La ventana está abierta, sus bordes metálicos dan hacia una avenida
llena de un ruido fulminante que por alguna razón se neutraliza en el espacio lleno
de claridad. En un breve recorrido es fácil hallar un mueble con herramientas de
carpintería, pintura acrílica, solventes, pinceles y cajas de carboncillos. Hay
rollos de papel japonés inmaculadamente blancos. Blancas las paredes del techo al
suelo. A un costado las gradas dan hacia una puerta doble, la de la calle es negra,
sonoramente metálica y una reja que no se puede abrir si no se acciona desde el
estudio.
En las paredes del estudio están simétricamente distribuidas
varias abstracciones, algunos identificables como cuadros enmarcados, otras son
letreros de metal perforados por balas y recubiertos en oro, otras son carrocerías
de camión que sostienen una extraña linealidad de colores, sobre el piso y en orden
espontáneo van distribuidos tres bumpers que
han sido cromados de nuevo.
Hay una puerta abierta, es una oficina, una computadora Mac Pro
sobre un escritorio, un librero con folders
fechados en orden, catálogos de exposiciones, libros y cajas plásticas con materiales
diversos, a un costado de la oficina una pequeña bodega que muestra una hielera
y cajas posiblemente de vino.
2 | Nada puede retribuirnos la belleza, Darío se quedó cavilando,
Estás equivocado Javito, sonríe y nos
tomamos la última copa de vino que sale de la botella. Seguimos comiendo aquella
paella amarilla y reseca, por ese entonces aquel restaurante nos parecía un lugar
refinado. Darío nunca deja de pensar ni siquiera cuando está borracho, Estoy leyendo
un libro de Thomas Bernhard acerca de un pianista y me parece un escritor magnífico.
De inmediato sentí una filiación con él, era mi amigo y tenía dos días de conocerlo.
Guatemala, para el año 1998, era un lugar feudalizado por el dolor y las reivindicaciones
de toda posguerra. Por eso mismo era intimidante y sublime encontrar eso que Stendhal
llamó Afinidades electivas: leíamos lo mismo, escuchábamos cosas parecidas y su
conocimiento del arte clásico o colonial o contemporáneo superaban en mucho los
míos, que eran los de un artista visual que quién sabe por qué razón terminó escribiendo.
Creo que el equilibrio de aquella amistad que iniciaba, era que ambos conocíamos
muy bien el campo en el que trabajábamos, yo complementaba esa parte literaria de
la conversación y él –sin tratar de ser doctoral- hablaba de cosas muy puntuales
de distintos artistas que le interesaban, eso sí, sin tratar de darnos clases de
nada.
Los años pasaron demasiado rápido, tuve un hijo que creció acompañado
de la presencia de mi amigo, trabajamos juntos en un espacio llamado Colloquia,
que aún se recuerda con algún aprecio en Guatemala, galería donde montamos fiestas,
aquelarres, actos de terrorismo cultural, embriagamos intelectuales, juntamos a
la izquierda y a la derecha en karaokes improvisados y nos reímos hasta herniarnos.
Los tiempos felices son como los grandes genios, cuando están nadie los nota y cuando
se van todos los extrañamos.
3 | Darío me da un jersey de cachemir inglés, Javito está haciendo frío y no te vaya a dar
algo porque cargaría sobre mi conciencia la muerte de un poeta importante. Son
las nueve de la noche y vamos a salir a pasear por las calles de Polanco. Llegué
a México para visitarlo dos días atrás y me instalé en su cuarto de huéspedes. El
entorno me hace sentir muy cómodo, la cercanía sobre todo de alguien que es básicamente
mi hermano. Es un apartamento dentro de un edificio construido probablemente en
la década del 30. Mientras me lavo los dientes y me pongo mi suéter (así le llamamos
los guatemaltecos), me doy cuenta que han pasado los años, estoy canoso y tengo
una barba casi blanca, una panza redonda y fea, la piel con algunas arrugas. Escupo
la Colgate en el lavamanos y salgo, un pasillo con varios cuadros de artistas que
me son desconocidos, artesanías colocadas con esa mesura tan característica de él,
un Mathias Goeritz y un Carlos Mérida que logro identificar inmediatamente y que
me cautivan. Me sirvo un vaso de tequila y me pongo a dibujar en mi cuaderno en
el comedor, Javito tenemos que hablar de tu
alcoholismo… estás chupando mucho, Guatemala no te está haciendo bien y no te quiero
ver muerto de cirrosis. Me quedo callado y siento esa mezcla entre dolor, vergüenza
y afecto por la verdad, lo único que puedo responderles es, Soy quien soy Darío. Se ríe y me dice, Eso es lo mejor que he escuchado
durante el día… vamos a comer.
Pero ese barroquismo posmo
también lo abandonó, dio varios saltos hacia atrás en el tiempo y descubrió que
toda vanguardia está en el pasado. El futuro ya fue, ya pasó, ya estuvo. Revisar
prácticas, repasar, repensar esas abstracciones que subyacen dentro de las tradiciones
místicas de los artistas latinoamericanos del siglo pasado, un Carlos Mérida, un
José Clemente Orozco, un Mathias Goeritz, esos pendientes que repercuten una y otra
vez en nuestra manera de entender lo abstracto es lo que en este momento parece
interesarle. Quizá sea su ruptura necesaria con conceptualismo derivativo, que se
apaga lentamente como una luciérnaga. El esplendor del arte objetual es que nunca
deje de ser un objeto para hacerse arte, ahí su contradicción, lo que mi amigo Benvenuto
Chavajay llama “excultura” y que no es otra cosa que añadirle a una cosa un valor
extra y transformar lo irrelevante en metáfora, algo que me recuerda muy bien mis
lecturas ultraístas y a un Borges que para los años cuarenta anteponía la metáfora
antes que todas las palabras rebuscadas y manieristas.
Puede que el destino de la obra de Darío Escobar no sea quedar
en manos de coleccionistas especializados, creo que será la obra pública lo que
puedo conjeturar como su legado. Pocos son los que llegan a trasladar su trabajo
a obras monumentales en ciudades de Estados Unidos o dialogar en museos no especializados
en lo contemporáneo como clásicos vivos. No es difícil meter las manos al fuego
por la permanencia de su creación, porque es una obra que me hace pensar constantemente
mientras camino por una calle cualquiera “eso que está allí podría ser una obra
de Darío” y luego entender que la fuerza de su talento radica es que su obra está
en todas partes, inmersa en la vida cotidiana, alterada pero llena de un significado
muy profundo.
5 | Concluyo este texto pensando en realidad que lo más valioso que puede uno apreciar de otro ser humano es que nos acerca más a quiénes somos en realidad y de dónde venimos. Ojalá mi amigo estuviera acá y pudiéramos salir a comer y a tomar vino, pero es uno de los muchos que han tenido que irse para encontrar un espacio digno de aprendizaje y diálogo no complaciente. Le doy toda la razón, aunque le extrañe en esta Guatemala cada vez más vacía y herrumbrosa, pero lo comprendo muy bien.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 181 | setembro de 2021
Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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