En Venezuela me abren las puertas, me abren el corazón. Aquí encuentro lo que vine a buscar, porque vine como un inmigrante español que huía de la dictadura de Franco. Por todo eso yo le prometí a Venezuela que le iba a dar su prehistoria, porque no la tenía, lo que había aquí sobre ese tópico era muy poco. Y cumplí.
JOSÉ
MARÍA CRUXENT
No creo en la ciencia de los sabios
bestias.
VÍCTOR
HUGO
En
Venezuela carecemos –es notable– de monumentos
antiguos que capturen inmediatamente la imaginación del lego en Historia, Arqueología
o Etnología. No se encontrará un edificio semejante a El Caracol, de ingeniería
maya, que se levanta en Chichén-Itzá; nada semeja las ruinas de la ciudad ceremonial
de Palenque; en vano se buscará la fortaleza incásica de Machu Picchu; tampoco se
podrá caminar por la Calzada de los Muertos, teniendo como fondo las pirámides del
Sol y de la Luna, en la ciudad arqueológica de Teotihuacán. Venezuela no fue Virreinato,
ni fue nuestra riqueza colonial –de suyo crónicamente menguada– atractivo para grandes
personeros del gobierno de Indias que demandasen abigarradas construcciones barrocas.
No partían de nuestras playas flotas cargadas de oro y joyas, por lo que no encontraremos,
bajo el verde y el azul de nuestro mar, galeones semienterrados, preñados de tesoros.
Ello hizo pensar a algunos espíritus desprevenidos que en Venezuela no había Arqueología
o, en el mejor de los casos, nada que pudiese reclamar el estudio de quienes siguen
este capítulo de las ciencias.
Incluso en aquel
período heroico, que cabría llamar de los Anticuarios, –bajo la sombra afrancesada
y semiletrada del Gral. Guzmán Blanco–, cuyo más acabado ejemplo es D. Arístides
Rojas –autor de un temprano Estudios Indígenas (comp.1934), magníficamente inmortalizada la efigie del autor por
los pinceles de Arturo Michelena y Antonio Herrera Toro–; decíamos que en aquel
tiempo de anticuarios, una pieza arqueológica era evaluada por su belleza y por
su estado de conservación: si la pieza estaba intacta y la decoración que la acompañaba
resultaba evocadora y exótica, despertaba algún interés. Requena en su Vestigios
de la Atlántida (2da. ed. 1972),
obra sustentada en una de las primeras excavaciones arqueológicas documentadas en
Venezuela, acusa la misma tendencia. A tal punto, que la pieza catalogada en su
colección como N° 1 es una monumental vasija funeraria, donada por el Presidente
Gral. Juan Vicente Gómez –Juan Bisonte, para sus enemigos, o más brevemente
para los prisioneros políticos de la Rotunda: el bagre–. Requena agradece
en su obra cumplidamente al Gral. Gómez la autorización para las excavaciones arqueológicas
realizadas en sus tierras en los alrededores del Lago de Valencia. Lo difícil hubiese
sido excavar en tierras venezolanas que no fuesen de Gómez, entonces el mayor
latifundista del país.
Con la llegada
de las compañías petroleras –más señaladamente la Creole Petroleum Corporation–,
esa situación cambia significativamente. Cuando Wendell C. Bennett, Alfred Kidder
II, Cornelius Osgood –antropólogos norteamericanos invitados por Requena–, George
D. Howard, Clifford Evans, Betty J. Meggers, y los geólogos Douglas Taylor, Edward
S. Deevey, G. D. Jhonson, Wolf Petzall inicien sus investigaciones a partir de 1937,
se comenzarán a echar los fundamentos de la arqueología científica en Venezuela,
aunque de manera esporádica e inconexa. Cruxent comenzó sus estudios de campo en
1942, inmediatamente después de la partida de Osgood y Howard –su primera publicación
científica data de 1944: Espeleoarqueología. Ella es el inicio de una faena
de quince años de infatigables exploraciones científicas que coronará en An Archeological
Chronology of Venezuela.
La primera edición
castellana de Arqueología Cronológica en Venezuela está fechada en 1961,
corrió a cargo de los mismos editores de la versión en lengua inglesa. Nosotros
hemos consultado para este estudio la edición de 1982, Ediciones de la Unidad Prehispánica
de la Asociación “Juan Lovera”, Ernesto Armitano Editor, 2 vols., 806 p.p. Un incremento
nada despreciable de 256 páginas desde la edición príncipe. Cruxent se sirvió para
sus exploraciones de campo del “reciente y rápido desarrollo de la red de carreteras,
que no sólo abrió nuevas regiones a la exploración, sino que también produjo el
descubrimiento de importantes yacimientos.”
En la elaboración
de la Arqueología Cronológica, Cruxent contó con la estrecha colaboración
de Irving Rouse, arqueólogo de la Universidad de Yale. La obra tiene dos fines principales:
Primero, ofrecer un panorama de la arqueología venezolana; para ello se sirven no
sólo de sus propias y numerosas investigaciones, acuden a la bibliografía conocida
sobre el tema: realizan una completa encuesta científica.
En segundo lugar,
elaboran una detallada cronología de los yacimientos arqueológicos en Venezuela,
con el objeto de conseguir una base sistemática que sirva para organizar e interpretar
el material arqueológico de acuerdo con ella. Esta cronología consiste en una serie
de áreas y períodos: Saladoide, Barrancoide, Dabajuroide, Tocuyanoide, Arauquinoide,
Ocumaroide, Tierroide, Memoide y
Valencioide. Estas series están definidas por estilos cerámicos.
Cruxent y Rouse
definen el estilo como “un conjunto de caracteres cerámicos aislados en un
yacimiento típico o cabecero, conjunto que se repite en otros yacimientos. En el
yacimiento cabecero y en las demás estaciones homogéneas, en las que el estilo no
se presenta mezclado con otros, se incluyen todos los caracteres cerámicos de material,
forma y ornamentación, reflejando así la totalidad de las costumbres referentes
a la alfarería poseídas por un pueblo o grupo durante un período de su historia.”
(Cruxent y Rouse, 1982: 22, 23). Y más adelante precisan: “Estos estilos no deben
ser confundidos con los tipos cerámicos de Kidder y de otros. Todo grupo
social deberá poseer normalmente un estilo cerámico único durante un determinado
período de tiempo, excepto en los períodos de transición entre estilos. Por otro
lado, todo grupo usa generalmente varios tipos cerámicos, aun dentro del mismo estilo.”
(Cruxent y Rouse, 1982: 22,23). Como se ve, los autores se refieren a la “totalidad
de las costumbres referentes a la alfarería”, dando un carácter socio-cultural a
su noción de estilo. Categoría originariamente tomada de la historia del arte. Cruxent
llamó Complejo a las primeras estaciones no cerámicas descritas por él en
Venezuela, en las cuales no es aplicable el concepto de estilo.
El hecho de que
Cruxent y Rouse definieran sus unidades culturales solamente en términos de estilo
cerámico no significa que ignorara el material no cerámico. Antes de tratar cada
estilo, describían los yacimientos y añadían luego una descripción de los “objetos
asociados”. Al decidir sobre la cronología, emplearon, igualmente, tanto el material
no cerámico como el de alfarería. Al tratar el complejo El Jobo, en el valle del
río Pedregal, Estado Falcón, escriben: “La colección comprende más de 12.000 artefactos,
procedente de unas 45 estaciones diferentes, situada en una zona de unos 45 kilómetros
cuadrados. El complejo de El Jobo difiere de todos los demás hallazgos hechos anteriormente
en la parte septentrional de América del Sur... Presentamos varios artefactos de
muestra a unos cuantos especialistas norteamericanos como Marie Wormirngton, Mott
Davies y Alex D. Krieger, quienes encontraron que la mayor semejanza se daba con
las puntas líticas que se encuentran al lado del segundo mamuth de Santa Isabel
de Iztapán, en el Valle de México, y con las puntas lanceoladas del período Paleoindio
reciente de los Estados Unidos, por ejemplo, las de Lerma, en Texas. Las puntas
de El Jobo parecen ser también análogas a las del complejo Ayampitín de la Argentina
central y a las del Período III de Bird en la Patagonia, así como a las de Huacayo,
del Perú.” 2 (Cruxent y Rouse, 1982: 82, 83). Alex D.
Krieger cita las investigaciones de Cruxent en su clásico “Early Man in the New
World” (1964), donde hace referencia a los hallazgos –polémicos entonces y aún
al presente– de una punta jobiode típica
(tipológicamente análogas a las puntas de proyectil encontradas en el complejo El
Jobo), de una raedera, gran cantidad de artefactos sencillos junto a los restos
de un mastodonte y otros mamíferos pleistocénicos en el sitio de Muaco, Estado Falcón.
En el negro cieno de Muaco se encontró un hueso fósil de mamífero que arrojó un
fechado radiocarbonado de 16.375 ± 300 años. Royo y Gómez y Cruxent publicaron sus
investigaciones en 1961. Krieger se entrevistó con Cruxent en 1962, quien ya venía
publicando sobre Paleoindio desde 1956, en coautoría con Rouse: Discovery of
a Lithic Industry of Paleo-Indian Type in Venezuela.
Donde fueron hallados
la punta de proyectil tipo complejo El Jobo con otras muestras de industrias lítica,
junto (junto no quiere decir,
en lenguaje arqueológico, necesariamente asociado) a mamíferos representativos
de la megafauna del Pleistoceno y el Holoceno, hoy se levanta el Museo in situ
–tal y como lo soñara Cruxent– en el Parque Arqueológico y Paleontológico de Taima
Taima.
En reconocimiento
a los múltiples valores de la zona, el Estado Venezolano declaró a Taimataima Sitio
de Interés Cultural, según Gaceta Oficial N° 38.206 de fecha 10 de junio de
2005, ampliando a 1.480 ha. la declaración anterior de 8 ha. que aparece en la Gaceta
Oficial N° 35.923 de fecha 19 de marzo de 1996. La Brigada Patrimonial, integrada
por niños y niñas en edad escolar, de las comunidades aledañas y comprendidas dentro
de la perimetral del Parque, tienen por lema: “Cruxent con nosotros siempre vivirá.”
En
sus estudios relativos al período Paleoindio, Cruxent incluso establece una serie
de complejos: Manicuaroide, el nombre se deriva de las excavaciones realizadas
por Cruxent en 1950 en la estación Manicuare, en la península de Araya. El complejo
apareció de nuevo en las excavaciones de 1953 en la estación de La Aduana, isla
de Cubagua. E. Romero colecta nueva información sobre el complejo al excavar una
segunda trinchera en La Aduana en 1955 (Cruxent y Rouse, 1982: 97 et passim). El complejo es encontrado por
tercera vez en las excavaciones realizadas en Punta Gorda, isla de Cubagua. Por
último se reconoce su existencia a través de materiales aflorados que se hallaron
en la península de Araya y en Macanao. “Esta serie se encuentra centrada en las
islas que hay ante la costa oriental de Venezuela, extendiéndose por esta última,
lo que le da un carácter eminentemente marítimo. Los artefactos principales hallados
son las puntas de hueso, la gubia de concha y la piedra de dos puntas que fue quizás
usada por honderos o destinada a ceremonias. La serie toma su nombre del complejo
Manicuare, en el cual aparece por primera vez la gubia de concha, aunque iniciamos
su estudio en el complejo Cubagua, que es anterior, con lo cual seguimos el probable
orden de desarrollo histórico.” (Cruxent y Rouse, 1982: 97 et passim). El complejo Manicuare tanto como
el complejo Carúpano, que tienen su génesis en el Período I (7000-3000 años
a.p.) se extendieron a la primera parte del Período II (3000-1600 años a.p.).
El complejo Manicuare, produjo durante la segunda mitad del período II, otro nuevo
complejo denominado Punta Gorda. Otros complejos descritos en Arqueología Cronológica de Venezuela fueron
Pedro García, El Peñón y El Conchero.
En las estaciones
no cerámicas de Cuba y la Florida aparecen artefactos semejantes a los encontrados
en las estaciones de la serie Manicuaroide: gubias de concha. Pero, cuando fue publicada
la edición castellana de Arqueología, no se habían encontrado otros análogos
en ninguno de los seis complejos que se conocen en la zona intermedia. Por otro
lado, la presencia de gubias modificadas en las Antillas Menores –encontradas en
la superficie– indican la probabilidad de hallar complejos no cerámicos en las mismas
que pudiesen ser eslabones en la cadena, “aunqu –advierten cautamente los autores–
sería prematuro afirmar que la serie Manicuaroide está relacionada con las ocupaciones
no cerámicas de Cuba y Florida.” (Cruxent y Rouse, 1982: 103)
Cruxent y Rouse agrupan
en un solo complejo las estaciones de El Heneal, Iguanas e Indio Libre, situadas
en el área arqueológica de Tucacas, en la costa oriental del Estado Falcón. En El
Heneal Cruxent encontró 37 cantos rodados, o piedras pulidas por la acción del agua.
La mayor de las piezas mostraba una serie de marcas en la cara superior que sugiere
su uso como yunque lítico. Otras 7 piezas pueden clasificarse como piedras martillo,
porque poseen mellas y señales de golpes en los extremos de las caras y, en un caso,
alrededor de todo el borde. Otra de las piedras parece haber sido usada en labores
de molienda, ya que uno de sus bordes ha sido aplanado por el uso. Cuando Cruxent
llegó a la zona en 1953, la mayor parte del conchero había sido destruida para ser
empleada en la construcción de la carretera que va de Morón a Coro, quedaba solamente
la base del montículo que tenía unos novecientos metros de diámetro. Sólo se conocen
artefactos semejantes en el complejo precerámico de Cerro Mangote, en Panamá y en
la posterior cultura cerámica de Monagrillo, además de los complejos venezolanos
de cabo Blanco y Pedro García y del complejo precerámico Loiza, en Puerto Rico.
El significado de estas semejanzas no ha sido aún determinado. (Cruxent y Rouse,
1982: 104 et passim).
Yacimientos como
El Heneal –un conchero costero prehispánico– son conocidos
desde fecha temprana en la etnología venezolana. A estos concheros milenarios se
refiere Lisandro Alvarado con el sonoro nombre de Quioquenmodingos en sus
Datos Etnográficos de Venezuela (1989).
Ya Adolf Ernst los había descrito en una obra publicada en 1883. “En una de las
islas Roques hemos visto un gran montón de conchas vacías y rotas de esta especie
[la quigua, (Turbo pica)], cimentadas entre sí por arenas e incrustaciones
de carbonato de cal. Aquel punto es sin duda un antiguo paradero de pescadores de
siglos pasados, y que pertenece por consiguiente a la clase de monumentos prehistóricos
que la antropología moderna designa con el nombre de quioquenmodingos.” Alvarado
escribe en sus Datos: “se hallan así mismo tales depósitos alrededor de los
cementerios tumulares de algunas Tribus en torno al lago de valencia. Son despojos
de los banquetes funerarios rituales entre ellas, para cuya celebración cocían las
carnes a inmediaciones del cementerio.” (Alvarado, 1989:125).
Las conchas colectadas
en El Heneal fueron envíadas al labortatorio Geológico Central de la Creole Petroleum
Corporation en Caracas para su análisis. El laboratorio informó que el material
es de origen terrestre, y por lo tanto humano, datado del “Pleistoceno Superior
o Reciente”. Se identificaron cuatro especies de conchas: Donax variabilis, Tibela
mactroides, Ostrea sp. y Neritina virginea, todas las cuales existen
en Venezuela; aunque Ostrea no puede conseguirse ya en la vecindad de El
Herneal. También se envió material al National Museum, que identificó dos
especies más de conchas: Melongena melongena y Melampus coffeus, así
como cocodrilo (Crocodylus sp.) y algún ejemplar de tortuga terrestre (Testudo
denticulata) (Cruxent y Rouse, 1982: 133)
Los fragmentos líticos
encontrados en los complejos El Peñón y El Conchero sugieren la existencia de relaciones
con el complejo Ortoire, en la isla Trinidad; con el complejo Alaka, en la Guayana
Británica; con el complejo Pedro García ya mencionado y, posiblemente, con el complejo
San Nicolás, hallado por Reichel-Dolmatoff en la Colombia septentrional, todos los
cuales contienen artefactos semejantes (Ibídem).
En Arqueología
Cronológica, Cruxent y Rouse elaboran una serie de seis períodos que les sirvieron
para expresar la distribución cronológica de sus unidades culturales, y que ofrecemos
a continuación:
Período Paleoindio Período I Período II Período III Período IV Período V |
Antes del 7000 7000 - 3000 3000 - 1600 1600 - 800 800 - 450 450 en adelante |
Antes
del 6810 a.C. Antes del 5050
a.C. 5050 - 1050 a.C. 1050 A.C. - 350 d.C. 350 - 1150 d.C. 1500 d.C. en adelante |
El Paleoindio está representado únicamente por el
complejo El Jobo. En el Período I se sitúan una serie de complejos arcaicos, no
cerámicos, que incluye la primera parte de la serie Manicuaroide. Esta serie
persiste en el Período II, que se define como la época de la aparición de la alfarería
y la agricultura, o época Formativa del desarrollo cultural. Corresponden a este
período las series cerámicas más antiguas: las Saladoide y Barrancoide
en el este, y la Tocuyanoide, al oeste. Las series Arauquinoide, Ocumaroide,
Dabajuroide, Tierroide, Memoide y Valencioide aparecen durante los Períodos
III y IV, surgiendo como evolución de los tres estilos básicos del Período II. El
Período V, por último, representa la época de la Colonia, en la que fueron declinando
los diversos estilos, pero sus ecos perviven aún en la alfarería popular, como bien
hiciese notar Cruxent en Loza Popular Falconiana (1988).
En Arqueología
de Venezuela (1963), Cruxent y Rouse proponen para Venezuela la siguiente serie
cronológica:
Paleoindio,
subdivido en 1) Cacería Directa: de 18.000 a 24.000 años a.C. 2) Cacería Semidirecta:
de 14.000 a 20.000 años a.C. 3) Cacería a Distancia: de 10.000 a 16.000 a.C.
Mesoindio o Período I: Esta época pudo
durar unos 4.000 años, estimando su antigüedad entre 3.000 y 7.000 años. En Venezuela
se dan cuatro sistemas de vida: a) Sobrevivientes del Paleoindio, b) Pescadores
y recolectores costeros, c) Recolectores de tierra adentro, d) Agricultores incipientes.
Neoindio o Período II: Conformativo y Formativo: Comprendidos entre
los 3.000 y 1.600 años antes del presente, varios grupos se ajustaron al cambio
causado por la agricultura e iniciaron la transición de la vida nómada de recolectores
naturales a la sedentaria de agricultores. El yacimiento arqueológico característico
de este período es Rancho Peludo, el cual Cruxent supone es el más antiguo de la
serie Dabajuroide. Por su antigüedad pertenece al Mesoindio, pero es incluido
en los albores del Neoindio, durante el cual perdura y evoluciona. La datación más
antigua que se posee para este período es de 4.630 ± 150 años.
Período III: Clásico: Los agricultores
y alfareros de esta época ya ocupaban las mejores regiones, quedando algunos grupos
arcaicos en las regiones marginales. Los ceramistas del Clásico tenían un
gran dominio de los estilos, ya bien establecidos de su alfarería.
Período IV: El Postclásico: Se le atribuye
de 800 a 450 años de antigüedad, equivale a un período protohistórico. A pesar de
la gran difusión de grupos, la situación de la dicotomía agrícola prehistórica –semicultura/vegecultura–
no varió en cuanto a la difusión de la yuca amarga, que no logró penetrar en Falcón
ni Lara (su límite conocido es Sabana de Parra, en Yaracuy), ni tramontar los Andes.
En cambio, el maíz se difundió rápidamente por casi toda Venezuela; sólo en el sur
encontró mayores dificultades para su adopción; entre ellas, la acidez del suelo.
Durante el Postclásico, el Occidente y la parte del Centro, así como el píe
de monte de los Andes alcanzan su mayor desarrollo artístico. Período V: Indohispano:
a la llegada de los españoles, los pueblos conquistados se modifican tan violentamente
que resulta difícil tener una idea exacta de su aspecto en el siglo XVI.
Cada región sometida a los europeos reaccionó
de manera diferente. Las civilizaciones desaparecieron, quedando algunos grupos
diseminados y marginados. La mayólica hispana la impone el conquistador, la importa
y la elabora en el Nuevo Mundo. Asociados con la mayólica hispana, en Venezuela,
se encuentran ejemplares procedentes de Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia,
Italia, Portugal, del Lejano oriente y de México. La presencia de alfarería indígena
entre la mayólica, contribuye a esclarecer el estilo de un determinado grupo indígena,
conocido a través de los cronistas. (Cruxent y Rouse, 1963:72).
La moderna etnografía venezolana ha adoptado
una seriación cronológica algo más sencilla: Período Paleoindio: 15.000 a
5.000 a.C.: de la piedra a la flecha. Período Mesoindio: 5000 a 1000 a.C:
Recolectores del Agua y de la Tierra. Período Neoindio: 1.000 a 1500 d.C:
Culturas de la Yuca y el Maíz. Período Indohispano: 1.500 a.C hasta el presente.
La virtud de esta propuesta es su claridad, aunque no comprende los desarrollos
regionales. Apuntemos asimismo que esta periodización fue originalmente propuesta
por Cruxent y Rouse (1963), y luego aceptada por la comunidad científica venezolana.
En Arqueología Venezolana, Cruxent y Rouse señalan que más que de una dicotomía
en la arqueología venezolana –cultivo del maíz/cultivo de la yuca– deberíamos reconocer
una tricotomía, tomando en cuenta el cultivo de la papa en el sector
alto de los Andes, que corresponde al Sistema Andino. Según los informes
botánicos dados a Cruxent por Henri Pittier, el cultivo del maíz (Zea mays L.
sp.) es occidental, el de la yuca (Manihot utilissima Pohl) oriental y sureño
y el de la papa (Solanum tuberosum L.) de las alturas de los Andes, lo cual
concuerda perfectamente con los datos aportados por la arqueología. (Cruxent y Rouse,
1963: 39 et passim). Veinticinco son las
fechas absolutas indicadas en la Arqueología Cronológica obtenidas del análisis
de radiocarbono por los laboratorios de las Universidades de Yale y Michigan, cotejadas
con diversas correlaciones, lo que permitió la conversión de los Períodos según
podemos ver:
TABLA1 –CONVERSIÓN DE LOS
PERÍODOS RELATIVOS EN CRONOLOGÍA ABSOLUTA
Períodos |
Fechas según la acumulación
residual |
Fechas glotocro-nológicas
|
Fechas basadas
en los análisis de radiocarbono |
|
Fechas calendáricas |
Fechas a partir
del momento actual |
|||
V |
1500 D. C. en adelante |
1500 D. C. en
adelante |
1500 D. C. en adelante |
0 - 450 A. C. |
IV |
1437- 1500
D. C. |
1350- 1500
D. C. |
1150- 1500
D. C. |
450-800 |
III |
1193- 1437
D. C. |
750- 1350
D. C. |
350- 1150
D. C. |
800-1600 |
II |
929- 1193
D. C. |
150- 750
D. C. |
1050 A. C. 350
D. C. |
1600-3000 |
I |
849- 929 D. C. |
50- 150 D. C. |
5050 A. C. 1050 |
3000-7000 |
TABLA 3 –FECHAS DE RADIOCARBONO
OBTENIDAS PARA COMPROBACIÓN DE LAS CONSEGUIDAS PRIMERAMENTE
Número de la muestra |
Yacimiento |
Complejo o Estilo |
Período |
Fecha del C-14
(en años desde el momento presente) |
|
Primitivo |
Revisado |
||||
Y-299 |
Río
Caribe |
El
Morro |
V |
V |
290
± 70 |
Y-454 |
Mirinday |
Mirinday |
IV |
IV |
580
± 50 |
Y-298 |
El
Morro |
El
Morro |
IV |
IV |
715
± 70 |
Y-300 |
El
Mayal 1 |
Chuare |
III |
III |
1355
± 80 |
Y-499-2 |
Los
Barrancos |
Los
Barrancos |
III |
III |
1370
± 90 |
Y-297 |
El
Mayal 2 |
El
Mayal |
II |
II |
1795
± 80 |
Y-457 |
Cerro
Machado |
Cerro
Machado |
II |
II |
1930
± 70 |
M-257 |
Tocuyano |
Tocuyano |
II |
II |
2180
± 300 |
Y-456 |
Pedro
García |
Pedro
García |
IV |
II |
2450
± 90 |
Y-294 |
Saladero |
Barrancas |
III |
II |
2800
± 150 |
Y-316 |
Saladero |
Barrancas |
III |
II |
2820
± 80 |
Y-296g |
La
Aduana I |
Manicuare |
I |
I |
3050
± 80 |
Y-455 |
El
Heneal |
El Heneal |
I |
I |
3400
± 120 |
Y-295 |
La Aduana I |
Manicuare |
I |
I |
3570
± 130 |
Y-497 |
Punta
Gorda |
Cubagua |
I |
I |
4150
± 80 |
Y-458d |
Cerro
Mangote |
Cerro Mangote |
I |
I |
6810
± 100 |
Quijote de la Ciencia y de los Orígenes,
Cruxent advierte en Arte Prehispánico de Venezuela
(1971): “Hasta hace poco –escribe– tan sólo se apreciaba el arte de las grandes
civilizaciones clásicas del Viejo Mundo y de las Altas Culturas de América, situadas
entre México y Bolivia, alineadas de Norte a Sur. A las formas arcaicas de Arte
Prehispánico de Venezuela no se les concedía ningún valor; incluso en los medios
intelectuales existía un total rechazo, debido a la inexistencia de un arte monumental.”
Y pese a algunas señales alentadoras, puntualiza: “En nuestros textos escolares
aún no se incluye la documentación arqueológica de los quince o veinte mil años
últimos.”
Espíritu de contradicción, superación y síntesis
fue el de J. M. Cruxent: buscó y encontró Ciencia y Belleza donde otros, antes y
después de él, no han sabido verlas. “Podemos asegurar que en la compleja arqueología
venezolana, en muchos casos un modesto tiesto o una simple concha trabajada nos
han dado más entusiasmo, satisfacción y conocimiento que un bellísimo ídolo de azabache.
A base de excavaciones de tumbas en busca de una bella arqueología, no hubiésemos
logrado nuestro propósito de iniciadores de facilitar a la nueva camada de arqueólogos
una documentación que será aprovechada, ampliada y modificada a la luz de los nuevos
descubrimientos a base de arduo, inteligente y generoso trabajo, condiciones indispensables
para una labor científica.”(Cruxent, 1971: 72)
Destacando esta relación dual Ciencia-Arte
en la vida y en la obra de Cruxent, escribe Sofía Imber en el Prólogo al Catálogo
de la Exposición Homenaje a Cruxent. Siglo
XXI: Hombre, Cultura y Desafíos (1992), realizada en Santa Ana de Coro en Enero
de 1992 –fue en esta Exposición donde tuvimos nuestra primera experiencia sensorial
ante la obra plástica de Cruxent–: “La personalidad, obra y huella de José María
Cruxent en el campo del arte y la ciencia han sido de trazo muy fuerte y eso nos
motivó a realizar, desde el mismo momento de la fundación del Museo de Arte de Coro,
una exposición que reflejara una visión integral del trabajo de este creador, pintor,
arqueólogo, explorador y antropólogo que tantos aportes ha ofrecido a Venezuela
desde esa tierra falconiana.
Conocí
a Cruxent cuando pintaba lienzos de corte informalista, muy vitales y, sobre todo,
de gran riesgo en la experimentación con los materiales, incorporando elementos
no tradicionales de la pintura. Pintaba con la tierra, con pedazos de tejidos indígenas
que adquirían, a la vez, un carácter estético y simbólico. Más que cuadros, eran
restos, huellas arcaicas, gestos presentidos en otros tiempos… Más tarde elaboró
las cajas paracinéticas en las cuales se combinaba la expresión de su pintura con
los efectos de la luz y el movimiento propio del arte cinético.
En
el área de la arqueología y la antropología, su figura es más que reconocida internacionalmente
como el hombre que devolvió a América su memoria arqueológica; como el hombre que
llegó hasta las más antiguas y remotas huellas de la condición humana: a los primeros
objetos creados por el hombre, millones de años antes de ser inventados por otros
como ‘hombre americano’; a los huesos de nuestro Continente, al primer rastro (¿tal
vez dibujo?) que ese hombre, con objetos por él fabricados y extraídos de las piedras,
talló sobre un hueso de animal al utilizar su carne como alimento; a los fragmentos
de cerámicas pre-hispánicas e hispanas. En cierto sentido, Cruxent utiliza la materia
pictórica como forma de recuperar esas huellas que, por momentos, el progreso tecnológico
ha borrado.
Aun
cuando, desde 1973, dejó de figurar en el panorama oficial de exposiciones de arte,
nunca dejó de pensar y experimentar como artista y por ello quisimos enfocar esta
muestra, no sólo como una simple exhibición de lo que comúnmente llamamos ‘obras
de arte’, sino del conjunto de objetos que en su reto por llegar a nuestras raíces,
nos dio a conocer. Los huesos de mastodonte, la industria lítica, la cerámica o
las matéricas pinturas de Cruxent, visto en forma aislada, no significan más que
huesos, tierra o materia pictórica. Pero al ser leídos como conjunto de la vida
de un hombre que se dedicó al hombre mismo, se convierten en creación que simboliza
el paso del hombre por el Arte y la Historia. (Imber, 1992: 27).
Al trazar la senda de los vasos comunicantes,
como si de los nervios de un animal mítico se tratase, en la exploración científica
y la labor artística de Cruxent, escribe María Luz Cárdenas (1992: 71), la vista
puesta en aquella Exposición de 1992: “Entre la ciencia, la investigación y el arte
no hay una demarcación rígida de fronteras. En la aventura tampoco, y esta es la
exposición de una aventura, o mejor, de un aventurero: es una exposición de restos,
historias fragmentadas, pinturas, gestos, cajas luminosas que generan la ilusión
de movimiento, pedazos de tierras tejidos por el hombre. Es una exposición que se
inicia con los primeros huesos del continente (ese que, infinitos años más tarde,
fue inventado como ‘América’) y que atraviesa la creación artística. El hilo conductor
es ‘el alma de los objetos’. El alma y el instinto de quien supo ir tras sus propias
huellas. Reconocerlas (‘cualquier cosa que
cae en mis manos’, dice, ‘si no tiene
alma, no me interesa’).
Arqueólogo,
pintor, mundano, expedicionario, escritor, autodidacta, profesor, mujeriego, leyenda
viviente, oteador, antropólogo, artista. ‘Trota Patria, trota bosque, trota ríos
y trota selva’ lo definió con acierto don Alfredo Boulton. Y es que en la vida y
en la obra de José María Cruxent se entrelazan demasiadas coordenadas existenciales
y profesionales, como para resumirlas en una sola calificación. A las puertas del
siglo XXI, es un hombre que asume el desafió de la cultura desde sus entrañas y
raíces: ir al alma, regresar a ella.
Aun
cuando el nacimiento data del año once del novecientos, su paso no cruza precisamente
los caminos de este siglo. ‘Nací en
Un ansia semejante, una interrogación semejante,
una búsqueda semejante, una legitimación semejante a la experimentada por la materia
en Arqueología Cronológica de Venezuela
la encontramos en las obras de visceral informalismo de Cruxent: “La pintura de
Cruxent –destaca Cárdenas– es materia y gesto que pretende escapar a toda definición
técnica y estética. ‘Ella es el medio del
que se sirve una fuerza impetuosa para revelar lo desconocido de una realidad cotidiana’,
dice el artista, manifestando igualmente la ‘imposibilidad de realizar consciente,
intencional y previamente pensada, una obra, que, por el contrario, debería surgir
de un total desprendimiento de consideraciones ideológicas, ya sean morales o prácticas.’
La materia se rebela y entrelaza con su actividad
expedicionaria y arqueológica. Nunca ha permitido separar la esfera estética de
la científica. Cuando desentraña de la tierra las piezas que estuvieron perdidas,
desentraña igualmente el propio arte de su informalismo.” (Cárdenas, 1992: 90
et passim)
Frank Popper señaló que “el espíritu de aventura
ligado a sus actividades puede ser, quizás, considerado como el factor catalizador
al fondo de un problema, que sobrepasa en cierto modo al artista. Si se quieren
establecer divisiones cerradas entre las actividades científicas y artísticas, chocaremos
siempre contra las fuertes personalidades que, participando de las investigaciones
supra-individuales, con profunda sinceridad y con la misma conciencia de su ser
no-conformista se abocan a expresiones globales. Para Cruxent, el arte debe ser
una modesta microbiografía de sí mismo y de su tiempo (y su tiempo es el tiempo
de la historia antes de la historia). Es cierto: él lo dice: la vida no puede ser
dividida, ‘todo está relacionado. La arqueología
es la experiencia, y el arte es la posibilidad de la experiencia.’ Ciencia y
Arte son aventura –aventura física, intelectual, estética– y es eso lo único que
para él cuenta al asegurar validez a su obra.” (Cárdenas, 1992: 98).
De la capacidad privilegiada de observación
y relación –¿acaso convendría hablar de visión?–
de Cruxent sirvan para ilustrarla estos testimonios: Según palabras de. Alberta
Zucchi (1978: XIII et passim), antropóloga
alumna, “un gran observador y un hombre fundamentalmente de campo; un hombre de
olfato, de percepción, de conexión. Pudiendo haber visto un objeto veinte años antes,
quién sabe en qué lugar, puede conectarlo con algo que acaba de ver en estos momentos;
y tiene el don, al mismo tiempo, de extraer de allí una nueva interpretación que
sirva modernamente para algo” Don de encuentro, de hallazgo, de conexión. Desde
la infancia, bordeó Cruxent los límites de lo apenas expresable, sigiloso acercamiento
a la magia, recolección de conocimientos de imposible clasificación, distantes de
la rutina, una creencia personal en la alquimia y lo oculto. La semblanza que de
él ofrece el Dr. Marcel Roche (1978: 1) es clara en ese sentido: “…su intensa curiosidad,
su actividad febril y su tendencia a no aceptar ningún dato y ninguna teoría por
dados. En efecto, la originalidad es lo que caracteriza a Cruxent: no pertenece
a ningún dogma ni a ninguna escuela.” El que llego hasta los huesos del Continente
supo en la niñez que la radiestesia –adivinación de símbolos y encuentros bajo tierra–
era una de las vías para obtener verdades. Su carrera profesional y vida han estado,
escribe Zucchi (1978: XIV): “marcadas por la constante búsqueda de nuevos caminos
y enfoques novedosos para encarar los retos de la investigación y del conocimiento,
y para cuestionar –a veces solitariamente– conclusiones que otros, con mentes menos
críticas, aceptaban fácilmente.”
Desde las puntas de proyectil del complejo
El Jobo, correspondientes al Paleoindio, 15.000 años a.p., hasta detalles
arquitectónicos de las ruinas de Nueva Cádiz, en el ensueño colonial y asesino que
fue Cubagua, “ciudad relativamente grande, con dos iglesias y otros edificios públicos,
así como lugares de habitación tanto para españoles como para los indios que fueron
traídos a Cubagua para trabajar en la pesquería de perlas” (Cruxent y Rouse, 1958:
454), se describen científicamente en la Arqueología; que, con la desaparición
física de Cruxent, se erige en legado espiritual para Venezuela.
Dan fe de lo aquí dicho, estas palabras que
leemos en el Prólogo de la edición de 1958: “Los autores quieren hacer presente
el especial testimonio de su agradecimiento muy sincero y profundo a todos los hombres
de Venezuela adentro, cuyas informaciones y guías para los descubrimientos fueron
en todo momento de alto valor en relación con estos trabajos. Bajo el sol ardiente
o la lluvia tropical, sometidos al ataque de miríadas de mosquitos y otros insectos,
respirando el áspero polvo y la ceniza de las trincheras en el esfuerzo de las excavaciones,
estos admirables y sufridos obreros de los campos y villas venezolanos, han compartido
con nosotros, codo a codo, innumerables trabajos y fatigas, sobre los cuatro puntos
cardinales de Venezuela, en pos del remoto pasado de América. Para ellos todo el
mérito de los éxitos que hemos obtenido en las incontables exploraciones realizadas
durante quince años.” (Cruxent y Rouse, 1958:17). Acaso Rouse hubiese compartido
el espíritu de estas líneas, pero el nervio es exclusivamente de Cruxent. En Arqueología Cronológica de Venezuela (1958),
Arqueología Venezolana (1963), Apuntes
sobre Arqueología Venezolana (1972),
Ceramología. Notas (1980), Loza
Popular Falconiana (1988), y en tantas obras más debidas al pulso,
la pasión, la erudición de J. M. Cruxent late el mismo espíritu como un cordón que
las ata: un profundo sentido de pueblo.
Quien alguna vez haya estado en Taratara, en la piel ardiente de esa tierra falconiana,
sabe de qué hablamos. Cruxent amó entrañablemente ese pueblo y a su gente –como
etnólogo, como arqueólogo, como artista, como vecino– y, es evidente al visitante
que se tome un momento para recorrer sus calles y conocer su gente, que ese pueblo
aún le evoca sobre el fondo de un paisaje que reúne geografía y pensamiento. Como
el español Goya, como el venezolano Aquiles Nazoa, el viajero, el andariego J. M.
Cruxent supo ver al pueblo como se merece y, particularmente, al pueblo venezolano:
de frente.
Referencias
Alex D. Krieger cita las investigaciones de Cruxent en
su clásico “Early Man in the New World” (1964), hay edición española: El hombre Primitivo en América (1974). Ediciones
Nueva Visión. Buenos Aires
Alvarado, Lisandro (1989): Obras Completas. Tomo
II, Fundación La Casa de Bello, Caracas.
Cárdenas, María Luz et all (1992): Homenaje a Cruxent. Siglo XXI: El Hombre, Cultura y Desafíos. Museo de Arte Coro, Coro.
Cruxent, J. M. (1944): Espeleoarqueología. Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, Caracas, Tomo IV, N° 11, p.p. 3-14.
Cruxent, J. M. e Irving Rouse (1956): Discovery of a Lithic Industry of Paleo-Indian Type in Venezuela. American Antiquity, Salt Lake City, 22, N° 2, p.p. 172-179.
Cruxent, J. M. e Irving Rouse
(1958): An Archeological Chronology of Venezuela, 1era edición
publicada por Panamerican Union, Science Monographs, Washington D.C., 2 vols., 550
p.p.
Cruxent,
J. M. e Irving Rouse (1963): Arqueología de
Venezuela. Edición española a cargo del Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (IVIC), de la versión original en inglés publicada por Yale University
Press, New Haven y Londres.
Cruxent,
J. M. e Irving Rouse (1982): Arqueología Cronológica
de Venezuela. Volumen I, Ernesto Armitano Editor, Caracas.
Cruxent,
J. M. et all (1972): Arte Prehispánico de Venezuela. Fundación
Eugenio Mendoza, Caracas.
Cruxent,
J. M. et all (1988): Loza Popular Falconiana. Armitano
Editor, Caracas.
Imber, Sofía et all (1992): Homenaje a Cruxent.
Siglo XXI: El Hombre, Cultura y Desafíos. Museo de Arte Coro, Coro.
T. de Booy: Notes on the Archeology of Margarita Island (1916), citado por Alvarado (1989): Obras Completas. Tomo II, Fundación La Casa de
Bello, Caracas.
Camilo Morón (Venezuela, 1972). Historiador, Etnólogo, Museólogo y Pedagogo. Coordinador del Aula Laboratorio de Conservación y Restauración de Bienes Arqueológicos y Paleontológicos (ALab-CRBAP) de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM). Investigador de los centros: CIPICS (Centro de Investigaciones del Paleo-Indio y el Cuaternario en Suramérica), CINA (Centro de Investigaciones de la Noosfera y el Antropoceno) y CICSPMA (Centro de Investigaciones de Ciencias Sociales del Pedro Manuel Arcaya) y la RSICH (Red Social de Investigadores de Ciencias Humanas) de la Fundación de Ciencias y Artes Cudán de Cuté. Coordinador del PNFA-PROEA Pedagogía Alternativa y Crítica de la Antropología, la Arqueología y la Etnohistoria de Venezuela de la Universidad Politécnica Territorial de Mérida Kléber Ramírez (UPTMKR). Editor- Director de Bacoa. Revista Interdisciplinaria de Ciencias y Artes & Cruxentiana. Comunidad y Patrimonio.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 183 | outubro de 2021
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Artista convidado: Ricardo Domínguez (Venezuela, 1956-2014)
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