quinta-feira, 14 de outubro de 2021

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Alirio Díaz, una guitarra para el mundo

 


Un niño predestinado

Hay seres humanos predestinados. Nadie pudo imaginar, por ejemplo, que el hijo de un comerciante de Málaga en España fuese a convertirse con el tiempo en Pablo Picasso, o que un sordo iracundo de Alemania fuese a convertirse en Beethoven, o un mal matemático judío de extracción humilde fuese a llegar a ser el padre de la fisión nuclear, Albert Einstein. Algo similar ocurre con un niño de un caserío del estado Lara donde apenas había una pulpería, unas pocas calles repletas de cabras, un muchacho se movía entre un árido paisaje de cujíes, dividives, padres y hermanos campesinos, más tarde decidiera marchar a la ciudad de Carora a recibir rudimentos de gramática, artes o música. Se llama Alirio y un buen día llegó a aquella pequeña ciudad movido por una voluntad férrea de superarse que, al perfeccionar sus incipientes rasgueos a una guitarra, esto le llevaría a convertirse en un maestro de la misma. En Carora conoce a otros jóvenes con motivaciones similares a las suyas, frecuenta personas cultivadas; empieza su formación leyendo obras de literarias, diccionarios y enciclopedias; toma contacto con poetas, profesores y periodistas, mostrando devoción permanente hacia el legado popular y tradicional, larense o venezolano.

Con el correr del tiempo, acometería ese legado a través del estudio y de estilizaciones armónicas y rítmicas heredadas de sus maestros, y durante la década de los años 50 del siglo XX, como a continuación veremos se dará a la tarea de ejecutar temas musicales pertenecientes a todas las regiones del país, lo cual es quizá su logro inicial: el haber sabido acrisolar para la guitarra ese legado, incorporándole el pulso criollo, mestizo, emocionado, de la tierra caliente. Temas llaneros, zulianos, guayaneses, larenses, andinos, centrales, en sus formas de villancicos, aguinaldos, joropos, valses, golpes, merengues, canciones, tonadas: a todos estos impregnó Alirio Díaz (1924-2016) la personalidad de una guitarra no sólo virtuosa, sino dotada de una impresionante calidez. Digamos que, en este sentido, logra incorporar por primera vez el elemento venezolano específico a este instrumento. A medida que esto va constatándose en numerosos conciertos ofrecidos en el país, la respuesta del público es unánime en el momento de reconocer sus aportes.

 

Primeros años en Carora

Alirio toma contacto durante su estancia en Carora con una comunidad de periodistas, escritores, músicos y poetas, entre éstos se encuentran Don Cecilio Zubillaga Perera, quien publicaba crónicas, ensayos y polémicas en el Diario de Carora, Cantaclaro y Tío Conejo. Otros cronistas y periodistas de entonces son Ambrosio Oropeza, Antonio Crespo Meléndez, Víctor Julio Ávila, Ramón Gudiño y Luis Oropeza Vásquez. Los poetas Alí Lameda, Elisio Jiménez Sierra, Segundo Ignacio Ramos, Domingo Amado Rojas, Naty González Sierralta y Marco Aurelio Rojas también publicaban en aquéllas páginas y compartían tertulia con Alirio, además del notable músico Rodrigo Riera, como ya hemos mencionado, y el pintor Trino Orozco, del pueblo de Humocaro Alto. Entre todos ellos destacaba la figura de Don Cecilio Zubillaga, o “Don Chío”, como le decían familiarmente autor de virulentos y bien argumentados trabajos a favor de las clases necesitadas. Recordemos que en esos años terminaba la dictadura de Juan Vicente Gómez y se configuraban nuevas esperanzas para Venezuela. Don Chío Zubillaga orientó mucho a los poetas, músicos, escritores y periodistas en cuanto a cuestiones sociales y políticas, y l es puso en contacto con las obras literarias de poetas de El Tocuyo como Alcides y Hedilio Losada y Roberto Montesinos. Todos ellos, a la larga, van a constituir parte sustantiva de la personalidad cultural del estado Lara. De ahí en adelante quedaría abierto el compás para las sucesivas generaciones de artistas, escritores y músicos como Antonio Crespo Meléndez, Elisio Jiménez Sierra, Alí Lameda, Alirio Díaz, Rodrigo Riera, Héctor Mujica, Guillermo Morón, Hermann y Salvador Garmendia, (sin olvidar a Julio Garmendia, escritor oculto por entonces, que luego sorprendería la cuentística venezolana) o poetas como Luis Alberto Crespo, Álvaro Montero, Antonio Urdaneta, Orlando Pichardo o Neybis Bracho; de generaciones posteriores, que justificarían ese legado.

Debo reseñar aquí la profunda amistad forjada entre Alirio Díaz, Alí Lameda y mi padre, una amistad que quedó sellada desde aquella primera juventud, cuando Elisio le obsequiara a Alirio un Cuatro, y de las innumerables andanzas de éstos junto al poeta bohemio Marco Aurelio Rojas, gran humorista y versificador, con quien daban serenatas, leían poesía y charlaban sobre política, literatura y cultura. Carora, por ser asiento de familias acomodadas de la burguesía regional, de los llamados “godos” caroreños, y de las luchas sociales de los campesinos, trabajadores y obreros para zafarse de las injusticias a que eran sometidos por las clases pudientes.

 

Influencias determinantes

Una etapa vital en la carrera de Alirio Díaz es el encuentro con los valses del compositor guayanés Antonio Lauro. La compleja interpretación de estos valses y la brillantez que mostró ejecutándolos, terminó de consolidar el temple de Alirio Díaz en cuanto a ejecutante de la guitarra, con repercusión internacional, pues los valses entraron de inmediato a los repertorios guitarrísticos de eminentes músicos de Estados Unidos, Chile, Colombia, Argentina o España. A esto se agregó la pulitura académica que éste conquistó en sus viajes de estudio con los maestros Andrés Segovia, Regino Sainz de la Maza y el respectivo conocimiento de la música culta europea, representada principalmente en las obras de Juan Sebastián Bach, Antonio Vivaldi y otros músicos del barroco, y de compositores franceses, españoles o italianos como Manuel de Falla, Enrique Granados, Joaquín Rodrigo, Frescobaldi, Scarlatti, Giuliani o Tárrega, al tiempo que investigaba en los repertorios tradicionales de estos países, realizando los debidos arreglos y armonizaciones para su instrumento, luego también incorporados a los pentagramas interpretativos de varios países.

Otro aspecto a señalar es la investigación musical llevada a cabo por Alirio Díaz en el ámbito de la música hispanoamericana, donde destacan las obras del brasilero Heitor Villalobos y del paraguayo Agustín Barrios “Mangoré”, que tanta influencia tuvieron también en un músico coterráneo y contemporáneo de Alirio Díaz: Rodrigo Riera. La amistad con Riera fue de por vida, y las piezas compuestas por éste estaban siempre en los recitales de Alirio; la maestría con que las ejecutaba hablaban del homenaje y la admiración permanente a su amigo.

 

Infidencias personales

Alirio Díaz y Rodrigo Riera frecuentaban a menudo nuestra casa materna en San Felipe y las de otros músicos en Barquisimeto como Martin Jiménez, Pastor Giménez o Pablo Canela, y en San Felipe las de Luis Salcedo, Gerardo Aular, Elisio Jiménez Sierra y Teófilo Domínguez. A estas veladas concurrían ejecutantes del cuatro, bandolín, guitarra, requinto y maracas, para hacer de los fines de semana un verdadero deleite musical, reforzando nuestros lazos de afecto filial y familiar, o como materia de ensoñación romántica. Cada vez que Alirio venía a Venezuela desde su casa en Roma, no dudaba en acercarse a los estados Lara y Yaracuy a dar conciertos y visitar a sus amigos. En muchas ocasiones oímos tocar a Alirio en el Teatro Juárez de Barquisimeto, en el Teatro Andrés Bello o el Museo Carmelo Fernández de San Felipe, como en los corredores de nuestra casa materna sanfelipeña. Con motivo de celebrarse en San Felipe, Guama y Atarigua (aldea natal de mi padre) varias ediciones del Coloquio Regional de Literatura Elisio Jiménez Sierra en homenaje a mi padre, invitamos a Alirio a participar en él no sólo a través de las sublimes cuerdas de su guitarra, sino en calidad de fino cronista y conferencista.

Es de hacer notar la capacidad de Alirio para la escritura. Dotado de un elegante estilo literario, se le puede considerar con toda propiedad un escritor y ensayista de altura. Lo demostró a través de la publicación de sus libros Al divisar el humo de la aldea nativa (1984), sus memorias de niñez y adolescencia, y La música en las luchas del pueblo venezolano, como de numerosos artículos y crónicas publicados en la prensa nacional. Díaz hablaba con fluidez varios idiomas (italiano, inglés, francés, portugués) y tenía conocimientos de latín y griego; esta pasión por los idiomas la compartió con sus amigos Elisio Jiménez Sierra y Alí Lameda, también dados a traducir al castellano poesía francesa e italiana.

 

Primeros años en Caracas


Alirio Díaz necesitaba continuar estudios de guitarra, y Chío Zubillaga le consiguió una recomendación para que fuese a estudiar en la ciudad de Trujillo con el músico Laudelino Mejías (autor del famoso vals “Conticinio”), quien le enseñó la notación musical y rudimentos de teoría y el solfeo; trabajó con él en la Banda del Estado Trujillo tocando el saxofón y poco a poco fue intensificando sus estudios de guitarra, que logró con creces; pero su espíritu de superación le llevó a dirigirse a la ciudad de Caracas. En 1945 ya estaba ingresando en la Escuela Superior de Música “José Ángel Lamas”, donde siguió las enseñanzas de los maestros Juan Bautista Plaza en cuanto a historia y estética de la música; a Primo Moschini y Vicente Emilio Sojo en armonía, en teoría y solfeo al profesor Pedro Ramos y a Raúl Borges en guitarra. Esta formación caraqueña es de primera importancia en la superación de Alirio, sobre todo por la compañía permanente de los maestros Vicente Emilio Sojo y Raúl Borges, a quienes siguió de cerca durante toda su vida.

Es interesante el dato de Alirio como ejecutante del clarinete en la Banda Marcial de Caracas, que dirigía el maestro Pedro León Gutiérrez, y luego su figuración como voz tenor dentro del Orfeón Lamas, debida a una invitación del maestro Sojo, quien además consiguió le otorgaran un subsidio por el Ministerio de Educación. De ahí en adelante le surgieron varias ofertas para ofrecer recitales en lugares públicos y privados a lo largo del país, que merecieron los elogios de la crítica especializada. Ya por entonces tenía incorporadas a su repertorio piezas de Raúl Borges, Vicente Emilio Sojo y Antonio Lauro, que contribuyeron a granjearle un sólido prestigio entre los ejecutantes venezolanos; pudiera decirse que Alirio fue el primer guitarrista nuestro en ofrecer tantos recitales con programas tan variados de música europea, latinoamericana y venezolana. Es muy citada la ocasión en que, con motivo de celebrarse en 1950 el bicentenario de la muerte de Juan Sebastián Bach, Alirio ejecutó una Chacona que dejó profundamente impresionados a los asistentes, y mereció los más elogiosos comentarios de la crítica internacional. Ambas circunstancias habían sellado ya el futuro del músico larense.

 

El salto hacia Europa

Ese año de 1950 sería decisivo en la carrera de nuestro músico, cuando llega a España luego de haber recibido los reconocimientos de su pueblo y su público. En la tierra de Cervantes es asistido por el crítico chileno Eduardo Lira Espejo en la consecución de un subsidio para continuar estudios; solicitud que es aprobada para seguir en Madrid en el Conservatorio de Música y Declamación, donde toma contacto con el compositor y guitarrista Regino Sainz de la Maza, con quien en lo sucesivo tejería una profunda amistad. Realiza por entonces conciertos en Granada, Barcelona, Madrid y Valencia, al tiempo que se pone en contacto con músicos como Narciso Yepes, Joaquín Rodrigo, Emilio Pujol, Eugenia Serrano y Federico Monpuo, y de poetas como Gerardo Diego.

De ahí marcha a Italia el próximo año de 1951 a estudiar con Andrés Segovia, buscando perfeccionar sus técnicas. El músico español lo acepta como participante de la Academia Chigiana, con sede en Siena. Tal fue la impresión causada por Alirio Díaz en el criterio y la sensibilidad de Andrés Segovia, que éste le consideró el mejor de sus discípulos, le nombró al poco tiempo asistente de su cátedra de guitarra y sustituto en ella, dada la ya avanzada edad del músico hispano. Esta circunstancia ha sido considerada como la consagración de Alirio Díaz como guitarrista, dado el prestigio mundial de la Academia Chigiana en el universo académico de este instrumento. Desde ese mismo momento sus maestros Raúl Borges, Vicente Emilio Sojo y Juan Bautista Plaza apoyan sus presentaciones y recitales en varios continentes, convirtiéndose en una especie de embajador de la guitarra venezolana. De una de esas ocasiones resalta aquella en que el entonces embajador en Italia, el poeta llanero Alberto Arvelo Torrealba, lo recibe en la capital italiana y es presentado allí al público de Roma por Juan Bautista Plaza. Desde Roma, entonces, se abre la figuración de Alirio Díaz acompañado de orquestas famosas dirigidas por músicos de la talla de Leopold Stokowsky, André Kostelanetz, José Iturbi y Antonio Estévez, para nombrar a unos pocos.

 

Principales grabaciones

Desde 1956 en Francia se produce su primera firma con un sello discográfico francés, Editions de La Boite a Music con un Recital de guitarra, a la cual seguirían también otros en años sucesivos con la Sociedad de Amigos de la Música en Venezuela, con temas de Antonio Lauro, y a partir de los años 60 en Italia y Francia salen varios discos de larga duración con piezas de Lauro, así como de panoramas de la guitarra clásica europea y antologías de la guitarra en el mundo, y luego después, en los Estados Unidos, antologías muy ambiciosas de la música clásica y de la música española, algunas llegando a cubrir cuatro siglos de actividad guitarrística. En el sello EMI de Londres graba durante los años 60 el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, obras de Juan Sebastián Bach y excelentes selecciones de motivos clásicos de la guitarra latinoamericana, venezolana y larense. En 1967 graba en Caracas un disco de antología: Canciones, tonadas y aguinaldos venezolanos, acompañando la voz magnífica de Morella Muñoz. Su actividad discográfica es indetenible; en ésta da cabida a un amplio y heterogéneo repertorio de piezas musicales venezolanas, latinoamericanas, españolas y europeas.

Desde los años sesenta Alirio Díaz acometió las grabaciones de discos de larga duración, y durante la década siguiente se intensifica su discografía. Siguiendo un orden cronológico cito algunas de sus grabaciones más importantes. Destaca al principio el disco 400 años de Guitarra Clásica (1966) donde incluye las hermosas piezas Recuerdos de La Alhambra, Asturias y valses venezolanos, quirpas y canciones nuestras. A éste le sigue Alirio Díaz plays Bach (EMI, Inglaterra, 1968) donde se aprecian las modalidades de Chacona, Fuga, Gavota, Preludio, Sarabanda, Allemande y Giga del gran compositor alemán.

La década de 1970 es una de las más prolíficas de Alirio Díaz en el terreno de las grabaciones, que comienza con un disco de Música Española para Guitarra (Vanguard, Inglaterra, 1970) y prosigue con Alirio Díaz, Music of Spain and Latin America (Inglaterra, 1970), el cual incluye de Gaspar Sanz las piezas: Canarias, Españoleta y Caranas; de Fernando Sor un Rondó y sus Variaciones de un Tema de la Flauta Mágica; de Regino Sainz de la Maza incluye una Petenera, las Tres Melodías Populares Catalanas (El Testamento de Amelia, Canción y Monpou); seis valses venezolanos de Antonio Lauro, un Scherzino Mexicano de Ponce y cuatro piezas de Agustín “Mangoré” Barrios: Danza Paraguaya, Aire de Samba, una Cueca y una Danza Chilena.

A éste le siguen Trésors de la Guitare Clasique (Francia, 1970) con piezas de Frescobaldi, Bach, Heitor Villalobos, Mangoré Barrios, Jorge Gómez Crespo, Raúl Borges y Miguel Llobet Solés. De seguidas tenemos el disco Recital (1971) compuesto sobre todo por piezas venezolanas entre las que se cuentan Danza Negra, Canción, Vals y Preludio, así como ocho piezas populares, en su mayoría villancicos como Niño Lindo y Al Claro Sereno, y piezas infantiles como La Huerta de Doña Ana, El Cuento de la Abuelita, el Cuento del Gallo Pelón, Tilingo y Angelito Negro.

Continúa la discografía de Alirio Díaz con The Allegri String Cuartet (Estados Unidos, 1971) donde interpreta junto a esta agrupación piezas de John Elgar, Tedesco, Ponce y Castelnuovo. Le sigue luego en nuestro país el Concierto Venezolano (La Buena Música, Caracas, 1971) donde figuran dos valses venezolanos de Antonio Lauro; las obras Guasa, Canción y Quirpa compiladas por Vicente Emilio Sojo y ocho piezas populares venezolanas arregladas por el mismo Sojo. Cuatro piezas adicionales (Preludio, Danza Negra, Canción, Vals), y la Suite de Inocente Carreño constituida por Preludio, Capullo y Aire de Danza Criolla, cierran esta magistral grabación.

Vendría luego The Virtuoso Guitar (1972) con composiciones de Alfonso de Mudarra; Luis de Narváez, Gaspar Sanz, Domenico Scarlatti, Antonio Vivaldi, Kal Kohaut, en un repertorio donde Alirio Díaz y el guitarrista Antonio Janogro demuestran su arte en Sonatas, Fantasías, Folias y Concertos. En ese mismo año se graba el Concierto Venezolano II (La Buena Música, 1972) con piezas de Moisés Moleiro (Tocata y Sonata), Evencio Castellanos (Homenaje), Manuel Pérez Díaz (Guasa), Antonio Estévez (Cinco Piezas Infantiles) Raúl Borges (Vals Venezolano) y Vicente Emilio Sojo arreglando cuatro piezas populares: Quisiera Ser, Canto Aragueño, Ella no me ama y Galerón. Posteriormente vendría Alirio Díaz, aguinaldos y otras melodías venezolanas (1975) con arreglos de los propios Díaz y Sojo, para luego arribar a Alirio Díaz interpreta melodías larenses (Venezuela, Siruma, 1976) con diecisiete piezas entre merengues, canciones y valses de su región natal. De inmediato aparece Alirio Díaz (Venezuela, 1976), donde sobresalen el Concierto para Guitarra y Orquesta compuesto por Antonio Lauro, con la Orquesta Sinfónica de Venezuela dirigida por Jascha Jorenstein; así como un Vals de Antonio Lauro y cuatro composiciones de Vicente Emilio Sojo; de Juan Vicente Lecuna figuran Dos Sonatas, y una Suite para Orquesta de Modesta Bor.

Una de las celebradas versiones de El Concierto de Aranjuez para piano y orquesta (Estados Unidos, 1976) se debe al maestro Díaz acompañado por la Orquesta Nacional Española dirigida por Ataúlfo Argenta, donde aparecen otras piezas de Isaac Albéniz, Fernando Sor y las bellísimas Canciones Populares Catalanas incluidas en numerosas grabaciones suyas.

La década de los años ochentas se abre con Alirio Díaz. Valses del pueblo venezolano (Siruma, Venezuela, 1980) contentivo de quince piezas de este género provenientes de distintas regiones del país: El Bejuquero, El Ausente, Flor de Campo, Siempre Invicto, Quejas, El Diablo Suelto, Las Bellas noches de Maiquetía, Venezuela y Colombia, El Gallo, Aires de Mochima, Pasillaneando, Visión Porteña, Juliana, Conticinio y Sombra en los Médanos. Otro es el magnífico Alirio Díaz con la Orquesta Sinfónica Nacional de la Juventud Venezolana (Venezuela, 1980) donde vuelve con el célebre Concierto para guitarra y orquesta de Lauro bajo la dirección de Felipe Izcaray; el Concierto de Aranjuez de Rodrigo, alternando con otros artistas solistas en la guitarra como Jesús Alfonzo, Jaime Martínez y César Noriega, quienes ejecutan conciertos de Telemann, Marcello y John Philip Bach. Al final de esa década aparecería en Rumania Alirio Díaz en el Festival de Guitarra George Enescu.

En la década siguiente nos encontramos con The Art of Spanish Guitar (Estados Unidos, 1993) donde se dejan oír piezas de Tárrega, Lauro, Sojo, Sanz, Haydn, Scarlatti, Bach y Sor. Recuerdo que este disco me lo firmó dedicado Alirio en mi casa de San Felipe: en su portada se aprecia una pintura del gran artista Caravaggio. También está el disco Four Centuries of the Spanish Guitar (Vanguard, 1992) constituido por piezas cortas de diversos repertorios: Fantasías de Alfonzo de Mudarra, Folías de Gaspar Sanz, Sonatas de Scarlatti, Estudios de Fernando Sor y Andrés Segovia, Nocturnos de Federico Moreno Torroba, Zapateados de Fernando Sor, Danzas españolas, Estudios para guitarra y un Bolero. Pertenecientes a El Sombrero de Tres Picos de Manuel de Falla, está la hermosa pieza La Farruca, así como Asturias, la Leyenda, de Albéniz, y de Venezuela unas cuantas tonadas para guitarra.


Con el tiempo, sus grabaciones se hacen más espaciadas. Al principio del siglo XXI aparece remasterizado su disco Alirio Díaz interpreta melodías larenses, y continúan compilaciones suyas en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, entre las cuales citamos Music and Highlight: Spanish Guitar Music (2013), donde se remasterizan de nuevo sus clásicos de interpretación, y Récital de Guitare (Francia, 2015) hasta que desde principios de 2016 se vino editando una serie con el título de The legend of Alirio Díaz, también con piezas renombradas de su pentagrama, donde vuelven a aparecer sus brillantes interpretaciones en una suerte de homenaje consagratorio, donde se plasman los nombres de Frescobaldi, Scarlatti, Bach, Haydn, Sor, Tárrega, Paganini, Albéniz, Aguado, Carcassi, Legnani, Martz, Llobet o Coste. En todos estos trabajos postreros se le tiene ya, y de modo definitivo, como el gran maestro de la guitarra española y latinoamericana en el mundo.

Llegado un momento, Alirio Díaz decidió no grabar más; prefería las presentaciones directas; a ello se agregaron las ediciones piratas de sus obras en favor de una comercialización ilegal. En 1974 se estableció en su homenaje el Concurso Internacional de Guitarra Alirio Díaz, que se ha venido realizando con mucho éxito por más de quince años y ha servido para calibrar los talentos nuevos en este instrumento alrededor del mundo. Se creó en Carora la Fundación Alirio Díaz, dedicada a preservar las colecciones del maestro de instrumentos musicales, libros, obras de arte, manuscritos, cartas, fotografías, y sirven además de atractivo turístico para la ciudad.

 

Temperamento, personalidad y evocaciones de infancia

Parece natural que cualquier músico, artista, escritor o cineasta que alcance mucha notoriedad mantenga luego cierto distanciamiento con el público, debido al orgullo o la vanidad que puede generar la fama. Este síndrome de disfrutar de los privilegios de ser una celebridad parece ser completamente normal, dentro del sistema de prestigios y reputaciones de la sociedad. Vemos cómo tantos músicos, escritores, pintores, actores o cineastas se pavonean en escenarios mediáticos y sociales con la mayor holgura. La televisión, los medios y las redes sociales encumbran todo tipo de ídolos que al poco tiempo dejan ver sus aspectos más débiles: pasiones irracionales, lujos, drogas, premios, mansiones y el tipo de vida ostentoso y superficial suelen hacer de las suyas en estos casos con suicidios, crímenes, drogadicciones, corrupción, escándalos continuados.

En casos de genios como Picasso, Faulkner, Einstein, Mozart, García Márquez, Borges o nuestro Alirio Díaz, éstos eran dueños de un temperamento afable y cordial, donde la simpatía y la sencillez en el trato son acaso sus rasgos más notables. El músico larense hacía gala de un rotundo sentido del humor, matizado de una fina sensibilidad y de una sonrisa inteligente, a través de la cual fluían de modo permanente anécdotas e historias hilarantes. Su sencillez desarmaba literalmente a sus interlocutores. Cuando le buscaban el lado egocéntrico o el aspaviento, él los desarmaba con su sonrisa o su silencio.

Además de las numerosas ocasiones en que visitó nuestra casa en San Felipe o nosotros la suya en Carora o Roma, Alirio nos mostró su generosidad; llevaba siempre regalos a mi familia (uno especial a mi hermana Elisa Elena, ahijada suya), donaba dinero a muchachos humildes del pueblo, fui testigo de ello. Esta generosidad no le venía a Alirio de un afán de dádivas, sino de un espíritu profundamente justo y de un reconocimiento al pueblo sencillo de donde él mismo provenía. En su libro Al divisar el humo de la aldea nativa se lee: “Al pueblo venezolano, al cual debo lo que soy y por qué lo soy” No podía ser de otra manera. Es conmovedor el tono que usa Alirio para hablar sobre el paisaje de su infancia; por ejemplo, cuando habla de su hermano mayor, Rafael, llamado Fei:

“Era uno de mis hermanos mayores. Doce años de diferencia me separaban de él, y por lo tanto fue mucho lo que me enseñó sobre las cosas del campo y de la vida. Por aquí había sido pulpero, peón de hacienda, músico, baquiano y enamorado…cuando en los bailes el bandolinista ya no podía tocar más por los efectos del cocuy en la sangre, Rafael, “Fei”, también medio “paloteado” resolvía el problema continuando la música él solo: sencillamente silbaba los valses y merengues al acompañamiento de su cuatro hasta terminar la fiesta…

A menudo era yo su ayudante en los trabajos del conuco, en viajes a los pueblos y sitios vecinos, en sabanear ganado, y en lentísimos arreos de puercos. Un día, viendo mi padre que una gata nuestra prolificaba más de lo debido, nos mandó con unas marusas llenas de gaticos para botarlos vivos en distantes parajes. Apenas llegamos al lugar propicio, mi hermano puso a prueba sus sentimientos de compasión; colgamos mochilas con y los animales en las ramas de un cují, y nos dimos a coger y a comer las deliciosas frutas de la zona, los datos y lefarias que producen nuestros cardones de modo copioso. Después de haber extendido en el suelo suficiente cantidad de frutas que pudiesen servir de alimento a los gatos, mi hermano cambió de idea, siempre a favor de los animales: decidió llevárselos a la Casa Vieja, en las inmediaciones de La Candelaria (…) En uno de estos viajes Fei no pudo escapar a los abusos que los esbirros de la dictadura gomecista cometían en zonas del campo mediante un bárbaro sistema de reclutamiento militar. Nos hallábamos en San Francisco, a fines de 1935, buscando unos remedios en la botica de Pedro Meleán cuando los esbirros lo atraparon en presencia de todos como un animal peligroso. “Usted está preso, amigo”, dijo uno de ellos. Yo me quedé horrorizado ante semejante agresión y me eché a correr hacia La Candelaria por pensar, además, que podían hacer lo mismo conmigo. Al dar parte a mi padre, éste, indignado como nunca ante semejante ultraje, de una vez puso a prueba a sus amistades caroreñas y a los pocos días se logró la liberación de mi hermano, a quien, ya en nuestra casa, bromeábamos al verlo pelado y “calembudo”…

Y de nuevo volvió a enseñarme sus mañas y lecciones campesinas sobre cómo buscar y descubrir colmenas de abejas, cómo atrapar vivo a un gavilán y cómo ahuyentar a un tigre con los únicos sonidos prolongados producidos con un cacho de toro. Para romper el tedio y las fatigas que provocaban los duros trabajos del campo, Fei era otro de quienes nos distraían en momentos de reposo contando estupendos relatos criollos y recitando coplas populares. Era en tiempo de lluvia y en horas de la noche cuando, ante el mundo misterioso de los cocuyos, del canto de los sapos, del titirijí y la guacha, en el rincón de sus recuerdos aparecía n gracioso sonsote, en que los dejos imitaban el diálogo de los sapos…

Cuando leo estas memorias de Alirio, no puedo evitar el evocar las visitas que solía hacer con mi familia a la aldea natal de mi padre, Atarigua, cuando éramos muy jóvenes, y allá vivíamos momentos de alegría con el roce cercano de la naturaleza y de la vida rústica, donde nos esperaban las casas de adobe y bahareque, los olores concentrados en bodegas y pulperías de camino, donde se percibían aromas mezclados del tabaco, querosén, chimó, queso, papelón de azúcar; las abejas y moscardones volaban en un ambiente saturado de acemitas, dulces criollos, panes dulces, cambures pasados: todo aquello era un gran olor a vida madura, coronada por el fuerte olor de la piel de los burros y las mulas, del sudor de las bestias y los hombres que las montaban. De pronto, se abría por ahí algún camino hacia la plaza, el río, los solares, las casonas dispuestas a lo largo de calles terrosas. Ahí también podían estar esperando los músicos para tocar sus bandolines, cuatros, maracas, guitarras o furros y entonar así canciones, tamunangues, aguinaldos, boleros o valses que tanto nos hacían soñar. Todo esto explica que mi padre Elisio regresara como Alirio a su Candelaria— a su aldea Atarigua al reencuentro con su gente, así como Alirio regresaba cada vez que podía a visitar a amigos o parientes en La Candelaria, a ofrecerles sus interpretaciones de guitarra o cuatro, a experimentar otra vez el entusiasmo inicial del apego a la tierra.

 

Cultura urbana y cultura raigal

Me permito una breve digresión. Se ha remarcado a menudo el carácter centralista de nuestra cultura, en cuanto ésta suele concentrarse en las ciudades capitales. Es cierto que alcanza en las metrópolis un mayor grado de refinamiento y perfección formal, pero en cuanto al espíritu primigenio que anima a sus expresiones, éste debe preservarse no para acceder a un purismo, sino a una mayor autenticidad en su significado.

Lo mismo puede ocurrir con la literatura, la pintura o la música, y de quienes las crean. En literatura tenemos los casos de Faulkner, Rulfo, García Márquez, Salvador Garmendia o Augusto Monterroso, que mantuvieron siempre una personalidad humana sencilla y sin aspavientos, precisamente por reconocer la fuente a la que se debían: el pueblo. Los creadores metropolitanos, en cambio, pueden hacer gala del egocentrismo propio del centralismo urbano, en un espacio que todo lo concentra. Le cuesta al metropolitano admitir el genio del provinciano; más bien le trata con desdén o se mofa de él; le cuesta reconocerlo precisamente por la refinada elaboración cultural de que hace gala el refinamiento urbano. No fue fácil para un Rulfo o un Alirio Díaz codearse en el mundo de la gran ciudad, en sus fastos de vanidad y orgullo, sufriendo muchas veces discriminación social o racial, y aceptando este fenómeno contradictorio con enorme dignidad.

 

Un viaje a Grecia e Italia


Uno de los recorridos más placenteros de mi vida fue aquel que realicé en compañía de mi padre a Grecia e Italia, gracias a los buenos oficios de Alirio Díaz y de Simón Alberto Consalvi, cuando éste era el canciller de Venezuela, y el embajador en Atenas el poeta José Ramón Medina. Para más señas, acababan de nombrar como agregado cultural en Atenas al poeta Alí Lameda. Alí era algo así como el poeta “maldito” de Carora, leía y admiraba a los poetas franceses por encima de todo (tradujo completo El cementerio marino de Paul Valéry), era muy efusivo, culto y ponía un enorme entusiasmo en todo lo que hacía y decía. Alirio logró que el canciller invitara a Elisio a la tierra de Homero, que tanto admiraba. Cuando le dieron la noticia a mi padre, apenas podía creerlo. Me pidió le acompañara, nos fuimos y en menos de lo esperado allá estábamos en casa del embajador Medina, dispuestos a dar nuestros recorridos por Atenas y haciendo los periplos por Museos, templos, acrópolis, monumentos, teatros y calles donde libamos, comimos, caminamos. Recuerdo la tarde en que visitamos el Partenón y nos paseamos por la acrópolis ateniense viendo las Cariátides y desde ahí el Monte Licabeto y buena parte de la ciudad. Ascensos y descensos por el teatro Odeon. Museo Arqueológico y Museo Benaki. Calles del barrio Plaka. Descanso bajo los árboles de plátanos disfrutando del vino retsinos, ensaladas de queso “feta” de cabra, tomates bien maduros y aceitunas negras, cabritos estofados y más vino. Puerto del Pireo, salidas con el conductor de la Embajada (Lakis, se llamaba) y Lili Kalpaca, —la guía— por los barrios atenienses. Elisio andaba buscando a Pausanias todo el tiempo, no lo encontraba, y Alirio me preguntó, “Gabriel, ¿quién es Pausanias?” “Pues no lo sé, Alirio, déjame averiguar”, le respondí. Pausanias era el nombre de un geógrafo que escribió una de las primeras guías con la más precisa descripción de Grecia. “Vaya que si somos ignorantes”, me dijo Alirio. Las risas se hicieron presentes.

Luego visitamos la Asociación de Escritores Helenos donde ofrecimos una lectura de poemas (Elisio), cuentos (yo) y música (Alirio). Celebración con amigos propietarios de un restorán donde disfrutamos las delicias de la mesa griega, y vinos rojos.

En días siguientes visitamos el santuario de Delfos, su fuente Castalia y su pequeña montaña llamada el Monte Parnaso, visitando cada uno de los tesoros que allí había, que no eran otra cosa que los tributos que le hacían las distintas provincias al oráculo; el estadium donde se ejecutaban los juegos.

Otro día fuimos al teatro de Epidauro, donde pudimos disfrutar de su sorprendente acústica y Elisio dio un grito que resonó por todo el ambiente, y sus respectivos baños para curarse en salud. En el momento del almuerzo en un comedor al aire libre, una abeja llegó hasta nuestra mesa y nos acompañó todo el rato, y la bautizamos como la abeja filosófica. Otro día estuvimos en Mistra, el último reducto bizantino de Grecia y visitamos un templo construido en lo alto de una escarpada colina que Alirio no quiso escalar, pero Elisio y yo nos armamos de valor y una vez allá arriba, después de un arduo esfuerzo, pudimos apreciar una bóveda con extraordinarios frescos bizantinos. El arte de Bizancio tiene unas características muy peculiares de sobriedad y serenidad distintas a las de otras artes europeas, sus figuras sagradas representando a Cristo y los santos poseen una técnica austera basada en el uso del dorado y los colores metálicos; muy sobrias son las figuras santas de la virgen y el Cristo Pantocrator, de las más hermosas que puedan observarse, y están presentes en muchos templos a lo largo de Grecia, inspiran verdadera religiosidad e influenciaron mucho al arte ruso.

Luego fuimos al puerto de Patras; estuvimos en Corinto donde fuimos a un museo al aire libre poblado de estatuas de mármol y piedra, con frescos y murales hechos con la técnica del mosaico. Allí disfrutamos de un monumento, una enorme fortaleza llamada el Acrocorinto. Es tan majestuoso el Acrocorinto que desde lejos se ve como una edificación irreal, fuera del tiempo, e inspira de veras ideas sagradas superiores a nosotros, mortales. Estuvimos otra tarde en Cabo Sounion en el templo de Poseidón, el dios de los mares. Desde ahí se veía el océano imponente, de un azul profundo y maravilloso, y las columnas del templo iluminadas por el sol radiante. Parecía que, de un momento a otro, iba a aparecer Poseidón con su gran tridente. Les hice unas fotos en contrapicado a Alirio y Elisio donde lucían imponentes, con las columnas al fondo. Cuando las fotos se revelaron se las mostré a ellos y Alirio dijo, “Oye Gabriel, no sabía que fuésemos tan importantes”. Y volvió a aparecer esa risa suya tan juguetona y contagiosa.

Luego tomamos un avión Elisio y yo a la isla de Creta, donde disfrutamos de las vistas del mar cretense (el mar kritiko, le dicen ellos); en su capital Heraklion disfrutamos de las piezas del Museo de Arte de Creta, una cultura más antigua que la helénica. Nos acordamos de Zorba el griego, la película de Michel Cacoyanis (basada en la novela de Nikos Kasantsakis) con música de Mikis Theodorakis, donde Alexis Zorba (Anthony Quinn) ejecuta su famosa danza frente al mar en medio de una alegría exultante; nos acordamos de el Greco, el gran artista de las figuras alargadas que nació en Creta y se radicó en Toledo, España, donde se hizo famoso. En Creta conocimos la ciudad de Cnossos, la famosa tierra del Rey Minos, el Minotauro y el hilo de Ariadna, uno de los mitos más hermosos del mundo. Allí estuvimos apreciando los frescos del Palacio de Cnossos (donde Elisio se sentó en una réplica del trono del Rey Minos) vimos las urnas funerarias, unas vasijas gigantes del pacífico pueblo cretense, que le rindió homenaje al toro a través de fiestas de danza, juegos y malabarismos.

De regreso a Atenas y al Peloponeso, recorrimos un momento a Salamina (donde se libró una famosa batalla descrita en la Ilíada). El Peloponeso es una tierra árida muy parecida a la tierra larense y falconiana, llena de tunas, cardones, cujíes, dividives y guayacanes y esto nos asombraba, que la cuna de la cultura occidental tuviera tanto de desierto. Incluso los atenienses guardan un parecido a los caroreños, observó Elisio. Volvimos a la residencia del embajador, a encontrarnos con Alirio, el poeta Medina y su esposa Inés, y allí nos dio cita para charlar y comer. Me acuerdo que una noche el poeta Medina solicitó mi compañía (tenía un problema en la vista y su esposa estaba fuera) para acompañarle por un rato a un festín que daba la Embajada de un país árabe en Atenas y yo acepté, por supuesto. Mientras José Ramón hablaba con las importantes autoridades diplomáticas, yo me aplicaba a disfrutar de los platillos árabes y vinos, y de la deslumbrante belleza de las mujeres que allí estaban. Y cuando estuve a punto de lanzar mi caballería de seducción a una de ellas, ya era hora de marcharse.

Cuando llegamos a casa, nos estaban esperando Alirio Díaz y los demás amigos y amigas, los poetas y sus esposas, para ofrecernos un concierto con piezas venezolanas. Aquello fue inolvidable. Alirio tocó “Como llora una estrella” de Antonio Carrillo, y la emoción de todos fue tal, que algunos no pudimos ocultar las lágrimas.

De regreso a Roma, nos esperaba la familia de Alirio, su esposa Lina y su hijo Sennio, también excelente guitarrista. Sus otras hijas son María Isabel, Tibisay y Josefa, que viven las dos últimas en Europa, mientras María Isabel es comunicadora social en Venezuela y coordina actividades de la Fundación Alirio Díaz y del Festival de Guitarra que lleva su nombre. Alirio tenía allí, en su departamento de Roma, una colección de clásicos literarios. Lina preparó un delicioso almuerzo con pastas caseras como no habíamos probado nunca en Italia. Salimos después a pasear con él por ahí en un verano romano donde el calor era exasperante, pero para eso estaban las cervezas, los vinos espumantes, las sambucas y ensaladas romanas.

Recuerdo que un buen día Alirio metió un rollito de papel en el bolsillo de la camisa de Elisio y le dijo “Para que se defiendan por ahí”. Era una cantidad considerable en dólares. Mi padre se sonrojó, agradecido. Así era de generoso Alirio, quien le dio a uno de sus mejores amigos el regalo imborrable de un viaje al país donde nació la literatura más depurada de Occidente.

Quise referir la anécdota de este viaje porque en él se mostró en toda su plenitud, la generosidad y autenticidad de Alirio Díaz, su sentido de la amistad y la solidaridad, su vínculo entusiasta y sorprendente con todo lo que hacía.

 

Adiós con nostalgia

Lo vi varias veces más en Maracay en casa de la Fundación Ludovico Silva, al lado de Thais y Beatriz, compartiendo su admiración hacia Ludovico. También le vi varas veces en Carora, en un festival musical y literario donde fuimos de casa en casa para que él tocara su guitarra. Poco a poco fue perdiendo sus facultades de memoria y atención, como si estuviera de regreso a su infancia, refugiado en si mismo se volvió una especie de sabio feliz que sonreía dulcemente a todo lo que oía o veía, siempre con ese noble gesto enigmático de hombre elevado por encima de las miserias, de maestro inconfundible, de músico de un estro superior, lúcido y bueno, Alirio Díaz, tu cuerpo partió un 5 de julio en Roma, pero tu voluntad de permanecer para siempre en tu amada Carora se cumplió, dios te tocó con su dedo milagroso para que con tu guitarra y tu humanidad volvieras mejores nuestros días en esta tierra.

 

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Gabriel Jiménez Emán (Venezuela, 1950) ha repartido su vocación literaria entre el cuento y la novela, la poesía y el ensayo, así como entre una labor de antologista y editor que le ha merecido un reconocimiento crítico en varios países. Entre sus libros de cuentos destacan Los dientes de Raquel (1973), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros textos breves (2002), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990), El hombre de los pies perdidos (2005), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (2009), Divertimentos mínimos (2011) y Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (2012). Sus principales novelas son Una fiesta memorable (1991), Sueños y guerras del Mariscal (2001), Paisaje con ángel caído (2002) y Averno (2006), Wald (2021) Monte Ávila Editores reunió su obra poética bajo el título Balada del bohemio místico (2009), así como una selección de sus Cuentos y microrrelatos (2012) mientras en el campo del ensayo sobresalen Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), Espectros del cine (1994), El espejo de tinta (2007) y El contraescritor (2007), La utopía del logos. La filosofía moderna a contracorriente (2021) y El laberinto ensimismado de Franz Kafka (2021). De su obra de antologista pueden citarse Relatos venezolanos del siglo XX (1987), El ensayo literario en Venezuela (1989), Noticias del futuro. Clásicos literarios de la Ciencia Ficción (2010) y En Micro. Antología del microrrelato venezolano (2010). En 2012 Ediciones Imaginaria editó una valoración múltiple de su obra con el título de Literatura y Existencia. Cuentos y poemas suyos han sido traducidos al alemán, francés, inglés y ruso, e incluidos en antologías de todo el mundo. En 2019 fue merecedor del Premio Nacional de Literatura de Venezuela por el conjunto de su obra. 



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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 183 | outubro de 2021

Curadoria: Gabriel Jiménez Emán (Venezuela, 1950)

Artista convidado: Ricardo Domínguez (Venezuela, 1956-2014)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

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