Nuestros cálculos erraron en anticipar este escenario; o tal vez, en
un exceso de optimismo, no pensamos que la enfermedad, la miseria humana y política,
serían tan abarcadoras. En todo caso, este es el entorno que nos corresponde, la
convivencia con lo infausto, devenida en lugar común y punto de convergencia.
Bajo este contexto de una opacidad que promueve ascua y asombro, aparece
Alfabeto del Mundo, colección de poesía propuesta por Editorial La Castalia y Ediciones
de la Línea Imaginaria, sellos editoriales de Mérida, Venezuela y de Quito, Ecuador;
que conjugando esfuerzos han construido un mapa expansivo y poderoso, catálogo que
aúna a grandes referentes de la poesía de Latinoamérica, el Caribe y España; y que
está concebido como un ejercicio de resistencia transfronterizo.
Resistir a la enfermedad y al miedo, resistir a la insatisfacción y
al asco; resistir con poesía.
Una iniciativa original y extraña, que deslumbra; en primer lugar por
apostar por literatura de libre acceso y de excelente calidad, pues los veintidós
libros que por ahora conforman este muestrario, se distribuyen de manera digital
y gratuita en las páginas de ambas editoriales. Algo desconcertante en una época
en la que prima la novedad cultural y las modas, donde se prioriza la venta y el
rendimiento económico sobre la calidad y el valor artístico de las obras.
Otro detalle destacable e inesperado, es la estrategia implementada
para promover la colección. Los títulos han sido presentados en conjunto, en tres
entregas realizadas en el lapso de un año. Entendemos que el interés es enfatizar
en las conexiones que se construyen al agrupar a distintas voces poéticas de Iberoamérica,
en un solo tejido subyacente, que pone en tensión los discursos y el sentido mismo
de la literatura; propiciando una lectura más amplia y rica, además, de generar
una aproximación a la diversidad y brillantez de la poética contemporánea realizada
en nuestro idioma.
Es sutil, pero constituye un acto de subversión a las prácticas editoriales
convencionales, que prefieren dar visibilidad individual a cada ejemplar, con lo
que el concepto de colección queda relegado a un sentido más funcional de clasificación
genérica, restando posibilidad a una propuesta de universo discursivo ampliado,
que es lo que promueve Alfabeto del Mundo.
Lo hecho por Editorial La Castalia y Ediciones de La Línea Imaginaria
resulta apabullante, desmedido y hermoso; tanto por la insubordinación a los usos
y costumbres de la gestión cultural habitual, como por la trascendencia y la valía
de los textos que nos ofrecen.
Esta parece ser la motivación mayor de los curadores de esta estupenda
selección de títulos, José Gregorio Vásquez, Aleyda Quevedo y Edwin Madrid, quienes
ofrecen con una generosidad encomiable, lo que consideran es poesía digna y resplandeciente.
No creo que exista acto de amor más grande que este; recomendar un buen libro.
Es notable además, la búsqueda de la totalidad en la concepción de
este proyecto, no es casual el haber elegido como nombre para esta colección: Alfabeto
del Mundo, que rinde homenaje al libro homónimo del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo. Pero que además encaja bien con la pretensión titánica de este ejercicio editorial, de mostrarlo todo de una sola vez, un universo poético complejo, enorme y vastísimo.
Para el filósofo austriaco Ludwing Wittgenstein el lenguaje define los horizontes de nuestro universo,
lo que no se encuentra nombrado no existe, por tanto, la capacidad expresiva que
poseemos determina las fronteras de nuestro conocimiento. La comprensión del mundo
está atravesada por el dominio y entendimiento de los sistemas lingüísticos, y por
la destreza para conjugar los distintos signos que conforman los alfabetos humanos.
Esta idea no es nueva, los antiguos cabalistas hebreos solían utilizar una máxima para enfatizar el poder que tienen las palabras. Incluso, en las consideraciones más clásicas del Cristianismo y del Judaísmo, el Verbo creador es Dios. La máxima a la que hago referencia, y que explica la capacidad del lenguaje para delimitar las fronteras de nuestra existencia es: “Todo está contenido del Aleph al Tau”.
Lo que quiere decir que el mundo y sus posibilidades temporales, sus contingencias y sus espurias victorias y felicidades caben de la A a la Z y del Alfa al Omega.
El alfabeto viene a ser la puerta de entrada a la comprensión universal, por eso en el mítico cuento de Borges el Aleph, esa pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable
fulgor, cuyo diámetro sería de dos o tres centímetros, pero que constituye el espacio
cósmico sin disminución de tamaño, recibe el nombre de la primera letra del alfabeto
hebreo, simbólicamente Borges nos dice que el lenguaje es el único vehículo para
aprehender al universo, sería el espacio improbable y privilegiado desde donde podemos
acceder a todos los actos y a todos los tiempos que conviven, de forma transparente
y sin superposición.
Leer ha sido la única vía posible para conectar con la voz humana y
con su elusivo espíritu, en medio del distanciamiento y de las lejanías, de los
olvidos que se van acumulando y de los atroces actos de los ignominiosos, leer se
convierte en un acto de resistencia, de enojo, de sobrevivencia, para no perder
la conexión con la humanidad.
La poesía es distinta a la narrativa, su sinceridad e incluso la transparencia
son indispensables para que funcione, para que no se sienta como una imposición,
como una lucha tonta, el ejercicio poético tiene que ver con esa capacidad de extraer
la esencia a las carcasas, a los cuerpos, a las piedras, como una prensa potente
que solo saca el jugo básico, lo indispensable y desecha el resto, prescinde de
lo que es denso y pesado, apuesta por lo sustancial.
Esto queda patente en
esta preciosa colección, tan extensa y profunda pero a la vez esencial, que lega
una variedad de registros casi inagotable. En esta experiencia diáfana y confrontadora,
transparente y humana, encontramos títulos como golpes, versos que reverberan. Refiero
unos pocos, aunque todos los libros elegidos tienen calidad uniforme y extraordinaria.
Con la poesía de Samuel
Vásquez podemos deambular mirando de cara al cielo, preguntándonos por Dios, increpando
en un justo odio, el odio que muchas veces he sentido durante este año, en sus voz
intrincada y solitaria uno se desgañita la garganta y a veces termina compadeciendo
la levedad humana.
En mi lectura de Ana Lafferranderie
encuentro el amor, como un fragmento mínimo, un juguete de hace milenios, de una
infancia extraviada, ese bracito que le faltaba a la muñeca, ese casual descubrimiento
de lo mínimo que a la vez es tremendamente expresivo. Ayer tenía prendidos estos
versos de uno de sus poemas, estaban clavados en mí cabeza acompañando mi ánimo
cetrino. Es de lo que hablo, poesía que pervive:
Nacer de nuevo,
nacer de otra energía
descanso que se sueña con los ojos abiertos,
con la mira en un punto imposible.
Es la idea de hoy, en un rato se cae en dos días
se olvida.
Se olvida esta puntual forma del miedo.
Miedo que se reconoce al cerrar puertas,
se nombra en lenguaje de señas, se alisa en las
hojas
En la poesía de
Aleyda Quevedo vemos de forma directa el océano y su marina feminidad, pero eso
solo a simple vista, en el buceo profundo entendemos un rigor absoluto, una postura
de vida que parece inquebrantable, un culto prolijo a la palabra, que provoca envidia
y también una profunda reverencia, cariño por la poesía y cariño por las potencias
de la existencia.
El muestrario
es lúcido y a veces nos vaticina tragedias, hay concreción y también soltura, comedimiento
con el lenguaje, párrafos largos y versos breves y demoledores. Es increíble encontrar
en esta colección nombres tan potentes como el de Curbelo, Courtoisie o Cerón, y
libros tan bellos como el de Mayra Santos Febres, y de tantos otros nombres a los
que hoy solo puedo rendir admiración.
Por esto mi gratitud
enorme al trabajo editorial realizado al concebir este sueño, eso y mi defensa absoluta
a este ejercicio arriesgado que es un acto de valentía y de verdadero amor.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 176 | julho de 2021
Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)
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