quarta-feira, 8 de setembro de 2021

SUSANA WALD | Recuerdos de Ludwig Zeller

 


Le dijo a Beatriz Hausner: “Yo no me adapto”. Y no lo hizo.

Fue hombre de granito, de aire y nube. Sólido e inasible. Fue muy tierno y muy generoso. No se adaptó a Santiago, ni a Toronto, ni a Huayapan. Otros tuvieron que adaptarse a él para absorber su inagotable esencia de poeta, su indetenible, infrenable fluir de creador. Fue piedra filosofal que transformaba a todo y a todos. Transmutaba lo invisible. Modelaba el aire, tallaba la palabra. Grito y silencio, su presencia es inamovible, sutil y fugaz. Está aquí.

Amaba lo inalcanzable: las aves y su vuelo, el Río Loa de su niñez del que no quedan huellas en el Desierto más seco del planeta. De ese desierto él recordaba los pimientos plantados por su padre y los sutiles cosmos seguramente regados por su madre. Absorbía lo que conectaba con su interior y el resto caía de encima suyo como agua del plumaje de un pato.

Guardaba el recuerdo del lugar en que nació. En el lugar nada guarda su recuerdo. Otros espacios, otras mentes aman y guardan su memoria y sus palabras.

Vio, entendió, pero no se adaptó, ni a lo material ni en lo literario. Que el mundo fuera donde él. Él no era del mundo.

Sus restos descansan en un cementerio indígena, en un pueblo olvidado del olvidado Sur de México. Le gustaba vivir allí, a su manera. Lo dijo. Llegó allí ¡porque le dio la gana!

Gozó los largos viajes por tierra de Toronto al sur de México, los breves viajes de Huayapan al Zócalo de la ciudad de Oaxaca. Su dicha eran los días de sol y el verde de los árboles que veía por las ventanas.


Cuando lo vi por primera vez lo sentí tímido. De estatura mediana, era apenas algunos centímetros más alto que yo. La espalda un poco inclinada por la incesante lectura, los hombros un poco recogidos. Tenía un cráneo maravilloso cubierto de cabello de color oscuro, casi negro, peinado hacia atrás, la cara más bien redonda. Sus ojos resaltaban tras sus lentes. Era miope. Frecuentemente se quitaba los lentes para leer algo en tipografía minúscula.

Exudaba un intenso magnetismo personal al que nadie escapaba. De modales suaves, manifestó rápidamente y en forma muy resguardada su interés en mi persona. Fuimos a la cafetería de la Facultad de Medicina para poder sentarnos y conversar un poco. Él era el que hacía preguntas y escuchaba atento mis respuestas. Se vio agitado cuando supo mi nombre. Susana era un enigma que encontró pocos meses antes en un sueño y que de repente estaba allí…

Me cubrió de regalos. Papel, un rincón apartado para dibujar. Música. Un camafeo que encontró en quizás qué negocio de antigüedades.

Me traía sus primeros libros bellamente editados, siempre con alguna imagen fascinante. Me leía sus poemas. Uno de estos, A Aloyse, que escuché en la intimidad de mi automóvil estacionado, me tocó muy en especial. Pensé que había perdido la razón. El poema es fruto del sondeo de la mentalidad de los esquizofrénicos que él supo captar maravillosamente.

Desde diciembre de 1966 hemos vivido juntos. Casi 53 años. En el primer tiempo jamás estuvimos separados más de una hora o dos. Trabajamos incesantemente, compartimos el espacio y la música que nos transportaba fuera de lo cotidiano.

Fue él quien propuso que emigráramos a Canadá; creo que esperaba una liberación, un horizonte amplio. En vez, se sumió en una sombra. En el mundo anglófono todo le era extraño y perdió el contacto con muchos amigos lejanos y cercanos a él. Quedó rodeado de silencios.

En el quinto año de nuestra estadía en Canadá pudimos por fin viajar y ver personas cuyas ideas le eran afines. Fuimos primero a Francia y un par de años más tarde a España. Nueve años después de llegar a Toronto nos invitaron a participar en una exposición en México. Fuimos para estar presentes en la inauguración. Por primera vez desde nuestra emigración ambos nos sentíamos en nuestro elemento. Nueve años más tarde, en 1988, comenzó el ciclo de nuestros viajes anuales de Toronto a Oaxaca, por tierra. Ludwig había llegado a su casa. Poco después decidió quedarse en México. Al inicio de su vida en Oaxaca estuvo activo en lo social. Brindó talleres de literatura y también de collages. Logró ayudar a sus alumnos a publicar textos que elaboraron junto con él.

Construí una casa en San Andrés Huayapan. Tuvo que venir un terremoto, dañarse considerablemente el departamento que arrendábamos en Oaxaca, para que se mudara conmigo a la nueva casa. Los oaxaqueños no van a lugares que les parecen lejanos, pocos de sus amigos viajaron para verlo en su nuevo domicilio. Nosotros íbamos donde ellos. La casa es amplia. Capté el ánimo de la gente y hice fiestas multitudinarias para celebrar sus cumpleaños. Cien o más personas. Al principio le gustaban, pero con el paso de los años se volvió hacia dentro, se apartó de las multitudes, quedó ensimismado en sus libros, su poesía y sus collages.


Jamás cedió en sus ideales. En la juventud fue apasionado defensor de sus preferencias literarias. En la vejez y luego en su periodo como anciano se volvió más pacífico, pero no toleró que se le tratara de alejar de lo que le parecía verídico. Como heredero del Romanticismo fue defensor en alto grado de todas sus ideas. El adverbio que más usaba era “absolutamente”. Encontró su hogar intelectual en el surrealismo.

Cuando en Santiago se mudó conmigo llegó en un camión cargado de cajas de libros. Varios miles. Al emigrar, de esa colección elegimos mil quinientos que dejamos en resguardo y el resto lo regalamos, junto con la colección de pinturas que él amaba. Todo se dispersó. En nuestros viajes a París, México, Barcelona y Madrid, juntábamos libros para volver a edificar los cimientos y aumentar el número de nuestros tesoros. Otros construían casas, nosotros aumentábamos la colección de la biblioteca.

Otra pasión gran suya era publicar los textos y las imágenes que amaba o que prefería. Era excelente diseñador de libros, desde su planeación inicial, haciendo minúsculas maquetas, verdaderas joyas, hasta su estricta vigilancia del trabajo de la imprenta. No se daba descanso en estas tareas. No se terminaba de encuadernar un libro y ya tenía sus planes para el siguiente. El resultado fueron nuestras dos sucesivos esfuerzos editoriales: Libros y una revista: en Casa de la Luna, en Santiago; y libros otra vez en Oasis Publications, en Toronto, además de nuestra revista El Huevo Filosófico. Luego, en Oaxaca, Vaso Comunicante: una revista literaria y artística.

Le gustaba comer algunas cosas, pero se olvidaba de la comida y no le llamaban la atención los esfuerzos culinarios de cercanos y ajenos. Lo que le tentaba a fondo era todo lo dulce. Comía lo que no le gustaba para así llegar al postre.


Me imagino por esto, entre otros detalles, de que fue muy cuidado en la infancia, de que le tocaron muchos mimos y mucha cosa dulce.

Me parece que adquirió una disciplina interior y una fuerza sobrecogedora para realizar sus trabajos durante los cuatro años en que estuvo de novicio entre los jesuitas. La esencia de lo religioso fue su guía y su sostén. Pero, a pesar de que había hecho sus votos, se alejó sin permiso de la Compañía y de todo lo que tiene que ver con las jerarquías eclesiásticas. Y también de otras. Practicaba su religión personal e íntimo con sus propios rituales secretos.

No tuvo reparos en compartir con todos, gente de clases sociales altas, gente con dinero o pretensiones elitistas, así como con gente de pocos recursos. Conoció el hambre y la pobreza. Decía que se necesitaba ser “buen pobre”, es decir mantenerse firme en la vida interior y sus manifestaciones incluso dentro de la pobreza. No le importaban las carencias a las que a menudo nos vimos sometidos. Su visión era interior, no le interesaban adornos ni atenciones, ni halagos.

Tenía un concepto naif de todo lo que se refería a asuntos de dineros. Le gustaba jugar a imaginar qué harían él u otros con cantidades enormes de dinero. Castillos en el aire, imágenes de acceso a mujeres que le atraían o que su imaginación creaba. Su sed de la compañía, o de la presencia femenina no lo abandonó nunca. Era el motor de su producción poética.

Nuestra relación fue de amor, de ese amor que mueve el sol y las estrellas, como dice el Dante. Vivimos juntos, viajamos juntos y disfrutamos de todo y de todos. Nuestro muy abundante trabajo en colaboración fue verdaderamente excepcional y ejemplar; además nos daba enorme satisfacción y constantes sorpresas. Verdadera expresión de lo maravilloso. Vivimos nuestro amor en libertad y verdadera entrega. Entre nosotros no hubo secretos.

Se fue de a poco, repitiendo un mantra de amor. En su última hora miraba fijo la luz que fue su guía toda la vida. Luz de amor, de poesía, de infinito. La luz de lo absoluto.

 


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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 180 | setembro de 2021

Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)

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