quinta-feira, 14 de outubro de 2021

JOSÉ GREGORIO NOROÑO | El paisaje como género en el arte venezolano

 


Para la exposición Poéticas del paisaje, obras de la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2009, consideré pertinente realizar, a modo de introducción, un recorrido por el paisajismo en el arte venezolano durante el siglo XX, con el fin de proporcionar una idea de su desarrollo, quiénes fueron los maestros y movimientos que lo instauraron como protagonista; es decir, como tema central de la pintura nacional.

Con el nacimiento del Círculo de Bellas Artes (1912-1919), surge la estética del paisajismo como género independiente en la plástica venezolana; sin embargo, hay que reconocer que éste ya se anunciaba en algunas obras de Tovar y Tovar, Rojas y Michelena, pero como telón de fondo, supeditado al tema de la pintura histórica, épica. En el año en que aparece el Círculo de Bellas Artes se encontraba en el poder el General Juan Vicente Gómez.

Al revisar la historia del Círculo de Bellas Artes, en busca de su origen, descubrimos que después de la muerte del pintor y dibujante venezolano Emilio Mauri, pasa a dirigir la Academia de Bellas Artes el pintor Herrera Toro, cuyo rígido método de enseñanza difería al del fallecido maestro, que se caracterizaba por una mayor libertad en la ejecución y conducta del estudiante, lo que impulsa a estos jóvenes a llevar a cabo una protesta contra Toro, justamente en el año 1909. En consecuencia, los alumnos fueron expulsados y la Academia sometida a una estricta disciplina. Esto obligó o animó a los jóvenes pintores a dejar el trabajo de taller y salir a la calle, al campo, para pintar al aire libre, tal y como lo hicieron los impresionistas franceses, quienes a finales del siglo XIX reaccionaron contra el arte académico u oficial de su país.

El Impresionismo en pintura surgió del desacuerdo de los artistas franceses con los temas clásicos y con las obligadas fórmulas artísticas patrocinadas por la Academia Francesa de Bellas Artes, quien determinaba los modelos a seguir y auspiciaba las exposiciones oficiales del Salón parisino. Los impresionistas, en cambio, escogieron la pintura al aire libre, los temas de la vida cotidiana y el paisaje. Su poética giraba en torno a la representación del mundo real, el cual trasladaban al lienzo de manera directa y espontánea, interesándose más en los efectos que produce la luz natural sobre los objetos, sobre el mundo visible. De allí que el movimiento impresionista sea considerado el punto de partida del arte moderno en Europa. Del mismo modo lo es el Círculo de Bellas Artes, cuyos integrantes tenían un conocimiento indirecto del Impresionismo, que obtuvieron, en principio, mediante libros y revistas europeos antes de la llegada de Samys Mützner y Emilio Boggio a Venezuela, por un lado, y de Rafael Monasterios y Armando Reverón, por el otro, quienes se encontraban en Europa en el momento en que fue fundado este grupo. Las obras de ambos movimientos resultan de la retina, son productos de los sentidos, de la observación directa de la realidad cual investigador que aplica al mundo visible el método positivo, el científico, en sí.

Con el Círculo de Bellas Artes se inicia la hegemonía del paisaje venezolano. En la conformación de este movimiento jugó un papel importante el multifacético Leoncio Martínez, el popular Leo, periodista, humorista, caricaturista, poeta, cuentista y crítico de arte, como lo demuestra el fallecido crítico de arte venezolano Juan Carlos Palenzuela, en su libro Leoncio Martínez. Crítico de arte.1912-1918. El Círculo estuvo conformado por artistas plásticos, periodistas, músicos y literatos, entre los que se pueden mencionar a Pedro Basalo, Manuel Cabré, Próspero Martínez, Antonio Edmundo Monsanto, Pedro Zerpa, Rafael Monasterios, Federico Brandt, Armando Reverón, Luis Alfredo López Méndez, Fernando Paz Castillo, Andrés Eloy Blanco, Julio y Enrique Planchart, José Antonio Calcaño, Rómulo Gallegos, y, curiosamente, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Emilio Coll y César Zumeta. De último dejo a Leoncio Martínez, ya que fue, si se quiere, el teórico, animador, promotor y crítico del grupo. Como dice Palenzuela en su libro:

 

…brillante dirigente cultural. Comparte sus días con escritores y pintores y es de los que piensa que hay que refrescar el ambiente artístico. Leoncio Martínez fue el impulsor de una nueva época artística en el país y como fundador del Círculo de Bellas Artes, se acredita como forjador de la fracción inicial de nuestro arte moderno. (1983: 15).

 

Él animó y apoyó a aquellos jóvenes que en 1909 se rebelaron contra la Academia. A ellos incita a que construyan una pintura nacional, un arte nacional. Es oportuno citar parte del discurso de apertura pronunciado por Leo, el día de la inauguración del Círculo de Bellas Artes, el 03 de septiembre de 1912:

 

Trabajemos, queridos compañeros, por el Arte y para la Patria. Hagamos arte nuestro, arte sincero, arte venezolano, aprovechando cuanto de sencillo y amoroso nos rodea (…) porque el arte no es más que ver y trasmutar, sentir más hondamente que el sentir general, apreciar en los gestos los momentos de las almas y en el ambiente el alma del paisaje (…) La tierra nuestra, siempre grávida a las lujurias del sol de los trópicos, pone ante nuestros ojos agrestes modelos, paisajes de excitante verdor recrudecido, sorprendentes decoraciones para las retinas desacostumbradas, en las humosas nieblas nórdicas, a tales derroches de luz (…). (Palenzuela, 1983: 97, 98).

 

Esta cita, pertinente, además, evidencia lo elocuente y persuasivo del discurso de Leo, cargado de imágenes poéticas y de un gran sentimiento por el territorio nacional. Su lenguaje es como el pincel de aquellos artistas que se animaron a volver su mirada al paisaje, a lo nuestro; una mirada atenta con la que plasman en sus lienzos aquello que “no es más que ver y trasmutar”.


En el catálogo de la Primera Bienal del Paisaje. Tabacalera Nacional (1996), realizada en el Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, la investigadora Elida Salazar explica algo interesante que enfatiza la idea sobre la noción de identidad nacional en la pintura del Círculo de Bellas Artes. Ella dice que, según la Real Academia Española (RAE), el término paisaje deriva de país, y ambos, país y paisaje, se introducen en el español a inicios del siglo XVIII, pero que la palabra país, en principio, no se refiere a lo pictórico, sino que alude más bien a características físicas, antropológicas y políticas que identifican a un territorio. Pero la RAE también le adjudica la acepción que nos interesa, me refiero a paisaje: pintura en la que están pintadas villas, lugares, fortalezas, casas de campo y campiñas. Entonces se puede decir que nuestros pintores del Círculo, así como sus continuadores, los de la Escuela de Caracas (1919-1940), trasladan a sus lienzos una porción de nuestro país. De allí la expresión: el paisaje como nación.

Los araguaneyes, bucares, cocoteros, la luz del trópico, el Cerro El Ávila, el Valle de Caracas, el Mar Caribe, la geografía y el hombre venezolano en sí, son la temática de nuestra pintura, como estaba sucediendo, simultáneamente, en las páginas de nuestra literatura: en Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, Rómulo Gallegos, José Rafael Pocaterra y Teresa de la Parra. Tanto unos como otros, afirman nuestros valores nacionales mediante el paisaje.

Durante casi tres décadas estos movimientos (Círculo de Bellas Artes y Escuela de Caracas) prevalecen en el ámbito de la pintura venezolana para luego dar paso —aunque los pintores no hayan dejado de hacer paisajes— al Realismo Social, Los Disidentes, el Cinetismo, el Informalismo y la Nueva Figuración.

El paisaje había dejado de generar interés en los artistas, críticos y coleccionistas por considerarlo un género desgastado. Sin embargo, a mediados de los años 60, éste vuelve al escenario artístico, pero esta vez reaparece redimensionado, abordado desde una nueva mirada. Irónicamente, el paisaje es retomado en esa década por dos de los artistas que más habían cuestionado la tradición paisajística del Círculo de Bellas Artes y la Escuela de Caracas: Ramón Vásquez Brito y Mateo Manaure. Luego de ellos, continuaron —a principios de los años 70— en la reactivación y replanteamiento del paisaje, desde una perspectiva más contemporánea, un grupo de jóvenes artistas, entre los que se pueden mencionar a Julio Pacheco Rivas, Juan Vicente Hernández (Pájaro), Adrián Pujol y Antonio Quintero; así como también lo hacen Carlos Hernández Guerra y Omar Granados.

A raíz de esta década los artistas se plantean asumir el paisaje desde una visión más contemporánea; desde una perspectiva ecológica, urbana, social y psicológica. Ellos asumen y replantean el paisaje nacional operando con el lenguaje de la estética contemporánea, que se caracteriza por ser múltiple, fragmentado, sugerente, connotativo más que narrativo. Esta otra manera de ver y hacer paisaje en Venezuela es lo que se conoce como Nuevo paisaje.

Ahora bien, con relación al paisajismo en Aragua, cuando revisamos lo poco que se ha escrito sobre el tema en este territorio, o abordamos a algunas personalidades que conservan información sobre el asunto, o escudriñamos entre los catálogos de exposiciones colectivas realizadas en el estado, descubrimos que en esta región ha existido una notable tradición paisajística; que este género en Aragua ha sido cultivado tanto en el estilo tradicional como contemporáneo.

El Parque Nacional Henri Pittier, las costas, valles, llanos, pueblos, ríos, el Lago Tacarigua y el extinto Samán de Güere, son los lugares de este territorio que conquistaron la mirada de los viajeros, entre los siglos XVIII y XIX, quienes, en principio, se acercan a las riquezas y bellezas de estos paisajes con fines científicos y documentalista (Humboldt, Goering, Bellerman, Lesley, Codazzi, Rosti, entre otros); lo mismo sucede con el General Juan Vicente Gómez, quien se siente atraído por este estado, estableciendo su residencia en Maracay hasta su muerte, la cual transforma en Ciudad Jardín, término de origen urbanístico, epíteto que se le adjudica a esta ciudad por las construcciones que éste ordena, tales como el Zoológico, la Plaza Bolívar, para su momento la más grande de América del Sur, y, especialmente, la Avenida Las Delicias, con su abundante vegetación.


Toda esa gama de paisajes, naturales y urbanos, también inspira a muchos pintores de esta región, quienes abordan el género; unos desde un enfoque tradicional (referencial, denotativo), y otros, operando mediante un lenguaje contemporáneo (escasamente referencial, más connotativo). Entre los iniciadores del paisajismo en Aragua, hacia los años cincuenta, se encuentran Alejandro Ríos y Ramón Pío Echenagucia —y desde otra óptica podemos mencionar también a Mario Abreu—; luego de ellos vienen Arístides Mata, Jorge Meneses, Manuel Villegas, Pedro Lapenta, Jorge Chacón, Néstor Borges y Jesús Blandín; y quienes aún lo siguen cultivando como Francisco Padrón, Marcos Briceño, Alfredo Almeida, Edgar Salas, Abel Pereira, Nelson Sarabia, Edgard Mata, Villenza Aragort, Roberto Infante y los hermanos Villegas. No podemos dejar de mencionar a un importante grupo que contribuyó al desarrollo del paisaje en Aragua, nos referimos al Grupo Sabaneta liderado por Jorge Chacón, de quien se pude decir que dejó escuela. A él seguían, a pintar al aire libre, José Caldas, Cristóbal Galeano, Pablo Gómez, Julio Jáuregui, Francisco Padrón, José A. Sucre y José Miguel Uzcátegui. En fin, la tradición del paisaje en Aragua ha hecho que casi todos los artistas de la región, en sus inicios, o en algún momento de su trayectoria, hayan cultivado este género, como es el caso de Eduardo Bárcenas, quien —luego de hacer paisaje— se pasa a la tendencia neofigurativa.

A continuación, relaciono algunas de las las características del trabajo visual realizado por algunos maestros que han cultivado este género en el territorio de Aragua.

De Mario Abreu hemos mencionado antes que asume el paisaje desde otra óptica; pues el paisaje que este artista plasma en su obra está imbuido de lo mágico-religioso, del contenido mágico y de la religiosidad popular que conquistó su interés como artista. En su obra paisajística, la que nos concierne en estos momentos, él reinterpreta los cuentos de su pueblo natal, esos que escuchaba en su infancia: las tradiciones y la presencia africana en Turmero, identidad que se extiende hasta su naturaleza, esa naturaleza mágica que presenciamos en la obra de Mario Abreu y que, en algunos casos, nos recuerda a Wifredo Lam.

Como pintor meticuloso Alfredo Almeida factura sus paisajes mediante una pincelada que los hacía casi exactos, fieles, recordando así a los paisajistas viajeros del siglo XIX. Almeida fue un creador que mantuvo un compromiso permanente con la representación del espacio natural en el que habitaba. Él produjo un considerable número de obras en las que logró reflejar el sentido de pertenencia y de cercanía con las cosas.

En sus inicios, la obra de Néstor Borges responde a la pintura de paisaje de corte tradicional, aquella que representa de manera pormenorizada la realidad visible, en su caso, la vida diaria de los pobladores de Paya y Turmero transitando por caminos de tierra, entre quebradas, haciendas, trapiches y ranchos humildes. Pero hacia los años ochenta, este pintor se inclina por el hecho plástico en sí y se distancia de la pincelada precisa; comienza a salpicar y luego a manchar. Para el momento de su muerte sus paisajes se habían transformado en gestos, en dilatadas y difusas manchas de color, eso que él bautizó como Oxigenta.

Jorge Chacón también creó un grupo de artistas, el mencionado Grupo Sabaneta, el cual se reunía para pintar al aire libre en las cercanías de La Victoria. Chacón recreó los paisajes de los valles aragüeños hasta concentrarse en los densos camburales de Sabaneta, tema inagotable en su producción artística. Él se sumerge en el follaje de la planta de cambur de tal manera que sintetiza las formas hasta hacerlas prácticamente irreconocibles, abstractas. Pocos años antes de fallecer, Chacón crea sus “Altares selváticos”, suerte de “cuadros-altares” en los que la naturaleza adquiere un sentido mágico-religioso.

Pío Echenagucia, conocido como el paisajista de las campiñas aragüeñas, fue un autodidacta que supo representar el paisaje de esta región a la manera de los paisajistas tradicionales, conservando, en la medida de lo posible, las características reales de los parajes, de la naturaleza plasmada en sus lienzos. El cultivo de este género le da un lugar importante a Echenagucia en la historia de la plástica regional.


Pedro Lapenta fue un artista autodidacta, quien se mantuvo orientado en la tendencia paisajística tradicional venezolana. En su obra advertimos la maestría del pintor en el manejo de la acuarela, exigente técnica con la que construye un paisaje de nuestra geografía, plasmando de manera fidedigna la vegetación, el río y las nubes, lo que hace con delicadeza mediante sutiles trazos y pinceladas transparentes, logrando así una composición sosegada, luminosa y colorida.

En Arístides Mata lo más representativo de su producción son sus paisajes, caracterizados por una atmósfera brumosa que logra mediante una acertada técnica pictórica donde las veladuras y transparencias juegan un papel substancial, desdibujando así al mismo paisaje. Es interesante, además, cómo la línea horizontal, o de horizonte, divide sus composiciones.

Jorge Meneses, de origen ecuatoriano, asumió la aragüeñidad no sólo como residente, sino como paisajista de esta región del país. Su obra es descendiente de nuestra tradición paisajística; sin embargo, en su trabajo notamos un interés por la síntesis, mas no por la representación fiel de la realidad. Él aplica gruesas pinceladas; construye su paisaje mediante manchas de colores contrastantes, planos y volúmenes que tienden a cierta geometrización de las formas.

Alejandro Ríos, a quien se debe la iniciativa de fundar, junto a otros artistas, el Círculo de Pintores de Aragua (1955), primer grupo organizado que hace pintura al aire libre en este territorio, llegó a representar el paisaje de una manera tan particular que es difícil confundirlo o asociarlo con otro, pues él crea una técnica con la que concibe un estilo pictórico muy poético, lírico. Mediante transparencias, veladuras y manchas de color éste desdibuja el referente, el paisaje, en este caso. Ríos no hace referencia a un lugar de la realidad reconocible, sus obras son paisajes, atmósferas que provienen de su interior.

Manuel Serrano es otro de los artistas aragüeños fieles a la construcción del paisaje al estilo tradicional, ajeno a la vanguardia. Su obra es referencial, denotativa, única manera de poder activar en nuestra memoria los recuerdos de pasajes y paisajes de la típica geografía de nuestros pueblos del interior: su vegetación, arquitectura, esquinas, calles y personajes envueltos por la luz y el color del trópico.

En Manuel Villegas encontramos un paisaje que, en un momento de su producción, se caracteriza por una pincelada de trazos nerviosos, la cual distorsiona las formas definidas del paisaje tradicional, este procedimiento, junto al empleo de empastes y colores vivos, hacen de sus composiciones obras de acentuada expresividad; luego su pincelada se suaviza debido a que centra su interés en el manejo de la luz y la perspectiva, en la atmósfera que envuelve al paisaje.

El paisaje, como género artístico, al estilo tradicional o contemporáneo, ha logrado mantenerse a través del tiempo, permitiendo a los artistas poetizar su territorio nacional, regional, y hasta psicológico, produciendo placer en los espectadores, además de inducir a la reflexión en torno a los problemas que afectan al medio ambiente.

 

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José Gregorio Noroño (Venezuela, 1965). En 1989 egresa de la Universidad de Los Andes como licenciado en Letras, mención Historia del Arte. Entre 2006 y 2008 cursó estudios de postgrado en Literatura Latinoamericana, en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Maracay, estado Aragua. Desde 1989 hasta 2018 trabajó como investigador y curador en el Museo de Bellas Artes, Caracas; Museo de Arte Coro, Falcón; Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, Aragua, y en el Instituto de Cultura del Estado Falcón. De 2005 hasta 2014 fue miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, (AICA), Capítulo Venezuela. Desde 1991 hasta la actualidad ha realizado varias investigaciones y curadurías en exposiciones individuales y colectivas de artistas venezolanos. Es autor de diversos artículos y ensayos sobre arte y literatura, recopilados en: La imagen transfigurada. Ensayos sobre arte y literatura. Libro digital. Fábula Ediciones, 2018. Coro, Venezuela. En 2013 y 2016 obtuvo el tercer y primer premio, respectivamente, en el Concurso Literario de Microrrelatos organizado por el Diario Nuevo Día, en Coro, Falcón; y en 2018 recibe la Primera mención en el Concurso Nacional de Crónicas Mangos, organizado por la Revista Literaria Madriguera, Coro, Falcón. En 2017, el Día Nacional del Artista Plástico, recibe el Reconocimiento como “Destacado Investigador del Arte Venezolano y Falconiano”, otorgado por el Consejo del Municipio Miranda del estado Falcón.  



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