1. Triptico, de Augusto Monterroso
La portada está doblada por las esquinas. La segunda página
tiene mi nombre y una nota debajo que dice “13
de septiembre 2009, descomunal y triste”. No tengo memoria de qué habrá
sucedido ese día, pero es inquietante que haya escrito algo así sobre un libro
de Augusto Monterroso.
Una maravillosa práctica es ver detenidamente un jardín,
observar sus detalles hasta que uno pueda decirse, sí, este es el tono de la
hoja, este el color, la tierra está húmeda, mi mamá trasplantó mi ciclamen a
una maceta más grande… luego uno entra en la habitación, cierra cualquier
entrada de luz y reconstruye lo que ha visto, objeto por objeto, el espacio y
sus medidas exactas, trata de llevarlo hasta lo táctil y lo olfativo… aunque
todo en realidad ha sido alterado por la memoria y es inexacto, viene el
momento de suprimir cada cosa, borrar la maceta uno, la rosa dos, la tierra
fertilizada, luego el suelo y la pared, el patio, la casa el cielo, el fondo
audible y deja únicamente un lago sin nada, algo sin color ni fondo ni forma.
Ese vacío hace evidente que todo termina siendo transformado en un recuerdo
desmontable.
Trece de septiembre del dos mil nueve, ¿qué hacía yo leyendo
el Tríptico de Monterroso por esas
fechas? Una pared con bloques de cemento sin pintar, primeras lluvias de junio,
tengo una resaca espantosa, estuve bebiendo whisky y Red Bull. Rebota sobre el
piso una bolsa plástica sobre una cagada de perro perfectamente tubular, el
clima es agradable para llevar un jersey gris Pull and Bear y caminar al
trabajo. La ansiedad. Fumo, sí, saco una cajetilla y me llevo el cigarro a la
boca, tengo un encendedor plateado. La bolsa de cuero café, adentro el cuaderno
Moleskine, la pluma y, vamos, el libro Tríptico
de Augusto Monterroso publicado por
el Fondo de Cultura Económica. Llevo algunas cosas anotadas para la conferencia
de la noche, una de esas que montan los centros culturales binacionales en
países como, digamos, Guatemala. El escritor guatemalteco que nació en Honduras
y que murió en México. Pasa un camión que lanza con toda gravedad un bocinazo
que me deja lleno de odio el corazón. Llego a la oficina, respondo mails, firmo
cartas, me peleo, vuelvo a mandar mails, firmar cartas y pelear, peleo, firmo
mail, mando cartas, peleo cartas, firmo respuestas y vuelvo. No almorcé, así
que atravieso la Plaza Central y me siento en un bar, me tomo una cerveza y
sigo leyendo mis notas tan claras y lúcidas. Movimiento perpetuo, La palabra mágica, la letra E. Lo mejor
del libro: Homenaje a Masoch, La
exportación de cerebros, Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges, La
autobiografía de Charles Lamb, El otro M. y las notas del año 1984…
se acabaron las dos cervezas, voy caminando al auditorio. Público nutrido,
botellas de vino y tapas sobre una mesa con un mantel blanco, buen augurio,
aparecen los primeros cazacócteles, amigos, amigas, mi esposa y el agregado
cultural. El micrófono no sirve, sonrisas, un chiste de bienvenida. Sudor de
manos, está bien, aún tengo resaca a pesar de las cervezas que me acabo de
tomar. Blablablá, nuestro escritor más clásico, blablablá, tuvo que largarse de
aquí, blablablá, Swift y Joyce, blablablá, yo lo conocí poco antes de morirse,
blablablá, era muy bajito y siempre decía este chiste (…) jajajajaja, -inserte
risas acartonadas y cultas-. El cóctel muy bien, terminamos bebiendo duro a
pesar de ser un día miércoles de una semana laboral en un bar que lindaba entre
la cursilería hípster y la cocaína en bolsitas pequeñas.
ASÍ ES LA COSA: Comprender es
perdonar. Como no comprendo tu libro no te lo perdono.
2. Tierra, de
Julio Serrano Echeverría
Algún día comprenderemos a los que se fueron. A su modo irse
es una manera de enseñar que la tierra no es una prisión. Mi memoria ha
iniciado su vuelta hacia imágenes inexactas: sí, ese soy yo en la parada de la
estación de Galgos de la Séptima Avenida diecinueve calle zona 1, viendo un
mostrador de sándwiches y gelatinas de diferentes colores, mi mamá descansa
sentada en las sillas de aluminio y cuerina roja de la sala de espera, un
enorme bus entra al parqueo, dice Tapachula-Mex, pudo ser noviembre de 1981,
dejamos Guatemala con un pasaporte que ambos compartimos, los motivos: los de
todos, los de cuántos, los de muchos.
Tierra de Julio Serrano Echeverría también me incluye, aunque nunca haya viajado tanto ni
durante mucho tiempo, aunque no conozca a cabalidad el alfabeto del fuego ni me
haya descubierto en la sed de los tramos largos y arenosos que recorren los
caparazones del hambre. Suelo preguntarme ante cada libro que leo, ¿cuántas
verdades nuevas puedo hallar?, en este caso creo que es un libro tan vigente
como puede ser la antigüedad de los viajeros: Fuentes y Guzmán, Aldous Huxley,
María Cruz, Paul Bowles y aquellas mentes prodigiosas que asumieron el reto de
rehacer el tejido del Popol Wuj para que las nuevas generaciones descubrieran
con sus propios ojos una voz que emerge del pasado.
Veo que los versos son caminos de contemplación. Ya no
pienso en la frase acortada por el ritmo sino por la imagen. Esa
transfiguración que compacta las ideas que vamos anotando. Es necesario hacer
curvas y cruces en los caminos, es imprescindible que las huellas del lápiz nos
dejen jugar con el humo. Puedo considerar que esa sinuosidad viene de Dante o
da igual si de Cavalcanti o del Bhagavad-gītā o del Gilgamesh o del mismo Tao
Te King. El verso tan prisionero de la catástrofe de los malos poetas, pero tan
vivo en la modestia tangible de los grandes, creo que Marinetti lo dijo: La
poesía es un acto… añado pues, la poesía es un camino.
De este Annus
Mirabilis MMXX que nos devolvió hacia la remota fragilidad de
nuestra condición humana, cabe la sincera circunstancia del ser nosotros mismos
en el encierro y en la desdichada intemperie. Creo que un año de este tipo
merece, como en la antigüedad cuando llegaban las desgracias y las pestes, ser
recordado por las obras inmortales que nos dejaron. Entre la muerte y el dolor
de las pausas imprevistas, también se retoña y se reverdece. Se hace evidente
en este fajo de páginas impresas y encuadernadas, la generosidad de mi querido
Phillipe Hunziker y de SOPHOS. Algo que acompañará en la memoria a este libro
que ya dialoga con lo permanente.
3. Luis González Palma, El recuento de los años
A inicios de agosto llovió torrencialmente. Fueron 90
minutos, pero el viento y la cantidad de agua dobló árboles, deslavó cerros y
me inundó la casa. Un pequeño desagüe tapado por una rama convirtió la azotea
en una alberca que se coló debajo de la puerta, un río que cayó por las
escaleras y dejó flotando mi estudio, mi cuarto y mi sala. El recuento de los
años: un televisor fundido, un router
de internet inservible, los muebles de madera dañados, libros destruidos y
cables inservibles.
Esa mañana salí temprano para evitar las aglomeraciones del mercado,
hice mis compras tranquilamente, pero al salir me tocó esperar que amainara la
lluvia debajo de una cornisa con todas las bolsas en la mano. Acostumbrado a
ver el cielo de vez en cuando, porque el sol es un dios insoportable en esta
región del mundo, y creyendo que los lamentables 30 grados centígrados
tristemente habituales en Guatemala no terminarían en lluvia, no saqué
paraguas. Así estuve más de una hora, empapándome gracias a los coches que
pasaban a toda velocidad y me salpicaban. Con el humor bastante percudido pude
seguir caminando sin imaginar el desastre que me esperaba en casa.
Luego de barrer el agua hasta que se me ampollaron las
manos, hice un reconocimiento del área, un recuento de los daños. Algunos
libros que estaban en una caja quedaron inservibles, iban destinados a una
biblioteca de mi barrio, la rabia ante lo inconmensurable del calentamiento
global me trajo las viejas blasfemias que me enseñó mi abuela. Pero lo que
realmente me desconsoló fue que en una de las cajas más dañadas estaban mis
álbumes de fotos. Aquellas imágenes impresas, brillantes, tomadas sin técnica,
reveladas en laboratorios de centro comercial: el primer cumpleaños de mi hijo,
viajes en familia, mis primeras fotografías captadas con una cámara Zenit que
traía un instructivo en ruso y que nunca aprendí a usar correctamente. Todo se
había reducido a manchas empapadas de verdes, amarillos y naranjas. Los rostros
y cuerpos parecían cuadros de Francis Bacon. Una completa desolación de
imágenes borrándose.
Cada fotografía es una segunda oportunidad para lo que
perdimos. Como sucede con todas las creaciones humanas, puede que también las
imágenes nos abandonen, que también se pierdan. Tocó reconstruir mis fotos
sobre hojas de papel acuarela, ensamblando las imágenes borrosas como si fuesen
un monumento a lo que dejó la lluvia en mi casa. Creo que fue en el año dos mil
cuando Luis González Palma me invitó a cenar luego de una exposición de
Joel-Peter Witkin que estábamos inaugurando en la galería donde yo trabajaba.
Luis me decía que en la fotografía suceden accidentes, que algunas imágenes van
destinadas a otro tipo de significado y representación. El recuerdo de esa
charla volvió precisamente cuando iba descartando las imágenes sobrevivientes.
Tengo un libro con su obra, quizá el paso del tiempo me ha esclarecido las
extrañas maneras que tiene la vida para conversar con nosotros.
4. Otto-Raúl González: limpieza de la voz
Hay un minúsculo jardín que veo desde la ventana de mi
sala. Mi madre, una mujer de setenta y cinco años, profesa la jardinería como
una manera de fe. Ocupa largas horas hablando con sus plantas. Ella es una
persona afortunada, nunca la sedujo la fama o el dinero, su mayor logro es la
calma de la conciencia limpia y de ese silencio gradual que entra justo cuando
recién amanece. Creo que nunca he sentido envidia, alrededor de mi vida
aquellos que tienen altos logros han pasado de ser mis compañeros a ser mis
maestros, pero siento que mi madre es una persona más feliz que yo, porque
tiene la paz de sus flores.
Dicen que a Rilke
lo mordió una rosa y lo llevó a la muerte, melancolía trágica. Otros mitos
acuden al robar flores como una manera de arrebatarle a los dioses su
inmortalidad. Los grandes poemas épicos se apropiaron de la naturaleza como una
manera superior de arqueología, las piedras y las palabras son el único
testimonio de los jardines de Babilonia. Nunca tendremos claridad si los mayas
fueron afectos a la ternura, sin embargo, al describir sus conocimientos
decimos que florecieron en determinado siglo y luego marchitaron como todos los
grandes asuntos de la vida.
Tengo una edición
de Voz y voto del geranio, libro publicado en 1943 por Otto-Raúl
González. Tengo una imagen muy clara del poeta durante una tarde que
compartimos en el Paraninfo Universitario junto con su hijo, pocos días pasaron
para que nos lo arrebatara la vejez, en este 2021 cumpliría 100 años. Como
sucede a los grandes y verdaderos talentos en Guatemala, acudió al exilio para
salvar su vida y su mente. La locura o la muerte son las grandes verdades que
nos enseña este país que pule piedras y arroja diamantes a la basura. México
sería su destino como el de muchos, allí encontró su sitio, el respeto y el
valor que su vasto conocimiento exigía, fue el país que puso pan en su mesa y
ojos para sus palabras. Difícil que esta verdad no atraiga la amargura,
lamentablemente la migración parece ser la única forma que tiene la sobrevivencia,
ante el odio que derraman las élites de este país, que se impregna en sus
vasallos y que hoy en día sus opositores, divisores asalariados que distraen la
realidad con sus nuevos evangelios, todos esos cómplices que tiene esta época
oscura, acaso de las más desesperanzadoras de nuestra historia.
El libro
mencionado está lleno de sencillez, fue publicado previo a la Revolución
Guatemalteca (estas mayúsculas son intencionadas) y fue escrito con el mismo
oficio con el que se cultiva un jardín, porque la naturaleza es lo único que no
corrompe el fascista ni el fariseo, porque no niega su esplendor a nadie,
simplemente es la vida en su circunstancia. Encuentro una serie de palabras
reunidas que acuden al verso libre y a la métrica sin que ninguna de las dos
formas imponga alguna oscuridad o alguna pretensión lamentable. No hay nada
separado entre sus poemas, es breve y complejo en su sencillez. Se abre a los
ojos menos emparentados con la poesía con la misma vertebral solvencia de lo
maravilloso. Puede cruzarse en el camino de cualquiera y hacer que de inmediato
broten geranios a su alrededor. Con los diccionarios ideológicos descubrimos
que esa flor significa el proletariado y que la circunstancia es la eterna
búsqueda de la justicia terrena, sin embargo, sus poemas no son de lucha, sino
de amor, ambas cosas pueden acaso interpretarse de la misma manera.
Dejo, para finalizar, este poema
incluido en su índice:
RESIDENCIA
Pues la tierra es de todos y de nadie
el geranio se propaga por la tierra;
pues la luz es de todos y de nadie
el geranio mora en la luz;
pues el agua es de todos y de nadie
el geranio se desplaza por el aire;
el geranio está en la tierra
y en el aire
y en la luz
y en el agua
el geranio reside en todas partes.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 181 | setembro de 2021
Artista convidada: Virginia Tentindo (Argentina, 1931)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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