Con el nacimiento
del Círculo de Bellas Artes (1912-1919), surge la estética del paisajismo como
género independiente en la plástica venezolana; sin embargo, hay que reconocer que
éste ya se anunciaba en algunas obras de Tovar y Tovar, Rojas y Michelena, pero
como telón de fondo, supeditado al tema de la pintura histórica, épica. En el año
en que aparece el Círculo de Bellas Artes se encontraba en el poder el General Juan
Vicente Gómez.
Al revisar la
historia del Círculo de Bellas Artes, en busca de su origen, descubrimos que después
de la muerte del pintor y dibujante venezolano Emilio Mauri, pasa a dirigir la Academia
de Bellas Artes el pintor Herrera Toro, cuyo rígido método de enseñanza difería
al del fallecido maestro, que se caracterizaba por una mayor libertad en la ejecución
y conducta del estudiante, lo que impulsa a estos jóvenes a llevar a cabo una protesta
contra Toro, justamente en el año 1909. En consecuencia, los alumnos fueron expulsados
y la Academia sometida a una estricta disciplina. Esto obligó o animó a los jóvenes
pintores a dejar el trabajo de taller y salir a la calle, al campo, para pintar
al aire libre, tal y como lo hicieron los impresionistas franceses, quienes a finales
del siglo XIX reaccionaron contra el arte académico u oficial de su país.
El Impresionismo
en pintura surgió del desacuerdo de los artistas franceses con los temas clásicos
y con las obligadas fórmulas artísticas patrocinadas por la Academia Francesa de
Bellas Artes, quien determinaba los modelos a seguir y auspiciaba las exposiciones
oficiales del Salón parisino. Los impresionistas, en cambio, escogieron la pintura
al aire libre, los temas de la vida cotidiana y el paisaje. Su poética giraba en
torno a la representación del mundo real, el cual trasladaban al lienzo de manera
directa y espontánea, interesándose más en los efectos que produce la luz natural
sobre los objetos, sobre el mundo visible. De allí que el movimiento impresionista
sea considerado el punto de partida del arte moderno en Europa. Del mismo modo lo
es el Círculo de Bellas Artes, cuyos integrantes tenían un conocimiento indirecto
del Impresionismo, que obtuvieron, en principio, mediante libros y revistas europeos
antes de la llegada de Samys Mützner y Emilio Boggio a Venezuela, por un lado, y
de Rafael Monasterios y Armando Reverón, por el otro, quienes se encontraban en
Europa en el momento en que fue fundado este grupo. Las obras de ambos movimientos
resultan de la retina, son productos de los sentidos, de la observación directa
de la realidad cual investigador que aplica al mundo visible el método positivo,
el científico, en sí.
Con el Círculo
de Bellas Artes se inicia la hegemonía del paisaje venezolano. En la conformación
de este movimiento jugó un papel importante el multifacético Leoncio Martínez, el
popular Leo, periodista, humorista, caricaturista, poeta, cuentista y crítico de
arte, como lo demuestra el fallecido crítico de arte venezolano Juan Carlos Palenzuela,
en su libro Leoncio Martínez. Crítico
de arte.1912-1918. El Círculo
estuvo conformado por artistas plásticos, periodistas, músicos y literatos, entre
los que se pueden mencionar a Pedro Basalo, Manuel Cabré, Próspero Martínez, Antonio
Edmundo Monsanto, Pedro Zerpa, Rafael Monasterios, Federico Brandt, Armando Reverón,
Luis Alfredo López Méndez, Fernando Paz Castillo, Andrés Eloy Blanco, Julio y Enrique
Planchart, José Antonio Calcaño, Rómulo Gallegos, y, curiosamente, Laureano Vallenilla
Lanz, Pedro Emilio Coll y César Zumeta. De último dejo a Leoncio Martínez, ya que
fue, si se quiere, el teórico, animador, promotor y crítico del grupo. Como dice
Palenzuela en su libro:
…brillante dirigente
cultural. Comparte sus días con escritores y pintores y es de los que piensa que
hay que refrescar el ambiente artístico. Leoncio Martínez fue el impulsor de una
nueva época artística en el país y como fundador del Círculo de Bellas Artes, se
acredita como forjador de la fracción inicial de nuestro arte moderno. (1983: 15).
Él animó y apoyó
a aquellos jóvenes que en 1909 se rebelaron contra la Academia. A ellos incita a
que construyan una pintura nacional, un arte nacional. Es oportuno citar parte del
discurso de apertura pronunciado por Leo, el día de la inauguración del Círculo
de Bellas Artes, el 03 de septiembre de 1912:
Trabajemos, queridos
compañeros, por el Arte y para la Patria. Hagamos arte nuestro, arte sincero, arte
venezolano, aprovechando cuanto de sencillo y amoroso nos rodea (…) porque el arte
no es más que ver y trasmutar, sentir más hondamente que el sentir general, apreciar
en los gestos los momentos de las almas y en el ambiente el alma del paisaje (…)
La tierra nuestra, siempre grávida a las lujurias del sol de los trópicos, pone
ante nuestros ojos agrestes modelos, paisajes de excitante verdor recrudecido, sorprendentes
decoraciones para las retinas desacostumbradas, en las humosas nieblas nórdicas,
a tales derroches de luz (…). (Palenzuela, 1983: 97, 98).
Esta cita, pertinente,
además, evidencia lo elocuente y persuasivo del discurso de Leo, cargado de imágenes
poéticas y de un gran sentimiento por el territorio nacional. Su lenguaje es como
el pincel de aquellos artistas que se animaron a volver su mirada al paisaje, a
lo nuestro; una mirada atenta con la que plasman en sus lienzos aquello que “no es más que ver y trasmutar”.
Los araguaneyes,
bucares, cocoteros, la luz del trópico, el Cerro El Ávila, el Valle de Caracas,
el Mar Caribe, la geografía y el hombre venezolano en sí, son la temática de nuestra
pintura, como estaba sucediendo, simultáneamente, en las páginas de nuestra literatura:
en Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, Rómulo Gallegos, José Rafael Pocaterra y Teresa
de la Parra. Tanto unos como otros, afirman nuestros valores nacionales mediante
el paisaje.
Durante casi
tres décadas estos movimientos (Círculo de Bellas Artes y Escuela de Caracas) prevalecen
en el ámbito de la pintura venezolana para luego dar paso —aunque los pintores no
hayan dejado de hacer paisajes— al Realismo Social, Los Disidentes, el Cinetismo,
el Informalismo y la Nueva Figuración.
El paisaje había
dejado de generar interés en los artistas, críticos y coleccionistas por considerarlo
un género desgastado. Sin embargo, a mediados de los años 60, éste vuelve al escenario
artístico, pero esta vez reaparece redimensionado, abordado desde una nueva mirada.
Irónicamente, el paisaje es retomado en esa década por dos de los artistas que más
habían cuestionado la tradición paisajística del Círculo de Bellas Artes y la Escuela
de Caracas: Ramón Vásquez Brito y Mateo Manaure. Luego de ellos, continuaron —a
principios de los años 70— en la reactivación y replanteamiento del paisaje, desde
una perspectiva más contemporánea, un grupo de jóvenes artistas, entre los que se
pueden mencionar a Julio Pacheco Rivas, Juan Vicente Hernández (Pájaro), Adrián
Pujol y Antonio Quintero; así como también lo hacen Carlos Hernández Guerra y Omar
Granados.
A raíz de esta
década los artistas se plantean asumir el paisaje desde una visión más contemporánea;
desde una perspectiva ecológica, urbana, social y psicológica. Ellos asumen y replantean
el paisaje nacional operando con el lenguaje de la estética contemporánea, que se
caracteriza por ser múltiple, fragmentado, sugerente, connotativo más que narrativo.
Esta otra manera de ver y hacer paisaje en Venezuela es lo que se conoce como Nuevo
paisaje.
Ahora bien, con
relación al paisajismo en Aragua, cuando revisamos lo poco que se ha escrito sobre
el tema en este territorio, o abordamos a algunas personalidades que conservan información
sobre el asunto, o escudriñamos entre los catálogos de exposiciones colectivas realizadas
en el estado, descubrimos que en esta región ha existido una notable tradición paisajística;
que este género en Aragua ha sido cultivado tanto en el estilo tradicional como
contemporáneo.
El Parque Nacional
Henri Pittier, las costas, valles, llanos, pueblos, ríos, el Lago Tacarigua y el
extinto Samán de Güere, son los lugares de este territorio que conquistaron la mirada
de los viajeros, entre los siglos XVIII y XIX, quienes, en principio, se acercan
a las riquezas y bellezas de estos paisajes con fines científicos y documentalista
(Humboldt, Goering, Bellerman, Lesley, Codazzi, Rosti, entre otros); lo mismo sucede
con el General Juan Vicente Gómez, quien se siente atraído por este estado, estableciendo
su residencia en Maracay hasta su muerte, la cual transforma en Ciudad Jardín, término
de origen urbanístico, epíteto que se le adjudica a esta ciudad por las construcciones
que éste ordena, tales como el Zoológico, la Plaza Bolívar, para su momento la más
grande de América del Sur, y, especialmente, la Avenida Las Delicias, con su abundante
vegetación.
A continuación,
relaciono algunas de las las características del trabajo visual realizado por algunos
maestros que han cultivado este género en el territorio de Aragua.
De Mario Abreu hemos mencionado
antes que asume el paisaje desde otra óptica; pues el paisaje que este artista plasma
en su obra está imbuido de lo mágico-religioso, del contenido mágico y de la religiosidad
popular que conquistó su interés como artista. En su obra paisajística, la que nos
concierne en estos momentos, él reinterpreta los cuentos de su pueblo natal, esos
que escuchaba en su infancia: las tradiciones y la presencia africana en Turmero,
identidad que se extiende hasta su naturaleza, esa naturaleza mágica que presenciamos
en la obra de Mario Abreu y que, en algunos casos, nos recuerda a Wifredo Lam.
Como pintor meticuloso
Alfredo Almeida factura
sus paisajes mediante una pincelada que los hacía casi exactos, fieles, recordando
así a los paisajistas viajeros del siglo XIX. Almeida fue un creador que mantuvo
un compromiso permanente con la representación del espacio natural en el que habitaba.
Él produjo un considerable número de obras en las que logró reflejar el sentido
de pertenencia y de cercanía con las cosas.
En sus inicios,
la obra de Néstor Borges responde
a la pintura de paisaje de corte tradicional, aquella que representa de manera pormenorizada
la realidad visible, en su caso, la vida diaria de los pobladores de Paya y Turmero
transitando por caminos de tierra, entre quebradas, haciendas, trapiches y ranchos
humildes. Pero hacia los años ochenta, este pintor se inclina por el hecho plástico
en sí y se distancia de la pincelada precisa; comienza a salpicar y luego a manchar.
Para el momento de su muerte sus paisajes se habían transformado en gestos, en dilatadas
y difusas manchas de color, eso que él bautizó como Oxigenta.
Jorge Chacón
también
creó un grupo de artistas, el mencionado Grupo Sabaneta, el cual se reunía para
pintar al aire libre en las cercanías de La Victoria. Chacón recreó los paisajes
de los valles aragüeños hasta concentrarse en los densos camburales de Sabaneta,
tema inagotable en su producción artística. Él se sumerge en el follaje de la planta
de cambur de tal manera que sintetiza las formas hasta hacerlas prácticamente irreconocibles,
abstractas. Pocos años antes de fallecer, Chacón crea sus “Altares selváticos”,
suerte de “cuadros-altares” en los que la naturaleza adquiere un sentido mágico-religioso.
Pío Echenagucia,
conocido
como el paisajista de las campiñas
aragüeñas, fue un autodidacta que supo representar el paisaje de esta
región a la manera de los paisajistas tradicionales, conservando, en la medida de
lo posible, las características reales de los parajes, de la naturaleza plasmada
en sus lienzos. El cultivo de este género le da un lugar importante a Echenagucia
en la historia de la plástica regional.
En Arístides Mata lo más representativo
de su producción son sus paisajes, caracterizados por una atmósfera brumosa que
logra mediante una acertada técnica pictórica donde las veladuras y transparencias
juegan un papel substancial, desdibujando así al mismo paisaje. Es interesante,
además, cómo la línea horizontal, o de horizonte, divide sus composiciones.
Jorge Meneses,
de
origen ecuatoriano, asumió la aragüeñidad no sólo como residente, sino como paisajista
de esta región del país. Su obra es descendiente de nuestra tradición paisajística;
sin embargo, en su trabajo notamos un interés por la síntesis, mas no por la representación
fiel de la realidad. Él aplica gruesas pinceladas; construye su paisaje mediante
manchas de colores contrastantes, planos y volúmenes que tienden a cierta geometrización
de las formas.
Alejandro Ríos,
a
quien se debe la iniciativa de fundar, junto a otros artistas, el Círculo de Pintores
de Aragua (1955), primer grupo organizado que hace pintura al aire libre en este
territorio, llegó a representar el paisaje de una manera tan particular que es difícil
confundirlo o asociarlo con otro, pues él crea una técnica con la que concibe un
estilo pictórico muy poético, lírico. Mediante transparencias, veladuras y manchas
de color éste desdibuja el referente, el paisaje, en este caso. Ríos no hace referencia
a un lugar de la realidad reconocible, sus obras son paisajes, atmósferas que provienen
de su interior.
Manuel Serrano
es
otro de los artistas aragüeños fieles a la construcción del paisaje al estilo tradicional,
ajeno a la vanguardia. Su obra es referencial, denotativa, única manera de poder
activar en nuestra memoria los recuerdos de pasajes y paisajes de la típica geografía
de nuestros pueblos del interior: su vegetación, arquitectura, esquinas, calles
y personajes envueltos por la luz y el color del trópico.
En Manuel Villegas encontramos
un paisaje que, en un momento de su producción, se caracteriza por una pincelada
de trazos nerviosos, la cual distorsiona las formas definidas del paisaje tradicional,
este procedimiento, junto al empleo de empastes y colores vivos, hacen de sus composiciones
obras de acentuada expresividad; luego su pincelada se suaviza debido a que centra
su interés en el manejo de la luz y la perspectiva, en la atmósfera que envuelve
al paisaje.
El
paisaje, como género artístico, al estilo tradicional o contemporáneo, ha logrado
mantenerse a través del tiempo, permitiendo a los artistas poetizar su territorio
nacional, regional, y hasta psicológico, produciendo placer en los espectadores,
además de inducir a la reflexión en torno a los problemas que afectan al medio ambiente.
__________
José Gregorio Noroño (Venezuela, 1965). En 1989 egresa de la Universidad de Los Andes como licenciado en Letras, mención Historia del Arte. Entre 2006 y 2008 cursó estudios de postgrado en Literatura Latinoamericana, en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Maracay, estado Aragua. Desde 1989 hasta 2018 trabajó como investigador y curador en el Museo de Bellas Artes, Caracas; Museo de Arte Coro, Falcón; Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, Aragua, y en el Instituto de Cultura del Estado Falcón. De 2005 hasta 2014 fue miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, (AICA), Capítulo Venezuela. Desde 1991 hasta la actualidad ha realizado varias investigaciones y curadurías en exposiciones individuales y colectivas de artistas venezolanos. Es autor de diversos artículos y ensayos sobre arte y literatura, recopilados en: La imagen transfigurada. Ensayos sobre arte y literatura. Libro digital. Fábula Ediciones, 2018. Coro, Venezuela. En 2013 y 2016 obtuvo el tercer y primer premio, respectivamente, en el Concurso Literario de Microrrelatos organizado por el Diario Nuevo Día, en Coro, Falcón; y en 2018 recibe la Primera mención en el Concurso Nacional de Crónicas Mangos, organizado por la Revista Literaria Madriguera, Coro, Falcón. En 2017, el Día Nacional del Artista Plástico, recibe el Reconocimiento como “Destacado Investigador del Arte Venezolano y Falconiano”, otorgado por el Consejo del Municipio Miranda del estado Falcón.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 183 | outubro de 2021
Curadoria: Gabriel Jiménez Emán (Venezuela, 1950)
Artista convidado: Ricardo Domínguez (Venezuela, 1956-2014)
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