terça-feira, 28 de setembro de 2021

SUSANA WALD | El dibujo, [seguido de] Las palabras

 


El acto de dibujar está condicionado por dos cosas: por la parte del cerebro que usamos para poder dibujar y por las experiencias que tenemos en diversas fases de nuestra vida que quedan como elementos que influyen en nuestro pensamiento visual. Y así como sucede en esta área de actividad, la del dibujo, ha de suceder con todo lo que hacemos, sentimos, recordamos. Todo está influido por los elementos que llevamos dentro.

Sigmund Freud ya nos ha señalado esto. Él se ha interesado sobre todo en la influencia que puede tener en nuestros actos la experiencia condicionada por nuestro desarrollo sexual y la vida sexual en general. Su teoría en este sentido se formula en una época y una región cultural de gran represión sexual. Creo que están cargados los dados que él usa. Pero es cierto que todo lo que vemos es por un lente cuya visión parte desde dentro y no en el reflejo imparcial de un espejo como el que soñaba ser Leonardo da Vinci.

La primera sensación de dibujo la tenemos en edad muy temprana. A los dos años ya nos toca la experiencia de hacer algún movimiento que marca una superficie. Si tengo la suerte de estar en la playa veo que queda en la arena la huella de mi pie y que al arrastrar el pie dejo un trazo más largo, una superhuella que muestra en forma continuada la dirección de mi movimiento. Es una manera de hacer una línea. Cuando en la infancia ponemos un lápiz en la mano del niño vemos el placer que tiene de hacer un trazo sobre la mesa, el muro o el papel y una vez que ha descubierto la experiencia quiere repetirla continuamente. Estos primeros trazos dejan ver, traducidos en lo que también luego percibimos como línea, los movimientos que hacen las manos del niño y todo su brazo.

 Entre los dos y tres años de edad los niños descubren que en medio de los trazos que hacen y que muestran el movimiento de sus brazos y manos, se produce una línea más o menos circular, es decir que una línea que han comenzado a trazar se cierra sobre sí misma. En esa etapa la mente concibe inmediatamente una diferencia entre el espacio que encierra esta línea y todo el resto de los trazos hechos. Este espacio cerrado los niños lo perciben como algo mágico y se convierte en el símbolo de algo, en una unidad separada. Surge la realidad de un adentro y un afuera. Los niños rápidamente aprenden a hacer trazos menores dentro de este espacio separado, con lo que crean por primera vez lo que se concibe como símbolo de un rostro: una forma circular, dentro dos, tres o cuatro puntos y quizás una raya: ojos, nariz, boca.

Es también este el periodo de la vida en que aprendemos a formar frases y es una experiencia sumamente importante para los niños poder poner un nombre a cada cosa a su alrededor.

Me ha tocado observar que los que principian un curso de dibujo, aún de distintas edades, conservan, al tratar de interpretar una forma, la obsesión de dibujar su contorno, es decir, lo que ven como línea que separa a lo que dibujan del espacio que lo rodea. Esta es la idea simbólica que heredamos desde la infancia.

En el caso de la figura humana este contorno es casi lo único que ven los principiantes. En cierto sentido perciben la realidad simbólicamente, como niños.

Creo que en alguna manera, al principiar a dibujar, vemos la forma por su contorno como una idea simbólica, atada al concepto del nombre de lo que dibujamos. El contorno del brazo, por ejemplo, es símbolo o metáfora del “brazo” como palabra y es su representación esencial para quien principia.

EI dibujar es una actividad mental diferente al de hablar o de escribir. En los decenios pasados se ha visto que la parte del cerebro que empleamos en forma preponderante cuando escribimos es el lado izquierdo (lado también conectado a nuestra mano derecha). Esto se conjuga con el hecho de que, al ser la mayoría de las personas diestros, es decir que usan preferentemente la mano derecha, también usan preferentemente el lado izquierdo de su cerebro. Este es el lado que se usa cuando al leer (una actividad que se desarrolla en forma de secuencias) se forman palabras con que se nombran las cosas. Pero el lado del cerebro que emplean en forma preferente los que ya saben dibujar es el derecho. Esto sucede porque al estar dibujando usan el lado “visual”, el que ve imágenes en forma total y simultánea, o sea el lado que está conectado con la mano izquierda. Cuando por primera vez se le pide a alguien que de costumbre usa la mano derecha que use la mano izquierda para dibujar, la reacción es de resistencia, de pánico, casi, porque es muy despreciada la mano izquierda y todo lo que con ella se asocia.


Sin embargo hacer este ejercicio resulta sorprendentemente fácil, a pesar de la torpeza que naturalmente manifiesta esta mano que nunca ha sido adiestrada para moverse eficazmente. Los dibujos hechos con la mano izquierda de los que son “diestros” resultan de líneas temblorosas, pero manifiestan inmediatamente una destreza visual, destreza que se da porque se ha activado el lado derecho del cerebro al estar obligándose a usar la mano izquierda.

El lado derecho del cerebro está también más activo cuando se contemplan imágenes, o se escucha música. Físicamente estamos condicionados, al usar la mano derecha, a concebir el nombre de lo que dibujamos, cuando lo que nos convendría más bien sería conectamos con las funciones físicas de nuestro cerebro más dadas a la actividad frente a imágenes. El nombre de las cosas, y los símbolos abstractos de la escritura que las representan domina nuestros esfuerzos primeros cuando intentamos dibujar.

El niño que aún no escribe, dibuja con toda facilidad y desparpajo. El adolescente y el adulto que ya han pasado por la experiencia de nombrar, de escribir, —es decir, de dar forma metafórica a las cosas— son los que tienen tropiezos al tratar de dibujar.

Es decir, al mirar algo los principiantes saben nombrar lo que es. Lo que no saben es ver aquello que miran. El ver es un ejercicio mudo, torpe en el hablar. Pero es una experiencia particularmente satisfactoria y un modo especial y diferente de llegar a conocer, de aprehender la realidad circundante.

Por eso, para los que ya experimentan con facilidad el acto de dibujar, se da al hacerlo un estado mental particular que es de una cierta “distracción alerta”, una absorción en un tipo de observaci6n que no es metafórica y que proporciona una extraña y entrañable sensación de realidad.

Lo que se hace cuando se intenta enseñar, es que se induce a quien quiera aprender a dibujar a sentir este estado de distracción alerta una y otra vez, hasta que se convierte en un hábito.

Este estado mental es placentero y adquirirlo, no es ni difícil, ni produce desagrados. Un elemento también importante en el intento de adquirir la habilidad del dibujo es lograr percibir las formas en su totalidad y no en sus elementos particulares. Esta es también una función que se diferencia en forma importante del acto de leer, de escribir y de nombrar las cosas. Al leer se recorre letra por letra la palabra y no se sabe qué palabra vendrá después de ella hasta que se haya llegado al lugar donde se encuentra.

Mirar imágenes se da de otra manera. El ojo puede percibir muy bien un aspecto general antes de examinar detalles o particularidades y aunque se esté viendo un detalle particular de la imagen ese mismo detalle se entenderá en su comparaci6n y confrontación con los otros elementos que lo rodean.

Por ello, quien desea dibujar, debe aprender a pensar de manera comparativa. Conviene constantemente confrontar elementos de la imagen que se van formando unos junto a otros y conviene considerar que todo lo que se ve está influenciado por todo lo que lo rodea o lo envuelve. Es decir, mirar la imagen, es en sí un ejercicio que se separa de las funciones de la mente como la lectura o la concepción de símbolos. Lo simbólico que reviste una imagen es siempre percibido a posteriori, cuando la mente comienza a analizar, a ponderar lo hecho. El nombrar lo que se ha hecho, el entender su simbología son eventos que suceden cuando ya ha cesado el acto de dibujar. La palabra no cabe en el dibujo. Hablar impide permanecer en el estado mental de la “distracción alerta”.

Muchas veces me he enfrentado a este dilema al tener que explicar ante mis alumnos lo que dibujaba, mientras dibujaba. Es casi imposible. O se dibuja, o se habla. Llega hasta ese punto patente la diferenciación entre las funciones que es capaz de llevar a cabo nuestro cerebro, o —en todo caso—, el mío.


También juegan roles importantes en nuestra habilidad o inhabilidad de dibujar las asociaciones que tenemos con eventos, en general experimentados en la infancia, con nuestros primeros esfuerzos de trazar líneas o de hacer manchas. Si cosas como manchar el muro o un objeto, o arruinar con tinta un piso o una alfombra, se convierten en eventos negativos, dramáticos y traumáticos en la vida del niño o la niña (porque, por ejemplo, se le castiga regaña), ello repercutirá en frenar su habilidad de hacerlo por el resto de su vida.

Inciden también en la habilidad de dibujar otros elementos psicológicos que surgen de la vida infantil de los primeros años. La absorción de información sobre las formas tridimensionales y la posibilidad de manejarlos es uno de estos. Me refiero a juegos como los que se hacen con bloques de madera o piedra o plástico y juegos de armar tridimensionales. Este tipo de juguetes se da con preferencia a los varones, cosa que tiene luego el efecto de que ellos perciben mejor los espacios tridimensionales y los volúmenes. Así como los varoncitos necesitan, al igual que las niñas, juguetes de felpa y otras cosas blandas para desarrollar sus sentimientos de ternura y afectos corpóreos, las niñas también necesitan jugar con bloquecitos y cosas de armar tridimensionales, para desarrollar su percepción espacial. Es importante que se formen como seres humanos completos tanto los niños como las niñas.

De todo esto se deduce que la actividad de dibujar es más que nada una actividad mental y su aspecto motor es la expresión del estado mental en que se halla quien dibuja. No se dibuja con la mano, se dibuja con el cerebro. La mano, o cualquiera extensión de ella, es el instrumento a través del cual queda marcada, trazada, la actividad particular de la mente que es creadora de imágenes. EI pensamiento visual, el que forma imágenes, es el que mueve la mano. La mano es instrumento de ese pensamiento. La mano piensa.

 

 

LAS PALABRAS

 

Es ardua la tarea de formular palabras de tal manera que expresen ideas que se dirijan a mujeres y varones por igual. Habrá que estar intentado hacerlo hasta que se pueda lograr. Para hablar e incluso para expresar las ideas estamos atados a usar la lengua que tenemos, la única de la que disponemos en cuyos pliegues están grabadas a fuego mil sombras que la han alterado y le han quitado elementos que expresan lo femenino.


Reitero la imagen que ya conocemos. Un diminuto y esforzadísimo esperma encuentra el óvulo y lo penetra. Lleva la mitad del mensaje genético que formará el nuevo ser. La otra mitad está dentro del óvulo y entre los dos forman la célula completa que desde ese mismo instante tiene la identidad genética que tendrán todas las células de ese nuevo ser. La contribución masculina se dio con el uso de una enorme energía, una energía que debía proveer el movimiento del flagelo con que el esperma ha superado el movimiento de todos sus hermanos congéneres, todos los obstáculos que se le presentan nadando contracorriente. Esa competencia, esa energía particular es genéricamente masculina y se proyecta luego en todas las manifestaciones de la existencia del ser vivo. En los humanos es la energía física y metafísica que anima todos los aspectos de la vida, la cultura y la manifestación de humanidad genéricamente masculinos.

Después de la fecundación entra a actuar la energía genéricamente femenina. El óvulo, muchísimo mayor que el esperma, provee la energía inicial para que sobreviva la nueva creación, para que pueda multiplicarse. La energía genéricamente femenina es la que provee la nutrición, la posibilidad de multiplicación y de sobrevivencia. La energía física y metafísica de género femenino aporta el cobijo, el alimento, y el transporte mismo, protección y refugio, genéricamente femeninos en todas sus manifestaciones.

El impulso vital surge cuando, y sólo cuando las dos energías se suman. La energía masculina que no encuentra un óvulo perece, simple y llanamente. Millones de espermas perecen en cada intento de formar un nuevo ser vivo. Los elementos femeninos deben esperar pacientemente la llegada del elemento masculino para que se dé la fertilización y la multiplicación. Y los elementos masculinos y femeninos que no encuentran su contraparte perecerán por igual, aunque sus números varían.

Una mujer nace con una cantidad determinada de óvulos. Por el contrario el órgano sexual de un varón produce una y otra vez millones de espermas. Quizás en estos elementos básicos esté incluso inserta ya la semilla de ideas como lo finito y lo infinito. Porque las ideas nacen de nuestras mentes que funcionan en un cuerpo vivo, son productos de algo vivo y material que es nuestro cuerpo. Y este cuerpo nace de ese momento en que el esforzadísimo esperma encuentra la paciente óvulo.

Hasta ahí el aspecto biológico. Ahora veamos nuestro modo de hablar de ello.

Miren ustedes, observen que debo usar una palabra de género masculino, “el óvulo”, para expresar la parte femenina que origina nuestro ser. En el lenguaje nacemos de un elemento masculino que se inserta en otro elemento masculino. Curioso, ¿no? Yo soy pintora y durante años me dio por pintar huevos. Y cada vez que hablaba de mis pinturas se daban entre quienes me escuchaban algunos que entendían que yo hablaba de testículos. El huevo. Lo pone la gallina, pero resulta en un producto masculino. El óvulo lo porta la mujer en su ovario (género masculino) que baja a el útero (masculino también). Menos mal que tenemos también palabras como vulva y matriz que son de género femenino. En cambio, el varón no tiene el mismo problema. Sus partes íntimas están aseguradas con terminología debidamente masculina.

El castellano —o si se quiere, el español— será nuestra “lengua materna”, la que aprendemos en gran parte de nuestras madres, pero es lengua formada, transformada e influida por los creadores, implementadores y conservadores del patriarcado. Miles de años de ideas son las que respira nuestra lengua derivada de otras, sí, pero la que verdaderamente tenemos, la lengua en que soñamos.

Hemos tenido quizás otros modos de hablar, de expresarnos. Intentamos retomar lo que se ha olvidado y quizás no valga la pena hacerlo. Quizás la tarea de fondo es crear, explorar, sacar desde lo hondo las ideas para que vayan creando nuevas realidades que se reflejarán en nuevas formas verbales. Surgirá de nuestras tomas de conciencia un nuevo lenguaje, porque la lengua, todas las lenguas, reflejan modos de pensar. En la medida en que aprendamos a reevaluar los elementos del género femenino en nuestro interior, en nuestra cultura y en nuestra vida, fluirán las palabras que necesitamos para expresarlo. La lengua misma en la que hablamos, leemos y nos comunicamos será, paradojalmente, nuestro instrumento de trabajo. Las palabras se transforman, adquieren vida nueva.


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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO

 























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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 182 | outubro de 2021

Artista convidada: Susana Wald (Hungria, 1937)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

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