
es la lluvia de los hombres,
es la muerte persiguiéndonos,
es la respiración escondida.
Todo tiempo fue una peregrinación
hacia la sangre.
En ese lugar, mi amor, entre los
demás,
tus ojos solo fueron otra sombra.
Nuestros labios, no solo los tuyos,
no solo los míos,
se rompieron contra el río de los
cuerpos incendiados.
Ahora conmigo, náufrago del silencio,
no sé cómo explicarte la historia
de los corceles negros,
esos que nos convirtieron en fantasmas.
No sé cómo hablarte de la muerte
porque el amor crecerá desde ese
fango:
irrupción de la noche sobre tus ojos,
piel de la luna retenida,
viento de sombras de la cual saldrás
limpia y blanca
y sola, quizá, sin llevar mi muerte
escondida bajo el corazón.
II
No estás. Sé que no estás.
Que tras toda esa niebla de fuego
no tiembla un cuerpo ni una piel
se mueve.
Con la noche terminada, entre cada
hoja inmóvil,
has comenzado el andar que teje la
ausencia.
Ya no vuelvas la cabeza,
alba del amor, muerte del camino,
déjame en la tierra donde la sangre
se mueve,
suéltame en el río donde revientan
las palabras,
sácale piel a nuestra historia,
siembra otras manos para el que venga.
Abandóname que no voy a seguirte.
Al fin de cuentas ya no importa en
esta madrugada,
cuando todos los ojos que dejaste
servirán para esperarte hasta la
muerte.
III
No me habrás besado el catorce de
octubre.
Yo estaré sentado alejándome,
pasajero en la corriente de la sangre.
Hace tiempo, cuando niño, amé tus
ojos,
cuando no esperabas ni una gota de
amor
desde la tumba o la palabra,
desde la vida o la sombra.
Aún no estabas, incorpórea,
Pero me empezaba a sufrir la muerte
como una lluvia.
Tú probablemente eras feliz entonces.
Pero yo esperaba ya tu adiós sin
una lágrima.
Se junta y se rejunta el cielo negro
hasta tu vientre.
Donde yo nací.
Carne querida que se desgarra
bajo el sótano de la vida.
Se muere y se remuere el grito
entre tus piernas.
Criatura de sombra que se viene
sollozando en el camino.
Vas llorando así. Quieta.
Hermanada con la tierra
bajo el aire turbio.
Vas bajando así.
Nacimiento de esta muerte
que iré regando
por el resto de los días.
DAVID MORALES
(El Salvador, 1966). Poeta y abogado. Miembro fundador del Taller Literario Xibalbá.
Licenciado en Leyes por la UCA. Participó en el IV Encuentro Internacional de Poesía
“El turno del ofendido”. Fue Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos
de El Salvador. No ha publicado libro.
OTONIEL GUEVARA (El Salvador, 1967). Estudió Periodismo
en El Salvador y Nicaragua. Fundó entidades literarias como el Taller Literario
Xibalbá, el Movimiento Poético Mundial y festivales internacionales de poesía en
Centroamérica. Su obra es Patrimonio Nacional desde 2005 y en 2018 fue declarado
Gran Maestre de Poesía. Ha participado como poeta, periodista, gestor cultural,
conferencista, tallerista y activista político en eventos en América y Europa. Su
poesía se ha publicado en más de 40 títulos individuales, ha obtenido más de 20
premios y ha sido traducida parcialmente a 8 idiomas. Como editor ha publicado a
más de 200 poetas del mundo. Participó en el documental La batalla del volcán, sobre
la poderosa ofensiva guerrillera de noviembre de 1989. Condujo y produjo el programa
“Las voces de los poetas” en Canal 10 de Televisión Nacional. Dirige la Fundación
Metáfora y el sello editorial Chifurnia Libros.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 178 | agosto de 2021
Curadoria: Juana M. Ramos (El Salvador, 1970)
Artista convidada: Liza Alas (El Salvador, 1982)
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