segunda-feira, 20 de setembro de 2021

JAVIER PAYERAS | Afinidades electivas: Dario Escobar

 


1 | Hay un tablón de madera enchapada, una superficie lisa y extremadamente pulida, dos reglas -escuadra, una caja de lápices Faber Castell disciplinadamente distribuidos, cuatro gomas de distintos tipos en gradación del blanco al gris, un bloque de papel con la simetría exacta para ser una torre perfecta sin una hoja suelta y un block de hojas para hacer bocetos.

La ventana está abierta, sus bordes metálicos dan hacia una avenida llena de un ruido fulminante que por alguna razón se neutraliza en el espacio lleno de claridad. En un breve recorrido es fácil hallar un mueble con herramientas de carpintería, pintura acrílica, solventes, pinceles y cajas de carboncillos. Hay rollos de papel japonés inmaculadamente blancos. Blancas las paredes del techo al suelo. A un costado las gradas dan hacia una puerta doble, la de la calle es negra, sonoramente metálica y una reja que no se puede abrir si no se acciona desde el estudio.

En las paredes del estudio están simétricamente distribuidas varias abstracciones, algunos identificables como cuadros enmarcados, otras son letreros de metal perforados por balas y recubiertos en oro, otras son carrocerías de camión que sostienen una extraña linealidad de colores, sobre el piso y en orden espontáneo van distribuidos tres bumpers que han sido cromados de nuevo.

Hay una puerta abierta, es una oficina, una computadora Mac Pro sobre un escritorio, un librero con folders fechados en orden, catálogos de exposiciones, libros y cajas plásticas con materiales diversos, a un costado de la oficina una pequeña bodega que muestra una hielera y cajas posiblemente de vino.


Todo el lugar tiene un extraño olor a lápiz. Es un sitio de trabajo, pero con sillones sutilmente hermosos, puede deducirse que es un lugar donde se trabaja y se piensa.

 

2 | Nada puede retribuirnos la belleza, Darío se quedó cavilando, Estás equivocado Javito, sonríe y nos tomamos la última copa de vino que sale de la botella. Seguimos comiendo aquella paella amarilla y reseca, por ese entonces aquel restaurante nos parecía un lugar refinado. Darío nunca deja de pensar ni siquiera cuando está borracho, Estoy leyendo un libro de Thomas Bernhard acerca de un pianista y me parece un escritor magnífico. De inmediato sentí una filiación con él, era mi amigo y tenía dos días de conocerlo. Guatemala, para el año 1998, era un lugar feudalizado por el dolor y las reivindicaciones de toda posguerra. Por eso mismo era intimidante y sublime encontrar eso que Stendhal llamó Afinidades electivas: leíamos lo mismo, escuchábamos cosas parecidas y su conocimiento del arte clásico o colonial o contemporáneo superaban en mucho los míos, que eran los de un artista visual que quién sabe por qué razón terminó escribiendo. Creo que el equilibrio de aquella amistad que iniciaba, era que ambos conocíamos muy bien el campo en el que trabajábamos, yo complementaba esa parte literaria de la conversación y él –sin tratar de ser doctoral- hablaba de cosas muy puntuales de distintos artistas que le interesaban, eso sí, sin tratar de darnos clases de nada.

Los años pasaron demasiado rápido, tuve un hijo que creció acompañado de la presencia de mi amigo, trabajamos juntos en un espacio llamado Colloquia, que aún se recuerda con algún aprecio en Guatemala, galería donde montamos fiestas, aquelarres, actos de terrorismo cultural, embriagamos intelectuales, juntamos a la izquierda y a la derecha en karaokes improvisados y nos reímos hasta herniarnos. Los tiempos felices son como los grandes genios, cuando están nadie los nota y cuando se van todos los extrañamos.

 

3 | Darío me da un jersey de cachemir inglés, Javito está haciendo frío y no te vaya a dar algo porque cargaría sobre mi conciencia la muerte de un poeta importante. Son las nueve de la noche y vamos a salir a pasear por las calles de Polanco. Llegué a México para visitarlo dos días atrás y me instalé en su cuarto de huéspedes. El entorno me hace sentir muy cómodo, la cercanía sobre todo de alguien que es básicamente mi hermano. Es un apartamento dentro de un edificio construido probablemente en la década del 30. Mientras me lavo los dientes y me pongo mi suéter (así le llamamos los guatemaltecos), me doy cuenta que han pasado los años, estoy canoso y tengo una barba casi blanca, una panza redonda y fea, la piel con algunas arrugas. Escupo la Colgate en el lavamanos y salgo, un pasillo con varios cuadros de artistas que me son desconocidos, artesanías colocadas con esa mesura tan característica de él, un Mathias Goeritz y un Carlos Mérida que logro identificar inmediatamente y que me cautivan. Me sirvo un vaso de tequila y me pongo a dibujar en mi cuaderno en el comedor, Javito tenemos que hablar de tu alcoholismo… estás chupando mucho, Guatemala no te está haciendo bien y no te quiero ver muerto de cirrosis. Me quedo callado y siento esa mezcla entre dolor, vergüenza y afecto por la verdad, lo único que puedo responderles es, Soy quien soy Darío. Se ríe y me dice, Eso es lo mejor que he escuchado durante el día… vamos a comer.

 


4 | Darío Escobar quemó sus naves, hizo borrón y cuenta nueva. Salir es una manera de vencer. Constante siempre a su propio ejercicio formal asume los riesgos de una obra que ha crecido a la intemperie. Un país como Guatemala produce genios y fallas geológicas. A Lenin le atribuyen la frase “Hay que trabajar con lo que hay”, puede que si tuviera más valor para enfrentar mi cuerpo de cuarentón me la tatuaría en mi brazo derecho. Existe en la obra de Escobar una extraña manera de anticiparse a las casualidades, toma distintos rumbos y hace que en un momento dado se transformen en algo paralelo. Su trabajo con el barroco clisé lo puso en el mapa de un arte contemporáneo latinoamericano que pastaba aún en la retórica de la víctima y el victimario, es acaso ese pasoliniano ejercicio formal en el que lo humano es humano, sin juicios éticos ni morales, lo que pone su basamento en las formas, siempre sinuosas o esmeradas de sus obras hasta alcanzar la ardua labor de la orfebrería.

Pero ese barroquismo posmo también lo abandonó, dio varios saltos hacia atrás en el tiempo y descubrió que toda vanguardia está en el pasado. El futuro ya fue, ya pasó, ya estuvo. Revisar prácticas, repasar, repensar esas abstracciones que subyacen dentro de las tradiciones místicas de los artistas latinoamericanos del siglo pasado, un Carlos Mérida, un José Clemente Orozco, un Mathias Goeritz, esos pendientes que repercuten una y otra vez en nuestra manera de entender lo abstracto es lo que en este momento parece interesarle. Quizá sea su ruptura necesaria con conceptualismo derivativo, que se apaga lentamente como una luciérnaga. El esplendor del arte objetual es que nunca deje de ser un objeto para hacerse arte, ahí su contradicción, lo que mi amigo Benvenuto Chavajay llama “excultura” y que no es otra cosa que añadirle a una cosa un valor extra y transformar lo irrelevante en metáfora, algo que me recuerda muy bien mis lecturas ultraístas y a un Borges que para los años cuarenta anteponía la metáfora antes que todas las palabras rebuscadas y manieristas.


El genio suele encontrar interpretaciones distintas a un pasado que está siempre por delante. Ser centroamericano es ya estar en la región más invisible de América, de eso que cada día se hace más necesario desnacionalizarse y buscar una correspondencia horizontal con el presente. Pasar borrador, revisar la tradición, empezar una vía alterna que no esté lejos de la raíz pura sin caer en el exotismo ni el puritanismo de lo políticamente correcto, “yo he visto a las mejores mentes de mi generación chantajeando a las malas conciencias civilizatorias”, ese camino fácil de vender la denuncia como un objeto decorativo (con altos réditos en becas, viáticos y hoteles bonitos) pero sin ninguna posibilidad de dignificar la creación contemporánea de nuestros países con un pensamiento propio, ese artivismo que es lo mismo que Viernes reclamándole un apellido a Robinson Crusoe. Si en alguna medida puedo ser claro en este párrafo, quiero sintetizar lo siguiente: es muy difícil encontrar un camino que no haya sido recorrido ni simplificado, una vía donde lo único que permanezca sea una tradición cambiante dentro de una permanencia.

Puede que el destino de la obra de Darío Escobar no sea quedar en manos de coleccionistas especializados, creo que será la obra pública lo que puedo conjeturar como su legado. Pocos son los que llegan a trasladar su trabajo a obras monumentales en ciudades de Estados Unidos o dialogar en museos no especializados en lo contemporáneo como clásicos vivos. No es difícil meter las manos al fuego por la permanencia de su creación, porque es una obra que me hace pensar constantemente mientras camino por una calle cualquiera “eso que está allí podría ser una obra de Darío” y luego entender que la fuerza de su talento radica es que su obra está en todas partes, inmersa en la vida cotidiana, alterada pero llena de un significado muy profundo.

 

5 | Concluyo este texto pensando en realidad que lo más valioso que puede uno apreciar de otro ser humano es que nos acerca más a quiénes somos en realidad y de dónde venimos. Ojalá mi amigo estuviera acá y pudiéramos salir a comer y a tomar vino, pero es uno de los muchos que han tenido que irse para encontrar un espacio digno de aprendizaje y diálogo no complaciente. Le doy toda la razón, aunque le extrañe en esta Guatemala cada vez más vacía y herrumbrosa, pero lo comprendo muy bien. 


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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 181 | setembro de 2021

Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)

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