Un niño predestinado
Hay seres humanos predestinados. Nadie pudo
imaginar, por ejemplo, que el hijo de un comerciante de Málaga en España fuese a
convertirse con el tiempo en Pablo Picasso, o que un sordo iracundo de Alemania
fuese a convertirse en Beethoven, o un mal matemático judío de extracción humilde
fuese a llegar a ser el padre de la fisión nuclear, Albert Einstein. Algo similar
ocurre con un niño de un caserío del estado Lara donde apenas había una pulpería,
unas pocas calles repletas de cabras, un muchacho se movía entre un árido paisaje
de cujíes, dividives, padres y hermanos campesinos, más tarde decidiera marchar
a la ciudad de Carora a recibir rudimentos de gramática, artes o música. Se llama
Alirio y un buen día llegó a aquella pequeña ciudad movido por una voluntad férrea
de superarse que, al perfeccionar sus incipientes rasgueos a una guitarra, esto
le llevaría a convertirse en un maestro de la misma. En Carora conoce a otros jóvenes
con motivaciones similares a las suyas, frecuenta personas cultivadas; empieza su
formación leyendo obras de literarias, diccionarios y enciclopedias; toma contacto
con poetas, profesores y periodistas, mostrando devoción permanente hacia el legado
popular y tradicional, larense o venezolano.
Con el correr del tiempo,
acometería ese legado a través del estudio y de estilizaciones armónicas y rítmicas
heredadas de sus maestros, y durante la década de los años 50 del siglo XX, —como
a continuación veremos— se dará a la tarea de ejecutar temas musicales pertenecientes
a todas las regiones del país, lo cual es quizá su logro inicial: el haber sabido
acrisolar para la guitarra ese legado, incorporándole el pulso criollo, mestizo,
emocionado, de la tierra caliente. Temas llaneros, zulianos, guayaneses, larenses,
andinos, centrales, en sus formas de villancicos, aguinaldos, joropos, valses, golpes,
merengues, canciones, tonadas: a todos estos impregnó Alirio Díaz (1924-2016) la
personalidad de una guitarra no sólo virtuosa, sino dotada de una impresionante
calidez. Digamos que, en este sentido, logra incorporar por primera vez el elemento
venezolano específico a este instrumento. A medida que esto va constatándose en
numerosos conciertos ofrecidos en el país, la respuesta del público es unánime en
el momento de reconocer sus aportes.
Primeros años en Carora
Alirio toma contacto durante su estancia
en Carora con una comunidad de periodistas, escritores, músicos y poetas, entre
éstos se encuentran Don Cecilio Zubillaga Perera, quien publicaba crónicas, ensayos
y polémicas en el Diario de Carora, Cantaclaro y Tío Conejo. Otros cronistas y periodistas
de entonces son Ambrosio Oropeza, Antonio Crespo Meléndez, Víctor Julio Ávila, Ramón
Gudiño y Luis Oropeza Vásquez. Los poetas Alí Lameda, Elisio Jiménez Sierra, Segundo
Ignacio Ramos, Domingo Amado Rojas, Naty González Sierralta y Marco Aurelio Rojas
también publicaban en aquéllas páginas y compartían tertulia con Alirio, además
del notable músico Rodrigo Riera, como ya hemos mencionado, y el pintor Trino Orozco,
del pueblo de Humocaro Alto. Entre todos ellos destacaba la figura de Don Cecilio
Zubillaga, —o “Don Chío”, como le decían familiarmente— autor de virulentos y
bien argumentados trabajos a favor de las clases necesitadas. Recordemos que en
esos años terminaba la dictadura de Juan Vicente Gómez y se configuraban nuevas
esperanzas para Venezuela. Don Chío Zubillaga orientó mucho a los poetas, músicos,
escritores y periodistas en cuanto a cuestiones sociales y políticas, y l es puso
en contacto con las obras literarias de poetas de El Tocuyo como Alcides y Hedilio
Losada y Roberto Montesinos. Todos ellos, a la larga, van a constituir parte sustantiva
de la personalidad cultural del estado Lara. De ahí en adelante quedaría abierto
el compás para las sucesivas generaciones de artistas, escritores y músicos como
Antonio Crespo Meléndez, Elisio Jiménez Sierra, Alí Lameda, Alirio Díaz, Rodrigo
Riera, Héctor Mujica, Guillermo Morón, Hermann y Salvador Garmendia, (sin olvidar
a Julio Garmendia, escritor oculto por entonces, que luego sorprendería la cuentística
venezolana) o poetas como Luis Alberto Crespo, Álvaro Montero, Antonio Urdaneta,
Orlando Pichardo o Neybis Bracho; de generaciones posteriores, que justificarían
ese legado.
Debo reseñar aquí la
profunda amistad forjada entre Alirio Díaz, Alí Lameda y mi padre, una amistad que
quedó sellada desde aquella primera juventud, cuando Elisio le obsequiara a Alirio
un Cuatro, y de las innumerables andanzas de éstos junto al poeta bohemio Marco
Aurelio Rojas, gran humorista y versificador, con quien daban serenatas, leían poesía
y charlaban sobre política, literatura y cultura. Carora, por ser asiento de familias
acomodadas de la burguesía regional, de los llamados “godos” caroreños, y de las
luchas sociales de los campesinos, trabajadores y obreros para zafarse de las injusticias
a que eran sometidos por las clases pudientes.
Influencias determinantes
Una etapa vital en la carrera de Alirio
Díaz es el encuentro con los valses del compositor guayanés Antonio Lauro. La compleja
interpretación de estos valses y la brillantez que mostró ejecutándolos, terminó
de consolidar el temple de Alirio Díaz en cuanto a ejecutante de la guitarra, con
repercusión internacional, pues los valses entraron de inmediato a los repertorios
guitarrísticos de eminentes músicos de Estados Unidos, Chile, Colombia, Argentina
o España. A esto se agregó la pulitura académica que éste conquistó en sus viajes
de estudio con los maestros Andrés Segovia, Regino Sainz de la Maza y el respectivo
conocimiento de la música culta europea, representada principalmente en las obras
de Juan Sebastián Bach, Antonio Vivaldi y otros músicos del barroco, y de compositores
franceses, españoles o italianos como Manuel de Falla, Enrique Granados, Joaquín
Rodrigo, Frescobaldi, Scarlatti, Giuliani o Tárrega, al tiempo que investigaba en
los repertorios tradicionales de estos países, realizando los debidos arreglos y
armonizaciones para su instrumento, luego también incorporados a los pentagramas
interpretativos de varios países.
Otro aspecto a señalar
es la investigación musical llevada a cabo por Alirio Díaz en el ámbito de la música
hispanoamericana, donde destacan las obras del brasilero Heitor Villalobos y del
paraguayo Agustín Barrios “Mangoré”, que tanta influencia tuvieron también en un
músico coterráneo y contemporáneo de Alirio Díaz: Rodrigo Riera. La amistad con
Riera fue de por vida, y las piezas compuestas por éste estaban siempre en los recitales
de Alirio; la maestría con que las ejecutaba hablaban del homenaje y la admiración
permanente a su amigo.
Infidencias personales
Alirio Díaz y Rodrigo Riera frecuentaban
a menudo nuestra casa materna en San Felipe y las de otros músicos en Barquisimeto
como Martin Jiménez, Pastor Giménez o Pablo Canela, y en San Felipe las de Luis
Salcedo, Gerardo Aular, Elisio Jiménez Sierra y Teófilo Domínguez. A estas veladas
concurrían ejecutantes del cuatro, bandolín, guitarra, requinto y maracas, para
hacer de los fines de semana un verdadero deleite musical, reforzando nuestros lazos
de afecto filial y familiar, o como materia de ensoñación romántica. Cada vez que
Alirio venía a Venezuela desde su casa en Roma, no dudaba en acercarse a los estados
Lara y Yaracuy a dar conciertos y visitar a sus amigos. En muchas ocasiones oímos
tocar a Alirio en el Teatro Juárez de Barquisimeto, en el Teatro Andrés Bello o
el Museo Carmelo Fernández de San Felipe, como en los corredores de nuestra casa
materna sanfelipeña. Con motivo de celebrarse en San Felipe, Guama y Atarigua (aldea
natal de mi padre) varias ediciones del Coloquio Regional de Literatura Elisio Jiménez
Sierra en homenaje a mi padre, invitamos a Alirio a participar en él no sólo a través
de las sublimes cuerdas de su guitarra, sino en calidad de fino cronista y conferencista.
Es de hacer notar la
capacidad de Alirio para la escritura. Dotado de un elegante estilo literario, se
le puede considerar con toda propiedad un escritor y ensayista de altura. Lo demostró
a través de la publicación de sus libros Al divisar el humo de la aldea nativa (1984),
sus memorias de niñez y adolescencia, y La música en las luchas del pueblo venezolano,
como de numerosos artículos y crónicas publicados en la prensa nacional. Díaz hablaba
con fluidez varios idiomas (italiano, inglés, francés, portugués) y tenía conocimientos
de latín y griego; esta pasión por los idiomas la compartió con sus amigos Elisio
Jiménez Sierra y Alí Lameda, también dados a traducir al castellano poesía francesa
e italiana.
Primeros años en Caracas
Es interesante el dato
de Alirio como ejecutante del clarinete en la Banda Marcial de Caracas, que dirigía
el maestro Pedro León Gutiérrez, y luego su figuración como voz tenor dentro del
Orfeón Lamas, debida a una invitación del maestro Sojo, quien además consiguió le
otorgaran un subsidio por el Ministerio de Educación. De ahí en adelante le surgieron
varias ofertas para ofrecer recitales en lugares públicos y privados a lo largo
del país, que merecieron los elogios de la crítica especializada. Ya por entonces
tenía incorporadas a su repertorio piezas de Raúl Borges, Vicente Emilio Sojo y
Antonio Lauro, que contribuyeron a granjearle un sólido prestigio entre los ejecutantes
venezolanos; pudiera decirse que Alirio fue el primer guitarrista nuestro en ofrecer
tantos recitales con programas tan variados de música europea, latinoamericana y
venezolana. Es muy citada la ocasión en que, con motivo de celebrarse en 1950 el
bicentenario de la muerte de Juan Sebastián Bach, Alirio ejecutó una Chacona que
dejó profundamente impresionados a los asistentes, y mereció los más elogiosos comentarios
de la crítica internacional. Ambas circunstancias habían sellado ya el futuro del
músico larense.
El salto hacia Europa
Ese año de 1950 sería decisivo en la carrera
de nuestro músico, cuando llega a España luego de haber recibido los reconocimientos
de su pueblo y su público. En la tierra de Cervantes es asistido por el crítico
chileno Eduardo Lira Espejo en la consecución de un subsidio para continuar estudios;
solicitud que es aprobada para seguir en Madrid en el Conservatorio de Música y
Declamación, donde toma contacto con el compositor y guitarrista Regino Sainz de
la Maza, con quien en lo sucesivo tejería una profunda amistad. Realiza por entonces
conciertos en Granada, Barcelona, Madrid y Valencia, al tiempo que se pone en contacto
con músicos como Narciso Yepes, Joaquín Rodrigo, Emilio Pujol, Eugenia Serrano y
Federico Monpuo, y de poetas como Gerardo Diego.
De ahí marcha a Italia
el próximo año de 1951 a estudiar con Andrés Segovia, buscando perfeccionar sus
técnicas. El músico español lo acepta como participante de la Academia Chigiana,
con sede en Siena. Tal fue la impresión causada por Alirio Díaz en el criterio y
la sensibilidad de Andrés Segovia, que éste le consideró el mejor de sus discípulos,
le nombró al poco tiempo asistente de su cátedra de guitarra y sustituto en ella,
dada la ya avanzada edad del músico hispano. Esta circunstancia ha sido considerada
como la consagración de Alirio Díaz como guitarrista, dado el prestigio mundial
de la Academia Chigiana en el universo académico de este instrumento. Desde ese
mismo momento sus maestros Raúl Borges, Vicente Emilio Sojo y Juan Bautista Plaza
apoyan sus presentaciones y recitales en varios continentes, convirtiéndose en una
especie de embajador de la guitarra venezolana. De una de esas ocasiones resalta
aquella en que el entonces embajador en Italia, el poeta llanero Alberto Arvelo
Torrealba, lo recibe en la capital italiana y es presentado allí al público de Roma
por Juan Bautista Plaza. Desde Roma, entonces, se abre la figuración de Alirio Díaz
acompañado de orquestas famosas dirigidas por músicos de la talla de Leopold Stokowsky,
André Kostelanetz, José Iturbi y Antonio Estévez, para nombrar a unos pocos.
Principales grabaciones
Desde 1956 en Francia se produce su primera
firma con un sello discográfico francés, Editions de La Boite a Music con un Recital
de guitarra, a la cual seguirían también otros en años sucesivos con la Sociedad
de Amigos de la Música en Venezuela, con temas de Antonio Lauro, y a partir de los
años 60 en Italia y Francia salen varios discos de larga duración con piezas de
Lauro, así como de panoramas de la guitarra clásica europea y antologías de la guitarra
en el mundo, y luego después, en los Estados Unidos, antologías muy ambiciosas de
la música clásica y de la música española, algunas llegando a cubrir cuatro siglos
de actividad guitarrística. En el sello EMI de Londres graba durante los años 60
el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, obras de Juan Sebastián Bach y excelentes
selecciones de motivos clásicos de la guitarra latinoamericana, venezolana y larense.
En 1967 graba en Caracas un disco de antología: Canciones, tonadas y aguinaldos
venezolanos, acompañando la voz magnífica de Morella Muñoz. Su actividad discográfica
es indetenible; en ésta da cabida a un amplio y heterogéneo repertorio de piezas
musicales venezolanas, latinoamericanas, españolas y europeas.
Desde los años sesenta
Alirio Díaz acometió las grabaciones de discos de larga duración, y durante la década
siguiente se intensifica su discografía. Siguiendo un orden cronológico cito algunas
de sus grabaciones más importantes. Destaca al principio el disco 400 años de Guitarra
Clásica (1966) donde incluye las hermosas piezas Recuerdos de La Alhambra, Asturias
y valses venezolanos, quirpas y canciones nuestras. A éste le sigue Alirio Díaz
plays Bach (EMI, Inglaterra, 1968) donde se aprecian las modalidades de Chacona,
Fuga, Gavota, Preludio, Sarabanda, Allemande y Giga del gran compositor alemán.
La década de 1970 es
una de las más prolíficas de Alirio Díaz en el terreno de las grabaciones, que comienza
con un disco de Música Española para Guitarra (Vanguard, Inglaterra, 1970) y prosigue
con Alirio Díaz, Music of Spain and Latin America (Inglaterra, 1970), el cual incluye
de Gaspar Sanz las piezas: Canarias, Españoleta y Caranas; de Fernando Sor un Rondó
y sus Variaciones de un Tema de la Flauta Mágica; de Regino Sainz de la Maza incluye
una Petenera, las Tres Melodías Populares Catalanas (El Testamento de Amelia, Canción
y Monpou); seis valses venezolanos de Antonio Lauro, un Scherzino Mexicano de Ponce
y cuatro piezas de Agustín “Mangoré” Barrios: Danza Paraguaya, Aire de Samba, una
Cueca y una Danza Chilena.
A éste le siguen Trésors
de la Guitare Clasique (Francia, 1970) con piezas de Frescobaldi, Bach, Heitor Villalobos,
Mangoré Barrios, Jorge Gómez Crespo, Raúl Borges y Miguel Llobet Solés. De seguidas
tenemos el disco Recital (1971) compuesto sobre todo por piezas venezolanas entre
las que se cuentan Danza Negra, Canción, Vals y Preludio, así como ocho piezas populares,
en su mayoría villancicos como Niño Lindo y Al Claro Sereno, y piezas infantiles
como La Huerta de Doña Ana, El Cuento de la Abuelita, el Cuento del Gallo Pelón,
Tilingo y Angelito Negro.
Continúa la discografía
de Alirio Díaz con The Allegri String Cuartet (Estados Unidos, 1971) donde interpreta
junto a esta agrupación piezas de John Elgar, Tedesco, Ponce y Castelnuovo. Le sigue
luego en nuestro país el Concierto Venezolano (La Buena Música, Caracas, 1971) donde
figuran dos valses venezolanos de Antonio Lauro; las obras Guasa, Canción y Quirpa
compiladas por Vicente Emilio Sojo y ocho piezas populares venezolanas arregladas
por el mismo Sojo. Cuatro piezas adicionales (Preludio, Danza Negra, Canción, Vals),
y la Suite de Inocente Carreño constituida por Preludio, Capullo y Aire de Danza
Criolla, cierran esta magistral grabación.
Vendría luego The Virtuoso
Guitar (1972) con composiciones de Alfonso de Mudarra; Luis de Narváez, Gaspar Sanz,
Domenico Scarlatti, Antonio Vivaldi, Kal Kohaut, en un repertorio donde Alirio Díaz
y el guitarrista Antonio Janogro demuestran su arte en Sonatas, Fantasías, Folias
y Concertos. En ese mismo año se graba el Concierto Venezolano II (La Buena Música,
1972) con piezas de Moisés Moleiro (Tocata y Sonata), Evencio Castellanos (Homenaje),
Manuel Pérez Díaz (Guasa), Antonio Estévez (Cinco Piezas Infantiles) Raúl Borges
(Vals Venezolano) y Vicente Emilio Sojo arreglando cuatro piezas populares: Quisiera
Ser, Canto Aragueño, Ella no me ama y Galerón. Posteriormente vendría Alirio Díaz,
aguinaldos y otras melodías venezolanas (1975) con arreglos de los propios Díaz
y Sojo, para luego arribar a Alirio Díaz interpreta melodías larenses (Venezuela,
Siruma, 1976) con diecisiete piezas entre merengues, canciones y valses de su región
natal. De inmediato aparece Alirio Díaz (Venezuela, 1976), donde sobresalen el Concierto
para Guitarra y Orquesta compuesto por Antonio Lauro, con la Orquesta Sinfónica
de Venezuela dirigida por Jascha Jorenstein; así como un Vals de Antonio Lauro y
cuatro composiciones de Vicente Emilio Sojo; de Juan Vicente Lecuna figuran Dos
Sonatas, y una Suite para Orquesta de Modesta Bor.
Una de las celebradas
versiones de El Concierto de Aranjuez para piano y orquesta (Estados Unidos, 1976)
se debe al maestro Díaz acompañado por la Orquesta Nacional Española dirigida por
Ataúlfo Argenta, donde aparecen otras piezas de Isaac Albéniz, Fernando Sor y las
bellísimas Canciones Populares Catalanas incluidas en numerosas grabaciones suyas.
La década de los años
ochentas se abre con Alirio Díaz. Valses del pueblo venezolano (Siruma, Venezuela,
1980) contentivo de quince piezas de este género provenientes de distintas regiones
del país: El Bejuquero, El Ausente, Flor de Campo, Siempre Invicto, Quejas, El Diablo
Suelto, Las Bellas noches de Maiquetía, Venezuela y Colombia, El Gallo, Aires de
Mochima, Pasillaneando, Visión Porteña, Juliana, Conticinio y Sombra en los Médanos. Otro es el magnífico Alirio Díaz con la Orquesta Sinfónica Nacional de la Juventud
Venezolana (Venezuela, 1980) donde vuelve con el célebre Concierto para guitarra
y orquesta de Lauro bajo la dirección de Felipe Izcaray; el Concierto de Aranjuez
de Rodrigo, alternando con otros artistas solistas en la guitarra como Jesús Alfonzo,
Jaime Martínez y César Noriega, quienes ejecutan conciertos de Telemann, Marcello
y John Philip Bach. Al final de esa década aparecería en Rumania Alirio Díaz en
el Festival de Guitarra George Enescu.
En la década siguiente
nos encontramos con The Art of Spanish Guitar (Estados Unidos, 1993) donde se dejan
oír piezas de Tárrega, Lauro, Sojo, Sanz, Haydn, Scarlatti, Bach y Sor. Recuerdo
que este disco me lo firmó dedicado Alirio en mi casa de San Felipe: en su portada
se aprecia una pintura del gran artista Caravaggio. También está el disco Four Centuries
of the Spanish Guitar (Vanguard, 1992) constituido por piezas cortas de diversos
repertorios: Fantasías de Alfonzo de Mudarra, Folías de Gaspar Sanz, Sonatas de
Scarlatti, Estudios de Fernando Sor y Andrés Segovia, Nocturnos de Federico Moreno
Torroba, Zapateados de Fernando Sor, Danzas españolas, Estudios para guitarra y
un Bolero. Pertenecientes a El Sombrero de Tres Picos de Manuel de Falla, está la
hermosa pieza La Farruca, así como Asturias, la Leyenda, de Albéniz, y de Venezuela
unas cuantas tonadas para guitarra.
Llegado un momento, Alirio
Díaz decidió no grabar más; prefería las presentaciones directas; a ello se agregaron
las ediciones piratas de sus obras en favor de una comercialización ilegal. En 1974
se estableció en su homenaje el Concurso Internacional de Guitarra Alirio Díaz,
que se ha venido realizando con mucho éxito por más de quince años y ha servido
para calibrar los talentos nuevos en este instrumento alrededor del mundo. Se creó
en Carora la Fundación Alirio Díaz, dedicada a preservar las colecciones del maestro
de instrumentos musicales, libros, obras de arte, manuscritos, cartas, fotografías,
y sirven además de atractivo turístico para la ciudad.
Temperamento, personalidad y evocaciones
de infancia
Parece natural que cualquier músico, artista,
escritor o cineasta que alcance mucha notoriedad mantenga luego cierto distanciamiento
con el público, debido al orgullo o la vanidad que puede generar la fama. Este síndrome
de disfrutar de los privilegios de ser una celebridad parece ser completamente normal,
dentro del sistema de prestigios y reputaciones de la sociedad. Vemos cómo tantos
músicos, escritores, pintores, actores o cineastas se pavonean en escenarios mediáticos
y sociales con la mayor holgura. La televisión, los medios y las redes sociales
encumbran todo tipo de ídolos que al poco tiempo dejan ver sus aspectos más débiles:
pasiones irracionales, lujos, drogas, premios, mansiones y el tipo de vida ostentoso
y superficial suelen hacer de las suyas en estos casos con suicidios, crímenes,
drogadicciones, corrupción, escándalos continuados.
En casos de genios como
Picasso, Faulkner, Einstein, Mozart, García Márquez, Borges o nuestro Alirio Díaz,
éstos eran dueños de un temperamento afable y cordial, donde la simpatía y la sencillez
en el trato son acaso sus rasgos más notables. El músico larense hacía gala de un
rotundo sentido del humor, matizado de una fina sensibilidad y de una sonrisa inteligente,
a través de la cual fluían de modo permanente anécdotas e historias hilarantes.
Su sencillez desarmaba literalmente a sus interlocutores. Cuando le buscaban el
lado egocéntrico o el aspaviento, él los desarmaba con su sonrisa o su silencio.
Además de las numerosas
ocasiones en que visitó nuestra casa en San Felipe o nosotros la suya en Carora
o Roma, Alirio nos mostró su generosidad; llevaba siempre regalos a mi familia (uno
especial a mi hermana Elisa Elena, ahijada suya), donaba dinero a muchachos humildes
del pueblo, fui testigo de ello. Esta generosidad no le venía a Alirio de un afán
de dádivas, sino de un espíritu profundamente justo y de un reconocimiento al pueblo
sencillo de donde él mismo provenía. En su libro Al divisar el humo de la aldea
nativa se lee: “Al pueblo venezolano, al cual debo lo que soy y por qué lo soy”
No podía ser de otra manera. Es conmovedor el tono que usa Alirio para hablar sobre
el paisaje de su infancia; por ejemplo, cuando habla de su hermano mayor, Rafael,
llamado Fei:
“Era uno de mis hermanos
mayores. Doce años de diferencia me separaban de él, y por lo tanto fue mucho lo
que me enseñó sobre las cosas del campo y de la vida. Por aquí había sido pulpero,
peón de hacienda, músico, baquiano y enamorado…cuando en los bailes el bandolinista
ya no podía tocar más por los efectos del cocuy en la sangre, Rafael, “Fei”, también
medio “paloteado” resolvía el problema continuando la música él solo: sencillamente
silbaba los valses y merengues al acompañamiento de su cuatro hasta terminar la
fiesta…
A menudo era yo su ayudante
en los trabajos del conuco, en viajes a los pueblos y sitios vecinos, en sabanear
ganado, y en lentísimos arreos de puercos. Un día, viendo mi padre que una gata
nuestra prolificaba más de lo debido, nos mandó con unas marusas llenas de gaticos
para botarlos vivos en distantes parajes. Apenas llegamos al lugar propicio, mi
hermano puso a prueba sus sentimientos de compasión; colgamos mochilas con y los
animales en las ramas de un cují, y nos dimos a coger y a comer las deliciosas frutas
de la zona, los datos y lefarias que producen nuestros cardones de modo copioso.
Después de haber extendido en el suelo suficiente cantidad de frutas que pudiesen
servir de alimento a los gatos, mi hermano cambió de idea, siempre a favor de los
animales: decidió llevárselos a la Casa Vieja, en las inmediaciones de La Candelaria
(…) En uno de estos viajes Fei no pudo escapar a los abusos que los esbirros de
la dictadura gomecista cometían en zonas del campo mediante un bárbaro sistema de
reclutamiento militar. Nos hallábamos en San Francisco, a fines de 1935, buscando
unos remedios en la botica de Pedro Meleán cuando los esbirros lo atraparon en presencia
de todos como un animal peligroso. “Usted está preso, amigo”, dijo uno de ellos.
Yo me quedé horrorizado ante semejante agresión y me eché a correr hacia La Candelaria
por pensar, además, que podían hacer lo mismo conmigo. Al dar parte a mi padre,
éste, indignado como nunca ante semejante ultraje, de una vez puso a prueba a sus
amistades caroreñas y a los pocos días se logró la liberación de mi hermano, a quien,
ya en nuestra casa, bromeábamos al verlo pelado y “calembudo”…
Y de nuevo volvió a enseñarme
sus mañas y lecciones campesinas sobre cómo buscar y descubrir colmenas de abejas,
cómo atrapar vivo a un gavilán y cómo ahuyentar a un tigre con los únicos sonidos
prolongados producidos con un cacho de toro. Para romper el tedio y las fatigas
que provocaban los duros trabajos del campo, Fei era otro de quienes nos distraían
en momentos de reposo contando estupendos relatos criollos y recitando coplas populares.
Era en tiempo de lluvia y en horas de la noche cuando, ante el mundo misterioso
de los cocuyos, del canto de los sapos, del titirijí y la guacha, en el rincón de
sus recuerdos aparecía n gracioso sonsote, en que los dejos imitaban el diálogo
de los sapos…
Cuando leo estas memorias
de Alirio, no puedo evitar el evocar las visitas que solía hacer con mi familia
a la aldea natal de mi padre, Atarigua, cuando éramos muy jóvenes, y allá vivíamos
momentos de alegría con el roce cercano de la naturaleza y de la vida rústica, donde
nos esperaban las casas de adobe y bahareque, los olores concentrados en bodegas
y pulperías de camino, donde se percibían aromas mezclados del tabaco, querosén,
chimó, queso, papelón de azúcar; las abejas y moscardones volaban en un ambiente
saturado de acemitas, dulces criollos, panes dulces, cambures pasados: todo aquello
era un gran olor a vida madura, coronada por el fuerte olor de la piel de los burros
y las mulas, del sudor de las bestias y los hombres que las montaban. De pronto,
se abría por ahí algún camino hacia la plaza, el río, los solares, las casonas dispuestas
a lo largo de calles terrosas. Ahí también podían estar esperando los músicos para
tocar sus bandolines, cuatros, maracas, guitarras o furros y entonar así canciones,
tamunangues, aguinaldos, boleros o valses que tanto nos hacían soñar. Todo esto
explica que mi padre Elisio regresara —como Alirio a su Candelaria— a su aldea Atarigua
al reencuentro con su gente, así como Alirio regresaba cada vez que podía a visitar
a amigos o parientes en La Candelaria, a ofrecerles sus interpretaciones de guitarra
o cuatro, a experimentar otra vez el entusiasmo inicial del apego a la tierra.
Cultura urbana y cultura raigal
Me permito una breve digresión. Se ha remarcado
a menudo el carácter centralista de nuestra cultura, en cuanto ésta suele concentrarse
en las ciudades capitales. Es cierto que alcanza en las metrópolis un mayor grado
de refinamiento y perfección formal, pero en cuanto al espíritu primigenio que anima
a sus expresiones, éste debe preservarse no para acceder a un purismo, sino a una
mayor autenticidad en su significado.
Lo mismo puede ocurrir
con la literatura, la pintura o la música, y de quienes las crean. En literatura
tenemos los casos de Faulkner, Rulfo, García Márquez, Salvador Garmendia o Augusto
Monterroso, que mantuvieron siempre una personalidad humana sencilla y sin aspavientos,
precisamente por reconocer la fuente a la que se debían: el pueblo. Los creadores
metropolitanos, en cambio, pueden hacer gala del egocentrismo propio del centralismo
urbano, en un espacio que todo lo concentra. Le cuesta al metropolitano admitir
el genio del provinciano; más bien le trata con desdén o se mofa de él; le cuesta
reconocerlo precisamente por la refinada elaboración cultural de que hace gala el
refinamiento urbano. No fue fácil para un Rulfo o un Alirio Díaz codearse en el
mundo de la gran ciudad, en sus fastos de vanidad y orgullo, sufriendo muchas veces
discriminación social o racial, y aceptando este fenómeno contradictorio con enorme
dignidad.
Un viaje a Grecia e Italia
Luego visitamos la Asociación
de Escritores Helenos donde ofrecimos una lectura de poemas (Elisio), cuentos (yo)
y música (Alirio). Celebración con amigos propietarios de un restorán donde disfrutamos
las delicias de la mesa griega, y vinos rojos.
En días siguientes visitamos
el santuario de Delfos, su fuente Castalia y su pequeña montaña llamada el Monte
Parnaso, visitando cada uno de los tesoros que allí había, que no eran otra cosa
que los tributos que le hacían las distintas provincias al oráculo; el estadium
donde se ejecutaban los juegos.
Otro día fuimos al teatro
de Epidauro, donde pudimos disfrutar de su sorprendente acústica y Elisio dio un
grito que resonó por todo el ambiente, y sus respectivos baños para curarse en salud.
En el momento del almuerzo en un comedor al aire libre, una abeja llegó hasta nuestra
mesa y nos acompañó todo el rato, y la bautizamos como la abeja filosófica. Otro
día estuvimos en Mistra, el último reducto bizantino de Grecia y visitamos un templo
construido en lo alto de una escarpada colina que Alirio no quiso escalar, pero
Elisio y yo nos armamos de valor y una vez allá arriba, después de un arduo esfuerzo,
pudimos apreciar una bóveda con extraordinarios frescos bizantinos. El arte de Bizancio
tiene unas características muy peculiares de sobriedad y serenidad distintas a las
de otras artes europeas, sus figuras sagradas representando a Cristo y los santos
poseen una técnica austera basada en el uso del dorado y los colores metálicos;
muy sobrias son las figuras santas de la virgen y el Cristo Pantocrator, de las
más hermosas que puedan observarse, y están presentes en muchos templos a lo largo
de Grecia, inspiran verdadera religiosidad e influenciaron mucho al arte ruso.
Luego fuimos al puerto
de Patras; estuvimos en Corinto donde fuimos a un museo al aire libre poblado de
estatuas de mármol y piedra, con frescos y murales hechos con la técnica del mosaico.
Allí disfrutamos de un monumento, una enorme fortaleza llamada el Acrocorinto. Es
tan majestuoso el Acrocorinto que desde lejos se ve como una edificación irreal,
fuera del tiempo, e inspira de veras ideas sagradas superiores a nosotros, mortales.
Estuvimos otra tarde en Cabo Sounion en el templo de Poseidón, el dios de los mares.
Desde ahí se veía el océano imponente, de un azul profundo y maravilloso, y las
columnas del templo iluminadas por el sol radiante. Parecía que, de un momento a
otro, iba a aparecer Poseidón con su gran tridente. Les hice unas fotos en contrapicado
a Alirio y Elisio donde lucían imponentes, con las columnas al fondo. Cuando las
fotos se revelaron se las mostré a ellos y Alirio dijo, “Oye Gabriel, no sabía que
fuésemos tan importantes”. Y volvió a aparecer esa risa suya tan juguetona y contagiosa.
Luego tomamos un avión
Elisio y yo a la isla de Creta, donde disfrutamos de las vistas del mar cretense
(el mar kritiko, le dicen ellos); en su capital Heraklion disfrutamos de las piezas
del Museo de Arte de Creta, una cultura más antigua que la helénica. Nos acordamos
de Zorba el griego, la película de Michel Cacoyanis (basada en la novela de Nikos
Kasantsakis) con música de Mikis Theodorakis, donde Alexis Zorba (Anthony Quinn)
ejecuta su famosa danza frente al mar en medio de una alegría exultante; nos acordamos
de el Greco, el gran artista de las figuras alargadas que nació en Creta y se radicó
en Toledo, España, donde se hizo famoso. En Creta conocimos la ciudad de Cnossos,
la famosa tierra del Rey Minos, el Minotauro y el hilo de Ariadna, uno de los mitos
más hermosos del mundo. Allí estuvimos apreciando los frescos del Palacio de Cnossos
(donde Elisio se sentó en una réplica del trono del Rey Minos) vimos las urnas funerarias,
unas vasijas gigantes del pacífico pueblo cretense, que le rindió homenaje al toro
a través de fiestas de danza, juegos y malabarismos.
De regreso a Atenas y
al Peloponeso, recorrimos un momento a Salamina (donde se libró una famosa batalla
descrita en la Ilíada). El Peloponeso es una tierra árida muy parecida a la tierra
larense y falconiana, llena de tunas, cardones, cujíes, dividives y guayacanes y
esto nos asombraba, que la cuna de la cultura occidental tuviera tanto de desierto.
Incluso los atenienses guardan un parecido a los caroreños, observó Elisio. Volvimos
a la residencia del embajador, a encontrarnos con Alirio, el poeta Medina y su esposa
Inés, y allí nos dio cita para charlar y comer. Me acuerdo que una noche el poeta
Medina solicitó mi compañía (tenía un problema en la vista y su esposa estaba fuera)
para acompañarle por un rato a un festín que daba la Embajada de un país árabe en
Atenas y yo acepté, por supuesto. Mientras José Ramón hablaba con las importantes
autoridades diplomáticas, yo me aplicaba a disfrutar de los platillos árabes y vinos,
y de la deslumbrante belleza de las mujeres que allí estaban. Y cuando estuve a
punto de lanzar mi caballería de seducción a una de ellas, ya era hora de marcharse.
Cuando llegamos a casa,
nos estaban esperando Alirio Díaz y los demás amigos y amigas, los poetas y sus
esposas, para ofrecernos un concierto con piezas venezolanas. Aquello fue inolvidable.
Alirio tocó “Como llora una estrella” de Antonio Carrillo, y la emoción de todos
fue tal, que algunos no pudimos ocultar las lágrimas.
De regreso a Roma, nos
esperaba la familia de Alirio, su esposa Lina y su hijo Sennio, también excelente
guitarrista. Sus otras hijas son María Isabel, Tibisay y Josefa, que viven las dos
últimas en Europa, mientras María Isabel es comunicadora social en Venezuela y coordina
actividades de la Fundación Alirio Díaz y del Festival de Guitarra que lleva su
nombre. Alirio tenía allí, en su departamento de Roma, una colección de clásicos
literarios. Lina preparó un delicioso almuerzo con pastas caseras como no habíamos
probado nunca en Italia. Salimos después a pasear con él por ahí en un verano romano
donde el calor era exasperante, pero para eso estaban las cervezas, los vinos espumantes,
las sambucas y ensaladas romanas.
Recuerdo que un buen
día Alirio metió un rollito de papel en el bolsillo de la camisa de Elisio y le
dijo “Para que se defiendan por ahí”. Era una cantidad considerable en dólares.
Mi padre se sonrojó, agradecido. Así era de generoso Alirio, quien le dio a uno
de sus mejores amigos el regalo imborrable de un viaje al país donde nació la literatura
más depurada de Occidente.
Quise referir la anécdota
de este viaje porque en él se mostró en toda su plenitud, la generosidad y autenticidad
de Alirio Díaz, su sentido de la amistad y la solidaridad, su vínculo entusiasta
y sorprendente con todo lo que hacía.
Adiós con nostalgia
Lo vi varias veces más en Maracay en casa
de la Fundación Ludovico Silva, al lado de Thais y Beatriz, compartiendo su admiración
hacia Ludovico. También le vi varas veces en Carora, en un festival musical y literario
donde fuimos de casa en casa para que él tocara su guitarra. Poco a poco fue perdiendo
sus facultades de memoria y atención, como si estuviera de regreso a su infancia,
refugiado en si mismo se volvió una especie de sabio feliz que sonreía dulcemente
a todo lo que oía o veía, siempre con ese noble gesto enigmático de hombre elevado
por encima de las miserias, de maestro inconfundible, de músico de un estro superior,
lúcido y bueno, Alirio Díaz, tu cuerpo partió un 5 de julio en Roma, pero tu voluntad
de permanecer para siempre en tu amada Carora se cumplió, dios te tocó con su dedo
milagroso para que con tu guitarra y tu humanidad volvieras mejores nuestros días
en esta tierra.
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Gabriel Jiménez Emán (Venezuela, 1950) ha repartido su vocación literaria entre el cuento y la novela, la poesía y el ensayo, así como entre una labor de antologista y editor que le ha merecido un reconocimiento crítico en varios países. Entre sus libros de cuentos destacan Los dientes de Raquel (1973), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros textos breves (2002), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990), El hombre de los pies perdidos (2005), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (2009), Divertimentos mínimos (2011) y Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (2012). Sus principales novelas son Una fiesta memorable (1991), Sueños y guerras del Mariscal (2001), Paisaje con ángel caído (2002) y Averno (2006), Wald (2021) Monte Ávila Editores reunió su obra poética bajo el título Balada del bohemio místico (2009), así como una selección de sus Cuentos y microrrelatos (2012) mientras en el campo del ensayo sobresalen Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), Espectros del cine (1994), El espejo de tinta (2007) y El contraescritor (2007), La utopía del logos. La filosofía moderna a contracorriente (2021) y El laberinto ensimismado de Franz Kafka (2021). De su obra de antologista pueden citarse Relatos venezolanos del siglo XX (1987), El ensayo literario en Venezuela (1989), Noticias del futuro. Clásicos literarios de la Ciencia Ficción (2010) y En Micro. Antología del microrrelato venezolano (2010). En 2012 Ediciones Imaginaria editó una valoración múltiple de su obra con el título de Literatura y Existencia. Cuentos y poemas suyos han sido traducidos al alemán, francés, inglés y ruso, e incluidos en antologías de todo el mundo. En 2019 fue merecedor del Premio Nacional de Literatura de Venezuela por el conjunto de su obra.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 183 | outubro de 2021
Curadoria: Gabriel Jiménez Emán (Venezuela, 1950)
Artista convidado: Ricardo Domínguez (Venezuela, 1956-2014)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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