sábado, 7 de agosto de 2021

REINA MARÍA RODRÍGUEZ | La poesía de Oscar Cruz

 


LLÁMENME OSCAR

 

hacia mil ochocientos cincuenta,

Herman Melville decide escribir una novela

sobre un hombre que alimenta

las ganas de matar una ballena.

 

todo el espacio y la ruindad de su país

pasan por la forma y la esencia criminal

de una ballena llamada Moby Dick.

 

en Cuba no tenemos ballenas,

mucho menos balleneros,

pero si mortíferas especies que suelen

alimentarse de los peces más pequeños.

 

no soy un criminal.

tampoco me entretienen los rodeos de Melville.

pero bien me subiría a algún pesquero,

solo por matar a un ejemplar

de esas especies.

 

Me di cuenta de que escribo sobre libros y nunca sobre un poema en particular: privilegio el conjunto por encima del texto. Así pensé hacer ahora, hasta que me indicaron sacar uno solo del matorral de la escritura. ¿Cómo elegirlo, o por qué?


Conocí “al Jibaro” como así lo habíamos bautizado hace años, cuando hizo una lectura en la Torre de Letras y desde entonces, he seguido su escritura y su amistad. “Llámame Oscar” es el poema que escogí, porque proviene del ensayo de Charles Olson “Llámame Ismael” que le di por entonces con miedo a que lo perdiera dentro de su mochila en tan largo viaje de regreso a Oriente. Pero, al contrario, lo rescato.

En su primer párrafo el poema describe lo que trata un libro de Olson en referencia a otro de Herman Melville que no se nombra más que en el título, pero que intercambia el nombre del personaje por el suyo: el autor del poema se convierte así en Ismael. Y ¿quién es Ismael? Un personaje del ballenero de Melville que va a la captura de la ballena blanca.

Entre las líneas del segundo párrafo aparece una concisa descripción de un país en forma de ballena y viceversa: una ballena criminal con la alusión a Moby Dick.

En el cuarto párrafo se mueve la geografía completamente, y se traslada a Cuba donde no hay ballenas, o las ballenas llegan muertas a las orillas producto de algún desorden natural, pues el calor de nuestras costas no lo permitiría. La reflexión utiliza a la ballena y –a los barcos balleneros que tampoco hay en la isla–, para aludir a las especies que se tragan otras. Pero aquí ya no se trata de animales, sino de depredadores humanos, volviéndose el poema una reflexión ética.

El interés de Oscar Cruz no es en sí mismo literario, sino que usa la literatura como herramienta para otro fin. Su poema quiere extender esa frontera. Por eso, menciona de forma casi peyorativa, los regodeos de Melville que no le interesan. Así, en el cuarto párrafo entra tajante: “no soy un criminal”, asevera. Defendiéndose de una presumible acusación. ¿Quién lo acusa? ¿Por qué se siente culpable o de qué? Huye de literaturizar la atmosfera sobria, ríspida del poema, que no requiere los despojos de un lenguaje que utiliza solo como información para recolocar su propuesta: que se subiría a algún pesquero para matar “a un ejemplar de estas especies”.

“Llámame Oscar” es un poema-perdigón -los llamo-, que usa al yo para tomar una posición (política) y lanzar algo. (Aquella tuerca del “Stalker” de Tarkovsky). El texto trae una voz cruda, cortante, sin metáforas, y la rudeza de una mano que golpea –como ocurre dentro del libro donde lo hallamos–: “Mano dura, una indicación”.

“Llámame Oscar” es la deriva de un texto leído en otro. Lo recoge extrapolando tiempo y lugar, que es lo que lo define como poema, al fin y al cabo: su intención, su recolocación, a partir de su procedencia en otro contexto. Donde se ve un ancho mar sin nombrarlo, y donde recordamos la historia de la ballena blanca y de ese mundo donde los hombres pujan por su supervivencia. Igual que el poeta lucha por la suya al demostrar -a quien sea que lo juzga y lo tiene en la mira-, que no es un asesino. Aunque con este gesto no mermen sus deseos de matar.

Oscar Cruz, “el jibaro” ha querido homenajear a Charles Olson y también por extensión a Herman Melville, convirtiéndose en un personaje dentro de voces que lo anteceden. Es su pretensión demostrar como un autor mide sus fuerzas, sin jerarquizar, al tragarse a otros. Así el sentido y la hechura de “Llámame Oscar” están en el momento presente donde el poema-ballenero navega rumbo al mismo compromiso que tuvo en el siglo XIX para denunciar los estragos sociales que no son explícitos, pero que atan el rumbo de un marinero anónimo con su (engañosa) descripción realista.


Los hechos son contundentes: hay que arrebatar un nombre. Tratase de la importancia de nombrarse en un lugar donde nadie posee el suyo. Y donde una identificación –como Ismael– genera un territorio flotante (de ahí la importancia de nombrar para Thomas Mann o Marcel Proust), una opción para tomar partido que proviene de ese trasfondo de ser el otro.

Si en el conjunto de poemas que conforman “Llámame Oscar”, se critican las “naderías” con las que se trata la literatura, se refutan con este aún más, para crear como un cierre: su poética. El poema es un resultado que proviene de un encabalgamiento para obtener una posición, a través de la extrapolación consciente de otros momentos de la historia y también, de la literatura. Y donde solo está presente la noticia, la situación, lo demás: lastre.

Ha cortado las amarras logrando un contrapeso eficaz, entre la palabra y su función. El texto como acto. La historia como protagonista. Hacía tiempo que nos habíamos olvidado en la literatura cubana, de que la poesía puede servir para algo más que decoración o ritmo.


Por eso, la entrada al poema es tangencial, superponiendo una historia a la suya para emitir un valor; arrastrando el potencial de esa referencia como lector, convirtiéndolo en advertencia, desde un aquí-ahora: el poeta diversificando su labor. Caza con su arpón otras ballenas. Y, en la medida en que se desborda, el propio texto entra dentro de sí mismo, se acorrala en su fortaleza con su estilo de “stacatto” como alguien dijo ya, del Olson martillante de “Llámame Ismael”.

Oscar Cruz devenido Ismael en el Pequod es un sobreviviente – igual que otro del Essex en Moby Dick donde todos han muerto. Sabe que la pesca de la ballena “como frontera y como industria” sería la única solución, pero para él es una alegoría. Aunque el poema no sea –por fortuna–, alegórico. Igual que Olson, igual que Melville, estudiando los siete volúmenes de Shakespeare detrás para analizar las tragedias del hombre, uno indaga sobre el otro, un trayecto que provoca, una ruta.

La impotencia del escritor en cualquier caso es que solo puede hacer “su declaración de la libertad del hombre para fracasar” – dice Olson en “Llámame Ismael”.

Así como los peces grandes devoran a los pequeños, esta es una guerra donde la imaginación de un autor nutre a otro, y el poema es la potencia adquirida en esa puja que viene desde muy atrás. Es un recorrido que se abre ante “Llámame Oscar” cuando una isla le sirve de barco y el pasa por entre las rocas y las bestias que esperan devorarlo. 



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Número 177 | agosto de 2021

Curadoria: Reina María Rodríguez (Cuba, 1952)

Artista convidado: Ángel Ramírez (Cuba, 1954)

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