JAM | Tuve la oportunidad de leer tanto
la selección de poemas como los comentarios que surgieron a partir de ella. Me parece
que las posturas de los sujetos que condenaron la publicación están regidas más
por una apasionada nostalgia colectiva hacia autores del siglo pasado y antepasado
(ya muy conocidos y estudiados), como lo son Lorca, Darío y Bécquer, y por el desconocimiento
de la evolución de las estéticas.
En esos comentarios encontré aseveraciones
como “en esta generación no hay Daríos”, o con la colocación en pedestal de la “elegancia”
como único camino para lograr aproximarse a la poesía; o afirmaciones más aventuradas
como de que “en la propuesta nacional de poesía, de cuento o de novela, etc., no
hay nada de sustancia”. Y es precisamente luego de esto que no puedo tomarme con
seriedad los comentarios de estas personas, pues se termina evidenciando que en
ellos no existe una lectura de la literatura contemporánea salvadoreña, ya que,
de haberse encontrado con autores como Claudia Hernández, Mauricio Orellana Suárez,
Jacinta Escudos, Jorge Galán, Vladimir Amaya, Elena Salamanca, Pedro Romero Irula,
Alejandro Córdova, etc., etc., etc., solo por mencionar algunos de nuestros escritores
vivos menores de 60 años, no habría manera de llegar a dicha conclusión.
No falta sustancia en la literatura nacional,
hace falta que el lector acomodado investigue y se permita descubrir obra publicada
recientemente.
Por otra parte, si bien es cierto la selección
del poeta Denny Romero, que es la que generó estos comentarios, podría haber sido
más depurada, también es cierto que son textos de un autor que ha venido evolucionando
y tratando de encontrar su propia voz y que con el tiempo llegará a entregar poemas
dotados de mayor madurez. Todo es cuestión de tiempo. Allí hay un poeta.
Por mi parte, me alegré mucho al ver su evolución,
y se lo hice saber. Yo confío en que mantendrá ese rumbo. Por último, me parece
lamentable y considero un error tremendo tratar de encontrar réplicas de Darío,
Neruda, Lorca, Roque, Bécquer, y ese larguísimo etcétera de autores notables a los
que todos nos hemos enfrentado y que nos han marcado o no en nuestras vidas de lectores.
Eso no significa otra cosa más que construirse barreras y con ello privarse de otros
goces estéticos. Al momento de leer los ataques de estas personas me resultó inevitable
preguntarme si habrían ya leído Poeta en Nueva York de Lorca o Las historias prohibidas
del Pulgarcito de Roque, por mencionar únicamente dos de los libros más arriesgados
y para nada cercanos al “genio clásico” al que tanto hacen alusión.
CA | Yo creo que, como en todas partes,
aquí hay buenos y malos poetas. Recuerdo que hace tiempo leí una entrevista a Emilio
Porta. En una parte de la entrevista, Porta afirma que hoy en día existe una “inflación
de mala poesía”, de “autores que confunden lo poético con lo sentimental”, que no
dominan el lenguaje ni la escritura y producen, cada año, libros sin ningún valor.
Yo, que soy corrector de estilo, ya lo sabés,
no me tomo tan en serio cuando leo a un poeta que escribe con muchas faltas de ortografía.
Y no es que sea un policía del lenguaje, pero creo que, como poeta, lo mínimo que
podés hacer es aspirar a la excelencia, sea cual sea la forma poética en la que
escribás. Y para ello hay que comenzar con el lenguaje. ¿A qué crees que se deba
esto? Es decir, ¿por qué la falta de interés de muchos jóvenes poetas en aprender
a dominar apropiadamente la herramienta principal del oficio?
JAM | Para iniciar, matizaré un poco,
desde mi visión particular, sobre el cierre de tu pregunta, porque me parece que
la ortografía “adecuada” tiene poco o nada que ver con la calidad de una obra literaria.
Pienso en autores como Proust o Saramago, cuyos hábitos de puntuación distan muchísimo
de la norma; o poetas como Parra y Vallejo, que al escudriñar sus obras identificaremos
numerosos errores ortográficos, y esto en ningún momento nos aleja de la efectividad
de sus palabras. Sin embargo, comprendo hacia dónde dirigís la interrogante.
Dicho lo anterior, concibo el manejo del
lenguaje como la capacidad del escritor de transmitir y conectar con el otro desde
su estética particular, permitiendo que los discursos (valiosos) lleguen a puerto,
siendo interpretados como al lector le sea permitido. Es decir, enviar y permitir
que ocurra el desembarque, de allí en adelante el lector decide qué es lo que tiene
entre sus manos.
Ahora, con las citas que hacés de Emilio
Porta, creo que esa confusión de lo poético y lo sentimental hace referencia directa
a los fenómenos editoriales de los últimos años. Pienso en llantos fáciles, en fórmulas
gastadas de llegar a las sensibilidades y en la venta de la imagen del autor o autora
por sobre la madurez e inteligencia de su obra. Si nos permitimos ponernos jocosos,
no sería para nada difícil que caigan sobre la mesa nombres de autores como César
Brandon Ndjocu o Quetzal Noah, o si queremos mencionar uno de los ejemplos polémicos
más clásicos de estos años: Elvira Sastre. Autores, al fin y al cabo, que tienen
la capacidad de vender y en buenas cantidades y que tienen un público lector, pero
que por otro lado le quedan debiendo muchísima poesía al lector, por lo menos al
lector iniciado.
Y esto hablando de autores jóvenes y con
un alcance internacional. Pero si pensamos en otros pequeños crímenes locales y
de edades avanzadas, sabemos muy bien que la infiltración de este tipo de textos
que pretenden ser poéticos existen en el país desde hace mucho. Debería bastarnos
con pensar en libros de Alexander Campos o del quezalteco Rubeld Molina, cuyas páginas
están repletas de discursos nocivos. Textos que aún en la actualidad circulan dentro
de instituciones y se les entregan de manera irresponsable a jóvenes estudiantes,
diciéndoles que eso es poesía. Y esto no desemboca en otra cosa más que en obtener
beneficios económicos sin ningún cargo de conciencia. Al final creo que todo se
resuelve en el hecho de subestimar a los lectores, en buscar obtener ingresos económicos
a toda costa y en una falta abrumadora de conciencia por la obra propia, independientemente
de la edad que tengan los autores.
CA | Claro, pero esos fueron casos
especiales dentro de la literatura. A esos autores les precedía una obra consolidada
y, por tanto, podían permitirse, y se lo permitían, porque dominaban el lenguaje,
cualquier tipo de licencia. Pero, bien, dejemos en paz a los demás y hablanos de
vos. Leí por ahí que en una ocasión dejaste de escribir por algún tiempo. ¿A qué
se debió esta renuncia momentánea a la escritura?
JAM | Se debió a que me di cuenta de
que no estaba escribiendo poesía con la rigurosidad y el respeto que merecía. Así
que me dediqué a leer mucho. Abandoné muchos textos , abandoné las intenciones que
tenía de escribir cuento y decidí nutrirme, consumir mucha literatura de distintos
países y épocas y luego volver a buscarme. Nunca fue una renuncia como tal, fue
más una pausa por respeto a mi propia escritura y con el afán de redirigir el oficio.
Desde allí, no dejé de consumir arte en general, y eso me permitió construir lo
que haría más adelante.
CA | En una ocasión tuve la oportunidad
de hablar con David Escobar Galindo, un gran poeta salvadoreño subestimado y desdeñado
por algunos por causa de la obcecación ideológica de estos. Pero, bien, no es mi
intención hablar de política. El punto es que le pregunté si tenía dudas respecto
al oficio de escritor. Él me respondió: “Todos las tenemos, solo hay que saber gestionarlas”.
En otra conversación, le pregunté lo mismo al escritor cubano Juan Calero Rodríguez.
Este me respondió en términos similares, salvo que añadió que, por muchos elogios
que reciba, nunca se cree el cuento de que ya se ha ganado un lugar en el podio
de los consolidados. ¿Has tenido dudas alguna vez respecto al oficio de escribir?
¿Cómo las gestionás? ¿Es posible saber cuando un poema es, digámoslo así, medianamente
decente?
JAM | Siempre tengo dudas respecto a
la escritura. Si no las tuviera creo que realmente estaría en problemas. De un tiempo
acá, lo que he intentado es trabajar mi obra a mi ritmo, sin cumplir una cuota de
cantidad. Por ejemplo, sin exigirme concluir un libro en un año o algo parecido.
Y realmente no sé si he aprendido a gestionar estas dudas, siempre dudo mucho de
los textos y por eso los dejo reposar y realizo revisión constante, hasta que me
siento agotado y ya no encuentro más cambios que realizar.
La “decencia” de un texto, al final, la acabará
advirtiendo el ojo que lo lea. Lo que intento es dejar el texto lo más cercano a
algo que yo disfrutaría leer y luego lo dejo caminar por su propia cuenta.
CA | Leí Manuscritos de lo que llevo
en la piel, de Amy Loan, uno de tus heterónimos femeninos. Es un poemario con
bastantes connotaciones eróticas, o, en todo caso, amatorias. Sin embargo, en tus
creaciones poéticas, las de Josué Andrés Moz como tal, no existe esta característica.
¿A qué se debe esto? ¿No ama ni desea Josué Andrés Moz? Ja, ja, ja.
JAM | Ja, ja, ja, un librito del cual
apenas me sobreviven ahora dos textos en mi cariño… Y, pues, sí, es muy erótico
y creo que los poemas que he escrito (como Andrés Moz) alrededor del amor son muy
poco conocidos. Sin embargo, sí existen. Quizá sea porque considero que son poemas
muy difíciles de escribir y que tienen precisamente el riesgo de dejarte en ridículo
si el abordaje es apresurado. Tengo en proceso un poemario de esa índole. Quizá
en un par de años vea la luz.
CA | He oído decir que en el mundillo
literario salvadoreño, como en cualquier otro, supongo, hay mucha pedantería y arrogancia,
incluso he leído por ahí que existen “clanes” que se apoyan entre sí y que de algún
modo menosprecian las voces de los demás, en una especie de “carrera poético-literaria”
por alcanzar la aprobación y el reconocimiento. ¿Existe esta arrogancia y rivalidad
entre grupúsculos poéticos? ¿Tiene Josué André Moz un enemigo confeso en el ámbito
literario?
JAM | Yo creo que ninguno de nosotros
puede escaparse de la arrogancia y de cierta pedantería. Lo que toca es saber gestionar
esas enfermedades y evitar caer en la miseria de llegar a niveles desbordantes en
que se cree tener las claves de algo o haber llegado a algún lugar.
Respecto a lo último, no considero tener
enemigos. No soy alguien que haga enemigos. Sin embargo, sí he tenido algunas discusiones
con ciertos poetas mayores que han emitido juicios “agudos” sobre obra de autores
jóvenes, pero que, al cuestionarles cuáles eran sus motivos para desdeñar dichas
obras, no sabían responder, porque no las habían leído. El salvadoreño no está acostumbrado
a discutir para intercambiar y aprender; suele ser reaccionario y querer la victoria
a toda costa, tanto que llega a las injurias. Y eso es triste. Ante esto, suelen
quedar dos opciones: quedarse callado o joder con un poema. Suelo elegir la segunda
porque es divertido.
CA | En El asco, ese librillo sacrílego,
el protagonista llega a decir que Dalton, ofuscado por la ideología, “redactó” sus
más vergonzosos poemas sociales. Puede parecer una frase mordaz sin ningún valor,
pero la verdad es que, desde un punto de vista estético, Roque tiene muy mala poesía
social. ¿Puede y debe en estos tiempos ser la poesía un instrumento ideológico como
lo fue en el siglo pasado?
JAM | Yo no creo que la poesía “deba”
ser un instrumento ideológico. Sin embargo, en ocasiones lo es. Y en ocasiones muy
afortunadas se logran conciliar con genialidad la naturaleza instrumental de un
texto y la poesía en un mismo lugar.
Ahora mismo, un par de autores viejos han
dicho que no existe poesía “comprometida” en el país, pero esto es visto únicamente
desde el ángulo en que no se escribe de la guerra. Pero es que ya no estamos en
la guerra, nos encontramos en un período interminable de posguerra, y la poesía
ahora mismo da cuenta de los temas propios de ella: migración, violencia por pandillas,
la corrupción de las instituciones, los fallos jurídicos que afectan al pueblo,
los abusos de poder, los crímenes de odio, etc., son temas que ahora mismo están
presentes en poetas contemporáneos. Así se vuelve tan poema como instrumento un
texto de Vladimir Amaya que hable acerca del abuso de poder por parte de la policía
como un poema de Alberto López Serrano en que se denuncie el transfeminicidio.
Para mí, la celebración debe estar donde
ambas parten logren encontrar armonía. Porque, si no es así, allí se tienen poemas
de espíritu y discursos anacrónicos que nos hablan de tomar ahora mismo las armas,
con una ingenuidad alarmante.
CA | ¿O sea que es un nuevo compromiso,
acorde a los tiempos que vivimos? Mister Cop, entonces, es parte de ese nuevo compromiso
de los poetas jóvenes con la realidad de la posguerra…
JAM | Podría serlo, aunque sin la intención
de crearle un nombre. Creo que simplemente se está haciendo poesía como en cualquier
época y que cada autor habla de lo que le atañe.
A mí en particular me interesa el tema de
la policía y la manera en que muchos romantizan su papel en la sociedad. Me interesó
explorar esa arista del día a día en que la policía, tristemente, ya no resulta
una institución que te genere paz, sino otro aparato del terror.
CA | Me llama la atención ese poema
porque, pese al tema que trata, no cae en fórmulas prosaicas. Con esto no quiero
decir que lo prosaico sea una condición incompatible con el discurso poético. Bolaño
y Parra son ejemplos claros de esto. ¿Cómo es tu proceso reflexivo en torno a la
creación poética? ¿Pensás en el ritmo antes que en la imagen o en la imagen antes
que en el ritmo? En pocas palabras, si acaso puede explicarse, ¿cómo nace un verso
en tu inteligencia linguística?
JAM | Pues, no suelo reparar en el orden
en que las cosas ocurren, porque creo que, al hacerlo, todo se volvería un proceso
mecánico y a eso sí le tengo auténtica miedo. Sin embargo, sí te puedo decir que
suelo tener largos períodos de reflexión buscando las maneras de abordar un nuevo
poema, períodos de días o semanas en que no escribo, sino que solo pienso en qué
forma podría llevar el poema, cuál será el tono y qué es lo que quiero decir. Ya
la forma en que todo sale y la limpieza son procesos variables. Y me alegra que
sea de esa manera.
CA | ¿Por qué crees que hay más poetas
que narradores en El Salvador? Poetas hay miles. La producción poética, comparada
con los otros géneros literarios, es descomunal desde Miguel Álvarez Castro hasta
Jorge Galán. ¿Será que muchos piensan que la poesía es el género más fácil?
JAM | No sé por qué hay más poetas que
narradores. No tengo una respuesta para eso. Pero sí puedo decir que hay muchísima
narrativa que no se conoce, porque no han existido editoriales dedicadas netamente
a la difusión de esta.
Esto es una fortuna para quienes escribimos
poesía, pero una obvia desgracia para quienes escriben narrativa. No es hasta la
aparición de Editorial Los Sin Pisto cuando hemos visto publicaciones constantes
de narrativa, teniendo la posibilidad de encontrarnos con nuevas voces que, de otra
manera, no habrían comenzado a tener proyección.
Este es de los proyectos editoriales que
mayor emoción me genera en la actualidad, al igual que el proyecto editorial de
La Chifurnia, que el año pasado también comenzó a publicar narrativa, y que recientemente
sacó a la luz una nueva edición de Operación Amor, una de las novelas que yo considero
de culto en El Salvador.
CA | Pero me parece muy curioso que
haya más poetas, siendo que el público lector de poesía siempre ha sido más restringido
aquí y muchas partes del mundo.
JAM | A mí también me lo parece…
CA | Ya para terminar, me gustaría
que recomendaras, o enlistaras, 10 libros de poesía que todo lector de este género
debe conocer… Yo incluiría Muerte sin fin, ja, ja, ja.
JAM | Ja, ja, andás con preguntas difíciles.
No reparé demasiado en mi selección porque me comenzaría a atormentar, diré los
primeros diez que se me vengan, sin una jerarquía particular:
El guardador de rebaños, de Pessoa.
Poemas humanos, de César Vallejo.
Los estados sobrenaturales, de Alfonso Kijadurías.
Libro del frío, de Antonio Gamoneda.
Los juegos peligrosos, de Olga Orozco.
Tránsito de fuego, de Eunice Odio.
Salamandra, de Octavio Paz.
Taberna y otros lugares, de Roque Dalton.
Night sky with exit wounds, de Ocean Vuong.
Poeta en Nueva York, de Lorca.
Sabiendo
que luego me arrepentiré de haber dejado muchísimos libros fuera, pero así es el
juego.
NOTA
Esta entrevista
se publicó originalmente en la revista Grafomaniacos: https://grafomaniacos.com/.
JOSUÉ ANDRÉS
MOZ (El Salvador, 1994). Es
poeta y gestor cultural. Actual egresado de la Licenciatura en Letras por la Universidad
de El Salvador. Ha publicado poemas en diversas revistas literarias, así como en
distintas antologías dentro y fuera de su país. Publicó Carcoma (Editorial
La Chifurnia, 2017), Pesebre (Editorial La Chifurnia, 2018), Babel
(Malpaso ediciones, 2020). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés,
italiano, árabe y francés. En los últimos años ha participado en congresos y festivales
de literatura, entre ellos: l Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala,
2018), Primer Encuentro Centroamericano de Escritores Edilberto Cardona Bulnes (Honduras,
2018), Primer Congreso Centroamericano de Literatura (USAC, 2019) y en la trigésima
edición del Festival Internacional de poesía de Medellín.
CARLOS ALTAZOR. Licenciado en Letras en la Universidad
de El Salvador. Escritor. Corrector de estilo en La Prensa Gráfica
durante siete años, redactor creativo, redactor SEO y jefe del departamento de
redacción de la agencia de marketing digital Publissoft, con sede en Montreál,
Canadá.
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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 178 | agosto de 2021
Curadoria: Juana M. Ramos (El Salvador, 1970)
Artista convidada: Liza Alas (El Salvador, 1982)
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