Tuve un maestro de escritura creativa, que
era un señorón del siglo XX que no me enseñó a escribir, sino a leer. Como un ejemplo
digno de su época, para él todo era Hemingway, Faulkner, Joyce y Steinbeck. Rudos,
ásperos, directos, sin ambigüedades. Para entonces ser poeta era escribir en verso
como Dylan Thomas, César Vallejo o Eunice Odio. Se hablaba de prosa poética cuando
alguien mencionaba a Cocteau, Lezama Lima o Virginia Woolf. ¿Por qué? La respuesta
es simple: La inquisición de la teoría crítica cayó encima de los géneros narrativos
mixtos. “La novela y el cuento tienen estos elementos anote:”, y comenzaba el decálogo
del buen cuentista o del genial narrador. De inmediato las referencias a Chéjov,
Cervantes, Dostoievski y el sacrosanto Gustave Flaubert, capaz de dedicarle cincuenta
hojas a la descripción de un candelabro.
Los escritores latinoamericanos a mediados
de los setentas ya estaban inscritos en la secta del buen novelista. Todo era “la
técnica narrativa”. ¡Oh el estilo!, ¡la construcción del personaje!, ¡la trama!…
en mi caso todo me parecía interesante, pero no encontraba nada de eso en las novelas
de Julio Cortázar, en los relatos de Borges, en Pedro Páramo de Juan Rulfo, en la narrativa de Reinaldo Arenas ni en
la obra de Miguel Ángel Asturias. Ninguna encajaba en ese modelo unidimensional
de construcción narrativa que pontificaban una gran cantidad de científicos de la
literatura. Quizá mi desintoxicación de esa sobredosis teórica vino de leer a escritores
norteamericanos posteriores. Leer a Donald Barthelme, Thomas Pynchon, William S.
Burroughs, Philip K. Dick fue lo que me dio la pauta. Para el siglo XXI la literatura
abandonaría los géneros y se abriría a las propuestas híbridas.
Desde mi punto de vista es muy difícil hablar
de los narradores guatemaltecos contemporáneos sin explicar todo esto. Pienso que
lo que me interesa leer es lo que a me gustaría escribir. Así que puedo dar una
lista de nombres y libros que conozco muy bien, para hacer un mapa de autores que
pueden abrir las ventanas y oxigenar las referencias literarias que se tienen de
la región, omitiendo, por supuesto, mi nombre y mis libros de esta lista, no me
toca a mí incluirme dentro de ninguna lista ni de ninguna antología.
Libros imprescindibles para hacer un inventario
narrativo de Guatemala:
El Material Humano, Rodrigo Rey Rosa: Una investigación de la política como
delirio paranoico. Este libro que la mejor literatura se produce al romper el dique
del miedo que nos mantiene encerrados. El miedo desde el miedo. Esa sombra sobre
un estado guatemalteco que ha procurado organizarse bien en todo lo que se refiere
a la persecución, corrupción y exterminio del pensamiento.
Completamente Inmaculada, Francisco Méndez: Historia delirante de una persecución
por toda Centroamérica buscando una relación perfecta e inexistente. Su narrador
está lleno de una vitalidad y misantropía que nos hace dudar si no es el libro el
que nos está leyendo a nosotros. Méndez ha trabajado mucho desde esta novela escrita
a principios del milenio, cientos de páginas dedicadas a su policía Wenceslao Pérez
Chanan lo comprueban.
Fiticón, Gerardo Guinea: Informe moral del clima de Guatemala de
inicios de los dosmiles. Guinea abarca muchas cosas en este libro, quizá su personaje
encierra adentro muchas de las incertidumbres que llenan a los intelectuales sobrevivientes
de la represión política. Sin heroísmos, esta novela (si queremos reducirla a tal
término) habla del reacomodo ideológico de una generación que aún busca escribir
su propia historia.
Con pasión absoluta, Carol Zardetto: El juego de palabras en su título encierra
la clave de esta historia. La compasión absoluta surge al retornar, luego de una
larga estancia, a un país completamente congelado en el tiempo. Las duras conclusiones
a las que llegamos cuando sólo sentimos el tiempo transcurrir dentro de nosotros
y no en los demás, como si estuviéramos en el ojo de un huracán.
Conjeturas del engaño, Ronald Flores: Imprescindible el humor y el exceso en ciertas
novelas de Flores que toman como blanco alguna representación simbólica. El suicidio
de un intelectual en la Plaza Central de la Ciudad de Guatemala da continuidad al
personaje de “escritor amueblado” que documenta genialmente Augusto Monterroso en
Lo Demás es Silencio. No creo que la brevedad
ni la extensión sea la medida para valorar un libro, este es un libro magro que
anticipó (2005) a mucha de la literatura contemporánea que luego se haría en Centroamérica.
La Flores, Denisse Phe Funchal: Fundamental retrato de época. Cuidado línea por línea para que no se pierda detalle a descripciones
cuantiosas y sorprendentes. El personaje femenino atrapado en un tiempo que podría
ser todos los tiempos en estas regiones del trópico.
De cabo roto, Eduardo Halfon: Bueno, una novela recibida fríamente en
Guatemala, tuve la oportunidad de leerla y hacer quizá la única reseña que se hizo
en un periódico local. Una académica detectivesca acerca de la improbable visita
de Cervantes a América. Interesante ruta para la ficción donde la realidad puede
argumentarse desde la ficción. Halfon es un enorme narrador, completo y riguroso.
Los Amos de la Noche, Estuardo Prado: Marginal y delirante. Un relato de drogas,
dragqueens y alucinaciones. Una mezcla entre el Último Round de Julio Cortázar y
Ryu Murakami. Imprescindible.
Megadroide morfo-99
contra el samurai maldito: Julio Calvo Drago:
Entre los experimentos narrativos inalcanzables y completamente esquizoides de la
literatura latinoamericana reciente. Imágenes y textos que nos revientan en los
ojos. Abominación para los puristas del estricto modelo narrativo que nos heredó
papá Balzac.
Mucho de lo que abarca la narrativa actual se escribe a partir de la narrativa breve, término al que le tengo enorme afición. Ni más ni menos difícil que una novela extensa, un libro de relatos breves puede ser un compendio de muchas cosas, como ver directo al flash, la iluminación speed donde cabe el humor, el miedo, el deseo y otras aficiones humanas:
Stereo Offset: Pablo Bromo. El puñal y el corazón: Luis Fernando Alejos. Génesis y encierro: Rafael Romero. Simplemente una invitada: Lorena Flores Moscoso. Diario de cuerpos: Midred Hernández. Sala de espera: Maurice Echeverría. Triciclo: Juan Calles. Satanás cabalga mi alma: Julio Prado. Perzona: Juan Pensamiento Velasco. Obelisco 65, Pep Balcárcel. Perro en llamas, Byron Quiñónez. Inflamable: Leonel Juracán. Después del fin: Vania Vargas y entre los narradores más recientes puedo añadir: Carlos Roberto Calderón del Cid; Engler García, Valeria Cerezo, Martín Díaz, Alejandro Torún y Rodrigo Fuentes.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 181 | setembro de 2021
Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)
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