quinta-feira, 14 de outubro de 2021

CAMILO MORÓN | Panorama de la arqueología cronológica de Venezuela

 


En Venezuela me abren las puertas, me abren el corazón. Aquí encuentro lo que vine a buscar, porque vine como un inmigrante español que huía de la dictadura de Franco. Por todo eso yo le prometí a Venezuela que le iba a dar su prehistoria, porque no la tenía, lo que había aquí sobre ese tópico era muy poco. Y cumplí.

JOSÉ MARÍA CRUXENT

 

No creo en la ciencia de los sabios bestias.

VÍCTOR HUGO

 

En Venezuela carecemos –es notable– de monumentos antiguos que capturen inmediatamente la imaginación del lego en Historia, Arqueología o Etnología. No se encontrará un edificio semejante a El Caracol, de ingeniería maya, que se levanta en Chichén-Itzá; nada semeja las ruinas de la ciudad ceremonial de Palenque; en vano se buscará la fortaleza incásica de Machu Picchu; tampoco se podrá caminar por la Calzada de los Muertos, teniendo como fondo las pirámides del Sol y de la Luna, en la ciudad arqueológica de Teotihuacán. Venezuela no fue Virreinato, ni fue nuestra riqueza colonial –de suyo crónicamente menguada– atractivo para grandes personeros del gobierno de Indias que demandasen abigarradas construcciones barrocas. No partían de nuestras playas flotas cargadas de oro y joyas, por lo que no encontraremos, bajo el verde y el azul de nuestro mar, galeones semienterrados, preñados de tesoros. Ello hizo pensar a algunos espíritus desprevenidos que en Venezuela no había Arqueología o, en el mejor de los casos, nada que pudiese reclamar el estudio de quienes siguen este capítulo de las ciencias.

Incluso en aquel período heroico, que cabría llamar de los Anticuarios, –bajo la sombra afrancesada y semiletrada del Gral. Guzmán Blanco–, cuyo más acabado ejemplo es D. Arístides Rojas –autor de un temprano Estudios Indígenas (comp.1934), magníficamente inmortalizada la efigie del autor por los pinceles de Arturo Michelena y Antonio Herrera Toro–; decíamos que en aquel tiempo de anticuarios, una pieza arqueológica era evaluada por su belleza y por su estado de conservación: si la pieza estaba intacta y la decoración que la acompañaba resultaba evocadora y exótica, despertaba algún interés. Requena en su Vestigios de la Atlántida (2da. ed. 1972), obra sustentada en una de las primeras excavaciones arqueológicas documentadas en Venezuela, acusa la misma tendencia. A tal punto, que la pieza catalogada en su colección como N° 1 es una monumental vasija funeraria, donada por el Presidente Gral. Juan Vicente Gómez –Juan Bisonte, para sus enemigos, o más brevemente para los prisioneros políticos de la Rotunda: el bagre–. Requena agradece en su obra cumplidamente al Gral. Gómez la autorización para las excavaciones arqueológicas realizadas en sus tierras en los alrededores del Lago de Valencia. Lo difícil hubiese sido excavar en tierras venezolanas que no fuesen de Gómez, entonces el mayor latifundista del país.

Con la llegada de las compañías petroleras –más señaladamente la Creole Petroleum Corporation–, esa situación cambia significativamente. Cuando Wendell C. Bennett, Alfred Kidder II, Cornelius Osgood –antropólogos norteamericanos invitados por Requena–, George D. Howard, Clifford Evans, Betty J. Meggers, y los geólogos Douglas Taylor, Edward S. Deevey, G. D. Jhonson, Wolf Petzall inicien sus investigaciones a partir de 1937, se comenzarán a echar los fundamentos de la arqueología científica en Venezuela, aunque de manera esporádica e inconexa. Cruxent comenzó sus estudios de campo en 1942, inmediatamente después de la partida de Osgood y Howard –su primera publicación científica data de 1944: Espeleoarqueología. Ella es el inicio de una faena de quince años de infatigables exploraciones científicas que coronará en An Archeological Chronology of Venezuela.

La primera edición castellana de Arqueología Cronológica en Venezuela está fechada en 1961, corrió a cargo de los mismos editores de la versión en lengua inglesa. Nosotros hemos consultado para este estudio la edición de 1982, Ediciones de la Unidad Prehispánica de la Asociación “Juan Lovera”, Ernesto Armitano Editor, 2 vols., 806 p.p. Un incremento nada despreciable de 256 páginas desde la edición príncipe. Cruxent se sirvió para sus exploraciones de campo del “reciente y rápido desarrollo de la red de carreteras, que no sólo abrió nuevas regiones a la exploración, sino que también produjo el descubrimiento de importantes yacimientos.”

En la elaboración de la Arqueología Cronológica, Cruxent contó con la estrecha colaboración de Irving Rouse, arqueólogo de la Universidad de Yale. La obra tiene dos fines principales: Primero, ofrecer un panorama de la arqueología venezolana; para ello se sirven no sólo de sus propias y numerosas investigaciones, acuden a la bibliografía conocida sobre el tema: realizan una completa encuesta científica.

En segundo lugar, elaboran una detallada cronología de los yacimientos arqueológicos en Venezuela, con el objeto de conseguir una base sistemática que sirva para organizar e interpretar el material arqueológico de acuerdo con ella. Esta cronología consiste en una serie de áreas y períodos: Saladoide, Barrancoide, Dabajuroide, Tocuyanoide, Arauquinoide, Ocumaroide, Tierroide, Memoide y Valencioide. Estas series están definidas por estilos cerámicos.

Cruxent y Rouse definen el estilo como “un conjunto de caracteres cerámicos aislados en un yacimiento típico o cabecero, conjunto que se repite en otros yacimientos. En el yacimiento cabecero y en las demás estaciones homogéneas, en las que el estilo no se presenta mezclado con otros, se incluyen todos los caracteres cerámicos de material, forma y ornamentación, reflejando así la totalidad de las costumbres referentes a la alfarería poseídas por un pueblo o grupo durante un período de su historia.” (Cruxent y Rouse, 1982: 22, 23). Y más adelante precisan: “Estos estilos no deben ser confundidos con los tipos cerámicos de Kidder y de otros. Todo grupo social deberá poseer normalmente un estilo cerámico único durante un determinado período de tiempo, excepto en los períodos de transición entre estilos. Por otro lado, todo grupo usa generalmente varios tipos cerámicos, aun dentro del mismo estilo.” (Cruxent y Rouse, 1982: 22,23). Como se ve, los autores se refieren a la “totalidad de las costumbres referentes a la alfarería”, dando un carácter socio-cultural a su noción de estilo. Categoría originariamente tomada de la historia del arte. Cruxent llamó Complejo a las primeras estaciones no cerámicas descritas por él en Venezuela, en las cuales no es aplicable el concepto de estilo.

El hecho de que Cruxent y Rouse definieran sus unidades culturales solamente en términos de estilo cerámico no significa que ignorara el material no cerámico. Antes de tratar cada estilo, describían los yacimientos y añadían luego una descripción de los “objetos asociados”. Al decidir sobre la cronología, emplearon, igualmente, tanto el material no cerámico como el de alfarería. Al tratar el complejo El Jobo, en el valle del río Pedregal, Estado Falcón, escriben: “La colección comprende más de 12.000 artefactos, procedente de unas 45 estaciones diferentes, situada en una zona de unos 45 kilómetros cuadrados. El complejo de El Jobo difiere de todos los demás hallazgos hechos anteriormente en la parte septentrional de América del Sur... Presentamos varios artefactos de muestra a unos cuantos especialistas norteamericanos como Marie Wormirngton, Mott Davies y Alex D. Krieger, quienes encontraron que la mayor semejanza se daba con las puntas líticas que se encuentran al lado del segundo mamuth de Santa Isabel de Iztapán, en el Valle de México, y con las puntas lanceoladas del período Paleoindio reciente de los Estados Unidos, por ejemplo, las de Lerma, en Texas. Las puntas de El Jobo parecen ser también análogas a las del complejo Ayampitín de la Argentina central y a las del Período III de Bird en la Patagonia, así como a las de Huacayo, del Perú.” 2 (Cruxent y Rouse, 1982: 82, 83). Alex D. Krieger cita las investigaciones de Cruxent en su clásico “Early Man in the New World” (1964), donde hace referencia a los hallazgos –polémicos entonces y aún al presente– de una punta jobiode típica (tipológicamente análogas a las puntas de proyectil encontradas en el complejo El Jobo), de una raedera, gran cantidad de artefactos sencillos junto a los restos de un mastodonte y otros mamíferos pleistocénicos en el sitio de Muaco, Estado Falcón. En el negro cieno de Muaco se encontró un hueso fósil de mamífero que arrojó un fechado radiocarbonado de 16.375 ± 300 años. Royo y Gómez y Cruxent publicaron sus investigaciones en 1961. Krieger se entrevistó con Cruxent en 1962, quien ya venía publicando sobre Paleoindio desde 1956, en coautoría con Rouse: Discovery of a Lithic Industry of Paleo-Indian Type in Venezuela.

Donde fueron hallados la punta de proyectil tipo complejo El Jobo con otras muestras de industrias lítica, junto (junto no quiere decir, en lenguaje arqueológico, necesariamente asociado) a mamíferos representativos de la megafauna del Pleistoceno y el Holoceno, hoy se levanta el Museo in situ –tal y como lo soñara Cruxent– en el Parque Arqueológico y Paleontológico de Taima Taima.

En reconocimiento a los múltiples valores de la zona, el Estado Venezolano declaró a Taimataima Sitio de Interés Cultural, según Gaceta Oficial N° 38.206 de fecha 10 de junio de 2005, ampliando a 1.480 ha. la declaración anterior de 8 ha. que aparece en la Gaceta Oficial N° 35.923 de fecha 19 de marzo de 1996. La Brigada Patrimonial, integrada por niños y niñas en edad escolar, de las comunidades aledañas y comprendidas dentro de la perimetral del Parque, tienen por lema: “Cruxent con nosotros siempre vivirá.”

En sus estudios relativos al período Paleoindio, Cruxent incluso establece una serie de complejos: Manicuaroide, el nombre se deriva de las excavaciones realizadas por Cruxent en 1950 en la estación Manicuare, en la península de Araya. El complejo apareció de nuevo en las excavaciones de 1953 en la estación de La Aduana, isla de Cubagua. E. Romero colecta nueva información sobre el complejo al excavar una segunda trinchera en La Aduana en 1955 (Cruxent y Rouse, 1982: 97 et passim). El complejo es encontrado por tercera vez en las excavaciones realizadas en Punta Gorda, isla de Cubagua. Por último se reconoce su existencia a través de materiales aflorados que se hallaron en la península de Araya y en Macanao. “Esta serie se encuentra centrada en las islas que hay ante la costa oriental de Venezuela, extendiéndose por esta última, lo que le da un carácter eminentemente marítimo. Los artefactos principales hallados son las puntas de hueso, la gubia de concha y la piedra de dos puntas que fue quizás usada por honderos o destinada a ceremonias. La serie toma su nombre del complejo Manicuare, en el cual aparece por primera vez la gubia de concha, aunque iniciamos su estudio en el complejo Cubagua, que es anterior, con lo cual seguimos el probable orden de desarrollo histórico.” (Cruxent y Rouse, 1982: 97 et passim). El complejo Manicuare tanto como el complejo Carúpano, que tienen su génesis en el Período I (7000-3000 años a.p.) se extendieron a la primera parte del Período II (3000-1600 años a.p.). El complejo Manicuare, produjo durante la segunda mitad del período II, otro nuevo complejo denominado Punta Gorda. Otros complejos descritos en Arqueología Cronológica de Venezuela fueron Pedro García, El Peñón y El Conchero.

En las estaciones no cerámicas de Cuba y la Florida aparecen artefactos semejantes a los encontrados en las estaciones de la serie Manicuaroide: gubias de concha. Pero, cuando fue publicada la edición castellana de Arqueología, no se habían encontrado otros análogos en ninguno de los seis complejos que se conocen en la zona intermedia. Por otro lado, la presencia de gubias modificadas en las Antillas Menores –encontradas en la superficie– indican la probabilidad de hallar complejos no cerámicos en las mismas que pudiesen ser eslabones en la cadena, “aunqu –advierten cautamente los autores– sería prematuro afirmar que la serie Manicuaroide está relacionada con las ocupaciones no cerámicas de Cuba y Florida.” (Cruxent y Rouse, 1982: 103)

Cruxent y Rouse agrupan en un solo complejo las estaciones de El Heneal, Iguanas e Indio Libre, situadas en el área arqueológica de Tucacas, en la costa oriental del Estado Falcón. En El Heneal Cruxent encontró 37 cantos rodados, o piedras pulidas por la acción del agua. La mayor de las piezas mostraba una serie de marcas en la cara superior que sugiere su uso como yunque lítico. Otras 7 piezas pueden clasificarse como piedras martillo, porque poseen mellas y señales de golpes en los extremos de las caras y, en un caso, alrededor de todo el borde. Otra de las piedras parece haber sido usada en labores de molienda, ya que uno de sus bordes ha sido aplanado por el uso. Cuando Cruxent llegó a la zona en 1953, la mayor parte del conchero había sido destruida para ser empleada en la construcción de la carretera que va de Morón a Coro, quedaba solamente la base del montículo que tenía unos novecientos metros de diámetro. Sólo se conocen artefactos semejantes en el complejo precerámico de Cerro Mangote, en Panamá y en la posterior cultura cerámica de Monagrillo, además de los complejos venezolanos de cabo Blanco y Pedro García y del complejo precerámico Loiza, en Puerto Rico. El significado de estas semejanzas no ha sido aún determinado. (Cruxent y Rouse, 1982: 104 et passim).

Yacimientos como El Heneal –un conchero costero prehispánico– son conocidos desde fecha temprana en la etnología venezolana. A estos concheros milenarios se refiere Lisandro Alvarado con el sonoro nombre de Quioquenmodingos en sus Datos Etnográficos de Venezuela (1989). Ya Adolf Ernst los había descrito en una obra publicada en 1883. “En una de las islas Roques hemos visto un gran montón de conchas vacías y rotas de esta especie [la quigua, (Turbo pica)], cimentadas entre sí por arenas e incrustaciones de carbonato de cal. Aquel punto es sin duda un antiguo paradero de pescadores de siglos pasados, y que pertenece por consiguiente a la clase de monumentos prehistóricos que la antropología moderna designa con el nombre de quioquenmodingos.” Alvarado escribe en sus Datos: “se hallan así mismo tales depósitos alrededor de los cementerios tumulares de algunas Tribus en torno al lago de valencia. Son despojos de los banquetes funerarios rituales entre ellas, para cuya celebración cocían las carnes a inmediaciones del cementerio.” (Alvarado, 1989:125).


T. de Booy en sus Notes on the Archeology of Margarita Island (1916), describe un conchero encontrado en un punto hacia el oriente de esta isla nombrado Girigire. Las conchas identificadas pertenecían en su mayor parte Mytilus achatinus, una especie de almeja. La Tibela mactroides es mucho más rara; y en una proporción de 1% aparecen los géneros Fissuroidea, Murex, Purpura, Fasciolaria, Strombus, Cypradea, Lirona, Melongena, Chama, Cardium. (Alvarado, 1989:234).

Las conchas colectadas en El Heneal fueron envíadas al labortatorio Geológico Central de la Creole Petroleum Corporation en Caracas para su análisis. El laboratorio informó que el material es de origen terrestre, y por lo tanto humano, datado del “Pleistoceno Superior o Reciente”. Se identificaron cuatro especies de conchas: Donax variabilis, Tibela mactroides, Ostrea sp. y Neritina virginea, todas las cuales existen en Venezuela; aunque Ostrea no puede conseguirse ya en la vecindad de El Herneal. También se envió material al National Museum, que identificó dos especies más de conchas: Melongena melongena y Melampus coffeus, así como cocodrilo (Crocodylus sp.) y algún ejemplar de tortuga terrestre (Testudo denticulata) (Cruxent y Rouse, 1982: 133)

Los fragmentos líticos encontrados en los complejos El Peñón y El Conchero sugieren la existencia de relaciones con el complejo Ortoire, en la isla Trinidad; con el complejo Alaka, en la Guayana Británica; con el complejo Pedro García ya mencionado y, posiblemente, con el complejo San Nicolás, hallado por Reichel-Dolmatoff en la Colombia septentrional, todos los cuales contienen artefactos semejantes (Ibídem).

En Arqueología Cronológica, Cruxent y Rouse elaboran una serie de seis períodos que les sirvieron para expresar la distribución cronológica de sus unidades culturales, y que ofrecemos a continuación:

 

Período Paleoindio

Período I

Período II

Período III

Período IV

Período V

Antes del 7000

7000 - 3000

3000 - 1600

1600 - 800

800 - 450

450 en adelante

Antes del 6810 a.C.

Antes del 5050 a.C.

5050 - 1050 a.C.

1050 A.C. - 350 d.C.

350 - 1150 d.C.

1500 d.C. en adelante

 

 El Paleoindio está representado únicamente por el complejo El Jobo. En el Período I se sitúan una serie de complejos arcaicos, no cerámicos, que incluye la primera parte de la serie Manicuaroide. Esta serie persiste en el Período II, que se define como la época de la aparición de la alfarería y la agricultura, o época Formativa del desarrollo cultural. Corresponden a este período las series cerámicas más antiguas: las Saladoide y Barrancoide en el este, y la Tocuyanoide, al oeste. Las series Arauquinoide, Ocumaroide, Dabajuroide, Tierroide, Memoide y Valencioide aparecen durante los Períodos III y IV, surgiendo como evolución de los tres estilos básicos del Período II. El Período V, por último, representa la época de la Colonia, en la que fueron declinando los diversos estilos, pero sus ecos perviven aún en la alfarería popular, como bien hiciese notar Cruxent en Loza Popular Falconiana (1988).

 

En Arqueología de Venezuela (1963), Cruxent y Rouse proponen para Venezuela la siguiente serie cronológica:

 

Paleoindio, subdivido en 1) Cacería Directa: de 18.000 a 24.000 años a.C. 2) Cacería Semidirecta: de 14.000 a 20.000 años a.C. 3) Cacería a Distancia: de 10.000 a 16.000 a.C.

Mesoindio o Período I: Esta época pudo durar unos 4.000 años, estimando su antigüedad entre 3.000 y 7.000 años. En Venezuela se dan cuatro sistemas de vida: a) Sobrevivientes del Paleoindio, b) Pescadores y recolectores costeros, c) Recolectores de tierra adentro, d) Agricultores incipientes.

Neoindio o Período II: Conformativo y Formativo: Comprendidos entre los 3.000 y 1.600 años antes del presente, varios grupos se ajustaron al cambio causado por la agricultura e iniciaron la transición de la vida nómada de recolectores naturales a la sedentaria de agricultores. El yacimiento arqueológico característico de este período es Rancho Peludo, el cual Cruxent supone es el más antiguo de la serie Dabajuroide. Por su antigüedad pertenece al Mesoindio, pero es incluido en los albores del Neoindio, durante el cual perdura y evoluciona. La datación más antigua que se posee para este período es de 4.630 ± 150 años.

Período III: Clásico: Los agricultores y alfareros de esta época ya ocupaban las mejores regiones, quedando algunos grupos arcaicos en las regiones marginales. Los ceramistas del Clásico tenían un gran dominio de los estilos, ya bien establecidos de su alfarería.

Período IV: El Postclásico: Se le atribuye de 800 a 450 años de antigüedad, equivale a un período protohistórico. A pesar de la gran difusión de grupos, la situación de la dicotomía agrícola prehistórica –semicultura/vegecultura– no varió en cuanto a la difusión de la yuca amarga, que no logró penetrar en Falcón ni Lara (su límite conocido es Sabana de Parra, en Yaracuy), ni tramontar los Andes. En cambio, el maíz se difundió rápidamente por casi toda Venezuela; sólo en el sur encontró mayores dificultades para su adopción; entre ellas, la acidez del suelo. Durante el Postclásico, el Occidente y la parte del Centro, así como el píe de monte de los Andes alcanzan su mayor desarrollo artístico. Período V: Indohispano: a la llegada de los españoles, los pueblos conquistados se modifican tan violentamente que resulta difícil tener una idea exacta de su aspecto en el siglo XVI.

 

Cada región sometida a los europeos reaccionó de manera diferente. Las civilizaciones desaparecieron, quedando algunos grupos diseminados y marginados. La mayólica hispana la impone el conquistador, la importa y la elabora en el Nuevo Mundo. Asociados con la mayólica hispana, en Venezuela, se encuentran ejemplares procedentes de Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia, Italia, Portugal, del Lejano oriente y de México. La presencia de alfarería indígena entre la mayólica, contribuye a esclarecer el estilo de un determinado grupo indígena, conocido a través de los cronistas. (Cruxent y Rouse, 1963:72).

La moderna etnografía venezolana ha adoptado una seriación cronológica algo más sencilla: Período Paleoindio: 15.000 a 5.000 a.C.: de la piedra a la flecha. Período Mesoindio: 5000 a 1000 a.C: Recolectores del Agua y de la Tierra. Período Neoindio: 1.000 a 1500 d.C: Culturas de la Yuca y el Maíz. Período Indohispano: 1.500 a.C hasta el presente. La virtud de esta propuesta es su claridad, aunque no comprende los desarrollos regionales. Apuntemos asimismo que esta periodización fue originalmente propuesta por Cruxent y Rouse (1963), y luego aceptada por la comunidad científica venezolana. En Arqueología Venezolana, Cruxent y Rouse señalan que más que de una dicotomía en la arqueología venezolana –cultivo del maíz/cultivo de la yuca– deberíamos reconocer una tricotomía, tomando en cuenta el cultivo de la papa en el sector alto de los Andes, que corresponde al Sistema Andino. Según los informes botánicos dados a Cruxent por Henri Pittier, el cultivo del maíz (Zea mays L. sp.) es occidental, el de la yuca (Manihot utilissima Pohl) oriental y sureño y el de la papa (Solanum tuberosum L.) de las alturas de los Andes, lo cual concuerda perfectamente con los datos aportados por la arqueología. (Cruxent y Rouse, 1963: 39 et passim). Veinticinco son las fechas absolutas indicadas en la Arqueología Cronológica obtenidas del análisis de radiocarbono por los laboratorios de las Universidades de Yale y Michigan, cotejadas con diversas correlaciones, lo que permitió la conversión de los Períodos según podemos ver:

 

TABLA1 –CONVERSIÓN DE LOS PERÍODOS RELATIVOS EN CRONOLOGÍA ABSOLUTA

 

Períodos

Fechas

según la acumulación residual

 

Fechas glotocro-nológicas

Fechas basadas en los análisis de radiocarbono

Fechas calendáricas

Fechas a partir del momento actual

 

V

 

1500 D. C.

en adelante

 

1500 D. C. en adelante

 

1500 D. C.

en adelante

 

0 - 450 A. C.

 

IV

 

1437-

1500 D. C.

 

 

1350-

1500 D. C.

 

 

1150-

1500 D. C.

 

 

450-800

 

III

 

1193-

1437 D. C.

 

 

750-

1350 D. C.

 

 

350-

1150 D. C.

 

 

800-1600

 

II

 

929-

1193 D. C.

 

 

150-

750 D. C.

 

 

1050 A. C.

350 D. C.

 

 

1600-3000

 

I

 

849-

929 D. C.

 

 

50-

150 D. C.

 

 

5050 A. C.

1050

 

 

3000-7000

 

 

TABLA 3 –FECHAS DE RADIOCARBONO OBTENIDAS PARA COMPROBACIÓN DE LAS CONSEGUIDAS PRIMERAMENTE

 

Número

de la muestra

 

Yacimiento

Complejo

o

Estilo

Período

Fecha del C-14 (en años desde el momento presente)

Primitivo

Revisado

Y-299

Río Caribe

El Morro

V

V

290 ± 70

Y-454

Mirinday

Mirinday

IV

IV

580 ± 50

Y-298

El Morro

El Morro

IV

IV

715 ± 70

Y-300

El Mayal 1

Chuare

III

III

1355 ± 80

Y-499-2

Los Barrancos

Los Barrancos

III

III

1370 ± 90

Y-297

El Mayal 2

El Mayal

II

II

1795 ± 80

Y-457

Cerro Machado

Cerro Machado

II

II

1930 ± 70

M-257

Tocuyano

Tocuyano

II

II

2180 ± 300

Y-456

Pedro García

Pedro García

IV

II

2450 ± 90

Y-294

Saladero

Barrancas

III

II

2800 ± 150

Y-316

Saladero

Barrancas

III

II

2820 ± 80

Y-296g

La Aduana I

Manicuare

I

I

3050 ± 80

Y-455

El Heneal

El Heneal

I

I

3400 ± 120

Y-295

La Aduana I

Manicuare

I

I

3570 ± 130

Y-497

Punta Gorda

Cubagua

I

I

4150 ± 80

Y-458d

Cerro Mangote

Cerro Mangote

I

I

6810 ± 100

 


Los autores acompañan estas tablas con una advertencia que habla a las claras del espíritu antidogmático y de apertura con que fue concebida Arqueología Cronológica de Venezuela: “No pretendemos –escriben los autores– puedan considerarse como definitivos los Períodos propuestos, ni sus valores absolutos, pero tenemos la impresión de haber establecido una sólida base sobre la cual pueden construir los futuros arqueólogos.” (Cruxent y Rouse; 1982: 43) En tal medida se cumplido este aserto, que es impensable escribir sobre arqueología en Venezuela sin citar o aludir (así sea cuestionándola) a aquella Arqueología Cronológica publicada originalmente en 1958. Tal el mérito de los clásicos.Los autores no sólo presentaron sus investigaciones, “sino también el conjunto de datos reunidos por sus colegas y predecesores”, generosamente reconocieron su deuda con todos aquellos que han desempeñado un papel activo o han colaborado directa o indirectamente al progreso de la arqueología venezolana.

Quijote de la Ciencia y de los Orígenes, Cruxent advierte en Arte Prehispánico de Venezuela (1971): “Hasta hace poco –escribe– tan sólo se apreciaba el arte de las grandes civilizaciones clásicas del Viejo Mundo y de las Altas Culturas de América, situadas entre México y Bolivia, alineadas de Norte a Sur. A las formas arcaicas de Arte Prehispánico de Venezuela no se les concedía ningún valor; incluso en los medios intelectuales existía un total rechazo, debido a la inexistencia de un arte monumental.” Y pese a algunas señales alentadoras, puntualiza: “En nuestros textos escolares aún no se incluye la documentación arqueológica de los quince o veinte mil años últimos.”

Espíritu de contradicción, superación y síntesis fue el de J. M. Cruxent: buscó y encontró Ciencia y Belleza donde otros, antes y después de él, no han sabido verlas. “Podemos asegurar que en la compleja arqueología venezolana, en muchos casos un modesto tiesto o una simple concha trabajada nos han dado más entusiasmo, satisfacción y conocimiento que un bellísimo ídolo de azabache. A base de excavaciones de tumbas en busca de una bella arqueología, no hubiésemos logrado nuestro propósito de iniciadores de facilitar a la nueva camada de arqueólogos una documentación que será aprovechada, ampliada y modificada a la luz de los nuevos descubrimientos a base de arduo, inteligente y generoso trabajo, condiciones indispensables para una labor científica.”(Cruxent, 1971: 72)

Destacando esta relación dual Ciencia-Arte en la vida y en la obra de Cruxent, escribe Sofía Imber en el Prólogo al Catálogo de la Exposición Homenaje a Cruxent. Siglo XXI: Hombre, Cultura y Desafíos (1992), realizada en Santa Ana de Coro en Enero de 1992 –fue en esta Exposición donde tuvimos nuestra primera experiencia sensorial ante la obra plástica de Cruxent–: “La personalidad, obra y huella de José María Cruxent en el campo del arte y la ciencia han sido de trazo muy fuerte y eso nos motivó a realizar, desde el mismo momento de la fundación del Museo de Arte de Coro, una exposición que reflejara una visión integral del trabajo de este creador, pintor, arqueólogo, explorador y antropólogo que tantos aportes ha ofrecido a Venezuela desde esa tierra falconiana.

 

Conocí a Cruxent cuando pintaba lienzos de corte informalista, muy vitales y, sobre todo, de gran riesgo en la experimentación con los materiales, incorporando elementos no tradicionales de la pintura. Pintaba con la tierra, con pedazos de tejidos indígenas que adquirían, a la vez, un carácter estético y simbólico. Más que cuadros, eran restos, huellas arcaicas, gestos presentidos en otros tiempos… Más tarde elaboró las cajas paracinéticas en las cuales se combinaba la expresión de su pintura con los efectos de la luz y el movimiento propio del arte cinético.

En el área de la arqueología y la antropología, su figura es más que reconocida internacionalmente como el hombre que devolvió a América su memoria arqueológica; como el hombre que llegó hasta las más antiguas y remotas huellas de la condición humana: a los primeros objetos creados por el hombre, millones de años antes de ser inventados por otros como ‘hombre americano’; a los huesos de nuestro Continente, al primer rastro (¿tal vez dibujo?) que ese hombre, con objetos por él fabricados y extraídos de las piedras, talló sobre un hueso de animal al utilizar su carne como alimento; a los fragmentos de cerámicas pre-hispánicas e hispanas. En cierto sentido, Cruxent utiliza la materia pictórica como forma de recuperar esas huellas que, por momentos, el progreso tecnológico ha borrado.

Aun cuando, desde 1973, dejó de figurar en el panorama oficial de exposiciones de arte, nunca dejó de pensar y experimentar como artista y por ello quisimos enfocar esta muestra, no sólo como una simple exhibición de lo que comúnmente llamamos ‘obras de arte’, sino del conjunto de objetos que en su reto por llegar a nuestras raíces, nos dio a conocer. Los huesos de mastodonte, la industria lítica, la cerámica o las matéricas pinturas de Cruxent, visto en forma aislada, no significan más que huesos, tierra o materia pictórica. Pero al ser leídos como conjunto de la vida de un hombre que se dedicó al hombre mismo, se convierten en creación que simboliza el paso del hombre por el Arte y la Historia. (Imber, 1992: 27).

 

Al trazar la senda de los vasos comunicantes, como si de los nervios de un animal mítico se tratase, en la exploración científica y la labor artística de Cruxent, escribe María Luz Cárdenas (1992: 71), la vista puesta en aquella Exposición de 1992: “Entre la ciencia, la investigación y el arte no hay una demarcación rígida de fronteras. En la aventura tampoco, y esta es la exposición de una aventura, o mejor, de un aventurero: es una exposición de restos, historias fragmentadas, pinturas, gestos, cajas luminosas que generan la ilusión de movimiento, pedazos de tierras tejidos por el hombre. Es una exposición que se inicia con los primeros huesos del continente (ese que, infinitos años más tarde, fue inventado como ‘América’) y que atraviesa la creación artística. El hilo conductor es ‘el alma de los objetos’. El alma y el instinto de quien supo ir tras sus propias huellas. Reconocerlas (‘cualquier cosa que cae en mis manos’, dice, ‘si no tiene alma, no me interesa’).

 

Arqueólogo, pintor, mundano, expedicionario, escritor, autodidacta, profesor, mujeriego, leyenda viviente, oteador, antropólogo, artista. ‘Trota Patria, trota bosque, trota ríos y trota selva’ lo definió con acierto don Alfredo Boulton. Y es que en la vida y en la obra de José María Cruxent se entrelazan demasiadas coordenadas existenciales y profesionales, como para resumirlas en una sola calificación. A las puertas del siglo XXI, es un hombre que asume el desafió de la cultura desde sus entrañas y raíces: ir al alma, regresar a ella.

Aun cuando el nacimiento data del año once del novecientos, su paso no cruza precisamente los caminos de este siglo. ‘Nací en 1911’, dijo alguna vez, ‘símbolo de la gente que va a pie, concuerda con mi personalidad, porque soy un andariego’. Y con ello apunta justamente a la carretera, y no a los ‘primeros Ángeles’ –la máquina, la velocidad–, a quienes dos años antes, en 1909, gloriosamente alababa Filippo Tommaso Marinetti en su Manifiesto Futurista. ‘No mirar atrás’ es el mandato del mundo moderno; declarar una belleza: la belleza de la velocidad. Mientras se aclamaba abiertamente como postulado que el tiempo y el espacio habían muerto ayer y se niega el pasado para iniciar el siglo XX. Cruxent regresa ­­­­­­­a la memoria, a la tierra, a los primeros gestos y dibujos del hombre que habitó los siglos. Es una manera, como tantas otras válidas, de abrir la vía al siglo XXI. (Cárdenas, 1992: 80).

 


Al revisar las páginas de Arqueología Cronológica de Venezuela, lo primero que reclama la atención es su espíritu de sistema. Quince años de investigación –de campo y de biblioteca– están allí presentados de una manera clara, metódica, didáctica. La prehistoria venezolana tiene en esta obra plena dimensión geográfica. Cuando se aprecian en detalle las ilustraciones del Tomo II, salta a la vista –con una mezcla de temor, pasmo y maravilla– es que se trata de fragmentos; que en otro tiempo se hubiesen considerado “basura arqueológica”. Escasamente se encontrará una vasija intacta, una figura antropomorfa intocada. Apenas puede considerarse material museable. Fragmentos de cerámica, trozos de alfarería ornamentadas, perfiles de bordes, “tiestos pintados”, artefactos de hueso y concha, artefactos líticos, puntas de proyectil, restos humanos, tal es el inventario que conforma Arqueología Cronológica de Venezuela. Con estos fragmentos, con estos trozos de rompecabezas hechos de creación, espacio y tiempo, Cruxent y Rouse erigieron un monumento perdurable a la Ciencia (ambos) y a su amor por Venezuela (Cruxent).

Un ansia semejante, una interrogación semejante, una búsqueda semejante, una legitimación semejante a la experimentada por la materia en Arqueología Cronológica de Venezuela la encontramos en las obras de visceral informalismo de Cruxent: “La pintura de Cruxent –destaca Cárdenas– es materia y gesto que pretende escapar a toda definición técnica y estética. ‘Ella es el medio del que se sirve una fuerza impetuosa para revelar lo desconocido de una realidad cotidiana’, dice el artista, manifestando igualmente la ‘imposibilidad de realizar consciente, intencional y previamente pensada, una obra, que, por el contrario, debería surgir de un total desprendimiento de consideraciones ideológicas, ya sean morales o prácticas.’ La materia se rebela y entrelaza con su actividad expedicionaria y arqueológica. Nunca ha permitido separar la esfera estética de la científica. Cuando desentraña de la tierra las piezas que estuvieron perdidas, desentraña igualmente el propio arte de su informalismo.” (Cárdenas, 1992: 90 et passim)

Frank Popper señaló que “el espíritu de aventura ligado a sus actividades puede ser, quizás, considerado como el factor catalizador al fondo de un problema, que sobrepasa en cierto modo al artista. Si se quieren establecer divisiones cerradas entre las actividades científicas y artísticas, chocaremos siempre contra las fuertes personalidades que, participando de las investigaciones supra-individuales, con profunda sinceridad y con la misma conciencia de su ser no-conformista se abocan a expresiones globales. Para Cruxent, el arte debe ser una modesta microbiografía de sí mismo y de su tiempo (y su tiempo es el tiempo de la historia antes de la historia). Es cierto: él lo dice: la vida no puede ser dividida, ‘todo está relacionado. La arqueología es la experiencia, y el arte es la posibilidad de la experiencia.’ Ciencia y Arte son aventura –aventura física, intelectual, estética– y es eso lo único que para él cuenta al asegurar validez a su obra.” (Cárdenas, 1992: 98).

De la capacidad privilegiada de observación y relación –¿acaso convendría hablar de visión?– de Cruxent sirvan para ilustrarla estos testimonios: Según palabras de. Alberta Zucchi (1978: XIII et passim), antropóloga alumna, “un gran observador y un hombre fundamentalmente de campo; un hombre de olfato, de percepción, de conexión. Pudiendo haber visto un objeto veinte años antes, quién sabe en qué lugar, puede conectarlo con algo que acaba de ver en estos momentos; y tiene el don, al mismo tiempo, de extraer de allí una nueva interpretación que sirva modernamente para algo” Don de encuentro, de hallazgo, de conexión. Desde la infancia, bordeó Cruxent los límites de lo apenas expresable, sigiloso acercamiento a la magia, recolección de conocimientos de imposible clasificación, distantes de la rutina, una creencia personal en la alquimia y lo oculto. La semblanza que de él ofrece el Dr. Marcel Roche (1978: 1) es clara en ese sentido: “…su intensa curiosidad, su actividad febril y su tendencia a no aceptar ningún dato y ninguna teoría por dados. En efecto, la originalidad es lo que caracteriza a Cruxent: no pertenece a ningún dogma ni a ninguna escuela.” El que llego hasta los huesos del Continente supo en la niñez que la radiestesia –adivinación de símbolos y encuentros bajo tierra– era una de las vías para obtener verdades. Su carrera profesional y vida han estado, escribe Zucchi (1978: XIV): “marcadas por la constante búsqueda de nuevos caminos y enfoques novedosos para encarar los retos de la investigación y del conocimiento, y para cuestionar –a veces solitariamente– conclusiones que otros, con mentes menos críticas, aceptaban fácilmente.”

Desde las puntas de proyectil del complejo El Jobo, correspondientes al Paleoindio, 15.000 años a.p., hasta detalles arquitectónicos de las ruinas de Nueva Cádiz, en el ensueño colonial y asesino que fue Cubagua, “ciudad relativamente grande, con dos iglesias y otros edificios públicos, así como lugares de habitación tanto para españoles como para los indios que fueron traídos a Cubagua para trabajar en la pesquería de perlas” (Cruxent y Rouse, 1958: 454), se describen científicamente en la Arqueología; que, con la desaparición física de Cruxent, se erige en legado espiritual para Venezuela.

Dan fe de lo aquí dicho, estas palabras que leemos en el Prólogo de la edición de 1958: “Los autores quieren hacer presente el especial testimonio de su agradecimiento muy sincero y profundo a todos los hombres de Venezuela adentro, cuyas informaciones y guías para los descubrimientos fueron en todo momento de alto valor en relación con estos trabajos. Bajo el sol ardiente o la lluvia tropical, sometidos al ataque de miríadas de mosquitos y otros insectos, respirando el áspero polvo y la ceniza de las trincheras en el esfuerzo de las excavaciones, estos admirables y sufridos obreros de los campos y villas venezolanos, han compartido con nosotros, codo a codo, innumerables trabajos y fatigas, sobre los cuatro puntos cardinales de Venezuela, en pos del remoto pasado de América. Para ellos todo el mérito de los éxitos que hemos obtenido en las incontables exploraciones realizadas durante quince años.” (Cruxent y Rouse, 1958:17). Acaso Rouse hubiese compartido el espíritu de estas líneas, pero el nervio es exclusivamente de Cruxent. En Arqueología Cronológica de Venezuela (1958), Arqueología Venezolana (1963), Apuntes sobre Arqueología Venezolana (1972), Ceramología. Notas (1980), Loza Popular Falconiana (1988), y en tantas obras más debidas al pulso, la pasión, la erudición de J. M. Cruxent late el mismo espíritu como un cordón que las ata: un profundo sentido de pueblo. Quien alguna vez haya estado en Taratara, en la piel ardiente de esa tierra falconiana, sabe de qué hablamos. Cruxent amó entrañablemente ese pueblo y a su gente –como etnólogo, como arqueólogo, como artista, como vecino– y, es evidente al visitante que se tome un momento para recorrer sus calles y conocer su gente, que ese pueblo aún le evoca sobre el fondo de un paisaje que reúne geografía y pensamiento. Como el español Goya, como el venezolano Aquiles Nazoa, el viajero, el andariego J. M. Cruxent supo ver al pueblo como se merece y, particularmente, al pueblo venezolano: de frente.

 

Referencias

Alex D. Krieger cita las investigaciones de Cruxent en su clásico “Early Man in the New World” (1964), hay edición española: El hombre Primitivo en América (1974). Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires

Alvarado, Lisandro (1989): Obras Completas. Tomo II, Fundación La Casa de Bello, Caracas.

Cárdenas, María Luz et all (1992): Homenaje a Cruxent. Siglo XXI: El Hombre, Cultura y Desafíos. Museo de Arte Coro, Coro.

Cruxent, J. M. (1944): Espeleoarqueología. Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, Caracas, Tomo IV, N° 11, p.p. 3-14.

Cruxent, J. M. e Irving Rouse (1956): Discovery of a Lithic Industry of Paleo-Indian Type in Venezuela. American Antiquity, Salt Lake City, 22, N° 2, p.p. 172-179.

Cruxent, J. M. e Irving Rouse (1958): An Archeological Chronology of Venezuela, 1era edición publicada por Panamerican Union, Science Monographs, Washington D.C., 2 vols., 550 p.p.

Cruxent, J. M. e Irving Rouse (1963): Arqueología de Venezuela. Edición española a cargo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), de la versión original en inglés publicada por Yale University Press, New Haven y Londres.

Cruxent, J. M. e Irving Rouse (1982): Arqueología Cronológica de Venezuela. Volumen I, Ernesto Armitano Editor, Caracas.

Cruxent, J. M. et all (1972): Arte Prehispánico de Venezuela. Fundación Eugenio Mendoza, Caracas.

Cruxent, J. M. et all (1988): Loza Popular Falconiana. Armitano Editor, Caracas.

Imber, Sofía et all (1992): Homenaje a Cruxent. Siglo XXI: El Hombre, Cultura y Desafíos. Museo de Arte Coro, Coro.

T. de Booy: Notes on the Archeology of Margarita Island (1916), citado por Alvarado (1989): Obras Completas. Tomo II, Fundación La Casa de Bello, Caracas.


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Camilo Morón (Venezuela, 1972). Historiador, Etnólogo, Museólogo y Pedagogo. Coordinador del Aula Laboratorio de Conservación y Restauración de Bienes Arqueológicos y Paleontológicos (ALab-CRBAP) de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM). Investigador de los centros: CIPICS (Centro de Investigaciones del Paleo-Indio y el Cuaternario en Suramérica), CINA (Centro de Investigaciones de la Noosfera y el Antropoceno) y CICSPMA (Centro de Investigaciones de Ciencias Sociales del Pedro Manuel Arcaya) y la RSICH (Red Social de Investigadores de Ciencias Humanas) de la Fundación de Ciencias y Artes Cudán de Cuté. Coordinador del PNFA-PROEA Pedagogía Alternativa y Crítica de la Antropología, la Arqueología y la Etnohistoria de Venezuela de la Universidad Politécnica Territorial de Mérida Kléber Ramírez (UPTMKR). Editor- Director de Bacoa. Revista Interdisciplinaria de Ciencias y Artes & Cruxentiana. Comunidad y Patrimonio. 




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