• LOS NADAÍSTAS FRENTE A TODO
En una muy larga entrevista que hizo Jaime Sanín Echeverri a Gonzalo Arango, para las páginas de Arco, marzo de 1975, el Padre Ubu de los Nadaístas recuerda, acerca de su impactante manifiesto: El Manifiesto Nadaísta tuvo éxito entre los muchachos de quince años, que no conocían ni abominaban, como la buena sociedad, mi melena y mi mugre. El primer gran poeta que se unió a mí fue Amilcar U. Recién salido de un seminario era ya un hombre de dieciocho años y maestro de una escuela pública. Se me presentó con sombrero de copa alta, camelia blanca en el ojal, y me dijo que su autor predilecto era Ovidio Rincón. Le dije que el mío era Rimbaud, y empezamos de inmediato a transformar el universo. Como el Manifiesto Nadaísta había que lanzarlo, nuestras inversiones, con el sueldo del maestro de escuela, fueron en tarros de Pintuco. Los diez nadaístas iniciales no dejamos muro en la ciudad en que no se leyera “nadaísmo”, el documento magno fue publicado en El Tiempo. Y en el atrio de la Universidad, donde le oliera bien a don Alfonso Mora Naranjo, hicimos la quema de libros, mejor que el donoso escrutinio de cura y el barbero. Ya con eso quedábamos bastante consagrados como autores. Autores al menos de escándalos. En la puerta de entrada de la presente edición a nosotros parece más acertado reproducir la íntegra de este manifiesto, tomado de su edición por la Tipografía Amistad, en 1958. Agulha Revista de Cultura así trata de homenajear los 60 años de aventura existencial e cativa de este importante punto de maravillas de la cultura colombiana. La edición de completa con la obra plástica de Jacques Callot (França, 1592-1635), sus grabados y dibujos que iluminan nuestras páginas con la singularidad de sus trazos, las figuras quiméricas y la fascinante extravagancia de sus actitudes. Callot ha recortado el espacio de los desastres de la guerra y el escenario grandioso de la resistencia, en el tiempo de Luís XIII. Los dos, Jacques Callot y los Nadaístas, suman la esencia de dos épocas, en nombre de una vigorosa reacción a toda forma de opresión. Os Editores
Primer Manifiesto Nadaísta
I | Definición del Nadaísmo
El
Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido
del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico-consciente
contra los estados pasivos del espíritu y la cultura.
Ustedes me preguntarán por una definición más exacta.
Yo no sabría decir lo que es, pues toda definición implica un límite. Su contenido
es muy vasto, es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones
y posibilidades.
¿Podrían decirme ustedes qué es el Catolicismo?; o,
¿qué es el Marxismo?
—Que es la elección del alma sobre sus fines superiores.
—Y que es la política para fundar una sociedad universal
sobre las bases de la felicidad humana y de idénticas oportunidades económicas y
espirituales para todos.
Esas respuestas son parciales, incompletas, pues el
Catolicismo y el Marxismo son eso, y todo lo demás: un quehacer histórico del hombre
que vierte su existencia sobre fines ultraterrenos o terrestres, según recaiga su
elección en la tierra o en el cielo; una lucha de valores por conquistar una preeminencia
en el más acá, o en el más allá.
Nosotros no queremos trabajar sobre lo definitivo. El
Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas. Es una libertad abierta a las posibilidades
de la cultura colombiana, con un mínimo de presupuestos de lucha que evolucionarán
con el tiempo hacia una estimación valorativa del hombre, una forma de belleza nueva,
y una aspiración sin idealismos románticos ni metafísicos hacia una sociedad evolucionada
en el orden cultural y artístico.
II | Concepto sobre el artista
Se
ha considerado al artista como un ser más cerca de los dioses que del hombre. A
veces como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura.
Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es
un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los
demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y
de los elementos específicos con que hace su destino.
Afirmamos nuestra incredulidad en el Genio. El artista
no es ningún Genio. Él es un ser privilegiado con ciertas cualidades excepcionales
y misteriosas con que lo dotó la naturaleza. En el artista hay satanismo, fuerzas
extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones
emocionales o experiencias de la Historia del pensamiento.
Situemos al artista en su sitio devolviéndole su condición
humana y terrestre, sin superioridades abstractas sobre los demás hombres. Su destino
es una simple elección o vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo
bio-psíquico consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la
locura si es poeta, o sobre la trascendencia si es místico.
III | El Nadaísmo y la poesía
Trataré
de definir la poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada
de presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales que se formulan los hombres
como programas de felicidad y de justicia.
Este ejercicio del espíritu creador originado en las
potencias sensibles, lo limito al campo de una subjetividad pura, inútil, al acto
solitario del Ser.
El ejercicio poético carece de función social o moralizadora.
Es un acto que se agota en sí mismo. Que al producirse pierde su sentido, su trascendencia.
La poesía es el acto más inútil del espíritu creador. Jean Paul Sartre la definió
como la elección del fracaso.
La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza
solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno.
Sin duda, queda una posibilidad de belleza viril en
la poesía colombiana, de belleza inútil y pura, y ésta sólo puede ser el producto
de la estética Nadaísta.
Y la poesía Nadaísta es la libertad que desordena lo
que ha organizado la razón, o sea, la creación inversa del orden universal y de
la Naturaleza.
La poesía es por primera vez en Colombia una rebelión
contra las leyes y las formas tradicionales, contra los preceptos estéticos y escolásticos
que se han venido disputando infructuosamente la verdad y la definición de la belleza.
André Gide soñaba en “Los nuevos alimentos terrestres”
con un arte de las palabras que no tratara de probar ni definir nada.
Tal adivinación sobre la esencia de la poesía, materializa
la fe creadora del mundo irracional y consciente en la poesía Nadaísta, de la cual
se excluye la polémica, la dialéctica, la lógica, la retórica, el ritmo, la rima,
la belleza clásica, el sentimiento, la razón, para quedar reducida a la simple intuición
de belleza purificada y liberada de la satrapía de las entelequias y de las formas,
y depurada en el simple esquema, la honda víscera del irresponsable espíritu creador
que produce simultáneamente belleza Consciente-Inconsciente; Irracional-Conceptual;
Onírica-Despierta; o sea belleza pura-nata como un pecado original.
Belleza que es protesta y desobediencia a todas las
leyes Ético-Políticas-Estéticas-Socia les-Religiosas, y es vértigo ante el peligro
de lo prohibido. Porque ser poeta significa aceptar esa pasión culpable y a la vez
redentora derivada de la alegría que produce la destrucción del Orden Universal.
En cuya destrucción se purifica el espíritu de todas sus resignaciones, conformismos
divinos y revelados que traen el mensaje de la perdición y esclavitud del espíritu.
Por la gran causa libre de la poesía no es posible,
ni lícito, ni permitido, hipotecarla en empresas idealistas de orden social o político.
Eso sería asignarle un legítimo carácter bastardo a su género.
No se puede comprometer la poesía asignándole responsabilidades
espirituales o morales en el devenir del hombre y de la Historia. De eso se encargaría
la política, que es arte y ciencia al mismo tiempo, implica aspiraciones de justicia
y de felicidad, y es síntesis de valores racionales.
Al surgir esta nueva forma de belleza Nadaísta toca
a su ocaso la belleza clásica; la belleza medida y calculada; la belleza pulsada
e inspirada; el pasatiempo de la belleza; la enseñada por los profesores de retórica;
la belleza del éxtasis celeste; la belleza lírica; la belleza elegíaca; la belleza
épica y pastoril; el truco abominable de la belleza parnasiana; la que fabrican
los poetas masivos y mesiánicos..., pero sobre todo, la belleza que se hace con
olor a mujer, esa detestable traición a la belleza que es el romanticismo.
Secularmente la poesía colombiana ha extraído su numen
de las pestilencias o los perfumes del sexo femenino, lo que significa una impureza
y un impudor contra la castidad del arte.
No más concubinato lírico con las musas. Eso es pagar
con monedas envilecidas el alto precio de la belleza.
Como la poesía Nadaísta es una revolución frente a la
estética tradicional, eso implica el descubrimiento de una nueva estética que abrirá
todos los controles bajo los cuales ha permanecido oculto un misterioso mundo poético:
el mundo subconsciente que es como el depósito general de un almacén del espíritu
que provee las exigencias de la conciencia reflexiva.
Esos materiales irracionales son como basuras del espíritu
moral, los reductos desechados por el puritanismo burgués. Nosotros los Nadaístas
vamos a recogerlos y a consagrarlos como materia de arte, como yacimientos de riqueza
inexplotada, con los cuales vamos a elaborar una belleza pura, sin sometimientos
a la dictadura de la razón y a las prohibiciones de una retórica frígida.
La revolución Surrealista de André Breton intentó esta
aventura salvando a la poesía francesa del fastidioso academicismo en que estaba
detenida, creando bases para la expresión de una estética libre de sujeciones y
preceptos.
Breton definía esa elevada misión reformadora del Surrealismo
con la creencia en una “...realidad superior de ciertas formas de asociaciones despreciadas
hasta entonces, en el poder del sueño, en el juego desinteresado del pensamiento...”.
Para identificar la poesía Nadaísta será necesario que
alternen en el poema la razón frígida de la sensibilidad intuitiva, simultáneamente
con la sensibilidad ardiente de la Razón Pura deductiva.
Lo que no sea esto, será bazofia bizantina, vergonzosos
lastres de academicismo; artificio estéril de retóricas decadentes; residuos lustrosos
de estéticas insepultas pero ya podridas; cadáveres de belleza disecada y conservada
por el mal gusto, los sentidos atrofiados, y una propensión del espíritu neutro
y eunuco del hombre colombiano para reaccionar positivamente, virilmente, ante los
estímulos apremiantes de la nueva belleza Nadaísta.
IV | El Nadaísmo y la prosa
Hemos
entendido la misión de la prosa como un instrumento expresivo al servicio de los
conceptos. Su función es analítica y dialéctica, sirve de cauce a la síntesis del
pensamiento.
De ella se sirven la ciencia, la política, la filosofía,
la historia, la literatura de tesis, la economía, el derecho, y en general las ciencias
experimentales y del espíritu.
Nuestra pregunta inquietante es:
¿Qué haremos los Nadaístas con la prosa y sus insospechados
recursos de expresión?
Imposible contestar, pero también eludir una respuesta.
En lo posible, la utilización Nadaísta de la prosa consistirá
en el empleo de los elementos No-Racionales, No-Conceptuales, esos elementos indeterminados,
difusos, perdidos en el mundo sensible, no necesariamente poéticos, no necesariamente
intelectivos, que no son por no ser percibidos, pero que pueden ser intuidos, que
pasan psicológicamente por una invisible pero sentida línea equinoccial del espíritu.
A esos elementos se les asignarán funciones específicas,
diferentes a las acostumbradas por el realismo empírico, el racionalismo, y el logicismo
académico.
En la prosa Nadaísta hay que buscar contrastes tonos,
de colores, de significados de expresión; los mismos efectos que buscan las artes
plásticas y la música para producir sensaciones no contenidas en la realidad del
mundo visible y de las formas.
La prosa no puede seguir siendo un cuerpo de palabras
organizadas en un conjunto racional y comprensible. Hay que darle una desvertebración
irracional.
Las exigencias rigurosas del intelectualismo y el naturalismo
nos han hecho olvidar de los símbolos en donde radica el arte verdadero.
La realidad ya existe inmodificablemente como creación.
Esa realidad divina no nos interesa por su carácter irrevocable y absoluto. La realidad
humana, que es la tentación de la libertad frente al mundo de lo posible, constituye
la entrañable preocupación del arte verdadero, ese arte enfrentado a la Realidad-Real
que es la que descubre el espíritu creador. Porque el arte es, en última instancia,
lo No-Divino, lo No-Real, o sea, lo que extrae el espíritu del mundo caótico de
los elementos dispersos en la Naturaleza.
No se trata de embarcarnos en una polémica inútil sobre
escuelas literarias para confrontar el simbolismo con el realismo naturalista. La
disputa sobre sus aciertos y desaciertos no nos interesa, por ser una preceptiva
de escuelas. Lo que nos inquieta es buscar una definición aproximada sobre el sentido
de un arte nuevo o las posibilidades de crearlo.
No queremos buscarle razones a la realidad, sino sinrazones.
En este sentido, la prosa Nadaísta será la expresión
de lo absurdo, de lo inverosímil. Aspiramos a desvirtuar la realidad para hacerla
participar de sus locas y absurdas posibilidades, para recrear la realidad mediante
la libertad absurda del artista.
No abandonaremos ese mundo que parece aparentemente
tan irreal, pero cuya esencia es la realidad. No abandonar ese mundo regido y dominado
por un racionalismo soberbio que toda lo quiere explicar, y lo explica ingenuamente
con miserables conceptos que limitan ese mundo a las palabras, sin sospechar que
en el fondo misterioso de ese mundo aparente, y más allá de las palabras, existen
temblorosas posibilidades de Ser. Esa sospecha ontológica denunciada por Mallarmé
cuando dijo que:
Entre la espuma y el infinito
hay pájaros ebrios de existencia.
Nuestra misión con la prosa es esa confrontación entre
las realidades existentes acuñadas con los sellos de la razón y del sentimiento,
y de sus posibilidades absurdas. Por eso creemos en la verdad de lo inverosímil
y en la realidad de lo irreal. Explotaremos esos elementos con un criterio nuevo
y revolucionario: con el criterio Nadaísta. Que consiste en descrestar lo creado.
Oponer la libertad creadora del artista a la de Dios. Y en esa confrontación entre
la belleza humana y la Divina, conformar un mundo a-Divino que también pudo ser
posible.
V | El Nadaísmo: Principio de Duda y de Verdad Nueva
Partimos
de la base de que la sociedad colombiana está urgida de una impostergable transformación
en todos sus órdenes espirituales.
Este concepto no es una premisa ni una afirmación apriorística,
sino un corolario derivado de la experiencia concreta que vivimos.
En estos tiempos en que las relaciones humanas son simuladas
y acomodaticias a intereses jerárquicos y subalternos; en que la vida del hombre
colombiano es una mentira que se repite para sí y con relación a los otros; en que
la carta del ciudadano es un pacto de conformismos y vergonzosas resignaciones,
Descartes sigue vivo en nosotros aportando sobre nuestro tiempo su luz magnífica.
Su gran principio de la Duda constituye la mejor conquista
del espíritu moderno contra los despojos de la fe y de las consolaciones propuestas
por los antiguos idealismos filosóficos y las religiones.
Formidable su imagen del mundo que no acepta como verdadero
sino aquello que previamente se comprueba con la experiencia. Apelamos a este principio
de la Duda cartesiana, pues todo conocimiento, toda verdad o toda dirección del
hombre sobre sus fines empieza con la duda.
En nuestro caso colombiano, una imagen, una representación
verdadera de nuestra situación espiritual, sólo es posible si ponemos en duda y
entre paréntesis esa imagen heredada que nos legaron las anteriores generaciones,
y que nosotros, nueva generación, no nos hemos preocupado de preguntarnos si es
legítima o bastarda, indestructible o vulnerable.
El Nadaísmo, movimiento revolucionario de una juventud
que nada tiene que perder intelectual y materialmente, hará a nombre de esta generación
esa importante pregunta. Y en lo posible responderá sobre la autenticidad o simulación
de las verdades que nos legaron como ciertas, y de las cuales, en esta crisis de
la cultura colombiana, empezamos a dudar y a considerar funestas para la evolución
científica y liberal de la cultura.
No es posible una fe en el vacío, sin correr el riesgo
de que esa fe se convierta en mala fe. Y si es cierto que nosotros no tenemos nada
que perder, pues esta sociedad no nos ha ofrecido ninguna posibilidad de realizarnos
independientemente sin la previa sujeción a sus prejuicios y a sus dogmas, en cambio
sí tenemos mucho que ganar: el derecho a ser libres frente a la mentira que se nos
propone, y por lo cual, en el caso de aceptarla, la sociedad nos pagaría una halagadora
remuneración en títulos, en posiciones y en dinero.
Dentro del actual orden cultural colombiano, toda verdad
reconocida tradicionalmente como verdad, debe ser negada como falsa, al menos en
principio. Por ahora el único sentido de la libertad intelectual, consiste en la
negación. La aceptación sumisa o la indiferencia pasiva significarían claudicación,
resignación o cobardía. Comprometerse en la rebelión y la protesta frente al orden
establecido y las jerarquías dominantes, tendrá el sentido de poner el ejercicio
intelectual al servicio de la justicia, la libertad y la dignidad del hombre.
Esta empresa del espíritu revolucionario de los jóvenes
intelectuales colombianos marginados por el poder excluyente de las clases reaccionarias
y burguesas, es ciertamente muy ambiciosa, pero está lejos de tener el carácter
de un idealismo romántico.
Las perspectivas iníciales nos presentan un panorama
difícil, casi impenetrable en la conciencia colombiana, pues toda revolución nace
con fines a la destrucción de los mitos y los dogmas imperantes que impiden la objetivación
de ese espíritu revolucionario.
La lucha será desigual, considerando el poder concentrado
de que disponen nuestros enemigos: la economía del país, las universidades, la religión,
la prensa y demás vehículos de expresión del pensamiento. Y además, la deprimente
ignorancia del pueblo colombiano y su reverente credulidad a los mitos que lo sumen
en un lastimoso oscurantismo regresivo a épocas medievales.
Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos
a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La aspiración fundamental del
Nadaísmo es desacreditar ese orden.
Este movimiento acaba de nacer en medio de una generación
frustrada, indiferente y solitaria, y en un país de seculares conformismos espirituales.
Es imposible exigir, y no lo esperarnos que el Nadaísmo sea aceptado de inmediato.
No nos ilusionamos con la solidaridad hipotética de los intelectuales ya consagrados
por una larga tarea profesional admitida como “Sublime” por la ingenuidad del país,
y por el mal gusto de sus gentes. Rechazamos anticipadamente esa sospechosa solidaridad
que de todos modos no vendrá. Ellos saben que si se retractan de sus viejas posiciones
en la cultura, la sociedad que los alimenta les retiraría su confianza y su favor,
y los condenaría al anonimato y al desprecio. Por lo cual prefieren seguir fabricando
su obra abyecta observando los preceptos de la corrección, del estilo, de las ideas
y de las emociones de la burguesía, conformando una cultura de Orden y de élites
superiores.
Con cada verso, canto, novela, cuento o crítica literaria,
esos intelectuales están pagando a plazos la hipoteca del pensamiento que comprometieron
para defender los intereses y los principios del Orden tradicional. Separarse una
línea de esa conducta de deudores del pasado, implicaría para ellos el peligro de
ser juzgados como traidores a la sociedad, la patria, la religión, la verdad y la
belleza.
Ante tal soledad: rechazados por las clases dirigentes,
combatidos y perseguidos, y ante la indiferencia complaciente y despectiva de nuestros
intelectuales consagrados incapaces de una varonil rectificación a nombre de la
libertad del espíritu; y mientras merecernos el respaldo de una juventud revolucionaria
que ha vivido marginada por falta de oportunidades y próxima a la frustración de
sus grandes poderes creadores, el Nadaísmo estará abierto a todos los inconformismos
y todas las irreverencias de tipo cultural, estético socia y religioso. Esos inconformismos
tendrán una amplia acogida en la revista Nada, órgano del Movimiento Nadaísta.
Sin ser necesariamente Nadaístas, esos inconformismos
sirven los fines del Movimiento, pues fluctúan entre el Nada-ismo y otras fuerzas
revolucionarias indispensables y activas contra los valores estratificados del Orden
y la tradición.
Al pretender desacreditar los dogmas de todo tipo, no
podernos recaer nosotros en un nuevo dogmatismo: en el dogma de la revolución Nadaísta.
Queda, pues, abierto el camino de las controversias.
El Nadaísmo no es, por lo tanto, un sistema cerrado
e incapaz de evolucionar hacia una cultura superior. Por el hecho de nacer, implica
que empieza a evolucionar y a cumplir hasta donde sea posible sus fines propuestos.
Declinará cuando esos fines den nacimiento a una nueva cultura para después cerrar
su ciclo Negativo Positivo.
Cesa el Nadaísmo para ser lo otro, lo que vendrá. Ese
nuevo espíritu no aparece estructurado en nuestras previsiones con formas muy visibles,
pero será de todos modos contrario al que ataca la revolución Nadaísta.
Habremos fracasado si nuestros principios no están dentro
de las posibilidades inmediatas y concretas de estos fines. Por muy difícil que
se presente la realización de esta empresa de descrédito, no desistiremos, pues
nuestra confianza no radica en ninguna fe que supere nuestras posibilidades vitales
y concretas.
Porque vamos a trabajar sobre la materia modelable del
hombre colombiano y de la sociedad en que vive, o mejor, de la sociedad en que sufre
desespera, y en la que finalmente muere, sin poder decir antes de eso, para qué
le servía la vida.
VI | El Nadaísmo: Legítima Revolución Colombiana
El
movimiento Nadaísta no es una imitación foránea de Escuelas Literarias o revoluciones
estéticas anteriores. No sigue modelos europeos. Él hunde sus raíces en el hombre,
en la sociedad y en la cultura colombiana.
Nuestros enemigos van a condenarlo a priori, buscándole
parentescos ilegítimos con movimientos revolucionarios similares, por ejemplo en
el surrealismo, el futurismo, el nihilismo, el existencialismo etc.
Seguramente una revolución se parece a otra en sus principios,
en sus métodos y en sus fines, y se inspira en sus causas semejantes que condicionan
el insurgimiento de un espíritu nuevo, sobre los despojos decadentes de viejas formas
de Ser y de Cultura.
Van a condenarnos como traidores a la “Realidad Histórica”,
a lo “Autóctono”, a una estética tradicional incorruptible, en nombre de los valores
morales, para concluir que no hay derecho de escribir y de pensar de una manera
Nadaísta, pues eso no corresponde al medio ni a la época.
Por oposición a eso, exhibirán los representantes del
Orden una América Virgen, inconquistada culturalmente, pletórica de belleza natural,
de mitos ancestrales, de praderas salvajes donde los caciques indios cabalgan sobre
el lomo de los leopardos, de ríos de plata bajo el sol naciente, de culturas precolombinas,
del original hombre americano, del limo americano.
Y que esta problemática específica del Nuevo Mundo,
este realismo histórico y sociológico debe conformar y estructurar nuestra ideología
y nuestra estética. Nos exigirán “escribir y pensar a lo americano”, y calificarán
el Nadaísmo como una postura, o mejor, como una impostura.
Los excesos de la naturaleza americana, su esplendor,
su mágica belleza original, la lírica enajenación del paisaje, sus atributos externos
no nos interesan como materia de arte. Nos importa ante todo la problemática del
hombre colombiano, su situación espiritual. No el decorado ni los escenarios donde
se realiza su drama.
Convenimos en que América es un continente nuevo. Aún-no
se han cumplido los cinco siglos de su descubrimiento. Comparativamente con la juventud
de América, sobre Europa gravita una cultura milenaria, la que Oswaldo Spengler
denomina “Decadencia de Occidente”. Nosotros no hemos llegado aún a la edad de la
razón que dan las culturas evolucionadas. Estamos en la edad del éxtasis y de la
contemplación frente a la belleza Eterna de la Naturaleza, la belleza divina.
Nuestro nacimiento como cultura es un aborto engendrado
por la “Madre España”, madre de todos los idealismos bastardos de Europa: catolicismo,
feudalismo, monarquía. Ese legado espiritual nos trajeron las carabelas de los conquistadores:
una religión que conforma una mentalidad dogmática, oscurantista, refractaria a
las libertades del espíritu, y que encadena al hombre a la ignorancia y a los temores
supersticiosos de los idealismos trascendentes. Y un idioma sin cultura universal,
pues el “Siglo de Oro” español, máxima empresa del espíritu ibérico, produjo una
literatura al servicio de la religión y de la nobleza.
Por otra parte, el feudalismo y los subproductos modernos
de la nobleza siguen vigentes entre nosotros, en forma de sistemas económicos de
explotación y abismales diferencias de clase, con la sola diferencia de que en la
nueva democracia se han cambiado los sistemas de opresión: el látigo por el salario,
el Conde por el conductor, el Siervo se llama hoy obrero; el arzobispo se sigue
llamando Arzobispo, y el Terrateniente conserva su nombre y sus latifundios.
Todo eso que reconocemos como la herencia de la Hispanidad
pesa como un lastre sobre nuestra sociedad, impidiendo una evolución de la cultura
en relación directa con la evolución científica del mundo moderno.
Seguimos anclados espiritualmente en la Edad Media.
Y el hombre colombiano vive, por culpa de la educación, acomodándose a sistemas
retrospectivos, ahogándose en el mito de la Hispanidad, en los sistemas educacionales
de tipo medieval, confesional, con limitadas y esporádicas variaciones liberales
y racionalistas...
Al renegar de la herencia hispánica, rectificamos el
viejo criterio americanista de que un pueblo es joven en virtud de sus paisajes.
Lo es en razón de sus ideas y de su evolución espiritual. La decrepitud no es un
concepto de la vejez del mundo físico, sino la caducidad del espíritu resignado,
incapaz de evolucionar hacia nuevas formas de vida y de cultura.
América es vieja desde su nacimiento. Por culpa de sus
descubridores y su herencia, su nacimiento significó para la Historia una especie
de muerte. O más exactamente, un aborto imperfecto para la vida. En tal forma que
ella no ha nacido culturalmente por su cuenta, nutriéndose como se nutre de una
vejez cansada y esterilizante transmitida por el cordón umbilical de su idioma y
de sus creencias.
Ante el dilema de ser o de no ser, de elegir una cultura
por separado con sentido universal, ¿qué significa para la cultura de América tallar
sapos, revivir mitos, incrementar las supersticiones, retener el tiempo olvidado,
la prehistoria, si aún no cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las
ideas contemporáneas?
Detenerse en el pasado con un asombro contemplativo,
evidencia el complejo de América ante un mundo evolucionado que decide su destino
y su supervivencia histórica y biológica, mediante las actuales revoluciones sociales
y conquistas científicas del espacio que se disputan el predominio político de la
Tierra.
América no puede anclarse en lo regional, en lo folclórico,
en la tradición mítica. Eso sería un aspecto de su desarrollo intelectual y artístico
pero no puede decidir su destino y su Historia sobre estas formas inferiores de
su desarrollo. América debe superar el complejo de su infantilismo espiritual. De
otra manera nos quedaríamos en la Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica
científica ha fijado estrellas en el espacio cósmico.
Ningún pueblo, ni ningún continente viejo o nuevo puede
elegir su destino por separado. La más leve onda del mar de la Historia contemporánea
agita con su movimiento el porvenir de los pueblos, y decide su suerte o su desgracia.
Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses
universales, es imposible concebir. Nadie puede evadirse ni eludir el papel que
representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta
época en que el simple hombre encarna una misión en la Historia: su acción o su
indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla
o negarla, se salva o se condena.
Ya no podemos aceptar como sentido moral de la existencia,
aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: “Sea como sea el mundo, yo me quedo
con una naturalidad original que no pienso cambiar en aras del bienestar del mundo”.
VII | Impostura de la educación colombiana
Podemos
responsabilizar de nuestro atraso cultural y de la mediocridad espiritual que vive
el país a los sistemas educacionales que rigen en Colombia: educación dogmática
regida por principios confesionales y escolásticos.
Tanto la Iglesia Católica como el Estado Ortodoxo han
prohibido el libre examen y la libre investigación, decretando una rígida censura
inquisitorial a las ideas modernas. En ello evidencian el complejo ante una educación
liberal racionalista, abierta a todas las investigaciones. Pero esto traería, naturalmente,
funestas consecuencias para la estabilidad del orden social.
La educación colombiana sufre cíclicamente los recortes
de ciertas teorías políticas, económicas, sociales y artísticas que se debaten en
la cultura moderna. Determinados autores y determinadas doctrinas no se estudian
ni se analizan a mero título de discusión, así sea para demostrar la falsedad de
esas ideas. Basta no enseñarlas para que los estudiantes las ignoren. Esta es la
mala fe de nuestro sistema educativo que engaña al estudiante y lo defrauda en su
ánimo investigativo: se le cierra el camino.
A cambio de esa educación oficial dirigida por la Iglesia
y el partido de gobierno, se ofrece una enseñanza elaborada, limitada, con intereses
específicos sobre la cultura.
De otro lado, el criterio dogmático inquisitorial que
rige en las bibliotecas públicas y universitarias, es un reflejo de la educación
medieval que recibimos. Es inconcebible que existan bibliotecas con secciones denominadas
“El Infierno”, donde se aíslan los libros más fundamentales para la investigación
cultural y científica. Esos libros son negados y prohibidos a estudiantes, por temor
a que sus ideas “les pierdan el alma”.
También en las bibliotecas públicas deben seleccionarse
los libros de lectura con un criterio ortodoxo y confesional, con la censura previa
de la Curia que dice en última instancia cuáles son los libros de “sana moral” que
no tengan “ideas corruptoras que envenenen a la juventud”.
O sea, que se está educando a la juventud colombiana
con los mismos sistemas oscurantistas e inquisitoriales de la Edad Media. Esta educación
está privada de las posibilidades de conocer la verdad. Es un fracaso. Una disciplina
de simulación. De intereses prefabricados para conformar al hombre colombiano de
acuerdo con los conceptos imperantes.
Trágicas consecuencias individuales y sociales trae
consigo la educación elaborada de antemano, seleccionada. Cuando el individuo reacciona
ante la presión educativa y se aventura en la libre investigación para conocer como
verdadero aquello que comprueba con su experiencia directa, entonces surgen las
contradicciones, la confusión, la desesperación del espíritu que no encuentra su
camino, ni su objetivo, ni sus fines éticos.
Todos los idealismos se derrumban, y con ellos, esas
esperanzas ingenuas que se pusieron sobre el mundo, sobre la vida, sobre la cultura
y sobre la trascendencia. El hombre colombiano, en la mitad de su torpe y oscuro
camino, se extravía en el más desolador escepticismo, por culpa de los sistemas
educacionales esclavizantes y tiránicos.
A partir de ese desconcierto surge la claudicación o
el abandono, dos maneras, de cometer el suicidio moral o intelectual. Claudicación
por negarse a aceptar una cultura elaborada con sofismas de distracción; y abandono
de toda esperanza, de la lucha, del dinamismo que se apaga y se repliega en una
angustia solitaria e infecunda.
No tiene más alternativa que claudicar de los estudios
en una decisión sublevada contra la cultura de simulación que se le ofrece, o adaptarse
a los estrechos moldes del conformismo espiritual de esa cultura.
Lo que demuestra que cualquiera sea su elección, el
estudiante colombiano elige siempre un fracaso.
VIII | El Nadaísmo es una posición, no una metafísica
Hemos
renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión
o idealismo filosófico. Nos basta la experiencia concreta, inmediata en lo infinitamente
ilimitada en posibilidades y valores que ella encierra.
Para nosotros los Nadaístas, éste es el mundo y éste
es el hombre. Otras hermenéuticas sobre estas verdades evidentes, carecen de sentido
“humano”: Las abstracciones y las entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el
dominio de la especulación pura y del simbolismo metafísico, producto natural del
anhelo del hombre por trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal,
más allá de todo límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza
idealista y poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en
lo Eterno. Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones.
Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre
y temporal, se realiza en planos concretos, y solo un dinamismo creador sobre la
materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en
la Historia de la cultura humana.
El hombre es lo Absoluto en la medida casual no necesaria
entre el accidente de su principio y de su fin. Este criterio excluye toda posibilidad
de trascendencia. El hombre elige sobre sus posibilidades inmediatas esta tierra:
la inmanencia.
El Movimiento Nadaísta es una posición temporal ante
el devenir del orden espiritual imperante en Colombia. Por lo tanto no es una filosofía
ni una metafísica. La especulación pura nos conduciría a la formación de una imagen
del mundo, que en lugar de unir el destino individual al destino histórico del hombre,
establece frente a él una lejanía, una separación fundamental...
La metafísica es una investigación sobre la muerte y
sobre las posibilidades trascendentes de la existencia. O mejor dicho, es una evasión
del Ser hacia el mismo Ser que se conoce. Es por eso la creación de un mundo para
sí, completamente ajeno al devenir histórico que es terreno privativo de la política,
que significa compartir el Mundo con los Otros.
Por consiguiente, la única “utilidad” de la metafísica
es el pensar sobre la muerte, porque el pensar sobre la vida es, precisamente, la
política.
Por su carácter esencial sobre ideas irreductibles a
la vida, la especulación pura no nos interesa como aspiración de trascendencia.
Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del ejercicio metafísico conduce a soluciones
sociales y terrestres de justicia, perfección o felicidad humana. Por el contrario,
su consecuencia es la desesperación y el desorden, y en ello se evidencia un fracaso
que nos descubre dos cosas:
Nuestra impotencia para conocer lo Absoluto —vocación
satánica del espíritu prometeico— y nuestro desamparo ante la muerte. De cuya encrucijada
dramática surge esta verdad: la existencia como un fracaso del hombre ante Dios.
En este plano de soledad, el hombre adquiere su trágica
medida, fruto desesperado del conocimiento. Pero esta desesperación es gratuita,
a priori, por esta razón: la muerte es una cuestión pura, una abstracción, pues
no es real como experiencia de los vivos, debido a su carácter de elemento ideal
de conocimiento.
Por eso creemos que el camino hacia la trascendencia
empieza con una atracción a la vida, o de todos modos con una renuncia. El ser concreto
se desplaza con su inquietud metafísica hacia el No Ser. El sentimentalismo del
hombre inseguro de sí mismo, lo hace refugiar en la consolación de los mitos que
crean para su temor el idealismo o la religión, con soluciones hipotéticas para
responder al interrogante misterioso que abre la muerte.
Transmutan lo inmediato, la inmanencia, a cambio de
la posibilidad que fundamenta el anhelo humano de trascender, por el miedo de que
todo termine aquí, en el Más Acá. Para algunos, es la religión lo que señala este
refugio. Para otros, es una filosofía de la desesperación que propone un idealismo
romántico consistente en una transmutación de valores del espíritu y la cultura
para que trasciendan en alguna forma o fuerza indestructible después de la muerte:
una especie de reencarnación sin cuerpo, inmaterial pero entitativa, pues no aceptan
que la existencia vivida como una función superior del espíritu, se derrumbe miserablemente
con el accidente de la muerte, a manera de un recipiente viejo y gastado que se
consumió en la acumulación de esas fuerzas.
Estas son actitudes religiosas y espiritualistas.
El Nadaísmo desplaza sus preocupaciones metafísicas
y antropológicas hacia una concepción del hombre social enmarcado dentro de la inmanencia.
Su ética será por eso una ética para la tierra para la Historia, para la existencia
en sí.
IX | Prohibido suicidarse
A
pesar de todo, no vamos a matarnos. El Nadaísmo es un vitalismo que limita para
este tiempo y para este mundo todas nuestras posibilidades de fijación histórica.
Sólo se vive una vez, y sólo una vez se muere. La existencia es un gran acontecimiento.
No vamos a negarla. Esta no es una filosofía de la desesperación ni de la muerte,
sino una conducta de la vida.
Franz Kafka aconsejaba para una ética de la existencia:
“No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece
terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.
La idea del suicidio es algo que no ajusta dentro de
nuestros sentimientos morales —no religiosos—, sino más bien de esa moral que inspira
la naturaleza a la que somos fieles por convicción filosófica, por devoción a ese
mínimo de posibilidades y complacencias a que tiene derecho todo hombre por el hecho
de serlo.
Todos los días renovamos esta fe sobre los despojos
de las viejas creencias que nos hacían estimar la vida por otros conceptos: el del
temor al infierno, la obediencia a las leyes divinas, el sentimiento de culpabilidad
congénito al hombre por el pecado original.
Pero al consultar uno sus recursos para defenderse de
tanto veneno sofístico que enajena la conciencia, está la hermosa ley de la naturaleza
en la que nos hemos confiado. Pienso, pues, que la ventana de mi cuarto está demasiado
alta, y eso despeja los temores y las dudas en lo que se refiere a mi voluntad de
vivir. Porque el miedo de mi libertad es, en última instancia, miedo al vacío.
El Nadaísmo rechaza dentro de su sistema de valores
el suicidio, por considerarlo como un atentado contra la integridad del Ser, el
acto negativo de la existencia.
Ninguna desesperación por muy extrema que sea, ningún
temor de terminar aquí, ningún vencimiento moral o material lo justifica. El hecho
de vivir es superior infinitamente a cualquier fracaso, pues en ese fracaso sólo
termina una posibilidad, en tanto que la vida es la aceptación permanente de posibilidades
infinitas.
X | Hacia una nueva ética
Aspiramos,
como posibilidad, a que el Escritor Nadaísta sea un Escritor-Delincuente. O mejor,
que la estética y la ética jueguen en el mundo de su elección como valores correlativos
y complementarios. En tal forma que al elegir la belleza pueda elegir también el
crimen, sin que en estos dos actos haya contradicción ni posibilidad de que el artista
pueda ser juzgado o condenado con las leyes prohibitivas de una moral externa y
Universal.
Su pasión por la belleza puede conducirlo a su pasión
por el delito, sin coacciones ni vestigios de remordimientos. No se trata de postular
un sistema de valores para criminales vulgares, ni para los viejos protegidos de
la retórica y de la belleza clásica. Esta es una ética para los Nadaístas quienes
se elevarán siempre sobre los remordimientos y sobre los pecados ordinarios que
estamos obligados a despreciar. Para nosotros no existen los muros coercitivos del
código penal que oponen a la libertad del artista un mundo de respetos y prohibiciones
burguesas.
Reclamamos para nosotros el privilegio de los delitos
extraordinarios, aquellos que no están contemplados en el formulismo legal. Algún
día seremos juzgados, si es que vamos a pecar, por los códigos de la nueva ética
Nadaísta.
XI | La soledad y la libertad
Será
necesario hablar sobre la soledad del artista y sobre sus orígenes.
Nos quejamos, frecuentemente, de que los artistas somos
unos tipos tristes y solitarios. En esta queja el artista formula una debilidad
de su naturaleza sensitiva, y apela a la compasión del mundo. Pues se siente incomprendido,
sacrificado, quemado en el fuego de su pasión creadora, reducido a crear la belleza
entre muros inexpugnables de soledad.
He allí el origen de su mal. Su elección culpable. Él
mismo elige la soledad en medio de los hombres. Se siente un símbolo que supera
la condici6n humana; se determina voluntaria-mente como una abstracción; asume distancias
y perspectivas sobre el mundo concreto que identifica con la vulgaridad, la miseria,
el cretinismo, lo popular, y se eleva sobre las estulticias de ese mundo “infrahumano”,
en un impulso purificador hacia lo alto en el que deja de sentir la gravitación
de la tierra, para fabricar su mensaje incorruptible en el cielo de las esencias
puras y liberadas.
Al lograr esta liberación mediante un espejismo de valores,
el artista se constituye en el arquetipo de la perfección, en un mortal entre los
dioses, o si se prefiere, en un dios entre los mortales. Diviniza su naturaleza
humana deseoso de hacerla participar en la santidad y el heroísmo, tipos abstractos
de perfección y de grandeza.
Esta elección de sí mismo, en que el artista se prefiere
y se elige contra el mundo y por encima del mundo, lo conduce inexorablemente a
un destino de soledad perpetua.
La sociedad burguesa y capitalista ha sido prodiga en
la cosecha de esos monstruos platónicos y solitarios.
Esta soledad equivale en el piano de las relaciones
humanas a la inmanencia. El artista solo tiene una forma de salvarse, de eludir
esa soledad, trascendiendo mediante la libertad, fijando en el mundo inmediato sus
raíces existenciales y sus compromisos.
Porque nadie puede sentirse solo si tiene ante sí la
presencia de otro hombre que pisa la misma tierra, con un destino más o menos común
ante la vida y ante la muerte. La soledad es, de tal manera, un espejismo, un imposible
metafísico. Apenas podemos concebir una soledad del hombre ante Dios, pero esta
búsqueda de Dios tiende un puente que parte del anhelo humano de cristalizar una
trascendencia en lo Divino, y que debe terminar en la orilla extrema, en la que
sorpresivamente el hombre se encuentra con su propia imagen. En el fracaso ante
Dios, el hombre se encuentra a sí mismo en el descubrimiento de esa trágica y exaltadora
verdad de su condición humana de ser un hombre, un simple hombre entre los mortales.
A partir de entonces, la tierra que desprecio es exaltada como su paraíso, y los
puentes se tienden, no ya sobre la aventura del vacío, como obras de ingeniería
metafísica, sino sobre los planos concretos de una moral que parte del hombre y
que termina en el hombre.
En esta forma quedan destruidos los falsos cimientos
de la soledad, y la misma muerte aparece como un acto compartido, cuando la vida
que la precede ha sido una proyección de valores espirituales en la Historia.
La condición espiritual del artista afronta los peligros
de esa doble tentación solitaria que hunde sus raíces en la búsqueda de valores
trascendentes, y en la propia creación de la belleza. La aspiración de una falsa
belleza inhumana lo traiciona. Elude al hombre y sus compromisos con él, por el
temor de enturbiar en su contacto el producto incorruptible de la belleza “ideal”.
En su acto onanista, le niega al hombre las posibilidades voluptuosas de participar
en su creación. En esta negación, su soledad brota como un fruto. Y sin embargo,
es a los mismos hombres a quienes apela para confesar su soledad, y reclamar de
ellos una piedad para su genio. En este drama es el único actor, y hace a la vez
el papel dramático de la víctima y el irrisorio del verdugo.
Al separarse el artista del hombre, este se aleja de
aquel. Pero el hombre no es aquí un sacrificado, sino apenas un espectador conmovido
por la tragedia del artista. Él está allí, callado, abierto como una posibilidad
salvadora, esperando el llamado del artista, que solo tiene para salvarse esa posibilidad
trascendente. Al llegar al hombre por el camino de su libertad comprometida en su
destino, su soledad se rompería, como quebrada por un golpe.
El artista podría perderse si se negara esa posibilidad,
Si no da ese paso hacia su propia liberación. Pues la soledad como sistema de vida
y base de valoración de los actos humanos, crea un drama peligroso para el artista:
el drama de la Conciencia-Límite. Porque en esta Conciencia-Límite no hay nada ni
nadie, no están los Otros para uno saber que se ha elegido libremente frente a ellos.
No pasaría de ser un acto gratuito en el vacío, el espejismo engañoso de una libertad
aparente. Y en este fracaso de la libertad, el artista se hunde en sí mismo, y con
él, el mundo movedizo que lo sostiene.
La auténtica libertad intelectual se da, pues, como
superación de una resistencia humana que se le opone como su posibilidad de negarla
o afirmarla. De ninguna manera puede darse con referencia a la nada o a lo absoluto
que determinan su negación.
La libertad es, en síntesis, un acto que se compromete.
No es un sentimiento, ni una idea, ni una pasión. Es un acto vertido en el mundo
de la Historia. Es, en esencia, la negación de la soledad.
El artista solitario no debe pedir piedad al mundo que
traiciona. En lugar de esa cobardía, debe elegirse un hombre y un artista comprometido,
si quiere dar el salto sobre la soledad que lo destruye. Ese salto sólo puede darse
para caer de pie en el mundo del hombre, en el propio corazón de su esencia. No
puede darse sobre el hombre por el peligro de eludir ciertas leyes de gravedad del
espíritu, que podrían lanzarnos con una fuerza inhumana y misteriosa a la seducción
de lo angélico.
XII | El Nadaísmo y los Cocacolos
Estoy
de acuerdo con los “Cocacolos” en esta verdad que yo descubro en su adorable conducta
instintiva. No hay que aceptar al mundo como es, sino como uno quiere que sea.
¿Qué generación es esa tan importante para que este
destinada a ser la generación del Nadaísmo?
Trataré de dar una definición aproximada de la personalidad
que conforma y distingue a un Cocacolo:
Es un tipo adónico que no ha llegado a la edad de la
razón, en el sentido en que no ha aceptado la vida como un acontecimiento serio,
con deberes, responsabilidades y compromisos.
Siente hondamente la pasión de vivir. Es una existencia
vacía de ideales, más cerca de las emociones que de la reflexión.
Cambió, en un excelente negocio, la metafísica y el
cielo por el deporte y el baile; las iglesias por los estadios olímpicos; la biblioteca
por la cancha de tenis; las aulas académicas por el cinematógrafo. Se cuida más
de su apariencia ex-tema que de la vida interior.
No le importa el camino ascético que conduce a la perfección
del Alma. En lugar del arduo sendero de la virtud eligió la satisfacción de los
instintos naturales.
Para él no significa nada la frase tonta de Sócrates:
“Conócete a ti mismo”.
La muerte no es para él una puerta que abre posibilidades
trascendentes, sino un lúgubre renunciamiento al baile, los besos, la embriaguez,
las luminosas chaquetas Mc Gregor, la última moda, el viaje a la Luna, el triunfo
de los bolcheviques.
Perfumado, seductor, sufre el éxtasis del bolero, y
siente la fascinación voluptuosa del rock and roll.
Capaz de todos los excesos brutales y de renunciamientos
generosos.
Ingenuamente identifica el bien y el mal, el vértigo
de la muerte heroica y de la muerte estúpida.
Es indistintamente alegre al soñar que al despertarse.
Carece de ideales concretos. No tiene rumbos, ni objetivos, ni dirección. Vive extraviado
en el presente. No trasciende bajo normas espirituales.
Para él, la vida es lo inmediato: un pasar, un dejar,
un estar. No tiene destino ni proyección. No va hacia ninguna parte, no viene de
ninguna otra. Se detiene en el éxtasis sensual y la vida ociosa.
No tiene respuesta para ninguna pregunta. Pero no se
pregunta nada. No se conturba con la idea del Pecado Original ni con las hipótesis
científicas de Darwin o los Creacionistas sobre el origen del hombre.
No le importan las causas primeras ni los fines ulteriores
de la existencia.
Le interesan más las sensaciones que los significados.
Se desmaya en los instantes de la ternura. No resiste la crudeza de la vida erótica.
Depende en tal forma de sus padres en lo económico y
en lo espiritual, que ha terminado por enamorarse de ellos, contrayendo el complejo
de Edipo (los jóvenes), y de Electra (las jóvenes).
Pero se ha edificado contra el puritanismo familiar
su propia moral hedonista.
Su ideal intelectual es ser librepensador, pero no tiene
pensamientos libres, ni de los otros.
Le gusta ser comunista y existencialista para desobedecer
a sus padres, y para que sus amigos piensen que es un inconformista y un revolucionario.
En la posibilidad de elegir su fórmula de amor, eligiría
el amor libre.
Es sano y sensual, romántico de una manera apasionada.
Es libertino en las fondas sociales y mundanas, pero casto en el fondo de su corazón.
No tiene dudas. Desconoce los abismos del sufrimiento
y de la miseria. No se decepciona porque nada espera.
Hace revoluciones heroicas y a la hora de la victoria
renuncia a sus conquistas y pacta con el conformismo y la mediocridad de sus enemigos.
El Cocacolo es eso. Pertenece a una generación innominada
que irrumpe como una claridad al fin de la larga noche de la burguesía colonial.
Nace mientras agoniza una sociedad decadente que se
derrumba estrepitosamente con sus ídolos, sus adoraciones, sus mitos estéticos y
políticos y la ingenua fe de sus mayores.
Ante esa catástrofe social, ante esa desintegración
de la estructura del viejo orden burgués, esta generación sigue sin decidirse, temerosa
de entrar en la Historia, de ser una generación histórica.
Esta generación de jóvenes eunucos mentales sólo tiene
un camino para asumir su propia conciencia histórica: ¡Ser la Generación Nadaísta!
Por hoy nadie cree en ellos, pero lo que es injustificado:
ellos mismos no creen en sí. Sus viejos tutores y Maestros los vienen engañando
con su despotismo intelectual y sus intransigencias morales. Sus conductores espirituales
les han ocultado su poder, su inteligencia natural, su gran corazón inmaculado.
Relegados al olvido y a la impotencia, victimas del
desprecio, subestimados en sus grandes posibilidades, ellos se han refugiado en
un estéril conformismo, inconmovibles a las ideas, a la belleza y a los valores
éticos.
Porque ellos saben, como por un iluminado presentimiento
de intuición salvadora, que su camino está más allá de esa moral, de esos idealismos
y de la falsa belleza que les proponen los que llegan melancólicamente al crepúsculo
de la vida, sin más herencia para legar que su propio fracaso.
Hostiles a la aceptación de esa herencia que nos disimulan
con un orden de valores aparentemente estables, la generación de los Cocacolos ha
renunciado al bien, a la virtud, al orden y a la belleza, porque sabe que esos valores
representan unos idealismos bastardos y anacrónicos que exigen la renuncia a la
libertad, al mundo y a la pasión de vivir.
Podría decirse que esta generación está hipotecada al
silencio, esperando su primera oportunidad para romper las ataduras de la tradición,
y lanzarse explosivamente a la gran aventura de su libertad.
Sus últimos 15 años fueron años de ausencias y conformismos.
Pero no es enteramente su culpa. La sociedad les teme y los controla con sus catecismos,
sus leyes coercitivas, su moral puritana.
La educación, la familia, la religión, la política vienen
cumpliendo esa función inquisitorial y sedante sobre el espíritu casi inerme de
la juventud, logrando tan desastrosamente sus fines de opresión, que esa juventud
se ha postrado en forma ingenuamente ante falsos ídolos y fetichismos, aclimatada
en la inacción y la indiferencia, corno discípulos leales de la filosofía del respeto.
La generación de los Cocacolos ha nacido y crecido en
tiempos difíciles en que no han sido posibles ninguna fe verdadera, ninguna revolución
salvadora, porque la sociedad no ha permitido ninguna fe ni revolución en su nombre,
sino contra ella.
Tal es el origen insurgente del Nadaísmo. Porque la
juventud ha sido testigo del oprobio de tiranas políticas, familiares y educativas,
limitada por una moral uniforme que sacrifica sus jerarquías intelectuales y revolucionarias.
Un día se sacudió —el 10 de mayo—, incapaz de resistir
más abominaciones, y demostró su pasión por ciertos ideales para tener conciencia
de su dignidad de seres libres y de su gran poder de decisión histórica.
Ese día aportó su sangre y el sentido heroico del sacrificio
para derrumbar una tiranía castrense que al fin de cuentas fue una vergüenza que
defraudo la fe de los colombianos y cubrió de ignominia la libertad y la cultura.
Esa sacudida de los Cocacolos hizo temblar de la raíz
a la altura el engranaje blindado del gobierno militar que postergaba para nunca
la necesidad de una revolución económica y espiritual que nunca llegó, y que sigue
siendo impostergable.
Ese día se hizo respetable y admirable para el país.
Pero constituyo, después de todo, un salto en el vacío, en el que nada ganó históricamente
como generación.
Por lo menos le quedó el prestigio de su valor, el eminente
peligro que implica para el orden actual. Los Cocacolos forman por eso una generación
que yo llamo desde ahora: La Generación de la Amenaza. Vamos a asumir ese título
y a responder por él. En el desplazamiento cíclico y evolutivo de la Historia, ella
no representa sino una generación biológica.
El Nadaísmo le formula su camino.
¿Podrá ser una generación histórica?
Eso depende de su elección. Y su única posibilidad de
salvarse es eligiendo el Nadaísmo como destino espiritual y misión revolucionaria,
al aceptar la rebelión permanente y la pasión destructora como sistema de acción,
de ideas y de vida.
Su alternativa es esta:
Aceptar el Nadaísmo para salvarse, o rechazarlo para
suicidarse históricamente. Los Cocacolos deben elegir.
Pero que cada cual asuma la responsabilidad y los riesgos
de su elección por su propia cuenta, sin el consejo de sus padres, de sus confesores
y de sus Maestros. Ellos enajenarían de sofismas su libertad y su conciencia.
XIII | No dejaremos una fe intacta, ni un ídolo en su sitio
La
sociedad colombiana necesita esta revolución Nadaísta. Destruir un orden es por
lo menos tan difícil como crearlo. Aspiramos a desacreditar el ya existente por
la imposibilidad de hacer las dos cosas, o sea, la destrucción del orden establecido
y la creación de uno nuevo.
No disponemos de recursos económicos ni elementos humanos
para realizar semejante empresa transformadora. Al intentar este Movimiento Revolucionario,
cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis,
luchar por liberar al espíritu de la resignación y defender de lo inestable la permanencia
de ciertas adoraciones.
En esta sociedad en que “la mentira está convertida
en orden”, no hay nadie sobre quien triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar
contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos.
Al proponer a la juventud colombiana este Movimiento
para que se comprometa en una lucha revolucionaria contra el actual orden espiritual
y cultural del país, yo sacrifico, tanto como ella, lo que esa sociedad podría ofrecernos
a cambio de nuestro silencio.
En la alternativa de claudicar para merecer los honores
y las recompensas de la sociedad cuya mentira vamos a combatir o de renunciar a
eso para quedarnos en el martirio, elegimos el martirio como una vocación, como
el acto más puro y desinteresado de nuestra libertad intelectual.
Aceptada esta decisión, la misión es esta:
No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo
lo que está consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia será examinado
y revisado. Se conservará solamente lo que esté orientado hacia la revolución y
que fundamente, por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad
nueva.
Lo demás será removido y destruido.
¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa, desde el
punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un Destino.
• ÍNDICE
ARC121N01AA00 ALBERTO
AGUIRRE | Gonzalo Arango, solo para recordar
ARC121N02AR00 ARMANDO ROMERO | El Nadaísmo, así pasen cincuenta años
ARC121N3FM00 FLORIANO MARTINS | Armando Romero y el tiempo en la esfera quemante del Nadaísmo
ARC121N04JAL00 JOSÉ ÁNGEL
LEYVA | Jotamario Arbeláez, la fe nadaísta
ARC121N05MDJ00 MARÍA DOLORES JARAMILLO
| La poesía erótica de Amílcar Osorio
ARC121N06MDJ00 MARÍA DOLORES JARAMILLO
| Los aportes del nadaísmo
ARC121N07OC00 OMAR CASTILLO
| Recreaciones de la poesía nadaísta
ARC121N08OC00 OMAR CASTILLO | Signo
indescifrado, los poemas de Alberto Escobar Ángel
ARC121N09OC00 OMAR CASTILLO | Vana stanza, diván selecto, de Amílcar Osorio
ARC121N10OJGH00 ÓSCAR
JAIRO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ | Gonzalo Arango y el Nadaísmo
*****
Edição preparada
por Floriano Martins. Agradecimentos a Omar Castillo,
Óscar Jairo González Hernández e José Ángel Leyva. Página ilustrada
com obras de Jacques
Callot (França, 1592-1635), artista convidado
da presente edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 121 | Outubro de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO
MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
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