segunda-feira, 20 de setembro de 2021

JAVIER PAYERAS | Últimos rounds: narrativa guatemalteca contemporánea

 


“Novela de poeta”, he leído esta definición muchas veces cuando se refieren a mi trabajo. No podría ofrecer una explicación al respecto. No entiendo esa categoría, como no entiendo el “Poemario de novelista” o la “novela de ensayista”. Las fronteras que alguna vez me dijeron que separaban la narrativa de la poesía y del ensayo se han borrado de mi mapa.

Tuve un maestro de escritura creativa, que era un señorón del siglo XX que no me enseñó a escribir, sino a leer. Como un ejemplo digno de su época, para él todo era Hemingway, Faulkner, Joyce y Steinbeck. Rudos, ásperos, directos, sin ambigüedades. Para entonces ser poeta era escribir en verso como Dylan Thomas, César Vallejo o Eunice Odio. Se hablaba de prosa poética cuando alguien mencionaba a Cocteau, Lezama Lima o Virginia Woolf. ¿Por qué? La respuesta es simple: La inquisición de la teoría crítica cayó encima de los géneros narrativos mixtos. “La novela y el cuento tienen estos elementos anote:”, y comenzaba el decálogo del buen cuentista o del genial narrador. De inmediato las referencias a Chéjov, Cervantes, Dostoievski y el sacrosanto Gustave Flaubert, capaz de dedicarle cincuenta hojas a la descripción de un candelabro.

Los escritores latinoamericanos a mediados de los setentas ya estaban inscritos en la secta del buen novelista. Todo era “la técnica narrativa”. ¡Oh el estilo!, ¡la construcción del personaje!, ¡la trama!… en mi caso todo me parecía interesante, pero no encontraba nada de eso en las novelas de Julio Cortázar, en los relatos de Borges, en Pedro Páramo de Juan Rulfo, en la narrativa de Reinaldo Arenas ni en la obra de Miguel Ángel Asturias. Ninguna encajaba en ese modelo unidimensional de construcción narrativa que pontificaban una gran cantidad de científicos de la literatura. Quizá mi desintoxicación de esa sobredosis teórica vino de leer a escritores norteamericanos posteriores. Leer a Donald Barthelme, Thomas Pynchon, William S. Burroughs, Philip K. Dick fue lo que me dio la pauta. Para el siglo XXI la literatura abandonaría los géneros y se abriría a las propuestas híbridas.

Desde mi punto de vista es muy difícil hablar de los narradores guatemaltecos contemporáneos sin explicar todo esto. Pienso que lo que me interesa leer es lo que a me gustaría escribir. Así que puedo dar una lista de nombres y libros que conozco muy bien, para hacer un mapa de autores que pueden abrir las ventanas y oxigenar las referencias literarias que se tienen de la región, omitiendo, por supuesto, mi nombre y mis libros de esta lista, no me toca a mí incluirme dentro de ninguna lista ni de ninguna antología.

Libros imprescindibles para hacer un inventario narrativo de Guatemala:



Ni Hermosa ni Maldita: aunque puede que sobren autores o quizá los relatos escogidos no sean sus mejores trabajos, pienso que este trabajo de Luis Méndez Salinas y Eduardo Villalobos define la cartografía más exacta de lo que está sucediendo actualmente en el relato. Abarca escritores nacidos desde la década del sesenta hasta la del ochenta. Añade nombres que permanecían ocultos del radar crítico. Fundamental punto de partida.


El Material Humano, Rodrigo Rey Rosa: Una investigación de la política como delirio paranoico. Este libro que la mejor literatura se produce al romper el dique del miedo que nos mantiene encerrados. El miedo desde el miedo. Esa sombra sobre un estado guatemalteco que ha procurado organizarse bien en todo lo que se refiere a la persecución, corrupción y exterminio del pensamiento.


Completamente Inmaculada, Francisco Méndez: Historia delirante de una persecución por toda Centroamérica buscando una relación perfecta e inexistente. Su narrador está lleno de una vitalidad y misantropía que nos hace dudar si no es el libro el que nos está leyendo a nosotros. Méndez ha trabajado mucho desde esta novela escrita a principios del milenio, cientos de páginas dedicadas a su policía Wenceslao Pérez Chanan lo comprueban.


Fiticón, Gerardo Guinea: Informe moral del clima de Guatemala de inicios de los dosmiles. Guinea abarca muchas cosas en este libro, quizá su personaje encierra adentro muchas de las incertidumbres que llenan a los intelectuales sobrevivientes de la represión política. Sin heroísmos, esta novela (si queremos reducirla a tal término) habla del reacomodo ideológico de una generación que aún busca escribir su propia historia.


Con pasión absoluta, Carol Zardetto: El juego de palabras en su título encierra la clave de esta historia. La compasión absoluta surge al retornar, luego de una larga estancia, a un país completamente congelado en el tiempo. Las duras conclusiones a las que llegamos cuando sólo sentimos el tiempo transcurrir dentro de nosotros y no en los demás, como si estuviéramos en el ojo de un huracán.


Conjeturas del engaño, Ronald Flores: Imprescindible el humor y el exceso en ciertas novelas de Flores que toman como blanco alguna representación simbólica. El suicidio de un intelectual en la Plaza Central de la Ciudad de Guatemala da continuidad al personaje de “escritor amueblado” que documenta genialmente Augusto Monterroso en Lo Demás es Silencio. No creo que la brevedad ni la extensión sea la medida para valorar un libro, este es un libro magro que anticipó (2005) a mucha de la literatura contemporánea que luego se haría en Centroamérica.


La Flores, Denisse Phe Funchal: Fundamental retrato de época. Cuidado línea por línea para que no se pierda detalle a descripciones cuantiosas y sorprendentes. El personaje femenino atrapado en un tiempo que podría ser todos los tiempos en estas regiones del trópico.


De cabo roto, Eduardo Halfon: Bueno, una novela recibida fríamente en Guatemala, tuve la oportunidad de leerla y hacer quizá la única reseña que se hizo en un periódico local. Una académica detectivesca acerca de la improbable visita de Cervantes a América. Interesante ruta para la ficción donde la realidad puede argumentarse desde la ficción. Halfon es un enorme narrador, completo y riguroso.



Retrato de borracho con país, Eduardo Juárez: No conozco un libro que abarque la marginalidad del alcohol en la ciudad de Guatemala con tanto detalle. Sin redenciones ni discursos, el relato de Juárez alcanza niveles muy altos de sensibilidad a través de situaciones-diálogos y alucinaciones. Es notoria la influencia de autores como Denis Johnson, Hubert Selby Jr o Chuck Palahniuk.


Los Amos de la Noche, Estuardo Prado: Marginal y delirante. Un relato de drogas, dragqueens y alucinaciones. Una mezcla entre el Último Round de Julio Cortázar y Ryu Murakami. Imprescindible.


Megadroide morfo-99 contra el samurai maldito: Julio Calvo Drago: Entre los experimentos narrativos inalcanzables y completamente esquizoides de la literatura latinoamericana reciente. Imágenes y textos que nos revientan en los ojos. Abominación para los puristas del estricto modelo narrativo que nos heredó papá Balzac.



Los Jueces, Arnoldo Gálvez: Demasiado joven para escribir historias tan perfectamente hiladas. Podría decir que su narrativa se construye a la vieja manera de hacer novelas. Pero conmueve en su capacidad de llevar situaciones al límite y al despedazar la imagen apacible de una clase media encerrada en la certeza de seguridad y confort para la “gente de bien” que ofrecen los guetos urbanísticos. Ojo que puede ser uno de los más talentosos escritores de lo que va de este siglo.


Mucho de lo que abarca la narrativa actual se escribe a partir de la narrativa breve, término al que le tengo enorme afición. Ni más ni menos difícil que una novela extensa, un libro de relatos breves puede ser un compendio de muchas cosas, como ver directo al flash, la iluminación speed donde cabe el humor, el miedo, el deseo y otras aficiones humanas:


Stereo Offset: Pablo Bromo. El puñal y el corazón: Luis Fernando Alejos. Génesis y encierro: Rafael Romero. Simplemente una invitada: Lorena Flores Moscoso. Diario de cuerpos: Midred Hernández. Sala de espera: Maurice Echeverría. Triciclo: Juan Calles. Satanás cabalga mi alma: Julio Prado. Perzona: Juan Pensamiento Velasco. Obelisco 65, Pep Balcárcel. Perro en llamas, Byron Quiñónez. Inflamable: Leonel Juracán. Después del fin: Vania Vargas y entre los narradores más recientes puedo añadir: Carlos Roberto Calderón del Cid; Engler García, Valeria Cerezo, Martín Díaz, Alejandro Torún y Ro­drigo Fuentes. 



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Número 181 | setembro de 2021

Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)

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