segunda-feira, 20 de setembro de 2021

JAVIER PAYERAS | Voces de Guatemala: Augusto Monterroso, Julio Serrano Echeverría, Luis González Palma, Otto-Raúl González



1. Triptico, de
Augusto Monterroso

La portada está doblada por las esquinas. La segunda página tiene mi nombre y una nota debajo que dice “13 de septiembre 2009, descomunal y triste”. No tengo memoria de qué habrá sucedido ese día, pero es inquietante que haya escrito algo así sobre un libro de Augusto Monterroso.

Una maravillosa práctica es ver detenidamente un jardín, observar sus detalles hasta que uno pueda decirse, sí, este es el tono de la hoja, este el color, la tierra está húmeda, mi mamá trasplantó mi ciclamen a una maceta más grande… luego uno entra en la habitación, cierra cualquier entrada de luz y reconstruye lo que ha visto, objeto por objeto, el espacio y sus medidas exactas, trata de llevarlo hasta lo táctil y lo olfativo… aunque todo en realidad ha sido alterado por la memoria y es inexacto, viene el momento de suprimir cada cosa, borrar la maceta uno, la rosa dos, la tierra fertilizada, luego el suelo y la pared, el patio, la casa el cielo, el fondo audible y deja únicamente un lago sin nada, algo sin color ni fondo ni forma. Ese vacío hace evidente que todo termina siendo transformado en un recuerdo desmontable.

Trece de septiembre del dos mil nueve, ¿qué hacía yo leyendo el Tríptico de Monterroso por esas fechas? Una pared con bloques de cemento sin pintar, primeras lluvias de junio, tengo una resaca espantosa, estuve bebiendo whisky y Red Bull. Rebota sobre el piso una bolsa plástica sobre una cagada de perro perfectamente tubular, el clima es agradable para llevar un jersey gris Pull and Bear y caminar al trabajo. La ansiedad. Fumo, sí, saco una cajetilla y me llevo el cigarro a la boca, tengo un encendedor plateado. La bolsa de cuero café, adentro el cuaderno Moleskine, la pluma y, vamos, el libro Tríptico de Augusto Monterroso publicado por el Fondo de Cultura Económica. Llevo algunas cosas anotadas para la conferencia de la noche, una de esas que montan los centros culturales binacionales en países como, digamos, Guatemala. El escritor guatemalteco que nació en Honduras y que murió en México. Pasa un camión que lanza con toda gravedad un bocinazo que me deja lleno de odio el corazón. Llego a la oficina, respondo mails, firmo cartas, me peleo, vuelvo a mandar mails, firmar cartas y pelear, peleo, firmo mail, mando cartas, peleo cartas, firmo respuestas y vuelvo. No almorcé, así que atravieso la Plaza Central y me siento en un bar, me tomo una cerveza y sigo leyendo mis notas tan claras y lúcidas. Movimiento perpetuo, La palabra mágica, la letra E. Lo mejor del libro: Homenaje a Masoch, La exportación de cerebros, Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges, La autobiografía de Charles Lamb, El otro M. y las notas del año 1984… se acabaron las dos cervezas, voy caminando al auditorio. Público nutrido, botellas de vino y tapas sobre una mesa con un mantel blanco, buen augurio, aparecen los primeros cazacócteles, amigos, amigas, mi esposa y el agregado cultural. El micrófono no sirve, sonrisas, un chiste de bienvenida. Sudor de manos, está bien, aún tengo resaca a pesar de las cervezas que me acabo de tomar. Blablablá, nuestro escritor más clásico, blablablá, tuvo que largarse de aquí, blablablá, Swift y Joyce, blablablá, yo lo conocí poco antes de morirse, blablablá, era muy bajito y siempre decía este chiste (…) jajajajaja, -inserte risas acartonadas y cultas-. El cóctel muy bien, terminamos bebiendo duro a pesar de ser un día miércoles de una semana laboral en un bar que lindaba entre la cursilería hípster y la cocaína en bolsitas pequeñas.


13 de septiembre 2009, llovió toda la tarde y hay un extraño ruido de pájaros. Anoche me invitó a cenar un amigo. Conseguí cuatro mil mangos para lograr pagar la renta y comer gracias a la corrección que le haré a un manual de derechos humanos de un organismo internacional. Vivo con mi madre y ella se preocupa cuando vengo de vuelta con algunos tragos de más. Mi amiga Itziar me regaló este libro para mi cumpleaños: Tríptico de Augusto Monterroso publicado por el Fondo de Cultura Económica. Gasté un dineral mandando poemas por correo a certámenes en España y en México, resultado, ninguno. Estoy en el cuarto donde agrego mis libros, algunos nítidamente nuevos y otros –la mayoría- comprados de segunda mano. Son las cuatro de la tarde, en casi nada se irá otro día al carajo, pongo un disco que tiene doce carpetas de música, la computadora pasa de plano en plano hasta Keith Jarret, Kohln Concert. Me pongo a leer tranquilamente, acabo de ganar otro mes de vida. Chistosito Tito, su humor hace que todo se olvide, pienso, ¿cómo sería mi vida si fuera como la de los escritores que él ridiculiza? Esos escritores que trabajan de jefes de otros escritores, que tienen novias, buenos salarios, que dan conferencias en centros culturales binacionales con cócktails llenos de tapas y andan con jerseys grises y se ven tan guapos en las contratapas de los libros. Creo que sería una vida muy intensa de viajes y conferencias, reverencias por acá, adulterios por allá, drogas y licores. Ese libro maravilloso termina en la página 405:

ASÍ ES LA COSA: Comprender es perdonar. Como no comprendo tu libro no te lo perdono.

 

2. Tierra, de Julio Serrano Echeverría

Algún día comprenderemos a los que se fueron. A su modo irse es una manera de enseñar que la tierra no es una prisión. Mi memoria ha iniciado su vuelta hacia imágenes inexactas: sí, ese soy yo en la parada de la estación de Galgos de la Séptima Avenida diecinueve calle zona 1, viendo un mostrador de sándwiches y gelatinas de diferentes colores, mi mamá descansa sentada en las sillas de aluminio y cuerina roja de la sala de espera, un enorme bus entra al parqueo, dice Tapachula-Mex, pudo ser noviembre de 1981, dejamos Guatemala con un pasaporte que ambos compartimos, los motivos: los de todos, los de cuántos, los de muchos.

Tierra de Julio Serrano Echeverría también me incluye, aunque nunca haya viajado tanto ni durante mucho tiempo, aunque no conozca a cabalidad el alfabeto del fuego ni me haya descubierto en la sed de los tramos largos y arenosos que recorren los caparazones del hambre. Suelo preguntarme ante cada libro que leo, ¿cuántas verdades nuevas puedo hallar?, en este caso creo que es un libro tan vigente como puede ser la antigüedad de los viajeros: Fuentes y Guzmán, Aldous Huxley, María Cruz, Paul Bowles y aquellas mentes prodigiosas que asumieron el reto de rehacer el tejido del Popol Wuj para que las nuevas generaciones descubrieran con sus propios ojos una voz que emerge del pasado.

Veo que los versos son caminos de contemplación. Ya no pienso en la frase acortada por el ritmo sino por la imagen. Esa transfiguración que compacta las ideas que vamos anotando. Es necesario hacer curvas y cruces en los caminos, es imprescindible que las huellas del lápiz nos dejen jugar con el humo. Puedo considerar que esa sinuosidad viene de Dante o da igual si de Cavalcanti o del Bhagavad-gītā o del Gilgamesh o del mismo Tao Te King. El verso tan prisionero de la catástrofe de los malos poetas, pero tan vivo en la modestia tangible de los grandes, creo que Marinetti lo dijo: La poesía es un acto… añado pues, la poesía es un camino.


Tierra está dividido en tres actos y subdividido en ocho apariciones, es un libro completo, una idea que reúne todo lo que se puede decir en diez años de escritura. El silencio de los desterrados, el misterio de la vida en esta miga de universo que ocupamos y el resabio que es más antiguo que todas las palabras: el mar. Acaso es en esta última parte descubro el valor más profundo que he leído en la poesía contemporánea guatemalteca, Piedra Caliza, donde la claridad se transforma en fondo, en verdad, iluminación sonora: “Toda piedra es piedra partida”, “El olvido es el polvo sobre una mano abierta”. Nada más qué decir, a eso sumarle la magia de las huellas de fotografías primitivas y de grabado en alto contraste que rebasan, incluso, a la literatura misma.

De este Annus Mirabilis MMXX que nos devolvió hacia la remota fragilidad de nuestra condición humana, cabe la sincera circunstancia del ser nosotros mismos en el encierro y en la desdichada intemperie. Creo que un año de este tipo merece, como en la antigüedad cuando llegaban las desgracias y las pestes, ser recordado por las obras inmortales que nos dejaron. Entre la muerte y el dolor de las pausas imprevistas, también se retoña y se reverdece. Se hace evidente en este fajo de páginas impresas y encuadernadas, la generosidad de mi querido Phillipe Hunziker y de SOPHOS. Algo que acompañará en la memoria a este libro que ya dialoga con lo permanente.

 

3. Luis González Palma, El recuento de los años

A inicios de agosto llovió torrencialmente. Fueron 90 minutos, pero el viento y la cantidad de agua dobló árboles, deslavó cerros y me inundó la casa. Un pequeño desagüe tapado por una rama convirtió la azotea en una alberca que se coló debajo de la puerta, un río que cayó por las escaleras y dejó flotando mi estudio, mi cuarto y mi sala. El recuento de los años: un televisor fundido, un router de internet inservible, los muebles de madera dañados, libros destruidos y cables inservibles.

Esa mañana salí temprano para evitar las aglomeraciones del mercado, hice mis compras tranquilamente, pero al salir me tocó esperar que amainara la lluvia debajo de una cornisa con todas las bolsas en la mano. Acostumbrado a ver el cielo de vez en cuando, porque el sol es un dios insoportable en esta región del mundo, y creyendo que los lamentables 30 grados centígrados tristemente habituales en Guatemala no terminarían en lluvia, no saqué paraguas. Así estuve más de una hora, empapándome gracias a los coches que pasaban a toda velocidad y me salpicaban. Con el humor bastante percudido pude seguir caminando sin imaginar el desastre que me esperaba en casa.

Luego de barrer el agua hasta que se me ampollaron las manos, hice un reconocimiento del área, un recuento de los daños. Algunos libros que estaban en una caja quedaron inservibles, iban destinados a una biblioteca de mi barrio, la rabia ante lo inconmensurable del calentamiento global me trajo las viejas blasfemias que me enseñó mi abuela. Pero lo que realmente me desconsoló fue que en una de las cajas más dañadas estaban mis álbumes de fotos. Aquellas imágenes impresas, brillantes, tomadas sin técnica, reveladas en laboratorios de centro comercial: el primer cumpleaños de mi hijo, viajes en familia, mis primeras fotografías captadas con una cámara Zenit que traía un instructivo en ruso y que nunca aprendí a usar correctamente. Todo se había reducido a manchas empapadas de verdes, amarillos y naranjas. Los rostros y cuerpos parecían cuadros de Francis Bacon. Una completa desolación de imágenes borrándose.

Cada fotografía es una segunda oportunidad para lo que perdimos. Como sucede con todas las creaciones humanas, puede que también las imágenes nos abandonen, que también se pierdan. Tocó reconstruir mis fotos sobre hojas de papel acuarela, ensamblando las imágenes borrosas como si fuesen un monumento a lo que dejó la lluvia en mi casa. Creo que fue en el año dos mil cuando Luis González Palma me invitó a cenar luego de una exposición de Joel-Peter Witkin que estábamos inaugurando en la galería donde yo trabajaba. Luis me decía que en la fotografía suceden accidentes, que algunas imágenes van destinadas a otro tipo de significado y representación. El recuerdo de esa charla volvió precisamente cuando iba descartando las imágenes sobrevivientes. Tengo un libro con su obra, quizá el paso del tiempo me ha esclarecido las extrañas maneras que tiene la vida para conversar con nosotros.


La obra de González Palma ha transitado por muchos lugares durante los últimos treinta años. Una Guatemala cauterizada por el dolor, el colonialismo, la distorsión histórica y finalmente el desencanto. Sus imágenes nos observan pensando, son ojos por todas partes, oráculos de silencio terroso e impaciente. Miradas de mujeres, de niños, ancianos… alas corroídas, máscaras, aviones y manos. Son tan oscuras que necesitan luz artificial detrás de ellas, pues tal como sucede con la escritura invisible solo puede develarse a contraluz. En ningún artista latinoamericano he visto tantos símbolos hundidos, tantos plazos y tantas conjeturas negadas. Revisar sus imágenes es como andar por un pasillo donde el eco de nuestros pasos nos confunde y nos hace voltear la mirada. Como es normal, la obra de L.G.P. ha mutado con los años.  La intemperie de lo representado se hizo algo distinto, se transformó en rostros contrapuestos, miradas esquivas o inexistentes. Los pliegues deleuzeanos de una sábana con un barquito navegando una cama inmensa como el océano es acaso la fotografía que más celebro y me ha impactado de sus metáforas más recientes. El profundo rojo y amarillo y azul y el blanco demencialmente árido que resguarda el sentido más puro de cada pieza. Entre los aguaceros de agosto me vino a la memoria los ojos grandes y apacibles de Luis, una mirada que trata de sostener el tiempo que nos vamos restando, lo dijo mejor San Juan de la Cruz “Una pasión por la mirada, y en la mirada estaban los ojos antes del tiempo”, sé que desde adentro contempla su eternidad, el resto es arte, ese objeto deleznable que vamos dejando a nuestro paso. 

 

4. Otto-Raúl González: limpieza de la voz

Hay un minúsculo jardín que veo desde la ventana de mi sala. Mi madre, una mujer de setenta y cinco años, profesa la jardinería como una manera de fe. Ocupa largas horas hablando con sus plantas. Ella es una persona afortunada, nunca la sedujo la fama o el dinero, su mayor logro es la calma de la conciencia limpia y de ese silencio gradual que entra justo cuando recién amanece. Creo que nunca he sentido envidia, alrededor de mi vida aquellos que tienen altos logros han pasado de ser mis compañeros a ser mis maestros, pero siento que mi madre es una persona más feliz que yo, porque tiene la paz de sus flores.

Dicen que a Rilke lo mordió una rosa y lo llevó a la muerte, melancolía trágica. Otros mitos acuden al robar flores como una manera de arrebatarle a los dioses su inmortalidad. Los grandes poemas épicos se apropiaron de la naturaleza como una manera superior de arqueología, las piedras y las palabras son el único testimonio de los jardines de Babilonia. Nunca tendremos claridad si los mayas fueron afectos a la ternura, sin embargo, al describir sus conocimientos decimos que florecieron en determinado siglo y luego marchitaron como todos los grandes asuntos de la vida.

Tengo una edición de Voz y voto del geranio, libro publicado en 1943 por Otto-Raúl González. Tengo una imagen muy clara del poeta durante una tarde que compartimos en el Paraninfo Universitario junto con su hijo, pocos días pasaron para que nos lo arrebatara la vejez, en este 2021 cumpliría 100 años. Como sucede a los grandes y verdaderos talentos en Guatemala, acudió al exilio para salvar su vida y su mente. La locura o la muerte son las grandes verdades que nos enseña este país que pule piedras y arroja diamantes a la basura. México sería su destino como el de muchos, allí encontró su sitio, el respeto y el valor que su vasto conocimiento exigía, fue el país que puso pan en su mesa y ojos para sus palabras. Difícil que esta verdad no atraiga la amargura, lamentablemente la migración parece ser la única forma que tiene la sobrevivencia, ante el odio que derraman las élites de este país, que se impregna en sus vasallos y que hoy en día sus opositores, divisores asalariados que distraen la realidad con sus nuevos evangelios, todos esos cómplices que tiene esta época oscura, acaso de las más desesperanzadoras de nuestra historia.

El libro mencionado está lleno de sencillez, fue publicado previo a la Revolución Guatemalteca (estas mayúsculas son intencionadas) y fue escrito con el mismo oficio con el que se cultiva un jardín, porque la naturaleza es lo único que no corrompe el fascista ni el fariseo, porque no niega su esplendor a nadie, simplemente es la vida en su circunstancia. Encuentro una serie de palabras reunidas que acuden al verso libre y a la métrica sin que ninguna de las dos formas imponga alguna oscuridad o alguna pretensión lamentable. No hay nada separado entre sus poemas, es breve y complejo en su sencillez. Se abre a los ojos menos emparentados con la poesía con la misma vertebral solvencia de lo maravilloso. Puede cruzarse en el camino de cualquiera y hacer que de inmediato broten geranios a su alrededor. Con los diccionarios ideológicos descubrimos que esa flor significa el proletariado y que la circunstancia es la eterna búsqueda de la justicia terrena, sin embargo, sus poemas no son de lucha, sino de amor, ambas cosas pueden acaso interpretarse de la misma manera.

Dejo, para finalizar, este poema incluido en su índice:

 

RESIDENCIA

 

Pues la tierra es de todos y de nadie

el geranio se propaga por la tierra;

pues la luz es de todos y de nadie

el geranio mora en la luz;

pues el agua es de todos y de nadie

el geranio se desplaza por el aire;

el geranio está en la tierra

y en el aire

y en la luz

y en el agua

el geranio reside en todas partes.  



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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 181 | setembro de 2021

Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)

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